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martes, 20 de diciembre de 2016

Si dos oran unidos… Dios se lo concederá

Fernando pide oraciones por Xavier, con un tumor cerebral que no remite y que le ha obligado a pasar varias veces por el quirófano. Carlos por Isabel, enferma del alma por la depresión. Ana Cristina por Andrés, su marido, que ha perdido el trabajo y también la esperanza. Cuca por uno de sus hijos que ha caído en el drama de la droga… Y, así, una interminable cadena de peticiones para llevarlas a la oración.
Un fruto sabroso de la caridad en la comunidad cristiana es la oración conjunta del pueblo de Dios. Estas son las palabras de Cristo: «Si dos de vosotros se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». ¡Cómo conmueve y enternece mi corazón esta frase! ¡Es Palabra de Dios!
La oración personal es fundamental. Indispensable. Necesaria. Vitamina para crecer cada día y para esperar la gracia que viene del cielo. Pero Cristo también nos garantiza su presencia viva entre los creyentes -por muy pequeña que sea la comunidad-, si entre nosotros existe una unión perfecta, una caridad sincera y un amor auténtico. Una comunidad de creyentes que ora es el reflejo mismo de ese Dios uno y trino, que representa la comunión perfecta del amor.
«Si dos de vosotros». Bastan dos corazones entregados para crear una comunidad unida en la oración. Dos voces que se entrelazan en la unanimidad para pedir por la esperanza de los vivos. Dos corazones que se enlazan para, en el amor recíproco, elevar sus plegarias al cielo para ser acogidas por las manos amorosas del Padre. Y, en el centro, Cristo mismo.
¿Por qué la oración fraterna en la comunidad llega con más potencia al corazón de Dios? Probablemente porque estando «reunidos en mi nombre» la oración está más purificada, descontaminada de todo egoísmo y desprendida de todo yo. Es Cristo, quien unido al corazón de los miembros de la comunidad, eleva a Dios las súplicas de los fieles -«cualquier cosa»- para que sean escuchadas por el Padre. ¿No es maravilloso, por no decir, extraordinario? ¿No multiplica por mil la esperanza en la eficacia de la oración?
Hay que pedir sin desfallecer. No tener miedo a compartir nuestras peticiones. Pedir que oren por nuestras necesidades y nuestros anhelos. Pedir por las necesidades y los anhelos de los más cercanos. Orar por los demás y con los demás. Orar y pedir en familia. Orar y pedir en la comunidad eclesial. Orar y pedir en los grupos de oración. Orar y pedir en cualquier momento o situación. Orar y pedir que Cristo se haga presente en la oración. Dios lo espera. Jesús lo anhela. El Espíritu Santo lo suscita.
Orar por el ser humano y sus necesidades. ¡Qué gran obra es esta de amor y de misericordia!
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Oración de intercesión de nuestra página:
Padre, te pido bendiciones para esta persona que está en mi corazón, revélale cada día tu amor, tu bondad y tu poder. Te pido que seas la guía para su alma. Acompaña a esta alma buena con tu amor. Si tiene dolor, dale tu paz y tu misericordia. Si tiene dudas, renuévale la confianza. Si tiene cansancio, te pido que le des la fuerza para seguir adelante. Si hay estancamiento espiritual, te pido que le reveles tu cercanía, para un nuevo comienzo en la fe. Si tiene miedo, revélale Tu amor, y trasmítele tu fuerza. Donde haya pecado, bloqueando su vida, permite que busque la reconciliación y dale tu perdón y bendición. Concede a esta persona que tanto quiero tus siete sagrados dones para gustar siempre el bien y gozar de su consuelo y saber distinguir las fuerzas negativas que le puedan afectar, y revela a su corazón el poder que tienen en Ti para superarlo. Tú sabes lo que vive, lo que le preocupa, lo que siente, lo que piensa, lo que anhela, lo que le hace falta y lo que desea. Concede a esta alma toda la fuerza del Espíritu Santo y tenla presente siempre en tu Sagrado Corazón. Amén
Oración de sanación para los enfermos del Padre Tardif:
Jesús. Señor Jesús. Creemos que estás vivo y resucitado. Creemos que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar y en cada uno de nosotros. Te alabamos y te adoramos. Te damos gracias Señor, por venir hasta nosotros como pan vivo bajado del Cielo. Tú eres la plenitud de la vida. Tú eres la resurrección y la vida. Tú eres, Señor la salud de los enfermos. Hoy te queremos presentar a todos los enfermos que están aquí, porque para ti no hay distancia ni en el tiempo ni en el espacio. Tú eres el eterno presente y tu lo conoces. Ahora, Señor, te pedimos que tengas compasión de ellos. Visítalos a través de tu Evangelio proclamado en la Santa Biblia, para que todos reconozcan que tu estás vivo en tu Iglesia de hoy; y que se renueve su fe y su confianza en ti. Te lo suplicamos Jesús. Ten compasión de los que sufren en su cuerpo, de los que sufren en su corazón y de los que sufren en su alma que están orando y viendo los testimonios de lo que Tú estás haciendo por tu Espíritu Renovador en el mundo entero. Ten compasión de ellos, Señor. Desde ahora te pedimos. Bendícelos a todos y haz que muchos vuelvan a encontrar la salud, que su fe crezca y se vayan abriendo a las maravillas de tu amor, para que también ellos sean testigos de tu poder y de tu compasión. Te lo pedimos Jesús, por el poder de tus santas llagas, por tu santa cruz y por tu preciosa sangre. Sánalos Señor. Sánalos en su cuerpo, Sánalos en su corazón, Sánalos en su Alma. Dales vida y vida en abundancia. Te lo pedimos por intersección de María Santísima, tu Madre, la Virgen de los Dolores, la que estaba presente, de pie, cerca de la cruz. La que fue la primera en contemplar tus santas llagas y que nos distes por madre. Tú nos has revelado que ya has tomado sobre ti todas nuestras dolencias y por tu santas llagas hemos sido curados. Hoy, Señor, te presentamos en fe todos los enfermos que nos han pedido oración y te pedimos que los alivies en su enfermedad y que les des la salud. Te pedimos por la gloria del Padre del Cielo, que sanes a los enfermos que van a leer este oración o libro. Haz que crezcan en la fe, en la esperanza, y que reciban la salud para la gloria de tu Nombre. Para que tu Reino siga extendiéndose más y más en los corazones, a través de los signos y prodigios de tu amor. Todo esto te lo pedimos Jesús, porque tú eres Jesús. Tú eres el buen pastor y todos somos ovejas de tu rebaño. Estamos tan seguros de tu amor, que aún antes de conocer el resultado de nuestra oración, en fe te decimos Jesús por lo que tu vas hacer en cada uno de ellos. Gracias por los enfermos que tu estás sanando ahora, que tu estás visitando con tu misericordia. Que lo cubras de tu sangre divina, y que a través de este mensaje tu corazón de buen pastor hable a los corazones de tantos enfermos que van a leerlo. ¡Gloria y alabanza a ti, Señor! Amén
Sáname, Señor, Jesús le cantamos hoy al Señor como complemento a estas oraciones de sanación interior:

lunes, 12 de diciembre de 2016

Imitar los gestos de Cristo

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Cada palabra, cada mirada, cada gesto, cada paso que Cristo realiza transforma las situaciones más nimias y prosaicas dotándolas de una luminosidad que nunca nadie ha conseguido dar a la trivialidad. Jesús tiene la enorme cualidad de convertir lo más sencillo en un evento revestido de una belleza mágica, llena de luz y de esperanza.
Aunque estamos en tiempo de Adviento releo la que para mí es una de las escenas más hermosas, didácticas, desbordantes, a contracorriente y extraordinariamente hermosas de sus enseñanzas. Es ese pasaje crucial de su último día en el que Cristo, arrodillado frente a cada uno de sus discípulos, ceñido con el manto de la humildad, les lava esos pies llenos de polvo; pies endurecidos y cansados por tanto trasiego de un lugar a otro siguiendo al Maestro, maltrechos por el mal estado de los caminos de Tierra Santa, doloridos por la ínfima calidad del calzado que usaban. Pies que agradecen la frescura del agua limpia y el roce suave de una toalla limpia.
Y me doy cuenta que vivo enredado en mil quehaceres cotidianos apagando fuegos por doquier y que, con frecuencia, olvido la necesidad de ceñirme una toalla limpia de entrega, servicio y fraternidad para inclinarme con humilde actitud a lavar los pies de los que me rodean. Incluso algo más profundo: colocarme en el lugar adecuado para discernir claramente quien soy y qué deber tengo para con los demás. No siempre es sencillo y fácil afrontar los avatares diarios saliendo de uno mismo para meterse en la piel del prójimo. Sí, tengo que poner más atención a lo que ocurre a mi alrededor para tratar de encontrar más pies llenos de polvo, endurecidos y cansados,  maltrechos y doloridos como pueden estar los míos.
No siempre es sencillo comprender los porqués de la voluntad de Dios, las razones de sus propósitos y «despropósitos», el sentido y el «sinsentido» de lo que Él tiene ideado para mí. Es necesario estar atento para unirme a Dios íntimamente y comprender que Él es el que nunca falla, que todo lo tiene siempre milimétricamente medido, que ofrece la respuesta adecuada, la palabra precisa para moldear en lo más profundo de mi ser el verbo «confía», que me lleva a tener paz interior, sosiego, serenidad de corazón... a encontrarme conmigo mismo en la mirada del otro.
Los gestos de Jesús debo imitarlos cada día si realmente me considero un discípulo suyo de este tiempo. Él me ha dejado infinitud de enseñanzas para que las ponga en práctica. Se trata de conseguirlo realmente para parecerme solo un poco más a Él, y ser un siervo fiel que aprenda a lavar los pies ajenos con grandes dosis de fraternidad. Pero tengo un problema: con frecuencia la toalla ceñida se me cae del cinto consecuencia de mi yo, de mi egoísmo, de mi falta de caridad, de mi falta de amor y de tantos «peros» que jalonan mi vida.

¡Señor Jesús, postrado de rodillas ante Ti te pido encarecidamente que enseñes a quererte tal y como tú me amas; hazme ver tu rostro en el rostro de las personas con las que vivo y se cruzan en mi camino; muéstrame el camino para ser buena persona y que Tú te conviertas en el centro de mi vida, vida que te entrego y pongo confiadamente en tus manos! ¡Ayúdame, Señor, a aceptar a todos los que me rodean como son y haz que mi corazón abierto tenga con ellos esos gestos de amor, de fraternidad y humildad que tú me pides como testimonio de mi ser cristiano! ¡Señor, Tú lavaste los pies de tus discípulos con un amor y una humildad que sobrecogen y además dijiste que lo hacías para que también lo hagamos unos con otros! ¡Me cuesta hacerlo, Señor, porque es un auténtico ejercicio de humildad, de servicio y de bondad! ¡Señor, Tu me muestras por este gesto a ponerme al servicio del prójimo con con mucho amor y grandes dosis de dulzura y sin distinciones de ninguna clase! ¡Tu me enseñas a ponerme espiritualmente de rodillas ante los demás, principalmente entre quienes más sufren y más necesitan del consuelo y la paz interior! ¡Ven, Espíritu Santo, Espíritu de amor, y dame tu luz para ser consciente de que el amor, para que sea verdadero amor, se tiene que concretar en obras! ¡Quedan pocos días para que nazcas en Belén, en el pesebre de mi corazón, y tengo tanto que aprender de ti! ¡Ayúdame, con la fuerza de tu Espíritu y con la fuerza de tu gracia a ser otro Cristo para los demás!
En este tercer domingo de Adviento, denominado Gaudete, nuestro corazón va palpitando de alegría. Nos acompaña la Virgen, Madre de Cristo, en esta espera gozosa y lo hacen también en nuestro corazón aquellos que amamos o nos han hecho daño. En este domingo, encendemos la vela con esta oración: "Vas a llegar pronto, Señor. Prepáranos nuestro camino porque estás cerca. Que esta luz que encendemos ilumine las tinieblas de nuestro corazón. Que no cese de brillar cada día y caliente nuestra alma. ¡Ven, Señor Jesús, y no tardes! ¡Ven pronto, Señor, a salvarnos y envuélvenos con tu luz, aliéntanos en el amor y irradia en cada uno de nosotros tu paz! Ayúdanos a ser antorcha para que brilles en nosotros y lámpara para comunicar la verdadera alegría. Amén!
Del compositor Félix Mendelsson escuchamos su motete Im Advent. Pertenece a su colección Sechs Sprüche, op. 79:

domingo, 11 de diciembre de 2016

Golpear las puertas de la Misericordia de Dios

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Como cristiano voy caminando en el camino del Adviento con el corazón abierto, tratando de prepararme para purificarme y renovarme con la ilusión de convertirlo en un pequeño pesebre donde pueda nacer Dios hecho Niño.
El Adviento es, entre otras cosas, un camino de conversión del corazón, un camino para abrir la pobreza de nuestra vida al amor redentor de ese Dios que se hace hombre y que posteriormente se entregará en la Cruz por nuestra salvación.
¿Que sería de nuestras vidas si Dios no hubiese nacido en Belén y no hubiésemos sido salvados en el madero santo? ¿Que hubiese sido de nosotros si nuestro Dios, a través de Cristo, no hubiese entregado su vida para rescatar la nuestra?
Recién terminado el Año Jubilar de la Misericordia tengo la oportunidad de ir golpeando las puertas de la misericordia del corazón amoroso de Dios que pronto llegará a mi -nuestra- vida en forma de un Niño pobre y humilde.
Golpear sin miedo las puertas de su Bondad con mis pequeñas mortificaciones, de mi oración, de mi voluntad de cambiar y, sobre todo, con la puerta abierta de mi caridad y mi servicio a los demás.
Cada vez que golpeo las puertas de la Misericordia de Dios me encuentro con ese Dios que ha golpeado primero la pequeña puerta de mi pobre corazón. Con cada llamada escucho como exclama amorosamente: «Estoy a la puerta y llamo; si escuchas mi voz abre la puerta, entraré en tu corazón y cenaré contigo».
Abro así la puerta para dejar salir el pecado, el orgullo, la soberbia, todo aquello negativo que me domina; abro la puerta para que salga del corazón lo mundano y la comodidad de la carne, y permito que entre el Señor.
¡Señor, quiero estar preparado para abrirte cuando me llames! ¡No permitas que mi alma se muestre complaciente! ¡No permitas, Señor, que me crea bueno porque trato de hacer bien las cosas, de rezar, de servir, de entregarme a los demás...! ¡Te pido, Señor, que salgas a mi encuentro, que te hagas el encontradizo, que llames a la puerta de mi corazón con insistencia! ¡No permitas, Señor, que me olvide de que Tú eres mi referente, mi todo, mi luz, mi guía! ¡Envía Tu Espíritu, Señor, para que no me muestre sordo cuando me llamas y dame la sensibilidad para escuchar los susurros del Espíritu! ¡No permitas, Señor, que mi voluntad se imponga a la tuya y que lo mundano me confunda! ¡Envía Tu  Espíritu, Señor, para que me de la inteligencia y la sabiduría para saber discernir en cada acontecimiento el brillante resplandor de tu presencia amorosa! ¡No permitas, Señor, que nada ni nadie me aparte de Ti, que la sonoridad de lo externo y las muchas excusas que pongo ahoguen tu mensaje y tu palabra! ¡Que Tu Palabra sea para mi alimento, que mis ojos no vean más que tu luz, que mi respiración no sea más que para sentirte, que mi alimento sea tu cuerpo y tu sangre! ¡Llama, Señor, a la puerta de mi corazón y, si no respondiera, siéntate en el zaguán hasta que te abra!
Además de golpear la puerta de la Misericordia de Dios es conveniente tener la lámpara encendida para estar a la espera de la llegada del Redentor. Y eso es lo que cantamos hoy:

jueves, 8 de diciembre de 2016

Y yo… ¿cómo puedo vencer al diablo?

orarcon-el-corazon-abiertoLa principal habilidad del demonio es establecer las bases para destruir. Sabe que rompiendo el corazón del hombre, la confianza, las relaciones humanas, la vida de oración y de sacramentos, la fe, la esperanza… acaba destruyendo la familia y las relaciones de amistad que es el lugar donde crece Cristo, en medio del amor. Por eso el diablo ataca a través de los estilos de vida equivocados, del pensamiento individualista, de las ideologías, seduciendo a través de eslóganes falsos y los lemas mentirosos.
Y yo… ¿cómo puedo vencer al diablo? Amando. Amando como lo hace Dios. Ese es el método más eficaz porque el príncipe del mal nunca luchara contra Dios. Consciente de que tiene todas las de perder, prefiere destruir las piezas más débiles creadas por Él. Por eso el hombre es el objetivo del diablo. Debilitando nuestra alma y nuestro corazón nos coloca en una situación de absoluta vulnerabilidad.
Al diablo sólo le puedo vencer con el Amor que conlleva vivir en la humildad, renunciando a mi yo, revistiéndome del amor de Dios y fortaleciéndome con la gracia del Espíritu, dándome a los demás, transformándome en apóstol de la misericordia en total disponibilidad a la voluntad a Dios y en el servicio a los demás. Amar dejándome llenar del amor de Dios, confiando en su amor providente y paternal y siendo obediente a su voluntad.
Pero desde mi pobre humanidad no puedo vencerlo solo. Por eso es tan necesaria la oración y la vida sacramental. Por eso es tan importante acudir a María, la llena de gracia, para vivir en gracia como vivió Ella en total consonancia con el amor a Dios.
¿Y como es ese Amor? Basta con mirar la Cruz, revestida de la mayor disponibilidad a la voluntad del Padre porque no existe amor más grande que el que da su vida por el prójimo. Y en la Cruz Jesús venció al diablo con el Amor.
¡Señor, dame una fe fuerte para confiar siempre en ti, para abandonarme a tu amor y tu misericordia y para ser siempre obediente a tu voluntad! ¡Señor, ayúdame a convertirme cada día para vencer al demonio! ¡Ayúdame a no abandonar nunca la confesión en la que Tú me perdonas, me liberas del pecado, renuevas tu amistad, limpias mi corazón y me confirmas en la vida de gracia! ¡Espíritu Santo, ayúdame a estar siempre vigilante y alerta para no dejarme vencer por las acechanzas, seducciones y tentaciones del demonio! ¡Señor, perdóname! ¡En este tiempo de adviento ayúdame a cambiar desde el corazón, a no rebelarme contra Dios creyéndome un pequeño dios, a discernir siempre entre el bien y el mal! ¡Ayúdame, Espíritu Santo a desenmascarar las mentiras de la tentación! ¡Ayúdame a rezar más para librarme del mal, para liberarme de todos los males! ¡Señor, estás en camino! ¡Conviérteme de verdad!
Del compositor Philippe De Vitry acompañamos la meditación con su motete Vos Qui Admiramini:

El dogma de la Inmaculada Concepción


La Inmaculada Concepción de María es el dogma de fe que declara que, por una gracia especial de Dios, Ella fue preservada de todo pecado desde su concepción.

En el año 2024 se celebrará el 170 aniversario de la Proclamación del Dogma de que María fue concebida sin pecado original, sin mancha. El dogma fue proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, en su bula Ineffabilis Deus.

"...declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de todo mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelado por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles ... "   Pío IX, bula Ineffabilis Deus, 8 de diciembre de (1854)

La Concepción: Es el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres. La concepción es el momento en que comienza la vida humana. María quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir, María es la "llena de gracia" desde su concepción. Cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no se trata de la concepción de Jesús, quien, claro está, también fue concebido sin pecado.

"Dios inefable, (...) habiendo provisto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano que había de derivarse de la culpa de Adán, y habiendo determinado, en el misterio escondido desde todos los siglos, culminar la primera obra de su bondad por
medio de la encarnación del Verbo (...), eligió y señaló desde el principio y antes de todos los siglos a su unigénito Hijo, una Madre, para que, hecho carne de Ella, naciese en la feliz plenitud de los tiempos; y tanto la amó por encima de todas las criaturas, que solamente en Ella se complació con señaladísima benevolencia

Como nos indican las anteriores palabras de Pío IX, la concepción inmaculada de la Virgen María es un maravilloso misterio deAMOR. La Iglesia lo fue descubriendo poco a poco, al andar de los tiempos. Hubieron de transcurrir siglos hasta que fuera definido como dogma de fe.

Dirijamos, pues, nuestra mirada en este tiempo de Adviento a María, que preparó a conciencia el primer y verdadero adviento. Nadie como Ella supo interpretar los signos de los tiempos, sintiendo que el Señor estaba cerca, Ella oró como nadie con el Salmo 24:
"Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza"

Y cuando le fue propuesta la maternidad, nada menos que del mismísimo Hijo de Dios, no quiso decir que no. Su vida fue un "sí "rotundo a los planes de Dios.
  
Siendo Ella, con su sí, quien propició que el Dios lejano se hiciera nuestro, y a partir de la encarnación de su Hijo, Dios tuviera otro título que antes no tenía: Emmanuel", el Dios con nosotros, el Salvador, el que puso su tienda entre nosotros.

Parece que de María tendríamos que explayarnos hasta la última semana de Adviento, pero quién mejor que Ella para abrir y disponer los corazones para que esta Navidad no tenga las características de ser sólo una fiesta más, o mejor la fiesta de las fiestas, donde hay de todo, pero donde se siente muchas veces un vacío, no tanto por las cosas de las que no se pudo disponer para la fiesta y el festejo, sino precisamente por no haber dispuesto el corazón, para hacer ahí el Adviento, la llegada, la recepción y la acogida para el recién nacido.

Navidad será entonces un festejo anticipado de la Pascua del Señor. Sin su encarnación, no hubiera sido posible ni la entrega, ni la redención, ni la cruz; pero tampoco la Resurrección y la vuelta de los hijos de Dios a la casa, al Reino, a los brazos amorosos del buen Padre Dios. La Navidad nos hermanará en torno al Divino Niño, nos hará compadecernos y enternecernos a la vista de quien se convierte en la presencia más cercana del Dios de los Cielos, y de la tierra.

María es un signo anticipado: de limpieza, de belleza, de santidad, de perfección, de plenitud, de vida nueva, de victoria pascual. Es un anticipo del ideal humano, del proyecto que Dios había soñado para el hombre. Un modelo, por lo tanto, para cada persona humana, para cada creyente, para la Iglesia, para la humanidad. Lo que tanto soñamos y deseamos es posible, en María se ha realizado ya.

Alegre aurora. Cuando aparecen las primeras luces del día, cuando amanece o mañanea, admiramos los tonos de color que vencen la oscuridad nocturna, Y nos alegramos. La luz, además de ofrecernos claridad, nos llena de alegría. Así es la Virgen Inmaculada, suave luz que anuncia victoria sobre el pecado y la muerte, señal segura de que se acerca el día, buena noticia para todos los hijos de la noche, causa de nuestra alegría.

Alegría verdadera, porque nos garantiza salvación y victoria. Después de tantos fracasos, después de tantas derrotas, por fin podemos levantar cabeza. El poder de las tinieblas ha sido superado. En la madre aparece un punto de luz primero, como una flor, pero la luz va creciendo hasta el encanto. Es un regalo, no sólo para los ojos, sino para toda el alma.
Pero la aurora es un anuncio solamente, ella no tiene identidad propia, es una adelantada de otra realidad original, que es el sol. La aurora no es el día, sino que lo anuncia, lo prepara. Sus luces y colores no son propios, sino del sol. La aurora es algo relativo, sin el sol nada sería. Así es María conRELACIÓN a Cristo, nuestro día y nuestro sol.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

¿Qué busco? ¿Quién me abre el camino?

Muchas cosas están en mis manos pero necesito algo más


Me pregunto qué es lo que busco yo cuando busco a Dios. Siempre he sido un buscador. He buscado mi camino. El tesoro por el que merece la pena venderlo todo. He mirado en mi alma. He alzado la vista al cielo. Todos buscamos algo. Todos deseamos algo más allá de lo que ya vivimos. Nuestra vida a veces es rutinaria y anhelamos más.

En este Adviento camino buscando a Dios, buscando mi verdad, anhelo más. Pienso en Jesús. Yo quiero ser bueno, manso, pacífico, como lo fue Él. Miro a Juan bautista que abre los corazones de los hombres con sus palabras. Quiero cambiar.

Sé que hay muchas cosas que puedo cambiar: “Puedo decidir cómo paso el tiempo, con quién me relaciono, con quién comparto mi vida, mi dinero, mi cuerpo y mi energía. Puedo seleccionar lo que como, leo y estudio. Puedo establecer cómo voy a reaccionar ante las circunstancias desfavorables de la vida; si voy a considerarlas maldiciones u oportunidades. Puedo elegir las palabras que uso y el tono de voz que empleo para hablar con los demás. Y, por encima de todo, puedo elegir mis pensamientos”

Muchas cosas están en mis manos. Y de ellas dependen muchas cosas más. Pero sé que necesito algo más. Tengo que volverme hacia Dios para cambiar en el fondo. Para vivir más en Dios.

Sé que Jesús amó sin condiciones a los pecadores. No pidió como premisa el cambio del corazón. Jesús amó sin medida. Se mezcló con todos.

El anuncio siempre es menos que Dios mismo. La esperanza de Juan fue superada del todo por Jesús. Pero era necesaria esa voz en el desierto. Para despertar en el alma el deseo. Para animarme a buscar más. Para salir al desierto y mirar al cielo. Para ver la propia vida en su verdad. Para aprender a pedir perdón. Para mirar el corazón y darme cuenta de cuánto necesito a Dios.

Juan me abre el camino. Me ayuda a buscar a Dios. A mirar cuánto necesito cambiar el corazón para estar con Jesús. Me anima a desear que llegue pronto y toque mi vida, cambiándola para siempre.

Te estoy esperando

Una oración para rezar en Adviento

Señor, te estoy esperando…
Con una mezcla de esperanza,
impaciencia, inquietud e ilusión,
pero a la vez teñido de un cierto miedo,
a que todo siga igual,
a que nada cambie en mi vida.
Sigo necesitando encontrarte,
descubrir dónde vives,
en qué lugares te escondes, dónde buscarte
cuando creo perderte.
Pero a la vez sé que Tú me
buscas en todo momento,
que buscas las mil y un maneras
para salir a mi encuentro.
Dame tus ojos para poder verte,
dame oídos de discípulo
para poder escucharte y seguirte.
Dame corazón de niño para seguir
admirándome de tus caminos,
de tus maneras, de tus tiempos,
de tus revelaciones…
Dame un corazón sencillo
para poder albergarte…
Tú elegiste un lugar pobre, retirado,
humilde y oscuro para nacer.
Sé que en este tiempo quieres
nacer en mi corazón.
Yo quiero ser dócil para que vayas
formándome como quieras.

El Señor quiere obrar cada día de mi vida un milagro

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Hay días que las jornadas resultan agotadoras. No solo por el esfuerzo físico sino por el esfuerzo intelectual, emocional, por las dificultades de todo tipo que hay que vencer... No encontramos tiempo para nosotros mismos y nuestro lamento es descorazonador. Nos gustaría encontrar más espacio para disfrutar de lo nuestro pero las obligaciones nos superan.

Leyendo los Evangelios encontramos también como las jornadas del Señor eran extenuantes. Es difícil imaginarse la cantidad de personas que, al concluir el día, habría tenido que tratar, todos buscando algo de Él. Unos para escuchar simplemente sus enseñanzas, otros para aplacar sus miedos, otros para sanar las heridas de su corazón o tratar de curar sus enfermedades. Imagino la tensión también de los apóstoles tratando de poner orden entre tanto gentío. Y su imperiosa necesidad de alejarse de tanto barullo y poder disfrutar de la intimidad con el Señor, que tanta paz debía infundir en sus rudos corazones. Pero son muchas las ocasiones que Cristo les descoloca con sus respuestas. Como el día que se encuentran con aquellos niños o la extraordinaria jornada de la multiplicación de los panes y los peces.
El Evangelio es una escuela de vida. Un Cristo siempre al servicio de los demás; unos apóstoles cumplidores, prudentes, acomodaticios, tantas veces incrédulos, incapaces de comprender lo que estaba transformando sus vidas. En definitiva, siguiendo los patrones mundanos más que la sabiduría divina. Así es tantas veces nuestra vida -mi vida-, buscando la seguridad de lo terreno sin comprender que, tal vez lo que Dios tiene preparado para mi, es radicalmente opuesto al plan que yo me había hecho de mi vida. ¿Y entonces? Entonces... Entonces comprendo que Dios escribe con renglones torcidos y que cada minuto de mi vida me está invitando a seguirle para que deje de lado esa comodidad mediocre que atenaza mi vida, para que me aleje de ese vivir sin exigencias cumpliendo lo mínimo... El Señor quiere obrar cada día de mi vida un milagro tan extraordinario como el de la multiplicación de los panes y los peces. Un milagro para el que tan solo necesitó tres panes y cinco peces. Y con sólo estos pocos bienes sació a miles de personas. El gran milagro radica en que no solo los nutrió físicamente sino que los sació espiritualmente para conmoción de unos apóstoles cansados que hubieran preferido retirarse a descansar con el Maestro.
Contemplo ahora mi vida. Observo cual es mi comportamiento cotidiano, y me pregunto  si mi búsqueda de lo fácil, lo cómodo, lo superficial me alejan de Dios. Me pregunto también si mis intereses egoístas tratan de aminorar la acción de Dios en mi vida. Me cuestiono si las excusas que pongo porque estoy cansado no convierten mi fe en un trozo de esos panes sobrantes que con el paso de los días se van endureciendo y solo sirven para hacer pan rallado. Si es así es que soy alguien incapaz de acoger en mi corazón los dones que Dios me ofrece cada día.

¡Señor, quiero ser autentico como el oro y brillante como las esmeraldas! ¡Quiero que ese brillo natural nazca porque tu vives en mi, Señor! ¡Te pido, Señor, que me ayudes a brillar en mi vida con el brillo de la autenticidad de ser hijo de Dios! ¡Te pido, Espíritu Santo, que fluyas en mi interior para que limpies todo lo malo que haya en mi y transformes por completo mi ser! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a ser siempre auténtico y verdadero tal y como me ha creado Dios! ¡Ayúdame a escoger siempre la vida que Dios ha diseñado para mí y no la que mi pequeño ser trata de organizar a espaldas de Él! ¡Ayúdame a conocerme más y mejor para en la profundidad de mi corazón aceptarme como soy y tratar de mejorar cada día! ¡Dame, Espíritu Santo, la capacidad para construir y edificar en mi interior bases sólidas para alcanzar la santidad! ¡Dame, Espíritu Santo, la fortaleza, serenidad y paciencia para avanzar cada día! ¡Dame, Espíritu de Dios, la inteligencia, la sabiduría y la creatividad para caminar por la senda del bien, del agradecimiento y de la esperanza para descubrirme a mi mismo y dar alegría al Señor! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a aceptar siempre la voluntad de Dios en mi vida!
O Salutaris Hostia es una preciosa antífona de Adviento que nos recuerda: «Oh, ofrenda salvadora que abres la puerta del cielo: nos asedian enemigos peligrosos, danos fuerza y préstanos auxilio». La disfrutamos hoy en nuestro camino hacia el encuentro de Jesús en Belén:

Sin nada que decirle a Jesús

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Hace unos días, durante unas charlas sobre liturgia tuve ocasión de hablar sobre como el Espíritu Santo actúa en nuestra vida. Al terminar una de las charlas, una persona se me acercó y me comentó que habitualmente no encuentra palabras para hablar con el Señor, que no sabe como dirigirse a Él, que se queda siempre en blanco sin nada que decir.

Le digo: lo tienes muy sencillo; abre una página del Evangelio y trata de dirigirte a Jesús como lo haría cualquiera de los personajes que hablaron con Él en los diferentes escenarios donde tuvo lugar su vida pública. Verás como te resulta fácil encontrar alguna palabra. Dile, como le dijo la Virgen al encontrar a Jesús tras tres días perdido en el templo: «¿por qué haces esto conmigo?» O dirígete al Señor como hizo Pedro, el pescador temeroso ante aquellas aguas embravecidas: «Señor, aléjate de mí que soy un miserable pecador». O como el ciego Bartimeo cuando le dijo a Cristo: «haz que vea». O como el centurión, el día que Jesús resucitó a su hija: «Señor, no soy digno que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme», frase icónica de fe que pronunciamos con fervor antes de la Comunión. Son simples ejemplos que ilustran cómo dirigirse humildemente al Señor para que a continuación, bajo el influjo del Espíritu Santo, las palabras vayan surgiendo de nuestro corazón contrito para confiarse al Amigo por excelencia.
Pero si aún así las palabras tampoco salen se puede imitar las actitudes de todos aquellos que se cruzaron con Él por los caminos de Palestina. Hacer como los pobres pastores que se quedaron embelesados contemplando el cuerpo del Niño Jesús en el portal de Belén. O cantarle una canción, como hizo el anciano Simeón cuando lo circuncidó en el templo. O permanecer en silencio, contemplando el Sagrario, a imitación de los doctores de la ley que le escuchaban maravillados. O ponerse de rodillas, turbado por la emoción, como hizo la Magdalena cuando se arrodilló a sus pies y sus lágrimas lo empaparon y el perfume inundó su cuerpo. O permitir que el Buen Pastor nos tome a hombros como ocurrió con la oveja perdida de la parábola. O mirarlo como aquellos niños que se sentaron en sus rodillas y sonrieron viéndole a Él sonreír. O tender la mano para ser curado como el ciego, el leproso, el paralítico, el enfermo... O recostar la cabeza en su pecho con mi hizo San Juan el día de la institución de la Eucaristía. O tomar la Cruz, sin quejarse, como el Cirineo...
¡Qué fácil puede ser dirigirse y hablar con el Señor y qué complicado lo hacemos siempre por esa cerrazón y esas cadenas que cierran nuestro corazón!

¡Señor, desde la fidelidad pero desde la más profunda sencillez y pobreza, con el corazón abierto a Ti, necesito hablar contigo! ¡Necesito, Señor, que me escuches porque son muchas las veces que tengo miedo y no sé cómo expresarlo! ¡Señor, Tú nos dices que no tengamos miedo, que no se turbe nuestro corazón porque Tú estarás con nosotros hasta el final! ¡Me lo creo, Señor, pero aún así a veces me surgen las dudas! ¡Recuérdamelo siempre, Señor, especialmente en aquellos momentos en que el sufrimiento y la dificultad se me hagan más presentes! ¡Señor, ayúdame con la fuerza de tu Espíritu a decir siempre que sí a todo lo que me envías para que la turbación y el desasosiego no hagan mella en mí! ¡Necesito hablar contigo, Señor! ¡Dame, Señor, la luz y la paz interior para balbucear desde la pobreza de mi ser todo lo que me ocurre! ¡Escúchame, Señor, Tú que nunca nos abandonas y nos consuelas! ¡Purifícame, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu y poda todo aquello que encuentres superfluo en mí para que mi diálogo contigo esté impregnado de sencillez y de verdad! ¡Señor, como los personajes del Evangelio ayúdame a aceptar las pruebas, a llevar la cruz, a ser consciente de mi fragilidad…y darte siempre gracias! ¡Señor, ven a mi corazón y desde dentro de él transfórmame para que me sienta más cerca de Ti y mi diálogo contigo sea fluido! ¡Señor, que nunca me falte tu amor! ¡Señor, ten paciencia conmigo y ten misericordia de mis debilidades y miserias! ¡Puríficame, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu y sáname! ¡Aumenta mi fe, mi confianza y mi amor a Ti y, por favor, no me sueltes nunca de esa mano amorosa que  tanta seguridad y esperanza me transmite cada día!
Por tu gloria, cantamos hoy en estilo góspel al Señor:

lunes, 5 de diciembre de 2016

¡Señor, gracias por la Eucaristía!

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«Voy a misa cuando me apetece». «O no voy». «Voy algunos domingos, cuando tengo tiempo y me va bien». Estos argumentos los oigo muy a menudo entre personas de mi entorno.
Pienso hoy pienso en la grandeza de la Misa. De lo cautivador que supone ir cada día a recibir al Señor. No ver solamente lo externo, el adorno mundano, sino el aspecto íntimo y esa espera del Señor en el altar. Ese drama de amor que sucede cada día, victimización por mis faltas. Para mí la Misa es como si cada día fuese el día de Navidad, voy a postrarme delante del altar como si estuviera ante el pesebre, ese lugar revestido de gloria, para encontrarme al Señor y a María, la Madre, en ese memorial que, a la vez, rememora la Cruz y el drama del Calvario.
Me impresiona como el Señor desciende cada día, en miles de altares en todo el mundo, a la tierra junto a la Virgen y todos los ángeles y los santos que pueblan el cielo. Es imposible imaginarse el espectáculo que se debe vivir en torno al altar en ese momento, en esa fusión maravillosa entre la Iglesia del cielo y la iglesia de la tierra.
Sentir como el Señor da su Vida, su Sangre, su Cuerpo, como ocurrió aquel Viernes Santo de hace más de dos mil años. Ese drama ahora se revive bajo la fuerza de la Hostia consagrada y del cáliz con la Sangre del Cordero que el sacerdote eleva en la consagración.
Nadie quiere perderse un clásico entre el Madrid y el Barça, o entre el Manchester City y el United que temporada a temporada son bautizados como el clásico del siglo. Y, sin embargo, nos perdemos el mayor espectáculo del mundo, acontecimiento que tiene lugar en pequeños y grandes altares del mundo entero. La Misa es un encuentro entre uno y Dios. Es en esa intimidad donde uno encuentra la grandeza del misterio.

¡Gracias, Señor, por la Eucaristía que nos has regalado; ayúdame a amarla, valorarla y sentirla interiormente!  ¡Gracias, Señor, porque a través de la Eucaristía sacias nuestra hambre y nuestra sed cada día y nos revistes con tu gracia y con tu amorosa presencia! ¡Gracias, Señor, por este gesto de amor y de entrega en la que nos invitas a sentarnos en torno a Ti en la mesa para crear entre nosotros la mayor comunidad de amor jamás instituida! ¡Gracias, Señor, por ese encuentro personal que tienes en la Eucaristía con cada uno individualmente! ¡Gracias por esta unión personal e íntima para que cada uno pueda darse también contigo! ¡Gracias, Señor, por esta transformación interior que experimento cada vez que te siento en mi corazón! ¡Gracias, Señor, por todos los beneficios y bendiciones que recibo de Ti, por este acto de entrega que me une a Ti en caridad y amor! ¡Gracias, Señor, porque me permites abrazarte a Ti como lo hiciste Tu al hombre en la Santa Cena, durante la Pasión y en el monte Calvario! ¡Gracias, Señor, porque te ofreces en este sacrificio eucarístico que limpia todas mis imperfecciones! ¡Gracias,  Señor, porque me haces comprender que Tu sacrificio es mi sacrificio! ¡Gracias, Señor, por todo lo que me das incluso aquello que me hace sufrir ante tanta dificultad, penuria y dolor!
Oración para encender hoy la segunda vela de Adviento:
Los profetas mantenían encendida la esperanza de Israel. Nosotros, como un símbolo, encendemos esta segunda vela. El viejo tronco está rebrotando, florece el desierto… La humanidad entera se estremece porque Dios ha asumido nuestra carne.
Que cada uno de nosotros, Señor, te abra su vida para que brotes, para que florezcas, para que nazcas, y mantengas la esperanza encendida en nuestro corazón.
¡Maranatha, ven, Señor Jesús!
Escuchamos en este segundo domingo de Adviento una de las más bellas antífonas polifónicas compuesta para este tiempo de preparación para el nacimiento de Jesús, titulada O Radix Jesse ("Oh Renuevo del Tronco de Jesé"):

No es sólo una canción, sino una oración sincera a Nuestra Señora


Jesse Demara es el nombre de este cantante que a sorprendido a todos. Primero porque él posee una voz fuerte y sobresaliente, que con certeza te conmoverá. Segundo, porque el video que ha realizado fue justamente un homenaje a la Virgen María, a quien celebraremos los próximos días 8 y 12 de diciembre.

“Madre, no me dejes caer. De tu mano sé que llegaré al otro lado donde me espera tu hijo amado”, dice el coro de la canción.

Un óptimo consejo musical para ti que quieres vivir intensamente esos dos momentos importantes para toda la Iglesia y sentir la dulce presencia de la Madre de Jesús.

“Para hacer comprobar si tu vocación cristiana está bien, es necesario que te preguntes: ¿cómo va mi relación con las dos madres que tengo, la madre Iglesia y la madre María?” – Papa Francisco.

La caridad de María

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Amar al que te ha herido no es sencillo. En el amor al prójimo hay mucho de caridad. El hábito de la caridad que ha infundido Dios en nuestro corazón y en nuestra alma con el único fin de que le amemos es el que nos lleva a amar al otro. El amor auténtico al prójimo es cuando se le ama por amor a Dios porque ese prójimo es alguien creado a su imagen y semejanza y que ha sido redimido por su Hijo con su sangre en la Cruz. ¡Estremece solo de pensarlo!

En este Adviento observo a María y trato de meditar con qué caridad ama María a los hombres. La Virgen puso en práctica la caridad con todos los que se cruzó por el camino. Obviando que el amor caritativo de María nace de su comunión con el corazón de Cristo; obviando la caridad que tuvo con los más necesitados de su aldea, incluso adelantándose a sus reclamos; obviando la caridad servicial que le llevó a viajar embarazada al encuentro de su prima Isabel, episodio en la que llevando a Dios en sus entrañas lleva a Cristo a los demás; obviando el profundo amor que le llevó a implorar a Jesús que realizara su primer milagro en Caná como ejemplo de atención por los pequeños detalles que afectan al prójimo…; obviando que su caridad le llevó a excusar la huída de los apóstoles y rezar con ellos durante la espera de Pentecostés; su mayor prueba de caridad y amor hacia el ser humano fue aceptar ser la Madre del Redentor. Y con ese «Sí» se convirtió en corredentora del género humano.
La caridad de María es silenciosa, generosa, delicada, dulce, amorosa, buscando el bien ajeno, procurando que Jesús entre en la vida del otro. La caridad de María conduce directamente a Jesús. Es la máxima del «Haced lo que Él os diga».
Son numerosas las ocasiones en las que nos orgullecemos de ser caritativos con los demás por el mero hecho de no desearles ningún mal. ¡Esta es, en realidad, una caridad imperfecta! Para una caridad auténtica es imprescindible hacer al prójimo todo el bien que esté en nuestra mano; prestarle todos las ayudas que podamos; ser partícipes de sus sufrimientos y tribulaciones; ser capaces de aliviar sus penas y aflicciones; consolarlos en sus congojas; y sacrificarse por ellos cuando la circunstancia así lo exija. Pero la gran prueba de amor y caridad con el prójimo es hacer el bien al que nos daña y nos detesta. En otras palabras, amar al otro por amor a Dios. Ahora contemplo el interior de mi corazón y… ¿Y?
Y, entonces, vuelvo a María. Allí, a los pies de la Cruz. Ante el cuerpo llagado de su Hijo. En el Gólgota, María es el ejemplo de caridad sincera. Junto a los atroces torturadores de Jesús, con sus espadas y sus manos ensangrentadas con sangre inocente, con los ojos llenos de rabia y su corazón lleno de odio, María calla. Calla y ora por ellos. Implora a Dios por su conversión interior. Calla y ruega el perdón del Padre. Calla y suplica que sobre cada uno se vierta la misericordia divina.
Y vuelvo a mirar el interior de mi corazón…. y ¡Cómo salto a la primera por ese desaire, esa crítica, esa ofensa, ese desdén, ese comentario enrarecido que en realidad no tiene importancia! ¡Cuánto me cuesta perdonar el más liviano de los agravios recibidos! ¿Y soy capaz con estos mimbres de llamarme cristiano?

¡María, Madre de la Caridad, me encomiendo a Ti para que tu caridad maternal me acoja y me ayude a transformar el corazón! ¡Quiero imitar tu corazón repleto de amor y caridad, ese corazón que santificó todas tus palabras, tus pensamientos, tus gestos, tus miradas, tus acciones y tus sentimientos! ¡María, tu me enseñas que el amor auténtico y la verdadera unión con Dios nace de la conformidad con su querer! ¡Te pido, María, que tengas caridad conmigo, enséñame a rezar para que no me quede en lo superficial, en mis oraciones egoístas, sino poner todo mi corazón, todo mi ser, toda mi mente, toda mi voluntad en Dios para luego abrirme a los demás! ¡Ayúdame a ser caritativo siempre, a vivir una caridad bien ordenada, a amar a los demás por amor a Dios, a amar con caridad en la diferencia!¡Que a imitación tuya, María, mi caridad sea disponibilidad auténtica!

Del compositor francés Joseph Bodin de Boismortier escuchamos este bellísimo Motet a la Sainte Vierge de su colección Motets a voix seule, mêlés de Simphonies.¡Te lo dedicamos María!

sábado, 3 de diciembre de 2016

Si piensas que la música espiritual es aburrida tienes que conocer este grupo

Evangelizando a través de la música tropical



Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano – Jeremias 18, 6

¿Cómo nace Alfareros?

Alfareros surge de la inquietud de un grupo de jóvenes de La Romana en República Dominicana quienes al tratar de animar una eucaristía un día del Corpus Christi en 1994, aportaron un concepto nuevo en la evangelización a través de la música, al incorporar en la parte musical guitarra eléctrica, bajo y amplificación.

Luego de haber visto la reacción ante la nueva propuesta, el grupo toma forma e inicia la labor de evangelización a través de la música tropical, mostrando la manera de que esta sea una identidad fresca y auténtica dentro de su medio.

¿Por qué eligieron ese nombre?

Inspirados en Jeremías 18, 6: “Mirad que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano…”.

¿Cómo era la Iglesia joven en sus comienzos y como ven a la Iglesia ahora?

La Iglesia es la misma ayer y hoy, como lo es Jesús; pero si respondemos con referencia a lo que hacemos, que es evangelizar a través de la música, en aquel entonces era un poco mas difícil este aspecto.

El pensar dedicarse a evangelizar por este medio no era tan sencillo: como ejemplo, en nuestros inicios cuando grabamos la primera producción en 1995 se hizo en cassette, no había CD en esa época. Hoy en día la tecnología nos hace mas fácil ese trabajo y darlo a conocer en minutos a todo el mundo.

Para ustedes, ¿cuáles son las cosas lindas y cuáles las cosas mas difíciles de afrontar cuando uno se dedica de lleno a evangelizar?

Son más las cosas lindas que el Señor nos regala en la evangelización, como los amigos que nos quedan de los diferentes viajes, prácticamente tenemos nuevos amigos en cada misión, personas que  se convierten en tu familia, que oran por ti y tú por ellas, haciendo comunión y hermandad.

De las cosas difíciles podemos decir el tiempo lejos de la familia, a veces perdernos un cumpleaños o alguna presentación en el colegio de uno de nuestros hijos.

¿Algo gracioso que les haya pasado en un concierto?

Son muchas anécdotas. Una de ella fue nuestro primer viaje a Paraguay. Fermín llegó tarde al aeropuerto pues vive a hora y media del mismo y tuvo algunas dificultades en ese viaje, había una conexión que se complicó, si perdía ese vuelo no llegaría hasta el día siguiente, ya terminado el concierto.

Pues resultó que el taxista que nos transportaba habló con la línea aérea y realizó el prechequeo de Fermín sin ir al mostrador de la linea aérea y pudieron avisar por radio al avión para que no cerraran la puerta y así Fermín pudo entrar segundos antes de que se venciera el tiempo reglamentario para que el avión despegara, en ese momento vimos actuar a Dios y dimos gracias todos juntos.

¿Cuáles son sus planes de futuro?

Cada cosa que hacemos siempre depende de la voluntad de Dios. Por eso cada día oramos para que su voluntad esté en el camino de nuestros planes, en otras palabras que sus planes sean siempre los nuestros.

¿Cómo nace la canción ¨Qué lindo¨ ?  

Esta canción fue escrita por nuestro director Junior Cabrera. Surge una tarde del año 1999 cuando él se sienta frente al piano con la intención de escribir una canción para la producción “Pa Lante”, que estábamos grabando ese año, y simplemente empieza a dar gracias a Dios y surge en ese momento la frase “ Señor, qué lindo es alabarte”. Pisa los acordes de Fa menor y el resto es historia.

¿Cómo hay que hacer para contactar con ustedes y escuchar su música?

Para contactar con nosotros pueden escribirnos a nuestra pagina web www.alfareros.do y en la misma plataforma pueden descargar toda muestra música en la sección de descargas totalmente gratis y con la misma calidad de nuestros CDs, también están disponibles todos nuestros acordes, así como las partituras completas con todos los instrumentos.

La ternura de Dios

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Me lo cuenta una mujer entrada en años en una cena en la que varias personas comparten sus experiencias de vida y abren su corazón.

Su marido falleció hace años de cáncer de páncreas en un hospital público. Ella pasó los últimos días junto a él, ambos cogidos de la mano. Llevaban 38 años casados. Pocos días antes de ir hacia la casa del Padre su marido —creyente ferviente— le apretó fuerte de la mano y, con la voz entrecortada por la emoción y el dolor, le susurró con las pocas fuerzas que todavía le quedaban: «El Señor ha pensado en mí antes de morir. Pero también ha pensado en ti. Hemos sido mucho felices. Y le doy gracias a Dios. Yo me voy pero un día nos encontraremos en el cielo: ¡fíjate que grande y generoso es el corazón de Cristo!». ¡Qué agradecida la fe de este hombre y que manera tan hermosa de expresar la ternura de Dios en un matrimonio que se ama.

Dios mío, me digo en silencio, ¿te conozco como te conocía este hombre? ¿Conozco tu corazón lleno de amor y de misericordia? ¿Soy consciente de lo mucho que me amas y me quieres? ¿Por qué me cuesta reconocer en ti al amigo, al compañero, al hermano, al hacedor de la paz y el bien?
Hoy sólo puedo hacer una petición muy sencilla y muy simple: hacerme cada día más pequeño para conocer en mi vida la ternura del amor de Dios.

¡Padre bueno, tú eres la ternura infinita, tú eres la máxima manifestación de la bondad y de la misericordia! ¡Dame la gracia para llenarme de tu misericordia y de compadecerme también de aquellos que viven sometidos al dolor, a la fragilidad, a las tentaciones de este mundo, a la angustia y a todos aquellos que pasan cerca de mi necesidad física, económica y espiritual! ¡Dame tu ternura, Señor, para que pueda llevarte donde no se te ve y ni se te siente, para aliviar a los que sufren, a los que no tienen consuelo, a los que están deprimidos! ¡Te quiero dar gracias, Padre, por esa ternura infinita, por tantos regalos que recibo de ti, por tantas gracias inmerecidas que me has transmitido! ¡Te pido, Padre, que me ayudes a mirar la vida con ojos de fe para que pueda ser capaz de vislumbrar todas esas gracias que me has regalado! ¡Padre de bondad y de ternura hay veces en el día que me olvido de ti y me cuesta descubrir tus gracias, ayúdame a no olvidarte nunca, a contemplarte, a alabarte, a hablar contigo! ¡Padre de bondad y de ternura gracias porque si no te hubieras revelado con toda la fuerza de tu misericordia no se qué sería de mí! ¡Si no te hubieras hecho tan frágil como soy yo, si no hubieras llorado y sufrido como lo hago yo, si no hubieras muerto en la cruz por amor, yo no sería capaz de experimentar ni tu ternura ni tu amor! ¡Señor, te doy gracias porque me amas tanto! ¡Te doy gracias porque al mismo tiempo me muestras con tu ternura esa cercanía que necesito para caminar! ¡Gracias porque me muestras tu divinidad al mismo tiempo que me presentas tu humanidad! ¡Te doy gracias, Padre, porque me acompañas siempre y me llevas de la mano y esto me da mucha seguridad! ¡Ayúdame, también, a llevar tu ternura a los demás!
Dios es ternura, cantamos hoy con Taizé:

¿Qué es hacer algo extraordinario?

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«Un discurso extraordinario», «Una jugada extraordinaria», «Un libro extraordinario», «Ha logrado un triunfo extraordinario»… Atribuimos lo «extraordinario» a muchos aspectos de la vida porque «extraordinario» es todo aquello digno de llamar la atención y que sobresale por ser algo fuera de lo común. Pues yo, como cristiano, cada día puedo hacer algo extraordinario. Convertir mi vida —desde que abro los ojos por la mañana hasta que los cierro por la noche—, en algo excepcional. Pero lo extraordinario es que no se necesitan hacer grandes cosas sino, simplemente, vivir el presente poniendo a Dios en el centro y tratando de encontrarle en cada una de las experiencias cotidianas.
Hacer algo extraordinariamente es realizar lo ordinario bien hecho por amor a Dios. Ir por el mundo con el corazón abierto a la entrega, no dejarse vencer por el desánimo, por el desconcierto, por la rutina, por la monotonía, por la desidia…
Hacer algo extraordinario es vivir el presente inmediato como si tratara de la primera vez, con ilusión y alegría, proponiéndose vencer los desafíos con una confianza ciega en la voluntad de Dios, sirviendo sin esperar nada a cambio, venciendo con esperanza las incertidumbres de la vida, afrontando los miedos con serenidad...
Hacer algo extraordinario es vivir como lo haría un niño pequeño: entregado a la seguridad del Padre, buscando su protección y su consejo.
Hacer algo extraordinario implica vivir buscando a Dios en todos los detalles de lo cotidiano de cada jornada tratando de encontrar la belleza incluso en esas pequeñas pinceladas del cuadro de nuestra vida para convertir lo viejo en nuevo y lo triste en alegre.
Hacer algo extraordinario supone no vivir en el tactismo ni en el cálculo de las oportunidades porque de tanto esperar uno acaba alejándose de las personas y de lo que es importante.
Hacer algo extraordinario es renovar cada nuevo amanecer el amor por la vida, cambiar la manera de amar para hacerla más auténtica y generosa, despojarse del yo para llenarse del otro.
Hacer algo extraordinario es evitar que la rutina, los automatismos y la tibieza hagan creer que todos los días son iguales.
Convertir mi vida en algo extraordinario solo depende de mí. Lo tengo claro. El problema radica en que muchas veces no creo que lo extraordinario pueda ser posible porque no me creo que Dios me ama con un amor extraordinario; que si pidiera con fe se producirían en mi vida cosas extraordinarias; que cada una de mis palabras, de mis acciones, de mis gestos, de mis miradas pueden tener efectos extraordinarios en los otros; que Dios actúa siempre —anhela actuar siempre— y quiere hacerlo de una manera extraordinaria; que cada vez que me vacío de mi mismo para llenarme del Señor logro efectos extraordinarios.
Lo que es extraordinario es que con las veces que me olvido de Él, lo ignoro, lo olvido y lo menosprecio Dios sigue actuando en mi vida de una manera extraordinaria: con un amor incorruptible, personal y misericordioso.
Y, aunque soy poca cosa —y cada día me doy más cuenta de mi pequeñez— es extraordinario saber que puedo convertir mi camino de santidad en algo extraordinariamente extraordinario.

¡Señor, quiero convertir la sencillez de mi vida en algo extraordinario! ¡Ayúdame, Señor, a afrontar la vida como tu deseas, que no sea mi voluntad sino lo tuya la que prevalezca siempre! ¡Señor, ayúdame a comprender que no puedo convertir mi vida en algo extraordinario si afronto las circunstancias como lo hago normalmente! ¡Ayúdame a serte fiel siempre para convertir lo cotidiano en algo extraordinario! ¡Qué tu seas, Señor, el centro de mi vida, con eso ya logro que todo lo demás sea extraordinario! ¡Ayúdame, Señor, a crecer en humildad y sencillez para convertir la pequeña obra de mi vida en algo extraordinario! ¡Que toda mi vida esté iluminada por ti, Señor, no necesito luces de neón me basta una pequeña vela pequeña! ¡Te abro mi pobre corazón, Señor, porque quiere que entres en él para enamorarme más de ti! ¡No permitas, Señor, que la indolencia y la monotonía inunden mi vida cristiana porque no puedo ser templo del Espíritu Santo con una vida tibia y perezosa! ¡Ayúdame, Señor, a darme más, a entregarme más! ¡Ayúdame a llevar una vida extraordinariamente genuina, es decir, en ti, contigo y para ti! ¡Gracias, Señor, por tu amor y misericordia!

El trabajo no lo es todo, desde que lo comprendí empecé a vivir

El tiempo que dedicaba íntegramente al trabajo, lo destiné a... la recuperación de los olvidados moldes desmontables para tartas.


Esto será como un acto de la auto-crítica. Durante el último año y pico anterior no era una persona demasiado social. No respondía a los mensajes de correo electrónico. Las llamadas telefónicas privadas las atendía de vez en cuando. Aceptaba invitaciones sólo a eventos inusuales.

No era porque me sintiera una estrella en la sociedad o despreciara algunas amistades. Tampoco es que me llamara muchísima gente. Simplemente, no tenía tiempo para nada. Todo momento lo dedicaba al trabajo, que me gusta mucho.

Pasaba las noches, tardes y mañanas entre las personas que, como yo, habían dejado de disfrutar de tonterías, y cuya vida comenzó a cerrarse en torno a los pasos que daban moviéndose entre las ollas de la cocina.

El cambio fue posible cuando se me ocurrió que, puesto que soy tan disciplinado en el trabajo, no tendré obstáculos para demostrarle al tiempo que lo puedo estirar como una goma, siempre que yo lo desee. Y la vida comenzó para mí.

El plan de juego era simple. Hacer caso a las personas con las que coincido. Responder a sus invitaciones (aunque fuera sutilmente). Dedicar tiempo a todos los que lo necesitan. Conocer, por lo menos, a una nueva persona cada día. Al menos una vez al día ponerme en contacto con alguien que ya conozco. En una palabra: practicar exactamente lo que los psicólogos llaman “atención plena”.

Así que almorcé con un hombre ciego, quien sugirió que si “ya que le invitaba, yo también podría invitarme a mí mismo”. Me encontré con una amiga embarazada que estaba esperando a su hijo para diciembre y me informó del sexo del bebé (y le juré que no sabía nada y que con su marido periodista había hablado sólo de política y sólo durante unos 15 minutos).

La última media hora de trabajo, que por lo general la empleaba en hacer retoques innecesarios de algunos encargos, la aproveché para reunirme con el dueño temporal de mi molde desmontable para tartas.

De esos moldes desmontables simbólicos hubo unos cuantos en mi vida, porque, después de todo, no importaba tanto el objeto, sino la persona que estaba detrás de él. Aunque cuando me interesaba por estas ollas, o por bolígrafos o por cajas viejas nunca estaba seguro de si no les parecería raro que les diera tanta importancia a objetos que no valían ni 2 euros.

En lugar de estar sentado durante horas, concentrado en un solo proyecto, que según mis predicciones histéricas, no iba a salir bien sin mi constante presencia, fui a tomar un café con el chico a quien conocí en la cola del médico y a quien, como a mí, le pareció divertido perder dos horas en nuestra propia compañía, después de haber perdido otras dos haciendo cola.

Hablé un cuarto de hora en el bus con una chica y pasé una estupenda noche con una estupenda amiga con una gran taza de la deliciosa infusión de melisa (no vamos a pretender decir que la elección de la bebida fuera casual, porque aún tenía un fuerte mono por desconectarme de la cocina, y sólo una enorme taza de este tipo de bebida podía frenarme de maniobrar con el teléfono).

Y… no sé como fue posible, pero no pasó nada malo. No se colapsó el mundo ni se derrumbó mi proyecto.

Hice todo lo que había querido. Realicé los pedidos con precisión, sólo que dediqué menos tiempo en su perfeccionamiento y su cosmética. La disciplina, que hasta ahora solía utilizar para cumplir con mis obligaciones, comenzó a servirme para poder disfrutar conscientemente de la vida en en Dios.

Los efectos fueron sorprendentes. Desaparecieron muchas de mis frustraciones. Dejé de preocuparme con la falta del tiempo, cuando yo mismo lo perdía a petición propia. Aumentó mi sensación de seguridad.

El mundo me empezó a parecer más amable, ya que dejé de pensar que estaba solo en él. Empecé a levantarme más temprano, porque tenía ilusión de vivir cada día, pensando en los momentos emocionantes que me esperaban. Salía de casa corriendo sin ni siquiera tomar el café de la mañana. Poco a poco empecé a entender el lema: “Cuanto más se pierde, más se gana”. 

Me encanta mi situación actual. Seguiré corriendo y brincando al amanecer, pero puede ser que no al trabajo, sino para recoger mi molde de tartas, porque podría ser el inicio de un importante acontecimiento de mi biografía, que no quiero perderme mientras estoy concentrado en el diseño de un nuevo plato. Como le sucedió a un cierto timonel italiano que estaba tan abstraído con su iPhone, que no se percató de la presencia de una ballena al lado de su barco.