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lunes, 5 de marzo de 2018

Plantearse la propia vocaciónAparte de la introspección interior, la Cuaresma me invita a salir de mi tierra de confort e ir a la casa del Padre. Subir a la montaña del silencio para dedicar un tiempo a la oración y tener una mayor cercanía con Dios. La Cuaresma también es un momento adecuado para plantearse la propia vocación cristiana. La vocación es parte del plan que Dios tiene para cada uno. Si es el plan de Dios es también mi plan; la vocación reajusta mis intereses y mis voluntades, la pobreza de mis proyectos y mis grandes veleidades. La vocación es la aceptación de la voluntad divina en mi propia vida; es una llamada, que puedo aceptar libremente, y desde ese momento mi voluntad queda sometida a la voluntad del Padre. Como la vocación es un proyecto fundado en el amor divino ningún plan humano es mejor que el plan de Dios, aunque a los ojos de los hombres pueda parecer disparatado o sorprendente. Porque lo que Dios ofrece es siempre lo más conveniente para mi y aceptando su plan, aceptando mi vocación, acepto generosamente un encuentro de amor con Dios. Dándole mi sí, también le ofrezco lo mejor de mi propia existencia. Dándole sentido a mi vocación respondo con amor al amor infinito de Dios. Mi vocación personal, de esposo, de padre, de empresario, de buscar la santidad personal… forma parte de mi manera de entender y vivir la vida y, sobre todo, de ordenarla como parte de mi servicio para la mejora de la sociedad. Pero la llamada —origen de la vocación— no emana de la persona. Viene de Dios a través de Cristo, que es quien invita. Uno puede recibirla y es libre o no de aceptarla. Así, mi vocación, comporta una responsabilidad tanto en la sociedad como en la Iglesia, exige de mi una conducta intachable porque vivir la vocación, cualquier que sea, es la respuesta a una llamada divina en la plenitud del amor. Un don de Dios y como tal comprendes que tu vida es una misión en la que vas descubriendo que formas parte del plan divino para el que has sido creado. ¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! orar con el corazon abierto ¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! ¡Espíritu divino, he sido creado en Cristo y para Cristo, concédeme la gracia de responder a la llamada de Dios a la santidad! ¡Ayúdame a comprender que mi vocación forma parte del plan establecido por Dios para mi santidad personal, que forma parte del sentido profundo de mi existencia, la razón de mi ser cristiano! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a permanecer siempre en comunión con Dios! ¡Concédeme la sabiduría para saber elegir, libremente, mi vocación para aceptar la elección que Dios ha hecho para mi! ¡Hazme ver que mi vocación tiene una dimensión eterna! ¡Permíteme, Espíritu Santo, entender mi vocación como parte de la llamada amorosa de Dios, estar atento a la llamada de Jesús por medio de su Palabra, mediante terceras personas, por medio de los diferentes acontecimientos de mi vida! ¡Dame, Espíritu Santo, la capacidad de discernimiento para darle autenticidad a mi vocación cristiana! ¡Que sea capaz de leer, Espíritu de Amor, los signos que se me presentan para tener siempre la certeza moral de la llamada del Señor! ¡Hazme ser siempre obediente a la llamada y no permitas que mis obstinación y mi voluntad prevalezcan sobre los planes que Dios tiene pensados para mi! ¡Dame mucha fe, Espíritu consolador, para entregarme a Dios! ¡Concédeme la gracia del sacrificio y del amor para atender la llamada de Jesús y mucha vida interior para ser generoso a esta llamada! ¡Dale relieve y profundidad a mi vida! ¡Dame mucha luz para ver el camino de mi vocación; fortaleza para recorrerlo, gracia para vivirlo, libertad para aceptarlo, carisma para transmitirlo, sencillez y humildad para ejercerlo, certeza para experimentarlo, amor para vivenciarlo, perseverancia para seguirlo, generosidad para compartirlo y fidelidad y compromiso para llevarlo a cabo! ¡Indícame siempre, Espíritu de amor, cuál es la meta a la que me debo dirigir! ¡Ayúdame a ser testimonio de Cristo ante mi prójimo y dirigir todo lo que hago hacia Dios! Vocación al amor, cantamos hoy:


Desde Dios

Aparte de la introspección interior, la Cuaresma me invita a salir de mi tierra de confort e ir a la casa del Padre. Subir a la montaña del silencio para dedicar un tiempo a la oración y tener una mayor cercanía con Dios.
La Cuaresma también es un momento adecuado para plantearse la propia vocación cristiana. La vocación es parte del plan que Dios tiene para cada uno. Si es el plan de Dios es también mi plan; la vocación reajusta mis intereses y mis voluntades, la pobreza de mis proyectos y mis grandes veleidades.
La vocación es la aceptación de la voluntad divina en mi propia vida; es una llamada, que puedo aceptar libremente, y desde ese momento mi voluntad queda sometida a la voluntad del Padre.
Como la vocación es un proyecto fundado en el amor divino ningún plan humano es mejor que el plan de Dios, aunque a los ojos de los hombres pueda parecer disparatado o sorprendente. Porque lo que Dios ofrece es siempre lo más conveniente para mi y aceptando su plan, aceptando mi vocación, acepto generosamente un encuentro de amor con Dios. Dándole mi sí, también le ofrezco lo mejor de mi propia existencia. Dándole sentido a mi vocación respondo con amor al amor infinito de Dios.
Mi vocación personal, de esposo, de padre, de empresario, de buscar la santidad personal… forma parte de mi manera de entender y vivir la vida y, sobre todo, de ordenarla como parte de mi servicio para la mejora de la sociedad. Pero la llamada —origen de la vocación— no emana de la persona. Viene de Dios a través de Cristo, que es quien invita. Uno puede recibirla y es libre o no de aceptarla.
Así, mi vocación, comporta una responsabilidad tanto en la sociedad como en la Iglesia, exige de mi una conducta intachable porque vivir la vocación, cualquier que sea, es la respuesta a una llamada divina en la plenitud del amor. Un don de Dios y como tal comprendes que tu vida es una misión en la que vas descubriendo que formas parte del plan divino para el que has sido creado.
¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo!
¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! ¡Espíritu divino, he sido creado en Cristo y para Cristo, concédeme la gracia de responder a la llamada de Dios a la santidad! ¡Ayúdame a comprender que mi vocación forma parte del plan establecido por Dios para mi santidad personal, que forma parte del sentido profundo de mi existencia, la razón de mi ser cristiano! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a permanecer siempre en comunión con Dios! ¡Concédeme la sabiduría para saber elegir, libremente, mi vocación para aceptar la elección que Dios ha hecho para mi! ¡Hazme ver que mi vocación tiene una dimensión eterna! ¡Permíteme, Espíritu Santo, entender mi vocación como parte de la llamada amorosa de Dios, estar atento a la llamada de Jesús por medio de su Palabra, mediante terceras personas, por medio de los diferentes acontecimientos de mi vida! ¡Dame, Espíritu Santo, la capacidad de discernimiento para darle autenticidad a mi vocación cristiana! ¡Que sea capaz de leer, Espíritu de Amor, los signos que se me presentan para tener siempre la certeza moral de la llamada del Señor! ¡Hazme ser siempre obediente a la llamada y no permitas que mis obstinación y mi voluntad prevalezcan sobre los planes que Dios tiene pensados para mi! ¡Dame mucha fe, Espíritu consolador, para entregarme a Dios! ¡Concédeme la gracia del sacrificio y del amor para atender la llamada de Jesús y mucha vida interior para ser generoso a esta llamada! ¡Dale relieve y profundidad a mi vida! ¡Dame mucha luz para ver el camino de mi vocación; fortaleza para recorrerlo, gracia para vivirlo, libertad para aceptarlo, carisma para transmitirlo, sencillez y humildad para ejercerlo, certeza para experimentarlo, amor para vivenciarlo, perseverancia para seguirlo, generosidad para compartirlo y fidelidad y compromiso para llevarlo a cabo! ¡Indícame siempre, Espíritu de amor, cuál es la meta a la que me debo dirigir! ¡Ayúdame a ser testimonio de Cristo ante mi prójimo y dirigir todo lo que hago hacia Dios!
Vocación al amor, cantamos hoy:



sábado, 29 de julio de 2017

Mi semana en la Santa Misa

desdedios
La Eucaristía del domingo es una fiesta sagrada, alegre, llena de luz. Aunque uno asista a Misa cada día de la semana, el domingo tiene algo especial. Es el encuentro con la asamblea reunida en comunidad, en la solemnidad del encuentro con el Señor. Me gusta la Misa dominical porque, en este encuentro de amor, de acción de gracias, de adoración, de glorificación, de contricción profunda… te pones en cuerpo y alma ante el altar con la historia personal que has vivido durante la semana que termina y con el compromiso de mejorar y cambiar en la nueva historia de siete días que se presenta. Es una ceremonia que exige entregarse con el corazón abierto y con toda la potencialidad del alma.
A la Misa acudo con la mochila de mis alegría y mis penas, con mis sufrimientos y mis esperanzas, con mi anhelos y mis frustraciones. Acudo con cada uno de los miles de retazos de la semana que he dejado atrás profundamente enraizados en el corazón. Para lo bueno y para lo malo. Las cosas positivas para dar gracias a Dios por ellas, las negativas para ponerlas en manos del Señor y ayudarme a superarlas y mejorar en el caso de tener que cambiar algo.
Esta mochila también esta repleta de imágenes. Es un mosaico de rostros que se han impregnado en mi corazón. Son las personas que se han cruzado conmigo durante la semana. A Dios los entrego durante la Eucaristía y también a María, la gran intercesora. Cada uno tendrá sus intenciones que desconozco pero que el Padre, que está en los cielos y que lee en lo más profundo de sus corazones, sabrá que es lo que más les conviene. Todos ellos me acompañan en la Eucaristía del domingo.
La Eucaristía es un acto de amor de Dios en el que uno puede ser autentico partícipe. ¿Alguien lo duda?

¡Señor, te doy infinitas gracias por tu presencia en la Eucaristía! ¡Gracias, Señor, porque en la Santa Cena partiste el pan y el vino para alimentar nuestra alma y nuestra vida, para saciar nuestra hambre y sed de ti! ¡Gracias, Señor, porque ofreces tu Cuerpo bendito y tu Sangre preciosa! ¡Gracias, Señor, por esta entrega tan generosa y amorosa que llena cada día mi vida! ¡Gracias, Señor, porque la Eucaristía es una celebración comunitaria en la que Tú te sientas junto a nosotros para compartir tu amor! ¡Qué hermoso y gratificante para el corazón, Señor! ¡Gracias, porque por esta unión tan íntima contigo cada vez que te recibo en la Comunión, en este encuentro especial con el Amor de los Amores, que serena mi alma y apacigua mi corazón! ¡Señor, tu conoces mis fragilidades, mis debilidades, mis flaquezas, mis miserias, mi necesidad de Ti y aún así quieres quedarte a mi lado todos los días! ¡Solo por esto, gracias Señor! ¡Señor, Tú sabes que en la Eucaristía diaria se fortalece mi ánimo, se acrecienta mi amor por Ti y por los demás, se revitaliza mi entusiasmo, se agranda mi confianza y se hace fuerte mi corazón! ¡Te amo, Jesús, por este gran don de la Eucaristía en el que te das a Ti mismo como el mayor ofrecimiento que nadie puede dar! ¡Gracias, porque cada vez que el sacerdote eleva la Hostia allí estás Tú inmolado sobre la blancura del mantel que cubre el altar! ¡Gracias, Señor, por todos los beneficios que cada día me reporta la Comunión!
Pan de Vida, le cantamos al Señor:

domingo, 30 de abril de 2017

¡Gracias, Jesús Eucaristía!

A Dios tengo que buscarlo en la realidad de lo cotidiano. Y cuando lo buscas siempre se te aparece porque Él es un Dios que sale siempre al encuentro del hombre. En la historia personal y espiritual de cada ser humano Dios se hace habitualmente el encontradizo en las circunstancias y situaciones más insospechadas. Con Dios de nada sirve tratar de tenerlo todo controlado porque, en cuando uno menos lo espera, le envía el vendaval de gracia del Espíritu que desmorona las autosuficiencias y aplaca el orgullo del corazón. Con Dios no tiene sentido preconcebir las situaciones porque con ello solo sellas el corazón y el alma a los dones del Espíritu.

El gran encuentro de Dios con el hombre tiene lugar, fundamentalmente, a través de Cristo. Y tiene en la Eucaristía la forma más potente de dejar su impronta en el hombre. En la Eucaristía, memorial de las maravillas de Dios, sacramento del amor, fuente de vida, brota el camino de fe, de testimonio y de comunión. En la Eucaristía Dios posiciona a cada uno en su dignidad de hijos.
orar con el corazon abierto

La Eucaristía, memorial y sacrificio ofrecido por el hombre, hay que vivirla en una actitud de fe, esperanza y caridad. Por eso me gusta recibirla diariamente porque da luz y esperanza a mi vida. En los momentos de incertidumbre, dolor, sufrimiento, duda o oscuridad allí está Cristo en la Cruz. Y sobre todo, allí está Dios, en su cercanía y ternura de Padre, contemplándome a través de su Hijo, escuchando y acogiendo mi súplica: «Dios mío, Dios mío…».
Ayer, durante la fracción de pan, tuvo un sentimiento hermoso. Sentí la suavidad y ternura de Nuestro Señor descubriéndome su infinita bondad y amor tomando para sí las cosas tristes y penosas de mi vida para aplicarme el fruto provechoso de cada una de ellas. Comprendí que mis contradicciones, mis sufrimientos, mis debilidades, mis miserias, mis caídas son la ocasión que el Padre me ofrece diariamente, en mi fragilidad, para sentir su abrazo lleno de amor y misericordia para hacerlas suyas. Y algo todavía más impresionante. La fuerza de ese abrazo es el alimento de mi corazón que se une al pan de Cristo que me salva, me perdona y me une al Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Es tan hermoso que se hace difícil expresarlo con palabras!

¡Gracias, Jesús Eucaristía! ¡Deseo, Señor, recibirte cada día en la Eucaristía como te mereces, con un interior perfectamente engalanado, con el corazón limpio y puro, con mi alma refulgente! ¡Gracias, Señor, porque eres el Amor, porque has venido al mundo por amor, porque entras en mi vida por amor, porque has entregado tu vida por mi por amor, porque estás presente cada día bajo las especies de pan y vino por amor! ¡Gracias, Jesús Eucaristía! ¡Gracias, porque me haces comprender que el amor es tu signo de distinción y debe ser también el mío! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque me haces comprendes que quieres entrar en mi corazón, quieres que goce con tu presencia, que tu amor llene por completo mi corazón, que todos mis sentimientos, mis palabras, mis pensamientos, mis miradas, mis acciones esté movidos por el mismo amor que tu presentas! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres la fuerza que sostiene mi vida, tan frágil y débil! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque tu presencia me sostiene y me alimenta! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque tomas todo aquello que me abruma y lo haces tuyo! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres el amor que se entrega hasta el extremo, porque tu amo es infinito, porque tu bondad es misericordiosa y compasiva, porque me buscas para que alcance la felicidad, porque quieres que ame como tu amas, sea fiel en el amor como lo eres tu! ¡Ayúdame, Señor, a olvidarme de mi, de mis apegos y de mis problemas y me entregue por completo a Ti como tu te has entregado hasta el extremo! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres la ternura de Dios presente en las especies santas! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque a tu lado siento que tu amor me salva, me sostiene, me cura y me conforta!
Jesús Eucaristía, milagro de amor, es el sentimiento que se desprende de esta meditación y que sea aúna en esta canción:

lunes, 3 de abril de 2017

Allí está Él, orando con uno

orar con el corazon abierto
Ayer domingo una persona que está en un proceso de caminar pausadamente hacia la fe me decía que no encontraba palabras para hablar con Dios. «¿Sabes rezar el Padrenuestro, el Avemaría, el Gloria? ¿Puedes coger la Biblia y recitar un salmo?»; «Sí», responde con una sonrisa. «Pídele que te enseñe a orar como hizo con los apóstoles e, incluso, puedes lanzar al vuelo una jaculatoria: «Te amo, Señor, con toda mi humildad y mi pequeñez porque no se rezar», cualquier frase que te salga del corazón sirve -le digo-, pero no lo hagas a toda prisa sino poniendo todo tu amor, tu entrega, tu pobreza, tu fragilidad, tu desnudez. Eso lo toma el Señor con la mayor de las alegrías porque esa es la más auténtica de las oraciones».
Se lo digo porque lo pienso. Se lo recomiendo porque lo siento. Una frase sencilla pronunciada desde el corazón abierto es un encuentro íntimo entre uno y el Señor. Y en ese santuario íntimo que es el corazón de cada persona cuando se profiere una jaculatoria dicha con amor Dios fija allí su morada. Allí está Él, orando con uno.
Cristo habita en lo más profundo de nuestro corazón. Solo por eso, nuestra vida debería ser en cada palabra, en cada gesto, en cada pensamiento, en cada sentimiento… una oración auténtica impregnada de amor.

 Y hoy, mi oración, son sucintas jaculatorias al Señor que impregnadas de amor y paz interior y dichas desde el corazón llegan al Corazón de Cristo:
¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, perdóname y se mi Rey! ¡Corazón de Jesús, que te ame y te haga amar! ¡Corazón divino de Jesús, hazme santo! Dulce corazón de Jesús, haz que te ame siempre más y más! ¡Sagrado Corazón de Jesús, protege mi familia! ¡Sea por siempre bendito y adorado Cristo, Nuestro Señor Sacramentado, Nuestro Rey por los siglos de los siglos! ¡Te alabo y te doy gracias en cada instante y momento, Buen Jesús! ¡Viva Jesús en mi corazón por siempre! ¡Viva Cristo Rey! ¡Te adoro ¡oh Cristo!, y te bendigo porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo! ¡Buen Jesús, amigo de los niños, bendice a mis hijos y a los niños de todo el mundo! ¡Buen Jesús, me uno a ti de todo corazón! ¡Señor eres mi pastor, nada me puede faltar! ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo! ¡Por ti, Jesús, vivo; por ti, Jesús, muero; tuyo soy, Jesús, en vida y en muerte! ¡Señor, auméntame la fe! ¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo! ¡Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad! ¡Jesús Dios mío, te amo sobre todas las cosas! ¡Jesús, ten misericordia de mi que soy un miserable pecador!

Seguimos caminando por la Cuaresma acompañados de música bellísima; hoy con el responsorio Ecce Quomodo Moritur Justus (He aquí como muere el Justo) de Jacob Handl (1550-1591) compuedto para el Sábado Santo:

lunes, 20 de marzo de 2017

Santidad y realización personal

orar con el corazon abiertoLa vida de cada uno se mide por la grandeza de sus ideales. No importa que estos sean pequeños. Se trata de imitar al Señor a través de las tareas cotidianas. Ser santo donde Dios me quiere y hacerlo siempre con el mayor de los amores. Pero hay muchos defectos que se convierten en obstáculos para alcanzar la santidad –amor propio, soberbia, orgullo, tibieza, pereza, envidia, falta de caridad, alta de recogimiento, vanidad, poca humildad, juicios, malhumor, susceptibilidad, espíritu de murmuración, temperamento fuerte, negatividad, ver las cosas con la botella medio vacía, desaliento…–.
Sin embargo, a pesar de estos defectos del carácter, mi camino es tratar de ser santo. La perfección se obtiene a base de pequeños retoques. Se trata de trabajar bien e ir tomando decisiones en función de mis defectos para evitar que dominen mi carácter. Trabajar, cueste lo que cueste, intentado ser santo con la gracia de Dios. Hacer mío el programa sublime de san Pablo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí».
Intentar realizar mi vocación eterna aquí en la tierra y convertir mi vida en una permanente entrega a Dios. De su mano tengo la certeza de que siendo pequeño puedo ser capaz de hacer cosas verdaderamente grandes; fe en una creación nueva en mi corazón; fe de que, por muy frágil que sea mi vida, la fuerza del Señor me sostiene y se manifiesta en mi. Y aunque cueste, aunque encuentre mil obstáculos, aunque sea un ideal en apariencia inalcanzable, distante y encomiable, lo digo en voz alta: ¡Quiero ser santo! Quiero ser santo porque esto es a lo que Cristo me llama; a lo que me invita para alcanzar este horizonte pleno e intenso; porque esta es la grandeza de mi vocación; porque este es el camino de plenitud al que Cristo me invita a recorrer para que yo, como cristiano, me realice como persona. Quiero ser santo porque, pese a mis muchas imperfecciones, el santo es aquel abierto siempre al encuentro de Dios.
¡Padre nuestro que estás en el Cielo, santificado sea tu nombre, que no olvide que en esta época de arrepentimiento tu misericordia es infinita! ¡Transforma mi vida, Padre, por medio de mi oración, mi ayuno y mis buenas obras! ¡Quiero ser santo, Señor, es mi grito de hoy y de mañana! ¡Convierte mi egoísmo en generosidad, mis enfados en alegría, mis desesperanzas en confianza, mis poca humildad en entrega, mi falta de caridad en servicio generoso, mi espíritu de negatividad en alegre esperanza…! ¡Abre mi pequeño corazón, Señor, a tu Palabra! ¡Transforma, Padre, todo lo que tenga que ser cambiado por mucho que yo me resista continuamente por vanidad, orgullo o tibieza! ¡Solo Tu, Padre, me haces ver en la oración lo que hay dentro de mi corazón! ¡Moldéame, Señor, con tus manos aunque me resista y el dolor por ver mis faltas me haga gritar de tristeza! ¡Señor, Tú conoces perfectamente mis debilidades, renuévame con la gracia de tu Espíritu para que me haga perfecto como eres Tu perfecto, Padre celestial! ¡Transforma mi corazón, mi memoria, mi mente; ábreme los ojos y lávame las manos! ¡Haz mi corazón más sensible a tu llamada pues son muchas las veces que no te permito entrar cuanto me reclamas! ¡Entra cuando quieras, Señor! ¡Anhelo la vida eterna, Señor, por eso te pido que me conviertas rápido porque el tiempo de Cuaresma pasa volando y no habrá tiempo para cambiarme! ¡Gracias, Padre, porque siento que me amas tanto que te has entregado a través de tu Hijo por mí en la cruz! ¡Gracias también a ti, Jesús, porque eres la razón última de mi conversión!
 Lo que me duele eres tu, una profunda canción que invita a la conversión personal: