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sábado, 27 de mayo de 2023

Se necesita valor


Se necesita valor... para ser lo que somos y no pretender ser lo que no somos.

Para decir rotunda y firmemente "no" cuando los que nos rodean dicen que "sí".

Para vivir honradamente dentro de nuestros recursos y no deshonestamente a expensas de otro.

Para negarse a hacer una cosa mala aunque otros la hagan.ala aunque otros la hagan.

Para huir de los chismes, cuando los demás se deleitan en ellos.

Para defender a una persona ausente, a quien se critica abusivamente.

Para ver en un fracaso que nos mortifica, humilla y traba, los elementos de un futuro éxito.

Para guardar silencio en ocasiones en que una palabra nos limpiaría del mal que se dice de nosotros, pero que perjudicaría a otra persona.

Para ser verdaderamente hombre o mujer aferrándose a nuestros ideales, cuando esto nos hace parecer  extraños o singulares.

Para vivir según nuestras convicciones.

Para vestirnos según nuestros ingresos y negarnos a lo que no podemos comprar.

Para ahorrar y sacrificarse cuando se es pobre y para no despilfarrar el dinero cuando se es rico.

Para ofrecer parte de tu tiempo libre en labores de voluntariado.

Para nadar contracorriente con el fin de seguir siempre los valores morales y ser fieles a la doctrina católica. 

La arrogancia de la ignorancia

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Un joven universitario se sentó en el tren frente a un señor de edad, que devotamente pasaba las cuentas del rosario. El muchacho, con la arrogancia de los pocos años y la pedantería de la ignorancia, le dijo: "Parece mentira que todavía crea usted en esas antiguallas...".

"Así es. ¿Tú no?", le respondió el anciano. "¡Yo!, dijo el estudiante lanzando una estrepitosa carcajada. Créame: tire ese rosario por la ventanilla y aprenda lo que dice la ciencia".

"¿La ciencia?, preguntó el anciano con sorpresa. No lo entiendo así. ¿Tal vez tú podrías explicármelo?"

"Deme su dirección, replicó el muchacho, haciéndose el importante y en tono protector, le puedo mandar algunos libros que le podrán ilustrar".

El anciano sacó de su cartera una tarjeta de visita y se la alargó al estudiante, que leyó asombrado: "Louis Pasteur. Instituto de Investigaciones Científicas de París".

El pobre estudiante se sonrojó y no sabía dónde meterse. Se había ofrecido a instruir en la ciencia al que, descubriendo la vacuna antirrábica, había prestado, precisamente con su ciencia, uno de los mayores servicios a la humanidad.

Pasteur, el gran sabio que tanto bien hizo a los hombres, no ocultó nunca su convicción religiosa.