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lunes, 26 de febrero de 2018

Creo en Dios Padre Todopoderoso: ¿Todopoderoso?


Desde Dios
Creo en Dios Padre Todopoderoso. ¿Todopoderoso? Lo recitamos en el Credo pero, ¿se puede afirmar la omnipotencia divina cuando en nuestro mundo hemos de enfrentamos al sufrimiento, a la tribulación o al mal que Él, Creador de todo, permite? ¿Es lógico que ante tanto sufrimiento y tanto dolor para muchos sea problemático creer en Dios, al que los católicos definimos como Padre Todopoderoso? Dios es Dios. 
Esta realidad tan obvia se cita en el Catecismo. Uno debe salir de sus estereotipos y de sus patrones de pensamiento tan radicalmente humanos y recordar que nuestros pensamientos no son los de Dios y nuestros caminos no son los suyos.
La omnipotencia de Dios no es, en ningún caso, una fuerza arbitraria. La omnipotencia de Dios se ilumina por una luz deslumbrante, la luz de su paternidad. Y esta omnipotencia se presenta ocupándose de nuestras necesidades y con el gran regalo de nuestra adopción filial y, sobre todo, tiene su máxima expresión en la dulzura del gran amor que siente por cada uno de nosotros, por su infinita y paciente misericordia, por el poder que demuestra con el perdón gratuito de nuestros pecados en la confesión, en la libertad que otorga a nuestra vida y con la invitación permanente a que convirtamos nuestro corazón. ¡Qué manera tan hermosa y humilde de expresar su poder!
Pero hay un poder más profundo todavía. Es el de su entrega total por medio de Cristo, su Hijo, cuya presencia para la salvación del mundo revela su omnipotencia de Padre. Dar la vida por el otro, para la redención de los pecados, venciendo al mal con el bien.
¿Se puede afirmar, entonces, la omnipotencia divina cuando en nuestro mundo hemos de enfrentamos al sufrimiento, a la tribulación o al mal que Él permite? Pues cada vez que en el Credo recito la frase «Creo en Dios Padre Todopoderoso» no hago más que expresar mi fe en el poder de inconmensurable del amor de Dios que por medio de Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, fue crucificado, muerto y sepultado y resucitó al tercer día para vencer el odio, el dolor, el sufrimiento, el mal y el pecado; y afirmo también que gracias a esta muerte en Cruz nos ha abierto las puertas de par en par a la vida eterna para, según nuestra libertad, entrar algún día en la Casa del Padre.
¡Yo creo en Dios y, sobre todo, creo en su omnipotencia!
¡Padre bueno, creo en Ti, creo que eres Padre Todopoderoso; creo que has creado el cielo y la tierra y a los hombres por puro amor; creo en Tu Hijo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, y que padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado y resucitó para salvarnos del pecado y abrirnos las puertas del cielo! ¡Yo te glorifico, Dios mío, y te adoro porque eres un Padre amoroso, rico en gracia, magnífico en tu misericordia, generoso en el perdón y paciente con nuestras faltas! ¡Te glorifico, Padre, y te doy gracias por el regalo de Jesucristo, Tu hijo, Salvador de la humanidad, ejemplo a seguir como modelo de vida! ¡Concédeme la gracia, Padre, de fijar mi mirada siempre en Él y contemplarle con humildad y sencillez para a través suyo comprenderte y entenderte a Ti que eres la grandeza suma! ¡Te doy gracias, Padre, porque en tu omnipotencia nos amas con un amor desbordante, nos amas desde el momento mismo en que pensaste en nosotros, tu que eres justo y generoso! ¡Te doy gracias, Padre, porque eres el Dios Todopoderoso que rechaza el mal, el uso de la fuerza, la imposición y ejerces tu poder desde el amor!
Hoy, la Cantata 171 de Bach con el sugerente título de Dios, tu gloria es como tu nombre:



lunes, 27 de marzo de 2017

¿Dónde me lo juego todo?

orar-con-el-corazon-abiertoMis pasos avanzan raudos hacia la Cruz de Belén para entregarle al Niño Dios la pobreza de mi corazón, el mejor obsequio que puedo dejar a los pies de su cuna. Mientras camino, voy haciendo balance. Medito cómo ha sido su vida en mí y mi recorrido en el año que ha terminado. El pasado ya no tiene importancia. Mis pecados los ha perdonado el Señor. Ya los he confesado antes de girar la última página del calendario y por su infinita Misericordia Dios los ha borrado de mi alma. Es una fuente de tranquilidad. Ya está todo sanado.
¿Qué sucederá en el futuro? Lo desconozco. El futuro no puede ser fuente de incertidumbre. Está en manos de Dios porque Dios es providente. Dios hace que transpire la primavera en el campo, que florezcan los frutos en los árboles, que podamos admirar la armonía de los paisajes, que canten los pájaros al atardecer, que corran las aguas cristalinas de los ríos… si hace todo eso ¿qué no hará por mí? Por tanto, el futuro -como todavía es posible- no tiene que ser motivo de excesiva preocupación. Sí vivir la vida con responsabilidad.
¿Dónde me juego, entonces, todo? En el presente. En el aquí y en el ahora. Este es el punto culmen de mi Salvación. Prepararme para la vida eterna. Por eso voy hacia Belén. Me encamino al portal para no descuidar mi relación personal con Cristo, para ser capaz de dar la vida sin pretender nada, para hacer presente el cielo en la tierra, para luchar sin perder la frescura y la intimidad con Dios, para acrecentar mi fe en Jesucristo porque deseo fervientemente alcanzar la vida eterna. La eternidad es un continuo presente. Cuando hacemos referencia al cielo significamos que la presencia de Dios se hace presente en todo momento y en todo lugar. Su amor se hace presente en el aquí y en el ahora. Y si Dios está aquí y ahora amándome con amor eterno yo debo aprender a vivir en el aquí y en el ahora para experimentar ese amor y darlo también a los demás.
Mis pasos avanzan raudos hacia el portal de Belén para entregarle la pobreza de mi corazón como el mejor obsequio que puedo dejar a los pies de la cuna del Niño Dios. Y sé que Él me tiene preparado un regalo mayor: su gran Amor.
¡Señor, gracias porque te haces presente en nosotros cada día dándonos tu infinito amor y tu infinita misericordia! ¡Gracias, Señor, porque has perdonado mis pecados, has limpiado mi alma y me has permitido comenzar el año con las fuerzas renovadas! ¡Gracias, Señor, porque me amas tanto que no puedo más que acoger el amor y llenar mi corazón! ¡Gracias, Señor, porque me enseñas que si soy capaz de amar en el aquí y en el ahora el cielo se hace presente en mi vida! ¡Espíritu Santo, enséñame a amar y gustar de la eternidad! ¡Enséñame, Espíritu de Dios, a darme a los demás! ¡No permitas, Dador de Vida, a que mi corazón se cierre al bien y al amor, que se engalane con el egoísmo, la soberbia y la vanidad, que se deje llevar por la comodidad y por los caprichos mundanos, que me apoye en mis propias fuerzas y no en la fuerza del Amor que representa Jesucristo, Nuestro Señor! ¡Señor, me dirijo hacia Belén con alegría por saber que estás esperándome pero también con mis cansancios y mis problemas, con mis muchas limitaciones y con mis enfermedades, con lo que no he podido resolver y con lo que no tengo capacidad de solucionar! ¡Tu me invitas a llegar a Ti tal y como soy! ¡Voy hacia la cueva donde Tú estás, Señor, confiado en que eres el camino, la verdad y la vida! ¡Vengo, Niño Dios, respondiendo a tu invitación y tu llamada! ¡Quiero ir al cielo, Señor, alcanzar la eternidad! ¡Ayúdame Tú que solo no puedo!
Hoy nos deleitamos con este bellísimo villancico inglés: The Infant King (El infante Rey) que, con el corazón abierto, adoraremos al rey de reyes.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Como salmón a contracorriente

orar-con-el-corazon-abierto
Ví hace unos días un documental sobre el salmón en Alaska. Durante los meses estivales se produce uno de los espectáculos más impresionantes de la naturaleza. Millones de salmones del Océano Pacífico comienzan una migración de miles de kilómetros desde el mar hasta las cuencas de los ríos que los han visto nacer para, allí, generar nueva vida. Gracias a esta migración el salmón se convierte en el eslabón que une tierra, agua y bosque asegurando la supervivencia del ecosistema de Alaska. Es una aventura extraordinaria. Unas horas más tarde me aflora este pensamiento. Como cristiano también soy como un salmón que surca las aguas procelosas de la vida. Voy a contracorriente evitando todos los obstáculos que me impiden avanzar. El río de la vida arrastra corrientes de agua intensas y me zarandea de un lado a otro aunque no me impide seguir mi camino.

Voy contracorriente porque lo importante es el origen. Dios me ha creado y a Dios me dirijo. Es en la contracorriente de mi vida donde mi santidad avanza hasta el día que, como el salmón que llega a su destino, mi vida se detenga.
Me siento identificado con estos salmones que avanzan entre abatidos y extenuados, golpeados y frágiles por la fatiga del viaje; agotado por tener que sortear tantos obstáculos; vigilante para no ser devorado por el enemigo; luchador para no desfallecer a mitad de camino ante la dureza de las pruebas.
Pero también me siento integrado. En comunidad. Junto a mí van miles de otros peregrinos que están en las mismas batallas que la mía, que nadan a contracorriente, que se esfuerzan para no decaer nunca, que no se conforman con aceptar lo que la sociedad ofrece, que se revelan contra el consumismo y el hedonismo, que quieren renovar el mundo, las conciencias y el corazón de los hombres para testimoniar el verdadero espíritu de Cristo. Y, sobre todo, que no desfallecen ante las dificultades.
En algún momento del documental he llegado a pensar lo absurdo de un sacrificio tan grande. Sin embargo, ¡qué noble y digna es su aventura! ¡El salmón va a morir con firmeza al lugar que le vio nacer para desovar y dar sabia nueva al ecosistema! ¡Cómo no voy yo a ser firme si la mayor recompensa será nacer a la Vida Nueva! ¿Por qué, entonces, con tanta frecuencia dejo de ir a contracorriente?

¡Como cristiano, Señor, me llamas a nadar contracorriente! ¡No permitas que claudique, Señor, porque Tú no me has prometido que la vida será un camino sencillo sino al contrario que estará lleno de peligros, de dificultades, de obstáculos y de circunstancias adversas! ¡Pero el ejemplo es la Cruz, Señor, que también era un camino difícil! ¡Espíritu Santo, dador de vida, bien sabes que el príncipe del mal no desea que alcance la vida eterna, no permitas que ninguna de sus maniobras sirvan para desviarme del camino correcto! ¡Ayúdame a ser uno con los que me rodean, a no criticar ni a juzgar, a no pensar mal y encontrar sólo la necedad y el error, a no mirar por encima del hombro, a no despreciar porque todos, con sus circunstancias que sólo tú conoces, avanzan conmigo en las procelosas aguas de la vida! ¡Señor, conviértete en el caudal que guíe mi vida, que el agua fresca que me lleva calme la sed que me embarga! ¡Ayúdame a ser salmón que nada a contracorriente pero hazlo junto a mí, Señor, que solo no puedo y quiero regresar a la casa del Padre! ¡No permitas que el cansancio me acomode, que la relajación me venza, que la pereza me devore, que la agitación me desvíe, que la falta de fe me haga perder la confianza, que mi autosuficiencia me haga creer fuerte y victorioso! ¡Acrecienta, Señor, mi fe que tu conoces mi debilidad y mis carencias!
Del compositor inglés Henry Purcell disfrutamos hoy de su  Jubilate Deo in D major, Z. 232 (Alegraos en Dios). Es un alegoría del camino del cristiano que en la dificultad, tiene que caminar a contracorriente para alcanzar la alegría del Padre:

martes, 8 de noviembre de 2016

Pensar y vivir en clave de eternidad

eternidad
Me decía el hace un tiempo un antropólogo que en algunos países africanos la vida más larga no alcanza de media los cuarenta años. Yo veo a mi abuela que con sus noventa y seis años como alarga su estancia en esta tierra con la alegría del primer día. Pero ¿qué son estos cuarenta o casi cien años comparados con la eternidad? Lo cierto es que muchas veces me olvido de esto pero debería valorar mi vida actual a la luz de la eternidad futura. Una vida de duración sin fin. Para siempre.
Lo cierto es que estamos a las puertas de la eternidad... desde el mismo día de nuestro nacimiento y cuanto menos lo pensemos, cuando menos lo esperemos, llegará la hora en la que debo estar alerta. Y ese día no habrá tiempo de rectificar. El tiempo corre, corre y corre. Y se va. Por eso hay que vivir santamente para la eternidad, sentir para la eternidad, trabajar para el eternidad, amar para la eternidad, sembrar para la eternidad, estudiar para la eternidad, crear para la eternidad, perdonar para la eternidad, servir para la eternidad, pensar para la eternidad, dejar la impronta para la eternidad, ser virtuoso para la eternidad, obrar para la eternidad, hablar para la eternidad... Todo con el fin de imprimir en mi alma y en mi corazón la imagen de Dios con el que voy a compartir la eternidad.

¡Señor, ayúdame a valorar mi vida actual a la luz de la eternidad! ¡Sé, Señor, que estoy a las puertas de la eternidad y a veces me cuesta pensar en ella! ¡Envía tu Espíritu, Señor, para que mi corazón arda en deseos de eternidad, de elevar mi vida a la altura del cielo, amar las cosas eternas más que las cosas mundanas, desear ir a la casa del Padre! ¡Ayúdame Espíritu Santo a vivir para la eternidad siempre y en cada momento, echar aquí en la tierra la semilla que decida mi eternidad, regarla, cuidarla, y recoger sus frutos! ¡Ayúdame Espíritu Santo a que cada una de mis acciones estén pensadas para la eternidad! ¡Hazme Espíritu Santo consciente de que la llegar a la vida eterna depende de mí y ayúdame a estar preparado, a servir fielmente los mandatos del Señor que redundan siempre en mi beneficio! ¡Señor, me dices que si quiero entrar en la vida eterna guarde tus mandamientos, quiero ponerlos en práctica cada día! ¡Ayúdame Tú, con la fuerza de tu Espíritu y por intercesión de María de lograrlo cada día!


Mi guardián no duerme, con la hermana Glenda:

viernes, 5 de agosto de 2016

En serio… ¿la muerte puede ser “inesperada”?

La pregunta decisiva frente a nosotros no es "¿Cómo voy a prepararme para la muerte?" sino "¿Cómo voy a prepararme para la vida eterna?"


Tras haber pasado casi toda mi infancia y la mayor parte de mi vida adulta en ciudades violentas y barrios conflictivos, yo siempre suponía que en algún momento sería atracado. Siempre suponía que me iban a pillar desprevenido y robarme. Y aun así, cuando me roban, me sigue cogiendo por sorpresa.

He estado pensando en sorpresas desagradables porque recientemente enterré a unos seres queridos que habían muerto inesperadamente. Dos veces en los últimos meses descolgué el teléfono para escuchar: “Sentimos mucho decirle que…”.

En ambos casos, era como cuando te atracan: una pérdida repentina e impactante que me repito no debería haberme pillado por sorpresa. Dolor, remordimiento y confusión me invaden presurosos, aunque no parece haber lugar donde alojarlos. ¿Cómo podría responder un cristiano ante estas situaciones?

Según escribía monseñor Lorenzo Albacete: “La respuesta más cruel ante el sufrimiento es el intento de justificarlo, decirle al que sufre: ‘Esto sucede por esta razón. Lamento que no puedas ver la respuesta, pero para mí está claro’”. Debemos resistir la tentación de envolver el dolor y la fealdad de la vida y la muerte en un envoltorio suave y brillante, de limar los bordes afilados y esconder las manchas de sangre.

De la misma forma debemos resistir la tentación de ofrecer “remedios” prácticos. Los cristianos no deben contribuir a la letanía bienintencionada de bálsamos del tipo “5 cosas que hacer cuando estás triste” o “Ayuda feliz para dolientes desesperados”.

Sí, debemos entender la muerte de los seres queridos como un recordatorio de las incertidumbres de la vida; tenemos que rezar diariamente por que podamos recibir los sacramentos antes de morir; deberíamos recordar que no llevaremos con nosotros ninguna posesión terrenal al más allá. Pero incluso con todo esto, no es suficiente.

Cuando observamos la violencia a nuestro alrededor y la enfermedad en torno al hecho de enfrentar la muerte, y nos preguntamos “¿cuándo llegará mi turno?”, deberíamos recordar que nosotros que vivimos a través del tiempo debemos pasar por la muerte para adentrarnos en la eternidad.

La pregunta decisiva ante nosotros no es “¿cómo debo prepararme para la muerte?”, sino “¿cómo debo prepararme para la eternidad?”. Con el pecado malogramos nuestra eternidad; con Su muerte y resurrección, Jesús nos la devolvió. Por ello, la mejor forma de prepararnos para la vida eterna con Dios es morir y resucitar con Jesús en el Sagrado Sacrificio de la Misa.

Nuestro buen Padre Celestial bendice todo lo que se Le ofrece en sacrificio digno, sobre todo Su unigénito Hijo. En otras palabras, aquellos que deseen vivir para siempre con Dios deben vivir esta vida desde y para la Eucaristía, desde y para el Sagrado Sacrificio de la Misa, y con urgente caridad debemos invitar a otros a imitarnos.

Cuando invitamos a otros al Sagrado Sacrificio de la Misa y al camino de muerte y vida que exige, no les invitamos a una simple celebración, aunque sea noble, o una mera comida, aunque sea festiva, ni a una sencilla hermandad, aunque sea deleitosa.

Les estamos invitando, de hecho, a una forma de muerte, de resurrección y de vida que extinguirá lo indigno dentro de ellos y habrá elevado a una vida divina lo que quiera que reste en su interior que pueda ser transformado en Cristo. Llamamos a nuestro prójimo a la salvación y a una mayor gloria de Dios no a través de consignas cómodas ni con el rubor del entusiasmo fácil, sino por el camino de la cruz, por la fidelidad hasta la muerte, y hacia la victoria inesperada, aunque ya profetizada y cumplida: la resurrección.

Así que yo (como muchos de vosotros, quizás) he sido “atracado” recientemente por una muerte inesperada. La visión de las tumbas recién cavadas aún sigue fresca en mi retina. Todavía no se han secado todas las lágrimas. Asumiendo que mañana nos despertemos, tendremos que afrontar otro día más y, preparados o no, dar un paso más hacia la eternidad.

A no ser que nuestro Señor Bendito regrese en gloria antes de entonces, algún día alguien se alejará de mi recién estrenada tumba. Entre ahora y entonces, yo caminaré del cementerio al altar y luego a mis deberes diarios. La sabiduría de los santos nos dice que esta es la mejor forma de prepararse para la muerte y para la vida eterna.

Mientras tanto confío en que, como yo, encontréis alivio en las palabras de oración que escribió el beato Rupert Mayer, S.J.:

Señor, como Tú lo quieras, así ocurrirá.
Y como Tú lo quieras, así también lo desearé yo;
Ayúdame a entender de verdad Tu voluntad.
Señor, lo que Tú quieras, eso es lo que escogeré,
Y lo que Tú quieras, esa es mi ganancia;
Me basta y me es suficiente saber que soy todo tuyo.

Señor, porque Tú lo quieres, por eso mismo eso es bueno;
Y porque Tú lo quieres, por eso tengo ánimos.
Mi corazón descansa en Tus manos.
Señor, cuando Tú lo quieras, ese será el momento adecuado;
Y cuando Tú lo quieres, yo estoy dispuesto.
Hoy y en toda la eternidad.

Cuando escriba otra vez, ofreceré una meditación sobre la esperanza y la desesperación. Hasta entonces, recemos los unos por los otros.

miércoles, 27 de julio de 2016

Pensar en la otra vida


Viajo con un hombre de negocios al que apenas conozco. Ambos tenemos por delante un largo viaje. Acomodados en nuestros asientos del avión, le pregunto: «¿Te has fijo la belleza del paisaje desde las alturas? ¡Qué hermosura el cielo, las costas, las montañas!». La conversación llega a niveles de mayor trascendencia. En un momento determinado me dice: «A mí todo esto del cielo y el infierno me parece ridículo. Una invención de la Iglesia para generar miedo. A mí el Cielo no me atrae para nada. Y el infierno no me asusta porque no existe».
Es triste, pero los hombres somos tan terrenales que nos aferramos a la mundanidad de la vida, obviando la trascendencia. Nos asimos a lo que experimentamos y conocemos. Nada más. La razón nos faculta para identificar ideas y conceptos, para cuestionarlos, para tratar encontrar coherencia o contradicciones entre ellos. Nos permite discernir lo bueno de lo malo. Lo hermoso de lo feo. Los agradable de lo que no lo es. Y tratamos de lograr para nosotros lo mejor de la vida. El afán del ser humano es acomodarse lo mejor posible al ambiente en el que vive. No extraña nada. La vida nos regala cosas muy hermosas. Nos permite amar y ser amados. Admirar bellos monumentos, hermosos paisajes, magníficas obras de arte, excelentes películas, leer libros llenos de poesía, contemplar como nuestro trabajo ofrece los frutos deseados, satisfacer nuestras apetencias, viajar a lugares increíbles, disfrutar de una gastronomía rica y variada…
Relativizar todo esto no es una tarea sencilla. La gente con la que convivimos, nuestra familia, nuestra pareja, nuestros hijos, lo que hemos obtenido como fruto de nuestro esfuerzo… Todo exige esfuerzo para conseguirlo y para mantenerlo.
La consecuencia de todo ello: no es fácil pensar en la otra vida. No es sencillo tener presente ni el cielo ni el infierno. Y como a este compañero de viaje, ni nos atrae el cielo, ni damos importancia al infierno. ¿Y por qué ocurre esto? Porque nos creemos dioses en minúsculas. Actuamos como seres inmortales. Y consideramos una ridiculez que el cielo y el infierno existan. ¡Pero a uno de estos dos lugares estamos predestinados!
Por eso hoy pongo en oración que mi destino y el de los míos es alcanzar el cielo prometido. Mi destino es la eternidad, mi auténtico hogar. La única opción de mi vida. Y esa debería ser mi ambición personal. No quiero convencerme de que la felicidad se asienta en la tierra porque la felicidad perfecta y total está en la vida eterna. ¡Que no olvide nunca, Señor, que me has creado para llegar un día junto a Ti en el cielo!

¡Sí, Señor, que no olvide nunca que Dios me ha creado para alcanzar la vida eterna! ¡Padre Bueno, creo en Cristo, tu Hijo! ¡Creo, Padre, firmemente en la verdad de su testimonio, que solo Él tiene palabras de vida! ¡Creo, Padre, que solo en Jesús y con Jesús puedo ser feliz, porque solo en Él soy amar auténticamente! ¡Dame, Señor, tu gracia para que a través de la oración acreciente mi fe y pueda hacerla vida con el amor a los que más cerca tengo! ¡Señor, soy pequeño y pecador! ¡Algunas veces he dudado de tus preceptos y he buscado la felicidad sin Ti! ¡Sácame, Señor, de mis comodidades y aburguesamientos y pídeme lo que sea más conveniente para mí para llegar al cielo! ¡Reconozco, Señor, que la pena de mi pecado es separarme ti! ¡Acepto, Señor, el alto precio que pagaste por mis pecados cuando moriste en la Cruz! ¡Ven, Jesús, a mi corazón y perdóname todos mis pecados! ¡Te entrego, Señor, el control de mi vida y recibo tu Espíritu Santo como señal de ser adoptado en tu familia! ¡Ayúdame, Señor, a soñar con metas altas, con cumbres elevadas, con estrellas que iluminen mis caminos! ¡Tú estás, Señor, en todo! ¡No quiero, Señor, huir de ti nunca! ¡Ayúdame a avanzar, Jesús, desde mi pobreza y mi pequeñez! ¡Siento, Señor, la desproporción entre mi vida pobre y tu grandeza, entre la vida eterna como promesa y mi vida acomodada! ¡Te amo, Señor!