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miércoles, 12 de julio de 2017

«Entras porque eres bienvenido»

orar con el corazon abierto
Hace unos años, coincidiendo con el final del Ramadán, una familia musulmana instalada en mi ciudad me invitó a cenar a su casa. En el portal de su hogar se puede leer esta inscripción: «Entras porque eres bienvenido». Uno le abre la puerta a quién desea y la cierra al exterior para evitar cualquier pequeña amenaza. Detrás de la puerta de un hogar con la llave puesta uno siente la seguridad de la vida. Yo también quiero decirle al Señor: «Entras (en mi corazón) porque eres bienvenido». De hecho Él ya llama todos los días a mi puerta, si yo no estoy pendiente de otras cosas y escucho su voz le abro. Entonces entra porque se siente bienvenido.

Cuando mi corazón está más cerrado, coincidiendo con las horas del día repletas de actividad, sin dejarle un hueco al Señor, me resulta vivir esa comunión íntima con Cristo. Vivo embriagado por las cosas mundanas y no soy capaz de disfrutar de las caricias de su amor.
Cuando Cristo llama suavemente —porque así es como actúa siempre— al corazón es, simplemente, porque anhela mantener conmigo una comunión íntima y desea compartir la contraseña que da acceso a esa unión personal con Dios. Pero eso es imposible si no soy capaz de abrirle de par en par la puerta de mi corazón.
Una vez acogido, sintiéndose cómodo y atendido, convertirá mi corazón en su morada permanente. Junto a Él traerá consigo el avío de su Espíritu que llegará repleto de sus santos dones.  Y, una vez abierta esa puerta, trataré de que no dejarle marchar.
El Señor sabe que mi corazón es como una posada donde se han instalado huéspedes de todo tipo y condición; desde la soberbia al orgullo, desde la vanidad a la autocomplacencia, desde el mal carácter a la falta de caridad… Y, aunque no tenga mucha reputación, olvido con frecuencia que la forma elegida por Dios para tocar la puerta de mi corazón es por medio del poder persuasivo del Espíritu Santo que es el que da vida a mi vida. La compañía del Espíritu Santo permite ver que lo bueno se sienta como algo más atractivo y las tentaciones menos eficaces. Esta razón basta para decirse el cambio interior, procurar se digno templo del Espíritu y tener siempre al Señor en el corazón.

¡Señor, sé que tocas con frecuencia a la puerta de mi corazón y no te abro! ¡Luego me arrepiento, Señor, y Tú sabes que lo anhelo profundamente para que me llenes de tu amor, de tu misericordia, de tu bondad y de tu poder! ¡Concédeme la gracia, Espíritu Santo, de ser dócil a esta llamada generosa! ¡Señor, tu recuerdas «Estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré a él»! ¡Esta es una llamada también a apreciar las cosas celestiales y a no dejarme embaucar y embriagar por las cosas mundanas! ¡Hoy, Señor, quiero abrirte la puerta y disfrutar de tu dulce compañía para que me traigas más serenidad interior, más paz, más amor y, fundamentalmente, la salvación que tanto anhelo! ¡Hazme una persona más orante, Espíritu Santo, porque cuando no oro le cierro la puerta de mi corazón al Señor! ¡Te doy gracias, Señor, por esta llamada, porque me ofreces la oportunidad de comenzar de nuevo y, a pesar de mi condición de pecador, merezco tu amor y tu compasión! ¡Concédeme la gracia de tener una fe firme que ponga en Ti toda mi confianza sabedor que Tú responderás a mi llamada y actuarás en el momento que más lo necesite! ¡Acudo a Ti, Señor, para que me llenes de Tu paz y de tu amor! ¡Que mi corazón esté abierto a tu llamada, que sea siempre bueno y dócil, que no deje espacio para el egoísmo y la cerrazón! ¡Dame, en definitiva, Señor, un corazón compasivo como el tuyo para que te puedas sentir cómodo en él!
Como la brisa, una bella canción para complementar la oración de hoy:

martes, 8 de noviembre de 2016

Pensar y vivir en clave de eternidad

eternidad
Me decía el hace un tiempo un antropólogo que en algunos países africanos la vida más larga no alcanza de media los cuarenta años. Yo veo a mi abuela que con sus noventa y seis años como alarga su estancia en esta tierra con la alegría del primer día. Pero ¿qué son estos cuarenta o casi cien años comparados con la eternidad? Lo cierto es que muchas veces me olvido de esto pero debería valorar mi vida actual a la luz de la eternidad futura. Una vida de duración sin fin. Para siempre.
Lo cierto es que estamos a las puertas de la eternidad... desde el mismo día de nuestro nacimiento y cuanto menos lo pensemos, cuando menos lo esperemos, llegará la hora en la que debo estar alerta. Y ese día no habrá tiempo de rectificar. El tiempo corre, corre y corre. Y se va. Por eso hay que vivir santamente para la eternidad, sentir para la eternidad, trabajar para el eternidad, amar para la eternidad, sembrar para la eternidad, estudiar para la eternidad, crear para la eternidad, perdonar para la eternidad, servir para la eternidad, pensar para la eternidad, dejar la impronta para la eternidad, ser virtuoso para la eternidad, obrar para la eternidad, hablar para la eternidad... Todo con el fin de imprimir en mi alma y en mi corazón la imagen de Dios con el que voy a compartir la eternidad.

¡Señor, ayúdame a valorar mi vida actual a la luz de la eternidad! ¡Sé, Señor, que estoy a las puertas de la eternidad y a veces me cuesta pensar en ella! ¡Envía tu Espíritu, Señor, para que mi corazón arda en deseos de eternidad, de elevar mi vida a la altura del cielo, amar las cosas eternas más que las cosas mundanas, desear ir a la casa del Padre! ¡Ayúdame Espíritu Santo a vivir para la eternidad siempre y en cada momento, echar aquí en la tierra la semilla que decida mi eternidad, regarla, cuidarla, y recoger sus frutos! ¡Ayúdame Espíritu Santo a que cada una de mis acciones estén pensadas para la eternidad! ¡Hazme Espíritu Santo consciente de que la llegar a la vida eterna depende de mí y ayúdame a estar preparado, a servir fielmente los mandatos del Señor que redundan siempre en mi beneficio! ¡Señor, me dices que si quiero entrar en la vida eterna guarde tus mandamientos, quiero ponerlos en práctica cada día! ¡Ayúdame Tú, con la fuerza de tu Espíritu y por intercesión de María de lograrlo cada día!


Mi guardián no duerme, con la hermana Glenda: