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miércoles, 18 de abril de 2018

Hoy no me apetece rezar.


 Desde Dios

«Hoy no me apetece rezar» o «Hoy no tengo ganas de hacer mi oración». Estas expresiones son más comunes de lo que parecen. En el momento de la oración emergen siempre las excusas. Confieso que no me libro de ellas. Hay días que al entrar en el templo o al empezar la oración en casa me encuentro inquieto, poco comprometido, con la cabeza pensando en otras cosas… comenzar la oración me cuesta.
Entré ayer en una iglesia sin demasiada ilusión; me había hecho el propósito de quedarme unos cinco minutos, un «cumplir» vaya. Cansado por la jornada, hastiado por las cargas del día, agotado por los compromisos me arrodillo ante el sagrario. «Señor, con toda la franqueza te digo que hoy no me apetece quedarme mucho tiempo; así que no esperes que me quede aquí acompañándote más de lo normal». Mas claridad y franqueza, imposible. Cuando me siento en el banco invoco al Espíritu: «Ablanda este corazón duro y egoísta». Le explico al Señor —aunque Él ya lo sabe— lo que ha sucedido hoy. Es el diálogo con el amigo. Distraído, miro el reloj continuamente a la espera que vuelen los cinco minutos. «Hoy no me quedaré más, en cinco minutos ya me marcho», me repito.
Pero entre alabanzas, acción de gracias, petición de intercesión por un amigo, volcar mis emociones y mis sentimientos, expulsar aquello que llevo dentro y necesita ser sanado, alegrías que pasan tantas veces desatendidas… ha transcurrido media hora larga. Son los cinco minutos más largos de la historia. Tengo que reconocerlo. Salgo del templo con una alegría desbordante, con un talante nuevo, con una serenidad inexplicable. He sido fiel al Amigo; el Amigo ha sido fiel conmigo.
En el silencio del sagrario, allí donde siempre me espera el Señor, Él comprende mis anhelos y mis angustias. Conoce a la perfección cuál es mi verdadero estado de ánimo. El tiene la llave de mi corazón, solo espera que le autorice para abrirlo.
La enseñanza es clara, directa. La desgana vence habitualmente al ánimo cuando uno tiene que enfrentase a la oración. Si esperas que te venga, por si sola no lo hará. En la oscuridad de la desgana se trata de buscar la luz, salir de la aridez del desierto, del secarral árido del corazón.
Suele ocurrir siempre igual. Al llegar a lo profundo la perspectiva cambia: todo es alegría, esperanza y luminosidad. Hay que dejarse amar por Jesús. Él te ofrece, misteriosamente, lo que necesitas para comunicarse contigo. Envía tu Espíritu para abrir el corazón. No importa el silencio; Jesús también habla en el silencio; a veces también parece guardar silencio a la espera que tu comiences a hablar.
Cuando dices «Hoy no me apetece rezar» o «Hoy no tengo ganas de hacer mi oración» es el momento clave para que Dios actúe, para se produzca ese encuentro fortuito y especial en el que el amor del Padre se desborda sobre ti. Porque Dios es tan sorprendente que le gusta hacerse el encontradizo con el hombre, al que conoce tan bien. Él ya sabe de la aridez del corazón, el estado de ánimo de su interlocutor. En ese «no me apetece o no tengo ganas» hay una respuesta interior del Espíritu que te anima a despreocuparse para que abras el corazón porque cuanto menores son las perspectivas mayores son las fuerzas que te ofrece Dios.
¡Espíritu Santo, tu me llamas a tener fe, confianza y esperanza! ¡Concédeme la gracia de abrir mi corazón al don de Dios, para que también sea corredentor, compañero y servidor, para ser don de Dios para los demás! ¡Espíritu Santo, dulce habitante de mi corazón, abrémelo porque habitualmente lo tengo cerrado y Jesús no puede entrar en él! ¡Abrémelo para que entrando Tú me hagas entender que Jesús es mi Señor con el que todo lo puedo, que me comprende y me acompaña! ¡Hazme, Espíritu Santo, atento a tus inspiraciones, para escuchar las cosas que susurras a mi corazón para que camine con firmeza en la vida cristiana y pueda dar testimonio de que soy seguidor de Jesús! ¡Hazme dócil a tus enseñanzas y a tus inspiraciones! ¡Señor, tu llamas a la puerta de mi corazón y quieres entrar, no permitas que te deje fuera porque te necesito y anhelo que transformes mi vida y la llenes de tu amor, de tu bondad y de tu misericordia! ¡Tú, Señor, prometes entrar en mi ser y sabes lo importante que es Tu presencia en mi vida, me llena de fortaleza y sabiduría para emprender cada una de mis jornadas con total entrega y confianza! ¡Toca, Señor, mi corazón y hazlo coherente entre lo que digo y hago! ¡Concédeme la fortaleza y la coherencia para vivir con intensidad tu Palabra y ponerla en armonía con mis acciones y obrar según tu voluntad! ¡Ayúdame a caminar por senderos de sinceridad, de humildad, de sencillez, de servicio, de generosidad, abriendo mi corazón al amor y a la verdad y convertirme en un auténtico testigo de tu bondad! ¡Ven a mi vida, Señor, y ayúdame a ser transparente en todos mis actos, con el corazón siempre abierto, para reflejar en mi mirada, mis gestos, mis palabras y mis acciones que eres Tú quien habita en mí! ¡Guíame y capacítame por medio de tu Santo Espíritu para enfrentar los retos de mi vida con la mejor actitud! ¡Gracias, Jesús, por confiar en mí a pesar de mis constantes abandonos! ¡Gracias por tu inmenso amor, Jesús, que no merezco por mi miseria y mi pequeñez!
Le pedimos al Espíritu que nos toque el corazón con esta canción:


Palabras que hieren, palabras que sanan.


Desde Dios

 ¿Con cuánta frecuencia dices algo y luego te cuestionas de dónde han salido esas palabras? En ocasiones es la sabiduría que pronuncian nuestros labios lo que más sorprende. ¡Qué lucidez!, se enorgullece uno. Pero lo que más nos sorprende es el sarcasmo, la crítica o la ira con la que uno se expresa. Entonces surge ese susurro interior que te cuestiona: «Hubiera estado mejor callado» o «¿Por qué dije eso tan inconveniente?» ¡Con cuánta frecuencia justificamos nuestra reacción convencidos de que nuestro interlocutor merecía escuchar esas palabras hirientes!
 Cada palabra que pronunciamos tiene un enorme poder. Las palabras que emiten nuestros labios pueden convertirse en fuente de vida o de muerte. Si alguien nos pidiera que recordásemos palabras que nos han herido no nos llevaría demasiado tiempo en reabrir esa cicatriz marcada en el corazón por aquel que dejó la impronta del dolor. Del mismo modo, cualquier palabra benéfica recibida calienta nuestro corazón cuando regresa a nuestra memoria.
He abierto hoy el capítulo 12 del Libro de los Proverbios. Me ha hecho consciente de que las palabras hieren como los golpes de una espada, mientras que el lenguaje de los sabios es como un bálsamo que sana. Y que la muerte y la vida están en el poder del lenguaje, que tienes que contentarte con los frutos que tu lenguaje haya producido. 
Las palabras de la vida nos animan a todos. Pero también es cierto que las palabras irreflexivas pueden terminar con un sueño o demoler la autoestima, ya sea de manera intencional o involuntaria. Toda palabra negativa desalienta a las personas y empeoran las situaciones.
¿Cómo puedo llegar a ser un auténtico discípulo de Cristo que ofrezca palabras de vida cuando me es tan fácil pronunciar palabras de las que luego tengo que arrepentirme? Cuando siga la máxima de ser capaz de sacar la bondad que llevo en mi corazón porque de la abundancia del corazón habla mi boca y cuidando los pensamientos con los que entretengo mi corazón. Esto equivale a invitar al Espíritu Santo a hacerse cargo de todos mis pensamientos para que las actitudes correctas reemplacen aquellas revestidas de negatividad. Así, las palabras de la vida saldrán de manera natural de mi corazón.
¡Señor, cuanto tengo que aprender de Ti que en los momentos de mayor tensión, en el límite de tu paciencia, supiste callar y no responder! ¡Gracias, Padre, por el ejemplo vivo de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Jesús, por hacerme comprender que este es el camino y esta es la mejor actitud! ¡No permitas Espíritu Santo que salgan de mi boca palabras hirientes, frases despectivas, respuestas punzantes pues quiero parecerme a Jesús! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de la humildad y la sencillez para callar cuando conviene! ¡Ayúdame a encontrar en Jesús y en la luz del Evangelio las palabras adecuadas para que ser testimonio de verdad y de amor! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a aprender a callar y vivir en la Palabra de Jesús; ayúdame a hablar y proclamar su Palabra! ¡Concédeme la gracia, si conviene, de hacerlo desde la cruz porque allí es desde donde se perdona de corazón, se construye la paz y se es fiel a la voluntad del Padre! ¡Pero ayúdame a no permanecer callado ante las mentiras que atacan a la Verdad!
Sublime gracia (Amazing grace):

sábado, 24 de marzo de 2018

La “pobreza de espíritu”, ¿que alguien me explique qué es?

Para algunos, “la clave de la vida espiritual”

Lo leemos en San Mateo 5, 1-12: “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos”. El papa Francisco insiste que el las Bienaventuranzas son “el único camino de la verdadera felicidad y único medio también de reconstruir la sociedad”.
Pero concretamente, ¿qué tipo de pobreza es la “de espíritu”? Jacques Philippe, sacerdote de la Comunidad de las Bienaventuranzas, en la que ha desempeñado responsabilidades, piensa que “el mundo de hoy “está enfermo de su orgullo”, de su “avidez insaciable de riqueza y poder, y no puede curarse sino acogiendo el mensaje de las Bienaventuranzas”.
El padre Philippe es un sacerdote que predica ejercicios en todo el mundo y cuya obra se encuentra en español editada por completo por la editorial Rialp.com.
La “pobreza de espíritu”, es para el autor “la clave de la vida espiritual”.
Jacques Philippe, en La felicidad donde no se espera. Meditaciones sobre las Bienaventuranzas, reconoce que cuando él era un joven sacerdote, “tenía cierta dificultad para predicar sobre las Bienaventuranzas”.
“Las Bienaventuranzas son una promesa de felicidad: no se trata de una felicidad o una satisfacción simplemente humana”. El texto griego evangélico usa la expresión “ptochós to pnéuma” (pobres en el espíritu), o según en qué traducción, “los que tienen un corazón pobre”.

La pobreza “buena”

Hay una pobreza negativa: miseria material o moral, vacío interior, que “por supuesto hay que combatir, y es lo que hace la Iglesia”.
Pero también hay una “pobreza que es buena, fuente de vida y de alegría”. Se trata de “una forma de libertad, la libertad de recibirlo todo gratuitamente y darlo todo gratuitamente”.
“La pobreza de corazón es a fin de cuentas la libertad de recibirlo todo gratuitamente, sin que nuestro ego, sus pretensiones y reivindicaciones, se interpongan”, explica este biblista.
Supone “una muerte a sí mismo, un desprendimiento radical”.
Una de las afirmaciones más recurrentes del Antiguo Testamento y en los Salmos en particular es la de la ternura de Dios para con el pobre que acude a Él.
Ser pobres es en primer lugar “estar en la verdad de Dios”, reconocer “nuestra limitación radical de criatura” y también “nuestra total dependencia de su amor”.
Esta toma de conciencia conduce a la humildad, al arrepentimiento, pero nunca a la tristeza o al desánimo”, aclara Philippe.
“Ser pobre de espíritu significa aceptar la total dependencia de la misericordia de Dios”. No tener nada, no ser nada por sí mismo, pero recibirlo todo, con una conciencia muy viva de la gratitud absoluta de los dones de Dios.
En la pobreza de corazón es muy importante “no reclamar nada, no reivindicar nada por el bien que hemos realizado”.

viernes, 9 de marzo de 2018

¿Si no me gusta la cruz puedo ser cristiano?

Me niego a querer a un Dios que tolera impávido la injusticia, la desigualdad, la muerte, la enfermedad

Me cuesta aceptar el mal. No entiendo la maldad que veo y toco. No comprendo las injusticias que me hieren. Me rebelo ante la muerte de un niño inocente. Ante las calamidades provocadas por la naturaleza indómita.
Busco a Dios como juez culpable de todo lo que pasa. Porque Él lo ha creado todo. Culpo su poder, su omnipotencia.
Me dicen para calmarme: “Está en su plan”, “Dios lo ha querido así”, “tendrá algún sentido en su corazón”.
Pero yo sigo sin comprenderlo. Y aún más me rebelo con estas explicaciones, porque no lo entiendo.
Tampoco logran consolarme los que no han sufrido mis mismos males. Yo solo conozco mi dolor: “Porque al que sufre, los consuelos de un consolador dichoso no le resultan de gran ayuda, y su mal no es para nosotros lo que es para él”[1].
No saben lo que yo sufro. Y no acepto un consuelo de quien no padece mi mal.
También me dicen que Dios me lo ha mandado y que habrá algún sentido escondido detrás del sinsentido. Que viene de su mano y es bondadoso. Y me quiere con locura aunque no lo note en mi desgarro.
Sé que el bien está unido a su amor. ¡Cuántas veces le agradezco por todo lo bueno que me ocurre! ¿Pero el mal? No lo entiendo.
El mal parece que solo lo permite. Pero me niego a querer a un Dios que tolera impávido la injusticia, la desigualdad, la muerte, la enfermedad. Un Dios que lo tolera todo sin hacer nada por solucionarlo.
Eso se llama omisión.
Es como un padre que abandona a su hijo en medio de una injusticia permitiendo su dolor. O lo deja ahogarse sin tenderle una mano salvadora. ¿Cómo no voy a condenar a ese padre injusto, cómplice del mal? Lo condeno.
Condeno a Dios por su pasividad. No lo puedo amar. Me parece un Dios débil, pusilánime. No sé muy bien cómo explicar entonces el sentido del mal a quien me pregunta. Yo mismo me turbo y me duele muy dentro.
En la película La Cabaña escucho una afirmación sobre Dios que me da algo de luz: “Puede hacer un bien enorme a partir de tragedias, pero eso no significa que Él orqueste esas tragedias”.
Sí, Dios puede sacar un bien inmenso de un mal que Él no ha querido. Él no lo ha orquestado. Él no quiere que yo sufra. Eso me da paz.
El otro día leía: “Los cristianos saben que Dios no desea el mal. Y si ese mal existe, Dios es su primera víctima. El mal existe porque no se recibe su amor. Un amor ignorado, rechazado y combatido. Cuando más monstruoso es el mal más evidente se hace que Dios es, en nosotros, la primera víctima”[2].
Dios mismo es víctima del mal. Dios participa de mi mal. Herido por mi mal. No lo entiendo, pero sé que Dios está ahí, en medio de mi cruz. Su amor se hace presente en mi dolor.
No me gusta el sacrificio, ni renunciar, ni sufrir. Me dicen que en el mal Dios me educa para hacerme fuerte.
Pero me hace daño esa forma de educar. Yo no educo así, al menos. No me gusta castigar con dureza para que aprendan. No hago daño para que mi hijo comprenda cuánto lo amo. No lo dejo solo en su desgracia para que se haga fuerte sin mi ayuda.
Dios no es así. Él me sostiene en mi dolor, solo eso. Sólo quiere que sea feliz.
Pero también sé que ese sufrimiento del que huyo es el lugar en el que aprendo a vivir. Porque cuando sufro, me curto, me hago más fuerte. En las duras batallas me hago resistente al desánimo. Más resiliente para no caer en la depresión.
Cuando mi vida no es fácil me esfuerzo y crezco y me hago más hombre. Dejo de ser un niño dependiente y frágil.
Me recuerda a ese gusano que lucha por salir del capullo y al final lo consigue. Ese esfuerzo imposible fortalece sus alas y así la mariposa en la que se ha convertido puede volar.
Si yo le ayudara a salir evitando su esfuerzo, sus alas no le permitirían volar. Eso lo entiendo.
Al luchar por vencer en la tormenta, por salir de las desgracias, por vencer en el abandono y en el fracaso, veo cómo mis alas se hacen más fuertes.
Mis músculos, mi alma. Y puedo volar más alto, llegar más lejos. Me hago fuerte, con más resistencia al desánimo.
Salir adelante en medio del temporal me da más capacidad para tolerar la frustración. Puede hacerlo el dolor, el sufrimiento.
Las dificultades que me abruman me acaban haciendo más fuerte. La comodidad y la vida fácil me debilitan. Lo he visto tantas veces. Sé que me cuesta la cruz.

[1] Paul Claudel, La anunciación a María, 34
[2] Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio, 66

lunes, 5 de marzo de 2018

Plantearse la propia vocaciónAparte de la introspección interior, la Cuaresma me invita a salir de mi tierra de confort e ir a la casa del Padre. Subir a la montaña del silencio para dedicar un tiempo a la oración y tener una mayor cercanía con Dios. La Cuaresma también es un momento adecuado para plantearse la propia vocación cristiana. La vocación es parte del plan que Dios tiene para cada uno. Si es el plan de Dios es también mi plan; la vocación reajusta mis intereses y mis voluntades, la pobreza de mis proyectos y mis grandes veleidades. La vocación es la aceptación de la voluntad divina en mi propia vida; es una llamada, que puedo aceptar libremente, y desde ese momento mi voluntad queda sometida a la voluntad del Padre. Como la vocación es un proyecto fundado en el amor divino ningún plan humano es mejor que el plan de Dios, aunque a los ojos de los hombres pueda parecer disparatado o sorprendente. Porque lo que Dios ofrece es siempre lo más conveniente para mi y aceptando su plan, aceptando mi vocación, acepto generosamente un encuentro de amor con Dios. Dándole mi sí, también le ofrezco lo mejor de mi propia existencia. Dándole sentido a mi vocación respondo con amor al amor infinito de Dios. Mi vocación personal, de esposo, de padre, de empresario, de buscar la santidad personal… forma parte de mi manera de entender y vivir la vida y, sobre todo, de ordenarla como parte de mi servicio para la mejora de la sociedad. Pero la llamada —origen de la vocación— no emana de la persona. Viene de Dios a través de Cristo, que es quien invita. Uno puede recibirla y es libre o no de aceptarla. Así, mi vocación, comporta una responsabilidad tanto en la sociedad como en la Iglesia, exige de mi una conducta intachable porque vivir la vocación, cualquier que sea, es la respuesta a una llamada divina en la plenitud del amor. Un don de Dios y como tal comprendes que tu vida es una misión en la que vas descubriendo que formas parte del plan divino para el que has sido creado. ¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! orar con el corazon abierto ¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! ¡Espíritu divino, he sido creado en Cristo y para Cristo, concédeme la gracia de responder a la llamada de Dios a la santidad! ¡Ayúdame a comprender que mi vocación forma parte del plan establecido por Dios para mi santidad personal, que forma parte del sentido profundo de mi existencia, la razón de mi ser cristiano! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a permanecer siempre en comunión con Dios! ¡Concédeme la sabiduría para saber elegir, libremente, mi vocación para aceptar la elección que Dios ha hecho para mi! ¡Hazme ver que mi vocación tiene una dimensión eterna! ¡Permíteme, Espíritu Santo, entender mi vocación como parte de la llamada amorosa de Dios, estar atento a la llamada de Jesús por medio de su Palabra, mediante terceras personas, por medio de los diferentes acontecimientos de mi vida! ¡Dame, Espíritu Santo, la capacidad de discernimiento para darle autenticidad a mi vocación cristiana! ¡Que sea capaz de leer, Espíritu de Amor, los signos que se me presentan para tener siempre la certeza moral de la llamada del Señor! ¡Hazme ser siempre obediente a la llamada y no permitas que mis obstinación y mi voluntad prevalezcan sobre los planes que Dios tiene pensados para mi! ¡Dame mucha fe, Espíritu consolador, para entregarme a Dios! ¡Concédeme la gracia del sacrificio y del amor para atender la llamada de Jesús y mucha vida interior para ser generoso a esta llamada! ¡Dale relieve y profundidad a mi vida! ¡Dame mucha luz para ver el camino de mi vocación; fortaleza para recorrerlo, gracia para vivirlo, libertad para aceptarlo, carisma para transmitirlo, sencillez y humildad para ejercerlo, certeza para experimentarlo, amor para vivenciarlo, perseverancia para seguirlo, generosidad para compartirlo y fidelidad y compromiso para llevarlo a cabo! ¡Indícame siempre, Espíritu de amor, cuál es la meta a la que me debo dirigir! ¡Ayúdame a ser testimonio de Cristo ante mi prójimo y dirigir todo lo que hago hacia Dios! Vocación al amor, cantamos hoy:


Desde Dios

Aparte de la introspección interior, la Cuaresma me invita a salir de mi tierra de confort e ir a la casa del Padre. Subir a la montaña del silencio para dedicar un tiempo a la oración y tener una mayor cercanía con Dios.
La Cuaresma también es un momento adecuado para plantearse la propia vocación cristiana. La vocación es parte del plan que Dios tiene para cada uno. Si es el plan de Dios es también mi plan; la vocación reajusta mis intereses y mis voluntades, la pobreza de mis proyectos y mis grandes veleidades.
La vocación es la aceptación de la voluntad divina en mi propia vida; es una llamada, que puedo aceptar libremente, y desde ese momento mi voluntad queda sometida a la voluntad del Padre.
Como la vocación es un proyecto fundado en el amor divino ningún plan humano es mejor que el plan de Dios, aunque a los ojos de los hombres pueda parecer disparatado o sorprendente. Porque lo que Dios ofrece es siempre lo más conveniente para mi y aceptando su plan, aceptando mi vocación, acepto generosamente un encuentro de amor con Dios. Dándole mi sí, también le ofrezco lo mejor de mi propia existencia. Dándole sentido a mi vocación respondo con amor al amor infinito de Dios.
Mi vocación personal, de esposo, de padre, de empresario, de buscar la santidad personal… forma parte de mi manera de entender y vivir la vida y, sobre todo, de ordenarla como parte de mi servicio para la mejora de la sociedad. Pero la llamada —origen de la vocación— no emana de la persona. Viene de Dios a través de Cristo, que es quien invita. Uno puede recibirla y es libre o no de aceptarla.
Así, mi vocación, comporta una responsabilidad tanto en la sociedad como en la Iglesia, exige de mi una conducta intachable porque vivir la vocación, cualquier que sea, es la respuesta a una llamada divina en la plenitud del amor. Un don de Dios y como tal comprendes que tu vida es una misión en la que vas descubriendo que formas parte del plan divino para el que has sido creado.
¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo!
¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! ¡Espíritu divino, he sido creado en Cristo y para Cristo, concédeme la gracia de responder a la llamada de Dios a la santidad! ¡Ayúdame a comprender que mi vocación forma parte del plan establecido por Dios para mi santidad personal, que forma parte del sentido profundo de mi existencia, la razón de mi ser cristiano! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a permanecer siempre en comunión con Dios! ¡Concédeme la sabiduría para saber elegir, libremente, mi vocación para aceptar la elección que Dios ha hecho para mi! ¡Hazme ver que mi vocación tiene una dimensión eterna! ¡Permíteme, Espíritu Santo, entender mi vocación como parte de la llamada amorosa de Dios, estar atento a la llamada de Jesús por medio de su Palabra, mediante terceras personas, por medio de los diferentes acontecimientos de mi vida! ¡Dame, Espíritu Santo, la capacidad de discernimiento para darle autenticidad a mi vocación cristiana! ¡Que sea capaz de leer, Espíritu de Amor, los signos que se me presentan para tener siempre la certeza moral de la llamada del Señor! ¡Hazme ser siempre obediente a la llamada y no permitas que mis obstinación y mi voluntad prevalezcan sobre los planes que Dios tiene pensados para mi! ¡Dame mucha fe, Espíritu consolador, para entregarme a Dios! ¡Concédeme la gracia del sacrificio y del amor para atender la llamada de Jesús y mucha vida interior para ser generoso a esta llamada! ¡Dale relieve y profundidad a mi vida! ¡Dame mucha luz para ver el camino de mi vocación; fortaleza para recorrerlo, gracia para vivirlo, libertad para aceptarlo, carisma para transmitirlo, sencillez y humildad para ejercerlo, certeza para experimentarlo, amor para vivenciarlo, perseverancia para seguirlo, generosidad para compartirlo y fidelidad y compromiso para llevarlo a cabo! ¡Indícame siempre, Espíritu de amor, cuál es la meta a la que me debo dirigir! ¡Ayúdame a ser testimonio de Cristo ante mi prójimo y dirigir todo lo que hago hacia Dios!
Vocación al amor, cantamos hoy:



¿Cuál es mi monte?

Desde Dios
Me impresiona las veces que en las Escrituras aparece la figura del monte como lugar concreto en el que se revela la cercanía de Dios. En el monte, construye Noé su arca y levanto su altar para que Dios hiciera un nuevo pacto con el hombre creado pro Él. En el monte, junto a la zarza ardiente, Moisés recibe de Dios las tablas de la ley. En el monte se revela Dios a Abraham y su propósito para la salvación de la humanidad. En el monte tiene lugar uno de los sermones más hermosos y profundos de Jesús, el Sermón de la Montaña. En el monte sana a los desventurados. En las verdes montañas de Galilea, se manifiesta como salvador del mundo. Al monte sube con frecuencia a orar. En el monte es tentado por el diablo. En el monte tiene lugar su Transfiguración. En el monte vive momentos de angustia y desolación ante el momento trágico de la Pasión. Al monte del Calvario asciende con la cruz y es crucificado por la salvación del mundo.
En la vida de Jesús, como en la de cada uno, hay montes decisivos vinculados entre sí.
Cada uno puede subir a los montes junto a Jesús. Los más importantes, el de la Transfiguración en el que Jesús experimenta la mayor experiencia del amor de Dios; el del Calvario donde se experimenta la mayor entrega del hombre por amor; y el de los Olivos, el de su ascensión para su glorificación. Los tres marcan los caminos de la vida cristiana. Para llegar al último hay que experimentar primero el amor de Dios y, con la fuerza de este amor, ser capaces de portar la cruz para, resucitando con él, llevar a nuestro mundo la verdad de la esperanza en la buena nueva.
Las montañas de la vida son difíciles de subir. Esta dificultad, sin embargo, te lleva al encuentro con el Señor por medio de la oración, de la Palabra, de la Eucaristía, en el ejercicio de la caridad y las obras de misericordia. A la cima de una montaña se accede por caminos sinuosos, pedregosos, llenos de obstáculos. Hay caídas, heridas, esfuerzo y sufrimiento. Pero una vez llegados a la cima sientes la cercanía de Dios, el respirar el aire limpio que todo lo purifica, el descubrir la belleza inmensa de la creación, el admirar desde lo alto la propia interioridad con el corazón elevado al cielo, el entregarse a la verdad y, aunque la actitud normal es intentar permanecer en ella acomodado, es necesario regresar al valle para, habiéndose encontrado con uno mismo, libre de las ataduras del mundo, con la claridad de ser conscientes de tener al mismo Dios en el corazón, disponerse al encuentro con el prójimo y hablarle del amor de Dios como hicieron Moises y Abraham y, sobre todo, como hizo Jesús.
Pero la pregunta clave es: ¿Cuál es el monte al que debo subir? ¿Estoy dispuesto a hacerlo para como dice el Señor, presentarme ante Él preparado para encontrarme ante su presencia?
¡Padre, tu le dijiste a Moisés: «Prepárate y sube de mañana al monte, y preséntate ante mí en la cumbre del monte», pero sabes que muchas veces me cuesta ponerme en marcha y comenzar a caminar! ¡Ayúdame a que cada día pueda subir al monte y encontrarme contigo! ¡Ayúdame a subir descargado de todo, dejándolo todo en tus manos, sin temores ni ansiedades, sin miedos ni angustias, sin preocupaciones mundanas porque Tu eres mi protector! ¡Quiero subir al monte, Padre, para que comer de tu Palabra y beber de tu Espíritu! ¡Quiero subir al monte, buen Dios, para revestirme de nuevas fuerzas y bajar al valle de la vida revestido de tu gracia! ¡Quiero subir al monte para que las flechas del enemigo no me dañen! ¡Quiero subir al monte para encontrarme con Jesús en la oración, para alimentarme de su Palabra, para sentir la agradable sensación de su presencia en mi vida, para sentir los chorros de gracia del Espíritu derramándose sobre mi pequeña persona! ¡Espíritu Santo, ayúdame a alzar la mirada hacia lo alto para encontrar las respuestas adecuadas! ¡Ayúdame a subir al monte para descargar mis afanes cotidianos, para escuchar tu susurro y seguir la voluntad de Dios, para no vivir centrado solo en lo mundano, para no dejarme engañar por las falsedades de este mundo, para encontrar el valor de las cosas eternas, para tener un encuentro auténtico con Cristo! ¡Ayúdame a subir al monte para no tratar de cambiar las cosas según mi voluntad y mis capacidades sino por medio de las que tu gracia me otorga! ¡Ayúdame a subir al monte de la oración para elevar mi mirada a lo sagrado más allá de mis preocupaciones y mis problemas buscando siempre la presencia de Jesús en mi vida! ¡Ayúdame a subir al monte para contemplar el poder y la gloria de Dios que se manifiesta cada día en mi vida! ¡Ayúdame a subir al monte de la adoración para creer en Dios y en su promesas, para abrir mi corazón y llenarlo del amor de Dios y alejar de mi interior todas las amarguras, rencores y egoísmos que me atenazan, de las quejas que salen de mis labios, de los reproches constantes! ¡Y en este tiempo de Cuaresma, ayúdame a subir al monte para ver la luz transfigurada de Cristo que es mi esperanza, que es el destino al que me lleva el misterio de la Pascua, el que todo lo inunda y todo lo transforma! ¡Ayúdame a subir al monte para bajarlo lleno de su amor y de su misericordia y en el valle de lágrimas que es la vida caminar lleno de paz, de esperanza, de amor y de fortaleza!
Salvum me fac, Domine! (¡Sálvame, Señor!) con la música de Alessandro Grandi:



sábado, 3 de marzo de 2018

¿Te atribuyes resposabilidades inexistentes?

Quiero dejar de juzgar, a los demás, a mí, al mundo y a Dios

Me gusta juzgar y juzgo sin ningún problema. Me detengo delante de la vida. Observo en silencio. Decido lo que está bien y lo que está mal. Destaco la palabra oportuna y condeno la que está fuera de lugar.
Decido yo los comportamientos que corresponden y me indigno con los que se salen de mi norma. Agredo al que infringe la ley. Me obsesiono con el que no cumple.
Cuando juzgo me siento superior, es la condición para el juicio: Juzgar requiere que te creas superior a quien juzgas.
Pero tengo que reconocer que muchas veces son mis complejos y límites los que me hacen juzgar y condenar. Tal vez por eso caigo con tanta frecuencia en el juicio.
En la película La Cabaña el protagonista se erige en juez de todo. Y en un momento dado se pregunta: “¿Qué derecho tenía él a juzgar a nadie? Cierto, tal vez era culpable, en alguna medida, de juzgar a casi todas las personas que había conocido, y muchas que no. Supo que era absolutamente culpable de ser egocéntrico. ¿Cómo se atrevía a juzgar a quienquiera? Todos sus juicios habían sido superficiales, basados en actos y apariencias, cosas fáciles de interpretar por cualquier estado anímico o prejuicio que sustentara la necesidad de exaltarse a sí mismo, sentirse seguro o pertenecer”.
Es como si mi juicio me hiciera sentirme mejor. Me fijo en la apariencia. En la forma de mirar. En el lenguaje corporal. Y juzgo.
“Has juzgado a muchas personas a lo largo de tu vida. Has juzgado los actos, e incluso los motivos de los demás, como si supieras cuáles son en realidad. Has juzgado el color de piel y el lenguaje corporal y el olor. Has juzgado la historia y las relaciones”.
Me atrevo a juzgar las motivaciones ocultas. Y me creo con la habilidad para asociar la conducta de una persona con alguna causa arrinconada en un lugar escondido dentro de su historia personal.
Y todo sin apenas conocer a quien condeno.
Al sentirme juez me creo importante. Es como si alguien me hubiera dado el poder de juzgar la realidad. Me siento seguro.
Interpreto los comportamientos de los demás. Aunque no me incumban. Aunque no tengan nada que ver conmigo. Suelo ser inmisericorde cuando juzgo comportamientos y actitudes ajenas.
Y de ese juicio tampoco escapo yo. Siempre me encuentro culpable. Y no me perdono los errores, olvidos y caídas. Soy implacable con mi debilidad. No hay misericordia. Mi juicio es duro.
Me atribuyo responsabilidades inexistentes. Y creo que soy yo el responsable de muchos males. Yo dejé de hacer. O no cuidé. O pasé por alto. Soy yo el que debe pagar. No hay perdón posible. ¿Cómo se pueden perdonar tantas debilidades? Implacable es mi mirada.
Y también juzgo el mundo y decido lo que no es justo. Veo lo que tendría que cambiar. Y hago responsable a Dios. Porque Él en definitiva es el último responsable de todo.
Si Él es todopoderoso tiene que ser capaz de cambiar las cosas. Y si no lo hace es que no puede, o no quiere que es mucho peor. Casi prefiero a un Dios impotente antes que a un Dios injusto. No lo conozco. No lo amo.
En la misma película: “Son ustedes, los seres humanos, quienes han abrazado el mal, y Dios ha respondido con bondad. Renuncia a ser su juez y conoce a Dios tal como es. Entonces podrás abrazar su amor en medio de tu dolor, en vez de alejarlo con tu egocéntrica percepción de cómo debería ser el universo. Dios se ha introducido en tu mundo para estar contigo”.
No conozco a Dios. No creo en ese amor lleno de bondad que me ama en un mundo injusto. ¡Cuántas veces en mi vida he condenado a Dios!
He sentido que no me quería y que su proceder no era justo. Y me he llenado los labios de rabia. Y el alma de oscuridad.
No he perdonado a ese Dios que ha permitido que mi vida sea como es hoy. Con sus carencias y sus pérdidas.Quiero cambiar mi mirada. Quiero dejar de ser juez.



miércoles, 28 de febrero de 2018

No soy una sorpresa para Dios


Dsede Dios

Me gusta recordar con frecuencia algo que es importante en mi vida: no soy una sorpresa para Dios. Antes de formarme en el vientre materno, Él ya sabía de mi. Antes de que saliera del seno de mi madre, ya me había consagrado. Dios sabía lo qué podía esperar de mí desde el momento mismo de mi nacimiento,
Nadie ha aparecido en este mundo por casualidad. Somos su creación. Él conoce mi principio y mi final. Cada uno de los días de mi vida están escritos en mi libro de vida. Cada una de las decisiones que adopto en esta vida, acertadas o no, justas o injustas, buenas o malas, Dios las conoce con antelación. Cada palabra, cada pensamiento, cada gesto, cada actitud que tomo, Dios es consciente del sentido que le quiero dar. Como sabe de cada debilidad y cada error que cometo.
Y no por ello Dios se decepciona de mi porque una característica de Dios es tener esperanza en el hombre. Dios nos ofrece libertad y sabe que puede cambiar nuestro corazón si permanecemos unidos a Él.
Dios no me descalifica por no ser capaz de alcanzar la perfección pero por medio de su Santo Espíritu quiere trabajar en mi. Por eso, en este tiempo de transformación interior no puedo más que exclamar: ¡Gracias, Padre, por confiar en mi y ayudarme a renovar mi interior!
 ¡Gracias, Padre, porque soy un milagro tuyo! ¡Gracias, Padre, por tu infinito amor! ¡Gracias, porque soy una creación personal tuya, un proyecto del amor tan grande que sientes por mi! ¡Gracias, Padre, porque esto me hace un humilde heredero de tu gloria! ¡Gracias, porque ser hijo tuyo me predispone a alcanzar el cielo el lugar al que aspiro llegar para sentir todo tu amor! ¡Gracias, Padre, porque no soy una sorpresa para ti, porque tu amor me convierte en un milagro de tu creación! ¡Gracias, Padre, por el aliento de vida, de esperanza, de fortaleza, de sabiduría, de gratitud que recibo de tu Santo Espíritu, que me hace capaz de superar las dificultades y de caminar hacia Ti! ¡Gracias, Padre, porque todo lo que tengo y lo que soy es un regalo que viene de Ti! ¡Gracias, Padre, por los talentos que me ofreces que son un don que recibo gratuitamente de Ti! ¡Gracias, Padre, porque siempre estás a mi lado aunque tantas veces no lo sepa ver! ¡Gracias, Padre, porque me das la oportunidad cada día para comenzar de nuevo porque Tú no pones límites, porque eres único en misericordia! ¡Gracias, Padre, porque me envías tu Santo Espíritu para que me ayude a discernir y seguir tu voluntad con libertad! ¡Gracias, Padre, por la felicidad que me ofreces! ¡Gracias, Padre, porque pones en mi camino al Espíritu Santo para reconstruir cada día mi vida y no desperdiciarla con el pecado! ¡Gracias, Padre, porque me enseñas a amar, a ser caritativo, a darme a los demás, a ser misericordioso, a perdonar, a ser sensible al sufrimiento y el dolor de los demás, a rezar! ¡Gracias, Padre, por la gracia de la fe y de la esperanza, por la capacidad que me das para elegir la verdad y para aceptar tu amor! ¡Gracias, Padre, porque a tu lado nada tempo porque soy un milagro de tu amor! ¡Gracias, Padre, porque me das la oportunidad para responder a tu amor! ¡Gracias, Padre, porque miro mi interior y me reconozco en ti pese a mi miseria y mi pequeñez: y como milagro de tu amor en este tiempo cuaresmal te pido que me purifiques, me salves, me renueves y me transformes el corazón!
Hoy, Señor, te doy gracias, cantamos acompañando a esta meditación:



lunes, 26 de febrero de 2018

Creo en Dios Padre Todopoderoso: ¿Todopoderoso?


Desde Dios
Creo en Dios Padre Todopoderoso. ¿Todopoderoso? Lo recitamos en el Credo pero, ¿se puede afirmar la omnipotencia divina cuando en nuestro mundo hemos de enfrentamos al sufrimiento, a la tribulación o al mal que Él, Creador de todo, permite? ¿Es lógico que ante tanto sufrimiento y tanto dolor para muchos sea problemático creer en Dios, al que los católicos definimos como Padre Todopoderoso? Dios es Dios. 
Esta realidad tan obvia se cita en el Catecismo. Uno debe salir de sus estereotipos y de sus patrones de pensamiento tan radicalmente humanos y recordar que nuestros pensamientos no son los de Dios y nuestros caminos no son los suyos.
La omnipotencia de Dios no es, en ningún caso, una fuerza arbitraria. La omnipotencia de Dios se ilumina por una luz deslumbrante, la luz de su paternidad. Y esta omnipotencia se presenta ocupándose de nuestras necesidades y con el gran regalo de nuestra adopción filial y, sobre todo, tiene su máxima expresión en la dulzura del gran amor que siente por cada uno de nosotros, por su infinita y paciente misericordia, por el poder que demuestra con el perdón gratuito de nuestros pecados en la confesión, en la libertad que otorga a nuestra vida y con la invitación permanente a que convirtamos nuestro corazón. ¡Qué manera tan hermosa y humilde de expresar su poder!
Pero hay un poder más profundo todavía. Es el de su entrega total por medio de Cristo, su Hijo, cuya presencia para la salvación del mundo revela su omnipotencia de Padre. Dar la vida por el otro, para la redención de los pecados, venciendo al mal con el bien.
¿Se puede afirmar, entonces, la omnipotencia divina cuando en nuestro mundo hemos de enfrentamos al sufrimiento, a la tribulación o al mal que Él permite? Pues cada vez que en el Credo recito la frase «Creo en Dios Padre Todopoderoso» no hago más que expresar mi fe en el poder de inconmensurable del amor de Dios que por medio de Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, fue crucificado, muerto y sepultado y resucitó al tercer día para vencer el odio, el dolor, el sufrimiento, el mal y el pecado; y afirmo también que gracias a esta muerte en Cruz nos ha abierto las puertas de par en par a la vida eterna para, según nuestra libertad, entrar algún día en la Casa del Padre.
¡Yo creo en Dios y, sobre todo, creo en su omnipotencia!
¡Padre bueno, creo en Ti, creo que eres Padre Todopoderoso; creo que has creado el cielo y la tierra y a los hombres por puro amor; creo en Tu Hijo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, y que padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado y resucitó para salvarnos del pecado y abrirnos las puertas del cielo! ¡Yo te glorifico, Dios mío, y te adoro porque eres un Padre amoroso, rico en gracia, magnífico en tu misericordia, generoso en el perdón y paciente con nuestras faltas! ¡Te glorifico, Padre, y te doy gracias por el regalo de Jesucristo, Tu hijo, Salvador de la humanidad, ejemplo a seguir como modelo de vida! ¡Concédeme la gracia, Padre, de fijar mi mirada siempre en Él y contemplarle con humildad y sencillez para a través suyo comprenderte y entenderte a Ti que eres la grandeza suma! ¡Te doy gracias, Padre, porque en tu omnipotencia nos amas con un amor desbordante, nos amas desde el momento mismo en que pensaste en nosotros, tu que eres justo y generoso! ¡Te doy gracias, Padre, porque eres el Dios Todopoderoso que rechaza el mal, el uso de la fuerza, la imposición y ejerces tu poder desde el amor!
Hoy, la Cantata 171 de Bach con el sugerente título de Dios, tu gloria es como tu nombre:



viernes, 23 de febrero de 2018

Sensible a la cruz del prójimo

Desde Dios
Ayer, meditando la quinta estación del Via Crucis, mi corazón se sobresalta y siento un profundo respeto por Simón de Cirene, hombre de fatigas, padre de familia, luchador tenaz… Como él, yo también transito por la vida trampeando según mi voluntad. Pero, en un momento determinado, Jesús fortuitamente le reclama. Y ese encuentro, en contra de su propia voluntad, se convierte en un punto decisivo en la vida. El Cirineo toma la Cruz de Jesús y se niega a si mismo. El débil lleva la cruz del fuerte debilitado por el amor. Y, más impresionante todavía, el que es salvado lleva con entereza la cruz del Salvador. ¡Puede uno imaginarse la enorme dignidad que implica llevar la Cruz de Jesús, el regalo del gran don de participar en la obra de la redención!
¿Como entendería pasado el tiempo el Cireneo aquella oportunidad de ponerse al servicio de Jesús? ¿Cómo entiendo yo el poder ser un Cirineo de Cristo? ¿Comprendo, como entendió Simón de Cirene, que si ofrezco mi vida me convierto en grano que da frutos para mi bien y el de los demás pero que si me aferro a la mundanalidad del mundo mi vida se mustia abrasada por la falta de amor?
¡Cuanto valor tiene en esta estación el ejemplo de Jesús que ha venido a este mundo a servir y no a ser servido!
Hay que llevar la cruz y, cuando sea necesario, llevar también la cruz del hermano porque el dolor llevado con un Cireneo aligera la carga. Estar siempre atentos a la necesidad del otro. Cualquier palabra, llamada, queja o desfallecimiento del hermano es un clamor que proviene del mismo Dios.
Uno contempla en el Cirineo la necesidad de ser sensible a la cruz del prójimo. Saber llevarla con ternura y amor para radicar el egoísmo de nuestro corazón. Ser capaces de descubrir la mirada de Dios en cada necesidad y en cada pena de la persona que reclama nuestro favor.
El Cirineo te enseña a abrir el corazón al amor de Dios para dar al prójimo la felicidad que espera. Pero te recuerda también los rostros de tantos que han cargado tu propia pesada cruz en los momentos de necesidad, de sufrimiento y dificultad. Te enseña a abrirte a la humildad para dejarse siempre ayudar y ser auténticos y humildes Cirineos para aquellos que conviven a nuestro alrededor.

¡Jesús, soy consciente de que necesitas de mis manos para ayudar al prójimo! ¡Que necesitas de mis hombros para cargar con el peso de su sufrimiento y de su dolor! ¡Necesitas de mis pies para llevarlo hacia Ti! ¡Necesitas que abra mi corazón para que lo acoja con amor! ¡Quiero ser tu Cireneo, ese Cireneo decidido, sincero, auténtico y valiente de los otros Cristos perdidos en el camino de la vida y cuyas vidas carecen de sentido! ¡Señor, como Tu, quiero ser un Cireneo de valores objetivos, absolutos, que asuma libre, valiente y conscientemente la necesidad de llevar la Cruz! ¡No quiero rechazar la Cruz, Señor, como hizo inicialmente el Cireneo sino aceptarla y abrazarla con amor; sabiendo cargarla en los momentos de fracaso, de sufrimiento, de debilidad, de tentación, de pena y de dolor pero también en esos momentos en que todas las cosas me van bien! ¡Quiero que cada día sea un encuentro fortuito como el de Simón pero que con el paso de las horas se haga más profundo! ¡Hazme, Cireneo de los demás, Señor, para llevarles tu amor y estar siempre disponible en sus necesidades! ¡Y te doy gracias, Señor, por los Cireneos que has puesto en mi vida, han sido un regalo de tu infinita misericordia; solo tu sabes lo que han supuesto para mi! ¡Y no permitas que falten en este mundo Cireneos que ayuden a tantos a llevar con esperanza las cargas de su cruz, te lo suplico Señor!

Eres mi Cireno, cantamos hoy:



miércoles, 21 de febrero de 2018

Ser feliz en la imperfección.




Miro mi desorden, miro mi camino, y sonrío.

A veces tengo claro lo que tengo que hacer y me pongo manos a la obra. Actúo, decido, pienso. Y soy coherente con lo que emprendo. Mis pensamientos y mis acciones parecen ir al unísono por un tiempo. Hay armonía.
Pero no dura demasiado. Súbitamente surge algo que me distrae. Me aleja de lo importante. O de lo que yo creo que es lo más importante.
Y me encuentro pensando en cosas diferentes a las que de verdad deseo. Me veo navegando por mares que no he soñado. O alcanzando cimas jamás pensadas.
Puede ser mi apego a mis riquezas lo que me hace débil. Esas riquezas del mundo que tientan mi alma. Son los síntomas que me muestran que no estoy en paz conmigo mismo o con la vida que Dios me regala.
¿Cuáles son mis riquezas? ¿Qué me entristece y tienta en este mundo que llama a la puerta de mi corazón?
Voy con prisas. Surgen los miedos. No soy tan libre como deseo y me pesan las cadenas. Estoy atado a mi vida.
Me da miedo no ser fiel a lo emprendido. O dejar de soñar con lo más grande para mi vida. O pensar que ya está bien de malgastar mis días sirviendo sin que nadie lo valore. Y tiemblo.
La vida es muy corta. O puede que demasiado larga. Según se mire. Y quiero poseer todo lo que me tienta. El cielo y la tierra. La eternidad y el presente. El amor y el poder. La juventud y todos los sueños. Me veo desordenado por dentro. Lleno de deseos.
El otro día leía: “El hombre es un ser relacional. Si se trastoca la primera y fundamental relación del hombre – la relación con Dios – entonces ya no queda nada más que pueda estar verdaderamente en orden. De esta prioridad se trata en el mensaje y el obrar de Jesús. Él quiere en primer lugar llamar la atención del hombre sobre el núcleo de su mal y hacerle comprender: Si no eres curado en esto, no obstante todas las cosas buenas que puedas encontrar, no estarás verdaderamente curado”[1].
Miro mi mal. Mi pecado. Mi tentación más grande. Me detengo en mi orgullo y en mi vanidad. Me veo tan lejos de Dios.
Me consume por dentro el deseo de vencer siempre. De salirme siempre con la mía. De conseguir todo lo que quiero. Sin tener en cuenta a quién dejo derrotado en el camino.
La obsesión por controlar las horas. La pasión por ser admirado y querido por todos y siempre. El desorden de mi corazón herido que busca afecto.
No he aprendido a perdonar del todo las heridas de antaño. Y me alejo lentamente del Dios de mi vida al que juzgo y condeno. Él, que camina conmigo y me hace ver una y otra vez que si me distraigo y alejo de Él todo empieza a dejar de tener sentido.
Vuelvo hoy la mirada a ese Dios impotente ante mi miseria.
Me dice el padre José Kentenich: ¿Cómo nos ayuda Dios a resistir las tentaciones? No podemos hacerles frente nosotros solos. Es Dios quien nos dará las fuerzas necesarias. Nos convenceremos de ello en la medida en que nos convenzamos del desorden de nuestra naturaleza y de los efectos del pecado original”[2].
Las tentaciones de un mundo en estampida, que corre por los caminos de la vida sin un sentido claro… y me tienta. Y yo me adhiero a las propagandas que me invitan a guardar mi vida, a enriquecer mi vida. A soñar con lo que no poseo.
En una película le preguntaban al protagonista: “¿Y eres feliz? ¿Qué te falta, qué deseas que aún no posees, para ser feliz?”.
Me despierto con esta misma pregunta prendida en la piel. ¿Soy feliz? ¿Qué me falta? Miro mi desorden. Miro mi camino. Y sonrío.
¿Qué más deseo? En realidad lo tengo todo para ser pleno. Si me miro bien sólo puedo dar gracias a Dios por lo vivido.
El protagonista respondió: “Paz. Solo quiero paz”.
Tal vez me falta esa paz para ser feliz. Para vivir sin prisas, sin stress.
No me importan tanto las distracciones. Son parte del camino. Y Dios me habla en ellas. Me susurra. Porque al caminar veo lo que me rodea y me distraigo.
Y en esas voces del camino me encuentro con Dios hablando. Y me dice tantas cosas. Me recuerda mi misión última. La de dar la vida.
Y me dice que mire dentro de mi corazón. Que no me equivoque buscando fuera. Que ahí me habla aunque a veces me tiente lo que no me da paz. Y me cueste entender sus silencios.
¿Por qué me obsesiono con poseer lo que al final tal vez no me haga tan feliz? Ese puesto de trabajo soñado, esa persona con la que compartir la vida para siempre, ese hijo que no llega, esa casa que deseo, ese coche, ese viaje, ese proyecto, esa tranquilidad económica, ese perdón que no logro, esa respuesta a mi pregunta que no escucho, esa persona que no regresa y me perdona…
Hay tantas cosas todavía por arreglar… Tantos sueños que no se hacen realidad en mi camino…
Me da miedo no ser feliz deseando lo que no me hace feliz. Y no quiero desaprovechar el presente que Dios me regala para encontrar sentido a todo lo que hago.
Hoy miro mi corazón. Me desnudo ante Dios que se acerca a mi vida. Despacio. Y pongo en sus manos mis sueños y mis miedos. Lo que no me hace feliz, lo que me alegra. Voy de su mano. Que Él venga a mí es lo único que me salva allí donde me encuentro.

[1] Benedicto XVI, La infancia de Jesús
[2] J. Kentenich, Envía tu Espíritu
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martes, 20 de febrero de 2018

10 ideas para una buena Cuaresma





Desde Dios

1. Retirarnos a una iglesia para saborear el silencio y la presencia de Dios.
En un mundo que nos roba la serenidad son necesarios espacios de tranquilidad y oasis de paz para valorar, reflexionar y hacer una autocrítica sobre la vida que llevamos

"El silencio es el único rumor que hace Dios cuando pasa por el mundo." Víctor Manuel Arbeloa


2. Escuchar la Palabra del Señor.
Estamos totalmente asediados y asaeteados por multitud de cuñas publicitarias y verdades a medias que son grandes mentiras. El Señor, con su Palabra, nos orienta para tomar la dirección adecuada sin alejarnos de El.

Que nadie diga: "¿para qué voy a ir a la iglesia? Mira los que van todos los días..., no practican lo que oyen"...
Sin embargo hacen algo: oír... Así, algún día podrán hacer las dos cosas: oír y practicar... Pero tú..., ¿cómo vas a llegar a practicar si estás huyendo de escuchar?. San Agustín de Hipona



3. Salir al encuentro de los demás.
El tren de las prisas, con sus correspondientes vagones de estrés, nos hace individualistas y pasar de largo de ciertas situaciones de dolor que nos rodean. La Cuaresma nos invita a abrir los ojos, el corazón (y los bolsillos si hace falta) para que no olvidemos que la Fe exige compromiso.

La caridad es una letra de cambio a largo plazo a favor del que la practica, aceptada por una firma de crédito ilimitado: Dios.
(Anónimo)



4. Amar y trabajar por la Iglesia.
Hoy, tal vez, no está de moda el decir "yo soy iglesia y la quiero". Lo cierto es que, en los períodos de dificultades, es donde de verdad salen a relucir y se manifiestan los valientes y grandes en la fe.

¡La Iglesia de hoy no necesita cristianos a tiempo parcial, sino cristianos de una pieza! Juan Pablo II


5. Retomar o, incluso iniciar, el gusto por la oración.
El Papa Juan Pablo II, nos invitó a recorrer el camino hacia la Semana Santa intensificando nuestra relación con Dios. El silencio, entre otras cosas, es el ruido que Dios hace cuando pasa cerca de nosotros.

"Ora cuando te sientas solo, la oración te traerá la compañía de Dios"


6. Guardar la vigilia y el ayuno.
Cuando uno/a "tiene un/a amante" es capaz de hacer cualquier cosa por él/ella. Cada viernes de cuaresma, siendo sobrios y distintos en nuestra alimentación, recordamos que Jesús sigue siendo importante en nuestras casas y... por ello mismo realizamos este gesto.

Libremos al cuerpo de sus toxinas, alimentémoslo correctamente y estará hecho el milagro de la salud (Dr. Arbuthnot Lan)


7. Eucaristía diaria.
Zarandeados por una constante y pertinaz secularización , los cristianos, necesitamos tomar fuerza y vitalidad de esa gran fuente de energía que emerge en el altar. Estamos en el Año Eucarístico; ¿por qué no hacer extraordinario cada atardecer o cada amanecer con nuestra participación en la Eucaristía?

La Eucaristía, el auténtico pesebre donde adorar a Jesús. (Padre Raniero Cantalamessa OFMCap)


8. Promover dentro de nuestras familias el apetito por Dios.
No hace falta ir lejos, ni mucho menos a otros continentes, para dar razón de nuestra fe. ¿Cuánto hace que no hemos recordado a nuestros familiares más directos su pertenencia a una iglesia que les dio a Jesús y que, como madre, les necesita?

La familia es el seno espiritual donde se fomentan las creencias y las costumbres.



9. Dar gracias a Dios por los valores que el Evangelio nos propone.
En medio del relativismo moral que nos sacude, lejos de desertar, hemos de ser agradecidos para con Dios porque nos hace diferentes a muchas personas que creen que en el "todo vale" reside la felicidad.

Leer y hacer lo que dice el Evangelio , ayuda a aspirar a una libertad más grande. (J.Vallmajor)


10. Hablar bien y con delicadeza.
No podemos olvidar que se consigue más "con miel que con hiel". La cuaresma es un buen momento para corregir las blasfemias en nuestro lenguaje y las ofensas o el juicio duro hacia los que nos rodean.
Suprimid y gritad contra Dios y se habrá hecho la noche en el alma humana.   (Lamartine)