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Dar. Verbo de profunda intensidad. Es el verbo de la economía del amor. El verbo que te invita a salirte de ti mismo. El verbo que conjuga a las mil maravillas con tantas palabras en los que impera el lenguaje del corazón: entrega, solidaridad, donación, estima, generosidad, felicidad, perdón, acogida…
En los Evangelios existen varios preceptos que sintetizan el espíritu del verbo dar: «Dad y se os dará» o «Gratis lo recibisteis, dadlo gratis».
Ahora, ¿En qué medida soy yo capaz de dar? ¿Soy generoso y magnánimo en la donación de mi tiempo, de mis bienes, de mi corazón, de mi escucha…? ¿Doy porque espero recibir algo a cambio? ¿Doy para que sepan que doy? ¿Doy desde el compromiso o desde el interés? Como siempre en la vida la naturaleza es sabia. Cuando el dar surge desde el corazón retorna la donación con sobreabundancia de dones.
Lo fundamental es saber dar. Setenta veces dar. Mil veces dar. Y no parar de dar…. porque en definitiva cuando das siempre recibes y aunque a veces lo que esperas es puramente material y humano en realidad lo que te proporciona es gracia en abundancia. ¡Y la gracia es la mayor riqueza que te puede enviar Dios!
¡Señor, hazme comprender siempre que en mi dar desde la generosidad y la gratuidad recibiré de ti en abundancia! ¡Concédeme la gracia, Señor, de ser generoso en todo momento y que la generosidad basada en el amor sea el signo de mi vida! ¡Concédeme la gracia, Señor, de ser generoso en el dar y hacerlo con amor, afecto, ternura y alegría! ¡Ayúdame, con la fuerza de tu Santo Espíritu, a poner siempre el corazón en cada gesto, en cada palabra, en cada acción! ¡Hazme comprender, Señor, que compartir no es sólo dar lo material sino que es dar mi tiempo, mi amor, mis atenciones, mis sentimientos! ¡Concédeme la gracia, Señor, de dejar de centrarme en mi mismo y aprender a darme a los demás, no dar lo que me sobra sino darme lo que soy aprovechando las cualidades y los dones que he recibido del Padre! ¡Ayúdame, Señor, con la gracia de tu Santo Espíritu, a estar atento a las necesidades del prójimo, a reconocer lo que falta y lo que necesita, a abrirme siempre a los demás y ser sensible a sus carencias! ¡Que mi entrega, Señor, esté basada en la solidaridad y no anteponga nunca mi propio beneficio! ¡Concédeme la gracia, Señor, de apartar mis comodidades e intereses personales y ponerme siempre al servicio de la comunidad! ¡Me abandono a Ti, Señor, para que me hagas instrumento de tu amor!
La fe es hermoso vivirla también en el silencio contemplativo. En lo oculto, en la mirada personal hacia el encuentro con el Padre. Sin grandes gestos que llamen la atención de los otros. Lo bonito de la fe es que se puede vivir en el silencio de uno mismo, llevado a lo más profundo del corazón. Surgen en las páginas del Evangelio numerosos personajes que nos muestran esa fe callada, silenciosa, firme, auténtica, esperanzada, llena de vida y de alegría pero que a los ojos de los hombres ha pasado completamente desapercibida porque lo pequeño no suele llamar la atención.
Así, puedes ver aquel personaje que los apóstoles llaman antes de la Santa Cena para que les conduzca al Cenáculo. Dio un «sí» a Dios, conduciendo a los seguidores de Cristo al lugar donde se iba a instituir la Eucaristía. Y de su fe callada, nadie habla ahora. Tampoco se hace mención de ese joven personaje, que no sabemos quién es, que llevaba en un cesto los panes y los peces. Cristo quiso hacer con ellos el milagro de la multiplicación para saciar el hambre de tantos hombres y mujeres que necesitan de Dios. Y Cristo los tomó de alguien que ha permanecido anónimo a los ojos de la gente, pero no a los de Dios. Y su fe también fue callada y silenciosa pero a su manera dio un «sí» a Dios entregando lo que poco —o mucho, según se mire— que tenía.
Hay también un grupo de personas, amigos de un paralítico postrado en una camilla que, por amor a él, hacen lo indecible para subirse al tejado de una casa e introducirle en la estancia donde se encuentra Cristo. Su esfuerzo, regado por el valor de la amistad, es parte de una fe callada; convencidos están de que lograrán con ello sanar al amigo con las manos del mismo Dios.
Lo importante es lo que hacemos y por qué lo hacemos. Lo hermoso es el valor que damos a nuestros gestos, cuando más callados y desprendidos, más enraizados en la fe y más sustentados en la entrega generosa, más cerca de Dios están. El único que lee lo oculto de nuestro corazón es Dios y es a Él al que hay que rendir cuentas de nuestra entrega. Así actuó Cristo. Todos sus actos, desde el primer milagro a la última prédica, desde su primer gesto de amor hasta el último muriendo en la Cruz tenían mucho de callado cumplimiento de la voluntad del Padre. Cristo impregnó lo cotidiano de su vida de un amor sencillo pero grande al mismo tiempo. ¿Y yo, doy fecundidad a mi vida cotidiana dispuesto a que los gestos de mi vida estén visibles solo a los ojos de Dios y no al de los hombres? ¿Están mis pequeños gestos cotidianos untados del fruto amoroso de Dios y alejados de todo egoísmo mundano?
¡Señor, te alabo con todo mi ser porque eres la luz que brilla en mi vida y das sentido a todo lo que me ocurre! ¡Aumenta, Señor, mi pequeña fe! ¡Dame, Señor, con la fuerza de tu Espíritu el valor para sobrellevar todas los acontecimientos de mi vida, la valentía para no temer los problemas que se me presenten! ¡Aumenta mi fe, Señor! ¡Ayúdame a seguir tu Palabra con el espíritu que has puesto en mí! ¡Señor, sé que para ti nada es imposible, ayúdame a seguir tu voluntad! ¡Aumenta mi fe para seguir adelante a pesar de los obstáculos, de los problemas, de las circunstancias, de lo que digan los demás y a pesar de mí mismo! ¡Aumenta mi fe para decirte siempre que "Sí", sin temer a nada! ¡Aumenta mi fe para viviendo en el silencio del corazón impregne todos mis actos de bondad y de entrega! ¡Pero sobre todo, Señor, no me sueltes de la mano para que me no desvíe de la senda correcta sino que se haga tu voluntad en mi en cada paso que de! ¡Señor, te suplico desde lo profundo de mi corazón que no permitas que se extinga la hermosa luz de mi fe! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que con su gracia mi fe crezca cada día!
Here I am Lord; I, the Lord of sea and sky, I have heard My people cry. Hermosa canción para sanar el alma y aumentar nuestra fe.
La palabra laico es difícil encontrarla en el Nuevo Testamento. Sencillamente porque no aparece. Tampoco se encuentra en los escritos de los primeros tiempos de la Iglesia. Surge algunos siglos más tarde para referirse a aquellos que no eran sacerdotes. Desde el siglo XIX el término laico se emplea para referirse a todo lo que no es religioso: una persona laica, una prensa laica, un estado laico, una escuela laica...
Pero los cristianos si definimos a los laicos de una manera especial: somos fieles cristianos que incorporados a Cristo por el bautismo integramos el pueblo de Dios. Nuestra misión es ejercer en el mundo y en la iglesia la labor que nos corresponde. Y la Iglesia nos reconoce una enorme dignidad: hijos de Dios, hermanos de Cristo, templos del Espíritu Santo, hombres y mujeres llamados a la santidad. Un laico es un cristiano de los pies a la cabeza, cuya misión es santificar la vida y cumplir la misión que Dios le ha encomendado en el mundo desarrollando cada día de la mejor manera posible las pequeñas cosas ordinarias de su vida.
Somos gente que trabajamos, estudiamos, mantenemos relaciones de amistad, profesionales, sociales, culturales... y que no tenemos miedo a desarrollar nuestra vocación cristiana para intentar transmitir al mundo la presencia de Cristo en nuestra vida.
Estamos en este mundo para santificarnos en la vida profesional, la vida familiar y la vida ordinaria y en todas las actividades de nuestra vida tenemos la ocasión para unirnos a Dios y servir a los hombres.
Es un compromiso y una responsabilidad enorme. La Iglesia ha reconocido la santidad de muchos hombres. Pero yo conozco a muchos santos anónimos que caminan a mi lado porque viven la vida diaria desde la santidad, intentando unirse cada día a Cristo, siguiendo a Cristo, siendo conducidos por el Espíritu; hombres y mujeres corrientes llamados por Dios a dejar de lado la mediocridad para intentar buscar la perfección de su vida aunque sea con pequeños gestos y detalles.
Por eso el cristiano debe ser el más responsable de los hombres; debe poner delante la conciencia y la propia vida.
Hoy me hago esta pregunta: ¿soy un laico modelo? ¿Soy consciente de que formo parte del único pueblo reunido en la Unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y que estoy llamado a ejercer una misión, como Iglesia, de servicio al mundo, a ser testigo del Reino, a comprometerme con el Reino en el mundo en mi situación, a humanizar y cristianizar con mi testimonio y con mi obrar, trabajando por la promoción humana en las distintas esferas de mi vida familiar, laboral, social, política...? ¿Qué hago yo desde el punto de vista cristiano por la sociedad?
¡Señor, quiero tener contigo un encuentro auténtico, profundo, íntimo, porque tú me invitas a la conversión, a dejar atrás el hombre viejo para convertirme en un hombre nuevo! ¡Señor, quiero seguirte aún a sabiendas de mi fragilidad, de mis caídas, de mis debilidades y hacer frente a todas estas caídas buscándote a ti en la palabra, en los sacramentos, en la oración y en cada una de las acciones de mi vida! ¡Seguirte a ti es un proceso que dura toda la vida, dame la fuerza de tu espíritu para no desfallecer nunca, para ser fermento y signo del cristiano! ¡Señor, te pido por todas las familias del mundo para que nos convirtamos en pequeñas iglesias domésticas, a ejemplo de la Sagrada Familia, que crezcamos en un ambiente propicio donde reine el amor, la generosidad, una espiritualidad firme, donde la fe esté arraigada Y donde todos nos sirvamos unos a otros sin esperar nada cambio! ¡Señor, danos la fortaleza para crecer cristianamente, para que los padres de familia estemos empeñados en trasmitir a nuestros hijos los valores cristianos! ¡Que tu Espíritu, Señor, nos ayude a vivir está espiritualidad frente al mundo, por eso te pedimos también formadores de laicos que sean capaces de transmitir la palabra y tus enseñanzas para alimentarnos y vivir nuestra vida cotidiana en unión contigo! ¡Señor, danos también sacerdotes santos que caminen junto a los laicos para crecer en la vida de comunidad! ¡El hecho constitutivo del laico es haber recibido el Sacramento del Bautismo por el cual nos convertimos en hijos de Dios, miembros de la Iglesia, herederos de la vida eterna, ayúdanos a consagrar nuestra vida al servicio tuyo y de la iglesia y que en este seguimiento radical estemos siempre acompañados con la fuerza del Espíritu Santo! ¡Virgen María, se Tú nuestro modelo; que Tu «sí» en la Encarnación y al pie de la cruz sea nuestro ejemplo! ¡San José, padre y esposo fiel, fidelísimo al Señor, conviértete tú en nuestro modelo ejemplar!
De Johann Sebastian Bach (1685-1750) escuchamos hoy su cantata Zerreißet, zersprenget, zertrümmert die Gruft, BWV 20 (Romped, destruid, reducid a escombros la tumba):
La palabra laico es difícil encontrarla en el Nuevo Testamento. Sencillamente porque no aparece. Tampoco se encuentra en los escritos de los primeros tiempos de la Iglesia. Surge algunos siglos más tarde para referirse a aquellos que no eran sacerdotes. Desde el siglo XIX el término laico se emplea para referirse a todo lo que no es religioso: una persona laica, una prensa laica, un estado laico, una escuela laica...
Pero los cristianos si definimos a los laicos de una manera especial: somos fieles cristianos que incorporados a Cristo por el bautismo integramos el pueblo de Dios. Nuestra misión es ejercer en el mundo y en la iglesia la labor que nos corresponde. Y la Iglesia nos reconoce una enorme dignidad: hijos de Dios, hermanos de Cristo, templos del Espíritu Santo, hombres y mujeres llamados a la santidad. Un laico es un cristiano de los pies a la cabeza, cuya misión es santificar la vida y cumplir la misión que Dios le ha encomendado en el mundo desarrollando cada día de la mejor manera posible las pequeñas cosas ordinarias de su vida.
Somos gente que trabajamos, estudiamos, mantenemos relaciones de amistad, profesionales, sociales, culturales... y que no tenemos miedo a desarrollar nuestra vocación cristiana para intentar transmitir al mundo la presencia de Cristo en nuestra vida.
Estamos en este mundo para santificarnos en la vida profesional, la vida familiar y la vida ordinaria y en todas las actividades de nuestra vida tenemos la ocasión para unirnos a Dios y servir a los hombres.
Es un compromiso y una responsabilidad enorme. La Iglesia ha reconocido la santidad de muchos hombres. Pero yo conozco a muchos santos anónimos que caminan a mi lado porque viven la vida diaria desde la santidad, intentando unirse cada día a Cristo, siguiendo a Cristo, siendo conducidos por el Espíritu; hombres y mujeres corrientes llamados por Dios a dejar de lado la mediocridad para intentar buscar la perfección de su vida aunque sea con pequeños gestos y detalles.
Por eso el cristiano debe ser el más responsable de los hombres; debe poner delante la conciencia y la propia vida.
Hoy me hago esta pregunta: ¿soy un laico modelo? ¿Soy consciente de que formo parte del único pueblo reunido en la Unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y que estoy llamado a ejercer una misión, como Iglesia, de servicio al mundo, a ser testigo del Reino, a comprometerme con el Reino en el mundo en mi situación, a humanizar y cristianizar con mi testimonio y con mi obrar, trabajando por la promoción humana en las distintas esferas de mi vida familiar, laboral, social, política...? ¿Qué hago yo desde el punto de vista cristiano por la sociedad?
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¡Señor, quiero tener contigo un encuentro auténtico, profundo, íntimo, porque tú me invitas a la conversión, a dejar atrás el hombre viejo para convertirme en un hombre nuevo! ¡Señor, quiero seguirte aún a sabiendas de mi fragilidad, de mis caídas, de mis debilidades y hacer frente a todas estas caídas buscándote a ti en la palabra, en los sacramentos, en la oración y en cada una de las acciones de mi vida! ¡Seguirte a ti es un proceso que dura toda la vida, dame la fuerza de tu espíritu para no desfallecer nunca, para ser fermento y signo del cristiano! ¡Señor, te pido por todas las familias del mundo para que nos convirtamos en pequeñas iglesias domésticas, a ejemplo de la Sagrada Familia, que crezcamos en un ambiente propicio donde reine el amor, la generosidad, una espiritualidad firme, donde la fe esté arraigada Y donde todos nos sirvamos unos a otros sin esperar nada cambio! ¡Señor, danos la fortaleza para crecer cristianamente, para que los padres de familia estemos empeñados en trasmitir a nuestros hijos los valores cristianos! ¡Que tu Espíritu, Señor, nos ayude a vivir está espiritualidad frente al mundo, por eso te pedimos también formadores de laicos que sean capaces de transmitir la palabra y tus enseñanzas para alimentarnos y vivir nuestra vida cotidiana en unión contigo! ¡Señor, danos también sacerdotes santos que caminen junto a los laicos para crecer en la vida de comunidad! ¡El hecho constitutivo del laico es haber recibido el Sacramento del Bautismo por el cual nos convertimos en hijos de Dios, miembros de la Iglesia, herederos de la vida eterna, ayúdanos a consagrar nuestra vida al servicio tuyo y de la iglesia y que en este seguimiento radical estemos siempre acompañados con la fuerza del Espíritu Santo! ¡Virgen María, se Tú nuestro modelo; que Tu «sí» en la Encarnación y al pie de la cruz sea nuestro ejemplo! ¡San José, padre y esposo fiel, fidelísimo al Señor, conviértete tú en nuestro modelo ejemplar!
De Johann Sebastian Bach (1685-1750) escuchamos hoy su cantata Zerreißet, zersprenget, zertrümmert die Gruft, BWV 20 (Romped, destruid, reducid a escombros la tumba):
Último fin de semana de septiembre con la Sagrada Familia en nuestro corazón. Cada vez que medito la figura de San José, al que tengo gran estima y devoción, me sorprende su actitud en el amor, una actitud de negación total, un amor repleto de renuncias pero repleto de los valores supremos del amor humano. Porque a San José le sobrepasaba el destino dispuesto por Dios a la Virgen. Sin embargo, él fue el compañero generoso, fiel, comprensivo, fuerte, amoroso, honrado, entregado, sacrificado, profundamente amante, valedor de la gloria de Dios… A José todo le vino por la Virgen María y en María encontró a la mujer perfecta, el camino para llevarle a Dios en la plenitud de la pureza. Dios puso en manos de San José la custodia de Jesús y de María, a la Iglesia misma, del que convirtió en patrono supremo. A San José se le exigió humildad, sumisión a la voluntad de Dios, una fe ciega difícil de aceptar, una entrega absoluta y total. Tuvo la recompensa de que Cristo —al que formó humanamente— le llamó «papá» y María «esposo mío» y los tres juntos recorrieron con amor y armonía los caminos de su vida.
José, esposo de María, padre adoptivo de Jesús, te doy también a ti el corazón y el alma mía.
Acompaño a esta meditación la oración que cada día rezo a san José: Concédenos tu protección paternal, te lo suplicamos por el Sagrado Corazón de Jesús y el Corazón Inmaculado de María.
Oh, tú, cuyo poder se extiende a todas nuestras necesidades y sabes hacer posibles las cosas más imposibles, abre tus ojos de padre sobre las necesidades de tus hijos.
En la angustia y la pena que nos oprimen,recurrimos a ti confianza.
Dígnate tomar bajo tu caritativa dirección este importante y difícil asunto, causa de nuestra inquietud (mencionar la necesidad).
Haz que su feliz desenlace redunde en la gloria de Dios y para el bien de sus devotos servidores.
Oh tú, que nunca has sido invocado en vano, amable San José, tú que eres tan influyente ante Dios que de ti se ha podido decir: “En el Cielo, san José más que implorar, manda”, tierno padre, ruega a Jesús por nosotros, ora a María por nosotros.
Sé nuestro abogado ante ese divino Hijo de quien has sido el padre adoptivo aquí en la Tierra, tan atento, tan amante y su fiel protector.
Sé nuestro abogado ante María, de quien has sido esposo tan amante y tan tiernamente amado.
Agrega a todas tus glorias la de ganar la difícil causa que te confiamos.
Nosotros creemos sí, nosotros creemos que puedes cumplir nuestros deseos, liberándonos de las penas que nos agobian y de las amarguras que impregnan nuestra alma.
Tenemos, además, la firme certeza de que no escatimarás nada a favor de los afligidos que te imploran.
Humildemente postrados a tus pies, buen San José, te conjuramos, ten piedad de nuestros gemidos y de nuestras lágrimas.
Cúbrenos con el manto de tus misericordias y bendícenos. Amén.
Y como no podía ser menos acompañamos hoy esta oración con un hermoso cántico a san José: