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miércoles, 3 de enero de 2018

Año nuevo, tiempo de reflexión

El año nuevo inició ayer su andadura. Además de celebrarlo, es tiempo de reflexión y de resoluciones.Tiempo para agradecer a Dios por todo lo que ha hecho por mi en el año que se ha cerrado, por todas las enormes bendiciones y las grandes enseñanzas que me ofreció durante este tiempo. Comienzo este día alabando al Señor con este breve y hermoso salmo cargado de verdad que te invita a la gratitud y a la acción de gracias y a mantener frente a Dios y frente a la vida una actitud nueva:
Aclame al Señor toda la tierra,
sirvan al Señor con alegría,
lleguen hasta él con cantos jubilosos.
Reconozcan que el Señor es Dios:
él nos hizo y a él pertenecemos;
somos su pueblo y ovejas de su rebaño.
Entren por sus puertas dando gracias,
entren en sus atrios con himnos de alabanza,
alaben al Señor y bendigan su Nombre.
¡Qué bueno es el Señor!
Su misericordia permanece para siempre,
y su fidelidad por todas las generaciones.
¡Con cuanta frecuencia me olvido de ser agradecido con el Padre, con aquel que cuidó, sanó y limpió mis heridas! ¡Con aquel que me ofreció la oportunidad para ser más humano, más libre, más generoso, más auténtico! ¡Con aquel que me dio la oportunidad de vivir una vida nueva!
¡Con cuanta frecuencia me acostumbro a que luzca el sol por la mañana, a que amanezca cada jornada, a tener el plato caliente en la mesa, a recibir una sonrisa del que me ama, a recibir un abrazo que reconforta, a ver como cada uno de mis hijos crecen con alegría, a observar los frutos de mi esfuerzo en el trabajo!
¡Con cuanta frecuencia olvido el dar gracias a Dios por sus regalos de misericordia y de amor, por su bendiciones infinitas fruto de su fidelidad sin límites de las que, tantas veces, me creo merecedor sin haber dado nada a cambio!
¡Con cuanta frecuencia olvido reconocer a aquel que me ha hecho un favor a cambio de nada, que me ha dado una palabra de aliento cuando más lo esperaba, que me ofrecido una respuesta cuando era necesaria, cuando ha dado muestras de su gratitud como el pesar me embargaba!
¡Con cuanta frecuencia me resulta difícil comprender lo que Dios quiere para mi vida, lo que quiere de mi, cuáles son sus planes y solo soy capaz de observar el vallado que cubre mi corazón tantas veces cerrado para entender las maravillas que Dios obra en mi vida!
¡Con cuanta frecuencia me cuesta agradecer a Dios incluso las situaciones que no me son favorables que me permiten crecer humana y espiritualmente porque en sus manos adquieren un sentido sobrenatural que me lleva a transformar mis actitudes y mi vida!
¡Cuántas veces se me rompe el frasco de alabastro que llevo en las manos como un valor preciado y el perfume se derrama a los pies de Cristo y no soy capaz de ver que en realidad es una ofrenda de acción de gracias por su infinito amor a mi pequeña persona!
Le pido al año que comienza que Dios me bendiga, que haga brillar su rostro en mi y en los que quiero y, también, en la humanidad entera; que proyecte sobre cada uno la luminosidad de su santo Nombre, manifestación de su paternidad. Que sea este un año en el que no pase un día sin ser agradecido con Dios, que nada me quite la paz, ni siquiera las dificultades y los sufrimientos de la vida y que estos, las pruebas y la oscuridad que pueda venir acreciente mi esperanza, una esperanza que viene de ese amor que Dios derrama en el corazón por medio del Espíritu Santo que nos ha sido dado.
Y que este año camino de nuevo de la mano de la Virgen María, Reina de la Paz, para construir un entorno más justo y fraterno, más digno del hombre y del amor.
No es mucho lo que pido pero lo es todo porque quien a Dios tiene, todo lo abarca.
Feliz Año
¿Qué te pido yo, Señor, para este año que comienza? ¡Sentimientos nuevos, Señor, para que en las doce ventanas de este 2018 tenga una fe fuerte para nunca dudar de ti; oración para no alejarme de Ti; fortaleza para no dejarme vencer por los problemas y dificultades; trabajo para que no le falte a mi familia el sustento cotidiano; ilusión para afrontar todas las cosas con alegría; coherencia para no desafinar en lo que pienso, en lo que digo, en lo que hago, en lo que creo y en lo que defiendo; humildad para reconocer mis limitaciones, mis miserias y mis pecados y aceptar la crítica ajena y mejorar como persona; caridad para no dejarme dominar por la soberbia y el egoísmo; amor para querer más a los míos y ofrecerme sin nada a cambio para quien más lo necesite; optimismo, para no desalentarme en las luchas cotidianas; verdad para tener fortaleza ante las mentiras interesadas; y salud para estar fuerte para proclamar tu Reino! ¡Te pido, Señor, que cierres también los contrafuertes de las ventanas para que penetren en mi corazón todas aquellas cosas que me dañan, me hacen caer en los errores mediocres de siempre, me alejan de la verdad, me distancian de tu Gracia y me impiden actuar con nitidez, con verdad, con perfección, con sencillez y con magnanimidad!
¿Qué te pido yo, María, para este año que comienza? ¡Imitarte en tu seguimiento y en tu corazón abierto para hacer siempre la voluntad del Padre! ¡María, Señora de los humildes, de los desamparados, de los necesitados de amor, cambia mi mirada, convierte mis puntos de vista, encarna en mi la presencia de tu Hijo, embebe mi corazón, para que en este año que nace, el Año de la Misericordia, mi corazón sea un corazón amoroso y misericordioso que sepa amar y perdonar! ¡María, Virgen fiel a la Palabra, enséñame este año a escuchar más a Dios, a dejarme sorprender más por Él, para ir descubriendo la voluntad en mi! ¡María, Señora de la fidelidad y el compromiso, que te entregaste sin condiciones, enséñame a ser fiel en el camino, a no desfallecer nunca, a seguir sin dejar caer los brazos! ¡María, Señora de los Dolores, que nos enseñas que la fidelidad tiene momentos de dolor e incomprensión, ayúdame y permíteme superar hasta lo más difícil! ¡Ayúdame a ser siempre fiel, fiel al amor compartido a mi pareja, entregado a mis hijos, compañero a mis amigos y conocidos, misericordioso con los necesitados y ofrecido al Padre y a tu Hijo, Señor de la Vida! ¡María, Madre de los que buscan, que sepa seguir tu ejemplo para ser fiel a Jesucristo, Tu Hijo! ¡Tu que vives el servicio con Amor, dame el valor para vivir la fidelidad a Tu Hijo en la acción solidaria a los que más lo necesitan, a los que sufren, a los que necesitan paz en el corazón! ¡Y en este Año Santo de la Misericordia, ayúdame a vivir practicando la fe en obras de justicia, de caridad y de amor para crecer en fidelidad y entrega al Reino de Dios que ha nacido en medio de nosotros! ¡Transforma mi corazón, María, para como tu dar mi «Sí» decidido al Padre!
Merry Christmas and Happy New year con la música de Enya:




viernes, 5 de mayo de 2017

Cristo en lo cotidiano de mi vida

orar con el corazon abierto
La vida ordinaria, esa que vivimos cotidianamente, la que nos acompaña en el descanso y en el trabajo, en la familia y con los amigos, en el tiempo de oración, en las pequeñas tareas del día a día, es una aventura maravillosa. Una vida donde reina la discreción, la prudencia y la tranquilidad, esa que se vive pasando sin hacer demasiado ruido y sin llamar la atención de los que nos rodean. Los detalles monótonos del día a día, incluso aquellos con momentos difíciles, deben estar impregnados de santidad y de grandeza.

La vida ordinaria es también tiempo de renuncias, de abandono de lo mundano, de relativizar las cosas y darle a cada cosa y momento su verdadero valor y significado. Es en la grandeza de las pequeñas cosas, en lo ordinario de la vida, donde Dios se hace presente. Aunque no lo percibamos allí está. Depende de nosotros sentir su Presencia. Día a día. Minuto a minuto.
Pero en todo ese palpitar hay algo impresionante que a nadie se le escapa, escondido en el corazón de todo hombre. El Amor con mayúsculas con la que se hacen las cosas. Y eso hace que la vida ordinaria nada tenga de ordinaria. Porque entre las mil pequeñas discusiones diarias, el trabajo en la casa o en la oficina, los problemas que agobian, el estrés, las dificultades económicas, el malestar por una situación… surge una cascada de amor que hace maravilloso el día a día.
Y entonces uno entiende que la vida ordinaria es extraordinaria, sí, que incluso agota porque hasta los pequeños detalles y los más nimios deberes se conviertan en un esfuerzo. Pero entonces piensas en la vida de esa familia de carpinteros de Nazaret, hace más de dos mil años, con una imponente proyección contemplativa. Y entiendes que entre tanto lío allí está Jesús en el centro. Y descubres que para que Dios se haga presente en nuestra vida es necesario transformar la superficialidad de nuestra mirada hacia una más profunda que nos permita observar la historia —nuestra historia— con los mismos ojos con los que Cristo lo mira todo y descubrir entonces su Presencia escondida. Y pides al Espíritu Santo que se haga presente porque con tus solas fuerzas y esfuerzos no puedes. Y descubres que la presencia escondida de Cristo en la cotidianidad de nuestra vida es la gran obra de Dios en cada uno de nosotros. Y Cristo te permite mirar tu entorno con una mirada nueva, con un corazón expansivo. Así es más fácil encontrar a Dios en la vida ordinaria. Vivir desde la fe lo pequeño como un regalo, que en absoluto no es ajeno. Y, así, sin pretenderlo, recuperas poco a poco la alegría escondida en las pequeñas cosas que a uno le van surgiendo. Todo encuentro con Dios une lo espiritual con lo cotidiano. ¡Qué maravilla!

¡Señor, quisiera mirar mi vida sencilla con ojos nuevos, con un corazón abierto a tu llamada! ¡Quisiera vivirlo todo como un regalo que me haces no como un motivo para la queja! ¡Señor, quisiera aprender de Ti que la santidad que Tu viviste durante aquellos años en Nazaret sea una santidad basada en las actividades más sencillas, impregnadas de trabajo y de vida familiar! ¡Padre, Tu estás presente en todas mis tareas diarias, ayúdame a llenarlas de Tu amor y de tu santidad para irradiar a todos los que me rodean! ¡Espíritu Santo, no permitas que los acontecimientos controlen mi vida sino que sea yo con mi actitud positiva impregnada de Dios el que sea dueño de mi vida! ¡María, quiero que seas espejo de mi alma para que cada una de mis acciones, mis pensamientos y mis deseos estén revestidos de amor, caridad y servicio! ¡Señor, que mi servicio y entrega a los demás no sea para ensalzarme y mostrar mis capacidades sino que tengan la humildad y sencillez como ideal, desposeyéndome a mi mismo para despojarme de mi amor propio y de mi interés!
Gloria, de Johannes Eckart:

martes, 25 de abril de 2017

Así te Hablaría Dios

Haz suyas tus palabras para rezarle desde tu corazón

Si nadie te ama, mi alegría es amarte.
Si lloras, estoy deseando consolarte.
Si eres débil, te daré mi fuerza y mi alegría.
Si nadie te necesita, yo te busco.
Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.
Si estás vacío, mi ternura te colmará.
Si tienes miedo, te llevo en mis brazos.
Si quieres caminar, iré contigo.
Si me llamas, vengo siempre.
Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte.
Si estás cansado, soy tu descanso.
Si pecas, soy tu perdón.
Si me hablas, trátame de tú.
Si me pides, soy don para ti.
Si me necesitas, te digo: estoy aquí dentro de ti.
Si te resistes, no quiero que hagas nada a la fuerza.
Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos.
Si tienes hambre, soy pan de vida para ti.
Si eres infiel, yo soy fiel contigo.
Si quieres hablar, yo te escucho siempre.
Si me miras, verás la verdad en tu corazón.
Si estás en prisión , te voy a visitar y liberar.
Si te marchas, no quiero que guardes las apariencias.
Si piensas que soy tu rival, no quiero quedar por encima de ti
Si quieres ver mi rostro, mira una flor, una fuente, un niño.
Si estás excluido, yo soy afiliado.
Si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote.
Si no tienes a nadie, me tienes a mí.
Si eres silencio, mi palabra habitará en tu corazón.

viernes, 21 de abril de 2017

¡Recibiste una carta de amor! No te imaginas de quién

Habla conmigo, desahoga tus angustias y ansiedades que yo siempre tengo tiempo para ti

Hijit@ mío:

Puede ser que tú no me conozcas, pero Yo sé todo acerca de tí, Yo sé cuando te sientas y cuando te levantas, todos tus caminos me son conocidos, conozco cuántos cabellos hay en tu cabeza pues fuiste hecho a mi imagen. Te conocí desde antes que fueses concebido, te escogí cuando planifiqué la creación, tú no fuiste un error, pues todos tus días están escritos en mi Libro, fuiste hecho maravillosamente, Yo te formé en el vientre de tu madre y te saqué de las entrañas de tu madre el día en que naciste. He sido mal presentado por los que no me conocen, Yo no estoy distante ni enojado, sino que soy la completa expresión del amor, manifestado en mi Hijo, Jesús… Y es mi deseo amarte, simplemente, porque fuiste creado para ser mi hijo y para que Yo sea tu Padre. 

Yo soy tu Proveedor y suplo todas tus necesidades, mi plan para tu futuro está lleno de esperanza porque te amo con amor eterno. Mis pensamientos hacia tí son incontables, como la arena del mar, Yo estoy en medio de tí y te salvaré; me gozaré sobre tí con alegría. Nunca dejaré de hacerte bien, si oyes mi palabra y la guardas, serás mi especial tesoro. Deseo plantarte con todo mi corazón y con toda mi alma, deseo mostrarte cosas grandes y maravillosas, si me buscas con todo el corazón, me encontrarás… Deléitate en mí y Yo te concederé los deseos de tu corazón, porque Yo soy el que pongo en tí el querer como el hacer, soy poderoso para hacer en tí mucho más de lo que tú te imaginas. 
Soy el Padre que te consuela en todas tus tribulaciones, Yo estoy cercano a tí cuando tu corazón está quebrantado. Te noto a veces tan distante de mí, que he sentido miedo de perderte para siempre. Ayer te vi muy triste y quise arrancar de ti esa angustia, lo grité a los cuatro vientos pero no me buscaste. Te vi ayer hablando con tus amigos, te vi comer fuera de hora, y recorrí contigo la calle de tu casa, quise mirar con tus ojos eso que guardas y que te provoca tanta nostalgia, y quise que tú me escucharas pero no lo hiciste, y así esperé todo el día. Al llegar la noche te di una hermosa puesta de sol para cerrar tu día, y una suave brisa para tu descanso. Después de un día tan agitado, esperé, pero nunca viniste. Te vi dormir anoche y quise tocar tu frente, envié rayos de luna que se reflejaron en tu casa para ver si te despertabas conmigo, pero seguías en tu sueño. 
Te hablo al oído a través de las hojas de los árboles y el olor de las flores, te grito en los riachuelos de la montaña, doy a los pajaritos canto de amor solo para ti. Te visto con el calor del sol y te perfumo el aire con el aroma de la naturaleza. Me escucharás cuando hagas silencio en tu interior, te intento guiar moviendo en ti buenos deseos, déjate llevar por ellos. No estoy en el más allá… estoy en tu corazón. Regálale una mirada de amor a todo el que te rodea y me descubrirás a cada instante.
Hoy busqué alguien que me prestó sus manos para escribirte, en adelante escribiré en tu corazón si me lo permites, solo dime Si… yo se que es duro vivir en este mundo, realmente lo se, pero si confías en mi, a partir de hoy tendrás nuevas fuerzas. Habla conmigo, desahoga tus angustias y ansiedades que yo siempre tengo tiempo para ti, cuéntamelo todo, llora si quieres, soplaré tus lágrimas para acariciar tu rostro. 
Llámame a cualquier hora del día o de la noche, que yo nunca duermo, y siempre te responderé. Si puedes caminar y mirar con amor el universo, con humildad tu rostro en el espejo, con ternura aquel que te sonríe, con misericordia aquel que te pide compasión, y con perdón aquel que te hizo llorar… mi voz serán tus pensamientos. 
Como el pastor carga a su oveja, Yo te he llevado cerca de mi corazón, un día quitaré toda lágrima de tus ojos y todo el dolor que has sufrido en la tierra. Yo te amo tanto, que envié a mi Hijo, Jesús, para que tengas vida eterna, porque en Jesús es revelado mi amor por tí, Él es la representación exacta de mi ser, Él vino a demostrarte que Yo estoy por tí, no contra tí y para decirte que no me acordaré más de tus pecados. Jesús murió para que tú te reconciliaras conmigo, su muerte fue la máxima expresión de mi amor por tí… Yo lo di todo por ganar tu amor…
Ven a casa y celebraré la fiesta más grande que el cielo haya visto jamás … Yo siempre he sido y siempre seré … Padre, mi pregunta para ti es … ¿Quieres ser mi hijo? … Estoy con los brazos abiertos esperando por tí, Solo tienes que recibir a mi Hijo, Jesús, en tu corazón.

Te abrazo y no me despido, porque sigo a tu lado… ¡TE AMO!

Atentamente: Papá Dios.

jueves, 20 de abril de 2017

Experiencia a la luz de la Resurrección

Me escribe, por sorpresa, un amigo suizo del que no sabía nada hace cinco años. Trabajamos en el pasado en un proyecto de restauración a nivel internacional y juntos, con nuestros diferentes carismas, compartíamos en los viajes algún momento de oración. Es una persona muy querida con un gran sentido del humor. Alguien con un corazón muy grande y generoso. Su característica es su gran capacidad de escucha. Es un hombre entrado en edad limitado ahora por la enfermedad. Viudo desde hace unos meses su mente, antes tan lúcida, sufre ahora ciertas limitaciones. Perteneciente a la Iglesia Protestante, es un gran conocedor de la Biblia y de los Evangelios.
Me habla de crisis de fe y de lo que la muerte de su esposa, su compañera más fiel durante décadas, ha significado en su vida.
En los últimos cinco años los dos hemos cambiado en muchas cosas. Cambios personales profundos con caminos espirituales muy diferentes. Yo me he ido acercando más a Dios. Desengañado del mundo, a Él le han surgido dudas de fe que mucho le hacen sufrir. Hablamos, aprovechando la tecnología,  precisamente de nuestros caminos, de cómo Dios nos sedujo en algún momento de nuestra vida y de aquellas experiencias de fe desde dos visiones diferentes —la católica y la protestante—.
Este encuentro me ha permitido reabrir un capítulo de vida del pasado y revivir con alegría ese momento de mi vida en que el Señor llamó a mi puerta insistentemente para que le dejara entrar. Y el momento en que yo le abrí. Me ha permitido contemplar esos momentos hermosos desde mi propia realidad y la de la Iglesia; como he sentido que Dios me acompañaba desde los esfuerzos y dificultades de cada día, los míos y los de los más cercanos.
Hace unos días Cristo ha resucitado. Yo también —como todos— he pasado mi propio via crucis.  Pero en cada esfuerzo y en cada superación de los problemas he tenido un encuentro con el resucitado.
La Pascua de Resurrección me lleva a regresar a mi propia Galilea, el lugar donde descubrí al Cristo del amor que siempre me acompaña. A la luz de la resurrección, es más sencillo comprender y acoger a Jesús; asimilar en el corazón sus enseñanzas; vencer los miedos; superar los egoísmos y las autosuficiencias...
No quiero olvidar que la Resurrección del Señor pasa por la experiencia de la Palabra vivida: que se trata de celebrar cada día y cada domingo, su muerte y resurrección. Que la luz del Cristo resucitado brilla cada día para todos. Siento hoy que es más necesario que nunca hacer mía la Palabra de Cristo porque cualquier enseñanza que surge de la Escritura nos habla directamente al corazón porque, en definitiva, habla de nosotros mismos. Ser partícipe de la resurrección de Cristo es experimentar que el amor que por mí siente no tiene límites, que es más fuerte que todo lo negativo que hay en mí y que pese a todas mis limitaciones, fracasos, caídas, pecados, soberbia, egoísmo, negatividad, méritos… implica saberse amado para para la eternidad con un amor que supera la muerte. Es lo que trato de transmitir a mi amigo suizo. Porque lo siento y porque me duele ver dudas cuando se derrama sobre cada hombre tanto Amor desinteresado.

¡Señor, No permitas que dude de tu amor y misericordia! ¡No permitas que este mundo y sus cosas mundanas me confundan! ¡Concédeme la gracia de mantenerme con un corazón sencillo y renovado que sea capaz de contemplar siempre tu Rostro y no desviarme de la senda que tu me marcas! ¡Llena, Señor, mi vida de humildad y sencillez! ¡Señor, quiero sentir la sed de Ti, la sed de no sentirse complacido y satisfecho sino de buscar la fuente que mana agua de Vida Eterna! ¡Dame una fe firme y cierta! ¡Dame una fe que no permita detenerme y atender los cantos de sirena de otras voces que tanto confunden y ofrecen una felicidad caduca y vacía de contenido! ¡Quiero experimentar cada día el amor que sientes por mi! ¡No permitas, Señor, que mi fragilidad humana sea rea de estas ataduras que tanto esclavizan y que me separan de Ti! ¡Señor, tu conoces mis debilidades y mis pecados, y aún así me amas hasta el punto de morir en la Cruz por salvarnos! ¡No permitas, Señor, que esa muerte  se pierda en mi debilidad y en mi fragilidad! ¡Sostenme y mantenme siempre contigo, Señor, porque solo en Ti hay esperanza cierta!
Christus Resurrexit, con los coros de Taizé:

lunes, 27 de marzo de 2017

Aceptar con alegría los planes de Dios

orar-con-el-corazon-abiertoSoy plenamente consciente de que si trato de hacer feliz a Dios yo mismo lograré ser mucho más feliz; que si logro hacer feliz al prójimo, más feliz seré yo también. A lo largo de los años he experimentado que cuanto mayor es el abandono en el Señor, cuando mayor es mi confianza en su Providencia, más serenidad, paz y alegría anida en mi corazón. Pero, en ocasiones, confiar en Dios produce vértigo porque lo que se vislumbra bajo los pies es el vacío absoluto. Y en ese momento uno trata de controlarlo y asegurarlo todo con medios humanos.
¿Cuántas veces trato de que Dios acepte mi voluntad y me empeño en que ésta se cumpla poniendo todos los medios para que así sea en vez de tratar de descubrir la suya y aceptar con sencillez las situaciones que Él me presenta? Es en estos momentos cuando mi «Sí» tiene más valor porque Dios me contempla desde mi fragilidad y mi pequeñez, dirige su mirada misericordiosa sobre mí, no se disgusta ante mis decisiones en apariencia erróneas, me toma de la mano al verme tan «desorientado» y no se turba ante la pesadez de mi pecado. Y lanza sobre mí una mirada llena de amor. De Amor con mayúsculas. A mi me cuesta verme como me ve Dios. No soy capaz de abrazarme como lo hace Él conmigo. No soy capaz de ver esa belleza escondida que atesora mi corazón –y en el corazón de los demás- como lo ve Él porque hay mucho egoísmo y autosuficiencia en mi interior. De ahí que tantas veces sea tan exigente conmigo mismo y, por ende, también con los que me rodean.
Dios ha nacido hace más de una semana de nuevo en Belén. Ha traído la luz y la alegría a mi corazón. Una luz y una alegría que me han llenado el depósito de la esperanza, que me recuerda el infinito amor que Dios siente por mí y por cada uno de los hombres. Una luz y una alegría que clarifican mi camino, que me permiten comprender cuál es Su voluntad en mi vida a pesar de los múltiples reveses y adversidades que debo afrontar. Una luz y una alegría que me hace pronunciar un «sí» decidido y resuelto basado en la confianza ciega en la que no cabe bajar los brazos, desesperar y dejarse vencer por el desengaño. Una luz y una alegría que permitan saltar sin miedo al vacío. Y Dios quiere que todo lo haga con amor y con una alegría grabada en lo más profundo del corazón. Por que es allí donde anida Él.
Ese Niño que ha nacido en Belén me muestra que el auténtico camino de la felicidad personal pasa por aceptar con alegría los planes que Dios tiene en mi vida. ¡Señor, desde ahora que sea capaz de hacer siempre tu voluntad aunque tantas veces me cueste aceptarla!
¡Señor, ayúdame a ver que todas las circunstancias de mi vida, las alegres y las aparentemente difíciles, son guiadas siempre por Ti! ¡Señor, hazme comprender que Tú eres el que guía las historias grandes y pequeñas que me suceden! ¡Que Tú eres el Amor más grande y que caminando a tu lado sentiré el amor y seré capaz de transmitir amor! ¡Hazme comprender, Señor, que incluso lo que viene como negativo a mi vida está también impregnado de amor porque es el Padre quien lo permite todo para mi bien! ¡Gracias por este amor inmenso que tienes por mi! ¡Que este sea el anuncio que pueda transmitir a todos los que quieran escucharme: «Dios te ama, Dios me ama»! ¡Espíritu Santo, hazme ver que los caminos y los pensamientos de Dios son mejores que los míos, házmelo entender y comprender! ¡Dame, Espíritu Santo, la serenidad, la humildad y la paz interior para aceptar lo que es la voluntad de Dios porque aunque no lo entienda es lo mejor para mí! ¡Espíritu Santo, sabes que me cuesta entrar en los tiempos de Dios; aplaca entonces mi orgullo y mis pequeñas veleidades humanas, aparta de mi corazón la soberbia y la perspectiva de mi realidad y ayúdame a escoger siempre el camino que me marca el Padre! ¡Hazme ver, Espíritu de Dios, que el único camino cierto y seguro es el que me marca Dios! ¡Dame la prudencia, la sensatez, la vida de oración y la voluntad para ser receptivo a su llamada! ¡Apega mi corazón al del Padre para que puede identificar con más facilidad cuál es su voluntad! ¡Espíritu Santo, exhala tu Santa voluntad sobre mí!
Hoy esta página está de aniversario. Se cumplen dos años desde que, cada día, abro el corazón para llevarlo a los demás. Antes de enviar la meditación oro por los lectores que, de algún u otro modo y por distintos canales, recibirán el texto del día para que cada palabra esté impregnada por la gracia del Espíritu Santo en su corazón y también por las muchas personas que se dirigen a este humilde lugar para pedir oraciones de intercesión. Ruego que le pidas al Señor y a María por Desde Dios para que desde la pequeñez de la palabra ayude a ser transmisor de alegría, esperanza y oración. ¡Qué Dios te bendiga, querido/a lector/a!
Libera, Salve Me, es la plegaria cantada que le hacemos hoy al Señor para que nos ayude a confiar en su voluntad y liberarnos de nuestros miedos:

jueves, 8 de diciembre de 2016

Y yo… ¿cómo puedo vencer al diablo?

orarcon-el-corazon-abiertoLa principal habilidad del demonio es establecer las bases para destruir. Sabe que rompiendo el corazón del hombre, la confianza, las relaciones humanas, la vida de oración y de sacramentos, la fe, la esperanza… acaba destruyendo la familia y las relaciones de amistad que es el lugar donde crece Cristo, en medio del amor. Por eso el diablo ataca a través de los estilos de vida equivocados, del pensamiento individualista, de las ideologías, seduciendo a través de eslóganes falsos y los lemas mentirosos.
Y yo… ¿cómo puedo vencer al diablo? Amando. Amando como lo hace Dios. Ese es el método más eficaz porque el príncipe del mal nunca luchara contra Dios. Consciente de que tiene todas las de perder, prefiere destruir las piezas más débiles creadas por Él. Por eso el hombre es el objetivo del diablo. Debilitando nuestra alma y nuestro corazón nos coloca en una situación de absoluta vulnerabilidad.
Al diablo sólo le puedo vencer con el Amor que conlleva vivir en la humildad, renunciando a mi yo, revistiéndome del amor de Dios y fortaleciéndome con la gracia del Espíritu, dándome a los demás, transformándome en apóstol de la misericordia en total disponibilidad a la voluntad a Dios y en el servicio a los demás. Amar dejándome llenar del amor de Dios, confiando en su amor providente y paternal y siendo obediente a su voluntad.
Pero desde mi pobre humanidad no puedo vencerlo solo. Por eso es tan necesaria la oración y la vida sacramental. Por eso es tan importante acudir a María, la llena de gracia, para vivir en gracia como vivió Ella en total consonancia con el amor a Dios.
¿Y como es ese Amor? Basta con mirar la Cruz, revestida de la mayor disponibilidad a la voluntad del Padre porque no existe amor más grande que el que da su vida por el prójimo. Y en la Cruz Jesús venció al diablo con el Amor.
¡Señor, dame una fe fuerte para confiar siempre en ti, para abandonarme a tu amor y tu misericordia y para ser siempre obediente a tu voluntad! ¡Señor, ayúdame a convertirme cada día para vencer al demonio! ¡Ayúdame a no abandonar nunca la confesión en la que Tú me perdonas, me liberas del pecado, renuevas tu amistad, limpias mi corazón y me confirmas en la vida de gracia! ¡Espíritu Santo, ayúdame a estar siempre vigilante y alerta para no dejarme vencer por las acechanzas, seducciones y tentaciones del demonio! ¡Señor, perdóname! ¡En este tiempo de adviento ayúdame a cambiar desde el corazón, a no rebelarme contra Dios creyéndome un pequeño dios, a discernir siempre entre el bien y el mal! ¡Ayúdame, Espíritu Santo a desenmascarar las mentiras de la tentación! ¡Ayúdame a rezar más para librarme del mal, para liberarme de todos los males! ¡Señor, estás en camino! ¡Conviérteme de verdad!
Del compositor Philippe De Vitry acompañamos la meditación con su motete Vos Qui Admiramini:

martes, 8 de noviembre de 2016

Laicos que edifican

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La palabra laico es difícil encontrarla en el Nuevo Testamento. Sencillamente porque no aparece. Tampoco se encuentra en los escritos de los primeros tiempos de la Iglesia. Surge algunos siglos más tarde para referirse a aquellos que no eran sacerdotes. Desde el siglo XIX el término laico se emplea para referirse a todo lo que no es religioso: una persona laica, una prensa laica, un estado laico, una escuela laica...
Pero los cristianos si definimos a los laicos de una manera especial: somos fieles cristianos que incorporados a Cristo por el bautismo integramos el pueblo de Dios. Nuestra misión es ejercer en el mundo y en la iglesia la labor que nos corresponde. Y la Iglesia nos reconoce una enorme dignidad: hijos de Dios, hermanos de Cristo, templos del Espíritu Santo, hombres y mujeres llamados a la santidad. Un laico es un cristiano de los pies a la cabeza, cuya misión es santificar la vida y cumplir la misión que Dios le ha encomendado en el mundo desarrollando cada día de la mejor manera posible las pequeñas cosas ordinarias de su vida.
Somos gente que trabajamos, estudiamos, mantenemos relaciones de amistad, profesionales, sociales, culturales... y que no tenemos miedo a desarrollar nuestra vocación cristiana para intentar transmitir al mundo la presencia de Cristo en nuestra vida.
Estamos en este mundo para santificarnos en la vida profesional, la vida familiar y la vida ordinaria y en todas las actividades de nuestra vida tenemos la ocasión para unirnos a Dios y servir a los hombres.
Es un compromiso y una responsabilidad enorme. La Iglesia ha reconocido la santidad de muchos hombres. Pero yo conozco a muchos santos anónimos que caminan a mi lado porque viven la vida diaria desde la santidad, intentando unirse cada día a Cristo, siguiendo a Cristo, siendo conducidos por el Espíritu; hombres y mujeres corrientes llamados por Dios a dejar de lado la mediocridad para intentar buscar la perfección de su vida aunque sea con pequeños gestos y detalles.
Por eso el cristiano debe ser el más responsable de los hombres; debe poner delante la conciencia y la propia vida.
Hoy me hago esta pregunta: ¿soy un laico modelo? ¿Soy consciente de que formo parte del único pueblo reunido en la Unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y que estoy llamado a ejercer una misión, como Iglesia, de servicio al mundo, a ser testigo del Reino, a comprometerme con el Reino en el mundo en mi situación, a humanizar y cristianizar con mi testimonio y con mi obrar, trabajando por la promoción humana en las distintas esferas de mi vida familiar, laboral, social, política...? ¿Qué hago yo desde el punto de vista cristiano por la sociedad?

¡Señor, quiero tener contigo un encuentro auténtico, profundo, íntimo, porque tú me invitas a la conversión, a dejar atrás el hombre viejo para convertirme en un hombre nuevo! ¡Señor, quiero seguirte aún a sabiendas de mi fragilidad, de mis caídas, de mis debilidades y hacer frente a todas estas caídas buscándote a ti en la palabra, en los sacramentos, en la oración y en cada una de las acciones de mi vida! ¡Seguirte a ti es un proceso que dura toda la vida, dame la fuerza de tu espíritu para no desfallecer nunca, para ser fermento y signo del cristiano! ¡Señor, te pido por todas las familias del mundo para que nos convirtamos en pequeñas iglesias domésticas, a ejemplo de la Sagrada Familia, que crezcamos en un ambiente propicio donde reine el amor, la generosidad, una espiritualidad firme, donde la fe esté arraigada Y donde todos nos sirvamos unos a otros sin esperar nada cambio! ¡Señor, danos la fortaleza para crecer cristianamente, para que los padres de familia estemos empeñados en trasmitir a nuestros hijos los valores cristianos! ¡Que tu Espíritu, Señor, nos ayude a vivir está espiritualidad frente al mundo, por eso te pedimos también formadores de laicos que sean capaces de transmitir la palabra y tus enseñanzas para alimentarnos y vivir nuestra vida cotidiana en unión contigo! ¡Señor, danos también sacerdotes santos que caminen junto a los laicos para crecer en la vida de comunidad! ¡El hecho constitutivo del laico es haber recibido el Sacramento del Bautismo por el cual nos convertimos en hijos de Dios, miembros de la Iglesia, herederos de la vida eterna, ayúdanos a consagrar nuestra vida al servicio tuyo y de la iglesia y que en este seguimiento radical estemos siempre acompañados con la fuerza del Espíritu Santo! ¡Virgen María, se Tú nuestro modelo; que Tu «sí» en la Encarnación y al pie de la cruz sea nuestro ejemplo! ¡San José, padre y esposo fiel, fidelísimo al Señor, conviértete tú en nuestro modelo ejemplar!
De Johann Sebastian Bach (1685-1750) escuchamos hoy su cantata Zerreißet, zersprenget, zertrümmert die Gruft, BWV 20 (Romped, destruid, reducid a escombros la tumba):

