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lunes, 5 de marzo de 2018

¿Cuál es mi monte?

Desde Dios
Me impresiona las veces que en las Escrituras aparece la figura del monte como lugar concreto en el que se revela la cercanía de Dios. En el monte, construye Noé su arca y levanto su altar para que Dios hiciera un nuevo pacto con el hombre creado pro Él. En el monte, junto a la zarza ardiente, Moisés recibe de Dios las tablas de la ley. En el monte se revela Dios a Abraham y su propósito para la salvación de la humanidad. En el monte tiene lugar uno de los sermones más hermosos y profundos de Jesús, el Sermón de la Montaña. En el monte sana a los desventurados. En las verdes montañas de Galilea, se manifiesta como salvador del mundo. Al monte sube con frecuencia a orar. En el monte es tentado por el diablo. En el monte tiene lugar su Transfiguración. En el monte vive momentos de angustia y desolación ante el momento trágico de la Pasión. Al monte del Calvario asciende con la cruz y es crucificado por la salvación del mundo.
En la vida de Jesús, como en la de cada uno, hay montes decisivos vinculados entre sí.
Cada uno puede subir a los montes junto a Jesús. Los más importantes, el de la Transfiguración en el que Jesús experimenta la mayor experiencia del amor de Dios; el del Calvario donde se experimenta la mayor entrega del hombre por amor; y el de los Olivos, el de su ascensión para su glorificación. Los tres marcan los caminos de la vida cristiana. Para llegar al último hay que experimentar primero el amor de Dios y, con la fuerza de este amor, ser capaces de portar la cruz para, resucitando con él, llevar a nuestro mundo la verdad de la esperanza en la buena nueva.
Las montañas de la vida son difíciles de subir. Esta dificultad, sin embargo, te lleva al encuentro con el Señor por medio de la oración, de la Palabra, de la Eucaristía, en el ejercicio de la caridad y las obras de misericordia. A la cima de una montaña se accede por caminos sinuosos, pedregosos, llenos de obstáculos. Hay caídas, heridas, esfuerzo y sufrimiento. Pero una vez llegados a la cima sientes la cercanía de Dios, el respirar el aire limpio que todo lo purifica, el descubrir la belleza inmensa de la creación, el admirar desde lo alto la propia interioridad con el corazón elevado al cielo, el entregarse a la verdad y, aunque la actitud normal es intentar permanecer en ella acomodado, es necesario regresar al valle para, habiéndose encontrado con uno mismo, libre de las ataduras del mundo, con la claridad de ser conscientes de tener al mismo Dios en el corazón, disponerse al encuentro con el prójimo y hablarle del amor de Dios como hicieron Moises y Abraham y, sobre todo, como hizo Jesús.
Pero la pregunta clave es: ¿Cuál es el monte al que debo subir? ¿Estoy dispuesto a hacerlo para como dice el Señor, presentarme ante Él preparado para encontrarme ante su presencia?
¡Padre, tu le dijiste a Moisés: «Prepárate y sube de mañana al monte, y preséntate ante mí en la cumbre del monte», pero sabes que muchas veces me cuesta ponerme en marcha y comenzar a caminar! ¡Ayúdame a que cada día pueda subir al monte y encontrarme contigo! ¡Ayúdame a subir descargado de todo, dejándolo todo en tus manos, sin temores ni ansiedades, sin miedos ni angustias, sin preocupaciones mundanas porque Tu eres mi protector! ¡Quiero subir al monte, Padre, para que comer de tu Palabra y beber de tu Espíritu! ¡Quiero subir al monte, buen Dios, para revestirme de nuevas fuerzas y bajar al valle de la vida revestido de tu gracia! ¡Quiero subir al monte para que las flechas del enemigo no me dañen! ¡Quiero subir al monte para encontrarme con Jesús en la oración, para alimentarme de su Palabra, para sentir la agradable sensación de su presencia en mi vida, para sentir los chorros de gracia del Espíritu derramándose sobre mi pequeña persona! ¡Espíritu Santo, ayúdame a alzar la mirada hacia lo alto para encontrar las respuestas adecuadas! ¡Ayúdame a subir al monte para descargar mis afanes cotidianos, para escuchar tu susurro y seguir la voluntad de Dios, para no vivir centrado solo en lo mundano, para no dejarme engañar por las falsedades de este mundo, para encontrar el valor de las cosas eternas, para tener un encuentro auténtico con Cristo! ¡Ayúdame a subir al monte para no tratar de cambiar las cosas según mi voluntad y mis capacidades sino por medio de las que tu gracia me otorga! ¡Ayúdame a subir al monte de la oración para elevar mi mirada a lo sagrado más allá de mis preocupaciones y mis problemas buscando siempre la presencia de Jesús en mi vida! ¡Ayúdame a subir al monte para contemplar el poder y la gloria de Dios que se manifiesta cada día en mi vida! ¡Ayúdame a subir al monte de la adoración para creer en Dios y en su promesas, para abrir mi corazón y llenarlo del amor de Dios y alejar de mi interior todas las amarguras, rencores y egoísmos que me atenazan, de las quejas que salen de mis labios, de los reproches constantes! ¡Y en este tiempo de Cuaresma, ayúdame a subir al monte para ver la luz transfigurada de Cristo que es mi esperanza, que es el destino al que me lleva el misterio de la Pascua, el que todo lo inunda y todo lo transforma! ¡Ayúdame a subir al monte para bajarlo lleno de su amor y de su misericordia y en el valle de lágrimas que es la vida caminar lleno de paz, de esperanza, de amor y de fortaleza!
Salvum me fac, Domine! (¡Sálvame, Señor!) con la música de Alessandro Grandi:



miércoles, 17 de enero de 2018

La amabilidad del amor

CorazónEs imposible amar si uno tiene el corazón de piedra. Es imposible amar si hay aspereza en los gestos o en las palabras, en las miradas y en los sentimientos. El amor es la universidad de la amabilidad, del desinterés y de la entrega. El amor vincula a las personas, estrecha las relaciones, genera lazos de esperanza, construye ilusiones, regenera rupturas. El amor te permite ser amable y cuando uno lo llena todo de amabilidad los demás no dudan en acercarse.
Sí, el amor está revestido de amabilidad. Y esa amabilidad puede comenzar con una palabra cordial —sencilla pero cordial—al estilo de Cristo. Con un disponibilidad absoluta para con los que nos rodean, al estilo de Cristo. Siendo accesibles a las necesidades del prójimo, al estilo de Cristo. Sin quejas ni malas caras, al estilo de Cristo.
Dar testimonio no siempre es sencillo. Cuesta por los agobios personales, el cansancio, la necesidad de encontrar momentos de soledad y silencio… pero la evangelización exige cristianos amables —comprometidos pero amables—, entregados en su amabilidad para hacer más sencilla la convivencia al prójimo. Es difícil imaginar a Jesús con un sonrisa que no estuviera impregnada de dulzura, con una mirada que no fuese comprensiva, con una palabra que no fuese delicada, con un gesto que no fuese acogedor. Todo en Jesús traslucía amabilidad, bondad, consuelo, ánimo, dulzura, benevolencia y afabilidad. Incluso en aquellos momentos en que corregía a alguien lo hacía desde la óptica del respeto y la amabilidad.
Y yo, ¿me esfuerzo en ser amable con los demás? ¿Pienso más en mis circunstancias que en las del prójimo cuando respondo o actúo? ¿Qué pueden llegar a pensar de mi quienes conmigo conviven respecto a mi amabilidad y mi cortesía?
Si Cristo lo cubría todo de amabilidad y llegaba a la gente —ahí están como ejemplo las conversiones de Zaqueo y Mateo— por medio de actos concretos de generosa amabilidad, ¿por qué resulta tan difícil impregnar todas las obras de amabilidad, delicadeza y sensibilidad?
¡Señor, aleja de mi corazón todas aquellas inseguridades, miedos o temores que me impiden ser amable con los demás! ¡No permitas, Señor, crear juicios ajenos porque eso me impide ser amable con el prójimo! ¡Transforma mi corazón, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu, para que la rudeza y torpeza con la que a veces actúo me haga ser más dulce, delicado, sereno y amable con los que me rodean! ¡Señor, tu me has creado para el amor, ayúdame a ser como tu! ¡Suaviza, Señor, cada uno de mis gestos, mis palabras y mis miradas con el don de la alegría, la amabilidad, la compasión y la escucha y no permitas que ni la intolerancia, ni el egoísmo, ni el desinterés, ni la severidad, ni el rigor, ni la ira, ni la dureza sean la seña de mi corazón! ¡Soy pequeño, Señor, pero por medio de tu Santo Espíritu tu puedes hacer grandes mis pensamientos, mis palabras y mis gestos! ¡Ayúdame a impregnarlo todo de amabilidad y permíteme crecer en serenidad y mansedumbre! ¡Enséñame, Señor, con la ayuda del Espíritu Santo a poner en valor todas mis acciones y hazme alguien honrado en las virtudes! ¡Concédeme la gracia, Señor, de entender que son las pequeñas cosas de la vida las que hacen grande al ser humano! ¡Que no olvide nunca tu ejemplo, Señor, y que todos mis actos estén revestidos de tu amor y tu amabilidad! ¡Que mi rostro sea siempre una imagen tuya, un rostro alegre, una sonrisa amable, unas palabras amorosas, un corazón gozoso que alegre el corazón de los demás! ¡Espíritu Santo, alma de mi alma, ilumíname, guíame, fortifícame, consuélame y dime siempre como debo actuar!
Nada me separará del amor de Dios:



martes, 1 de noviembre de 2016

En Las Manos de Maria

felicesÚltimo día de octubre, mes el Rosario, con María en nuestro corazón. Hay semanas que el esfuerzo de tu trabajo no rinde y el ánimo flaquea. Antes de desfallecer mejor cogerse a las manos santas, suaves y tiernas de María, ejemplo de sacrificio y mujer trabajadora. Manos de una mujer de su hogar que lo dio todo por su familia. Que no se quejaba por el sobre esfuerzo de la jornada aunque ésta se prorrogara hasta altas horas de la noche. Manos que amasaban el pan cotidiano, que pelaba las patatas, que zurcían las ropas rasgadas de los hombres de la casa, que lavaban los vestidos en el agua fría del lavandero de Nazaret, que limpiaban el polvo de la casa, que ayudaba a trasladar las maderas del taller de José... manos siempre dispuestas al esfuerzo del trabajo.
Contemplo a María, que no debió tener ni un minuto de su vida para cuidar sus manos, y comprendo cuántas veces pierdo el tiempo quejándome porque no me rinde el trabajo, preocupándome sólo de lo mío, sin santificar las pequeñas y grandes cosas de la jornada de la que dependen tantas alegrías y la ventura y el bienestar de mi familia, de las personas con las que trabajo, en la comunidad, en el grupo de oración. ¡De tantas cosas!
Por eso, cuando el ánimo decae y las fuerzas merman, hay que agarrarse a las manos de María, esas manos delicadas y consoladoras que te llevan al mismo Dios, que con su delicada finura, están siempre abiertas a acoger las preocupaciones de sus hijos. Manos que en su vida terrena limpiaban las cosas sucias de la casa y ahora blanquean la suciedad del corazón humano.
En esas manos siempre dispuestas y entregadas pongo los decaimientos de mi vida porque esas manos han estado siempre abiertas, antes en Nazaret y ahora desde el cielo, a acoger la debilidad y los problemas de los hombres, las preocupaciones de los marginados, el agotamiento de los enfermos, las esperanzas de los desesperanzados.
Las manos de María, siempre discretas y prudentes, reservadas y generosas, calladas y desprendidas, son fuente de gracia divina para quien se agarra a ellas. Son manos que abiertas en oración han dado siempre gloria y alabanza a Dios para que sea el Padre quien derrame su gracia sobre los hombres.
Miro ahora mis manos pequeñas. Las abro y vuelco hacia arriba las palmas para, brevemente, contemplar que uso cotidiano les doy cada día. Qué manchas esconden. Qué esfuerzos realizan. Qué obras de caridad hacen. Qué obras de misericordia llevan a cabo. Qué limpias están de pecado. Cuánto amor reparten. Cuanto gloria a Dios transmiten. A qué otras manos consuelan. Cuantos denarios reparten. Cuantos frutos generan. Qué honestidad transpiran. Cuántas veces prefiero llevarlas limpias antes de «ensuciármelas» por servicio al prójimo, para llevar a término mis responsabilidades o para ser un auténtico cristiano. Es preferible tener las manos sucias que tener indecorosa la conciencia.
De la Virgen María siempre se aprende. Y de su mano, ¡qué sosiego se siente y cuánta fecundidad le puedo dar a mi vida!
¡Virgen María, junto mis manos para orar contigo, para buscar tu protección materna! ¡Junto mis manos en oración contigo para hacer siempre la voluntad de Tu Hijo! ¡Junto mis manos en oración contigo para pedirte tu intercesión en tantas cosas que Tú sabes que necesito! ¡María, uno mis manos para junto a las tuyas, que acunaron al Hijo de Dios en Belén, sea capaz de arrullar con las mías a todos aquellos sencillos que buscan mi consuelo y mi oración! ¡Virgen María, uno mis manos a las tuyas en oración, para al igual que tu saludaste a los novios en las Bodas de Caná, sea yo capaz de ser amable con todos los que me rodean! ¡Virgen María, junto mis manos para orar contigo, y siguiendo tu ejemplo de servicio que sea capaz de servir siempre con humildad y sencillez a los demás a imitación tuya! ¡Virgen María, uno mis manos a las tuyas para orar contigo, y al igual que tus manos mecieron el cabello del cuerpo inerte Jesús al bajarlo del madero, que sea capaz de mecer los de los más necesitados de la sociedad! ¡Virgen María, tus manos son milagrosas; haz el milagro de transformar por completo mi vida! ¡María, tus manos pasan las cuentas del Rosario, que cada misterio sea para mí un encuentro cotidiano contigo y con tu Hijo! ¡Manos orantes de María, me uno a ti para pedirte por mi santidad, por mi alegría cristiana, por mi entrega auténtica, para no quejarme nunca y ser un verdadero hijo de Tu Hijo!
Levanto mis manos, aunque no tenga fuerzas, cantamos hoy con Jesús Adrián Romero: