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domingo, 6 de noviembre de 2016

Gracias, María, porque a tu lado nada temo

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Primer sábado de noviembre, el mes que pone fin al Año de la Misericordia convocado por el Santo Padre, con María en nuestro corazón. María, Madre del Amor misericordioso, que no nos ama porque seamos hombres y mujeres cándidos y buenos, generosos y serviciales, sino, simplemente, porque somos sus hijos; porque es una Mujer que acoge, que tiene un corazón cuyos latidos están guiados por la luz del Espíritu Santo y que puede considerarse el corazón femenino de Dios.

Hoy, en este comienzo de mes quiero agradecerle a María este amor maternal de Madre. Ese amor incondicional de alguien que se entrega al hombre creado por Dios para entregarnos la plenitud divina que Cristo, su Hijo, le ha otorgado. Y que lo hace porque nos lo regala al carecer nosotros de esa plenitud a causa de nuestro pecado. Que extiende sus manos para entregarnos la acción de la gracia divina con el fin de formar en nuestra vida la imagen de Jesús.
María es la viva imagen de la ternura del amor de Dios. Porque es la Madre de Cristo, la Madre de Dios, y Dios es amor. Por eso su amor es un amor que perdona, que alienta, que anima, que redime, que conforta, que alegra, que fortalece, que protege, que estimula, que acoge, que empuja, que cristifica, que consuela, que diviniza, que impulsa hacia lo alto….
En este día me siento alegre y confortado. Tengo a María, «mi Madre», que me ama con amor materno. Por eso me acojo a este amor maternal y exclamo a quien quiera escucharme: «¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo!».

¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo! ¡Gracias por ser mi Madre! ¡Gracias, María, porque me enseñas el valor de la libertad Tú que fuiste la más libre entre todas las mujeres! ¡Gracias, María, por ayudarme a no caer en tentación Tú que eres una mujer que no está atada al pecado! ¡Gracias, María, por mostrarme el camino de la dignidad Tú que te alejaste siempre de la vulgaridad y la simpleza! ¡Gracias, María, porque me enseñas el valor de la decencia y la modestia Tú que te alejaste siempre de la mediocridad! ¡Gracias, María, porque estás llena de gracia y me enseñas el camino para vivir en gracia! ¡Gracias, María, por enseñarme a aceptar con el corazón la esclavitud que libera que es estar unido al Padre! ¡Gracias, María, porque me enseñas con tu «Sí» a alejarme de la comodidad de la vida y aceptar las cosas según la voluntad de Dios! ¡Gracias, María, porque me enseñas lo que es subir al monte Calvario y postrarme a los pies de la Cruz! ¡Gracias, María, porque tu valor y tu entrega me hacen no temer ante las dificultades! ¡Gracias, María, por tus palabras tiernas, tus gestos delicados, tu mirada amorosa que se pone frente al trono de Dios y derriba a los soberbios! ¡Gracias, María, por tu humildad y sencillez que demuestra que el camino de la vida es apreciar las pequeñas cosas de la vida y entregarse con amor! ¡Gracias, María, porque me haces comprender el valor único de la vida y el sentido real de la maternidad! ¡Gracias, María, por tu alegría contagiosa que borra toda tristeza de mi rostro cuando las penurias y las dificultades llegan a mi vida! ¡Gracias, María, porque me enseñas a rechazar los honores mundanos y recoger sólo la alegría del corazón! ¡Gracias, María, porque extiendes tus manos para elevar mis súplicas a Dios! ¡Gracias, María, por ser corredentora del género humano! Por todo esto y mucho más, ¡Gracias, María, porque a tu lado nada temo!
De la mano del maestro Francisco Guerrero saludamos a María con esta Salve:

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