La palabra laico es difícil encontrarla en el Nuevo Testamento. Sencillamente porque no aparece. Tampoco se encuentra en los escritos de los primeros tiempos de la Iglesia. Surge algunos siglos más tarde para referirse a aquellos que no eran sacerdotes. Desde el siglo XIX el término laico se emplea para referirse a todo lo que no es religioso: una persona laica, una prensa laica, un estado laico, una escuela laica... Pero los cristianos si definimos a los laicos de una manera especial: somos fieles cristianos que incorporados a Cristo por el bautismo integramos el pueblo de Dios. Nuestra misión es ejercer en el mundo y en la iglesia la labor que nos corresponde. Y la Iglesia nos reconoce una enorme dignidad: hijos de Dios, hermanos de Cristo, templos del Espíritu Santo, hombres y mujeres llamados a la santidad. Un laico es un cristiano de los pies a la cabeza, cuya misión es santificar la vida y cumplir la misión que Dios le ha encomendado en el mundo desarrollando cada día de la mejor manera posible las pequeñas cosas ordinarias de su vida. Somos gente que trabajamos, estudiamos, mantenemos relaciones de amistad, profesionales, sociales, culturales... y que no tenemos miedo a desarrollar nuestra vocación cristiana para intentar transmitir al mundo la presencia de Cristo en nuestra vida. Estamos en este mundo para santificarnos en la vida profesional, la vida familiar y la vida ordinaria y en todas las actividades de nuestra vida tenemos la ocasión para unirnos a Dios y servir a los hombres. Es un compromiso y una responsabilidad enorme. La Iglesia ha reconocido la santidad de muchos hombres. Pero yo conozco a muchos santos anónimos que caminan a mi lado porque viven la vida diaria desde la santidad, intentando unirse cada día a Cristo, siguiendo a Cristo, siendo conducidos por el Espíritu; hombres y mujeres corrientes llamados por Dios a dejar de lado la mediocridad para intentar buscar la perfección de su vida aunque sea con pequeños gestos y detalles. Por eso el cristiano debe ser el más responsable de los hombres; debe poner delante la conciencia y la propia vida. Hoy me hago esta pregunta: ¿soy un laico modelo? ¿Soy consciente de que formo parte del único pueblo reunido en la Unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y que estoy llamado a ejercer una misión, como Iglesia, de servicio al mundo, a ser testigo del Reino, a comprometerme con el Reino en el mundo en mi situación, a humanizar y cristianizar con mi testimonio y con mi obrar, trabajando por la promoción humana en las distintas esferas de mi vida familiar, laboral, social, política...? ¿Qué hago yo desde el punto de vista cristiano por la sociedad? image.jpeg ¡Señor, quiero tener contigo un encuentro auténtico, profundo, íntimo, porque tú me invitas a la conversión, a dejar atrás el hombre viejo para convertirme en un hombre nuevo! ¡Señor, quiero seguirte aún a sabiendas de mi fragilidad, de mis caídas, de mis debilidades y hacer frente a todas estas caídas buscándote a ti en la palabra, en los sacramentos, en la oración y en cada una de las acciones de mi vida! ¡Seguirte a ti es un proceso que dura toda la vida, dame la fuerza de tu espíritu para no desfallecer nunca, para ser fermento y signo del cristiano! ¡Señor, te pido por todas las familias del mundo para que nos convirtamos en pequeñas iglesias domésticas, a ejemplo de la Sagrada Familia, que crezcamos en un ambiente propicio donde reine el amor, la generosidad, una espiritualidad firme, donde la fe esté arraigada Y donde todos nos sirvamos unos a otros sin esperar nada cambio! ¡Señor, danos la fortaleza para crecer cristianamente, para que los padres de familia estemos empeñados en trasmitir a nuestros hijos los valores cristianos! ¡Que tu Espíritu, Señor, nos ayude a vivir está espiritualidad frente al mundo, por eso te pedimos también formadores de laicos que sean capaces de transmitir la palabra y tus enseñanzas para alimentarnos y vivir nuestra vida cotidiana en unión contigo! ¡Señor, danos también sacerdotes santos que caminen junto a los laicos para crecer en la vida de comunidad! ¡El hecho constitutivo del laico es haber recibido el Sacramento del Bautismo por el cual nos convertimos en hijos de Dios, miembros de la Iglesia, herederos de la vida eterna, ayúdanos a consagrar nuestra vida al servicio tuyo y de la iglesia y que en este seguimiento radical estemos siempre acompañados con la fuerza del Espíritu Santo! ¡Virgen María, se Tú nuestro modelo; que Tu «sí» en la Encarnación y al pie de la cruz sea nuestro ejemplo! ¡San José, padre y esposo fiel, fidelísimo al Señor, conviértete tú en nuestro modelo ejemplar! De Johann Sebastian Bach (1685-1750) escuchamos hoy su cantata Zerreißet, zersprenget, zertrümmert die Gruft, BWV 20 (Romped, destruid, reducid a escombros la tumba):

¿Qué necesito para alcanzar el cielo?

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Observo una imagen muy hermosa de una gran montaña desde la que se divisa un horizonte infinito. Esta imagen me invita a preguntarme que necesito yo para alcanzar el cielo. Necesito unos momentos de silencio para ponerme en presencia de Dios y ser consciente de que sólo son necesarios dos «elementos»: a Dios, por un lado, y a mí mismo por otro. Con Dios puedo contar siempre. Él nunca falla. Me envía su Espíritu para que yo lo acoja y evite el pecado para librarme de él en el momento de mi caída.

¿Puedo contar conmigo mismo? Más complicado teniendo en cuenta la cantidad de veces que caigo en la misma piedra, dejándome llevar por las sugestiones del príncipe de la malicia. Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva. Por eso no me quiero desalentar nunca.
El desaliento es el principal peligro para alcanzar la perfección. Cuando el desaliento se instala en el corazón y en el alma el fervor se debilita y la marcha se aminora porque nadie puede caminar sin fuerzas. Sin embargo, en la confianza y la esperanza cualquier obstáculo puede ser vencido. Al esfuerzo se corona con la victoria y cualquier sacrificio acaba teniendo su sentido y se hace más sencillo.
Tengo la salvación en mis manos con la ayuda prominente de Dios porque sin su auxilio y mis propios méritos es tarea imposible. Cuento con que Dios proveerá siempre el auxilio necesario para que yo lo acoja. Se trata de convertirme cada día. Puedo demorarlo días, semanas, meses o años, esperar a tener una vida acomodada o ver crecer a mis nietos. Siempre puede haber una excusa perfecta. Pero la gracia de la salvación tiene sus días contados y siento que no puedo demorarla ni un minuto. No quiero exponerme a morir sin la gracia.

¡Señor, en este rato de oración abro mi corazón a ti y en tu presencia reconozco la pequeñez de mi vida y te pido perdón por cada uno de mis pecados; te presento mi vida, mis caídas, mis fracasos, mis alegrías, mis angustias, mis sufrimientos, mis pequeños éxitos que son un regalo tuyo, toda la ignorancia de Tu palabra y tus enseñanzas! ¡Señor, no permitas que el desaliento me venza nunca y tengo compasión de mi pobre pecador! ¡Te pido, Señor, que mi vieja naturaleza, vendida al pecado, se crucifique contigo en la cruz! ¡Envía tu Espíritu Santo para que me renueve, me lave, me purifique y me santifique! ¡Señor, te pido que vengas a mí para que te puedas recibir como mi dueño y Señor y dame la gracia de vivir intensamente Tu Palabra en todas las circunstancias de mí día a día! ¡Lléname de tu Espíritu y no permitas que nunca me aleje de Ti!

Hoy me apodero de lo que a mí me pertenece, cantamos en alabanza al Señor:

lunes, 7 de noviembre de 2016

Hablar con Dios

imageHace unos días tuve ocasión de impartir una charla sobre cómo el Espíritu Santo reina en nosotros a un nutrido auditorio. Al terminar el acto, en una conversación informal, uno de los asistentes se me acercó para comentarme que le resultaba muy difícil hablar con Dios en la oración. Que no le salían las palabras, que el silencio le invadía siempre. Se me ocurrió decirle que la mejor manera es abrir las páginas del Evangelio y convertirse en un personaje más. Intentar hablar a Jesús como pudieron hacer aquellas personas que se encontraron con Él en los polvorientos caminos que recorría el Señor. Utilizar sus mismas palabras, en una conversación sencilla. Por ejemplo, como hizo la misma Virgen María cuando encontró al Niño en el templo después de tres días de búsqueda desesperada. En ese encuentro la Virgen exclamó: «¿Por qué haces esto conmigo?». O hacer como aquel ciego que suplicó: «Haz que vea». O, como el leproso, al que todo el mundo rechazaba, y que se dirigió al Señor diciéndole: «Si quieres, Señor, tú puedes curarme». O como San Pedro, atemorizado con el fuerte oleaje del lago, en aquella barcucha de pescadores: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un miserable pecador». O como aquel centurión, lleno de fe, al que Jesús le había sanado a su criado y que ante el milagro del Señor fue capaz de pronunciar aquellas impresionantes palabras del «no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarle» y que hoy repetimos confiadamente poco antes de ir a comulgar. O, como aquel hijo, que lo había perdido todo, malgastando la herencia del padre, y que avergonzado regresó al hogar paterno donde apenas pudo balbucear: «no soy digno de llamarme hijo tuyo, he pecado contra el cielo y contra ti; puedes considerarme el último de tus servidores».

Y, si aún así no surgen las palabras, siempre podemos imitar las actitudes de tantos hombres y mujeres que se maravillaron en cada encuentro con Cristo. Embelesarse como hicieron los sencillos pastores en la gruta de Belén. O cantarle una canción y tomarlo en brazos como hizo Simeón en la presentación del Niño Jesús en el Templo. O escucharle en silencio, dejando que en el corazón penetren sus palabras, como hicieron aquellos doctores del Templo de Jerusalén, que se maravillaban con la sabiduría de aquel Niño. O ponerse de rodillas cubriendo a Cristo de besos y con el perfume del amor como hizo la Magdalena. O dejarse maravillar por su sonrisa como hicieron aquellos niños que se sentaron en sus rodillas. O dejarse llevar a hombros como la oveja perdida de la parábola del buen pastor. O extender la mano para que sane nuestras heridas con hicieron el ciego, el paralítico, el leproso, el moribundo… O posar la cabeza en su hombro como hiciera el discípulo amado el día de la institución de la Eucaristía.
Palabras o silencio contemplativo. Son dos maneras para acercarse al corazón de Cristo y hacer de nuestra vida oración sencilla y cercana a la suya descansando todas nuestras alegrías y nuestros pesares en su amistad. Si es de corazón, es en sí una oración que acoge emocionado nuestro Padre Dios.

 ¡Padre Nuestro, gracias por ser mi Padre creador, eso te lo agradeceré siempre porque es el gran regalo que has hecho mi vida! ¡Eres el Padre de todos sin excepción pero más de los desheredados, de los pobres, de los que sufren, de los desesperados, de los hambrientos, de los que no tienen nada… y de todos ellos me has hecho su hermano aunque tantas veces me olvide y me cueste entregarme a ellos! ¡Padre que estás en el cielo: porque tú eres el cielo mismo, la esperanza que da vida a mi vida, el camino que me lleva a la alegría de la salvación, el que me marca la pauta para esperar ese cielo venidero que es estar junto a ti en la eternidad! ¡Padre, Santificado sea tu nombre, porque tu nombre es efectivamente santo quiero alabarlo, bendecirlo, glorificarlo, adorarlo… hacer que todos te conozcan y te glorifiquen y pronunciando tu nombre siempre te den gracias, con alegría y con esperanza; para que pronunciando tu santo nombre todos vivamos en paz y en armonía, dando amor y repartiendo misericordia, para que no haya discusiones entre tus hijos! ¡Padre,Venga a nosotros tu Reino, para que impere entre nosotros la paz, el amor, la justicia, la misericordia y la generosidad; para que siembres en nuestros corazones la semilla del amor y de la misericordia y que crezcan para repartirlas por el mundo y se haga siempre tu voluntad y no la nuestra; haz que través de nuestras manos crezca un mundo mejor a semejanza de lo que tú esperas! ¡Padre, Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: Y aunque es una tarea muy ardua ayúdame a ponerme en tu mano porque contigo todo es posible y hazme entender que hacer tu voluntad muchas veces requiere sacrificios y esfuerzos pero ayúdame a hacerlo con felicidad y alegría porque viene de ti! ¡Padre, Danos, hoy, nuestro pan de cada día: y hazlo a todas horas para que a nadie le falte de nada en ningún momento; aunque tú nos das el pan de la Eucaristía, y nos lo das en abundancia para que podamos alimentarlos cada día de ti; ayúdanos a partirnos y a multiplicarnos como hicisteis con los panes y los peces para que nadie se quede sin saborear tu alimento de vida y esperanza! ¡Padre, Perdona nuestras ofensas: especialmente las mías que soy un miserable pecador pero también la de mis hermanos para que haya en este mundo armonía, paz y mucho perdón! ¡Padre, Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: pero ayúdame hacerlo como lo haces tú siempre, olvidando las ofensas y llenando tu corazón de amor y de misericordia y sin rencores! ¡Padre, No nos dejes caer en la tentación: porque son muchas las trampas que nos pone el demonio cada día, dame la fortaleza para sostenerme siempre en ti, dame un Espíritu fuerte para no caer en esta tentación que no me separe del camino del bien porque tú conoces mi debilidad! ¡Padre, Líbranos del mal: pero sobre todo líbrame de hacer el mal a los demás!
Hoy se celebra la Solemnidad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad, a ella Pilar nos encomendamos con una de las oraciones más antiguas dedicadas a la "Pilarica":

«Omnipotente y eterno Dios,
que te dignaste concedernos la gracia de que la santísima Virgen, madre tuya,
viniese a visitarnos mientras vivía en carne mortal, en medio de coros angélicos,
sobre una columna de mármol enviada por ti desde el cielo,
para que en su honor se erigiese la basílica del Pilar por Santiago,
protomártir de los apóstoles, y sus santos discípulos,
te rogamos nos otorgues por sus méritos
e intercesión todo cuanto con confianza te pedimos. Amén».

El canto del Padre Nuestro en Arameo que conmovió al Papa en Georgia:

martes, 9 de agosto de 2016

7 principios que te demuestran que Dios no te ha abandonado

Para los planes de Dios sobre cada uno de nosotros no existen respuestas teológicas concretas

Muchas personas sienten que el peso del trabajo, problemas familiares, económicos, legalidad, desempleo, etc., los ahogan y no encuentran salida por ninguna parte (aún siendo un cristiano practicante), sienten que no pueden con todo esto y más cuando le vienen más de 2 o 3 problemas de esos juntos. Esto puede sucederle a cualquiera de nosotros en algún momento de nuestra vida.

Para los planes de Dios sobre cada uno de nosotros no existen respuestas teológicas concretas. No sé qué pueda querer Dios de usted, ni hasta donde lo probará con el infortunio.

Sabemos ciertamente que la Escritura dice que las aguas nos llegan hasta el cuello pero no nos ahogan. No le voy a mentir diciendo que ya van a terminar sus sufrimientos. Eso hacen los horoscopistas que mienten a la gente y juegan con su sed de esperanza y su credulidad. Pero a pesar de mentirle no le solucionan nada.

7 principios claros que debemos tener claros:

Todo sucede para el bien de los que Dios ama (Romanos 8,20). Aunque allí no se dice qué se incluye en ese ‘todo´: va desde los dones materiales de Dios, hasta la cruz y el martirio.

Dios no permite que seamos probados más allá de nuestras fuerzas.

Muchas veces las aguas nos llegan hasta el cuello, pero no nos ahoga.

Muchas veces Dios espera que le pidamos lo que necesitamos, incluso con sacrificios, penitencias y votos generosos, y luego actúa. Porque quería suscitar en nosotros esos actos que nos han de santificar.

La cruz está en el camino ordinario de toda persona llamada a la santidad. Y debemos aceptar con paciencia y resignación nuestras cruces; para eso podemos leer con fruto el Libro de Job.

Esto no nos exime de poner de nuestra parte todos los medios materiales para encontrar una salida. Precisamente muchas veces la gracia que Dios nos da no es el encontrar la salida de nuestros problemas sino la gracia de intentarlo una vez más, lo cual también viene de Dios.

En nuestra debilidad se manifiesta la fuerza de Dios, como dice San Pablo. A veces Dios espera a que estemos completamente abatidos y recién allí actúa, para que se vea que ha sido su mano la que nos salvó y no nuestras fuerzas.
Se que no es sencillo, pero si es tu caso, nunca dejes de orar.

“Siempre y por cualquier motivo, den gracias a Dios, nuestro Padre, en nombre de nuestro Señor Jesucristo” (Efesios 5,20)

Cuenta con mis oraciones.

En Cristo y María.

Padre Miguel A. Fuentes, Sacerdote del IVE

jueves, 4 de agosto de 2016

¿Son realmente necesarios los sacramentos?

Me comenta uno de mis mejores amigos ─un joven alegre, abierto, simpático, lleno de vida, tolerante, generoso, amigo de sus amigos─ me explica que cree en Dios pero que no frecuenta la Iglesia ni los sacramentos. No tiene dudas de que Dios existe. Su planteamiento es que Dios es bueno por naturaleza, le está muy agradecida por ello, reza cuando las cosas van mal dadas… El ya trata de hacer el bien a los demás. Le afecta profundamente cuando contempla las cientos de desgracias que ocurren en el mundo y que vemos en tiempo real en los medios de comunicación, le produce gran dolor ver sufrir a la gente pobre que se encuentra por las esquinas, sufre por las personas enfermas, por los necesitados ─a veces, incluso, hace algún voluntariado─, vive una vida coherente sin alcohol, sin drogas, sin sexo fácil… Le gusta dar amor y recibir amor a las personas que quiere. Contagia alegría por su sonrisa fácil y su personalidad arrolladora. Sin embargo, le hastían las ceremonias religiosas, se aburre en la Santa Misa, no le ve sentido a confesarse ni a llevar una vida de sacramentos. Para el eso es algo un poco retrógrado. Vivir y deja vivir. A mi me gustaría que mi amigo se confesara y que pudiera recibir al Señor al menos cada domingo.
«¿Tienes novia?», le pregunto. Efectivamente, tiene novia. Y la ama. Y necesita estar con ella. Y compartir sus experiencias, sus tristezas, sus éxitos y sus fracasos. Necesita verla cada día y cuando pasan unas horas que no se ven necesitan llamarse. Con ella seguramente no harás lo que siempre deseas, discutirás, pasarás tiempo entre cervezas y discotecas, comentareis las buenas notas de la Universidad o aquel trabajo low cost que anhelaban para pagarse el viaje de fin de curso y uno de vosotros no habeis conseguido. Juntos compartireis comidas en un restaurante de comida rápida porque sin alimentos ni bebida no es posible sobrevivir. Si así es vuestra vida cotidiana, así es también nuestra vida sacramental. Los sacramentos son para el espíritu del hombre lo que vigoriza el alma. El complemento ideal a la bondad del hombre.
Pero hay algo más, incluso, que vivifica el corazón del creyente. Cada vez que entramos en un templo allí está el Señor que nos espera enamorado. Cada vez que asistimos a un oficio se produce una cita de amor con el Dios que nos ha creado.
Los sacramentos son esos encuentros especiales con Jesús pensados para cada momento de nuestra vida. Y, a través de ellos, Cristo se hace presente en lo más profundo del corazón para transformarnos con su amor.
Si por el bautismo nacemos de nuevo y tenemos el honor de liberarnos del pecado original y ser hijos protegidos del Padre, en la confirmación recibimos la fuerza del Espíritu Santo y fortalecemos los dones del bautismo. Por medio del sacramento de la penitencia recibimos el perdón de nuestros pecados, recuperamos la gracia, nos reconciliamos con Dios y obtenemos el consuelo, la paz, la serenidad espiritual y las fuerzas para luchar contra el pecado. En la Eucaristía —el sacramento por excelencia— nos llenamos de la gracia recibiendo al que por sí mismo es la Gracia. ¡Celebrar la Eucaristía supone que Cristo se nos da a sí mismo, nos entrega su amor, para conformarnos a sí mismo y crear una realidad nueva en nuestro corazón! A través del matrimonio —el noviazgo en el caso de mi amigo— nos convertimos en servidores del amor.
No basta sólo con la fe. Es imprescindible alimentarla con el sello vivo de los sacramentos en los que Dios ha dejado su impronta. Los sacramentos son signos visibles de Dios y no los podemos menospreciar. Y Cristo es el auténtico donante de los sacramentos. Son un regalo tan impresionante que Cristo quiso que fuese Su Iglesia quien los custodiara para ponerlos al servicio de todas las personas. Y la gran eficacia de los sacramentos es que es el mismo Jesús quien hace que tengan un efecto concreto en cada persona porque es Él mismo quien hace que funcionen.
La inquietud de mi amigo se ha convertido también en mi inquietud porque me permite darme cuenta que a través de la Palabra y los sacramentos, en toda nuestra vida, Cristo está realmente cercano. Por eso hoy le pido al Señor que esta cercanía me toque en lo más íntimo de mi corazón, para que renazca en mí la alegría, esa sensación de felicidad que nace cuando Jesús se encuentra realmente cerca.

¡Te doy infinitas gracias, Señor, por los sacramentos de tu Iglesia, fruto de tu amor para nuestra salvación! ¡Te doy gracias, Padre, porque transforman nuestra vida, mi vida! ¡Te doy gracias, Padre, porque a través de ellos puedo descubrir que no hay nada más gratuito que el amor! ¡Te doy gracias, Señor, porque a través de los sacramentos se revela tu amor liberador y creador se manifiesta de manera auténtica y me invitas a la transformación personal! ¡Te doy gracias por los sacramentos del Bautismo y la Confirmación porque a través de ellos me invitas a renacer a la vida y ser parte activa del camino hacia la salvación! ¡Te doy gracias por el sacramento de la Penitencia que me permite reconciliarme contigo! ¡Te doy gracias por el sacramento del matrimonio y de los enfermos en los que puedo vivir la realidad cotidiana del amor y crecer como persona! ¡Te doy gracias por el sacramento del Orden por el que permites que tantos hombres vuelquen su vocación para servirte espiritualmente! ¡Te doy gracias por el gran sacramento de la Eucaristía por el que nos invitas a todos a participar activamente del gran milagro cotidiano de tu presencia entre nosotros y anticipar el gran ágape que nos espera en el Reino del Amor y en el que todos los sacramentos confluyen! ¡Gracias, Jesús, amigo, porque Tú eres el verdadero sacramento, el que da la vida y la esperanza, el perdón y la caridad, y porque todos los sacramentos confluyen en tus manos que tenemos la oportunidad de tocar cada día! ¡Gracias, Señor, por tanto amor y misericordia!


Sagrado Corazón de Jesús, ¡En vos confío!Jaculatoria a la Virgen: Virgen María, madre de Dios, quiero ser como tú, amigo de la gente y disfrutar de la compañía de tu Hijo Jesucristo porque también está dentro de mi pequeño corazón. Gracias por quererme tanto, María.

En este días nos regalamos las Laudes a la Virgen María, de Giuseppe Verdi:

sábado, 23 de julio de 2016

Cada vida vale mucho, ¿sabes por qué?

Mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque Dios es el compositor.

Dijo Dios, agase la luz y la luz fue hecha

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.