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jueves, 13 de julio de 2017

Alegría

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Me duele pensar la cantidad de veces que pierdo la serenidad por tonterías e intrascendencias. Un cristiano, me digo, debe mantener siempre la serenidad. Cuando te mantienes sereno ante la dificultad o ante una situación comprometida das luz a la fe y gozas de una visión sobrenatural. Fijarse en Cristo y en María es la mayor escuela de la serenidad. El mismo Cristo me pide que no me turbe ni tema mi corazón. La serenidad es el regalo más hermoso que el Señor hace a las almas sencillas, frágiles y confiadas.
Un corazón sereno nunca tiene miedo pues es consciente de que cuenta con la gracia del Espíritu santo para no temer a nada ni a nadie.
Tampoco trata de cambiar ni modificar las actitudes del prójimo ni necesita cambiar los acontecimientos de la vida. Los afronta con entereza y valentía, dando gracias a Dios por ellos y mira al prójimo buscando solo su belleza.
Un corazón con paz interior confía plenamente en Dios y trata de encontrarse con Él cada día pues en esa intimidad surge el dialogo, la confianza, la alabanza… Cuando se mira a Dios uno acaba mirando al prójimo de la misma manera.
Un corazón rebosante de serenidad solo se fija en la belleza y no en las imperfecciones.
Cuando piensas en la serenidad de Cristo, esa serenidad que mantuvo en los momentos más difíciles y en las circunstancias más atroces, comprendes que aparte de sentir como nadie sintió las emociones humanas de sufrimiento, enfermedad, injusticia, negatividad o muerte, también manifestó una absoluta sensibilidad a los aspectos más hermosos de la existencia. Cristo no se mostró indiferente al vuelo cadencioso de una mariposa, ni a la candidez de un niño, ni a la brillantez de las estrellas de la noche, ni a la alegría inherente de un casamiento, ni al hallazgo de una oveja perdida. Y, sobre todo, llama poderosamente la atención como trataba el Señor a sus enemigos. Con una serenidad, amor y misericordia que estremece.
La paz de Cristo es serenidad completa y viva armonía interior. Es ese aliento que te impulsa a cambiar de vida. Siguiendo el ejemplo de su serenidad todo puede ser posible en la pequeñez de mi persona; en mi manera de pensar, como actuar, de enfocarme, de amar y de vivir.¡Ojalá mi corazón tuviera la bondad para imitar siempre la serenidad, la paciencia y la paz de Cristo!

¡Señor tu eres la paz y la serenidad, entrégamela para que tu paz sea mi descanso! ¡Tú, Señor, eres para mi como la brisa suave que serena, como el agua fresca que sacia mi sed y la voz que apacigua cualquier tormenta interior! ¡Tú, Señor, eres la paz que todo lo serena y lo reconforta, que perdona y que acoge, que disculpa y ama! ¡¡Ven a mí, entonces, Señor; en vía tu Espíritu sobre mi! ¡Concédeme, Señor, la serenidad de aceptar los acontecimientos de la vida con paz, a la gente con amor, lo que no puedo cambiar con alegría! ¡Dame, Señor, el coraje para cambiar interiormente, para apartar de mi lo que ensucia y ayúdame a buscar la perfección y la santidad! ¡Hazme, Señor, testimonio vivo de tu poder que todo lo transforma y de tu obra que todo lo cambia! ¡Guíame, Señor, a afrontar con serenidad y sabiduría los pasos de cada día y dame siempre la sabiduría de recordar quien soy para transformar mi corazón en un corazón manso, humilde y sereno como el tuyo!
Dame un nuevo corazón le pedimos cantando hoy al Señor:

miércoles, 14 de junio de 2017

Ayúdate, que yo te ayudaré

Con cierta frecuencia tendemos a apoyarnos en nosotros mismos y en nuestras propias fuerzas en lo que atañe a la vida, la salud, la pobreza o la riqueza, las empresas, el apostolado, las relaciones con las personas que nos rodean.Es lo que denominamos confianza; algo tan humano y tan natural cuando las cosas van sobre ruedas, cuando la vida sonríe, y cuando todo brilla alrededor de uno.

Hay un proverbio popular que no aparece en la Biblia pero que muchos ponen en boca de Dios que dice así: «Ayúdate, que yo te ayudaré»; esta frase pone de relieve la importancia de la iniciativa propia. El problema, es que imbuidos como estamos de un manto materialista, relativista, egoísta, interesado… hacemos indirectamente un uso de este proverbio, creyéndolo y exagerándolo. Damos gran importancia a la primera parte de la frase —«ayúdate»—, pero damos insignificancia a la segunda que llega a perder el verdadero sentido. Y en un momento determinado, lo que antes sonreía ahora produce lágrimas: sufrimientos, peligros, soledad, dolor, enfermedad, fracasos, desencuentros, problemas… y esa gran confianza que uno tenía en sí mismo desaparece diluyéndose paulatinamente. En la tribulación, ya no se busca la autosuficiencia si no la omnipotencia, la Providencia, la misericordia y el amor de Dios que en las dificultades ejerce un papel fundamental y que se acerca a nosotros por una senda diametralmente opuesta a la que nosotros teníamos concebida.
Con el tiempo vas comprendiendo que el camino de la vida cristiana es creer en Dios y no en uno mismo. Es confiar en Cristo y no en tus propias fuerzas. Que no se trata de contentar a Dios con tus propios esfuerzos pues la confianza perfecta es aquella que deposita todo el peso no en uno si no en el otro. La fe no es creencia sin pruebas; es confianza sin reservas. La fuerza llega entonces cuando uno escoge confiar y lo pone todo en manos de Dios en la oración, sobre la mesa del altar y en el corazón sin dejar de poner su propio empeño. Las circunstancias y las situaciones tal vez no cambien pero uno si cambia interiormente.

¡Me pongo en tus manos como nunca, Dios mío, para en mi mediocridad entregarme a Ti! ¡Unido a Ti no tengo miedo! ¡Te ofrezco en mi vida el Cuerpo Místico de Cristo, haciéndolo mío para mi propia santificación! ¡Ruega por mí, Madre de la esperanza, que soy un pobre pecador y necesito de tu maternal protección! ¡Fundo mi vida en tu bondad y en tu poder, Padre mío, y en toda circunstancia de mi vida confío y creo en Ti! ¡Quiero en este día, darte gracias Señor, porque me siento fortalecido en Ti, experimento la alegría, la confianza y la paz, de alguien que se sabe amado y bendecido por Ti! ¡Qué gozo es estar a tu lado, Señor, que tranquilidad es estar cerca de Ti mi Dios porque Tu eres grande, eres misericordioso, eres poderoso, eres mi Dios y mi rey! ¡Señor, pongo en Ti mi confianza, pues Tú eres mi fortaleza, eres mi protector y en Ti confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!

Honramos hoy a María con este bellísimo Magnificat del compositor alemán Johann Kuhnau:

martes, 2 de mayo de 2017

Pisadas en la arena


Aprovechando el buen tiempo y el día de fiesta, caminé ayer a primera hora de la mañana por una playa solitaria del pueblo. No había ni una sola alma. La brisa  me daba la fuerza para sonreír, para hablar, para caminar. Cuando llevaba un tiempo andando sobre las arena me dimos cuenta de que mis pisadas iban acompañadas de una pisada anónima (véase foto). Instintivamente segui la estela de estas pisadas desde que nos habíamos adentrado en la arena.  Me sentí acompañado. Y rece una oración a Jesús para darle gracias por esta mañana tan agradable que estába disfrutando. Hoy en la oración me viene a la mente las veces que he seguido al Maestro siguiendo sus huellas. La infinidad de ocasiones que he dicho al Señor que «Sí» aunque en realidad era a medias, o casi nada, o nada. A través de los pasajes del Evangelio me he sentado junto a aquel ciego que recuperó la vista, del cojo que comenzó a andar, del manco que recuperó la mano; he estado en la ladera del monte de las bienaventuranzas escuchando como nos legaba ese nuevo conjunto de ideales que se centran en la humildad y el amor al prójimo; me he sentado a comer un trozo de pan y de pescado junto a aquella multitud ingente de personas ávidas de escuchar a Cristo; pero, también, en el terrible momento de su prendimiento en el huerto de los Getsemaní me ha desprendido de todo lo que me cubría para alejarme de Jesús. Al salir huyendo he dado entrada en mi corazón al rencor, a la desesperanza, a la sensación de miedo, a ese sentimiento culpable de mi corazón, al llamarme cristiano y en realidad ser un tibio seguidor de Jesús, al dolor... He dejado abandonado a Cristo y cuando lo necesito —que es casi siempre— me encuentro que estoy solo, que me falta lo esencial, que todo se tambalea. Y ahí es donde surge esta imagen tan clarividente de las huellas en la arena de ayer.
Son muchas las ocasiones en la vida que ante los problemas que nos sobrevienen empezamos a correr sin criterio y nos alejamos de Cristo, sabedores de manera consciente o inconscientemente del error que hemos cometido. Lo hacemos sin nada que nos cubra sometidos a las inclemencias de la hostilidad del mundo en el que vivimos y nuestra fragilidad nos expone de manera cruenta ante la realidad del mundo. Y entonces Jesús me enseña que Él camina a mi lado. Que sí, soy una frágil criatura que Él nunca abandona y que a su lado debo luchar en lugar de huir despavorido, que debo plantar cara con valentía y confianza a los problemas a los que me enfrento y que debo buscar siempre soluciones que Él me ofrecerá en la escucha de la oración. Él me da la fortaleza para no hundirme y caer rendido ante las adversidades. También me enseña que todas mis preguntas van a tener su debida respuesta pero su contestación llegará en el momento oportuno. Que debo caminar cogido de su mano. No soltarla nunca. Que la lucha cotidiana supone un trabajo siempre arduo, y que si huyo de mis obligaciones escondiendo mi rostro bajo la arena tal vez logre en la práctica no afrontar la realidad pero esto implica un descomunal desacierto.
Caminar por la vida viendo como cada paso de Cristo a mi lado la huella se une a la mía, me enseña a superar mis limitaciones y asimilar que cada día debo seguir luchando cogido de su mano.
¡Señor, tu caminas cada día a mi lado y eso es un gran privilegio! ¡Tu Señor conoces mis anhelos, mis frustraciones, mis sueños, mis fracasos, mis dudas, mis alegrías! ¡Tú, Señor, me acompañas y me ayudas a avanzar y por eso te doy gracias! ¡Tu, Señor, lees en lo más profundo de mi corazón, en mis pensamientos y en mis necesidades cotidianas! ¡Señor, gracias porque me ayudas a caminar contigo! ¡Señor, yo no puedo ocultarte nada por eso te pido que me permitas vivir bajo tu amparo y protección! ¡Te ruego, Señor, cubras todas mis necesidades y las de los míos! ¡Concédeme, Señor, que proveas en mi vida lo que tú consideres es mejor para mí! ¡Te pido, Señor, la fortaleza, la guía y la sabiduría del Espíritu para ir recorriendo los caminos de la vida según tu voluntad y no la mía!
Jaculatoria a la Virgen en el mes de mayo: María, Madre mía, se tu mi guía.
Junto a ti María, cantamos hoy a la Virgen:

sábado, 8 de abril de 2017

Quemar etapas

orar con el corazon abierto
En la vida es frecuente quemar etapas. Pensamos que cuando las hacemos arder es que no va a ser necesario cruzarlas. ¡Pero qué equivocados estamos!
Uno se va fijando en la infinidad de pequeños detalles que van creando su rutina diaria, esas nimiedades sin importancia que nos inundan y que, de manera pausada, van edificando poco a poco la realidad de nuestra vida. Uno piensa en esa cantimplora de agua bendita, fresca y pura, que bebe para ir tomando fuerzas; son los detalles hermosos de la vida que, como retazos, se van haciendo presente en lo cotidiano.
Sin embargo, un día como hoy sientes ese viento gélido, fuerte, que te envuelve y que te impide avanzar; que te empuja descontrolado y te tambalea. Comprendes esa inseguridad que a veces hace mella en tu vida, esos miedos que te atenazan, esa fragilidad que se despliega con toda su fuerza. En ese momento no queda más que doblegarse ante Dios y pedirle, con el corazón abierto, que se convierta en la pantalla que frene estas envestidas, que vierta toda su gracia sobre este pobre hombre que en toda su fragilidad se siente incierto en el momento de cruzar el puente quebradizo la vida formado de tablones de madera enmohecidos, que crujen cuando caminas y que son incluso más inestables que uno mismo.
Es, entonces, con todos los miedos que te atenazan que te aferras dignamente a la Palabra, la única que esconde la verdad cierta, y que te invita a tener una fe firme y una confianza ciega. Y le dices a tu corazón: «Avanza y no tengas miedo, dirígete hacia el otro extremo confiadamente porque en el otro lado Alguien te espera con los brazos abiertos». Sí, en la vida hay momentos de confusión, desconcierto y desorientación. Por eso es tan importante pedir cada día una fe cierta y firme, la gracia de la confianza, el no tener miedo a caminar sobre travesaños de madera que crujen sobre el abismo. No tener miedo a cruzar el puente y quemarlo con la seguridad de que no lo voy a necesitar de nuevo porque no regresaré jamás al punto en el que me encontraba pues los horizontes que se abren son infinitamente mejores.
Si soy capaz de superar esta situación, de vencer esta prueba, de entregarme sin vacilaciones a la voluntad de Dios, de aceptar lo que Él tiene preparado para mí ¡por qué temer esta travesía! Mi vida experimentará una profunda transformación interior, un cambio profundo y, me convertiré, estoy convencido en alguien mucho más cercano a la belleza, amor y misericordia del corazón del Padre. ¡Voy a intentarlo!

