Entrada destacada

ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

Mostrando entradas con la etiqueta fracaso. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta fracaso. Mostrar todas las entradas

miércoles, 14 de junio de 2017

Ayúdate, que yo te ayudaré

Con cierta frecuencia tendemos a apoyarnos en nosotros mismos y en nuestras propias fuerzas en lo que atañe a la vida, la salud, la pobreza o la riqueza, las empresas, el apostolado, las relaciones con las personas que nos rodean.Es lo que denominamos confianza; algo tan humano y tan natural cuando las cosas van sobre ruedas, cuando la vida sonríe, y cuando todo brilla alrededor de uno.

Hay un proverbio popular que no aparece en la Biblia pero que muchos ponen en boca de Dios que dice así: «Ayúdate, que yo te ayudaré»; esta frase pone de relieve la importancia de la iniciativa propia. El problema, es que imbuidos como estamos de un manto materialista, relativista, egoísta, interesado… hacemos indirectamente un uso de este proverbio, creyéndolo y exagerándolo. Damos gran importancia a la primera parte de la frase —«ayúdate»—, pero damos insignificancia a la segunda que llega a perder el verdadero sentido. Y en un momento determinado, lo que antes sonreía ahora produce lágrimas: sufrimientos, peligros, soledad, dolor, enfermedad, fracasos, desencuentros, problemas… y esa gran confianza que uno tenía en sí mismo desaparece diluyéndose paulatinamente. En la tribulación, ya no se busca la autosuficiencia si no la omnipotencia, la Providencia, la misericordia y el amor de Dios que en las dificultades ejerce un papel fundamental y que se acerca a nosotros por una senda diametralmente opuesta a la que nosotros teníamos concebida.
Con el tiempo vas comprendiendo que el camino de la vida cristiana es creer en Dios y no en uno mismo. Es confiar en Cristo y no en tus propias fuerzas. Que no se trata de contentar a Dios con tus propios esfuerzos pues la confianza perfecta es aquella que deposita todo el peso no en uno si no en el otro. La fe no es creencia sin pruebas; es confianza sin reservas. La fuerza llega entonces cuando uno escoge confiar y lo pone todo en manos de Dios en la oración, sobre la mesa del altar y en el corazón sin dejar de poner su propio empeño. Las circunstancias y las situaciones tal vez no cambien pero uno si cambia interiormente.

¡Me pongo en tus manos como nunca, Dios mío, para en mi mediocridad entregarme a Ti! ¡Unido a Ti no tengo miedo! ¡Te ofrezco en mi vida el Cuerpo Místico de Cristo, haciéndolo mío para mi propia santificación! ¡Ruega por mí, Madre de la esperanza, que soy un pobre pecador y necesito de tu maternal protección! ¡Fundo mi vida en tu bondad y en tu poder, Padre mío, y en toda circunstancia de mi vida confío y creo en Ti! ¡Quiero en este día, darte gracias Señor, porque me siento fortalecido en Ti, experimento la alegría, la confianza y la paz, de alguien que se sabe amado y bendecido por Ti! ¡Qué gozo es estar a tu lado, Señor, que tranquilidad es estar cerca de Ti mi Dios porque Tu eres grande, eres misericordioso, eres poderoso, eres mi Dios y mi rey! ¡Señor, pongo en Ti mi confianza, pues Tú eres mi fortaleza, eres mi protector y en Ti confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!

Honramos hoy a María con este bellísimo Magnificat del compositor alemán Johann Kuhnau:

miércoles, 17 de mayo de 2017

La paradoja del fracaso





DESDE DIOS
Cuando más sufriente es el dolor del corazón y más grandes son los fracasos, más cerca está Dios del hombre. Vencer el fracaso de mi egoísmo, de mi soberbia, de los excesos de mi personalidad, de mi relación con los demás, de mis rencores, de mi falta de caridad… esta idea del fracaso resuena varias veces en el interior de mi alma. Triunfar es aprender a fracasar. El éxito de nuestra vida tiene como punto de partida el saber afrontar las inevitables faltas de éxito del vivir de cada día. De esta paradoja estriba, en gran parte, el acierto en el vivir. Cada desengaño, cada revés, cada decepción, cada contrariedad, cada frustración, cada desilusión lleva consigo el cimiento de una serie de capacidades humanas inexploradas, sobre las que los espíritus pacientes y decididos han edificado lo mejor de sus vidas.

Todos estamos expuestos, de una manera u otra, al fracaso; esa es la realidad. Pensar que uno está exento de él es una insensatez. Si asumimos el fracaso con una actitud positiva podremos incluso fortalecernos y abrir nuevos horizontes en nuestra vida. Del fracaso surgen lecciones esenciales para la vida. Las dificultades a las que nos enfrentamos juegan a nuestro favor. El problema principal de los fracasos radica en que no estamos acostumbrados a abordarlos sino que vivimos atemorizados por el riesgo a fallar, perseguidos por la sombra de la crítica o de la humillación. Pero Dios escribe derecho en los renglones torcidos de nuestro propio caminar. Dios nos deja libertad y sabe encontrar en nuestro fracaso nuevos caminos para su amor.
Pero el Señor se hace siempre presente en el corazón de cada uno con la impotencia de su amor, que es lo que constituye su fuerza. Se pone en nuestras manos. Nos pide nuestro amor. Nos invita a hacernos pequeños, a descender de nuestros tronos de barro y aprender a ser niños ante Él. Nos ofrece el Tú. Nos pide que confiemos en Él y que aprendamos a vivir en la verdad y en el amor. Eso no es fracasar, eso es hacer grande y simple lo esencial: amar a Dios, amarse uno mismo y amar a los demás.

¡Señor, tu eres mi roca, mi auxilio, mi fuerza! ¡Te dirijo mi súplica, Señor, para que me ayudes a superar las amarguras que me generan mis fracasos! ¡Necesito sentirte cerca, Señor, y ofrecerte mi pobreza y mi nada! ¡Señor, Tu conoces lo que anida en mi corazón y las buenas intenciones! ¡Sabes, Señor, que muchas veces las cosas no salen por mi cabezonería! ¡Ayúdame a comenzar de nuevo cogido de Tu mano, haciendo las cosas con humildad y mayor madurez, para gloria tuya! ¡Espíritu Santo, enséñame a amar a los demás como a mi mismo y juzgarme como lo haría con los demás! ¡Y cuando me vayan bien las cosas no permitas caer en el orgullo ni en la tristeza cuando fracase! ¡Recuérdame, Espíritu de Dios, que el fracaso es el primer paso hacia el triunfo! ¡Lléname de serenidad, alma de mi alma, para hacer siempre el bien! ¡Ayúdame a superar las amarguras de mis fracasos y sentirte siempre cerca de mi! ¡Concédeme la gracia de aferrarme a Ti con la esperanza de que ofrecerás tu inestimable ayuda cuando todo a mi alrededor parezca derrumbarse! ¡Ven a socorrerme, Espíritu Santo, con tu gracia y con la del Señor! ¡Tú conoces perfectamente lo que este pobre corazón siente! ¡Tú sabes las veces que he fracasado y no deseas que me muestre triste y paralizado; al contrario te pido que me ayudes a tener la fortaleza para seguir adelante y enriquecer mi esperanza! ¡Te pido Espíritu Santo, que por medio del Padre que me concedas  tu eficaz auxilio  y tener la alegría y la fuerza de comenzar todo de nuevo sin detenerme en el camino llevando aridez e inutilidad a mi vida! ¡Si el fracaso se presenta, déjame creer Dios mío, que me lo ofreces para adquirir una madurez humana y espiritual!
Jaculatoria a María en el mes de mayo: Nunca salgas de mi vida Virgen mía, porque perdido estaré si no tengo tu guía.
Agnus Dei, de Samuel Barber, para acompañar la meditación de hoy:

domingo, 30 de abril de 2017

¡Gracias, Jesús Eucaristía!

A Dios tengo que buscarlo en la realidad de lo cotidiano. Y cuando lo buscas siempre se te aparece porque Él es un Dios que sale siempre al encuentro del hombre. En la historia personal y espiritual de cada ser humano Dios se hace habitualmente el encontradizo en las circunstancias y situaciones más insospechadas. Con Dios de nada sirve tratar de tenerlo todo controlado porque, en cuando uno menos lo espera, le envía el vendaval de gracia del Espíritu que desmorona las autosuficiencias y aplaca el orgullo del corazón. Con Dios no tiene sentido preconcebir las situaciones porque con ello solo sellas el corazón y el alma a los dones del Espíritu.

El gran encuentro de Dios con el hombre tiene lugar, fundamentalmente, a través de Cristo. Y tiene en la Eucaristía la forma más potente de dejar su impronta en el hombre. En la Eucaristía, memorial de las maravillas de Dios, sacramento del amor, fuente de vida, brota el camino de fe, de testimonio y de comunión. En la Eucaristía Dios posiciona a cada uno en su dignidad de hijos.
orar con el corazon abierto

La Eucaristía, memorial y sacrificio ofrecido por el hombre, hay que vivirla en una actitud de fe, esperanza y caridad. Por eso me gusta recibirla diariamente porque da luz y esperanza a mi vida. En los momentos de incertidumbre, dolor, sufrimiento, duda o oscuridad allí está Cristo en la Cruz. Y sobre todo, allí está Dios, en su cercanía y ternura de Padre, contemplándome a través de su Hijo, escuchando y acogiendo mi súplica: «Dios mío, Dios mío…».
Ayer, durante la fracción de pan, tuvo un sentimiento hermoso. Sentí la suavidad y ternura de Nuestro Señor descubriéndome su infinita bondad y amor tomando para sí las cosas tristes y penosas de mi vida para aplicarme el fruto provechoso de cada una de ellas. Comprendí que mis contradicciones, mis sufrimientos, mis debilidades, mis miserias, mis caídas son la ocasión que el Padre me ofrece diariamente, en mi fragilidad, para sentir su abrazo lleno de amor y misericordia para hacerlas suyas. Y algo todavía más impresionante. La fuerza de ese abrazo es el alimento de mi corazón que se une al pan de Cristo que me salva, me perdona y me une al Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Es tan hermoso que se hace difícil expresarlo con palabras!

¡Gracias, Jesús Eucaristía! ¡Deseo, Señor, recibirte cada día en la Eucaristía como te mereces, con un interior perfectamente engalanado, con el corazón limpio y puro, con mi alma refulgente! ¡Gracias, Señor, porque eres el Amor, porque has venido al mundo por amor, porque entras en mi vida por amor, porque has entregado tu vida por mi por amor, porque estás presente cada día bajo las especies de pan y vino por amor! ¡Gracias, Jesús Eucaristía! ¡Gracias, porque me haces comprender que el amor es tu signo de distinción y debe ser también el mío! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque me haces comprendes que quieres entrar en mi corazón, quieres que goce con tu presencia, que tu amor llene por completo mi corazón, que todos mis sentimientos, mis palabras, mis pensamientos, mis miradas, mis acciones esté movidos por el mismo amor que tu presentas! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres la fuerza que sostiene mi vida, tan frágil y débil! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque tu presencia me sostiene y me alimenta! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque tomas todo aquello que me abruma y lo haces tuyo! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres el amor que se entrega hasta el extremo, porque tu amo es infinito, porque tu bondad es misericordiosa y compasiva, porque me buscas para que alcance la felicidad, porque quieres que ame como tu amas, sea fiel en el amor como lo eres tu! ¡Ayúdame, Señor, a olvidarme de mi, de mis apegos y de mis problemas y me entregue por completo a Ti como tu te has entregado hasta el extremo! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque eres la ternura de Dios presente en las especies santas! ¡Gracias, Jesús Eucaristía, porque a tu lado siento que tu amor me salva, me sostiene, me cura y me conforta!
Jesús Eucaristía, milagro de amor, es el sentimiento que se desprende de esta meditación y que sea aúna en esta canción:

viernes, 31 de marzo de 2017

La cruz que yo mismo me construyo

Las cosas no salen siempre como uno las tiene previstas. Y, entonces, se vislumbra en el horizonte como un profundo desierto. Cuando te sientes abatido por los problemas, cuando te abate de manera dura la enfermedad, cuando un fracaso te llena de desazón y desconcierto, cuando alguien te juega una mala pasada y te hiere, cuando un juicio malicioso te daña el corazón… circunstancias todas ellas habituales en nuestra vida es cuando hay que ver con mayor claridad la mano de Dios que interviene en esos acontecimientos.
Me sorprendo porque aun sabiendo que la fe sostiene la vida son muchas las veces que no soy capaz de ver como las costuras de Dios van tejiendo el vestido de mi vida, hasta el más insignificante de los detalles que nadie aprecia pero que Dios ha diseñado cuidadosamente porque forma parte de su gran obra. Todo lo permite Dios. Y lo permite desde la grandeza de su amor infinito. Y lo hace con el único fin de lograr que me desprenda de mis oyes y de la mundanalidad de la vida para acercarme más a Él. ¡Pero qué difícil es esto, Dios mío!
Esta falta auténtica de confianza, de fe, de abandono y de esperanza provoca mucho sufrimiento interior. En este momento, la cruz que Dios me envía no es la suya ni no la hago mía porque es una cruz que construyo a mi justa medida. Cuando cargas esta cruz las penas son más pesadas, los disgustos más profundos, las pruebas más dolorosas, las inquietudes más atormentadas y la imaginación te lleva a realidades poco realistas… tal vez para nada porque en muchas ocasiones lo que prevés que sucederá nunca sucede por la intercesión misericordiosa del Padre que se compadece de la fragilidad humana.
El aprendizaje en este camino de Cuaresma es que no puedo crucificarme a mi mismo con mi propia Cruz. Dios lo único que desea es que acompañe a Cristo en el camino hacia el Calvario abandonando el cuidado de mi corazón y de mi alma a la acción redentora de su Hijo para mirar las cosas a la luz de la fe y de la confianza.
orar con el corazon abierto
¡Señor, cuánto me cuesta acostumbrarme a que tu me acompañas siempre, que caminas a mi lado, que no me abandonas nunca! ¡Cuántas veces me olvido, Señor, que mis sufrimientos y mis temores son también los tuyos que sufres junto a mí y haces tuyos mis pesares! ¡Señor, olvido con frecuencia que tu no me abandonas nunca! ¡Concédeme la gracia de confiar siempre en Ti! ¡Concédeme la gracia de verte en cada acontecimiento de mi vida! ¡Enséñame, Señor, como en el silencio de la vida y de los acontecimientos en los que no soy capaz de verte por mi ceguera tu te haces presente y cual es el sentido profundo y certero de lo que quieres para mí y es tu voluntad santa! ¡Ayúdame a dejar de lado esa cruz fabricada a mi medida y llevar la cruz verdadera! ¡Ayúdame a no preocuparme excesivamente por las cosas materiales y abrir más mi alma al cielo! ¡Espíritu Santo, dador de vida y de esperanza, a ti te confío también mis incertidumbres para que me ayudes a que mi alma se libere de todas las preocupaciones materiales y me hagas más fuerte espiritualmente! ¡Concédeme la gracia de ser más confiado, de tener una fe más firme y entregarme sin miedo a las manos extendidas de este Cristo clavado en la cruz que me abraza con amor eterno!
Victoria, tu reinarás, oh Cruz tu me salvarás:

martes, 21 de marzo de 2017

El plan divino de Dios para mi

orar-con-el-corazon-abiertoDurante la Cuaresma es habitual marcarse metas, establecer objetivos, hacer proyectos, predisponer el corazón a un encuentro auténtico con el Cristo Resucitado. Cuando nuestros deseos se ven realizados es comprensible que la alegría se apodere de nuestro corazón y nos desborde la alegría, pero habitualmente el éxito mundano no es lo que el Señor desea para nosotros. Lo frecuente es que en esa singular contradicción que es la Cruz se manifieste la voluntad de Aquel que vino a servir y no ser servido y a entregarse para la salvación de todos.

Para todos los que creemos en el poder de la Gracia lo importante es tener siempre presente cuál es el plan divino para cada uno, y por muchas aspiraciones y anhelos que tengamos —por muy lícitos que éstos sean— siempre deben estar condicionados a que coincidan plenamente con la gracia, para no convertir los mandatos del Evangelio en meros cumplimientos interesados. Al final no hay que olvidar que es el Señor el que nos auxilia y nos guarda.
La tendencia es tratar de lograr el reconocimiento, el aplauso, la reafirmación y las felicitaciones de los demás y, a ser posible, colocarnos los primeros. Y de esta forma tan mediocre y humana, medimos el éxito o el fracaso de nuestra vida. Nos ocurre como les sucedía a los discípulos de Cristo, que con frecuencia discutían entre ellos para saber quién ocuparía los primeros lugares, colocando su yo por encima de lo que realmente es fundamental. Pero la medida de la vida no es el éxito externo sino lo que es justo ante el Señor, y eso pasa por el Amor, por la entrega verdadera a los que nos rodean.
Cualquier iniciativa que trata de alcanzar la realización personal, por muy digna y honesta que ésta sea, puede inducirnos a cometer la misma equivocación que tuvieron aquellos dos discípulos preocupados en saber en qué lugar, si a la derecha o a la izquierda, iban a ocupar en la gloria eterna. A Dios le interesa que cada uno ejecute con libertad el plan que Él le ha encomendado, pero eso es imposible si no hay amor en nuestros actos.

¡Señor, nos has hecho depositarios de tu gracia, de tu amor y de paz, de tu perdón y de tu palabra! ¡Nos envías, Señor, para que lo transmitamos a todas las personas que se cruzan en nuestro camino! ¡Concédeme, Señor, tu gracia para que pueda vivir fielmente los carismas que el Espíritu Santo depositó en mí el día mi bautismo! ¡Señor, conviértete en la pasión de mi vida! ¡Quiero entregarte mi vida a todas horas! ¡Bendícela con tu gracia, Señor! ¡Bendice todos los trabajos que tengo que afrontar este año, los trabajos en la familia, laborales, pastorales, comunitarios! ¡Bendícelos, Señor, en este año de gracia y de misericordia! ¡Bendícelos, Señor, para que todo mi esfuerzo, mi voluntad y mi energía busquen sólo tu gloria y tu alabanza porque Tú eres para mí el único y verdadero Maestro! ¡Concédeme, Señor, la gracia para ser yo también un buen maestro para mi cónyuge, para mis hijos, para mis amigos, para mis compañeros de trabajo y de comunidad! ¡Haz, Señor, que me convierta en un buen modelo de confianza, de paz, de misericordia y de comprensión! ¡Que con mi vida, Señor, sea un testimonio de tu gracia! ¡Espíritu Santo, abrásame con el fuego de tu amor! ¡Graba en mi corazón, Espíritu de Dios, tu ley, ábreme al tesoro de tus gracias! ¡Ilumíname, Espíritu Santo, en el camino de la vida y condúceme por el camino del bien, de la justicia y de la salvación! ¡Llena, Espíritu Santo, los corazones de todos los que me rodean y hazles rebosantes de tu amor y de tu gracia!
Un hombre clavado en una cruz, símbolo del Amor: