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jueves, 11 de mayo de 2017

¿Qué significa el monograma JHS?

Estas letras han dado lugar a interpretaciones varias, algunas erróneas


Este monograma se encuentra en solitario en muchas partes (escudos, altares, manteles, puertas de sagrarios, etc), pues hace referencia a Jesús.
El monograma IHS sencillamente es la transcripción latina del nombre abreviado de Jesús en griego; es decir del nombre Jesús en griego Ιησούς (en mayúsculas ΙΗΣΟΥΣ) viene de la abreviatura, iota-eta-sigma (sustituyendo la letra sigma final por la S).
Este monograma ha dado lugar a interpretaciones varias. La única aceptada es la abreviación latina de la frase “Iesus Hominum Salvator” (IHS), traducida al español como Jesús salvador de los hombres.
Otros finalmente pueden interpretar erróneamente las tres letras como Jesús Hombre Salvador, o Jesús Hostia Santa.
El monograma IHS fue adoptado como sello por san Ignacio de Loyola fundador de los Jesuitas o de la Compañía de Jesús, y se convirtió en el símbolo de la misma congregación tras usarlo así Ignacio en su sello como superior general. El papa Francisco, miembro de los jesuitas, tiene este monograma en su escudo episcopal.

martes, 25 de abril de 2017

Así te Hablaría Dios

Haz suyas tus palabras para rezarle desde tu corazón

Si nadie te ama, mi alegría es amarte.
Si lloras, estoy deseando consolarte.
Si eres débil, te daré mi fuerza y mi alegría.
Si nadie te necesita, yo te busco.
Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.
Si estás vacío, mi ternura te colmará.
Si tienes miedo, te llevo en mis brazos.
Si quieres caminar, iré contigo.
Si me llamas, vengo siempre.
Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte.
Si estás cansado, soy tu descanso.
Si pecas, soy tu perdón.
Si me hablas, trátame de tú.
Si me pides, soy don para ti.
Si me necesitas, te digo: estoy aquí dentro de ti.
Si te resistes, no quiero que hagas nada a la fuerza.
Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos.
Si tienes hambre, soy pan de vida para ti.
Si eres infiel, yo soy fiel contigo.
Si quieres hablar, yo te escucho siempre.
Si me miras, verás la verdad en tu corazón.
Si estás en prisión , te voy a visitar y liberar.
Si te marchas, no quiero que guardes las apariencias.
Si piensas que soy tu rival, no quiero quedar por encima de ti
Si quieres ver mi rostro, mira una flor, una fuente, un niño.
Si estás excluido, yo soy afiliado.
Si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote.
Si no tienes a nadie, me tienes a mí.
Si eres silencio, mi palabra habitará en tu corazón.

domingo, 23 de abril de 2017

Toca mi herida, Jesús

Necesito sentir que soy amado personalmente

Jesús llega y entra en la sala donde están los suyos. Les entrega su paz. Hasta tres veces se la da en este evangelio: “Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: – Paz a vosotros. Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió: -Paz a vosotros”.
Los discípulos esperan con miedo. Temen morir como el maestro. No saben si Jesús vive o sigue muerto en el sepulcro. No saben si tienen que regresar o no a Galilea. Dudan. Viven con impaciencia este tiempo de espera. Con las puertas cerradas para que nadie irrumpa en sus vidas. Tienen miedo. Se protegen.

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Decía la misionera Victoria Braquehais: “La incapacidad de dialogar y el miedo al otro nos ciegan. El miedo al otro nos vuelve muy agresivos, en contraste con la cultura del diálogo.
No quieren morir. Tienen miedo al otro. Al diferente. Temen correr la suerte del maestro. Ellos son de Jesús. Tienen su acento. Vienen de Galilea. Llevan en su alma la impronta de Jesús. Temen ser reconocidos. Y se esconden. No quieren entrar en diálogo con nadie. Han cerrado todas las puertas. Han construido muros. Han levantado diques.
Muchas veces mi corazón está turbado y con miedo. Se esconde. Evita el diálogo. Vivo a la defensiva porque temo perder tantas cosas en el camino. Me asusta el mundo y lo que pueda suceder. Me asusta el otro, el diferente. Todo en esta vida es muy incierto. Puedo controlar muy pocas cosas. Por eso mi miedo me hace vivir con las puertas cerradas.
Temo la muerte. Y veo muy lejos el cielo prometido. Me dicen que Jesús está vivo. Que camina a mi lado. Pero yo vivo con las puertas cerradas por miedo a los hombres. No me abro a la presencia de Dios porque me asustan sus planes.
Y Jesús llega hasta mí, como llegó a ellos ese día, estando las puertas cerradas. Llega a su aislamiento. Atraviesa su corazón protegido. Rompe sus miedos. Les da su paz y ellos, asombrados, se llenan de alegría. Lo reconocen. El resucitado lleva las marcas del crucificado.
La señal de Jesús para que lo reconozcan son sus heridas. Les enseña las manos y el costado. Les muestra su gran amor. Sus clavos. La lanzada en su corazón. Se llenan de gloria sus cinco heridas. Se llenan de luz sus señales. No desaparece por completo su cicatriz. Porque Jesús es para siempre el Dios herido por amor.
Me impresiona mucho esa escena. Jesús les muestra las manos y el costado. Y ellos se llenan de alegría al reconocerlo. Es Él. Su Señor. El mismo de siempre. El que caminó a su lado. El que los llamó en el lago. El que vivió con ellos compartiendo la aventura de la vida. El que les habló al corazón y sanó su dolor y su enfermedad.
El que les contó de un amor más grande para el que fueron creados. El que los abrazó con ternura en su soledad. El mismo que murió en la cruz y fue atravesado por los clavos y la lanza, mientras Él perdonaba.
Siempre me conmueve este momento de encuentro. ¡Cuánta alegría al ver su rostro y sus heridas! ¡Qué felicidad más grande! No lo esperaban. O tal vez lo soñaban. Era un deseo íntimo, inconfesable por ser demasiado imposible. No caben en su asombro. Lo reconocen y se alegran. Con una alegría que ya no los dejará nunca.
Las heridas son la señal. No hace un milagro para que lo reconozcan. Sólo les muestra sus heridas. Ya no son motivo de miedo, de dolor, de fracaso, de desaliento, de desesperación, de culpa. Son motivo de alegría, porque Él ha vencido el dolor. Ha vencido a la muerte. Vive. Para siempre vive.
Jesús entra en sus vidas y desaparece el miedo. Tenían miedo antes. Se defendían del mundo. Estaban heridos como Jesús y temían el rechazo. Y Jesús llega a ellos para darles su paz. Para que puedan salir al mundo y no le tengan miedo al otro. Les da fuerza para que sean capaces de romper sus barreras llenas de prejuicios y dialogar amando. Yo también deseo esa paz de Dios en mi vida. Esa paz que sólo viene de Jesús y me abre al mundo.
Tomás no estuvo ese día en que Jesús llegó a su casa. Nunca sabremos los motivos. Simplemente no se encontraba allí: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: – Hemos visto al Señor. Pero él les contestó: -Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo”.
Sus hermanos le cuentan lo que ha ocurrido. Le hablan de la alegría que embarga sus corazones. Jesús está vivo. Y ellos llenos de paz y del Espíritu. Y no comprenden del todo lo que está pasando en sus vidas. Antes estaba todo negro. No había esperanza. Ahora la vida se llena de luz en un amanecer inesperado.
Le hablan del amor de Jesús y de sus heridas. ¡Cómo no contar lo ocurrido con el corazón radiante y la sonrisa en los labios! Sí, Jesús, que tanto los amaba, había vuelto. Estaba muerto y ahora vivía. Y ellos lo habían visto. Era Él.
Tomás no creyó en sus palabras. Más aún, no creyó en el amor de Jesús. En su corazón se preguntaría por qué no había venido cuando él estaba en la casa. Por qué había elegido ese momento de su ausencia. Le dolería el corazón. Jesús no había venido para verlo a él. Y duda, no cree. Muestra su herida.
Quiere meter la mano en su costado. Quiere pruebas de su amor. Quiere tocarlo él mismo. Ver sus heridas. Reconocerlo. No cree en sus amigos, en sus hermanos. Siente un dolor muy hondo. Como si se abriera una herida antigua de su alma. La herida de no sentirse amado. Esa herida que todos llevamos grabada en el alma.
Esa herida que se abre al nacer en un llanto que nos da vida. Esa herida que me duele tanto. Yo no soy el amado. Yo no soy elegido por su amor. Yo no soy tan querido como otros. La herida del desamor es la que más me duele. La de no haber sido mirado, valorado, tomado en cuenta, amado profundamente y de forma personal.
La herida de Tomás sangra. Tiene rabia. ¿Por qué, justo, no estaba yo? Quizás me cuesta reconocer mis sentimientos tan impuros. Quizás Tomás no cree que Jesús lo ama. Y le duele que los demás tengan algo que Él no tiene y que desea con todas sus fuerzas.
Casi hubiera preferido que no estuviera vivo Jesús a que no lo amara personalmente a Él. No puede vivir con eso. Hay tanto de dolor ahí… Me veo reflejado. Necesito sentir que soy amado personalmente. Es su herida. Es mi herida de amor. Y a lo largo de la vida esa herida se hace más honda o va sanando. Esa herida es la que me une a Jesús herido. Esa herida se amolda a su mano perfectamente. Igual que yo entro perfectamente en su herida.
Esta madrugada oraba: “Jesús, te entrego mi dolor por mis límites, por mi impureza, porque no sé mirar bien. Perdón por mi orgullo y mi vanidad. Por buscarme a mí mismo. Porque sangran mis heridas al no sentirme amado y valorado. Porque me cuesta que me organicen la vida. Es mi orgullo y me duele que me quieran cambiar mis planes. Y alejarme de todo lo que amo. Y me cuesta querer responder a las expectativas de los demás. Y me duele ser tan pobre y frágil. Tan fácil de herir. Tan poco resistente a las críticas y juicios. Tan vulnerable en mis esclavitudes. Y siento dolor por mi fragilidad que me lacera el alma. Y quisiera ser distinto. Y no puedo. Y Tú vienes a mí y me llamas por mi nombre. Y yo te quiero”.
Esta oración expresa el clamor de mi alma. De mi corazón que se sabe pequeño y sufre. Yo quiero tocar la herida de Jesús. Quiero que venga por mí, no me importa que venga por los otros. Quiero verlo yo.
Muchas veces la voz de Tomás es la mía. Grito que quiero ser amado, reconocido, tomado en cuenta. Grito desde mi propia herida de amor. Esa herida que llevo me hace desconfiado del amor de los hombres. Y me escondo. Y me protejo.
Esta herida de amor me hace esquivo, me coloca a la defensiva, construye muros para evitar más dolor, más daños. Esa herida de amor me aísla cuando es eso lo contrario de lo que deseo. Quiero ser amado. Quiero que me sanen la herida porque yo solo no puedo sanarla. Quiero que venga alguien de fuera a meter su mano en mi herida para calmar el dolor.
Pero grito como Tomás. No creo, dudo, desconfío, ataco, me pongo en guardia. Se despiertan mi ira y mi rencor. No creo en el amor incondicional de Dios, ni en el amor de los hombres que parecen decirme que me quieren. Pero dudo. Tengo miedo de ser rechazado y que la herida de amor vuelva a abrirse.
Y entonces Jesús vuelve a los ocho días. Acaba la octava de Pascua con Tomás. Ocho días de apariciones a los suyos. Jesús se aparece a los que quiere. Llega hasta ellos y calma su sed. Y hoy, a los ocho días de su resurrección, se aparece a Tomás: “A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: -Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: – Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente. Contestó Tomás: -¡Señor Mío y Dios mío! Jesús le dijo: -¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber visto”.
Y Tomás cree. Con esas palabras que hago mías cada día al tomar en mis manos ese pan que es su cuerpo vivo. Y me conmueve acercarme a la herida de Jesús. Esa herida hecha por una lanza. Por unos clavos. Esa herida del desprecio, del olvido, del miedo. Esa herida de la indiferencia, del odio, del desamor. Esas cinco heridas de Jesús que quedan marcadas como la huella de su amor.
Porque me amó hasta el extremo. Porque me quiso en medio de su dolor. Y viene hasta mí. Como hoy viene hasta Tomás. Porque no se ha olvidado de él. Dios va a buscarme donde esté, aunque haya fallado, aunque haya caído. Este es el Dios en el que creo. El que se hizo hombre por un amor inmenso. El que murió por un amor sin medida. El que va a buscar a cada hombre allí donde esté con un amor sin condiciones y gratuito.
Por eso sé que merece la pena amar sufriendo. Porque el sufrimiento en el amor tiene un sentido muy hondo. Todo aquel que ama sufre. Es un amor crucificado y redimido. No es comprensible un amor sin sufrimiento. Por eso Jesús no vino a eliminar el sufrimiento.
En una cultura que no desea sufrir, el ideal es eliminar todo sufrimiento de mi vida. Y cuando ese es el objetivo que persigo, dejo de encontrarle sentido a lo que hago. Porque por más que lo intento, no logro abolir del todo el sufrimiento. Vuelvo a sufrir de nuevo. Lloro y temo.
Y me resuenan las palabras de Paul Claudel: “Dios no vino a suprimir el sufrimiento. No vino ni siquiera a dar una explicación. Vino a llenarlo de su presencia”.
Miro esa sala del cenáculo, en la que se encuentran escondidos, llena de la presencia de Jesús. Entiendo que el objetivo de mi camino no es no sufrir. El sufrimiento forma parte de mis pasos. Eso me alegra. No lucho como un loco contra un destino ineludible.
Simplemente, como un niño, acepto la vida en su verdad. Y toco con mis manos las heridas de Jesús, mis propias heridas. Les pongo nombre a mis llagas. Son cinco. Tienen mi historia, mi pasado, mi presente, mi futuro. Sé que Jesús me reconoce en ellas. Son distintas a otras. Son las mías. Jesús sabe cómo son, de dónde vienen. Le duelen casi más que a mí, porque no soporta ver sufrir a los suyos.
Yo me afano por ocultarlas, por esconderlas detrás de puertas cerradas. Y Él pasa por esa puerta cerrada para tocar mi herida. Al tocarla me reconoce. Me eleva por encima de mi dolor. Y me recuerda cuánto me quiere.
Eso fue lo que le dijo a Tomás ese día. Le dijo que lo amaba con locura. Que el primer día vino por diez hombres temerosos. Y hoy había vuelto sólo por él, su hijo herido. Y seguro que se calmó el dolor de las heridas de Tomás.
Yo me siento como Tomás. Creo porque he visto. Porque Jesús también ha venido a mí a tocar mis heridas. A dejar que yo toque las suyas. Y me olvido a veces. A lo mejor lo mismo le pasó más tarde a Tomás, y se olvidó de ese día. No lo sé. Yo me olvido y eso que Jesús ha venido a mi tierra solo por mí, para tocar mi herida, para que yo toque su herida. Para que descanse en su amor incondicional que me quiere más que a nada.
Su incredulidad se convirtió para Tomás en la experiencia de fe más grande de su vida. Su herida de amor se convirtió en la experiencia de amor personal más fuerte. Jesús vino sólo por él. Jesús hizo caso a su petición absurda y dejó que metiera sus manos en la herida de su costado y de sus manos.
Le suplico en mi mentira, en mi incredulidad, que venga a mí, que vuelva por mí y que toque esa herida de amor que escondo. Que me deje tocar sus heridas con respeto sagrado. Y me deje tocar también con cariño las heridas de los hombres.

Hoy nos acompaña la canción  Las Llagas de Jesús:

viernes, 21 de abril de 2017

¡Recibiste una carta de amor! No te imaginas de quién

Habla conmigo, desahoga tus angustias y ansiedades que yo siempre tengo tiempo para ti

Hijit@ mío:

Puede ser que tú no me conozcas, pero Yo sé todo acerca de tí, Yo sé cuando te sientas y cuando te levantas, todos tus caminos me son conocidos, conozco cuántos cabellos hay en tu cabeza pues fuiste hecho a mi imagen. Te conocí desde antes que fueses concebido, te escogí cuando planifiqué la creación, tú no fuiste un error, pues todos tus días están escritos en mi Libro, fuiste hecho maravillosamente, Yo te formé en el vientre de tu madre y te saqué de las entrañas de tu madre el día en que naciste. He sido mal presentado por los que no me conocen, Yo no estoy distante ni enojado, sino que soy la completa expresión del amor, manifestado en mi Hijo, Jesús… Y es mi deseo amarte, simplemente, porque fuiste creado para ser mi hijo y para que Yo sea tu Padre. 

Yo soy tu Proveedor y suplo todas tus necesidades, mi plan para tu futuro está lleno de esperanza porque te amo con amor eterno. Mis pensamientos hacia tí son incontables, como la arena del mar, Yo estoy en medio de tí y te salvaré; me gozaré sobre tí con alegría. Nunca dejaré de hacerte bien, si oyes mi palabra y la guardas, serás mi especial tesoro. Deseo plantarte con todo mi corazón y con toda mi alma, deseo mostrarte cosas grandes y maravillosas, si me buscas con todo el corazón, me encontrarás… Deléitate en mí y Yo te concederé los deseos de tu corazón, porque Yo soy el que pongo en tí el querer como el hacer, soy poderoso para hacer en tí mucho más de lo que tú te imaginas. 
Soy el Padre que te consuela en todas tus tribulaciones, Yo estoy cercano a tí cuando tu corazón está quebrantado. Te noto a veces tan distante de mí, que he sentido miedo de perderte para siempre. Ayer te vi muy triste y quise arrancar de ti esa angustia, lo grité a los cuatro vientos pero no me buscaste. Te vi ayer hablando con tus amigos, te vi comer fuera de hora, y recorrí contigo la calle de tu casa, quise mirar con tus ojos eso que guardas y que te provoca tanta nostalgia, y quise que tú me escucharas pero no lo hiciste, y así esperé todo el día. Al llegar la noche te di una hermosa puesta de sol para cerrar tu día, y una suave brisa para tu descanso. Después de un día tan agitado, esperé, pero nunca viniste. Te vi dormir anoche y quise tocar tu frente, envié rayos de luna que se reflejaron en tu casa para ver si te despertabas conmigo, pero seguías en tu sueño. 
Te hablo al oído a través de las hojas de los árboles y el olor de las flores, te grito en los riachuelos de la montaña, doy a los pajaritos canto de amor solo para ti. Te visto con el calor del sol y te perfumo el aire con el aroma de la naturaleza. Me escucharás cuando hagas silencio en tu interior, te intento guiar moviendo en ti buenos deseos, déjate llevar por ellos. No estoy en el más allá… estoy en tu corazón. Regálale una mirada de amor a todo el que te rodea y me descubrirás a cada instante.
Hoy busqué alguien que me prestó sus manos para escribirte, en adelante escribiré en tu corazón si me lo permites, solo dime Si… yo se que es duro vivir en este mundo, realmente lo se, pero si confías en mi, a partir de hoy tendrás nuevas fuerzas. Habla conmigo, desahoga tus angustias y ansiedades que yo siempre tengo tiempo para ti, cuéntamelo todo, llora si quieres, soplaré tus lágrimas para acariciar tu rostro. 
Llámame a cualquier hora del día o de la noche, que yo nunca duermo, y siempre te responderé. Si puedes caminar y mirar con amor el universo, con humildad tu rostro en el espejo, con ternura aquel que te sonríe, con misericordia aquel que te pide compasión, y con perdón aquel que te hizo llorar… mi voz serán tus pensamientos. 
Como el pastor carga a su oveja, Yo te he llevado cerca de mi corazón, un día quitaré toda lágrima de tus ojos y todo el dolor que has sufrido en la tierra. Yo te amo tanto, que envié a mi Hijo, Jesús, para que tengas vida eterna, porque en Jesús es revelado mi amor por tí, Él es la representación exacta de mi ser, Él vino a demostrarte que Yo estoy por tí, no contra tí y para decirte que no me acordaré más de tus pecados. Jesús murió para que tú te reconciliaras conmigo, su muerte fue la máxima expresión de mi amor por tí… Yo lo di todo por ganar tu amor…
Ven a casa y celebraré la fiesta más grande que el cielo haya visto jamás … Yo siempre he sido y siempre seré … Padre, mi pregunta para ti es … ¿Quieres ser mi hijo? … Estoy con los brazos abiertos esperando por tí, Solo tienes que recibir a mi Hijo, Jesús, en tu corazón.

Te abrazo y no me despido, porque sigo a tu lado… ¡TE AMO!

Atentamente: Papá Dios.

miércoles, 19 de abril de 2017

¿Qué tienes pendiente perdonar?

Al pensar en el perdón, hay personas que dicen: “Ya no me queda nada que perdonar”. Puede ser, pero no es lo más común.

Lo normal es que en el alma haya heridas profundas y desconocidas. Las tapamos para seguir sobreviviendo. Las olvidamos, o al menos eso parece.

Hasta que un día, por mis reacciones desproporcionadas en la vida, descubro que hay algo oculto.

Mi ira repentina, mis enfados bruscos, mi tristeza honda e injustificada, mis emociones exageradas, pueden deberse a ofensas ocultas, a heridas tapadas, que nunca he perdonado del todo.Algo toca el subconsciente y sale a la luz lo que me duele, lo que no he perdonado todavía. Salen a la luz mis inmadureces, mis dolores profundos. Darme cuenta de lo que hay bajo el agua me ayuda, me hace ahondar y ver dónde está la herida. Para pedirle a Dios que me ayude a perdonar.

Mi perdón no tiene que ver con la culpa del otro sino con el daño que me han hecho. El que perdone a alguien por lo que ha hecho no significa que él no sea responsable del daño causado. Y al revés, el que yo perdone por una herida no significa siempre que el otro sea culpable. Puede no ser culpable, pero lo que hizo me dolió. No es su culpa quizás, pero mi percepción es lo que importa. Mi daño subjetivo, mi mirada subjetiva sobre el hecho. El perdón no quita ni pone culpabilidad en el otro. Al otro le dejo ir, sin juicio y sin condena. Sea o no sea culpable. Es muy importante el perdón que doy porque va sanando mi vida.

Hoy miro en mi corazón buscando tantas cosas que tengo que perdonarme y perdonar a los demás. 
Es necesario no vivir atados por ese perdón que no damos. Es necesario romper esas cadenas que nos esclavizan. Dios nos ayuda a perdonar.

Perdonarme a mí mismo

En la vida hace falta dar muchos perdones concretos. El primer perdón que hace falta dar es el perdón a mí mismo. Si no me perdono a mí mismo difícilmente podré perdonar a otros. Tengo que aprender a perdonarme mis errores, mis omisiones, mis debilidades. Perdonar mis decisiones. Perdonar mi forma de ser, mis carencias, mis límites. No es tan sencillo perdonar mis deficiencias y mis caídas. Me gustaría ser de otra forma. No me acepto.

No es sencillo mirar mi vida con sus defectos y perdonarme con todo el corazón. Y sin ese perdón no se puede seguir avanzando. ¿Me perdono de verdad? 
Perdonar mis errores, mis caídas, mis debilidades. No es tan sencillo. Preferimos culpar a otros. Encontrar alguien que cargue con la culpa. Buscamos excusas. Justificamos. ¡Qué difícil es reconocer la propia debilidad, aceptarla y perdonarla! Es un proceso muy sanador. Pero difícil. Es una gracia que tengo que pedir cada día para no quedarme a mitad de camino. El perdón a mí mismo. Cuando me defraudan mis debilidades. Cuando me dejo llevar y no encuentro en mí todo lo que he soñado. Ese perdón es un don de Dios. Es necesario pedirlo para no vivir atado. Ojalá pudiera mirarme a mí mismo con los ojos con los que Dios me mira. Si no me perdono es difícil que perdone a los demás.


Perdonar con nombres, fechas y lugares por los sueños incumplidos

En ese momento, cuando veo la desproporción entre mis sueños y la realidad, necesito detenerme y perdonar a aquellos que han impedido que los sueños sean verdad. Hacerlo con la fecha y el lugar en el que el sueño concreto se vino abajo. Perdonar por lo que podía haber sido y nunca fue. Sería bonito hoy entregarle esos sueños a Dios. Sueños que quedaron a mitad de camino. Sueños frustrados y que nos duelen en las entrañas. ¿Cuáles son esos sueños?

¿Perdonar a Dios?

Necesito perdonar también a Dios porque no ha hecho posible todos esos deseos que tenía. Parece raro tener que perdonar a Dios, que todo lo puede, que me ama con locura y conduce mi vida a la felicidad. Es paradójico. Pero es necesario.

A veces no he sentido que fuera a mi lado. Ahora necesito perdonarle por no haber sido capaz de hacer realidad el ideal que estaba inscrito en el corazón. Puede que siempre haya estado conmigo. Pero no lo he percibido en cada paso. Necesito perdonarle por esas ausencias que he sentido. Y también porque las cosas no han sido tal como yo esperaba. Necesito perdonar a Dios por los hijos que no tuve.

Le perdono por mis pérdidas, por las personas que se ha llevado tal vez antes de tiempo, injustificadamente. Por los caminos a los que renuncié al no casarme con esa persona. Le perdono por mis vacíos. Por la soledad que me ha acompañado durante toda mi vida.

Necesito perdonarle por todo lo que no ha hecho realidad en mi vida. Me debe la felicidad plena que me prometió un día. Me debe ese amor eterno que me había asegurado. Quiero poder amar con libertad. Necesito perdonar a Dios.

No es que Él sea culpable de nada. Al revés, es bueno, misericordioso, sólo quiere mi felicidad y llenar mi vida. Me ama con locura y todo lo hace bien. Eso lo sé. Pero no acabo de entender sus planes. Y me duelen, y mi hieren. No acabo de comprender su camino. No logro descifrar el sentido de su voluntad.

El sufrimiento me ha dejado heridas. Quiero perdonarle desde mi dolor. Me siento herido y le quiero perdonar por lo que no me ha dado. Por lo que ha permitido. Por lo que tengo y por lo que no tengo. Lo escribo hoy. Se lo entrego. Le perdono.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿Qué busco? ¿Quién me abre el camino?

Muchas cosas están en mis manos pero necesito algo más


Me pregunto qué es lo que busco yo cuando busco a Dios. Siempre he sido un buscador. He buscado mi camino. El tesoro por el que merece la pena venderlo todo. He mirado en mi alma. He alzado la vista al cielo. Todos buscamos algo. Todos deseamos algo más allá de lo que ya vivimos. Nuestra vida a veces es rutinaria y anhelamos más.

En este Adviento camino buscando a Dios, buscando mi verdad, anhelo más. Pienso en Jesús. Yo quiero ser bueno, manso, pacífico, como lo fue Él. Miro a Juan bautista que abre los corazones de los hombres con sus palabras. Quiero cambiar.

Sé que hay muchas cosas que puedo cambiar: “Puedo decidir cómo paso el tiempo, con quién me relaciono, con quién comparto mi vida, mi dinero, mi cuerpo y mi energía. Puedo seleccionar lo que como, leo y estudio. Puedo establecer cómo voy a reaccionar ante las circunstancias desfavorables de la vida; si voy a considerarlas maldiciones u oportunidades. Puedo elegir las palabras que uso y el tono de voz que empleo para hablar con los demás. Y, por encima de todo, puedo elegir mis pensamientos”

Muchas cosas están en mis manos. Y de ellas dependen muchas cosas más. Pero sé que necesito algo más. Tengo que volverme hacia Dios para cambiar en el fondo. Para vivir más en Dios.

Sé que Jesús amó sin condiciones a los pecadores. No pidió como premisa el cambio del corazón. Jesús amó sin medida. Se mezcló con todos.

El anuncio siempre es menos que Dios mismo. La esperanza de Juan fue superada del todo por Jesús. Pero era necesaria esa voz en el desierto. Para despertar en el alma el deseo. Para animarme a buscar más. Para salir al desierto y mirar al cielo. Para ver la propia vida en su verdad. Para aprender a pedir perdón. Para mirar el corazón y darme cuenta de cuánto necesito a Dios.

Juan me abre el camino. Me ayuda a buscar a Dios. A mirar cuánto necesito cambiar el corazón para estar con Jesús. Me anima a desear que llegue pronto y toque mi vida, cambiándola para siempre.

Te estoy esperando

Una oración para rezar en Adviento

Señor, te estoy esperando…
Con una mezcla de esperanza,
impaciencia, inquietud e ilusión,
pero a la vez teñido de un cierto miedo,
a que todo siga igual,
a que nada cambie en mi vida.
Sigo necesitando encontrarte,
descubrir dónde vives,
en qué lugares te escondes, dónde buscarte
cuando creo perderte.
Pero a la vez sé que Tú me
buscas en todo momento,
que buscas las mil y un maneras
para salir a mi encuentro.
Dame tus ojos para poder verte,
dame oídos de discípulo
para poder escucharte y seguirte.
Dame corazón de niño para seguir
admirándome de tus caminos,
de tus maneras, de tus tiempos,
de tus revelaciones…
Dame un corazón sencillo
para poder albergarte…
Tú elegiste un lugar pobre, retirado,
humilde y oscuro para nacer.
Sé que en este tiempo quieres
nacer en mi corazón.
Yo quiero ser dócil para que vayas
formándome como quieras.

martes, 29 de noviembre de 2016

15 frases de San Francisco de Asís que estremecerán tu corazón

Un guía seguro hacia la unión con Dios


San Francisco de Asís no escribió ningún tratado sobre la oración. Tampoco se preocupó demasiado en enseñar a sus hermanos un método de oración. Pero esto no le impidió ser un guía seguro, al tiempo que un ejemplo viviente, en el camino de la unión con Dios. 

Lo esencial de su enseñanza, así como de su experiencia personal sobre la oración, se halla contenido en la siguiente frase de la Regla bulada:

“Aplíquense los hermanos a lo que por encima de todo deben anhelar: tener el espíritu del Señor y su santa operación” (2 R 10,8-9)

La vida de oración, según Francisco, es ante todo ese gran anhelo, esa búsqueda incesante del Espíritu del Señor y de su acción en nosotros. Somos incapaces, por nosotros mismos, de nombrar dignamente a Dios. No sabemos orar como es debido. ¿No consiste la oración, para el cristiano, en unirse a Jesús en su relación con el Padre? Orar es aprender a decir «Abba». Y eso sólo es posible gracias al Espíritu. El Espíritu del Señor es el gran iniciador en la vida de oración. Por eso debemos anhelarlo por encima de todo y dejarle actuar en nosotros. *

San Francisco se Asís, fue un humilde servidor de Dios que lo dejó todo para seguir al Señor

, se preocupó mucho por la Santidad de los demás y de todos los hermanos, realizaba muchos Sacrificios y ayunos. Sus escritos están llenos de una santa humildad y obediencia a la Iglesia. Un Laico comprometido que Amó al Señor más allá de sus propios límites.

A continuación Frases de San Francisco de Asís que van directo al corazón:

1 “Si tú, siervo de Dios, estás preocupado por algo, inmediatamente debes recurrir a la oración y permanecer ante el Señor hasta que te devuelva la alegría de su Salvación”

2 “La verdadera enseñanza que trasmitimos es lo que vivimos; y somos buenos predicadores cuando ponemos en práctica lo que decimos.”

3 “Comienza haciendo lo que es necesario, después lo que es posible y de repente estarás haciendo lo imposible.”

4 “Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevarte contigo nada de lo que has recibido, sólo lo que has dado.”

5 “El hombre debería temblar, el mundo debería vibrar, el Cielo entero debería conmoverse profundamente cuando el Hijo de Dios aparece sobre el altar en las manos del sacerdote”.

6 “Espíritus malignos y falsos, hagan en mi todo lo que quieran. Yo sé bien que no pueden hacer más de lo que les permita la mano del Señor. Por mi parte, estoy dispuesto a sufrir con mucho gusto todo lo que él les deje hacer en mí.”

7 “Es siervo fiel y prudente el que, por cada culpa que comete, se apresura a expiarlas: interiormente, por la contrición y exteriormente por la confesión y la satisfacción de obra”

8 “El demonio se alegra, sobre todo, cuando logra arrebatar la alegría del corazón del servidor de Dios. Llena de polvo las rendijas más pequeñas de la conciencia que puedan ensuciar el candor del espíritu y la pureza de la vida. Pero cuando la alegría espiritual llena los corazones, la serpiente derrama en vano su veneno mortal.”

9 “Cuando el servidor de Dios es visitado por el Señor en la oración con alguna nueva consolación, antes de terminarla debe levantar los ojos al cielo y, (juntas las manos), decir al Señor: “Señor, a mi, pecador e indigno, me has enviado del cielo esta consolación y dulzura; te las devuelvo a ti para que me las reserves, pues yo soy un ladrón de tu tesoro.” Y también: “Señor, arrebátame tu bien en este siglo y resérvamelo para el futuro.” Así debe ser, de modo que, cuando salga de la oración, se presente a los demás tan pobrecito y pecador como si no hubiera obtenida ninguna gracia nueva. Por una pequeña recompensa se pierde algo que es inestimable y se provoca fácilmente al Dador a no dar más.”

10 “Luchemos por alcanzar la serenidad de aceptar las cosas inevitables, el valor de cambias las cosas que podamos y la sabiduría para poder distinguir unas de otras.”

11 “Predica el evangelio en todo momento, y cuando sea necesario, utiliza las palabras.”

12 “Señor, hazme un instrumento de tu paz. Donde haya odio siembre yo amor; donde haya ofensa, perdón; donde hay duda, fe; donde hay desesperación, esperanza; donde haya tinieblas, luz; donde haya tristeza, alegría.”

13 “¡Terrible es la muerte!, pero ¡cuán apetecible es también la vida del otro mundo, a la que Dios nos llama!”

14 “No peleen entre sí y con los demás, sino traten de responder humildemente diciendo, “Soy un siervo inútil.”

15 “En la santa caridad que es Dios, ruego a todos los hermanos, tanto a los ministros como a los otros, que, removido todo impedimento y pospuesta toda preocupación y solicitud, como mejor puedan, sirvan, amen, honren y adoren al Señor Dios, y háganlo con limpio corazón y mente pura, que es lo que Él busca por encima de todo; y hagamos siempre en ellos habitación y morada a Aquel que es el Señor Dios omnipotente, Padre, e Hijo, y Espíritu Santo”

lunes, 28 de noviembre de 2016

Llega el tiempo de la luz

¿Estas preparad@?


Hoy me invitan a revestirme de Jesús: “La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las actividades de las tinieblas y pertrechémonos con las armas de la luz. Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Vestíos del Señor Jesucristo”.

Pasa la noche y llega el tiempo de la luz. Quiero ser como una de esas vírgenes que esperan al novio con su lámpara encendida. El fuego en su corazón. La mirada llena de luz. No quiero que se apague el fuego que Jesús ha encendido en mí.

Jesús me lo dice: “Estad en vela”. Quiero aprender a velar con mi luz encendida. La luz en mi alma. No quiero sembrar oscuridades a mi alrededor. Me gustaría abrir ventanas en las vidas de los hombres. Puertas que les abran un mundo nuevo que colme su esperanza.

Hoy se enciende simbólicamente una primera vela del Adviento. Me gusta ese fuego que comienza tímidamente. Luego crece, día a día, semana a semana. Somos hijos de la luz. Esa imagen me da tanta vida… Prefiero la luz a la oscuridad. La vida a la muerte. Estar despierto a estar dormido.

Decía el padre José Kentenich: “El Espíritu de Dios debe encender una luz en mi alma. Debemos contemplar el mundo de Dios a la luz de la fe. Si no somos al mismo tiempo maestros de la oración, entonces no podremos transmitirles a los que nos siguen esa gracia divina interna”[1].

Pienso en lo que significa revestirme de Cristo y llenarme de luz. Encender la luz del alma para poder vivir como Él. Revestido de su Espíritu.

Necesito la presencia de su Espíritu en mi vida. Lo necesito para cambiar mi forma de vivir. No todo da igual. Es importante cómo vivo, cómo actúo, las consecuencias de mis actos. En cualquier momento puede venir Jesús a buscarme y quiero que me encuentre revestido de Él.

No simplemente revestido de formas. Quiero tener el corazón hecho a su medida. Que mire la vida en su verdad. No marcado por mis creencias y mis ideologías. Que sepa distinguir el bien del mal, sobre todo cuando sea sutil la diferencia. Que sepa poner en orden mis prioridades y no considerar importantes las cosas que no lo son. Una nueva forma de mirar, de vivir, de amar. Revestido de Cristo.

Me conmueve pensar que Jesús puede hacerlo en la fuerza de su Espíritu. Puede eliminar mis cadenas. Puede dar luz a mi corazón. Para que no viva en las tinieblas, para que no me derrumbe en medio de la oscuridad. Necesito su luz, su paz. Quiero aprender a hacer su voluntad y encontrar su paz.

Decía santa Teresa de Calcuta: “La alegría que busco es sólo agradarle a Él. Soy suya y solamente suya. El resto no me afecta. Puedo pasar sin tener todo lo demás si le tengo a Él”[2]. Esa libertad interior me da luz. La necesito. Esa luz ilumina mis pasos. Pacifica mis ansias y mis egoísmos.

Quiero que la luz de Jesús acabe con las penumbras y con las tristezas. La luz de esa primera vela que me revela el camino. Mis prioridades. Lo importante en mi vida. No todo da igual. Mi sí no es indiferente para Dios. Mi sí profundo y libre, firme y arraigado.

Quiero un corazón lleno de luz que ilumine la vida de Jesús sufriente. Ese Jesús que vive sin luz en tantos hombres. Turbados por sus pecados. Angustiados por sus miedos. Porque han puesto su seguridad en un mundo cambiante. Y se han olvidado de lo importante.

Quiero la luz de Jesús que ilumine mis pasos, mis decisiones, mi amor más hondo y verdadero.



[1] J. Kentenich, Niños ante Dios

[2] Santa Teresa de Calcuta, Ven sé mi luz

martes, 22 de noviembre de 2016

¿Reconoces a Dios en los que te rodean?

Quiero otra mirada para descubrir su cuerpo herido


No quiero que nadie esté solo. Como ese cuerpo de Jesús abandonado en algún lugar. No sé dónde lo han puesto. Pero sí sé dónde grita Jesús lleno de abandono. En tantos que me gritan a mí cuando no escucho.

Y recuerdo las palabras del papa Francisco: “Los tesoros de la Iglesia no son sus catedrales, sino los pobres. Con su presencia nos ayudan a sintonizarnos en la longitud de onda de Dios, a mirar lo que Él mira: Él no se queda en las apariencias. ¿Qué tiene valor en la vida, cuáles son las riquezas que no pasan? Está claro que son dos: el Señor y el prójimo. ¡Estas dos riquezas no pasan! Estos son los bienes más grandes que hay que amar”.

Jesús y el prójimo. Jesús oculto en el prójimo. Me emociona pensar en tantas custodias dónde Él está. Ahí no lo adoro. A veces lo desprecio. Porque su apariencia no es dorada y no me interesa. En ese pobre al que no conozco. En aquel al que conozco y es pobre de amor y necesita que yo esté. Y me olvido.

¡Tantas veces olvido a Jesús en los que me necesitan! No adoro. Y a lo mejor vengo a adorarlo en una custodia de oro. Pero no pierdo el tiempo con el que no es admirable. Con el que está herido. Con el que ha sido rechazado y olvidado.

Me gustaría ser capaz de arrodillarme al reconocerle en tantos que me rodean hoy. Buscando algo de amor. Mendigando cariño. Tal vez no suplican. No piden. Sólo esperan. Y yo paso de largo con prisa buscando una custodia dorada. Y no me detengo a pensar dónde está Jesús presente en medio de tantos ruidos.

Y me pregunto si a lo mejor sólo pretendo que me admiren a mí. Que hablen bien de mí. Que me busquen a mí. Y mi custodia está llena de orgullo, de vanidad, de prepotencia. Como si yo no necesitara nada. Tan seguro de mí mismo.

Quiero adorar a Jesús. Para llenarme de su presencia. Para colmar mi vacío. Quiero adorarlo en su custodia en el santuario. Adorarlo en su custodia en los que están junto a mí. Adorarlo en los más pobres donde tantas veces me cuesta verle.

Quiero otra mirada para descubrir su cuerpo herido, perdido, escondido. Bajo la apariencia vulgar de mi carne enferma. Sí. Ahí donde no me resulta fácil descubrir la fragancia del incienso, las luces cálidas que desvelan los misterios. Allí donde los cantos no me hablan de su amor, ni me evocan un lugar sagrado en el que poder postrarme en mi indigencia.

Sí. Allí está Jesús oculto. Quiero desvelarlo. Quiero descubrirlo. Quiero yo mismo cargarlo en mi pecho herido.

sábado, 29 de octubre de 2016

Confesión: ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Por qué contárselo a un cura?

Así actúa la gracia, la alegría y el perdón en la vida del que se confiesa

Se ha celebrado en Madrid el I Congreso sobre la Misericordia. Una de las ponencias ha sido sobre la confesión, sacramento de misericordia que fue impartida por Manuel González López Corps, doctor en Sagrada Liturgia y profesor de la Universidad de San Dámaso en Madrid.

En el programa radiofónico El Espejo han aprovechado la ocasión para preguntarle algunas cosas básicas del sacramento de la penitencia. ¿Qué es? ¿Por qué confesarse? ¿Cómo debe ser un buen confesor? ¿Cómo se hace una buena confesión? ¿Por qué hay que contarle los pecados a un cura?

Para Manuel González López Corps, la clave está en las últimas frases de la confesión. El sacerdote dice: “Dar gracias al Señor porque es bueno” y el penitente contesta: “Porque es eterna su misericordia”.

¿Qué es la confesión y porqué hay que confesarse?

Hay que confesarse porque hay que manifestar las maravillas de Dios. La confesión, antes de ser de nuestros pecados, es una confesión de lo que Dios hace en nosotros a pesar del pecado.

La confesión es siempre una confesión de fe, una confesión de alabanza, de gratuidad, por eso es que el sacramento de la misericordia, el sacramento de la reconciliación o de la confesión acaba siempre con esta frase: “Dar gracias al Señor porque es bueno” y el penitente dice: “Porque es eterna su misericordia”.

Por eso tenemos que confesarnos, porque necesitamos expresar ante Dios, ante la Iglesia y ante el mundo que somos pecadores pero que el Espíritu Santo nos santifica.

¿Y porqué no puedo confesarme directamente con Dios? ¿Si Dios es el que perdona, por qué tengo que contarle mis pecados a un cura? ¿Qué pasa si no se los cuento?

Es muy sencillo. En primer lugar: Todos los días hay que hacer examen de conciencia. Todos los días hay que pedir perdón. El pedir perdón o las obras de penitencia son actos personales, pero la confesión es un sacramento. El perdón de Dios se llama Jesucristo y Jesucristo históricamente se continúa en un cuerpo que es la Iglesia.

Por eso cuando un cristiano peca, no solamente está pecando en un aspecto personal o individual sino que también está dañando la santidad de la Iglesia, está haciendo que el mundo sea peor de lo que es. La confesión es la manifestación pública, concreta y tiene también que autoescucharse que ha hecho mal para no volver a hacerlo.

Hay una dimensión dialogal en la Iglesia que es la que concede el perdón y la gracia, para que esa Iglesia le reinserte en la comunidad de la que se ha marchado por el pecado.

Todos los días hay que hacer examen de conciencia, todos los días hay que hacer obras de penitencia y misericordia, pero también hay que celebrar sacramentalmente el perdón porque es lo que Cristo nos ha enseñado. Es la seguridad y la certeza de que el perdón se ha conseguido como gracia.

En este año jubilar de la Misericordia hay muchísimas fotos bonitas del papa Francisco. Hay una que a mí me llama especialmente la atención. El Papa confesando a un joven en San Pedro. La alegría captada por la cámara, la sonrisa del Papa. Normalmente pensamos en el confesor como alguien muy serio, casi que nos está regañando…

Hay un gesto precioso, que a veces no se hace con especial sensibilidad o expresividad que es el imponer las manos. No hay mayor alegría que imponer las manos. Al imponer las manos sobre el penitente, o al menos la derecha, se está comunicando la sombra del espíritu. El espíritu siempre tiene un don que es la alegría.

El hecho de imponer las manos siempre, lo vemos en la Eucaristía al ponernos de rodillas, es porque el cura esta comunicando la sombra el espíritu. Esa sombra que nos reconcilia, que nos comunica su fuerza. Por eso el confesor no existe sino para comunicar la gracia, la alegría, el perdón. El confesor es un juez, es un médico, pero sobre todo es un cura.

Ya que estás hablando del confesor. ¿Algunos consejos para ser un buen confesor?

Primero: Estar presente. Lo primero es estar disponible. Segundo: ser un hombre de escucha. La mayoría de los curas lo son. Hombres que sean maestros de espíritu. En definitiva lo nuestro es enseñar sobre Dios.

Por último: Comunicación de gracia. El sacramento es un acontecimiento. Ya de por sí difícil y duro confesar los pecados: uno peca contra el quinto, contra el sexto… Ahí no están para regañarles sino para decirles: Dios te perdona pero tú no peques más. Es la palabra de Cristo. El cura, el presbítero es un icono del Espíritu Santo.

Ahora le toca el turno a los que van a confesarse, a los penitentes. ¿Qué consejos les darías para hacer una buena confesión?

Primero leer la Palabra de Dios. La Palabra de Dios es fundamental. Sin la Palabra de Dios no vamos a descubrir nunca que somos pecadores. En segundo lugar: Tener propósito de la enmienda. Es decir, querer cambiar. En la vida hay que plantearse: quiero cambiar, quiero dar un volantazo a mi vida. Después celebrar ese perdón y realizar obras de misericordia. Una vida nueva.

Lo que se llama la confesión de la vida, que la vida sea elocuente, que la gente note que me he encontrado con Cristo en el sacramento de la reconciliación. Sacramento significa signo sagrado. Que seamos signos ante el mundo de que queremos ser diferentes.

martes, 4 de octubre de 2016

5 citas bíblicas que te muestran el gran poder de la oración

¿Qué esperas para recurrir al inmenso poder de la oración?



La oración es una fuerza tan poderosa. Nosotros la subestimamos tanto porque a veces no vemos los resultados tangibles. La oración puede mover montañas si tan sólo lo CREEMOS de verdad, Dios así lo afirmó. Si tan sólo nos diéramos cuenta de lo poderosa que puede ser la oración, nunca perderíamos la fe o la esperanza.

De vez en cuando hablo y pido a los ángeles a que me ayuden a elevar mi oración a Dios, es por ello que procuro estar en el mayor estado de gracia posible. Les pido a los ángeles que intercedan y le presenten mi petición humilde a las manos de Creador.

Ninguno de nosotros está solo en la oración. Cuando rezas tu ángel de la guarda está allí contigo, él une su oración a la tuya y se la presenta al Señor, convirtiéndola en una poderosa arma de lucha espiritual que te hará crecer en santidad.

Lo increíble que nuestras oraciones hechas con gran fe puede hacer grandes cosas, incluso marcar la diferencia en otra persona. A continuación te presentamos las siguientes cítas bíblicas que te harán recordar hoy el GRAN PODER que tiene la oración:

1.- Siempre pedir, buscar y llamar

“Pidan y se les dará; busquen y encontrarán; llamen y se les abrirá. Porque todo el que pide, recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abrirá” (Mateo 7,7-8)

Pedir, pedir, pedir. Muchas veces, el Señor nos llamó a la insistencia en la oración. ¿Por qué desistimos a veces? Recuerda que tus tiempos no son los de Dios, Él sabe cuando y de qué manera contestar… Sigue pidiendo, buscando y llamando.

2- Mover montañas con la fe

“Jesús les respondió: “Les aseguro que si tienen fe y no dudan, no sólo harán lo que yo acabo de hacer con la higuera, sino que podrán decir a esta montaña: “Retírate de ahí y arrójate al mar”, y así lo hará. Todo lo que pidan en la oración con fe, lo alcanzarán” (Mateo 21,21-22)

¡Esto me parece increíble! pero es Palabra de Dios. Cuántas cosas podríamos hacer con este poder si tan sólo tuviésemos esa fe de las que nos habla el Señor. Aprendamos a decir como el padre de aquel joven endemoniado: “Señor, creo, pero aumenta mi fe”

3.- Oración: Poder liberador contra el demonio

“Jesús les respondió: “Esta clase de demonios se expulsa sólo con la oración” (Marcos 9,29)

La oración se nos presenta como una comunicación directa con Dios, pero también como una gran armadura espiritual contra el demonio. Que poder tan tremendo nos ha regalado Dios en la oración que podemos ser hasta capaces de expulsar demonios en su Nombre.

4.- No hay que vacilar

“Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, que la pida a Dios, y la recibirá, porque él la da a todos generosamente, sin exigir nada en cambio. Pero que pida con fe, sin vacilar, porque el que vacila se parece a las olas del mar levantadas y agitadas por el viento. El que es así no espere recibir nada del Señor” (Santiago 1,5-7)

No vacilemos en ningún momento. No perdamos la esperanza. El Señor es bondadoso y fiel, Él da con una generosidad infinita, Él es fuente inagotable de compasión y está siempre dispuesto a darnos lo mejor, lo que nos conviene para nuestra salvación, pero, TENGAMOS FE y nuestra oración será poderosa

5.- Una forma de alcanzar la paz

“No se angustien por nada, y en cualquier circunstancia, recurran a la oración y a la súplica, acompañadas de acción de gracias, para presentar sus peticiones a Dios. Entonces la paz de Dios, que supera todo lo que podemos pensar, tomará bajo su cuidado los corazones y los pensamientos de ustedes en Cristo Jesús”. (Filipenses 4,6-7)

Esta cita bíblica es una de mis favoritas, ¿por qué? ¿Quién no necesita paz en su corazón? Estamos en un mundo donde a cada vuelta de la esquina nos espera un problema que nos aflige y nos roba la paz. San Pablo nos da la fórmula secreta para alcanzar la paz en el corazón: Oración y Acción de gracias, es decir: oración y Eucaristía, puesto que la Eucaristía en es sí misma, una acción de gracias.
Nunca subestimes el poder de la oración. Cuando oramos con fe, si es la voluntad de Dios, esa oración es indetenible. Y ¿cómo sabemos cuál es la voluntad de Dios? Que te responda el Señor:

“Si ustedes permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (Juan 15,7)

Esta es una promesa del Señor. Si estamos caminando en comunión con Dios y su Iglesia, entonces vamos a empezar a orar conforme a la voluntad de Dios. ¿Cómo permanecemos en Dios? A través de los Sacramentos de la Iglesia, viviendo según sus mandamientos, así Su Palabra vivirá en nuestros corazones.

Y entonces, comenzaremos a ver que nuestras oraciones son contestadas.