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lunes, 27 de marzo de 2017

Bendita la Cruz si la convertimos en parte de nuestro yo

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Comenzamos  la semana con María en nuestro corazón. La alegría del nacimiento de su Hijo debía ir acompañada del saber qué le esperaba al Hijo de Dios. El sufrimiento es innato al ser humano. Pero nuestro dolor y nuestro sufrimiento sólo tienen sentido desde Cristo crucificado. Eso también lo sabía la Virgen. Allí, en el Gólgota, se materializó la más plena y perfecta donación del Hijo al Padre por nuestra salvación. Lo impresionante es que allí estaba también Ella, postrada al pie de la cruz, en nuestro nombre. Como Madre, la Virgen acogió con entereza aquella redención universal que el Hijo nos regaló con su muerte en el madero. Lo que en ese momento no pudimos hacer —estar al pie de la Cruz—, tenemos ocasión de hacerlo en nuestro día a día, en el aquí y ahora de nuestra propia vida.
María nos da la oportunidad de completar eso que aún le falta a la pasión de Cristo: nuestra respuesta firme y personal, nuestra correspondencia libre y decidida, para que ese don redentor tenga una eficacia absoluta en lo concreto de nuestra vida.
Personalmente muchas veces en mi vida he tratado de apartarme de esa vida de Cruz. A menor sufrimiento, en apariencia más felicidad. Pero estaba engañado. Todos mis pesares y sufrimientos, mis tristezas y mis agobios, mis desánimos y mis cansancios, mis noches en vela, mis renuncias y mis limitaciones, son parte intrínseca de esa pasión de Cristo que tanta salvación ha traído a cada uno de nosotros.
Tanto tiempo empeñado en vivir un cristianismo sin Cruz que, en el momento que menos lo esperaba, esa Cruz llegó. Y tanto tiempo empeñado en vivir una cruz sin Dios que, cuando se hizo presente, esa Cruz me aplastó. Comprender que huir o resignarse es un equívoco requiere mucha renuncia; se trata de aceptar la cruz hasta elegirla, es la única forma de gustar ese gozo íntimo y sobrenatural que Dios reserva a los que desean permanecer junto a su Hijo crucificado. El camino es tortuoso. Para alcanzarlo se requiere de mucha oración y Eucaristía. Yo todavía estoy en párvulos y me queda mucho recorrido para convertirme en doctor, pero algo tengo claro: todo camino de seguimiento del Señor es un camino que termina en la Cruz, un camino repleto de dificultades y persecuciones. Si un cristiano no tiene —y no asume— las dificultades que le depara la vida es que algo no funciona en su vida. ¡Bendita la Cruz si la convertimos en parte de nuestro yo!

¡Madre amorosa y misericordiosa, te he visitado esta Navidad cuando adoraba a tu Hijo! ¡He visto tu cara de alegría por el Nacimiento pero también tu mirada que traslucía lo que tu corazón conserva! ¡Tu, María, has visto con los ojos de la fe lo que en la Pasión de Cristo era todo amor y a los ojos humanos el Amor de Dios destrozado por el pecado; hazme fuerte en los momentos de debilidad y caída para sostenerme a la Cruz! ¡María, Tu que supiste mucho de dificultades cuando la oscuridad se haga presente en mi vida, sostenme y da luz a la débil linterna de mi vida y haz que el brillo de la mañana se convierta en la fuerza para caminar cada día y aunque la sombra de la Cruz parezca por momentos excesivamente pesada intercede ante el Padre para que al igual Tu sepa permanecer a los pies de la Cruz y cargar con ella con fe cuando corresponda!
Lord I offer my life to you (Señor, te ofrezco mi vida) le cantamos hoy al Señor:

lunes, 5 de diciembre de 2016

La caridad de María

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Amar al que te ha herido no es sencillo. En el amor al prójimo hay mucho de caridad. El hábito de la caridad que ha infundido Dios en nuestro corazón y en nuestra alma con el único fin de que le amemos es el que nos lleva a amar al otro. El amor auténtico al prójimo es cuando se le ama por amor a Dios porque ese prójimo es alguien creado a su imagen y semejanza y que ha sido redimido por su Hijo con su sangre en la Cruz. ¡Estremece solo de pensarlo!

En este Adviento observo a María y trato de meditar con qué caridad ama María a los hombres. La Virgen puso en práctica la caridad con todos los que se cruzó por el camino. Obviando que el amor caritativo de María nace de su comunión con el corazón de Cristo; obviando la caridad que tuvo con los más necesitados de su aldea, incluso adelantándose a sus reclamos; obviando la caridad servicial que le llevó a viajar embarazada al encuentro de su prima Isabel, episodio en la que llevando a Dios en sus entrañas lleva a Cristo a los demás; obviando el profundo amor que le llevó a implorar a Jesús que realizara su primer milagro en Caná como ejemplo de atención por los pequeños detalles que afectan al prójimo…; obviando que su caridad le llevó a excusar la huída de los apóstoles y rezar con ellos durante la espera de Pentecostés; su mayor prueba de caridad y amor hacia el ser humano fue aceptar ser la Madre del Redentor. Y con ese «Sí» se convirtió en corredentora del género humano.
La caridad de María es silenciosa, generosa, delicada, dulce, amorosa, buscando el bien ajeno, procurando que Jesús entre en la vida del otro. La caridad de María conduce directamente a Jesús. Es la máxima del «Haced lo que Él os diga».
Son numerosas las ocasiones en las que nos orgullecemos de ser caritativos con los demás por el mero hecho de no desearles ningún mal. ¡Esta es, en realidad, una caridad imperfecta! Para una caridad auténtica es imprescindible hacer al prójimo todo el bien que esté en nuestra mano; prestarle todos las ayudas que podamos; ser partícipes de sus sufrimientos y tribulaciones; ser capaces de aliviar sus penas y aflicciones; consolarlos en sus congojas; y sacrificarse por ellos cuando la circunstancia así lo exija. Pero la gran prueba de amor y caridad con el prójimo es hacer el bien al que nos daña y nos detesta. En otras palabras, amar al otro por amor a Dios. Ahora contemplo el interior de mi corazón y… ¿Y?
Y, entonces, vuelvo a María. Allí, a los pies de la Cruz. Ante el cuerpo llagado de su Hijo. En el Gólgota, María es el ejemplo de caridad sincera. Junto a los atroces torturadores de Jesús, con sus espadas y sus manos ensangrentadas con sangre inocente, con los ojos llenos de rabia y su corazón lleno de odio, María calla. Calla y ora por ellos. Implora a Dios por su conversión interior. Calla y ruega el perdón del Padre. Calla y suplica que sobre cada uno se vierta la misericordia divina.
Y vuelvo a mirar el interior de mi corazón…. y ¡Cómo salto a la primera por ese desaire, esa crítica, esa ofensa, ese desdén, ese comentario enrarecido que en realidad no tiene importancia! ¡Cuánto me cuesta perdonar el más liviano de los agravios recibidos! ¿Y soy capaz con estos mimbres de llamarme cristiano?

¡María, Madre de la Caridad, me encomiendo a Ti para que tu caridad maternal me acoja y me ayude a transformar el corazón! ¡Quiero imitar tu corazón repleto de amor y caridad, ese corazón que santificó todas tus palabras, tus pensamientos, tus gestos, tus miradas, tus acciones y tus sentimientos! ¡María, tu me enseñas que el amor auténtico y la verdadera unión con Dios nace de la conformidad con su querer! ¡Te pido, María, que tengas caridad conmigo, enséñame a rezar para que no me quede en lo superficial, en mis oraciones egoístas, sino poner todo mi corazón, todo mi ser, toda mi mente, toda mi voluntad en Dios para luego abrirme a los demás! ¡Ayúdame a ser caritativo siempre, a vivir una caridad bien ordenada, a amar a los demás por amor a Dios, a amar con caridad en la diferencia!¡Que a imitación tuya, María, mi caridad sea disponibilidad auténtica!

Del compositor francés Joseph Bodin de Boismortier escuchamos este bellísimo Motet a la Sainte Vierge de su colección Motets a voix seule, mêlés de Simphonies.¡Te lo dedicamos María!

martes, 13 de septiembre de 2016

La dulzura en toda su perfección

La dulzura de María
Ayer celebramos el Dulce nombre de María. Dulce. Así es la Virgen. Dulce en su porte, sus gestos, sus palabras, su mirada, sus sonrisas, sus virtudes, sus formas, sus sentimientos. Dulces y suaves, tiernos y encantadores. La dulzura se fundamenta en la bondad del corazón que derrama sobre nuestras acciones una hermosura delicada.
 ¡Si así es premeditadamente en nosotros cómo no será en María!

Existen en el mundo dulzuras recubiertas de falsedad: la hipocresía, la naturalidad fingida, la amabilidad interesada, el elogio recubierto de envidia, el interés ocasional por momentos que nos motivan o con ciertas personas... ¿Los reconozco?
No era así María. Cuando uno quiere imaginarse la dulzura en toda su perfección tiene a la Virgen como ejemplo. Toda su vida transpira dulzura. Meditando las escenas de su vida comprendes que es modelo de humilde dulzura: la Anunciación, la visitación, el viaje a Belén, el nacimiento del niño Dios, las bodas de Caná, la Pasión, los momentos al pie de la Cruz, la sepultura, la Resurrección... Momentos impregnados de dulzura divina en su corazón.
Dulce es el nombre de María porque dulce es su vida. Dulce porque toda su dulzura se imprime en nuestra vida.
Le digo hoy a María que es para mi «vida, dulzura y esperanza» lo que me invita a tratar de vivir con sencillez y humildad la virtud de la dulzura —impregnada de una caridad auténtica— en cada uno de los gestos y palabras de mi vida por amor a Dios y a los demás a imitación de María.
Y cuando por las circunstancias de la vida mis actitudes, mi carácter, mis palabras, se conviertan en algo agrio, duro, despreciativo, desagradable, falto de calidad... que me acuerde siempre de mirar la experiencia de María porque es en Ella donde está la verdadera dulzura, la santidad auténtica, la bondad más pura.
Es con la dulzura como el hombre puede transformar el corazón de otro hombre. ¿Me aplico?

¡Qué bello y dulce es tu nombre, María! ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! ¡Pronuncio tu dulce nombre, Señora, y mi corazón se llena de gozo y de confianza y experimento una gran dulzura al pronunciarlo y resuena como algo nuevo lleno de amor, esperanza y misericordia! ¡Me dirijo a Ti y solo con pronunciar tu nombre siento tu amabilidad, tu amor de Madre, tu generosidad y tu dulzura! ¡Tu nombre es el reflejo de tu dulzura! ¡Te pido Madre que me llenes de la santa dulzura para que mi vida se envuelva con la virtud de la humildad, la que más te caracterizó a Ti a Jesús! ¡María, Madre, tu conoces todas mis debilidades... sin tu ayuda me será difícil revestir mi alma de las virtudes que a Ti te caracterizaron! ¡Que con sólo pronunciar tu nombre, María, tu amor me recuerde que debo dirigirme a Ti a cada instante de mi vida! ¡Dame María la sencillez de trato, a amabilidad entregada, el sentir dulce, el hablar humilde, la bondad de corazón, la entrega generosa...! ¡En este día que invoco tu dulce nombre te encomiendo a Dios, a través de tu intercesión, las necesidades de la iglesia! ¡Bajo tu amparo me acojo, Santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirijo en mis necesidades, antes bien líbrame de todo peligro, oh Virgen dulce, gloriosa y bendita!
La fe de la María, cantamos hoy en honor de la Virgen con esta bella canción: