El encuentro con personas de otras culturas y otras razas es un aprendizaje para el hombre; a mi, personalmente, me ayuda mucho a comprender lo que anida en el corazón de las personas, en las gentes de otras culturas y de otras religiones que ven las cosas con miradas diferentes a las mías.
Un sentimiento profundo llena hoy mi corazón por la experiencia vivida en la jornada de ayer, en el encuentro con hombres y mujeres de una empresa africana con la que estoy colaborando. La mayoría de ellos jóvenes profesionales, bien preparados, con rostros alegres, decididos a colaborar y aprender, predispuestos a echar siempre una mano, fieles musulmanes… pero con una mentalidad muy diferente a la mía.
Por la noche, en el examen de conciencia, doy gracias a Dios por las innumerables gracias que me ha concedido, por la fe cristiana, por la educación que he recibido, por los dones que me ha dado… Pero sobre todo porque me ha permitido nacer en la familia en la que nací, porque he podido crear mi propia familia, con mis ideales y mis principios, porque tengo una parroquia que me acoge, un ambiente que tiene una fe inquebrantable pero... pero podría haber nacido en un ambiente sin ideales, en un lugar donde la fe brillara por su ausencia, con una infancia sin padres o con muchas dificultades, o vivir hundido en la desesperación, o haber caído en el vicio de las drogas, el sexo o el alcohol, o haberme convertido en un hombre sin esperanza, corrompido por la desgracia de la rebeldía...
Pero no. No ha sido así porque Dios así lo ha querido, y esto es motivo de dar gracias... no tengo derecho a quejarme por muchas dificultades que jalonen mi vida. Nunca. Y como quiero ser un apóstol de la dicha cristiana Dios me exigirá. Me exigirá mucho. Y me rendirá cuentas. Y el día que tenga que postrarme ante su presencia, me dirá con el corazón misericordioso: «Tú, hijo mío, amado, has sido un alma privilegiada: ¿qué has hecho en este mundo por mí y por los demás? ¿Cuánto has amado?»
¿Qué le podré responder al Padre que tan generosamente me ha dado los instrumentos para hacer el bien?
¡Señor, soy consciente de que pese a los problemas y los sufrimientos que embargan mi vida —y que tú perfectamente conoces— soy un alma privilegiada porque tú me amas con un corazón misericordioso y soy consciente de ello! ¡Te pido, Señor, que me ayudes a ser sembrador que ponga semillas de fe, de amor y esperanza en las almas de las personas que me rodean! ¡Señor, te pido que me ayudes a ser un trabajador fecundo que pueda labrar en aquellos campos que tú has fecundado con tu presencia! ¡Señor, ayúdame a ser un apóstol de la misericordia y ser ejemplo vivo con mi testimonio cristiano! ¡Para eso, Señor, envía tu Espíritu con el fin de que transforme por completo mi corazón y mi vida! ¡Señor, tú conoces mis padecimientos, mis debilidades y mis temores pero también sabes de mi dicha cristiana por eso te pido que me ayudes a enjuagar todas aquellas lágrimas de los que sufren a mi lado! ¡Señor, envía tu Espíritu para que me de fuerza y valor cada día; basta un soplo imperceptible, una palabra, un gesto para enderezar esta planta torcida! ¡Señor, ayúdame a no tener miedo al sufrimiento, a que la cobardía no invada mi vida y en los momentos de dificultad sepa vivir siempre en la confianza en ti! ¡Pero sobre todo, Señor, te doy gracias por las muestras de tu amor, por todo lo que me has dado, por lo que me das, y por lo que me darás que es fruto de tu infinito amor y tu misericordia! ¡Gracias, Señor, por la vida, por la salud, por la educación, por la fe, por la esperanza, por mi familia, por mis amigos, por mi trabajo, por mis virtudes, por mis capacidades, por los problemas que me hacen crecer en ti y contigo, por esas lágrimas derramadas, por las veces que he caído, por mis experiencias de vida, por las veces que tenía sed y la has saciado!
Tu me has seducido, Señor, cantamos hoy con la hermana Glenda:
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