¡Señor, hay veces que la incertidumbre me invade y los miedos me aprisionan! ¡Hay ocasiones, Señor, que todo son incertidumbres que desmoronan de por si mi frágil existencia! ¡Aún así, Padre, tu eres la fuerza de mi corazón aunque mi espíritu sea débil y mi capacidad de confianza flaquee! ¡Te pido que me sostengas, Padre, y no me dejes caer nunca, que me guíes con los sabios consejos de tu Palabra y me conduzcas hacia ti con una fe ciega! ¡Soy consciente, Padre, de las grandes maravillas que obras en mi, que estar cerca tuyo y de tu Hijo es una gracia, porque sois mi refugio y mi auxilio, pero a veces tengo dudas porque los problemas a mi alrededor me dificultan crecer en confianza! ¡Ayúdame a quemar esos puntos que no sirven para vivir en la confianza cierta; yo confío en tu fuerza, cuando no puedo más creo en Ti, confío plenamente en que me bendices y me proteges porque eres el más grande y soberano Padre! ¡Envía tu Espíritu, Padre, sobre mí para que me de la fortaleza para avanzar, la sabiduría para confiar y la fe para crecer! ¡Gracias, Padre, por tu infinito amor y misericordia y perdona a este frágil pecador que tantas veces duda y se tambalea!
Alma mía recobra tu calma, rezamos cantando con esta hermosa canción:

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Sin nada que decirle a Jesús

orar-con-el-corazon-abierto
Hace unos días, durante unas charlas sobre liturgia tuve ocasión de hablar sobre como el Espíritu Santo actúa en nuestra vida. Al terminar una de las charlas, una persona se me acercó y me comentó que habitualmente no encuentra palabras para hablar con el Señor, que no sabe como dirigirse a Él, que se queda siempre en blanco sin nada que decir.

Le digo: lo tienes muy sencillo; abre una página del Evangelio y trata de dirigirte a Jesús como lo haría cualquiera de los personajes que hablaron con Él en los diferentes escenarios donde tuvo lugar su vida pública. Verás como te resulta fácil encontrar alguna palabra. Dile, como le dijo la Virgen al encontrar a Jesús tras tres días perdido en el templo: «¿por qué haces esto conmigo?» O dirígete al Señor como hizo Pedro, el pescador temeroso ante aquellas aguas embravecidas: «Señor, aléjate de mí que soy un miserable pecador». O como el ciego Bartimeo cuando le dijo a Cristo: «haz que vea». O como el centurión, el día que Jesús resucitó a su hija: «Señor, no soy digno que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme», frase icónica de fe que pronunciamos con fervor antes de la Comunión. Son simples ejemplos que ilustran cómo dirigirse humildemente al Señor para que a continuación, bajo el influjo del Espíritu Santo, las palabras vayan surgiendo de nuestro corazón contrito para confiarse al Amigo por excelencia.
Pero si aún así las palabras tampoco salen se puede imitar las actitudes de todos aquellos que se cruzaron con Él por los caminos de Palestina. Hacer como los pobres pastores que se quedaron embelesados contemplando el cuerpo del Niño Jesús en el portal de Belén. O cantarle una canción, como hizo el anciano Simeón cuando lo circuncidó en el templo. O permanecer en silencio, contemplando el Sagrario, a imitación de los doctores de la ley que le escuchaban maravillados. O ponerse de rodillas, turbado por la emoción, como hizo la Magdalena cuando se arrodilló a sus pies y sus lágrimas lo empaparon y el perfume inundó su cuerpo. O permitir que el Buen Pastor nos tome a hombros como ocurrió con la oveja perdida de la parábola. O mirarlo como aquellos niños que se sentaron en sus rodillas y sonrieron viéndole a Él sonreír. O tender la mano para ser curado como el ciego, el leproso, el paralítico, el enfermo... O recostar la cabeza en su pecho con mi hizo San Juan el día de la institución de la Eucaristía. O tomar la Cruz, sin quejarse, como el Cirineo...
¡Qué fácil puede ser dirigirse y hablar con el Señor y qué complicado lo hacemos siempre por esa cerrazón y esas cadenas que cierran nuestro corazón!

¡Señor, desde la fidelidad pero desde la más profunda sencillez y pobreza, con el corazón abierto a Ti, necesito hablar contigo! ¡Necesito, Señor, que me escuches porque son muchas las veces que tengo miedo y no sé cómo expresarlo! ¡Señor, Tú nos dices que no tengamos miedo, que no se turbe nuestro corazón porque Tú estarás con nosotros hasta el final! ¡Me lo creo, Señor, pero aún así a veces me surgen las dudas! ¡Recuérdamelo siempre, Señor, especialmente en aquellos momentos en que el sufrimiento y la dificultad se me hagan más presentes! ¡Señor, ayúdame con la fuerza de tu Espíritu a decir siempre que sí a todo lo que me envías para que la turbación y el desasosiego no hagan mella en mí! ¡Necesito hablar contigo, Señor! ¡Dame, Señor, la luz y la paz interior para balbucear desde la pobreza de mi ser todo lo que me ocurre! ¡Escúchame, Señor, Tú que nunca nos abandonas y nos consuelas! ¡Purifícame, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu y poda todo aquello que encuentres superfluo en mí para que mi diálogo contigo esté impregnado de sencillez y de verdad! ¡Señor, como los personajes del Evangelio ayúdame a aceptar las pruebas, a llevar la cruz, a ser consciente de mi fragilidad…y darte siempre gracias! ¡Señor, ven a mi corazón y desde dentro de él transfórmame para que me sienta más cerca de Ti y mi diálogo contigo sea fluido! ¡Señor, que nunca me falte tu amor! ¡Señor, ten paciencia conmigo y ten misericordia de mis debilidades y miserias! ¡Puríficame, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu y sáname! ¡Aumenta mi fe, mi confianza y mi amor a Ti y, por favor, no me sueltes nunca de esa mano amorosa que  tanta seguridad y esperanza me transmite cada día!
Por tu gloria, cantamos hoy en estilo góspel al Señor:

martes, 8 de noviembre de 2016

Una Madre que ama

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Una de las cosas hermosas de la vida es sentir que la Virgen es nuestra Madre. Mi Madre. Y como Madre me ama. Y así lo siento yo, hijo díscolo en tantas cosas. María siente por mí por cada uno de nosotros un amor maternal y lleno de misericordia. Pero María no me nos ama por nuestra bondad, ni por nuestros gestos, ni por nuestra vida de oración, por nuestro servicio, porque seamos más o menos simpáticos… nos ama simplemente porque somos sus hijos. Porque Ella, llena de la fuerza del Espíritu Santo, tiene un corazón inmenso que es la manifestación misma del corazón de Dios en clave femenina.
Hoy me pongo en presencia de María y siento su amor maternal. Siento como se entrega por mí por todo el género humano para transmitirnos la plenitud de Dios que Ella misma recibió de Cristo porque por mi nuestra condición de pecadores carecemos de ella. El fin de María es impregnar en nuestro corazón la imagen de su Hijo amado. ¡Qué bello es sentir esto!
Lo impresionante de la Virgen es que su amor es un bálsamo de gracia. Es un amor que acoge, que redime, que sostiene, que embarga, que alienta, que comprende, que diviniza, que consuela, que llena los vacíos del corazón, que ilumina en la oscuridad, que eleva el ánimo, que te conduce siempre hacia lo más alto, que ensalza la humildad…
Es un amor el de María que me impide tener miedo de la vida, de las circunstancias negativas que se presentan de vez en cuando por el camino, de los problemas que atenazan nuestra vida. Es un amor que nos permite sentirnos acogidos y protegidos… ¡Cómo no voy a sentirme huérfano de esperanza si tengo a María como Madre!
¡Santa María, Señora del Santo Rosario, ruega por mi y por el mundo entero!

¡María, Reina del cielo y de la tierra, la más hermosa de las criaturas, Madre ejemplar y bondadosa, me confío a ti! ¡Te quiero, María, y ruego hoy por todas aquellas personas que no te conocen o no te aman, míralas a todas con la bondad de tu mirada y tu amor siempre maternal! ¡Quiero, María, honrarte, servirte y alabarte y trabajar para que todos en este mundo te honren, te sirvan y te alaben! ¡María, tu fuiste la elegida por Dios para dar luz a Cristo que es nuestra luz que ilumina el camino, tu eres la belleza exquisita y el amor puro, te doy gracias por todo lo que representas en mi vida! ¡Te quiero amar siempre, María, pero quiero hacerlo de verdad! ¡Ayúdame a seguir tu ejemplo de humildad, generosidad, entrega, servicio, amor, misericordia, perseverancia…! ¡Tú, Señora, que eres la fuente del amor eterno y supiste entregarte siempre por amor a Dios y a los demás, bendice a mi familia, mi hogar, a mis amigos y la gente que me rodea con la fuerza de tu amor! ¡Que a través tuyo pueda ser un canal de amor para convertir la sociedad en un lugar impregnado de amor! ¡Corazón de María, que eres la perfecta imagen del Corazón de Cristo, haz que mi corazón sea semejante al tuyo y al de tu Hijo!
Del compositor ingles John Cornysh disfrutamos de su breve pero emotivo motete «Ave Maria, mater Dei», a cuatro voces:

sábado, 17 de septiembre de 2016

Cree en el Señor… y te salvarás

cree en Dios y te salvaras
Hoy de nuevo busco una palabra que me ilumine en la oración. Esta sencilla frase abre mi corazón a la plegaria: «Cree en el Señor Jesús y te salvaras, tú y tu familia». Surge en un momento importante de mi vida. Y doy gracias. Doy gracias porque además de creer en Él, Jesús cree en mí. Cree en cada uno de nosotros. Jesús cree en mí y me llama. Tal y como soy, tal y como estoy viviendo hoy. Con mis sentimientos de culpabilidad, de tristeza y de alegría, de resentimiento y de esperanza... Jesús me ama y cree en mí, como cree en todos y cada uno de los lectores de esta página, tal y como somos, como sentimos, como amamos, como nos preocupamos de los demás, como experimentamos nuestras experiencias personales.
Jesús me ama incluso en los resentimientos que lastran mi vida, en las heridas que hieren mi corazón, sean más o menos profundas, por el estado de ánimo que esté sufriendo en este momento, sea bueno o malo. Me ama incluso aunque esté dolido con Él porque esté viviendo un momento de desesperación o de sufrimiento. Me ama incluso si estoy disgustado con Él porque pienso que no escucha —en apariencia— mi oración.
Pero Jesús me —nos— ama con amor eterno. ¡Qué consuelo! Nos ama y quiere seguir entrando en lo más profundo de nuestro corazón. Pero Jesús no sólo me ama. Cree en mí. Confía en mi. Cree y confía en nosotros. Nos conoce mejor que nosotros nos conocemos. Desea nuestra felicidad. Desea nuestra felicidad más que la deseamos nosotros. Él nos —me— conoce antes de crearnos. Conoce nuestra situación actual, conoce lo que ocurrirá en el futuro. Sabe lo que va a ser de nuestra vida antes de habernos creado y nos amaba antes y nos ama ahora.
Me siento inmensamente feliz. Me siento inmensamente feliz porque Cristo cree en mí y me acepta como soy. Me siento profundamente amado y aceptado por lo que soy, por lo que tengo y por lo que siento. Por eso hoy le digo al Señor que quiero tocar su manto para ser sanado. Que quiero aceptar su amor por mí y de esta manera sanar todas las heridas de amargura, de sufrimiento, de dolor, de tristeza, de resentimiento, todas aquellas cosas que están en el centro de mis dificultades personales. Que si soy incapaz amarme a mí mismo es muy difícil que pueda también aceptar el amor que Jesús siente por mí y darlo a los demás.

¡Señor yo creo en ti! ¡Ayuda mi incredulidad! ¡Creo verdaderamente, Señor, que si tocó tu manto me sanaré y sentiré tu amor! ¡Sentiré como me amas de verdad! ¡Sentiré como crees en mí! ¡Por eso pido que te envíes tu Espíritu a mi corazón y a mi mente para que me enseñe a conocerte más profundamente, amarte más profundamente y experimentar como me amas! ¡Jesús, me dirijo a ti buscando como tú me buscas a mí, buscando tu amor, mendigando tu amor!
Solo cree en Jesús cantamos hoy con alegría:

domingo, 7 de agosto de 2016

A Dios rogando y con el mazo dando

Ayer escuché una frase que hacía tiempo que no oía: «A Dios rogando y con el mazo dando». Es una frase que me ha facilitado, en cierta manera, a profundizar en la oración cuál es mi relación con Dios. Al final, mirando la Cruz y contemplando en silencio el sagrario, comprendes que hay que confiar en el Señor porque todo depende de Él pero al mismo tiempo poner todo el empeño como si todo en realidad dependiera de mí. Confianza y trabajo son dos verbos que marcan esa relación con el Señor. Confianza porque creo con firmeza. Trabajo porque me esfuerzo para tratar de ser mejor y hacer las cosas bien hechas. Confianza porque espero en Dios. Trabajo porque quiero alcanzar las metas. Cuando uno tiene fe y esperanza, confianza y trabajo son das valores que no contraponen. Al contrario, se complementan perfectamente. Para convertirme en un seguidor auténtico de Cristo siento que tengo que unir ambas actitudes.
Saber que estoy en las manos de Dios me da mucha confianza. Y me anima a luchar cada día más. Si he aprendido algo a lo largo de los años en que las dificultades se han convertido en una carrera de obstáculos es que con Dios uno sale siempre adelante. Por muy doloroso que sea el momento y muy difícil la circunstancia que uno está viviendo, desde una lectura cristiana todo son bendiciones. La esperanza y confianza en Dios es el sostén de todo creyente.
Pero nadie puede pedir a Dios si previamente no pone todo su esfuerzo por cambiar la cosas. Dios no es un prestidigitador que saca de su «chistera» divina los problemas de la gente. Es dándose como mejor acoge Dios nuestra necesidad.
Con independencia de la situación que uno está viviendo —sufrimiento, problemas económicos, angustias morales, dificultades personales, enfermedad…— hay que dar lo mejor de uno mismo, hay que tratar de construir en positivo, hay que sacar del interior el valor del esfuerzo y de la entrega, la capacidad de aguantar pero siempre en la confianza y en la espera en Dios, en la esperanza que Dios todo lo puede. Nada destruye al hombre si Dios está en lo más íntimo de su ser porque la vida es un don que Dios ha regalado y eso es lo que le da la trascendencia. Por eso, me siento identificado con esta frase que tanto tiempo hacía que no escuchaba: «A Dios rogando y con el mazo dando».

¡Señor, quiero darte infinitas gracias por los días que cada día me regalas! ¡Muchos están llenos de dificultades pero a tu lado todos son bendiciones y esperanza cerrar! ¡Gracias, Señor por la vida! ¡Señor, gracias, te encomiendo mi pequeña persona, mi vida entera, mi familia, mis amigos, mi trabajo, mis agobios, mis preocupaciones, mis cansancios! ¡Todo es tuyo, Señor, y lo pongo en tus manos misericordiosas para que las eleves a Padre! ¡Te pido, Señor, la fortaleza para llevar la cruz de cada día, para confiar siempre en ti, para vivir alegre sabiendo que tú te ocupas de mis cosas y la de los míos! ¡Señor, gracias porque cuando me pongo en oración tú me escuchas porque soy fruto de tu ternura infinita y amorosa! ¡Quiero, Señor, amarte como tú me amas, quiero valorarme como tú me valoras, quiero respetarme como tú me respetas! ¡Señor, quiero poner en valor todas y cada una de las riquezas que has puesto en mi corazón! ¡Ayúdame también a descubrir las cosas buenas que hay en mi interior y ponerlas al servicio de los demás para que te reconozcan a ti en mis acciones! ¡Te pido, Señor, que estremezcas mi corazón para ser consciente de que cada latido es sostenido por tu amor! ¡Y a ti, Espíritu divino, te pido que me ayudes a ser una persona siempre disponible a los demás! ¡Sana las heridas que la vida produce en mi corazón y enséñame a vivir desde la entrega generosa de la propia vida! ¡Sé mi consejero en todos los proyectos de mi vida porque sin ti nada puedo conseguir! ¡Espíritu Santo, tú eres mi compañero fiel que siempre me acompaña, te pido que fortalezcas cada uno de los pasos vacilantes de mi vida! ¡En papá con la fuerza de tu gracia todos los momentos de mi vida!

Hoy cantamos, Tan solo he venido:

sábado, 25 de junio de 2016

La roca: ¡confía y empuja!

Dios sólo nos pide obediencia y fe en Él


Un hombre dormía en su cabaña cuando de repente una luz iluminó la habitación y apareció Dios. El Señor le dijo que tenía un trabajo para él y le enseñó una gran roca frente a la cabaña. Le explicó que debía empujar la piedra con todas sus fuerzas. El hombre hizo lo que el Señor le pidió, día tras día.

Por muchos años, desde que salía el sol hasta el ocaso, el hombre empujaba la fría piedra con todas sus fuerzas…y esta no se movía. Todas las noches el hombre regresaba a su cabaña muy cansado y sintiendo que todos sus esfuerzos eran en vano. Como el hombre empezó a sentirse frustrado Satanás decidió entrar en el juego trayendo pensamientos a su mente: Has estado empujando esa roca por mucho tiempo, y no se ha movido”. Le dio al hombre la impresión que la tarea que le había sido encomendada era imposible de realizar y que él era un fracaso. Estos pensamientos incrementaron su sentimiento de frustración y desilusión. Satanás le dijo: Por qué esforzarte todo el día en esta tarea imposible? Solo haz un mínimo esfuerzo y será suficiente”.

El hombre pensó en poner en práctica esto pero antes decidió elevar una oración al Señor y confesarle sus sentimientos: “Señor, he trabajado duro por mucho tiempo a tu servicio. He empleado toda mi fuerza para conseguir lo que me pediste, pero aún así, no he podido mover la roca ni un milímetro. ¿Qué pasa? ¿Por qué he fracasado? “.

El Señor le respondió con compasión: “Querido amigo, cuando te pedí que me sirvieras y tu aceptaste, te dije que tu tarea era empujar contra la roca con todas tus fuerzas, y lo has hecho. Nunca dije que esperaba que la movieras. Tu tarea era empujar. Ahora vienes a mi sin fuerzas a decirme que has fracasado, pero ¿en realidad fracasaste?. Mírate ahora, tus brazos están fuertes y musculosos, tu espalda fuerte y bronceada, tus manos callosas por la constante presión, tus piernas se han vuelto duras. A pesar de la adversidad has crecido mucho y tus habilidades ahora son mayores que las que tuviste alguna vez. Cierto, no has movido la roca, pero tu misión era ser obediente y empujar para ejercitar tu fe en mi. Eso lo has conseguido. Ahora, querido amigo, yo moveré la roca”.

Algunas veces, usamos nuestro intelecto para descifrar su voluntad, cuando en realidad Dios sólo nos pide obediencia y fe en Él. Debemos ejercitar nuestra fe, que mueve montañas, pero conscientes que es Dios quien al final logra moverlas.

Cuando todo parezca ir mal… solo EMPUJA!
Cuando estés agotado por el trabajo… solo EMPUJA!
Cuando la gente no se comporte de la manera que te parece que debería… solo EMPUJA!
Cuando no tienes más dinero para pagar tus cuentas… solo EMPUJA!
Cuando la gente simplemente no te comprende… solo EMPUJA!
Cuando te sientas agotado y sin fuerzas… solo EMPUJA!

En los momentos difíciles pide ayuda al Señor y eleva una oración a Jesús para que ilumine tu mente y guíe tus pasos. Entrega tus miedos al Señor y pídele con una oración que Jesús te ayude a encontrar el camino que te conduzca a Él.

Artículo originalmente publicado por Oleada Joven