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martes, 7 de febrero de 2017

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Me duele hoy, en el silencio de la oración, ser consciente de las veces que incumplo el precepto que nos da Dios de amarlo con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mi fuerzas.  La caridad para con Dios. ¡Cuántas veces lo olvido! ¡Cuántas veces me olvido de que Dios es el bien más grande, la bondad misma, la fuente de la que todo brota! ¡Cuántas veces olvido que fuera de Él, que nos llena todo, no hay bondad que exista! ¡Cuántas veces olvido que es Dios quien me ha regalado, gratuitamente, la vida; el que me mantiene en pie y con esperanza cada día; el que me conserva lo necesario, a veces con más abundancia y otras con menos, para salir adelante; el que me libera de la tiranía del pecado; el que se me ofrece cada día en el sacrificio de la Misa; el que ama con amor eterno; el que me convierte en heredero de la vida eterna! ¡Cuántas veces olvido que es Él quien ha colocado a las personas que guían mi camino, el que me ha dado los talentos y cualidades, y que son sus dádivas de amor las que ha puesto en mis manos! ¡Cuántas veces olvido que olvidarme de Él es olvidarme de su amistad a prueba de fuego! ¿Por qué a los hombres nos cuesta tanto amar un bien tan hermoso e infinito? ¿Será que mi oración es inconstante, que no soy capaz de contemplar la grandeza de Dios, de darle alabanza, de descubrir en mi su caridad, su amor, su misericordia y su perdón? ¡No será que me creo un pequeño dios que todo lo puede por si mismo!

¡Padre de bondad, quiero amarte con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas! ¡Padre de bondad, de misericordia y amor, omnipotente y altísimo, loado seas por siempre; tuyas son la gloria, la alabanza y el honor; sólo tú, Dios mío, eres digno de ser alabado y bendecido; tu eres el Dios que obra maravillas y te doy gracias; tu eres, Dios de la Creación, el Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, uno y trino, bondad de bondad, amor de amores! ¡Qué grande eres, Señor, porque eres Todopoderoso! ¡Eres, Padre, el Dios que obra maravillas en todos nosotros, eres la prudencia y el amor, la caridad y la humildad,  el gozo y el consuelo, la paciencia y la prudencia, la belleza y la serenidad, la fortaleza y la templanza!  ¡Tu eres el bálsamo ante el sufrimiento y la desesperanza! ¡Lo eres todo, Padre bueno! ¡Renuévame por dentro, Señor, y no permitas que mi alma se cierre a tus maravillas porque eres mi libertador, mi amparo, mi refugio y mi salvación! ¡Gracias, Padre bueno, porque cada día me muestras tu amor y tu misericordia, haces prodigios conmigo y me regalas tantas cosas que no merezco! ¡Gracias, Padre Todopoderoso, porque puedo admirar las obras maravillosas que realizas en mi, porque conoces mis angustias y mis pesares y me das la gracia de mejorar cada día! ¡Gracias, Padre, porque en cada una de mis necesidades siento el soplo de tu ternura, el consuelo de tus abrazos, el gozo de tu mirada, el aliento de tu ayuda! ¡Alabado seas por siempre, Dios mío!

Escuchamos hoy el Salmo 150, ejemplo de salmo de alabanza, en estilo gregoriano cantado en español por el Coro de monjes de la Abadía de San Isidro de Dueñas:

¡Tienes que ser mas realista!

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No es la primera vez que me lo escucho: «Tienes que ser más realista». ¿Más realista? Es habitual que a los cristianos se nos acuse de ser poco realistas porque nos amparamos en la esperanza, esa virtud sobrenatural tan bella como su nombre que nos infunde Dios en el momento del Bautismo para capacitarnos a tener confianza plena en que Él nos otorgará las gracias necesarias para alcanzar la vida eterna. El ser humano no puede vivir de las rentas del pasado. Ni de los recuerdos ya franqueados. Cuando viajamos acompañados de la esperanza soñamos con un futuro deseado. Y eso nos enfrenta también con valentía y clarividencia al presente, que es la única realidad viva de nuestra vida.
Cada vez que escucho el «Tienes que ser más realista» mi esperanza se reaviva. Como cristiano anhelo ser coherente y vivir mi vida en su totalidad tratando de descubrir todo lo que ella entraña. Es exactamente mi esperanza la que me hace ser realista. No vivir aferrado al hoy, sino vivir abierto al mañana. Mi esperanza como cristiano no me hace perder el horizonte de la vida eterna, me permite luchar contras las dificultades del camino amparado por la ayuda inestimable de Dios, que me otorga la seguridad de que en Él el futuro es cierto; arraigo mi fe que nace, precisamente, de la creencia de que las promesas de Dios son verdaderas.
La esperanza cristiana es el armazón firme de la vida. Es la que me hace sentirme seguro y confiado. Me compromete. Me levanta. Me hace mostrarme activo ante la pasividad. Me invita a ser más creador. Me libera de la cadenas del dolor y del pecado. Me hace sentir la necesidad de que debo luchar por impedir que el mal se imponga, que la sinrazón se instale en este mundo, que la verdad se asiente en las esperanzas de los hombres.
Además tengo un referente. A Cristo. El fue un acérrimo dispensador de esperanza. No hay pasaje evangélico que no deje evidencia de esta impronta. Y, aún y así, seguimos moviéndonos al margen de la fe, la tibieza nos ablanda, la frivolidad nos desorienta, la ligereza de nuestros actos nos atonta, la comodidad nos apacigua, las apetencias nos debilitan, la satisfacción por el tener y el poseer nos puede, las incoherencias nos acomodan… y con ello la esperanza agoniza. Cuando la vida se ama de manera auténtica no se puede bajar la guardia. Ya lo dice el Señor: «Ponte derecho, alza la cabeza, ándate con cuidado y mantente despierto».Es Cristo mismo que me invita hoy a vivir vigilante y a ser capaz de discernir cómo debe ser mi vida. «Tienes que ser más realista», escucho. Y lo soy; lo soy porque tengo esperanza. Y esa esperanza es un don que viene del Espíritu Santo, que todo lo puede y todo lo cambia en mi vida. Por eso es un milagro permanente, es el milagro de saber que es Jesús mismo quien, desde mi esperanza puesta en Él, me hace vivir el presente mirando el futuro.



¡Señor, estás cerca de mí y así lo siento, por eso mi esperanza se acrecienta y me llena de alegría! ¡Veo tus signos, Señor, por todas partes: en mi propio hogar, en mi barrio, en mi trabajo, en mi comunidad eclesial, en mi grupo de amigos, incluso en mi mismo, y eso me llena también de esperanza! ¡Observo tus prodigios, Señor, que despierta en mi una confianza ciega y eso me llena también de esperanza! ¡Señor, me dicen que tengo que ser más realista pero no puedo más que serlo a tu lado que nos colmas de esperanza! ¡Señor, nos angustiamos por todo, perdemos el aliento a las primeras de cambio, vivimos sin vivir ante cualquier dificultad que se nos presenta, no sanamos las heridas del corazón por nuestro orgullo y nuestras autosuficiencias, y no nos damos cuenta de que Tú eres la esperanza viva que camina a nuestro lado y todo lo sanas, todo lo curas y todo lo mitigas! ¡Señor, envíame tu Espíritu Santo, para que me llene siempre del don de la esperanza para permanecer siempre despierto a tu llamada, para que abra mi corazón y me libere de tantas heridas, tantas preocupaciones y tantas desazones mundanas! ¡Ayúdame, Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, a nadar siempre a contracorriente y caminar con alegría cristiana, con esperanza cierta y confianza plena! ¡Ayúdame, Señor, a dejar en un recodo del camino lo inútil, lo mundano, lo vano y lo improductivo de mi vida y coger fuerzas para no vivir aferrado al hoy sino abierto al mañana! ¡Señor, Tu comprendes lo que siente mi corazón, por eso en Ti confío! ¡Gracias, Señor, por tanto amor, tanta misericordia y tanta esperanza que infundes hoy a este corazón abierto a tu gracia!
Con el organista holandes Klass Jan Mulder escuchamos el Salmo 42, un canto a la esperanza: