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martes, 15 de noviembre de 2016

Un alma privilegiada

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El encuentro con personas de otras culturas y otras razas es un aprendizaje para el hombre; a mi, personalmente, me ayuda mucho a comprender lo que anida en el corazón de las personas, en las gentes de otras culturas y de otras religiones que ven las cosas con miradas diferentes a las mías.
Un sentimiento profundo llena hoy mi corazón por la experiencia vivida en la jornada de ayer, en el encuentro con hombres y mujeres de una empresa africana con la que estoy colaborando. La mayoría de ellos jóvenes profesionales, bien preparados, con rostros alegres, decididos a colaborar y aprender, predispuestos a echar siempre una mano, fieles musulmanes… pero con una mentalidad muy diferente a la mía.
Por la noche, en el examen de conciencia, doy gracias a Dios por las innumerables gracias que me ha concedido, por la fe cristiana, por la educación que he recibido, por los dones que me ha dado… Pero sobre todo porque me ha permitido nacer en la familia en la que nací, porque he podido crear mi propia familia, con mis ideales y mis principios, porque tengo una parroquia que me acoge, un ambiente que tiene una fe inquebrantable pero... pero podría haber nacido en un ambiente sin ideales, en un lugar donde la fe brillara por su ausencia, con una infancia sin padres o con muchas dificultades, o vivir hundido en la desesperación, o haber caído en el vicio de las drogas, el sexo o el alcohol, o haberme convertido en un hombre sin esperanza, corrompido por la desgracia de la rebeldía...
Pero no. No ha sido así porque Dios así lo ha querido, y esto es motivo de dar gracias... no tengo derecho a quejarme por muchas dificultades que jalonen mi vida. Nunca. Y como quiero ser un apóstol de la dicha cristiana Dios me exigirá. Me exigirá mucho. Y me rendirá cuentas. Y el día que tenga que postrarme ante su presencia, me dirá con el corazón misericordioso: «Tú, hijo mío, amado, has sido un alma privilegiada: ¿qué has hecho en este mundo por mí y por los demás? ¿Cuánto has amado?»
¿Qué le podré responder al Padre que tan generosamente me ha dado los instrumentos para hacer el bien?

¡Señor, soy consciente de que pese a los problemas y los sufrimientos que embargan mi vida —y que tú perfectamente conoces— soy un alma privilegiada porque tú me amas con un corazón misericordioso y soy consciente de ello! ¡Te pido, Señor, que me ayudes a ser sembrador que ponga semillas de fe, de amor y esperanza en las almas de las personas que me rodean! ¡Señor, te pido que me ayudes a ser un trabajador fecundo que pueda labrar en aquellos campos que tú has fecundado con tu presencia! ¡Señor, ayúdame a ser un apóstol de la misericordia y ser ejemplo vivo con mi testimonio cristiano! ¡Para eso, Señor, envía tu Espíritu con el fin de que transforme por completo mi corazón y mi vida! ¡Señor, tú conoces mis padecimientos, mis debilidades y mis temores pero también sabes de mi dicha cristiana por eso te pido que me ayudes a enjuagar todas aquellas lágrimas de los que sufren a mi lado! ¡Señor, envía tu Espíritu para que me de fuerza y valor cada día; basta un soplo imperceptible, una palabra, un gesto para enderezar esta planta torcida! ¡Señor, ayúdame a no tener miedo al sufrimiento, a que la cobardía no invada mi vida y en los momentos de dificultad sepa vivir siempre en la confianza en ti! ¡Pero sobre todo, Señor, te doy gracias por las muestras de tu amor, por todo lo que me has dado, por lo que me das, y por lo que me darás que es fruto de tu infinito amor y tu misericordia! ¡Gracias, Señor, por la vida, por la salud, por la educación, por la fe, por la esperanza, por mi familia, por mis amigos, por mi trabajo, por mis virtudes, por mis capacidades, por los problemas que me hacen crecer en ti y contigo, por esas lágrimas derramadas, por las veces que he caído, por mis experiencias de vida, por las veces que tenía sed y la has saciado!
Tu me has seducido, Señor, cantamos hoy con la hermana Glenda:

lunes, 3 de octubre de 2016

Yo confieso que…

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Misa dominical ayer. Rezo con atención el «Yo confieso» en el que todos pedimos perdón «porque he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Me quedo toda la ceremonia profundamente conmovido. Como en un trailer de una película pasan frente a mis ojos a toda velocidad todos mis pecados, y aunque ya he realizado varias veces una confesión general, me doy cuenta de mi miseria, de mi pequeñez y de mi insignificancia pero al mismo tiempo de la grandeza y profundidad de la gracia de Dios que siempre perdona. Tristemente he pecado mucho de «pensamiento, palabra, obra y omisión» por mi egoísmo, mi soberbia, mi orgullo, mi vanidad... pero allí está la infinita ternura de la misericordia de Dios que acoge a sus hijos pecadores.

He pecado mucho de «pensamiento, palabra, obra y omisión» y aunque me había propuesto no volver a pecar y caer en la misma piedra vuelvo a las andanzas pocos minutos después de ponerme gozoso de rodillas para rezar la oración que en el confesionario el sacerdote me ha impuesto como penitencia: Esa discusión, esa palabra hiriente, ese gesto torcido, esa falta de caridad, esa omisión voluntaria, ese pensamiento inadecuado, esa cosa a medio hacer... El ser humano es muy reincidente en su pecado, siempre convencido de que limpio por la gracia la tentación no te vencerá y que ganarás al mal. Y caes, y vuelves a caer, abonado al convencimiento de que tu sólo —con tus fuerzas— puedes sostenerte. Y te das cuenta de lo pequeño que eres, lo frágiles que son tus propósitos, lo débil que es tu oración, lo delicado que es tu camino a la santidad y lo mucho que te cuesta amar a Dios. La vida cristiana exige esfuerzo continuado. Y mucha oración auténtica.
«He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Y lo hago porque mi corazón se cierra al Amor, se relame en gustarse a si mismo, se gusta en su orgullo y se convierte en una especie de cubo de basura que recoge todo lo negativo de mi. Y me da pena. De mi mismo y del Señor porque cada pecado mío es un latigazo más, una espina en su corona, una llaga en su cuerpo lacerado, un dolor insufrible en el madero santo.
«He pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión». Señor, perdón porque no mereces tanto dolor por mi pecado. Pero miras la Cruz y sientes el abrazo amoroso de Cristo que todo lo perdona. Y te comprometes, renovado, a cambiar interiormente para no volver a pecar. ¡Señor pequé, ten piedad y misericordia de mi!
¡Señor pequé, ten piedad y misericordia de mi! ¡Mi sacrificio, Señor, es mi corazón arrepentido! ¡Crea en mí, Señor, un corazón puro! ¡Ten piedad de mí, Señor, y por tu bondad y por tu gran compasión borra mi culpa y purifícame del pecado, de mis faltas y de mis errores! ¡Yo reconozco mi culpa, Señor, tengo siempre presente mi pecado; contra ti pequé haciendo lo que es malo a tus ojos! ¡Señor, Tú amas el corazón sincero y me enseñas la verdad en mi interior; por eso te pido que me purifiques para quedar limpio! ¡Señor, crea en mí un corazón puro y renueva la fuerza de mi alma; no me alejes, Señor, de tu presencia, ni retires de mí tu Santo Espíritu! ¡Concédeme, Señor, la alegría del perdón! Y por ello hago ante ti este Acto de Contrición: «Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Creador, Padre y Redentor mío; por ser vos quien sois, bondad infinita, y porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón haberos ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del infierno. Ayudado de vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta. Amén».

Escuchamos hoy esta canción francesa de Maurice Cocagnac, L'enfant prodigue:

domingo, 25 de septiembre de 2016

En compañía de san José

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Último fin de semana de septiembre con la Sagrada Familia en nuestro corazón. Cada vez que medito la figura de San José, al que tengo gran estima y devoción, me sorprende su actitud en el amor, una actitud de negación total, un amor repleto de renuncias pero repleto de los valores supremos del amor humano. Porque a San José le sobrepasaba el destino dispuesto por Dios a la Virgen. Sin embargo, él fue el compañero generoso, fiel, comprensivo, fuerte, amoroso, honrado, entregado, sacrificado, profundamente amante, valedor de la gloria de Dios… A José todo le vino por la Virgen María y en María encontró a la mujer perfecta, el camino para llevarle a Dios en la plenitud de la pureza. Dios puso en manos de San José la custodia de Jesús y de María, a la Iglesia misma, del que convirtió en patrono supremo. A San José se le exigió humildad, sumisión a la voluntad de Dios, una fe ciega difícil de aceptar, una entrega absoluta y total. Tuvo la recompensa de que Cristo —al que formó humanamente— le llamó «papá» y María «esposo mío» y los tres juntos recorrieron con amor y armonía los caminos de su vida.
José, esposo de María, padre adoptivo de Jesús, te doy también a ti el corazón y el alma mía.

Acompaño a esta meditación la oración que cada día rezo a san José: Concédenos tu protección paternal, te lo suplicamos por el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María.

Oh, tú, cuyo poder se extiende a todas nuestras necesidades y sabes hacer posibles las cosas más imposibles, abre tus ojos de padre sobre las necesidades de tus hijos.
En la angustia y la pena que nos oprimen,recurrimos a ti confianza.
Dígnate tomar bajo tu caritativa dirección este importante y difícil asunto, causa de nuestra inquietud (mencionar la necesidad).
Haz que su feliz desenlace redunde en la gloria de Dios y para el bien de sus devotos servidores.
Oh tú, que nunca has sido invocado en vano, amable San José, tú que eres tan influyente ante Dios que de ti se ha podido decir: “En el Cielo, san José más que implorar, manda”, tierno padre, ruega a Jesús por nosotros, ora a María por nosotros.
Sé nuestro abogado ante ese divino Hijo de quien has sido el padre adoptivo aquí en la Tierra, tan atento, tan amante y su fiel protector.
Sé nuestro abogado ante María, de quien has sido esposo tan amante y tan tiernamente amado.
Agrega a todas tus glorias la de ganar la difícil causa que te confiamos.
Nosotros creemos sí, nosotros creemos que puedes cumplir nuestros deseos, liberándonos de las penas que nos agobian y de las amarguras que impregnan nuestra alma.
Tenemos, además, la firme certeza de que no escatimarás nada a favor de los afligidos que te imploran.
Humildemente postrados a tus pies, buen San José, te conjuramos, ten piedad de nuestros gemidos y de nuestras lágrimas.
Cúbrenos con el manto de tus misericordias y bendícenos. Amén.


Y como no podía ser menos acompañamos hoy esta oración con un hermoso cántico a san José:

viernes, 29 de julio de 2016

Una sola cosa es necesaria

Ayer, durante un viaje, fui hospitalitariamente acogido en la casa de unos socios comerciales en un país de Asia Central. Todo fueron agasajos, incluso me ofrecieron un perfume para lavarme las manos. Me recordó el pasaje del Evangelio. El trato gentil y amable al invitado que llega, al peregrino que se acerca buscando cobijo. Antes de la comida los anfitriones, musulmanes, rezan una oración. Yo también abro las manos y ofrezco mi plegaria para que Dios les bendiga a ellos y los alimentos que vamos a recibir. Una de las hijas del matrimonio se queja al padre de que la otra no atiende sus obligaciones.
A Jesús le gustaba hospedarse en casa de sus amigos de Betania, Lázaro, María y Marta. Esta se esmeraba en atenderle con servicial afecto y cariño. Siempre atenta y acogedora. En el momento decisivo, su oración desde el corazón ablandó el corazón de Cristo para moverle a la resurrección de su hermano Lázaro. La oración desde la confianza todo lo puede.
Pero Jesús, siendo su amiga, también la reprende. Sabe que es una mujer servicial pero a veces su trabajo no es perfecto. ¡Cómo me siento identificado con ella! ¡Tantas veces mi servicio es imperfecto, mediocre, hecho de manera rápida, incluso con buena intención pero necesitado de ser reconocido! ¡Cuántas veces necesito que sentir que lo he hecho bien! ¡Cuántas veces ese afán por el aplauso aplaca mi voluntad de ser humilde y sencillo! ¡Cuántas veces pensando que yo lo hago todo y el otro no pega ni golpe! Soy como Marta, amada por el Señor, pero corregido como ella.
Hoy la palabras de Jesús a Marta son un estímulo para mí: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada». Y esa única cosa es sencilla: poner en todo mi corazón en amar a Dios, en servir a Cristo, en entregarme con todo para darme de verdad. Levantarme de mi miseria para hacerme grande en lo pequeño que a la vez es lo más grande: amar.
Y una enseñanza más: mi vida activa no puede tener sentido si no va acompañada de una vida contemplativa para evitar distracciones, que mi corazón y mi mente se dispersen, para perder el sentido de todo, para concentrarme sólo en Dios y con Él y en Él llegar a los demás, servirles de corazón. Una sola cosa es necesaria. ¡Lo tengo claro, Señor: es mi salvación la que debo trabajar!

¡Señor, Tú sabes que me inquieto y me agito por muchas cosas que son intrascendentes pero que ocupan mi corazón! ¡Ayúdame a ponerlas todas en oración y entregártelas cada día para que se haga siempre tu voluntad! ¡Ayúdame a ser un cristiano coherente, ponértelo todo en oración para que seas Tú quien lo lleve todo, lo consigas todo, lo logres todo! ¡En el silencio de tu Presencia, Señor, quiero entregarme por entero a ti! ¡Que mis afanes cotidianos, Señor, no me alejen de lo importante! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que escuche siempre tus susurros, para hacerme dócil a tu Palabra, para que me ayude a tener siempre una actitud contemplativa, para que mi alma esté siempre atenta a los designios de Dios! ¡Ayúdame, Señor, a orar antes de trabajar, a poner todo mi trabajo en tu presencia para que sea siempre honrado, justo, bien hecho, servicial! ¡Ayúdame a marcar prioridades, a saber dejar lo intrascendente, a no buscar excusas para anteponer mis quehaceres a la oración! ¡Señor, sin Ti nada bien puedo hacer! ¡Y a ti, Santa Marta, te pido por tantos Lázaros que hay en nuestras familias y en nuestro entorno social y laboral, para que intercedas ante el Señor y los resucite del pecado y los libre de la muerte eterna con un conversión sincera y vean algún día en su vida al Cristo resucitado!

Lo que agrada Dios: