Durante la Santa Misa, en el momento en que se pronuncian las palabras «porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión», mi vecino de banco inclina su cuerpo y con el puño cerrado golpea con fuerza su corazón. No termina la oración porque le oigo decir compungido: «Señor, perdona, porque he pecado mucho contra ti y contra los demás». Estoy profundamente sacudido. ¡Este hombre tiene verdadero sentido de su pecado! Es consciente de su nada pero también de la enorme gracia del perdón de Dios que es, en sí mismo, misericordia pura.
Estoy convencido de que este hombre no se regodea del pecado cometido. Ante tanta misericordia que recibe del Padre se inclina para ser consciente de que Dios le ama con ternura infinita. Después de comulgar, al terminar la Misa, los dos permanecemos en el banco sentados unos minutos. Le miro de reojo y pienso: «Señor, tu lo sabes todo. Tú sabes como lo sabes de este hombre que soy un pecador». Porque lo soy; soy un pecador que camina siempre en el filo de la vida con propósitos de no volver a caer y resbalando con la misma piedra. Y te caes cuando piensas que estás bien sujeto porque el orgullo te puede y la soberbia te desequilibra. Porque no eres consciente de que la tentación es sibilina y te debilita a la mínima que le abres una rendija.
«Si, Señor, tu lo sabes todo. Tú sabes como lo sabes de este hombre que soy un pecador». Un pecador que se hace fuerte en si mismo pero que no tiene la valentía de ponerse confiado en las manos providentes de Dios; que intenta rezar, pedir, dar gracias y bendecir pero sólo puede balbucear palabras reiterativas; con gestos, palabras y actos que desdibujan el verdadero sentido de la fe que profesa; que es inconstante en la oración; al que le cuesta la entrega y el desprendimiento; que está lleno de buenas intenciones y mejores propósitos pero que no tiene más que negligentes omisiones y tristes descuidos; con un corazón abierto al «yo» más que al amor, al servicio, a la generosidad y a la entrega…¡Qué esperar de alguien con estos mimbres! Simplemente, el Amor del Padre.
«Porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Solo puedo pedir al Padre que me perdone. Una vez más. Afligido, a la espera de su abrazo, de su amor, de su misericordia y de su gracia para reconocerle mi realidad de pecador, pedirle la gracia de la conversión mirando a su Hijo crucificado y que cree en mí un corazón nuevo abierto en espíritu, amor, fe y verdad.
¡Señor, Tú eres el Dios del perdón que suprimes la iniquidad y perdonas el pecado y amas la misericordia: compadécete de mi y destruye todas mis culpas y pecados! ¡Reconozco ante ti, Padre, mi realidad de pecador y mirando a tu Hijo crucificado con una mirada arrepentida, agradecida y de fe no puedo más que pedirte el perdón y la gracia de una conversión auténtica! ¡Te pido perdón, Señor, por haber pecado de pensamiento porque son tantas las veces que la mente alimenta que las cosas las puedo lograr por mi mismo porque dependen de mi buen trabajo y mi esfuerzo y allí no apareces Tú; porque son tantas las veces que pienso o digo algo y hago lo contrario; porque son muchas las ocasiones que interiormente juzgo y condeno; porque es mucho el tiempo que pierdo en cosas intranscendentes o que no son buenas! ¡Perdón, Señor! ¡Te pido perdón, Señor, porque he pecado de palabra, criticando, juzgando, hiriendo, rebelándome contra Ti, con conversaciones inútiles, con excusas y pretextos vanos! ¡Perdón, Señor, y ayúdame que mis palabras surjan de un corazón sincero! ¡Perdón, Señor, también porque he pecado de obra contra ti y contra los demás por tantas infidelidades a los compromisos adquiridos, al egoísmo, a la envidia, a las obras contra la caridad y el amor; al incumplir mis deberes como esposo, como padre, como amigo, como compañero de trabajo; al no buscar el bien común; al no trabajar a veces con esmero y por amor a Ti y a los demás; por descuidar mi camino de santidad y mis obligaciones como cristiano! ¡Perdón, Señor, y ayúdame a tener una conciencia recta, una actitud positiva y un vivir santo! ¡Señor, perdón porque he pecado también de omisión porque pudiendo ayudar no lo he hecho, pudiendo servir no he servido, pudiendo alentar no he alentado, pudiendo ayudar por pereza o por vergüenza no me he ofrecido, pudiendo defender al injustamente criticado he callado, pudiendo escuchar no he escuchado, pudiendo dar buen ejemplo no lo he dado, pudiendo ofrecer mi mano y me escabullí para no hacerlo! ¡Perdón, Señor, pero tú sabes que tengo deseos de cambiar interiormente! ¡Escucha, Señor, mis súplicas que son sinceras y nacen de un corazón abierto a tu misericordia!
La misericordia del Señor cantaré:
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