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sábado, 26 de noviembre de 2016

Inclinado consciente del pecado

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Durante la Santa Misa, en el momento en que se pronuncian las palabras «porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión», mi vecino de banco inclina su cuerpo y con el puño cerrado golpea con fuerza su corazón. No termina la oración porque le oigo decir compungido: «Señor, perdona, porque he pecado mucho contra ti y contra los demás». Estoy profundamente sacudido. ¡Este hombre tiene verdadero sentido de su pecado! Es consciente de su nada pero también de la enorme gracia del perdón de Dios que es, en sí mismo, misericordia pura.
Estoy convencido de que este hombre no se regodea del pecado cometido. Ante tanta misericordia que recibe del Padre se inclina para ser consciente de que Dios le ama con ternura infinita. Después de comulgar, al terminar la Misa, los dos permanecemos en el banco sentados unos minutos. Le miro de reojo y pienso: «Señor, tu lo sabes todo. Tú sabes como lo sabes de este hombre que soy un pecador». Porque lo soy; soy un pecador que camina siempre en el filo de la vida con propósitos de no volver a caer y resbalando con la misma piedra. Y te caes cuando piensas que estás bien sujeto porque el orgullo te puede y la soberbia te desequilibra. Porque no eres consciente de que la tentación es sibilina y te debilita a la mínima que le abres una rendija.
«Si, Señor, tu lo sabes todo. Tú sabes como lo sabes de este hombre que soy un pecador». Un pecador que se hace fuerte en si mismo pero que no tiene la valentía de ponerse confiado en las manos providentes de Dios; que intenta rezar, pedir, dar gracias y bendecir pero sólo puede balbucear palabras reiterativas; con gestos, palabras y actos que desdibujan el verdadero sentido de la fe que profesa; que es inconstante en la oración; al que le cuesta la entrega y el desprendimiento; que está lleno de buenas intenciones y mejores propósitos pero que no tiene más que negligentes omisiones y tristes descuidos; con un corazón abierto al «yo» más que al amor, al servicio, a la generosidad y a la entrega…¡Qué esperar de alguien con estos mimbres! Simplemente, el Amor del Padre.
«Porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Solo puedo pedir al Padre que me perdone. Una vez más. Afligido, a la espera de su abrazo, de su amor, de su misericordia y de su gracia para reconocerle mi realidad de pecador, pedirle la gracia de la conversión mirando a su Hijo crucificado y que cree en mí un corazón nuevo abierto en espíritu, amor, fe y verdad.

¡Señor, Tú eres el Dios del perdón que suprimes la iniquidad y perdonas el pecado y amas la misericordia: compadécete de mi y destruye todas mis culpas y pecados! ¡Reconozco ante ti, Padre, mi realidad de pecador y mirando a tu Hijo crucificado con una mirada arrepentida, agradecida y de fe no puedo más que pedirte el perdón y la gracia de una conversión auténtica! ¡Te pido perdón, Señor, por haber pecado de pensamiento porque son tantas las veces que la mente alimenta que las cosas las puedo lograr por mi mismo porque dependen de mi buen trabajo y mi esfuerzo y allí no apareces Tú; porque son tantas las veces que pienso o digo algo y hago lo contrario; porque son muchas las ocasiones que interiormente juzgo y condeno; porque es mucho el tiempo que pierdo en cosas intranscendentes o que no son buenas! ¡Perdón, Señor! ¡Te pido perdón, Señor, porque he pecado de palabra, criticando, juzgando, hiriendo, rebelándome contra Ti, con conversaciones inútiles, con excusas y pretextos vanos! ¡Perdón, Señor, y ayúdame que mis palabras surjan de un corazón sincero! ¡Perdón, Señor, también porque he pecado de obra contra ti y contra los demás por tantas infidelidades a los compromisos adquiridos, al egoísmo, a la envidia, a las obras contra la caridad y el amor; al incumplir mis deberes como esposo, como padre, como amigo, como compañero de trabajo; al no buscar el bien común; al no trabajar a veces con esmero y por amor a Ti y a los demás; por descuidar mi camino de santidad y mis obligaciones como cristiano! ¡Perdón, Señor, y ayúdame a tener una conciencia recta, una actitud positiva y un vivir santo! ¡Señor, perdón porque he pecado también de omisión porque pudiendo ayudar no lo he hecho, pudiendo servir no he servido, pudiendo alentar no he alentado, pudiendo ayudar por pereza o por vergüenza no me he ofrecido, pudiendo defender al injustamente criticado he callado, pudiendo escuchar no he escuchado, pudiendo dar buen ejemplo no lo he dado, pudiendo ofrecer mi mano y me escabullí para no hacerlo! ¡Perdón, Señor, pero tú sabes que tengo deseos de cambiar interiormente! ¡Escucha, Señor, mis súplicas que son sinceras y nacen de un corazón abierto a tu misericordia!
La misericordia del Señor cantaré:


lunes, 7 de noviembre de 2016

Hablar con Dios

imageHace unos días tuve ocasión de impartir una charla sobre cómo el Espíritu Santo reina en nosotros a un nutrido auditorio. Al terminar el acto, en una conversación informal, uno de los asistentes se me acercó para comentarme que le resultaba muy difícil hablar con Dios en la oración. Que no le salían las palabras, que el silencio le invadía siempre. Se me ocurrió decirle que la mejor manera es abrir las páginas del Evangelio y convertirse en un personaje más. Intentar hablar a Jesús como pudieron hacer aquellas personas que se encontraron con Él en los polvorientos caminos que recorría el Señor. Utilizar sus mismas palabras, en una conversación sencilla. Por ejemplo, como hizo la misma Virgen María cuando encontró al Niño en el templo después de tres días de búsqueda desesperada. En ese encuentro la Virgen exclamó: «¿Por qué haces esto conmigo?». O hacer como aquel ciego que suplicó: «Haz que vea». O, como el leproso, al que todo el mundo rechazaba, y que se dirigió al Señor diciéndole: «Si quieres, Señor, tú puedes curarme». O como San Pedro, atemorizado con el fuerte oleaje del lago, en aquella barcucha de pescadores: «Aléjate de mí, Señor, porque soy un miserable pecador». O como aquel centurión, lleno de fe, al que Jesús le había sanado a su criado y que ante el milagro del Señor fue capaz de pronunciar aquellas impresionantes palabras del «no soy digno de que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarle» y que hoy repetimos confiadamente poco antes de ir a comulgar. O, como aquel hijo, que lo había perdido todo, malgastando la herencia del padre, y que avergonzado regresó al hogar paterno donde apenas pudo balbucear: «no soy digno de llamarme hijo tuyo, he pecado contra el cielo y contra ti; puedes considerarme el último de tus servidores».

Y, si aún así no surgen las palabras, siempre podemos imitar las actitudes de tantos hombres y mujeres que se maravillaron en cada encuentro con Cristo. Embelesarse como hicieron los sencillos pastores en la gruta de Belén. O cantarle una canción y tomarlo en brazos como hizo Simeón en la presentación del Niño Jesús en el Templo. O escucharle en silencio, dejando que en el corazón penetren sus palabras, como hicieron aquellos doctores del Templo de Jerusalén, que se maravillaban con la sabiduría de aquel Niño. O ponerse de rodillas cubriendo a Cristo de besos y con el perfume del amor como hizo la Magdalena. O dejarse maravillar por su sonrisa como hicieron aquellos niños que se sentaron en sus rodillas. O dejarse llevar a hombros como la oveja perdida de la parábola del buen pastor. O extender la mano para que sane nuestras heridas con hicieron el ciego, el paralítico, el leproso, el moribundo… O posar la cabeza en su hombro como hiciera el discípulo amado el día de la institución de la Eucaristía.
Palabras o silencio contemplativo. Son dos maneras para acercarse al corazón de Cristo y hacer de nuestra vida oración sencilla y cercana a la suya descansando todas nuestras alegrías y nuestros pesares en su amistad. Si es de corazón, es en sí una oración que acoge emocionado nuestro Padre Dios.

 ¡Padre Nuestro, gracias por ser mi Padre creador, eso te lo agradeceré siempre porque es el gran regalo que has hecho mi vida! ¡Eres el Padre de todos sin excepción pero más de los desheredados, de los pobres, de los que sufren, de los desesperados, de los hambrientos, de los que no tienen nada… y de todos ellos me has hecho su hermano aunque tantas veces me olvide y me cueste entregarme a ellos! ¡Padre que estás en el cielo: porque tú eres el cielo mismo, la esperanza que da vida a mi vida, el camino que me lleva a la alegría de la salvación, el que me marca la pauta para esperar ese cielo venidero que es estar junto a ti en la eternidad! ¡Padre, Santificado sea tu nombre, porque tu nombre es efectivamente santo quiero alabarlo, bendecirlo, glorificarlo, adorarlo… hacer que todos te conozcan y te glorifiquen y pronunciando tu nombre siempre te den gracias, con alegría y con esperanza; para que pronunciando tu santo nombre todos vivamos en paz y en armonía, dando amor y repartiendo misericordia, para que no haya discusiones entre tus hijos! ¡Padre,Venga a nosotros tu Reino, para que impere entre nosotros la paz, el amor, la justicia, la misericordia y la generosidad; para que siembres en nuestros corazones la semilla del amor y de la misericordia y que crezcan para repartirlas por el mundo y se haga siempre tu voluntad y no la nuestra; haz que través de nuestras manos crezca un mundo mejor a semejanza de lo que tú esperas! ¡Padre, Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo: Y aunque es una tarea muy ardua ayúdame a ponerme en tu mano porque contigo todo es posible y hazme entender que hacer tu voluntad muchas veces requiere sacrificios y esfuerzos pero ayúdame a hacerlo con felicidad y alegría porque viene de ti! ¡Padre, Danos, hoy, nuestro pan de cada día: y hazlo a todas horas para que a nadie le falte de nada en ningún momento; aunque tú nos das el pan de la Eucaristía, y nos lo das en abundancia para que podamos alimentarlos cada día de ti; ayúdanos a partirnos y a multiplicarnos como hicisteis con los panes y los peces para que nadie se quede sin saborear tu alimento de vida y esperanza! ¡Padre, Perdona nuestras ofensas: especialmente las mías que soy un miserable pecador pero también la de mis hermanos para que haya en este mundo armonía, paz y mucho perdón! ¡Padre, Como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden: pero ayúdame hacerlo como lo haces tú siempre, olvidando las ofensas y llenando tu corazón de amor y de misericordia y sin rencores! ¡Padre, No nos dejes caer en la tentación: porque son muchas las trampas que nos pone el demonio cada día, dame la fortaleza para sostenerme siempre en ti, dame un Espíritu fuerte para no caer en esta tentación que no me separe del camino del bien porque tú conoces mi debilidad! ¡Padre, Líbranos del mal: pero sobre todo líbrame de hacer el mal a los demás!
Hoy se celebra la Solemnidad de la Virgen del Pilar, Patrona de la Hispanidad, a ella Pilar nos encomendamos con una de las oraciones más antiguas dedicadas a la "Pilarica":

«Omnipotente y eterno Dios,
que te dignaste concedernos la gracia de que la santísima Virgen, madre tuya,
viniese a visitarnos mientras vivía en carne mortal, en medio de coros angélicos,
sobre una columna de mármol enviada por ti desde el cielo,
para que en su honor se erigiese la basílica del Pilar por Santiago,
protomártir de los apóstoles, y sus santos discípulos,
te rogamos nos otorgues por sus méritos
e intercesión todo cuanto con confianza te pedimos. Amén».

El canto del Padre Nuestro en Arameo que conmovió al Papa en Georgia: