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lunes, 23 de octubre de 2017

Decisiones que ponen en juego la moral

Una de las obras maestras del cine es la película El hombre tranquilo, dirigida por John Ford y protagonizada por John Wayne y Maureen O’Hara. El duro actor norteamericano, al que asociamos con los mejores western de la historia del cine, interpreta a Sean Thornton, que después de haber adoptado en conciencia la más importante decisión de su vida, deberá cargar con el peso de esa medida en los postreros años de su vida. Thornton vivirá todo tipo de situaciones al no cumplir ni con las expectativas creadas por su futura esposa y su hermano ni la de los habitantes de la pequeña comunidad del minúsculo caserío del Norte de Irlanda donde se localiza la trama. En principio, los valores que le exigen a Thornton son muy estimables y se enmarcan en las varias veces centenaria tradición de aquellas tierras. Otra cosa es, que las circunstancias más íntimas, le lleven a Thornton a sufrir un camino de espinas y de incomprensiones. El personaje de John Wayne toma la decisión de renunciar a un padecimiento físico y, en su lugar, aceptar el sufrimiento espiritual de verse como alguien incapacitado para cumplir con sus deberes y obligaciones matrimoniales pues su conciencia le dicta aspirar a un bien superior y no a subvertir los valores que son el sustento de su vida.
A lo largo de nuestra vida nos vemos obligados a tomar decisiones de índole moral, muchas de las cuales son tan importantes que suponen un enorme desgaste físico, mental y espiritual. Cargar la cruz de cada día no es tarea fácil, especialmente cuando se trata de hacer las cosas con honestidad y fidelidad a una doctrina. Viene esto a cuenta porque un amigo me explicó hace unos días el caso de una profesional que tenía un importante dilema moral a cuenta de su negocio. Tan profunda era la situación que podría acabar con sus ingresos, y por tanto necesitaba hablar con un sacerdote para que le aconsejara las medidas a adoptar. En la conciencia de cualquier ser humano –inteligencia, emotividad, voluntad– está la propia vocación al bien, de manera que la elección del bien o del mal en las situaciones concretas de la vida acaban por marcar profundamente a la persona en cada expresión de su ser. Es la situación de esta chica. Yo, personalmente, también he estado en esta situación y no siempre, por las circunstancias, he tomado el camino correcto.
Olvidamos a veces que antes de ser clavado en la Cruz, Cristo hizo parada en el huerto de Getsemaní. Tal vez allí su sufrimiento fuese mayor que durante el tormentoso y oprobioso paso por el palacio de Pilatos donde, además de humillado, escupido y vejado fue flagelado, coronado de espinas y revestido con una túnica para iniciar el cortejo hacia el Gólgota. Sin reproches, el Señor, con la grandeza de aceptar la voluntad del Padre, sólo pidió que se apartase de Él aquel cáliz.
Los cristianos tenemos la obligación de ser fieles a la Cruz de Cristo, pues sin Cruz no hay salvación; pero antes hemos de pasar por nuestro Getsemaní particular, que es nuestro momento espiritual, con la conciencia limpia y libre, el que nos lleva a aceptar la voluntad de lo que Dios tiene preparado para cada uno de nosotros, con el fin de cargar posteriormente la cruz de cada día. Todos somos un poco ese Thornton de la película de John Ford, porque todos estamos obligados a buscar con la conciencia limpia la verdad de nuestra vida con la misma honestidad que lo hace John Wayne en las verdes praderas del norte de Irlanda. Para que eso se logre nuestra alma debe estar serena. Y cuando rechazamos la verdad y el bien que Dios nos propone, hay que escuchar lo que Él nos propone a través de la voz de la conciencia, buscándole y hablándole, para reconocer y enmendar nuestros errores y abrirnos a la Misericordia divina, la única capaz de sanar cualquiera de nuestras heridas.
orar con el corazon abierto
¡Señor, ayúdame a asemejarte cada día más a Ti para actuar siempre con corrección; sin Tí, Señor, y sin tu ejemplo no puede haber una base sólida para desarrollar una ética personal! ¡Envíame los frutos del Espíritu Santo, Señor, para llenarme de Ti que eres el Señor de la vida de la forma de ser y relacionarte! ¡Envíame tu Espíritu Señor, para tener un carácter amable, generoso, puro, entregado, alegre, flexible, servicial, cariñoso, justo, honrado, honesto y fiel! ¡Envía tu Espíritu Señor, para que mis actos siempre reflejen bondad, comprensión, humildad y firmeza frente al pecado, la injusticia y la maldad! ¡Concédeme la gracia de esforzarme para vivir de acuerdo a tus mandamientos, siendo diligente en servirte a Ti y a los demás y defendiendo siempre la verdad aunque esto me lleve a la persecución y el sufrimiento! ¡Concédeme la gracia de ser una persona llena del Espíritu Santo, sometido a la verdad de la Escritura, que viva una vida limpia con conductas ejemplares, que nazca de un corazón henchido del Evangelio y viva la realidad de las bienaventuranzas! ¡Ayúdame a que mi valores sean los del Evangelio y mi ejemplo de vida sea el tuyo! ¡Quiero ser un autentico seguidor tuyo, Señor, y seguir tus mandamientos! ¡Dame la fuerza para con la gracia de Dios que viene del Espíritu Santo a servir, amar y aplicar las verdades del Evangelio, servir por amor a Dios y no para mi mismo!

Como hoy va de Irlanda, qué mejor que nos acompañe la música del más renombrado de sus compositores clásicos, Sir Charles Villiers Stanford, y uno de sus célebres motetes, Beati Quorum Via:

Un amor como las olas del mar

Por razones laborales me encuentro en un país africano. Mi hotel se encuentra junto a una playa cuyas aguas están bañadas por el Atlántico. Protegiendo el recinto han colocado una cadena de rocas que lo protege de las embestidas del mar. Ayer por la mañana me senté en aquel lugar para contemplar el amanecer. Las olas, embravecidas por el mar furioso, se rompían contra las rocas estallando en una emergente ducha de gotas que la luz del sol hacía brillar. Al terminar la jornada laboral me senté de nuevo en el mismo lugar. La oscuridad de la noche quedaba rota por la luz grisácea de la luna. Las olas, sin embargo, seguían rompiéndose con las rocas a la misma intensidad.
El golpeteo constante de las olas han ido tallando con el paso de los años el perfil de aquellas rocas que alguien había alineado frente al hotel.
Sentado en aquel lugar apacible y silencioso, deleitándome con el sonido del mar y con el constante ir y venir de las olas, un pensamiento mágico me vino a la memoria. ¡Qué grande es el amor de Dios! ¡Y esa grandeza late a un ritmo constante, como las olas de ese océano creado por Él! ¡Ese amor cubre de manera paciente y uniforme las superficies duras de nuestro corazón para transformarlas en una obra nueva! ¡En ocasiones su amor es como las olas suaves que se rompen en las arenas de la playas cuando el mar está calmo! ¡En otras irrumpe como esas olas poderosas frente a mi hotel! En cualquiera de las dos, su amor permanece de manera constante e interminable. El amor de Dios no tiene fin.
Con el amor de Dios uno puede contar siempre. Es un amor fiel, imperecedero. ¡Qué hermoso es poder confiar en su amor y su fidelidad! ¡Qué hermoso sentir que su amor es infinito, ternura que se inclina hacia nuestra debilidad, seres necesitados de todo, consciente de que somos de barro frágil! Y es esta pequeñez, esta debilidad de nuestra naturaleza, esta fragilidad —¿acaso no somos como esas olas que se rompen al chocar contra las rocas?—es  lo que le empuja a su misericordia, a su ternura y a su perdón.
orar con el corazon abierto
¡Gracias, Padre bueno, Señor de la Misericordia, del Amor y del perdón, por ser fuente inagotable de amor! ¡Gracias porque eres como las olas que bañan mi corazón y me empapan de tu asombroso amor y de tu constante gracia! ¡Concédeme la gracia de confiar cada día en tu amor infinito incluso cuando no entienda lo que quieres de mí! ¡Padre, confío en tu amor y tus cuidados permanentes; transforma mi corazón como solo sabes hacer! ¡Gracias por la fe que me lleva a recorrer tus caminos! ¡Gracias, por reconozco tu existencia en este mundo! ¡Gracias, porque todo cuanto soy y recibo es obsequio de tu amor! ¡Te doy gracias, Señor, por todas las personas que has puesto a mi lado —mi familia, mis amigos, mis compañeros…—, todos ellos son el reflejo de tu amor! ¡Gracias, Señor, también por las cruces cotidianas que me recuerdan tu amor por mí! ¡Gracias por tu infinito amor, Señor!
Me basta tu gracia, cantamos hoy dando gracias al Señor:

martes, 5 de septiembre de 2017


Puvis de Chavannes, Pierre, 1824-1898; The Beheading of Saint John the Baptist
Hace unos días los cristianos rememoramos el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. La figura de este santo, ejemplo de entereza y valentía en su defensa de la verdad y de la denuncia de la ignominia y el mal, al que el mismo Jesús elogió por su honradez y santidad como el mayor de los nacidos de mujer, lejos de ser un día triste es un ejemplo de testimonio de vida. San Juan no predicó solo la conversión y la penitencia, en un momento de gran aceptación reconoció a Jesús como el Enviado de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y él se aparta para que el mensaje de Cristo sea escuchado en toda rincón.

San Juan ofreció su propia sangre en nombre de la verdad que es Cristo. Martirizado como signo de santidad, pudo afrontar su muerte con confianza porque estrecha era su relación con Dios fruto de la oración, que es el hilo que guía la existencia del hombre.
El Bautista me enseña hoy a ser testimonio de coherencia en el mundo. Coherencia en lo moral, en lo espiritual y en lo humano. Coherencia en cada minuto de mi existencia por muchos sufrimientos y sacrificios que deba sufrir y soportar. No es una cuestión de heroicidad. Es una cuestión de que el amor a Jesús, a su mensaje, a su Palabra, a su Verdad no permite doble juego. Si quiero ser un cristiano auténtico debo ser verdaderamente fiel al Evangelio en cada momento de mi vida para permitir que Cristo viva en mi y yo en Él.
Hoy tengo también muy presente en mi oración a los mártires cristianos que, como san Juan Bautista, han sido fieles a la Verdad que es Cristo. La persecución no es cosa del pasado, es una viva realidad que muchos deben afrontar por su adhesión a Jesús y su pertenencia a la Iglesia. Todos ellos son mártires de la fe y a todos los llevo hoy en mi corazón y en mi oración.

¡San Juan Bautista, ejemplo de valentía, mártir de la fe y de la defensa de la Verdad, precursor del Salvador, enséñame a seguir tus caminos, dame un poco de tu virtud y dame siempre fuerza y valor para defender la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame, San Juan, a vivir con humildad mi vida y con fidelidad a Jesucristo mi camino como cristiano; ayúdame a ser siempre fiel a la voluntad de Dios! ¡Cuando los problemas me acucien y las situaciones difíciles se me presenten, ábreme a la esperanza! ¡A Ti, Padre, que unes los dolores de Jesús con los de tu Iglesia, concede a todos los que sufren a causa de la fe la fortaleza para superar la situación y que sean siempre auténticos testigos de la Verdad! ¡Abrevia, Padre, el sufrimiento de los que padecen persecución, no permitas que renuncien a la verdad! ¡Perdona, Padre, a los que te persiguen y protege siempre a los justos! ¡Ayúdales a ser libres en la persecución, responsables en la dificultad y amorosos en el dolor y que puedan cumplir tu Voluntad con coraje y mucha fe!
En honor de san Juan Bautista escuchamos hoy la cantata de J. S. Bach Christ unser Herr zum Jordan kam, BWV 7 (Cristo, nuestro Señor, vino al Jordán):

La palabra más adecuada para los momentos cruciales de la vida es el silencio. La mejor escuela de silencio es el mismo Cristo. Así vivió Jesús el proceso de su Pasión, en un intenso y profundo silencio interior. Calló ante el discípulo que le traicionó por treinta míseras monedas de plata. Se mantuvo callado ante el discípulo al que convirtió en roca sobre la que edificar su Iglesia y le negó tres veces antes de que cantara el gallo. Calló ante los tres discípulos que le abandonaron en el Huerto de Getsemaní. Nada dijo ante el Sanedrín mientras le acusaban de blasfemo, le abofeteaban y le calumniaban. Guardó silencio ante Herodes primero y ante Pilatos después, deseosos de deshacerse de tan incómodo personaje. Calló durante su cruel flagelación, orando interiormente con cada azote, con cada insulto, con cada rasgadura de su cuerpo herido. Permaneció callado cuando le insultaron, le vejaron, le blasfemaron, le escupieron y su burlaron de Él hasta que fue coronado de espinas. En digno silencio se mantuvo cuando la multitud reclamaba su crucifixión y exigían la liberación de un asesino confeso, Barrabás. Mantuvo silencio cuando el tribuno romano se lavó las manos para no ser acusado de matar sangre inocente y hacer cumplir una sentencia injusta. Nada dijo ante el pecado de la humanidad entera que cargaba sobre sus espaldas mientras ascendía hacia el Gólgota para morir en la Cruz. Calló las tres veces que su cuerpo se desplomó en el camino del Calvario. En silencio se mantuvo cuando, despojado de sus vestiduras, desnudo y humillado, fue clavado en el madero santo. Se mantuvo sin decir palabra cuando lo alzaron con los brazos extendidos acogiendo a la humanidad que tanto amaba. Calló durante seis interminables horas, extenuado y asfixiado, hasta que a la hora tercia exhaló el último suspiro. Calló ante el aparente silencio del Padre; ante el abandono de las multitudes que habían escuchado su Buena Nueva y habían sido testigos de sus milagros. Y cuando me ofenden, me injurian, me critican, me juzgan, me enjuician, me reprenden, me reprueban, me censuran, murmuran u opinan sobre mí… ¿Callo? ¿Guardo silencio? De nuevo pongo toda mi atención en los silencios de Jesús. Las veces que pudo hablar y calló. Cristo me enseña que el silencio en el hablar es también un maravilloso camino que me ayuda a crecer en virtud. orar con el corazon abierto ¡Señor, cuanto tengo que aprender de Ti que en los momentos de mayor tensión, en el límite de tu paciencia, supiste callar y no responder! ¡Gracias, Padre, por el ejemplo vivo de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Jesús, por hacerme comprender que este es el camino y esta es la mejor actitud! ¡No permitas Espíritu Santo que salgan de mi boca palabras hirientes, frases despectivas, respuestas punzantes pues quiero parecerme a Jesús! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de la humildad y la sencillez para callar cuando conviene! ¡Ayúdame a encontrar en Jesús y en la luz del Evangelio las palabras adecuadas para que ser testimonio de verdad y de amor! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a aprender a callar y vivir en la Palabra de Jesús; ayúdame a hablar y proclamar su Palabra! ¡Concédeme la gracia, si conviene, de hacerlo desde la cruz porque allí es desde donde se perdona de corazón, se construye la paz y se es fiel a la voluntad del Padre! ¡Pero ayúdame a no permanecer callado çacan a la Verdad! Ama totalmente


orar con el corazon abierto
La palabra más adecuada para los momentos cruciales de la vida es el silencio. La mejor escuela de silencio es el mismo Cristo. Así vivió Jesús el proceso de su Pasión, en un intenso y profundo silencio interior.

Calló ante el discípulo que le traicionó por treinta míseras monedas de plata. Se mantuvo callado ante el discípulo al que convirtió en roca sobre la que edificar su Iglesia y le negó tres veces antes de que cantara el gallo. Calló ante los tres discípulos que le abandonaron en el Huerto de Getsemaní.
Nada dijo ante el Sanedrín mientras le acusaban de blasfemo, le abofeteaban y le calumniaban. Guardó silencio ante Herodes primero y ante Pilatos después, deseosos de deshacerse de tan incómodo personaje.
Calló durante su cruel flagelación, orando interiormente con cada azote, con cada insulto, con cada rasgadura de su cuerpo herido. Permaneció callado cuando le insultaron, le vejaron, le blasfemaron, le escupieron y su burlaron de Él hasta que fue coronado de espinas.
En digno silencio se mantuvo cuando la multitud reclamaba su crucifixión y exigían la liberación de un asesino confeso, Barrabás. Mantuvo silencio cuando el tribuno romano se lavó las manos para no ser acusado de matar sangre inocente y hacer cumplir una sentencia injusta.
Nada dijo ante el pecado de la humanidad entera que cargaba sobre sus espaldas mientras ascendía hacia el Gólgota para morir en la Cruz. Calló las tres veces que su cuerpo se desplomó en el camino del Calvario. En silencio se mantuvo cuando, despojado de sus vestiduras, desnudo y humillado, fue clavado en el madero santo. Se mantuvo sin decir palabra cuando lo alzaron con los brazos extendidos acogiendo a la humanidad que tanto amaba. Calló durante seis interminables horas, extenuado y asfixiado, hasta que a la hora tercia exhaló el último suspiro. Calló ante el aparente silencio del Padre; ante el abandono de las multitudes que habían escuchado su Buena Nueva y habían sido testigos de sus milagros.
Y cuando me ofenden, me injurian, me critican, me juzgan, me enjuician, me reprenden, me reprueban, me censuran, murmuran u opinan sobre mí… ¿Callo? ¿Guardo silencio?
De nuevo pongo toda mi atención en los silencios de Jesús. Las veces que pudo hablar y calló. Cristo me enseña que el silencio en el hablar es también un maravilloso camino que me ayuda a crecer en virtud.

¡Señor, cuanto tengo que aprender de Ti que en los momentos de mayor tensión, en el límite de tu paciencia, supiste callar y no responder! ¡Gracias, Padre, por el ejemplo vivo de tu Hijo Jesucristo! ¡Gracias, Jesús, por hacerme comprender que este es el camino y esta es la mejor actitud! ¡No permitas Espíritu Santo que salgan de mi boca palabras hirientes, frases despectivas, respuestas punzantes pues quiero parecerme a Jesús! ¡Espíritu Santo concédeme la gracia de la humildad y la sencillez para callar cuando conviene! ¡Ayúdame a encontrar en Jesús y en la luz del Evangelio las palabras adecuadas para que ser testimonio de verdad y de amor! ¡Ayúdame, Espíritu de Dios, a aprender a callar y vivir en la Palabra de Jesús; ayúdame a hablar y proclamar su Palabra! ¡Concédeme la gracia, si conviene, de hacerlo desde la cruz porque allí es desde donde se perdona de corazón, se construye la paz y se es fiel a la voluntad del Padre! ¡Pero ayúdame a no permanecer callado ante las mentiras que atacan a la Verdad!
Ama totalmente

sábado, 26 de agosto de 2017

Cuando la naturaleza te acerca a Dios


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El Señor me bendice este mes de agosto con unos ratos de descanso. Me permite hacer largas caminatas a pie, disfrutando de la naturaleza y de un entorno privilegiado.

Uno de los medios más hermosos para encontrarse con Dios es la naturaleza, con ese ritmo acompasado que se aleja del vértigo de la vida humana. A través de ella Dios ilumina nuestra vida con su presencia. La Creación es el principal medio en el que Dios se hace presente en el mundo. Los árboles, las nubes, las flores, los ríos, las montañas… la vida interior —la piedad si se prefiere— te permite comprender los signos de esta presencia.

Paseas por la montaña o por los valles, junto a cañadas o en la vereda de los ríos, elevas los ojos al cielo y comprendes no sólo la belleza sino la magnitud de la creación de Dios. Y más todavía. Tomas conciencia del gran amor que Dios siente por el hombre obsequiándole con tan incomparable regalo.
En estos días de asueto siento también la huella de Dios en mi vida con el disfrute de su creación. Subía el otro día una montaña. Subiendo la cuesta hasta la cima tomaba conciencia viva de que esa montaña, presente desde la creación del mundo, pervive desde siglos infinitos antes del caminar del hombre sobre la tierra. El hombre está de paso, peregrina hasta un destino eterno; la naturaleza te hace darte cuenta de la finitud de la vida.
La naturaleza es un medio muy adecuado para acercarse a Dios pero requiere abrir el corazón para detenerse en sus beneficios. Con el corazón abierto, sensible a la belleza y a la hermosura de lo creado, te conviertes en privilegiado protagonista de un espectacular lienzo que Dios, en su infinita bondad, fue creando durante seis días antes de dar vida al ser humano.
¡Qué gran regalo el tuyo Señor y que pocas veces doy gracias por poder disfrutarlo!

¡Te doy gracias, Dios mío, porque me permites gozar de la belleza de la Creación! ¡Cada segundo de mi vida es un precioso regalo para alabarte por las maravillas de la naturaleza! ¡Es la gran oportunidad que tu me ofreces para ser Tu en medio del mundo! ¡Para ser colaborador tuyo en la conservación de lo que has creado! ¡Cada momento es una oportunidad única para continuar tu obra, cuidando el medio ambiente! ¡Gracias, Padre, porque cada segundo de mi vida es un tiempo precioso para unirme a Ti en la oración y dar gracias por la belleza que contemplo a mi alrededor! ¡Gracias, Padre, por este amor infinito! ¡Por haber pensado en la belleza del mundo, el mejor escenario para la vida del hombre! ¡Gracias, Padre, por la oportunidad que me ofreces de descansar unos días rodeado de naturaleza en la que te me puedo acercar más a Ti! ¡Me uno a Ti, Padre, con el cántico de las criaturas de San Francisco y digo como él: loados seas, mi Señor, por nuestra hermana madre tierra, la cual nos sustenta y gobierna y produce los frutos para nuestra subsistencia!
El cántico de las criaturas de San Francisco, musitado:

miércoles, 23 de agosto de 2017

¿Qué me separa del amor de Dios?


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¿Y como correspondo yo a ese Amor incondicional e infinito? ¿Qué es, entonces, lo que me separa del Amor de Dios? Algo tengo claro; cuando más ame a Dios, más voy a saber sobre el Amor. Y cuando más sepa sobre el amor, más voy a saber amar. Y cuanto más sepa amar, más amor será capaz de dar.
¡Espíritu Santo, dame un corazón dócil abierto a la Palabra, que sepa amar sin condiciones como ama Dios; que sepa entregarse, como se entregó Dios; que sepa servir, como sirvió Dio! ¡Espíritu bondadoso, hazme fiel al mandamiento del amor para no olvidar que el día que llegueMe pregunto hoy: «Con toda su sabiduría, ¿por qué Dios se complicó tanto la vida creando al ser humano que en su limitación nada le aporta?» Es difícil de comprender desde un razonamiento puramente humano. Pero cuando uno crea es porque tiene una necesidad. Y Dios, que en su soledad podía obtener la felicidad plena, tenía la imperiosa necesidad de amar.

La creación del hombre y la mujer es tal vez el invento menos práctico de todos pero es el único que se sustancia en el amor y se ha hecho por amor. Por un amor sin intereses. Cuando el hombre crea lo hace por o con una finalidad. Cuando Dios crea al ser humano lo hace única y exclusivamente para compartir su felicidad y la plenitud de su amor. Es así porque Dios es amor. Es más, Dios es un amor desbordante.
Y no solo no tenía necesidad de crear al hombre. Tenía necesidad de morir por el hombre. Hacerse uno con el hombre. En su lógica del Amor divino, a sabiendas que su relación con el ser humano estaba rota por el pecado, consciente de que la deuda que el hombre tenía con Él era infinita, y que jamás por si mismo el ser humano podría repararla, vino al mundo haciéndose hombre sin dejar de ser Dios.

Dios quiere demostrar de verdad que ama al hombre. Dios quiere constatar que es Amor puro, incondicional, personal e infinito. Dios quiere amar y ser amado porque en su gran omnipotencia no puede dejar de amar. Dios quiere hacerme feliz y busca lo mejor para mi. Dios quiere que corresponda a esa felicidad con mi entrega absoluta. Para Dios, el amor es darse hasta el extremo que es la forma más perfecta de amar. Todo en Dios es por amor y para el Amor. Dios no me ama por mis cualidades o defectos, Dios me ama con mis cualidades y defectos. al cielo lo primero que se me preguntará cuanto he amado en la tierra! ¡Alabanza y gloria a Ti, Padre del Amor, por tu infinito amor! ¡Concédeme la gracia de conocerte y amarte, de darte a conocer a los demás, porque sólo tu eres santo, tu mereces toda mi alabanza por las gracias de la creación! ¡Amado Padre, te invoco por medio del Espíritu Santo, para darte gracias por el gran regalo de la vida, una vida llamada a amar y servir! ¡Gracias, Padre! ¡Pongo ante tus divinos pies, Padre bueno, todo mi caminar por este mundo para que todo lo que haga a partir de hoy este impregnado por el amor y por tu voluntad a fin de cumplir con la misión que me has encomendado y por la cual me has obsequiado con la vida! ¡Te confío mi pobre corazón para que de él surjan pensamientos y sentimientos santos, te consagro mi cuerpo, mi espíritu, mi alma y todo mi ser para que iluminado por la gracia del Espíritu Santo, tome siempre las decisiones más adecuadas y todos los que están a mi alrededor puedan exclamar: este sí que sabe amar!
Amor De Dios:

lunes, 7 de agosto de 2017

La lucha entre el bien y el mal


orar con el corazón abierto

Son muchas las personas que no tienen verdadera conciencia de que la lucha entre el bien y el mal es permanente. Tiene lugar en diferentes ámbitos de nuestra vida: en la familia —objetivo primordial del demonio—, en el trabajo, en la Administración, en el seno de la Iglesia, entre amigos o compañeros… Basta con leer la prensa o ver los noticiarios para observar como se trata de desmoronar los valores cristianos de la sociedad y del mundo.

Tratar de explicar el mal en nuestro mundo se está convirtiendo en una tarea cada vez más ardua pues cada vez hay menos conciencia de lo que es el pecado y cuáles son sus consecuencias. No somos conscientes de que el motivo que originó el pecado de nuestros primeros padres se produce diariamente en cada uno de los hijos de Dios. Desde la muerte de Cristo en la Cruz, el cristiano tiene que ser consciente que libra una batalla que no puede perder. En el Gólgota el Bien derrotó al mal. El demonio fue derrotado —es consciente de que todo lo tiene perdido— pero siempre intentará que en la vida de cada hombre no sea efectivo el triunfo de la Cruz. Y lo intentará hasta el final de los tiempos tratando de derrotar y vencer al hombre por su soberbia, su orgullo o su autosuficiencia.
Aún en la derrota, el príncipe del mal se hace fuerte en nuestro mundo porque el ser humano está aparcando a Dios de su lado y abandonando la fe, pilar fundamental de la vida. Busca respuestas pero las trata de encontrar en lugares equivocados.
La lucha entre el bien y el mal es algo personal. Se libra en el interior de cada uno. Lo dice bien claro el apóstol San Pablo: «la lucha es contra principados, potestades y contra los gobernadores de las tinieblas y las huestes espirituales de maldad».
Algo tengo claro como cristiano. Personalmente ganaré la batalla si no decrece mi confianza en el Señor y pongo mi seguridad en los méritos de Jesús. Aquí es donde radica la victoria sobre el mal, recibiéndolo diariamente, siguiendo sus enseñanzas, aceptando su voluntad y sosteniéndome en la oración que pone en comunión con Dios, la confesión que nos redime del pecado y la comunión que nos hace uno con Cristo y el rezo del Santo Rosario, escudo que la Virgen pone en esta batalla. Son elementos básicos para protegerse de los ataques diarios del príncipe del mal y para vencer en ese conflicto permanente entre el bien y el mal. El cristiano cuenta, además, con un aliado esencial: el Espíritu Santo, que nos otorga la fortaleza para luchar y nos entrega las herramientas para vencer.

¡Señor, te pido humildad y mucha fe para luchar contra los ataques del demonio, líbrame de todo mal y ayúdame a ser libre, a guardar siempre el amor y el bien en mi corazón, desear siempre el bien, respetar siempre la verdad! ¡Bendice, Señor, a todo aquel que desee el mal y encamínalo por el camino de la fe en ti! ¡Líbrame, Señor, de cualquier cosa que pueda perturbar mi camino, mi mente, mi espíritu, mi fe, mi estabilidad, mi amor, mi esperanza! ¡Concédeme la gracia para distinguir siempre el bien del mal y la gracia para salir siempre victorioso en el enfrentamiento con el poder de las insidias del demonio! ¡Haz que mi compromiso cristiano sea contra el mal y me vuelva cada día más lleno de Dios! ¡Espíritu Santo, Espíritu de Dios, desciende sobre mi, moldéame, lléname de Ti, utilízame, expulsa de mi corazón todo aquello que me aleje de Dios, expulsa de los corazones de los hombres todo lo que les aleja de la verdad, destruye del mundo todas las fuerzas del mal! ¡Espíritu Santo mantenme siempre firme en la fe, revestido de la verdad y protegido por la rectitud en el actuar! ¡Hazme, Espíritu de Dios, una persona preparada para salir a anunciar el mensaje de paz, amor y verdad! ¡Concédeme la gracia, Espíritu divino, para que mi fe sea un escudo que me libre de las insidias del demonio! ¡Que la espada de la oración, de la palabra, de la Eucaristía, del amor, de la entrega y del servicio sea la que luche contra el mal! ¡Recibe ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que te hago en este día para que te dignes a ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón!
Quiero cantar una linda canción: es mi amigo Jesús:

domingo, 6 de agosto de 2017

La arquitectura de la alegría


desde Dios
Lo experimento con frecuencia. En un mundo necesitado de la alegría, cuando transmites y comunicas alegría sientes más alegría. Y es parte del fruto del desprendimiento de uno mismo.

El desprendimiento del yo comporta muchos beneficios interiores. Asienta la fe, aviva la conversión y genera alegría. Las páginas del Evangelio están repletos de pasajes que proclaman la alegría del encuentro con la liberación interior: la parábola de la oveja perdida, la mujer pecadora que puso a lo pies de Cristo el frasco de alabastro, el recaudador Zaqueo que recibe alegre a Cristo en su hogar, la parábola del hijo pródigo, de los dracmas o del padre de familia que salió por la mañana a contratar obreros para su viña… Desprendimiento del yo para entregarse por completo a la voluntad de Dios. Es entonces cuando el Padre toma con sus manos el más ínfimo de los pequeños detalles de la vida y los acoge como la mayor de las donaciones.
Entonces comprendes realmente que cuando comunicas alegría sientes más alegría porque la senda de la alegría se asienta en la renuncia; y ésta no implica pérdida sino ganancia, no es abnegación sino generosidad, no es pérdida de libertad sino plenitud. Y todo supone transformación interior.
La auténtica alegría únicamente se experimenta cuando uno es capaz de darse y de abrirse. Cuantos más apegos vas dejando caer por el camino más sencillo es encontrarte uno mismo. Si uno se centra en su yo, hace que todo gire en torno a sí, se queda completamente oprimido por todo que le oprime: el dolor, la soledad, la enfermedad, los problemas económicos, la incomprensión, el fracaso, el descrédito… Sin embargo, cuando vive consagrado al servicio del prójimo el yo queda apartado, el sufrimiento se aminora y el padecimiento pierde todo su valor.
La arquitectura de la alegría es saber amar y eso pasa por desprenderse del yo. Este principio, ¿es teoría o práctica en mi vida?

¡Señor, nos has creado para la alegría, para dar alegría! ¡Tu, Señor, invitas a abrirnos a la vida porque dijiste aquello tan hermoso de que dichosos los ojos porque ven y los oídos porque oyen! ¡Si te contemplo, Señor, si contemplo cada día el misterio de la Trinidad, puedo saborearte, sentirte y escucharte! ¡Por eso, Señor, puedo encontrarte en todas y cada una de las cosas y eso provoca la alegría más absoluta! ¡Señor, quiero ser portador permanente de alegría porque la alegría es la presencia sentida de Dios en la vida! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para alabar siempre, para dar gracias, para cantar la belleza de la creación y la grandeza del ser humano! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para llenar de esperanza, luz y amor mi corazón! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para el encuentro con el prójimo, para llenar la vida de esperanza y los corazones de amor! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para unirme siempre a Dios, en quien todo es amor y alegría! ¡Espíritu Santo, dame el don de la alegría para dar testimonio de que el mundo, a pesar del dolor, está llamado a colmarse de la lluvia incesante de las bendiciones de Dios!
Señor, a quien iremos para el encuentro de la alegría:

Mi corazón está firme

desde Dios
Me acerco a la oración por medio de un salmo hermoso, profundo y cadencioso. Es el salmo 57, que entre otras cosas exclama: «Mi corazón está firme, Dios mío, mi corazón está firme. Voy a cantar al son de instrumentos».
¡Mi corazón esta firme y siempre tiene que estar dispuesto, abierto a la alegría, a la esperanza, a la espera! ¡Mi fe me sostiene y mi espíritu me fortalece!
No es fácil la vida. Las contrariedades aparecen cuando menos te las esperas. Y el corazón debe estar preparado para aceptar los reveses. Un cristiano ha de ser firme. Decidido. Firme en la constancia, valeroso en el sufrimiento.
Cuando uno es firme se manifiesta fiel y decidido ante cualquier circunstancia que se le presente. Cuando uno es firme acepta lo que venga y su compromiso no se compromete. Aguanta el tiempo que convenga porque es sostenido por el Espíritu.
Pero la firmeza puede convivir —y convive— con los miedos, la tibieza y las vacilaciones. Con la falta de compromiso por miedo al fracaso. Lo importante es el poso que hay en lo profundo del corazón. El fracaso es consustancial al ser humano; pero desde el fracaso puede surgir la fortaleza y la experiencia.
No resulta sencillo ser firme en las convicciones, en la lucha cotidiana, en el camino de la vida. Es más sencillo abandonar cuando todo se complica; sucumbir ante la incerteza o las dudas; no comprometerte por miedo al que dirán o no ser capaz de dar la talla; no terminar algo porque implica demasiado esfuerzo… La firmeza se sostiene con el compromiso en el trabajo, en el servicio comunitario, en los estudios, en la vida hogareña, en las relaciones familiares y de amistad, en la formación humana o profesional…
Firme implica estar lleno del Espíritu de Dios. Es permanecer en la confianza y en la perseverancia. Tener fortaleza interior no es lo mismo que ser una persona fuerte, endurecido por las experiencias y las heridas que le ha producido la vida. Estar firme en el Espíritu es el único modo de poder resistir los embates de las sombras del ambiente. Es tener conciencia de quien es Dios, saber que se puede confiar plenamente en Él, confiar en que Él hará lo que mejor convenga. Y eso exige crecer cada día en la oración, en la Eucaristía y en la vida de sacramentos.
¿En qué medida cultivo yo la firmeza de mi Espíritu?

¡Señor dame firmeza que la necesito! ¡Ayúdame a sostenerme en ti con la fuerza de tu Santo Espíritu! ¡Concédeme la gracia de que tu seas siempre mi roca para que no dude ante los acontecimientos de la vida! ¡Dame firmeza, Señor, para que mis pensamientos y mis acciones estén guiadas siempre por tu Palabra y tu Evangelio! ¡Dame firmeza, Señor, para que mi corazón no se confunda ante los engaños del mundo! ¡Dame firmeza, Señor, para que mis ideas no cambien en función de las circunstancias! ¡Dame firmeza, Señor, para que sepa hacer siempre lo que convenga, que es el bien por amor a ti y a los demás! ¡Dame firmeza, Señor, para que mi fe no vacile y cumpla siempre tu santa voluntad! ¡Dame firmeza, Señor, para que los problemas, las dificultades, los obstáculos y los fracasos no me hagan abandonar nunca! ¡A ti Espíritu Santo te pido la firmeza para que me protejas de los temores y mis inseguridades! ¡Espíritu Santo, dame firmeza para enfrentarme a lo desconocido! ¡Dame firmeza, Espíritu divino, para sostenerme en medio de la adversidad! ¡Dame firmeza, Espíritu de sabiduría, para mantenerme siempre cerca de Dios!

miércoles, 2 de agosto de 2017

Coherencia


desdedios
La coherencia es esa capacidad de convertir mis acciones y mis pensamientos en un «uno» que no se contradiga entre sí. La coherencia es una conquista cotidiana —la vida interior consiste en esto, en recomenzar cada día—; alcanzar este equilibrio exige esfuerzo de la voluntad. Es necesario trabajar decididamente para que las conductas cotidianas estén bien coordinadas. Se trata de que exista una coincidencia auténtica entre el ser y el hacer para que esta armonía interior no se rompa ante cualquiera de los obstáculos que se presentan. 


Las apetencias nos vencen; el corazón se divide entre lo que nos apetece y lo que corresponde. Cuando la voluntad no es firme entonces no importa romper la coherencia. Pero uno es coherente cuando la voluntad está de acuerdo con el entendimiento; cuando los actos coinciden con los principios; cuando las palabras van unidas a la verdad. Si uno atiende solo a lo que conviene manifiesta una fe fragmentada, muy a la medida del hombre y muy alejada de Dios.
El hombre tiene en Cristo está el mayor testimonio de coherencia. En Él queda la impronta de vivir acorde con un modo de sentir, de pensar y de actuar. Y siempre en una perfecta armonía con la voluntad del Padre. Jesús muere en la Cruz por pura coherencia.
Nadie que se diga seguidor de Cristo puede llevar su vida por los derroteros de la incoherencia. Los principios son innegociables. Solo es posible vivir según los caminos del Evangelio; lo que es incompatible con la verdad que esconde la Palabra no puede ser sacrificado. Ser cristiano coherente implica un gran desafío; un desafío que se debe asumir con valentía. Un desafío que implica seguir una doctrina y una moral reveladas, a la luz de la razón y de la autoridad divina que no puede contravenirse. ¡Que limitado sería Dios si después de haberse hecho hombre y habernos redimido del pecado, permitiese que el hombre viviera con lo subjetivo de los acontecimientos!
La pregunta es directa: Si el don de la integridad cristiana es ser coherentes ¿Soy de verdad coherente o he aprendido a vivir con mis contradicciones porque soy como soy y nada ni nadie puede cambiarme?

¡Señor, ayúdame con la fuerza deTu Espíritu a conocerme mejor, a identificar los rasgos de mi manera de ser y de comportarme, de aprender de mis fortalezas y debilidades, de sacar partido de mis posibilidades y límites, de mejorar mis virtudes y limar mis defectos, de no complacerme en mis aciertos y aprender de mis errores! ¡Señor, con la fuerza de tu Espíritu ayúdame a distinguir entre los sufrimientos padecidos, los buscados, los deseados y los no comprendidos; a saber distinguir las alegrías positivas de las merecidas!¡Señor, tú me conoces perfectamente, tú sabes todo lo que hago y lo que anida en mi corazón, tú penetras desde lejos mis ideas; tú me ves, mientras camino o mientras descanso; tú sabes cada cosa que emprendo o abandono; tú sabes cuáles serán mis palabras antes de pronunciarlas; lees mis labios! ¡Señor, tu mano siempre me rodea, no me dejes caer! ¡Oh Dios, ponme a prueba y mira si mis pasos van hacia la perdición y guíame por el camino eterno! ¡Ayúdame a conocerme mejor a mi mismo para conocerte mejor a Ti!
En este primer día de agosto nos unimos a las intenciones del Santo Padre que pide que en este mes recemos por los artistas de nuestro tiempo, para que, a través de las obras de su creatividad, nos ayuden a todos a descubrir la belleza de la creación.
Dios te hizo tan bien, cantamos hoy:

sábado, 29 de julio de 2017

Mi semana en la Santa Misa

desdedios
La Eucaristía del domingo es una fiesta sagrada, alegre, llena de luz. Aunque uno asista a Misa cada día de la semana, el domingo tiene algo especial. Es el encuentro con la asamblea reunida en comunidad, en la solemnidad del encuentro con el Señor. Me gusta la Misa dominical porque, en este encuentro de amor, de acción de gracias, de adoración, de glorificación, de contricción profunda… te pones en cuerpo y alma ante el altar con la historia personal que has vivido durante la semana que termina y con el compromiso de mejorar y cambiar en la nueva historia de siete días que se presenta. Es una ceremonia que exige entregarse con el corazón abierto y con toda la potencialidad del alma.
A la Misa acudo con la mochila de mis alegría y mis penas, con mis sufrimientos y mis esperanzas, con mi anhelos y mis frustraciones. Acudo con cada uno de los miles de retazos de la semana que he dejado atrás profundamente enraizados en el corazón. Para lo bueno y para lo malo. Las cosas positivas para dar gracias a Dios por ellas, las negativas para ponerlas en manos del Señor y ayudarme a superarlas y mejorar en el caso de tener que cambiar algo.
Esta mochila también esta repleta de imágenes. Es un mosaico de rostros que se han impregnado en mi corazón. Son las personas que se han cruzado conmigo durante la semana. A Dios los entrego durante la Eucaristía y también a María, la gran intercesora. Cada uno tendrá sus intenciones que desconozco pero que el Padre, que está en los cielos y que lee en lo más profundo de sus corazones, sabrá que es lo que más les conviene. Todos ellos me acompañan en la Eucaristía del domingo.
La Eucaristía es un acto de amor de Dios en el que uno puede ser autentico partícipe. ¿Alguien lo duda?

¡Señor, te doy infinitas gracias por tu presencia en la Eucaristía! ¡Gracias, Señor, porque en la Santa Cena partiste el pan y el vino para alimentar nuestra alma y nuestra vida, para saciar nuestra hambre y sed de ti! ¡Gracias, Señor, porque ofreces tu Cuerpo bendito y tu Sangre preciosa! ¡Gracias, Señor, por esta entrega tan generosa y amorosa que llena cada día mi vida! ¡Gracias, Señor, porque la Eucaristía es una celebración comunitaria en la que Tú te sientas junto a nosotros para compartir tu amor! ¡Qué hermoso y gratificante para el corazón, Señor! ¡Gracias, porque por esta unión tan íntima contigo cada vez que te recibo en la Comunión, en este encuentro especial con el Amor de los Amores, que serena mi alma y apacigua mi corazón! ¡Señor, tu conoces mis fragilidades, mis debilidades, mis flaquezas, mis miserias, mi necesidad de Ti y aún así quieres quedarte a mi lado todos los días! ¡Solo por esto, gracias Señor! ¡Señor, Tú sabes que en la Eucaristía diaria se fortalece mi ánimo, se acrecienta mi amor por Ti y por los demás, se revitaliza mi entusiasmo, se agranda mi confianza y se hace fuerte mi corazón! ¡Te amo, Jesús, por este gran don de la Eucaristía en el que te das a Ti mismo como el mayor ofrecimiento que nadie puede dar! ¡Gracias, porque cada vez que el sacerdote eleva la Hostia allí estás Tú inmolado sobre la blancura del mantel que cubre el altar! ¡Gracias, Señor, por todos los beneficios que cada día me reporta la Comunión!
Pan de Vida, le cantamos al Señor:

sábado, 22 de julio de 2017

Vivir de apariencias

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orar con el corazon abierto

En la sociedad actual vivimos de apariencias, «son ¿necesarias?» en las relaciones sociales, profesionales, etc. En esta circunstancia, la humildad camina a nuestro lado como un viajero desconocido. Al olvidarnos de ella nos convierte en seres anónimos, incluso entre aquellos que nos resultan más próximos. Sin embargo, cuando la humildad se ejerce se convierte en un espacio de encuentro con otras personas, fundamentalmente con los que más queremos.

En este entramado de apariencias juzgamos a los demás por lo exterior y no nos resulta sencillo reconocer lo valioso que atesoran. Cegados por esos defectos enemigos de la humildad —vanidad, orgullo, soberbia...— nos resulta complicado conocernos a nosotros mismos y conocer a los demás pues retenemos lo más superficial, lo menos importante y trascendente llevándonos una impresión errónea y equivocada del otro.
Entre los elementos sustanciales de la humildad un pilar fundamental es la verdad. Humilde es aquel que camina en la verdad y la autenticidad. Desde estos dos elementos resulta más sencillo conocer y valorar al prójimo. La humildad une vínculos estrechos  con la aceptación de nuestros dones, valores y debilidades lo que conlleva a aceptar de los dones, valores y debilidades de los demás.
Ocurre con relativa frecuencia que nos exasperen o incomoden actitudes y aspectos de gentes cercanas. Aceptarlas como son se convierte en una ardua tarea; en estos casos vemos solo lo negativo que les envuelve pero no recaemos en las grandezas y virtudes que atesoran. Sacamos puntilla y criticamos con ese defecto que les identifica sin reparar que mucho de lo que criticamos a los demás es intrínseco a nosotros.
El camino seguro para vivir auténticamente en cristiano es la humildad, virtud que hay que pedir con intensidad al Espíritu Santo para que ilumine con la luz de Cristo la verdad de nuestra vida. Cuando uno, a la luz del Señor, acepta su fragilidad y se conoce realmente, puede aprender a aceptar y valorar a los demás. Un corazón humilde es aquel que busca el encuentro con el hermano desde la sinceridad del corazón; esa es la máxima esencia de la libertad y el amor.
¡Cuánto camino tengo por delante, Señor!vehemencia 

¡Señor, envía tu Santo Espíritu sobre mí para que me enseñe a ser humilde! ¡Señor, de esas cosas de la vida que tanto amo, despréndeme si es tu voluntad! ¡Ayúdame a vivir siempre en la humildad y la caridad, pensando en el bien de los demás y no criticando ni juzgando nunca! ¡Señor, cada vez que me coloque por encima de alguien, lo juzgue, lo critique o lo minusvalore, envíame una humillación y colócame en mi debido lugar! ¡Sana, Señor, por medio de tu Santo Espíritu mi alma orgullosa! ¡Señor, Tu que eres la esencia de la humildad y la caridad, tu que eres humilde y manso de corazón, te ruego que conviertas mi corazón en un corazón semejante al tuyo! ¡Concédeme la gracia de vivir siempre con una actitud de humildad para poder escuchar tu voz y poderla transmitir a los demás! ¡Espíritu Santo, ayúdame a encontrarme cada día con Cristo y conocerlo mejor para que, transformada mi vida, sea capaz de vivir con una actitud de humildad permanente! ¡Necesito ser humilde, Señor, para permanecer cerca de Ti, haciendo vida tu Evangelio! ¡Señor, ayúdame comprender que Tú eres la única fuente de santidad y que sin Ti no soy nada, y nada alcanzaré al margen de tu voluntad!
Rey de la Humildad, cantamos hoy acompañando a la meditación:

viernes, 21 de julio de 2017

La Esperanza


Quizás en algún momento se nos ha pasado por la cabeza que la amistad auténtica parece no existir, que ya no creemos en el amor, que cierto examen es imposible de aprobar, etc. Si es este tu caso, te recomiendo que leas esta reflexión :

Hubo un momento


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Hubo un momento en el que creías que la tristeza sería eterna... pero volviste a sorprenderte a ti mismo riendo sin parar.
Hubo un momento en el que dejaste de creer en el amor y luego... apareció esa persona y no pudiste dejar de amarla cada día más.
Hubo un momento en el que la amistad parecía no existir... y conociste a ese amigo/a que te hizo reír y llorar, en los mejores y en los peores momentos.
Hubo un momento en el que estabas seguro que la comunicación con alguien se había perdido... y fue luego cuando el cartero visitó el buzón de tu casa.
Hubo un momento en el que una pelea prometía ser eterna... y sin dejarte ni siquiera entristecerte terminó en un abrazo.
Hubo un momento en que un examen parecía imposible de pasar... y hoy es un examen más que aprobaste en tu carrera.
Hubo un momento en el que dudaste de encontrar un buen trabajo... y hoy puedes darte el lujo de ahorrar para el futuro.
Hubo un momento en el que sentiste que no podrías hacer algo... y hoy te sorprendes a ti mismo haciéndolo.
Hubo un momento en el que creíste que nadie podía comprenderte... y te quedaste boquiabierto mientras alguien parecía leer tu corazón.
Así como hubo momentos en que la vida cambió en un instante, nunca olvides que aún habrá momentos en que lo imposible se tornará un sueño hecho realidad. Pídele por ello al Señor.
Nunca dejes de soñar, porque soñar es el principio de un sueño hecho realidad.

¡QUE LA DISTANCIA A TUS METAS SEA LA MISMA QUE EXISTE ENTRE DIOS Y TU CORAZÓN!

martes, 18 de julio de 2017

Prudencia no es cobardía

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Al amor de Dios no se le pueden poner límites porque Dios ama sin medida. Pero para progresar en el amor la prudencia es una necesidad pues es la prudencia la ciencia de los santos. Prudencia no es cobardía, ni limitación, ni miedo. La prudencia es esa virtud que Dios infunde para que uno sepa siempre lo que debe hacer. En unas ocasiones nos llevará a tomar decisiones justas y rápidas, otras a recular antes de la acción. La prudencia capacita para las acciones sencillas y también para las difíciles.

Pienso hoy en el Señor. ¿Era realmente un hombre prudente, Él que comía con publicanos y pecadores, que atizó a los vendedores del templo que profanaban la Casa del Padre, que se enfrentó a los Sumos Sacerdotes, que curaba en sábado, que perdonaba los pecados…? Lo era, porque el prudente levanta la voz ante la injusticia, condena al que ejerce el mal, piensa y actúa antes de pensar que puede equivocarse, busca la conversión de los alejados, trabaja por anunciar el Reino de los Cielos antes de evitar complicarse la vida…
Es la razón buena compañera de la prudencia. El complemento perfecto para dictar a nuestro corazón lo que más conviene en cada situación. Con la prudencia es más sencillo discernir el bien del mal, lo justo de lo injusto, lo trascendente de lo intranscendente, lo conveniente de lo inconveniente… La prudencia nos otorga la docilidad suficiente para dejarse aconsejar y acoger el consejo con humildad.
¡Qué importante es también la prudencia en la vida espiritual! ¡Qué importante es obrar siempre siguiendo los caminos de la gracia!
Reconozco que me gustaría ser más prudente pues el prudente es el que es capaz de ver lo que Dios desea de él y lo hace sin pensar que va a encontrarse un sinfín de obstáculos en su camino. En la medida que sepa discernir lo que Dios quiere de mí mayor será mi crecimiento personal y espiritual.

¡Señor, Tú mismo dices que el sabio oirá e incrementará su saber; que el entendido adquirirá consejo! ¡Ayúdame, Señor, a ser prudente pues la prudencia es la senda por la que debo caminar por la vida pues es gracia tuya ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a trabajar la prudencia para aplacar ante las adversidades que surjan cada día; a reaccionar ante situaciones injustas o dolorosas! ¡Concédeme, Espíritu Santo, el don de la prudencia para aparcar la necedad y abrazar la sabiduría, para desechar los pensamientos y las actitudes egoístas, de ausencia de autodominio o de insensatez! ¡Señor, siento que debo ser alguien con más fe y más ferviente pero al mismo tiempo más prudente, siendo más diligente en servirte a Ti y a los demás! ¡No permitas, Señor, que me avergüence de mis creencias y mis principios! ¡Otórgame, Espíritu divino, la prudencia para saber en cada circunstancia lo que conviene hacer! ¡No permitas, Espíritu Santo, que caiga en estas faltas que atentan contra la prudencia como son la inconstancia, el actuar mal por no querer conocer la verdad, la precipitación, el moverse por los caprichos, la inconsideración, el dar juego a las pasiones…! ¡Lléname de Ti para ser prudente al actuar!
Del compositor andaluz Francisco de la Torre, máximo exponente de la música en la época de los Reyes Católicos, escuchamos hoy esta bellísima obra polifónica a cuatro voces Adorámoste Señor Dios. Adjunto el texto para seguirlo pues es una poema precioso:
Adoramoste, Señor,

Dios y hombre Ihesu Cristo
Sacramento modo visto
universal Redentor
Adoramoste, vitoria
de la santa vera cruz
y el cuerpo lleno de luz
que nos dejaste en memoria
Criatura y criador,
Dios y hombre Ihesu Cristo
en el Sacramento visto
adoramoste, Señor.

sábado, 15 de julio de 2017

Por las almas del purgatorio

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Dedico cada día una brevísima oración por las almas del purgatorio, especialmente por mis familiares y amigos. Cada ser querido difunto ha cargado también con su cruz; la cruz del sufrimiento, de la enfermedad, del trabajo, de las dificultades económicas, de las preocupaciones cotidianas, de las adiciones... Y, gracias precisamente por haberlas llevado encima, gozan en el cielo dando alabanza al Señor el habérselas concedido. Ninguna de esas almas sufre el olvido celestial porque con la muerte, en el umbral del atrio eterno, el hombre recibe el primer abrazo de Dios y allí enjuga sus primeras lágrimas. El purgatorio es un lugar donde el amor fluye a raudales.Uno de los motivos de mi oración por ellos es porque yo puedo haber sido la causa de su sufrimiento y de sus penas. En algunos casos pude provocar dolor en su vida, heridas en el corazón del que me amaba; no supe satisfacer sus necesidades o me mostré incapaz de comprender sus anhelos. En otras, pude herirles con el desdén de mis palabras o la cerrazón de mis pensamientos. Y no puedo negar también que hubiera podido hacer más el bien al que caminaba a mi lado.
Rezo por las almas del purgatorio porque merecen la esperanza del cielo pero también porque es una manera sencilla y humilde de tratar de reparar aquel daño provocado y tratar de ayudar, desde mi insignificancia, a aquel que se encuentra en la agonía del purgatorio. Cuando oro por las almas del purgatorio mi oración es de consuelo y de invocación a la esperanza.
En el purgatorio El amor no tiene límites ni fronteras, y se recibe el consuelo del saber que tras el sufrimiento llega la gloria del gozo infinito. En cada oración por un alma del purgatorio doy consuelo a esa alma y acorto su sufrimiento. Y un vez llegado al atrio celestial esa alma devolverá en su agradecimiento su intercesión por quien contribuyó a aminorar su sufrimiento y su espera.
Compensa rezar por las almas del purgatorio. En cada oración por un alma del purgatorio no solo uno mi alma si no que me siento más unido a Dios cuyo deseo es que todos lleguen a la gloria eterna.

Mi breve oración reza así: «Dales el descanso eterno a las almas del purgatorio, Señor, y que la luz perpetua ilumine sobre ellas. Que descansen en paz. Amén».
Una oración larga bien podría ser esta:
Dios omnipotente, Padre de bondad y de misericordia, apiadaos de las benditas almas del Purgatorio y ayudad a mis queridos padres y antepasados.
A cada invocación contestar: «¡Jesús mío, misericordia!»
Ayudad a mis padres.

Ayudad a todos mis bienhechores espirituales y temporales.
Ayudad a los que han sido mis amigos.
Ayudad a cuantos debo amor y oración.
Ayudad a cuantos he perjudicado y dañado.
Ayudad a los que han faltado contra mí.
Ayudad a aquellos a quienes profesáis predilección.
Ayudad a los que están más próximos a la unión con Vos.
Ayudad a los que os desean más ardientemente.
Ayudad a los que sufren más.
Ayudad a los que están más lejos de su liberación.
Ayudad a los que menos auxilio reciben.
Ayudad a los que más méritos tienen por la Iglesia.
Ayudad a los que fueron ricos aquí, y allí son los más pobres.
Ayudad a los poderosos, que ahora son como viles siervos.
Ayudad a los ciegos que ahora reconocen su ceguera.
Ayudad a los vanidosos que malgastaron su tiempo.
Ayudad a los pobres que no buscaron las riquezas divinas.
Ayudad a los tibios que muy poca oración han hecho.
Ayudad a los perezosos que han descuidado tantas obras buenas.
Ayudad a los de poca fe que descuidaron los santos Sacramentos.
Ayudad a los reincidentes que sólo por un milagro de la gracia se han salvado.
Ayudad a los superiores poco atentos a la salvación de sus súbditos.
Ayudad a los pobres hombres, que casi sólo se preocuparon del dinero y del placer.
Ayudad a los de espíritu mundano que no aprovecharon sus riquezas o talentos para el cielo.
Ayudad a los necios, que vieron morir a tantos no acordándose de su propia muerte.
Ayudad a los que no dispusieron a tiempo de su casa, estando completamente desprevenidos para el viaje más importante.
Ayudad a los que juzgaréis tanto más severamente, cuánto más les fue confiado.
Ayudad a los pontífices y gobernantes.
Ayudad a los obispos y sus consejeros.
Ayudad a mis maestros y pastores de almas.
Ayudad a los finados sacerdotes de esta diócesis.
Ayudad a los sacerdotes y religiosos de la Iglesia católica.
Ayudad a los defensores de la santa fe.
Ayudad a los caídos en los campos de batalla.
Ayudad a los sepultados en los mares.
Ayudad a los muertos repentinamente.
Ayudad a los fallecidos sin recibir los santos sacramentos.

V. Dadles, Señor, a todas las almas el descanso eterno.

R. Y haced lucir sobre ellas vuestra eterna luz.
V. Que en paz descansen.
R. Amén.

Canto para las ánimas:

viernes, 14 de julio de 2017

Renunciar no es perder

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Perder algo que me pertenece y que por justicia me corresponde y a lo que tengo derecho pero que, por las circunstancias, no puedo seguir disponiendo. Ocurre muchas más veces de las que pensamos.Aparcar una actitud de comodidad consciente de que no agrada a Dios.

Cuando uno anhela avanzar en la vida el principio no siempre es ir escalando peldaños, saltar obstáculos, superar escollos, solventar situaciones desagradables y avanzar para prosperar. Hay momentos en que es necesario detenerse, desprenderse de ciertas cosas, recular y observar, desde otra perspectiva, las circunstancias que te han conducido hasta allí.
La renuncia no tiene porque significar pérdida pues cualquier renuncia puede ir acompañada de grandes dosis de libertad; el despojarse de aquellos pensamientos, sentimientos e ideas que hieren, bloquean y estancan para ayudar a subir a un nivel superior en el que resulte más fácil elegir.
Enseguida te viene a la memoria la figura de ese joven del Evangelio que entregó al Señor sus tres panes y cinco peces; gracias a esa renuncia pudo Jesús realizar un prodigioso milagro. Eso me demuestra que cuando renuncio a esas actitudes que solo me benefician a mí permito que se expanda la gracia de Dios sobre mi prójimo. Una renuncia pura, hecha desde el corazón, tiene la virtud de alentar a los demás; mi desapego por la comodidad permite que otro se pueda ver favorecido de mi desprendimiento.
No deseo ser como ese custodio del talento que el dueño de la hacienda le entrega para hacerlo rendir y que éste cava en la tierra y esconde por miedo a defraudar a su señor. No es mi intención devolverle intacto lo que tan generosamente me entrega pues deseo hacer que produzca el fruto deseado. Pero si no soy capaz de renunciar a mis intereses, a mis comodidades, a mi bienestar, a mi yoes, a mis apetencias, estoy indicando a los que me necesitan que nada voy a hacer nada por ayudarles pues lo único que me interesa es lo que gira a mi alrededor y es mi única necesidad.
Pero hay algo muy maravilloso; a través de las renuncias también se manifiesta el amor de Dios. Y más cerca estoy de Él cuando aparco mi voluntad y acepto plenamente la suya. Cuando alejo de mi todo individualismo y la centralidad de mí yo permito a Dios llevar el timón de mi vida. Con ello Él marca el destino, guía la embarcación que avanza impertérrita ante cualquier tormenta que se presente. Toda renuncia va acompañada de un aprendizaje; la renuncia del yo me acerca cada vez a un encuentro más personal e íntimo con el Señor.

¡Señor, mi abandono a ti y le pido al Espíritu Santo que me moldee en los momentos de oscuridad, búsqueda, fracaso y turbación! ¡Ven, Espíritu Santo, ven a mi corazón, Espíritu de Amor y haz que yo sea Uno con Cristo para vivir siempre por Él, con Él y en Él! ¡Ven, Espíritu Santo, por medio de la poderosa intercesión del Inmaculado Corazón de María, a derramar tu efusión divina en mi pequeña alma para que me poseas y yo te posea totalmente con El fin de renunciar a mi voluntad y aceptar siempre la voluntad de Dios! ¡Ven, Espíritu Santo, y concédeme la gracia de conocer tu Voluntad para que la ame y la acoja como acto de mi búsqueda de la santidad! ¡Ven, Padre Eterno, y haz que tu Reino se manifieste enteramente en mi vida! ¡Espíritu Santo dame la clarividencia de conocer mis propios limites personales y sociales y la clarividencia de mi necesidad de Dios! ¡Padre bueno, me pongo en tus manos, haz de mí lo que Tú quieras, sea lo que sea te doy gracias, estoy dispuesto a todo, lo acepto todo con tal de que tu Santa Voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas! ¡Dame luz para conocer tu Voluntad y fuerza para cumplirla!
Jaculatoria a María : ¡Ven, oh María Santísima, Madre de Jesús y Madre mía, a repetir en mi vida la santidad de tus acciones!
Santa es la verdadera luz (Holy is the light) es una preciosa obra de William Harris que invita a la reflexión interior: