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viernes, 25 de noviembre de 2016

Como salmón a contracorriente

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Ví hace unos días un documental sobre el salmón en Alaska. Durante los meses estivales se produce uno de los espectáculos más impresionantes de la naturaleza. Millones de salmones del Océano Pacífico comienzan una migración de miles de kilómetros desde el mar hasta las cuencas de los ríos que los han visto nacer para, allí, generar nueva vida. Gracias a esta migración el salmón se convierte en el eslabón que une tierra, agua y bosque asegurando la supervivencia del ecosistema de Alaska. Es una aventura extraordinaria. Unas horas más tarde me aflora este pensamiento. Como cristiano también soy como un salmón que surca las aguas procelosas de la vida. Voy a contracorriente evitando todos los obstáculos que me impiden avanzar. El río de la vida arrastra corrientes de agua intensas y me zarandea de un lado a otro aunque no me impide seguir mi camino.

Voy contracorriente porque lo importante es el origen. Dios me ha creado y a Dios me dirijo. Es en la contracorriente de mi vida donde mi santidad avanza hasta el día que, como el salmón que llega a su destino, mi vida se detenga.
Me siento identificado con estos salmones que avanzan entre abatidos y extenuados, golpeados y frágiles por la fatiga del viaje; agotado por tener que sortear tantos obstáculos; vigilante para no ser devorado por el enemigo; luchador para no desfallecer a mitad de camino ante la dureza de las pruebas.
Pero también me siento integrado. En comunidad. Junto a mí van miles de otros peregrinos que están en las mismas batallas que la mía, que nadan a contracorriente, que se esfuerzan para no decaer nunca, que no se conforman con aceptar lo que la sociedad ofrece, que se revelan contra el consumismo y el hedonismo, que quieren renovar el mundo, las conciencias y el corazón de los hombres para testimoniar el verdadero espíritu de Cristo. Y, sobre todo, que no desfallecen ante las dificultades.
En algún momento del documental he llegado a pensar lo absurdo de un sacrificio tan grande. Sin embargo, ¡qué noble y digna es su aventura! ¡El salmón va a morir con firmeza al lugar que le vio nacer para desovar y dar sabia nueva al ecosistema! ¡Cómo no voy yo a ser firme si la mayor recompensa será nacer a la Vida Nueva! ¿Por qué, entonces, con tanta frecuencia dejo de ir a contracorriente?

¡Como cristiano, Señor, me llamas a nadar contracorriente! ¡No permitas que claudique, Señor, porque Tú no me has prometido que la vida será un camino sencillo sino al contrario que estará lleno de peligros, de dificultades, de obstáculos y de circunstancias adversas! ¡Pero el ejemplo es la Cruz, Señor, que también era un camino difícil! ¡Espíritu Santo, dador de vida, bien sabes que el príncipe del mal no desea que alcance la vida eterna, no permitas que ninguna de sus maniobras sirvan para desviarme del camino correcto! ¡Ayúdame a ser uno con los que me rodean, a no criticar ni a juzgar, a no pensar mal y encontrar sólo la necedad y el error, a no mirar por encima del hombro, a no despreciar porque todos, con sus circunstancias que sólo tú conoces, avanzan conmigo en las procelosas aguas de la vida! ¡Señor, conviértete en el caudal que guíe mi vida, que el agua fresca que me lleva calme la sed que me embarga! ¡Ayúdame a ser salmón que nada a contracorriente pero hazlo junto a mí, Señor, que solo no puedo y quiero regresar a la casa del Padre! ¡No permitas que el cansancio me acomode, que la relajación me venza, que la pereza me devore, que la agitación me desvíe, que la falta de fe me haga perder la confianza, que mi autosuficiencia me haga creer fuerte y victorioso! ¡Acrecienta, Señor, mi fe que tu conoces mi debilidad y mis carencias!
Del compositor inglés Henry Purcell disfrutamos hoy de su  Jubilate Deo in D major, Z. 232 (Alegraos en Dios). Es un alegoría del camino del cristiano que en la dificultad, tiene que caminar a contracorriente para alcanzar la alegría del Padre: