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lunes, 28 de noviembre de 2016

Hoy se enciende una llama

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Comenzamos un año litúrgico nuevo con el inicio del tiempo de Adviento, la preparación para la Navidad. Es el misterio de cómo Dios entra en nuestra historia y pasar a ser parte del compromiso con el ser humano. Un compromiso de esperanza, de vida y de salvación. Hoy nos preparamos para ese imposible que es que Dios se convierta en hombre como nosotros porque estamos todos llamados a ser un día como Dios, a participar de Él plenamente y por siempre. Este misterio comienza con este Dios que desea encarnarse en la naturaleza humana.

El tiempo de Adviento nos llama a estar preparados. A ser capaces de abrir nuestro corazón, nuestro entendimiento y nuestro amor a este Dios que se hace humanidad en nosotros.
Hasta el día de Navidad cada domingo, con el corazón abierto, realizaremos el gesto sencillo de encender las cuatro velas de la corona de Adviento, esa corona circular que nos indica que Dios siente por nosotros un amor eterno sin principio ni fin. Entre ramas verdes que simbolizan la esperanza y la vida y la unión estrecha con Dios para alcanzar la vida eterna cada una de las cuatro velas con sus respectivos colores tienen un significado profundo. Estas velas iluminan nuestra vida, nos recuerdan la oscuridad del pecado que nos aleja de Dios. Pero cada vela encendida es a su vez una luz que ilumina el mundo y anuncia la llegada próxima de ese Dios que se hace pequeño por nuestra salvación. Luz y vida para toda la humanidad porque la Navidad es la fiesta grande de la luz ya que nace Jesús, Luz del mundo.
Al encender hoy la primera vela podemos recordar a María, la primera en acoger en su interior la llamada de Dios. Es la vela del amor sincero, desprendido, generoso. Es la vela del acogimiento, del don de darse como Dios nos dio a su propio Hijo por la inmensidad de su amor infinito. Es la vela que nos invita a abrir de par en par las puertas de nuestro corazón para entregárselo todo a Dios como hizo la Virgen y para que Dios, a través del Espíritu Santo, derrame sobre nosotros la fuerza de sus dones y de su gracia. Una vela para recordar que estamos en este mundo para amar.
El segundo domingo podemos encender la vela recordando a los coros celestiales y proclamar la paz. La paz en el corazón. La paz en los gestos cotidianos. La paz en la mirada. La paz que rompe rencores y resentimientos. La paz que Dios nos deja y nos da. La paz que aplaca la desazón. La paz que nos abre a la esperanza. Esta vela de la paz es para llenar nuestro corazón de serenidad y para llevar paz allí donde los otros corazones estén llenos de dolor y turbación.
En el tercer domingo tal vez podemos encender la vela de la alegría cristiana. Esa misma alegría que sintieron los humildes pastores de Belén tras el anuncio del ángel. La vela que nos recuerda las palabras del Señor de estar alegres en la tribulación porque nuestra tristeza acabará convirtiéndose en alegría y en gozo. La Navidad es la fiesta de la alegría, la alegría de la venida de Cristo al mundo y a nuestro propio corazón.
En el cuarto domingo, antes del día de la Navidad, la vela que encendemos puede ser  la de la esperanza. Nuestro corazón anhela que Cristo nazca, que nuestro Salvador se encuentre ya en el portal de Belén. Este humilde establo es nuestro propio corazón. Y allí, pacientemente, reposará el Niño Dios. Y para ello hay que prepararse bien porque todos ponemos en Dios nuestra esperanza.
El día de Navidad me gusta encender una quinta vela colocada en el centro de la corona para recordar que Cristo es la Luz del mundo, la que ilumina mi hogar y da luz a cada uno de los miembros de la familia. Cristo ya ha llegado en este día a nuestro corazón. Ahora sólo le tengo que dejarle entrar.
¡Te doy gracias mi Dios y Señor porque esta espera ha valido la pena!

¡Señor, quiero ser luz en este tiempo de Adviento! ¡Señor, ayúdame a ser luz de confianza para acercarme más a ti que eres el amigo que nunca falla y acercarme más a los demás para no fallarles nunca!¡Ayúdame a ser luz para buscarte con el corazón y llegar también a los demás!¡Ayúdame a ser luz de alegría para contagiar al prójimo la alegría de la Navidad para que todos puedan seguir soportando sus problemas y sufrimientos con alegría! ¡Ayúdame a ser luz de amistad para que siempre alguien se pueda arrimar a mi y caminar conmigo! ¡Ayúdame a ser luz de Buena Nueva para darle  a Tu Palabra el auténtico sentido y convertir mis pequeñas acciones en un testimonio de tu Evangelio! ¡Ayúdame a ser luz de perdón para abrir mi corazón a la reconciliación y la entrega! ¡Ayúdame a ser luz de la fe para testimoniarte siempre! ¡Ayúdame a ser luz de fidelidad para recoger con mis pequeñas manos los frutos abundantes de tu amor y misericordia! ¡Ayúdame a ser luz de amor para no olvidar nunca el mandamiento primero que nos dejaste! ¡Ayúdame a ser luz de compromiso para no fallarte nunca a Ti ni a los demás! ¡Ayúdame a ser luz de oración para no perder el tiempo en cosas inútiles y hacer de mi vida un pequeño sagrario de oración porque el que no ora no sabe de amor! ¡Ayúdame a ser luz del Espíritu Santo para que Tu Espíritu, Señor, ilumine siempre mi vida y pueda irradiar también a los demás y sus dones me fortalezcan, me purifique, me renueven y me transformen!
Oración para el encendido de la primera vela de la corona de adviento: «Encendemos, Señor, esta luz, como aquél que enciende su lámpara para salir, en la noche, al encuentro del amigo que ya viene. En esta primera semana del Adviento queremos levantarnos para esperarte preparados, para recibirte con alegría. Muchas sombras nos envuelven. Muchos halagos nos adormecen. Queremos estar despiertos y vigilantes, porque tú nos traes la luz más clara, la paz más profunda y la alegría más verdadera. ¡Ven, Señor Jesús. Ven, Señor Jesús!»
Hoy se enciende una llama, cantamos en este día de Adviento:

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