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viernes, 9 de febrero de 2018

La actitud del más, y más y más

Desde DiosCon relativa frecuencia uno piensa que su vida de creyente se reduce a un sucesión de buenas obras, gestos hermosos hacia los demás, actitudes de buen samaritano; uno siente que debe ser más caritativo, más entregado, más generoso, más cordial y amable, más atento con el prójimo. Es la actitud del más, y más y más. Y con esto te quedas henchido de satisfacción. Tu orgullo interior se infla… corriendo el riesgo de satisfacer el ego de la falsa autosatisfacción.
¡Qué hermoso entonces es recordar la parábola del viñador: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que yo os anuncié. Permaneced en mí, como yo permanezco en vosotros. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada podéis hacer». La he releído hoy. Va bien recordarlo de vez en cuando para profundizarla en el corazón. Al compararse con un viñedo, Dios es como ese enólogo minucioso y sensible que cuida de sus viñedos y nosotros somos las ramas que tienen que ser cuidadas. Jesús nos ofrece otro punto de vista. No todo depende de mis esfuerzos: es el enólogo que poda y corta las ramas del sarmiento. De mi parte corresponde permanecer firmemente unido a la vid y permitir que la savia fluya en mi interior. El objetivo es "conectar" con el Dios de amor que Cristo anuncia, para abrir todos los poros de mi vida a su Espíritu, a su acción vivificadora que transforma desde lo más íntimo de mi propio ser.
Esto es lo que nos hace dar fruto: la oración, la meditación, la palabra que surge de este Evangelio que siempre nos lleva de nuevo a lo que es importante en la vida, de nuestra vida en la que el Evangelio te permite distinguir y restar lo que, en cada uno, está muerto, estéril o es superfluo. Así podado, devuelto a lo básico y esencial, uno puede crecer un poco más porque el deseo es verse liberado; sentir la sed de volverse profunda y humanamente vivificado, con la energía interior movilizada para buscar ardientemente la plenitud de la comunión con los demás y sentir en el corazón la intensidad del amor verdadera. Y, entonces sí, las buenas obras tienen un significado de autenticidad porque están impregnadas del amor de Dios, de la esencia de Cristo, de la fuerza del Espíritu. No son obras humanas, son obras bendecidas desde la plenitud del amor.
¡Padre, tu eres el viñador que cuida de mi sarmiento interior! ¡Tú eres el que se ocupa de cuidar de mí; por medio de tu Santo Espíritu ayúdame a comprender todo lo que tengo que ir podando interiormente para unirme espiritual y humanamente a la vid que tanto amas que es Cristo, tu Hijo! ¡Ayúdame a que la poda sea limpia y auténtica para poder vivir en gracia, en amor y en plenitud con Jesús y ser testigo suyo en el mundo, misionero de su Palabra y testimonio de su amor! ¡Señor, quiero dar fruto pero para ello debo ser un sarmiento sano que viva siempre en unión plena contigo! ¡Dame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu un corazón vivo, alegre, lleno de esperanza, proclive al amor y a la gratitud, un corazón lleno de fuerza y abierto al bien! ¡Que los frutos que sea capaz de dar, Señor, sean verdaderas obras cristianas! ¡Ayúdame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu a dar frutos abundantes! ¡Ayúdame a permanecer siempre en Ti, ser fiel a la elección que hago por Ti! ¡Para ello necesito de la gracia de tu misericordia, de tu amor y de tu perdón! ¡Que cada paso de mi vida esté impregnado del amor, de un amor que no decaiga nunca, que sea capaz de resistir a las tentaciones del abandono y a las dificultades que se presentan en la vida, que se fortalezca con la unión contigo! ¡Señor quiero ser savia nueva aferrada a la vid que eres Tú, Señor, que siempre me acompañas por el camino de la vida!
El viñador, cantamos hoy para acompañar la meditación:


martes, 5 de septiembre de 2017


Puvis de Chavannes, Pierre, 1824-1898; The Beheading of Saint John the Baptist
Hace unos días los cristianos rememoramos el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. La figura de este santo, ejemplo de entereza y valentía en su defensa de la verdad y de la denuncia de la ignominia y el mal, al que el mismo Jesús elogió por su honradez y santidad como el mayor de los nacidos de mujer, lejos de ser un día triste es un ejemplo de testimonio de vida. San Juan no predicó solo la conversión y la penitencia, en un momento de gran aceptación reconoció a Jesús como el Enviado de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y él se aparta para que el mensaje de Cristo sea escuchado en toda rincón.

San Juan ofreció su propia sangre en nombre de la verdad que es Cristo. Martirizado como signo de santidad, pudo afrontar su muerte con confianza porque estrecha era su relación con Dios fruto de la oración, que es el hilo que guía la existencia del hombre.
El Bautista me enseña hoy a ser testimonio de coherencia en el mundo. Coherencia en lo moral, en lo espiritual y en lo humano. Coherencia en cada minuto de mi existencia por muchos sufrimientos y sacrificios que deba sufrir y soportar. No es una cuestión de heroicidad. Es una cuestión de que el amor a Jesús, a su mensaje, a su Palabra, a su Verdad no permite doble juego. Si quiero ser un cristiano auténtico debo ser verdaderamente fiel al Evangelio en cada momento de mi vida para permitir que Cristo viva en mi y yo en Él.
Hoy tengo también muy presente en mi oración a los mártires cristianos que, como san Juan Bautista, han sido fieles a la Verdad que es Cristo. La persecución no es cosa del pasado, es una viva realidad que muchos deben afrontar por su adhesión a Jesús y su pertenencia a la Iglesia. Todos ellos son mártires de la fe y a todos los llevo hoy en mi corazón y en mi oración.

¡San Juan Bautista, ejemplo de valentía, mártir de la fe y de la defensa de la Verdad, precursor del Salvador, enséñame a seguir tus caminos, dame un poco de tu virtud y dame siempre fuerza y valor para defender la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame, San Juan, a vivir con humildad mi vida y con fidelidad a Jesucristo mi camino como cristiano; ayúdame a ser siempre fiel a la voluntad de Dios! ¡Cuando los problemas me acucien y las situaciones difíciles se me presenten, ábreme a la esperanza! ¡A Ti, Padre, que unes los dolores de Jesús con los de tu Iglesia, concede a todos los que sufren a causa de la fe la fortaleza para superar la situación y que sean siempre auténticos testigos de la Verdad! ¡Abrevia, Padre, el sufrimiento de los que padecen persecución, no permitas que renuncien a la verdad! ¡Perdona, Padre, a los que te persiguen y protege siempre a los justos! ¡Ayúdales a ser libres en la persecución, responsables en la dificultad y amorosos en el dolor y que puedan cumplir tu Voluntad con coraje y mucha fe!
En honor de san Juan Bautista escuchamos hoy la cantata de J. S. Bach Christ unser Herr zum Jordan kam, BWV 7 (Cristo, nuestro Señor, vino al Jordán):

La palabra más adecuada para los momentos cruciales de la vida es el silencio. La mejor escuela de silencio es el mismo Cristo. Así vivió Jesús el proceso de su Pasión, en un intenso y profundo silencio interior. Calló ante el discípulo que le traicionó por treinta míseras monedas de plata. Se mantuvo callado ante el discípulo al que convirtió en roca sobre la que edificar su Iglesia y le negó tres veces antes de que cantara el gallo. Calló ante los tres discípulos que le abandonaron en el Huerto de Getsemaní. Nada dijo ante el Sanedrín mientras le acusaban de blasfemo, le abofeteaban y le calumniaban. Guardó silencio ante Herodes primero y ante Pilatos después, deseosos de deshacerse de tan incómodo personaje. Calló durante su cruel flagelación, orando interiormente con cada azote, con cada insulto, con cada rasgadura de su cuerpo herido. Permaneció callado cuando le insultaron, le vejaron, le blasfemaron, le escupieron y su burlaron de Él hasta que fue coronado de espinas. En digno silencio se mantuvo cuando la multitud reclamaba su crucifixión y exigían la liberación de un asesino confeso, Barrabás. Mantuvo silencio cuando el tribuno romano se lavó las manos para no ser acusado de matar sangre inocente y hacer cumplir una sentencia injusta. Nada dijo ante el pecado de la humanidad entera que cargaba sobre sus espaldas mientras ascendía hacia el Gólgota para morir en la Cruz. Calló las tres veces que su cuerpo se desplomó en el camino del Calvario. En silencio se mantuvo cuando, despojado de sus vestiduras, desnudo y humillado, fue clavado en el madero santo. Se mantuvo sin decir palabra cuando lo alzaron con los brazos extendidos acogiendo a la humanidad que tanto amaba. Calló durante seis interminables horas, extenuado y asfixiado, hasta que a la hora tercia exhaló el último suspiro. Calló ante el aparente silencio del Padre; ante el abandono de las multitudes que habían escuchado su Buena Nueva y habían sido testigos de sus milagros. Y cuando me ofenden, me injurian, me critican, me juzgan, me enjuician, me reprenden, me reprueban, me censuran, murmuran u opinan sobre mí… ¿Callo? ¿Guardo silencio? De nuevo pongo toda mi atención en los silencios de Jesús. Las veces que pudo hablar y calló. Cristo me enseña que el silencio en el hablar es también un maravilloso camino que me ayuda a crecer en virtud. orar con el corazon abierto ¡Señor, cuanto tengo que aprender de Ti que en los momentos de mayor tensión, en el límite de tu paciencia, supiste callar y no responder! ¡Gracias, Padre, por el ejemplo vivo de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Jesús, por hacerme comprender que este es el camino y esta es la mejor actitud! ¡No permitas Espíritu Santo que salgan de mi boca palabras hirientes, frases despectivas, respuestas punzantes pues quiero parecerme a Jesús! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de la humildad y la sencillez para callar cuando conviene! ¡Ayúdame a encontrar en Jesús y en la luz del Evangelio las palabras adecuadas para que ser testimonio de verdad y de amor! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a aprender a callar y vivir en la Palabra de Jesús; ayúdame a hablar y proclamar su Palabra! ¡Concédeme la gracia, si conviene, de hacerlo desde la cruz porque allí es desde donde se perdona de corazón, se construye la paz y se es fiel a la voluntad del Padre! ¡Pero ayúdame a no permanecer callado çacan a la Verdad! Ama totalmente


orar con el corazon abierto
La palabra más adecuada para los momentos cruciales de la vida es el silencio. La mejor escuela de silencio es el mismo Cristo. Así vivió Jesús el proceso de su Pasión, en un intenso y profundo silencio interior.

Calló ante el discípulo que le traicionó por treinta míseras monedas de plata. Se mantuvo callado ante el discípulo al que convirtió en roca sobre la que edificar su Iglesia y le negó tres veces antes de que cantara el gallo. Calló ante los tres discípulos que le abandonaron en el Huerto de Getsemaní.
Nada dijo ante el Sanedrín mientras le acusaban de blasfemo, le abofeteaban y le calumniaban. Guardó silencio ante Herodes primero y ante Pilatos después, deseosos de deshacerse de tan incómodo personaje.
Calló durante su cruel flagelación, orando interiormente con cada azote, con cada insulto, con cada rasgadura de su cuerpo herido. Permaneció callado cuando le insultaron, le vejaron, le blasfemaron, le escupieron y su burlaron de Él hasta que fue coronado de espinas.
En digno silencio se mantuvo cuando la multitud reclamaba su crucifixión y exigían la liberación de un asesino confeso, Barrabás. Mantuvo silencio cuando el tribuno romano se lavó las manos para no ser acusado de matar sangre inocente y hacer cumplir una sentencia injusta.
Nada dijo ante el pecado de la humanidad entera que cargaba sobre sus espaldas mientras ascendía hacia el Gólgota para morir en la Cruz. Calló las tres veces que su cuerpo se desplomó en el camino del Calvario. En silencio se mantuvo cuando, despojado de sus vestiduras, desnudo y humillado, fue clavado en el madero santo. Se mantuvo sin decir palabra cuando lo alzaron con los brazos extendidos acogiendo a la humanidad que tanto amaba. Calló durante seis interminables horas, extenuado y asfixiado, hasta que a la hora tercia exhaló el último suspiro. Calló ante el aparente silencio del Padre; ante el abandono de las multitudes que habían escuchado su Buena Nueva y habían sido testigos de sus milagros.
Y cuando me ofenden, me injurian, me critican, me juzgan, me enjuician, me reprenden, me reprueban, me censuran, murmuran u opinan sobre mí… ¿Callo? ¿Guardo silencio?
De nuevo pongo toda mi atención en los silencios de Jesús. Las veces que pudo hablar y calló. Cristo me enseña que el silencio en el hablar es también un maravilloso camino que me ayuda a crecer en virtud.

¡Señor, cuanto tengo que aprender de Ti que en los momentos de mayor tensión, en el límite de tu paciencia, supiste callar y no responder! ¡Gracias, Padre, por el ejemplo vivo de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Jesús, por hacerme comprender que este es el camino y esta es la mejor actitud! ¡No permitas Espíritu Santo que salgan de mi boca palabras hirientes, frases despectivas, respuestas punzantes pues quiero parecerme a Jesús! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de la humildad y la sencillez para callar cuando conviene! ¡Ayúdame a encontrar en Jesús y en la luz del Evangelio las palabras adecuadas para que ser testimonio de verdad y de amor! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a aprender a callar y vivir en la Palabra de Jesús; ayúdame a hablar y proclamar su Palabra! ¡Concédeme la gracia, si conviene, de hacerlo desde la cruz porque allí es desde donde se perdona de corazón, se construye la paz y se es fiel a la voluntad del Padre! ¡Pero ayúdame a no permanecer callado ante las mentiras que atacan a la Verdad!
Ama totalmente

sábado, 26 de agosto de 2017

Cuando la naturaleza te acerca a Dios


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El Señor me bendice este mes de agosto con unos ratos de descanso. Me permite hacer largas caminatas a pie, disfrutando de la naturaleza y de un entorno privilegiado.

Uno de los medios más hermosos para encontrarse con Dios es la naturaleza, con ese ritmo acompasado que se aleja del vértigo de la vida humana. A través de ella Dios ilumina nuestra vida con su presencia. La Creación es el principal medio en el que Dios se hace presente en el mundo. Los árboles, las nubes, las flores, los ríos, las montañas… la vida interior —la piedad si se prefiere— te permite comprender los signos de esta presencia.

Paseas por la montaña o por los valles, junto a cañadas o en la vereda de los ríos, elevas los ojos al cielo y comprendes no sólo la belleza sino la magnitud de la creación de Dios. Y más todavía. Tomas conciencia del gran amor que Dios siente por el hombre obsequiándole con tan incomparable regalo.
En estos días de asueto siento también la huella de Dios en mi vida con el disfrute de su creación. Subía el otro día una montaña. Subiendo la cuesta hasta la cima tomaba conciencia viva de que esa montaña, presente desde la creación del mundo, pervive desde siglos infinitos antes del caminar del hombre sobre la tierra. El hombre está de paso, peregrina hasta un destino eterno; la naturaleza te hace darte cuenta de la finitud de la vida.
La naturaleza es un medio muy adecuado para acercarse a Dios pero requiere abrir el corazón para detenerse en sus beneficios. Con el corazón abierto, sensible a la belleza y a la hermosura de lo creado, te conviertes en privilegiado protagonista de un espectacular lienzo que Dios, en su infinita bondad, fue creando durante seis días antes de dar vida al ser humano.
¡Qué gran regalo el tuyo Señor y que pocas veces doy gracias por poder disfrutarlo!

¡Te doy gracias, Dios mío, porque me permites gozar de la belleza de la Creación! ¡Cada segundo de mi vida es un precioso regalo para alabarte por las maravillas de la naturaleza! ¡Es la gran oportunidad que tu me ofreces para ser Tu en medio del mundo! ¡Para ser colaborador tuyo en la conservación de lo que has creado! ¡Cada momento es una oportunidad única para continuar tu obra, cuidando el medio ambiente! ¡Gracias, Padre, porque cada segundo de mi vida es un tiempo precioso para unirme a Ti en la oración y dar gracias por la belleza que contemplo a mi alrededor! ¡Gracias, Padre, por este amor infinito! ¡Por haber pensado en la belleza del mundo, el mejor escenario para la vida del hombre! ¡Gracias, Padre, por la oportunidad que me ofreces de descansar unos días rodeado de naturaleza en la que te me puedo acercar más a Ti! ¡Me uno a Ti, Padre, con el cántico de las criaturas de San Francisco y digo como él: loados seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce los frutos para nuestra subsistencia!
El cántico de las criaturas de San Francisco, musitado:

miércoles, 23 de agosto de 2017

¿Qué me separa del amor de Dios?


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¿Y como correspondo yo a ese Amor incondicional e infinito? ¿Qué es, entonces, lo que me separa del Amor de Dios? Algo tengo claro; cuando más ame a Dios, más voy a saber sobre el Amor. Y cuando más sepa sobre el amor, más voy a saber amar. Y cuanto más sepa amar, más amor será capaz de dar.
¡Espíritu Santo, dame un corazón dócil abierto a la Palabra, que sepa amar sin condiciones como ama Dios; que sepa entregarse, como se entregó Dios; que sepa servir, como sirvió Dio! ¡Espíritu bondadoso, hazme fiel al mandamiento del amor para no olvidar que el día que llegueMe pregunto hoy: «Con toda su sabiduría, ¿por qué Dios se complicó tanto la vida creando al ser humano que en su limitación nada le aporta?» Es difícil de comprender desde un razonamiento puramente humano. Pero cuando uno crea es porque tiene una necesidad. Y Dios, que en su soledad podía obtener la felicidad plena, tenía la imperiosa necesidad de amar.

La creación del hombre y la mujer es tal vez el invento menos práctico de todos pero es el único que se sustancia en el amor y se ha hecho por amor. Por un amor sin intereses. Cuando el hombre crea lo hace por o con una finalidad. Cuando Dios crea al ser humano lo hace única y exclusivamente para compartir su felicidad y la plenitud de su amor. Es así porque Dios es amor. Es más, Dios es un amor desbordante.
Y no solo no tenía necesidad de crear al hombre. Tenía necesidad de morir por el hombre. Hacerse uno con el hombre. En su lógica del Amor divino, a sabiendas que su relación con el ser humano estaba rota por el pecado, consciente de que la deuda que el hombre tenía con Él era infinita, y que jamás por si mismo el ser humano podría repararla, vino al mundo haciéndose hombre sin dejar de ser Dios.

Dios quiere demostrar de verdad que ama al hombre. Dios quiere constatar que es Amor puro, incondicional, personal e infinito. Dios quiere amar y ser amado porque en su gran omnipotencia no puede dejar de amar. Dios quiere hacerme feliz y busca lo mejor para mi. Dios quiere que corresponda a esa felicidad con mi entrega absoluta. Para Dios, el amor es darse hasta el extremo que es la forma más perfecta de amar. Todo en Dios es por amor y para el Amor. Dios no me ama por mis cualidades o defectos, Dios me ama con mis cualidades y defectos. al cielo lo primero que se me preguntará cuanto he amado en la tierra! ¡Alabanza y gloria a Ti, Padre del Amor, por tu infinito amor! ¡Concédeme la gracia de conocerte y amarte, de darte a conocer a los demás, porque sólo tu eres santo, tu mereces toda mi alabanza por las gracias de la creación! ¡Amado Padre, te invoco por medio del Espíritu Santo, para darte gracias por el gran regalo de la vida, una vida llamada a amar y servir! ¡Gracias, Padre! ¡Pongo ante tus divinos pies, Padre bueno, todo mi caminar por este mundo para que todo lo que haga a partir de hoy este impregnado por el amor y por tu voluntad a fin de cumplir con la misión que me has encomendado y por la cual me has obsequiado con la vida! ¡Te confío mi pobre corazón para que de él surjan pensamientos y sentimientos santos, te consagro mi cuerpo, mi espíritu, mi alma y todo mi ser para que iluminado por la gracia del Espíritu Santo, tome siempre las decisiones más adecuadas y todos los que están a mi alrededor puedan exclamar: este sí que sabe amar!
Amor De Dios:

martes, 11 de julio de 2017

¿Qué potestad tengo para desenterrar lo que Dios había ocultado de mi vida?

Desde Dios
He abierto la Biblia aleatoriamente y ha surgido la última página del último libro de Miqueas. Mi corazón se llena de consuelo. Leo: «Él volverá a compadecerse de nosotros y pisoteará nuestras faltas. Tú arrojarás en lo más profundo del mar todos nuestros pecados».
Con cierta frecuencia trato de apartar esos pensamientos dolorosos que se hacen presentes; trato de que no se conviertan en asideros para la queja, la resignación o la tristeza. También trato de ahuyentar esas ideas que buscan laminar mis estados de ánimo para que mi espíritu decaiga. No siempre lo logro, esa es la verdad aunque soy consciente de que debo echar al cubo del olvido todo lo que, asumido como error y corregido, no es merecedor de integrar mi vida.
La realidad es que con frecuencia aquello que pensé enterrado resurge entrando por una pequeña rendija de mi corazón ocupando el mismo lugar que tenía en el pasado. Y ahí toman fuerza las palabras del profeta Miqueas, contemporáneo de Isaías. Me surge así la duda de la razón por la cuál tengo la tentación de recuperar eso que conviene dejar enterrado en el olvido de mi historia. Te hace también cuestionarte qué sentido tiene aferrarse a la idea de martirizarse con los fallos y errores cometidos en épocas pasadas cuando en el hoy has rectificado tu camino. Uno es consciente de que ha sido perdonado por Dios, que su misericordia es infinita, que con el arrepentimiento sincero su gracia se derrama a espuertas sobre tualma... Entonces... ¿por qué trato de recuperar de las profundidades aquello que estaba sepultado y que en el ayer me paralizaba, me hería, me impedía avanzar y ponía frenos a mi camino hacia la santidad cotidiana? Y la pregunta crucial: ¿Qué potestad tengo para desenterrar lo que Dios había ocultado y perdonado? Entonces la respuesta surge de inmediato. Los sentimientos y los pensamientos de Dios, su delicadeza y su amor, está a años luz de los míos. Sí, tengo que alejar de mí aquello que me aprisiona y cercena mi libertad. Y, para ello, debo pedirle más al Espíritu Santo, sentirme más cerca de Dios y más unido a Cristo.

¡Señor, ayúdame a sentirte siempre cerca! ¡Ayúdame a sanar todo aquello que me hace daño, Señor, para crecer cada día! ¡Derrama tu paz, Señor, sobre mi vida y acoge mis aflicciones, preocupaciones, tus miedos, angustias, soledades, confusiones, amarguras y vacíos! ¡Te entrego, Señor, mis complejos, culpabilidades, traumas  y debilidades! ¡Señor, siento tu amor y tu bendición por eso todos los días te alabo, te bendigo y te doy gracias por tu amor y tu misericordia! ¡Te dono todos mis problemas porque sé que Tú los acogerás y me llenarás de paz! ¡Señor, que no me acostumbre a verte crucificado! ¡Que no me canse de adorar y besar la Cruz de cada día! ¡Señor, ayúdame a ponerme a los pies de Tu Cruz para abandonarme enteramente a Ti y confiar en que Tu me darás siempre lo que es mejor para mi! ¡María, Madre, ayúdame a contemplar el misterio inefable de la Cruz! ¡Te ofrezco, Señor, mi cruz de cada día! ¡Cuando lleguen, Señor, esos momentos de Cruz que tanto me cuesta aceptar que sea capaz de ofrecértelos con amor! ¡Ayúdame, Señor, a no rebelarme, a no quejarme, a no protestar, a no agitarme ni perturbarme! ¡Ayúdame a penetrar en los secretos de tu corazón doliente, Señor, para corresponder en mi limitada vida cotidiana a tu fidelidad y a tu amor!
Tienes la llave, canción para avanzar en la vida:

domingo, 23 de abril de 2017

Toca mi herida, Jesús

Necesito sentir que soy amado personalmente

Jesús llega y entra en la sala donde están los suyos. Les entrega su paz. Hasta tres veces se la da en este evangelio: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: – Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros”.
Los discípulos esperan con miedo. Temen morir como el maestro. No saben si Jesús vive o sigue muerto en el sepulcro. No saben si tienen que regresar o no a Galilea. Dudan. Viven con impaciencia este tiempo de espera. Con las puertas cerradas para que nadie irrumpa en sus vidas. Tienen miedo. Se protegen.

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Decía la misionera Victoria Braquehais: “La incapacidad de dialogar y el miedo al otro nos ciegan. El miedo al otro nos vuelve muy agresivos, en contraste con la cultura del diálogo.
No quieren morir. Tienen miedo al otro. Al diferente. Temen correr la suerte del maestro. Ellos son de Jesús. Tienen su acento. Vienen de Galilea. Llevan en su alma la impronta de Jesús. Temen ser reconocidos. Y se esconden. No quieren entrar en diálogo con nadie. Han cerrado todas las puertas. Han construido muros. Han levantado diques.
Muchas veces mi corazón está turbado y con miedo. Se esconde. Evita el diálogo. Vivo a la defensiva porque temo perder tantas cosas en el camino. Me asusta el mundo y lo que pueda suceder. Me asusta el otro, el diferente. Todo en esta vida es muy incierto. Puedo controlar muy pocas cosas. Por eso mi miedo me hace vivir con las puertas cerradas.
Temo la muerte. Y veo muy lejos el cielo prometido. Me dicen que Jesús está vivo. Que camina a mi lado. Pero yo vivo con las puertas cerradas por miedo a los hombres. No me abro a la presencia de Dios porque me asustan sus planes.
Y Jesús llega hasta mí, como llegó a ellos ese día, estando las puertas cerradas. Llega a su aislamiento. Atraviesa su corazón protegido. Rompe sus miedos. Les da su paz y ellos, asombrados, se llenan de alegría. Lo reconocen. El resucitado lleva las marcas del crucificado.
La señal de Jesús para que lo reconozcan son sus heridas. Les enseña las manos y el costado. Les muestra su gran amor. Sus clavos. La lanzada en su corazón. Se llenan de gloria sus cinco heridas. Se llenan de luz sus señales. No desaparece por completo su cicatriz. Porque Jesús es para siempre el Dios herido por amor.
Me impresiona mucho esa escena. Jesús les muestra las manos y el costado. Y ellos se llenan de alegría al reconocerlo. Es Él. Su Señor. El mismo de siempre. El que caminó a su lado. El que los llamó en el lago. El que vivió con ellos compartiendo la aventura de la vida. El que les habló al corazón y sanó su dolor y su enfermedad.
El que les contó de un amor más grande para el que fueron creados. El que los abrazó con ternura en su soledad. El mismo que murió en la cruz y fue atravesado por los clavos y la lanza, mientras Él perdonaba.
Siempre me conmueve este momento de encuentro. ¡Cuánta alegría al ver su rostro y sus heridas! ¡Qué felicidad más grande! No lo esperaban. O tal vez lo soñaban. Era un deseo íntimo, inconfesable por ser demasiado imposible. No caben en su asombro. Lo reconocen y se alegran. Con una alegría que ya no los dejará nunca.
Las heridas son la señal. No hace un milagro para que lo reconozcan. Sólo les muestra sus heridas. Ya no son motivo de miedo, de dolor, de fracaso, de desaliento, de desesperación, de culpa. Son motivo de alegría, porque Él ha vencido el dolor. Ha vencido a la muerte. Vive. Para siempre vive.
Jesús entra en sus vidas y desaparece el miedo. Tenían miedo antes. Se defendían del mundo. Estaban heridos como Jesús y temían el rechazo. Y Jesús llega a ellos para darles su paz. Para que puedan salir al mundo y no le tengan miedo al otro. Les da fuerza para que sean capaces de romper sus barreras llenas de prejuicios y dialogar amando. Yo también deseo esa paz de Dios en mi vida. Esa paz que sólo viene de Jesús y me abre al mundo.
Tomás no estuvo ese día en que Jesús llegó a su casa. Nunca sabremos los motivos. Simplemente no se encontraba allí: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: – Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.
Sus hermanos le cuentan lo que ha ocurrido. Le hablan de la alegría que embarga sus corazones. Jesús está vivo. Y ellos llenos de paz y del Espíritu. Y no comprenden del todo lo que está pasando en sus vidas. Antes estaba todo negro. No había esperanza. Ahora la vida se llena de luz en un amanecer inesperado.
Le hablan del amor de Jesús y de sus heridas. ¡Cómo no contar lo ocurrido con el corazón radiante y la sonrisa en los labios! Sí, Jesús, que tanto los amaba, había vuelto. Estaba muerto y ahora vivía. Y ellos lo habían visto. Era Él.
Tomás no creyó en sus palabras. Más aún, no creyó en el amor de Jesús. En su corazón se preguntaría por qué no había venido cuando él estaba en la casa. Por qué había elegido ese momento de su ausencia. Le dolería el corazón. Jesús no había venido para verlo a él. Y duda, no cree. Muestra su herida.
Quiere meter la mano en su costado. Quiere pruebas de su amor. Quiere tocarlo él mismo. Ver sus heridas. Reconocerlo. No cree en sus amigos, en sus hermanos. Siente un dolor muy hondo. Como si se abriera una herida antigua de su alma. La herida de no sentirse amado. Esa herida que todos llevamos grabada en el alma.
Esa herida que se abre al nacer en un llanto que nos da vida. Esa herida que me duele tanto. Yo no soy el amado. Yo no soy elegido por su amor. Yo no soy tan querido como otros. La herida del desamor es la que más me duele. La de no haber sido mirado, valorado, tomado en cuenta, amado profundamente y de forma personal.
La herida de Tomás sangra. Tiene rabia. ¿Por qué, justo, no estaba yo? Quizás me cuesta reconocer mis sentimientos tan impuros. Quizás Tomás no cree que Jesús lo ama. Y le duele que los demás tengan algo que Él no tiene y que desea con todas sus fuerzas.
Casi hubiera preferido que no estuviera vivo Jesús a que no lo amara personalmente a Él. No puede vivir con eso. Hay tanto de dolor ahí… Me veo reflejado. Necesito sentir que soy amado personalmente. Es su herida. Es mi herida de amor. Y a lo largo de la vida esa herida se hace más honda o va sanando. Esa herida es la que me une a Jesús herido. Esa herida se amolda a su mano perfectamente. Igual que yo entro perfectamente en su herida.
Esta madrugada oraba: “Jesús, te entrego mi dolor por mis límites, por mi impureza, porque no sé mirar bien. Perdón por mi orgullo y mi vanidad. Por buscarme a mí mismo. Porque sangran mis heridas al no sentirme amado y valorado. Porque me cuesta que me organicen la vida. Es mi orgullo y me duele que me quieran cambiar mis planes. Y alejarme de todo lo que amo. Y me cuesta querer responder a las expectativas de los demás. Y me duele ser tan pobre y frágil. Tan fácil de herir. Tan poco resistente a las críticas y juicios. Tan vulnerable en mis esclavitudes. Y siento dolor por mi fragilidad que me lacera el alma. Y quisiera ser distinto. Y no puedo. Y Tú vienes a mí y me llamas por mi nombre. Y yo te quiero”.
Esta oración expresa el clamor de mi alma. De mi corazón que se sabe pequeño y sufre. Yo quiero tocar la herida de Jesús. Quiero que venga por mí, no me importa que venga por los otros. Quiero verlo yo.
Muchas veces la voz de Tomás es la mía. Grito que quiero ser amado, reconocido, tomado en cuenta. Grito desde mi propia herida de amor. Esa herida que llevo me hace desconfiado del amor de los hombres. Y me escondo. Y me protejo.
Esta herida de amor me hace esquivo, me coloca a la defensiva, construye muros para evitar más dolor, más daños. Esa herida de amor me aísla cuando es eso lo contrario de lo que deseo. Quiero ser amado. Quiero que me sanen la herida porque yo solo no puedo sanarla. Quiero que venga alguien de fuera a meter su mano en mi herida para calmar el dolor.
Pero grito como Tomás. No creo, dudo, desconfío, ataco, me pongo en guardia. Se despiertan mi ira y mi rencor. No creo en el amor incondicional de Dios, ni en el amor de los hombres que parecen decirme que me quieren. Pero dudo. Tengo miedo de ser rechazado y que la herida de amor vuelva a abrirse.
Y entonces Jesús vuelve a los ocho días. Acaba la octava de Pascua con Tomás. Ocho días de apariciones a los suyos. Jesús se aparece a los que quiere. Llega hasta ellos y calma su sed. Y hoy, a los ocho días de su resurrección, se aparece a Tomás: “A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: – Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor Mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.
Y Tomás cree. Con esas palabras que hago mías cada día al tomar en mis manos ese pan que es su cuerpo vivo. Y me conmueve acercarme a la herida de Jesús. Esa herida hecha por una lanza. Por unos clavos. Esa herida del desprecio, del olvido, del miedo. Esa herida de la indiferencia, del odio, del desamor. Esas cinco heridas de Jesús que quedan marcadas como la huella de su amor.
Porque me amó hasta el extremo. Porque me quiso en medio de su dolor. Y viene hasta mí. Como hoy viene hasta Tomás. Porque no se ha olvidado de él. Dios va a buscarme donde esté, aunque haya fallado, aunque haya caído. Este es el Dios en el que creo. El que se hizo hombre por un amor inmenso. El que murió por un amor sin medida. El que va a buscar a cada hombre allí donde esté con un amor sin condiciones y gratuito.
Por eso sé que merece la pena amar sufriendo. Porque el sufrimiento en el amor tiene un sentido muy hondo. Todo aquel que ama sufre. Es un amor crucificado y redimido. No es comprensible un amor sin sufrimiento. Por eso Jesús no vino a eliminar el sufrimiento.
En una cultura que no desea sufrir, el ideal es eliminar todo sufrimiento de mi vida. Y cuando ese es el objetivo que persigo, dejo de encontrarle sentido a lo que hago. Porque por más que lo intento, no logro abolir del todo el sufrimiento. Vuelvo a sufrir de nuevo. Lloro y temo.
Y me resuenan las palabras de Paul Claudel: “Dios no vino a suprimir el sufrimiento. No vino ni siquiera a dar una explicación. Vino a llenarlo de su presencia”.
Miro esa sala del cenáculo, en la que se encuentran escondidos, llena de la presencia de Jesús. Entiendo que el objetivo de mi camino no es no sufrir. El sufrimiento forma parte de mis pasos. Eso me alegra. No lucho como un loco contra un destino ineludible.
Simplemente, como un niño, acepto la vida en su verdad. Y toco con mis manos las heridas de Jesús, mis propias heridas. Les pongo nombre a mis llagas. Son cinco. Tienen mi historia, mi pasado, mi presente, mi futuro. Sé que Jesús me reconoce en ellas. Son distintas a otras. Son las mías. Jesús sabe cómo son, de dónde vienen. Le duelen casi más que a mí, porque no soporta ver sufrir a los suyos.
Yo me afano por ocultarlas, por esconderlas detrás de puertas cerradas. Y Él pasa por esa puerta cerrada para tocar mi herida. Al tocarla me reconoce. Me eleva por encima de mi dolor. Y me recuerda cuánto me quiere.
Eso fue lo que le dijo a Tomás ese día. Le dijo que lo amaba con locura. Que el primer día vino por diez hombres temerosos. Y hoy había vuelto sólo por él, su hijo herido. Y seguro que se calmó el dolor de las heridas de Tomás.
Yo me siento como Tomás. Creo porque he visto. Porque Jesús también ha venido a mí a tocar mis heridas. A dejar que yo toque las suyas. Y me olvido a veces. A lo mejor lo mismo le pasó más tarde a Tomás, y se olvidó de ese día. No lo sé. Yo me olvido y eso que Jesús ha venido a mi tierra solo por mí, para tocar mi herida, para que yo toque su herida. Para que descanse en su amor incondicional que me quiere más que a nada.
Su incredulidad se convirtió para Tomás en la experiencia de fe más grande de su vida. Su herida de amor se convirtió en la experiencia de amor personal más fuerte. Jesús vino sólo por él. Jesús hizo caso a su petición absurda y dejó que metiera sus manos en la herida de su costado y de sus manos.
Le suplico en mi mentira, en mi incredulidad, que venga a mí, que vuelva por mí y que toque esa herida de amor que escondo. Que me deje tocar sus heridas con respeto sagrado. Y me deje tocar también con cariño las heridas de los hombres.

Hoy nos acompaña la canción  Las Llagas de Jesús:

martes, 18 de abril de 2017

La oración escondida al final del Ave María

Si lo permitimos, la Virgen María nos acompañará


“…ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte”.



Aprendí esas palabras al principio de mi infancia. Aprendí los sonidos, las pausas, hasta dominé el arte de mezclar mi voz con otras voces para formar una única ola de súplica. Pero después de años de Aves Marías, un día se me ocurrió que había una petición escondida en las palabras finales de la oración.

“En la hora de nuestra muerte”. Nosotros estamos pidiendo que María rece por nosotros en el momento más importante de nuestra vida, cuando el alma deja el cuerpo y se pone frente a Nuestro Señor, cuando la eternidad –para bien o para mal– se extiende frente a nosotros.

Pero, me parece que la expresión “en la hora de nuestra muerte” puede significar algo más. Hace dos  años estaba orando en la habitación. En un momento determinado, pensé: hay dos tipos de muerte. No existe solamente la muerte corporal, sino también la muerte del yo, la muerte del “hombre viejo” al que san Pablo se refiere (esa parte mía orientada hacia Dios y la parte vinculada a mí mismo y al pecado).

¿Y no necesitamos del apoyo de la Virgen María en el momento de esa “muerte” también?

Ahora, entiendo que esta petición del Ave María engloba todo esto: ruega por mí ahora; ruega por mí en la hora de mi muerte física y ruega por mí en el momento de mis pequeñas muertes diarias, esas veces en que soy llamado a enterrar el “viejo yo” para que, muerto al pecado, me pueda elevar a la plenitud de la vida en Cristo.

“Despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior…”, dice san Pablo a los Efesios, “revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios”.

“Desconsiderar nuestra vieja naturaleza”, ¿no es una especie de muerte? ¿una muerte que también tememos y de la que huimos diariamente? A veces me siento tentada a pensar que un martirio corporal de una sola vez suena relativamente simple, en comparación con la perspectiva de sacrificar mi voluntad día tras día.

Y aquí entra Nuestra Señora. Puedo correr hasta ella con mis miedos, con mis imágenes terribles sobre lo que me reserva el futuro y con mi absoluta debilidad. Ruega por mí ahora, en todos mis problemas actuales, miedos y luchas. Y en la hora de la muerte, en esas hora de pequeñas muertes de uno mismo y en la hora final, en que seré llevado ante el tribunal.

Así como ella se quedó con Cristo hasta el último momento, ella nos acompañará, si la dejamos. Ella desea sostenernos en nuestras muertes diarias para vernos llegar victoriosos frente a Cristo en nuestra última hora.

Nuestras batallas son reales. Nuestras pequeñas luchas cuentan. Pero no podemos conquistarlas solos. Recemos fervorosamente, entonces, con sinceridad y confianza a nuestra Madre fiel:

Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
Escuchamos esta canción a la Virgen  Maria:


sábado, 3 de diciembre de 2016

La ternura de Dios

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Me lo cuenta una mujer entrada en años en una cena en la que varias personas comparten sus experiencias de vida y abren su corazón.

Su marido falleció hace años de cáncer de páncreas en un hospital público. Ella pasó los últimos días junto a él, ambos cogidos de la mano. Llevaban 38 años casados. Pocos días antes de ir hacia la casa del Padre su marido —creyente ferviente— le apretó fuerte de la mano y, con la voz entrecortada por la emoción y el dolor, le susurró con las pocas fuerzas que todavía le quedaban: «El Señor ha pensado en mí antes de morir. Pero también ha pensado en ti. Hemos sido mucho felices. Y le doy gracias a Dios. Yo me voy pero un día nos encontraremos en el cielo: ¡fíjate que grande y generoso es el corazón de Cristo!». ¡Qué agradecida la fe de este hombre y que manera tan hermosa de expresar la ternura de Dios en un matrimonio que se ama.

Dios mío, me digo en silencio, ¿te conozco como te conocía este hombre? ¿Conozco tu corazón lleno de amor y de misericordia? ¿Soy consciente de lo mucho que me amas y me quieres? ¿Por qué me cuesta reconocer en ti al amigo, al compañero, al hermano, al hacedor de la paz y el bien?
Hoy sólo puedo hacer una petición muy sencilla y muy simple: hacerme cada día más pequeño para conocer en mi vida la ternura del amor de Dios.

¡Padre bueno, tú eres la ternura infinita, tú eres la máxima manifestación de la bondad y de la misericordia! ¡Dame la gracia para llenarme de tu misericordia y de compadecerme también de aquellos que viven sometidos al dolor, a la fragilidad, a las tentaciones de este mundo, a la angustia y a todos aquellos que pasan cerca de mi necesidad física, económica y espiritual! ¡Dame tu ternura, Señor, para que pueda llevarte donde no se te ve y ni se te siente, para aliviar a los que sufren, a los que no tienen consuelo, a los que están deprimidos! ¡Te quiero dar gracias, Padre, por esa ternura infinita, por tantos regalos que recibo de ti, por tantas gracias inmerecidas que me has transmitido! ¡Te pido, Padre, que me ayudes a mirar la vida con ojos de fe para que pueda ser capaz de vislumbrar todas esas gracias que me has regalado! ¡Padre de bondad y de ternura hay veces en el día que me olvido de ti y me cuesta descubrir tus gracias, ayúdame a no olvidarte nunca, a contemplarte, a alabarte, a hablar contigo! ¡Padre de bondad y de ternura gracias porque si no te hubieras revelado con toda la fuerza de tu misericordia no se qué sería de mí! ¡Si no te hubieras hecho tan frágil como soy yo, si no hubieras llorado y sufrido como lo hago yo, si no hubieras muerto en la cruz por amor, yo no sería capaz de experimentar ni tu ternura ni tu amor! ¡Señor, te doy gracias porque me amas tanto! ¡Te doy gracias porque al mismo tiempo me muestras con tu ternura esa cercanía que necesito para caminar! ¡Gracias porque me muestras tu divinidad al mismo tiempo que me presentas tu humanidad! ¡Te doy gracias, Padre, porque me acompañas siempre y me llevas de la mano y esto me da mucha seguridad! ¡Ayúdame, también, a llevar tu ternura a los demás!
Dios es ternura, cantamos hoy con Taizé:

viernes, 25 de noviembre de 2016

Como salmón a contracorriente

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Ví hace unos días un documental sobre el salmón en Alaska. Durante los meses estivales se produce uno de los espectáculos más impresionantes de la naturaleza. Millones de salmones del Océano Pacífico comienzan una migración de miles de kilómetros desde el mar hasta las cuencas de los ríos que los han visto nacer para, allí, generar nueva vida. Gracias a esta migración el salmón se convierte en el eslabón que une tierra, agua y bosque asegurando la supervivencia del ecosistema de Alaska. Es una aventura extraordinaria. Unas horas más tarde me aflora este pensamiento. Como cristiano también soy como un salmón que surca las aguas procelosas de la vida. Voy a contracorriente evitando todos los obstáculos que me impiden avanzar. El río de la vida arrastra corrientes de agua intensas y me zarandea de un lado a otro aunque no me impide seguir mi camino.

Voy contracorriente porque lo importante es el origen. Dios me ha creado y a Dios me dirijo. Es en la contracorriente de mi vida donde mi santidad avanza hasta el día que, como el salmón que llega a su destino, mi vida se detenga.
Me siento identificado con estos salmones que avanzan entre abatidos y extenuados, golpeados y frágiles por la fatiga del viaje; agotado por tener que sortear tantos obstáculos; vigilante para no ser devorado por el enemigo; luchador para no desfallecer a mitad de camino ante la dureza de las pruebas.
Pero también me siento integrado. En comunidad. Junto a mí van miles de otros peregrinos que están en las mismas batallas que la mía, que nadan a contracorriente, que se esfuerzan para no decaer nunca, que no se conforman con aceptar lo que la sociedad ofrece, que se revelan contra el consumismo y el hedonismo, que quieren renovar el mundo, las conciencias y el corazón de los hombres para testimoniar el verdadero espíritu de Cristo. Y, sobre todo, que no desfallecen ante las dificultades.
En algún momento del documental he llegado a pensar lo absurdo de un sacrificio tan grande. Sin embargo, ¡qué noble y digna es su aventura! ¡El salmón va a morir con firmeza al lugar que le vio nacer para desovar y dar sabia nueva al ecosistema! ¡Cómo no voy yo a ser firme si la mayor recompensa será nacer a la Vida Nueva! ¿Por qué, entonces, con tanta frecuencia dejo de ir a contracorriente?

¡Como cristiano, Señor, me llamas a nadar contracorriente! ¡No permitas que claudique, Señor, porque Tú no me has prometido que la vida será un camino sencillo sino al contrario que estará lleno de peligros, de dificultades, de obstáculos y de circunstancias adversas! ¡Pero el ejemplo es la Cruz, Señor, que también era un camino difícil! ¡Espíritu Santo, dador de vida, bien sabes que el príncipe del mal no desea que alcance la vida eterna, no permitas que ninguna de sus maniobras sirvan para desviarme del camino correcto! ¡Ayúdame a ser uno con los que me rodean, a no criticar ni a juzgar, a no pensar mal y encontrar sólo la necedad y el error, a no mirar por encima del hombro, a no despreciar porque todos, con sus circunstancias que sólo tú conoces, avanzan conmigo en las procelosas aguas de la vida! ¡Señor, conviértete en el caudal que guíe mi vida, que el agua fresca que me lleva calme la sed que me embarga! ¡Ayúdame a ser salmón que nada a contracorriente pero hazlo junto a mí, Señor, que solo no puedo y quiero regresar a la casa del Padre! ¡No permitas que el cansancio me acomode, que la relajación me venza, que la pereza me devore, que la agitación me desvíe, que la falta de fe me haga perder la confianza, que mi autosuficiencia me haga creer fuerte y victorioso! ¡Acrecienta, Señor, mi fe que tu conoces mi debilidad y mis carencias!
Del compositor inglés Henry Purcell disfrutamos hoy de su  Jubilate Deo in D major, Z. 232 (Alegraos en Dios). Es un alegoría del camino del cristiano que en la dificultad, tiene que caminar a contracorriente para alcanzar la alegría del Padre:

jueves, 24 de noviembre de 2016

«Para todo tengo a Jesús»

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Hace algún tiempo, subido en un avión en dirección a un país africano por cuestiones laborales se sienta junto a mí una mujer somalí con un hijo de 10 años que ahora vive refugiada en Kenia. El vuelo es largo y el niño, inquieto, me hace muchas preguntas. Entablo conversación con su madre, una mujer joven, con el rostro marcado por el dolor. Me explica como la guerra civil en su país ha sido un drama humano. Ella es viuda como tantos miles de mujeres en este pobre país del cuerno de África, al este del continente negro. Su marido murió en el conflicto a los pocos meses de casarse y el niño que lleva con ella es adoptado. Es el hijo de su mejor amiga, que también murió junto a su esposo en la guerra. Ha viajado a Europa financiada por una organización humanitaria para curar una enfermedad de su hijo. Me habla de su país con una herida profunda. Durante mucho tiempo no tuvo nada, la escasez de alimentos les hizo pasar mucha hambre.
Ella pertenece a la minoría cristiana evangélica. Somalía es el quinto país más peligroso para la fe cristiana; es el país más violento del mundo, el peor en mortalidad infantil, y uno de los países africanos con menos cristianos. Afectado por monzones y tsunamis, es un país semiárido con solo el 1,6% de sus tierras cultivables; el 98% de su población es islámica. Me cuenta que Dios le provee en su nuevo país los gastos de comida y escuela para ella y para su hijo. Vive de traducir literatura cristiana para los refugiados de su país en Kenia e imparte clases de Biblia a otras mujeres refugiadas en su comunidad evangélica. Mientras me narra su historia se le caen las lágrimas pero tiene una coletilla: «Para todo tengo a Jesús».
Y claro, uno mira su interior y comprende que todos aquellos sufrimientos que pone cada día en el altar de su egoísmo no son nada comparados con los sufrimientos de tantos que siguen a Cristo (o no) pero que viven situaciones difíciles y en muchas ocasiones inaguantables. Pero Dios sabe a lo que te enfrentas. Esta mujer me dice que el profeta Isaías le recuerda que el Señor conoce íntimamente al hombre como si nuestro nombre estuviera escrito en las palmas de sus manos y, además, explicita, nos envía su Espíritu para que nos guíe, nos consuele y nos fortalezca. Me quedo prácticamente mudo y contesto con monosílabos. Y cuando madre e hijo se quedan dormidos en los incómodos asientos de la clase turista, unidas sus manos y sus rostros, pienso en esos desafíos que tengo delante y en cada uno de ellos repito con la misma fidelidad que está joven somalí «Te los pongo en tus manos, Señor, porque para esto te tengo».
¡Señor, pongo en tus manos toda mi vida y todos mis planes, mis debilidades y fortalezas para que los hagas tuyos y puedan hacerse realidad! ¡Señor, permite que siempre siga el camino recto que Tú has ideado para mí! ¡Señor, Tú sabes lo que me preocupa; también lo pongo en tus manos! ¡Señor, que mis cargas descansen en ti porque es donde encuentro paz y serenidad ante todo lo que me angustia! ¡Haz, Señor, que sea sensible a la ternura de tu voz y que camine cercano a tu mirada en obediencia, humildad y sinceridad de corazón! ¡Señor, eres un Padre Bueno y maravilloso, haz que cuantos sufren persecución en Tu nombre vean aumentada su paciencia y abreviada su prueba! ¡Señor Dios, que en tu providencia misteriosa asocias la Iglesia a los dolores de tu Hijo, concede a los que sufren por tu nombre para que manifiesten siempre ser testigos verdaderos tuyos! ¡Dios de inmensa bondad, que escuchas siempre la voz de tus hijos, apóyanos en nuestro difícil camino con la fuerza de tu Espíritu, para que resplandezca en nuestras obras la vida nueva que nos dio Cristo, tu Hijo! ¡Señor, gracias por tu fidelidad que no merezco y por estar acompañándome siempre! ¡Y te pido por tantos hombres y mujeres refugiados, perseguidos, humillados, despreciados... por causa de la fe y por ser fieles a Tí, no los dejes de Tu mano y llena su corazón de fortaleza, esperanza y amor!
Del músico flamenco Orlando di Lasso escuchamos su Josturum animae a 5 voces. Este ofertorio compuesto para el día de Todos los Santos es un homenaje a todos aquellos que han dado su vida por defender su fe y gozan de la paz eterna:

«Tienes muchos amigos porque siempre sonríes»

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No me permite dar su nombre pero hoy se lo he dicho: «tienes muchos amigos porque siempre sonríes». Y ha sonreído. La sonrisa es el medio más efectivo para ganar amigos.
No hago referencia a esa sonrisa de dentífrico, irónica, cínica, despectiva o burlona, la sonrisa que emite juicios, desprecia o humilla. Sino la sonrisa pura, limpia, abierta, la que se convierte en flor de labios.
La sonrisa tiene un efecto demoledor, intenso. Tiene la fuerza de la paz, del sosiego, del apaciguamiento, de la dulzura y, sobre todo, de la irradiación.
Si necesitamos realizar una advertencia necesaria a alguien o darle un consejo útil, sonríe. La sonrisa siempre compensa la dureza de las palabras pues deja el semblante alegre. Y ese consejo y aquella advertencia serán bienvenidos porque no existirá dolor sino amor.
Cuando la burla se cierna sobre nosotros, si los comentarios maliciosos nos deshonran, si las críticas injustas nos dañan siempre una sonrisa amplia. Cuando la sonrisa es sincera, alegre, veraz, abierta, alegre se impone la paz. ¡Inténtalo!
Cuando se presentan momentos de dificultad o situaciones delicadas en las que no sabe qué decir, en las que las palabras de consuelo no fluyen... basta con una sonrisa que surja del corazón, con toda la fuerza de nuestra alma compasiva. Es la sonrisa de la misericordia. Es la sonrisa que se asienta en la caridad.
La sonrisa es el reflejo inmaculado de la alegría interior. Es la fuente de la que se alimenta. Donde está asentada y arraigada la alegría verdadera, la alegría profunda del alma pura allí está presente Cristo.
Sonríe al portero de tu casa, al conductor del bus, al pobre al que das o no limosna en la puerta de tu Iglesia, al compañero de trabajo impertinente, al camarero del bar, a la señora a la cual has cedido tu asiento, al señor que se disculpa por haberte pisado... Y sobre todo a los tuyos más cercanos.

¡Señor que no me canse de hacer el bien y tratar a los demás con una sonrisa! ¡Cuando mis ojos se cansen de contemplar la Cruz y mi corazón se aleje de ella dame, a pesar de todo, la fuerza de practicar la caridad de la sonrisa! ¡Señor con las veces que meto la pata y no doy con la palabra justa, la actitud verdadera, el gesto apropiado dame el don de la sonrisa pura que tantas cosas solventa! ¡Madre de la alegría, que sea como Tu portadora de sonrisas y, de sobre todo y por encima de todo, sembrador de alegría!
Lo que me quema de Cecilia Rivero Borell:

martes, 22 de noviembre de 2016

Alabar a Dios en medio de la prueba

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Hoy celebramos la festividad de santa Cecilia, universalmente reconocida como patrona de la música —se la representa tocando el órgano y cantando— y cuyo martirio, siendo una joven virginalmente consagrada a Cristo, alecciona nuestra vida de fe. La tradición cuenta que el día de su enlace se retiró del jolgorio de la fiesta para cantarle a Dios en su corazón y rogarle que la ayudara a ser fiel en el compromiso adquirido con Él. Logró convertir al cristianismo a su marido, un rico pagano, y a la familia de éste. Por ello fue sometida a duras torturas que soportaba cantando hasta el momento de su decapitación.
El signo distintivo de su martirio es su capacidad para alabar y cantar a Dios en medio de tanto tormento y sufrimiento testimoniando en medio de la prueba la alegría a la que Cristo nos invita en el mismo Evangelio: «cuando seáis insultados y perseguidos, y se os calumnie por mi causa alegraos y regocijaos porque tendréis una gran recompensa en el cielo».
Que aprendo hoy de esta santa a la que tanto admiro: convertir mi vida en un canto de amor a Dios desde el corazón, testimoniar mi amor ardiente por Él, hacer que todas mis obras cotidianas sean para cantar la gloria de Dios, pedir al Espíritu Santo que abra mis oídos y mis ojos para enaltecer la Belleza creada por Dios, convertir la partitura de mi vida en una alabanza sincera al Señor y anhelar unirme algún día al coro celestial donde la sublime armonía de Dios todo lo cubre.

¡Señor, en este día quiero cantar tus alabanzas para darte gracias por todas las cosas buenas que me regalas, por todas las gracias y dones que he recibido en tu nombre, quiero hacerlo colosal, las canciones, los himnos, compuestos para darte gloria y bendecirte! ¡Señor, quiero en este día agradecerte los múltiples dones musicales que nos ofrece la Iglesia para tu Gloria! ¡Señor, en este día quiero unirme a los coros celestiales para cantarte un cántico de alabanza y decirte que quiero amarte como te amó Santa Cecilia, seguir su ejemplo de conversión personal y de apostolado con sus más cercanos, de entrega generosa de todo cuanto tuvo, de cantarte incluso en los momentos de mayor tormento y sufrimiento porque confiaba en la mente en tu amor y en tu misericordia! ¡Espíritu Santo, ayúdame a tener la misma fortaleza de alma, valentía, alegría, carácter, generosidad para entregar mi vida por el Señor y por los demás y poner por delante mi fe y mis principios para vivir con valentía un cristianismo sin fisuras! ¡Señor, sabes que te necesito y por eso te abro la puerta de mi vida y y de mi corazón y te recibo como mi Señor y Salvador para que me conviertas en la clase de persona que quieres que sea!

En el día de la patrona de la música nos deleitamos con el hermosísimo Sanctus de laMisa Solemne de Santa Cecilia de scharles Gounod:

Consagrarse a Dios para vivir en su querer

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Ayer celebramos la Presentación en el Templo de la Virgen María. Es una antigua tradición que se recoge en el «Protoevangelio de Santiago», un escrito apócrifo que narra que siendo la Virgen María muy niña sus padres San Joaquín y Santa Ana la llevaron al templo de Jerusalén para consagrarla a Dios, para instruirla delicadamente respecto a la religión y en los deberes para con Dios. Es un gesto de acción de gracias al Dios de la vida. Del mismo modo actuará María con su propio Hijo Jesús cuando, al presentarlo en el Templo de Jerusalén, dará públicas gracias por el don de su maternidad y de la vida nueva de Jesús.
¡Qué hermoso es celebrar la fiesta de nuestra Madre, revestida de gracia desde el mismo día de su concepción, para dar su «sí» temprano a Dios impulsado por la fuerza del Espíritu Santo y aceptando la entrega a los planes divinos que tendrán su culmen, años más tarde, en aquella frase sencilla y humilde del «Hágase en mí según tu palabra», respuesta clara a los planes que Dios tenía pensado para Ella!
¡Es un día para felicitar a la Virgen y darle gracias por esa entrega confiada y esa disponibilidad firme a la voluntad divina, origen de tantas gracias con las que le colmó el Señor y, desde de Ella, ha vertido a todos los hombres!
¡Es un día para, a imitación de María, saber vivir siempre según los requerimientos de Dios, ponerme a disposición del Padre en completa disponibilidad para aceptar sus planes y su querer conmigo, para amarle como hizo la Virgen cumpliendo su voluntad incluso cuando ésta se aleje de mis necesidades y el camino no sea precisamente de rosas!
¡Es un día para recordar que soy templo del Espíritu Santo; que María también fue templo que llevó en su interior al Hijo de Dios y aceptó siempre su Palabra desde el anuncio del ángel, que se alimentó de la Palabra de Jesús y vivenció el sabor triste y agridulce de lo que esta Palabra en ocasiones implica; y que como creyente he de aprender a pronunciar un «amén» confiado lleno de fe y de esperanza!
¡Es un día para acoger de nuevo el amor de Jesús en mi vida, ponerme en absoluta disponibilidad a la voluntad de Dios y pedirle a María para que, en esta fiesta en la que entrega su vida a Dios, sepa poner también yo mi corazón en lo que es verdaderamente importante, el Amor de los Amores, y no en los amores mundanos!
¡Es un día para, a imitación de la Virgen María, impregnar mis obras de amor, para que mi corazón sea un corazón puro capaz de amar a Dios en todos los gestos de mi vida, en cada uno de mis quehaceres cotidianos; que todas mis obras estén impregnadas de la pequeñez de lo sencillo y que no trate de hacer cosas extraordinarias para complacer mi ego o el aplauso de los demás!
¡Y, sobre todo, pedirle a María que me ayude a ser un valiente seguidor de su Hijo, anunciándolo en cada momento desde una generosa y firme respuesta al Plan que Dios tiene pensado para mi pobre persona!

¡Que a imitación tuya, María, mi vida sea una consagración a Dios para vivir en sintonía siempre con su querer! ¡Te pido, Señora, que subas cada día conmigo las escalinatas de la vida, cogidos de la mano y siempre me proveas del equipaje interior necesario para caminar cristianamente y ayúdame a mantenerlo cuidado siguiendo tu ejemplo, tus virtudes y tus enseñanzas! ¡Ayúdame, María, a ser generoso, a no buscarme a mí mismo nunca! ¡Que en este día y todos los días mi única intención de lo que haga sea cumplir la voluntad del Padre y darte alegrías, servirte a Ti y —por Ti— servir con amor y generosidad a todos los que me rodean! ¡Ayúdame a imitarte siempre en las tareas cotidianas de la vida, en la familia, en el trabajo, en la parroquia, en los grupos de amigos, en las asociaciones culturales... en las numerosas dificultades que se presentan en la vida diaria, que busque hacer siempre y en todo la voluntad del Padre y poder pronunciar contigo el «hágase en mí según tu palabra»! ¡María, Madre del Amor hermoso, tú supiste corresponder con generosidad lo que te pedía Dios en cada momento, ayúdame a poner siempre por delante la voluntad de Dios! ¡No permitas, Madre, que mi pereza, mi comodidad, mi tibieza, mi orgullo, mi soberbia, mi vanidad y los tantos defectos que regularmente me tientan me esclavicen y me lleven al desaliento! ¡Ayúdame a darme cuenta de que la mejor manera de ejercer el don de la libertad es obedecer la voluntad divina y no dejarme esclavizar por mis pasiones o defectos! ¡Y te pido hoy especialmente por todas las personas consagradas a Dios para que sean fieles a su vocación!
Del compositor bielorruso Sergey Khvoshchinsky escuchamos esta bella Ave Maria en honor de la Virgen: