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sábado, 29 de julio de 2017

Mi semana en la Santa Misa

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La Eucaristía del domingo es una fiesta sagrada, alegre, llena de luz. Aunque uno asista a Misa cada día de la semana, el domingo tiene algo especial. Es el encuentro con la asamblea reunida en comunidad, en la solemnidad del encuentro con el Señor. Me gusta la Misa dominical porque, en este encuentro de amor, de acción de gracias, de adoración, de glorificación, de contricción profunda… te pones en cuerpo y alma ante el altar con la historia personal que has vivido durante la semana que termina y con el compromiso de mejorar y cambiar en la nueva historia de siete días que se presenta. Es una ceremonia que exige entregarse con el corazón abierto y con toda la potencialidad del alma.
A la Misa acudo con la mochila de mis alegría y mis penas, con mis sufrimientos y mis esperanzas, con mi anhelos y mis frustraciones. Acudo con cada uno de los miles de retazos de la semana que he dejado atrás profundamente enraizados en el corazón. Para lo bueno y para lo malo. Las cosas positivas para dar gracias a Dios por ellas, las negativas para ponerlas en manos del Señor y ayudarme a superarlas y mejorar en el caso de tener que cambiar algo.
Esta mochila también esta repleta de imágenes. Es un mosaico de rostros que se han impregnado en mi corazón. Son las personas que se han cruzado conmigo durante la semana. A Dios los entrego durante la Eucaristía y también a María, la gran intercesora. Cada uno tendrá sus intenciones que desconozco pero que el Padre, que está en los cielos y que lee en lo más profundo de sus corazones, sabrá que es lo que más les conviene. Todos ellos me acompañan en la Eucaristía del domingo.
La Eucaristía es un acto de amor de Dios en el que uno puede ser autentico partícipe. ¿Alguien lo duda?

¡Señor, te doy infinitas gracias por tu presencia en la Eucaristía! ¡Gracias, Señor, porque en la Santa Cena partiste el pan y el vino para alimentar nuestra alma y nuestra vida, para saciar nuestra hambre y sed de ti! ¡Gracias, Señor, porque ofreces tu Cuerpo bendito y tu Sangre preciosa! ¡Gracias, Señor, por esta entrega tan generosa y amorosa que llena cada día mi vida! ¡Gracias, Señor, porque la Eucaristía es una celebración comunitaria en la que Tú te sientas junto a nosotros para compartir tu amor! ¡Qué hermoso y gratificante para el corazón, Señor! ¡Gracias, porque por esta unión tan íntima contigo cada vez que te recibo en la Comunión, en este encuentro especial con el Amor de los Amores, que serena mi alma y apacigua mi corazón! ¡Señor, tu conoces mis fragilidades, mis debilidades, mis flaquezas, mis miserias, mi necesidad de Ti y aún así quieres quedarte a mi lado todos los días! ¡Solo por esto, gracias Señor! ¡Señor, Tú sabes que en la Eucaristía diaria se fortalece mi ánimo, se acrecienta mi amor por Ti y por los demás, se revitaliza mi entusiasmo, se agranda mi confianza y se hace fuerte mi corazón! ¡Te amo, Jesús, por este gran don de la Eucaristía en el que te das a Ti mismo como el mayor ofrecimiento que nadie puede dar! ¡Gracias, porque cada vez que el sacerdote eleva la Hostia allí estás Tú inmolado sobre la blancura del mantel que cubre el altar! ¡Gracias, Señor, por todos los beneficios que cada día me reporta la Comunión!
Pan de Vida, le cantamos al Señor:

lunes, 7 de noviembre de 2016

¡La gloria del Señor brilla sobre mí!

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«¡La gloria del Señor brilla sobre mi! ¡La gloria de Dios maneja mi vida con hilos finos de amor!». Hoy me he levantado con este hermoso pensamiento. Antes de poner los pies en el suelo, la oscuridad en la habitación es absoluta, pero nada puede detener la luz que brilla en mi corazón. Y esa luz, es lo que hoy —como cada día, a pesar de los problemas y las dificultades— me permite levantarme con alegría. La oscuridad no impide en ningún caso detener la luz cuando la gloria de Dios brilla en mi corazón, fundamentalmente porque no hay nada que no pueda superar sin Él.
Así que, como cada mañana, me levanto con esperanza renovada porque el Señor me dice: «levántate y resplandece, que tu luz ha llegado». Ante tan jubilosa invitación, no puedo negarme porque me creo a pies juntillas aquello que dijo Jesús: «Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no andará en la oscuridad».
Mis expectativas vitales están puestas en que la gloria de Dios se manifieste en la realidad de mi vida cotidiana; su luz, es el favor que Dios tiene conmigo —con cada uno de nosotros—, y ese favor arregla ese problema que parecía no tener solución; moviliza a ese amigo o ese familiar para que me ayude; me ofrece una palabra de consuelo; surja esa idea que cambiará una situación negativa; que me enfrente con valentía y resolución a algo imposible; que disfrute de una gracia inesperada; que acepte un imprevisto doloroso...
Estoy resuelto a permitir que la gloria de Dios brille sobre mi: en la medida que la abrace, respete, actúe conforme a la fe, se convertirá en una situación cierta. Lo único necesario es pedirlo, esperar con confianza su favor, tener esperanza cierta, confiar en su misericordia… y la gloria del cielo brillará sobre mi.
Me lo creo. Porque Dios es mi Padre que nunca abandona y porque Él planifica todas las cosas en base a su amor, su misericordia y su poder. Así que hoy, iluminado por esa luz que brilla sobre mí, voy a honrarle con mi fe y mi oración, le voy a pedir con confianza, no me voy a conformar con menos y le voy a glorificar con actitudes de confianza cierta para que su gracia y su favor no me abandonen nunca.

¡Señor, gracias porque hoy siento que tu gloria brilla sobre mi! ¡Que Tú manejas mi vida con hilos finos de amor! ¡Espero tu favor en cada momento, Señor, y decido seguirte y abrazarte con mi adoración! ¡Que así como en el cielo tu gloria brilla cumpliendo tu voluntad, que en este día también suceda en mi vida! ¡Señor, gracias porque tu luz me ilumina, tu amor me envuelve, tu poder me protege y tu presencia me ofrece confianza¡ Gracias, Señor, porque donde quiera que yo estoy, Tu estás conmigo! ¡Gracias, Señor, porque este resplandor no permite que se me acerquen a mi corazón las sombras del mal! ¡Gracias, Señor, porque con tu luz me abres el paso en mi caminar y sigo firme con tu fortaleza, tu Palabra pavimenta mi camino y me ofrece claridad para tomar decisiones, enfrentar los problemas y salir en victorioso de las pruebas! ¡Gracias, Señor, porque estás conmigo y tu presencia es una bendición para mi!
Damos gloria a Dios con el bellísimo Gloria in excelsis Deo RV589 de Antonio Vivaldi:

viernes, 14 de octubre de 2016

Hacer bien las cosas

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Como tantos días, abro el libro sagrado para iniciar mi oración. Hoy escojo las páginas de San Pablo. Y surge, radiante, este texto de su Carta a los romanos: «Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría». Y me digo: ¡lo importante de todo esto es hacerlo bien... y con amor!
Lo importante no es a lo que Dios te llama hacer las cosas con los dones que te entrega para llevarlas a cabo, si tratar siempre de hacerlo bien poniendo todo mi empeño y mi amor. En la medida que cada día me perfecciono, mayores serán los resultados que obtenga. A mayor empeño, con la garantía de calidad del amor, de la generosidad, de la sencillez, todo lo que haga lo haré con excelencia. Pero para que se abran los grandes ventanales y las grandes puertas primero de todo lo fundamental es darse. Porque cada uno de mis dones —obsequio generoso de Dios— se convierten en regalos para la sociedad y para el prójimo y compartirlos es como entregar obsequios que engrandecen mi camino.
Ser útil al prójimo es una de las claves para abrir mayores oportunidades en la vida, para convertirse en testimonio. En el trabajo, en la vida familiar, en la vida de parroquia, en la comunidad, entre los amigos, hemos de dar lo mejor y no compararnos con lo que hacen los demás porque cumpliendo mi misión es lo que me reportará bendiciones diarias. Se trata de dar lo mejor de cada uno cada día, enfocando lo que mejor pueda entregar de mí a los demás. Si todo esto lo hago acompañado del Señor, que es el mejor aliado que tengo en la vida, los frutos pueden ser muy abundantes.
El reino de Dios lo construiré cuando lo haga todo para Dios. El reino no sólo se construye al practicar la mansedumbre, la generosidad, el servicio, la paciencia y el amor, sino haciéndolo con espíritu de servicio hacia Dios, que se transforma en testimonio para los demás.
Dios sabe lo que anida en mi corazón y en mi mente, no importa lo insignificante que pueda parecer mi tarea; si verdaderamente lo hago todo para la gloria de Dios, lo transformaré con significado de eternidad.
Así que sea trabajar en la oficina, en el hospital, en el taller, en la tienda, lavar los platos, dirigir una reunión, cantar una canción, conducir, hacer la cama, sacar la basura, mirar una película, leer un libro, rezar, comer y beber... hacerlo siempre todo para la gloria de Dios.

¡Señor, pongo mis quehaceres cotidianos en tus manos! ¡Quiero dar lo mejor de mi para alcanzar todo lo que has pensado para mi bien! ¡Señor, úngeme para que cualquier cosa que haga, sea luz y bendición para los que me rodean! ¡Señor, aquí tienes mis manos para que mi trabajo sea productivo; para que lo que haga sea siempre para darte gloria! ¡Señor, te entrego mi ser para que crezcas en mí, para que seas tú, Cristo, quien viva, trabaje y ore en mí! ¡Gracias te doy por la oportunidad de ser tu luz! ¡Espíritu Santo, muéstrame el camino, lo que debo hacer, de modo que pueda ser tus manos en esta tierra, ser tu instrumento en este mundo, y llegar a dar cosechas abundantes!
Dame Señor tu mirada, le cantamos hoy al Señor para que desde sus ojos seamos capaces de hacer las cosas amables a los demás: