Yo siento que voy en camino. Y me gusta cogerme de la mano de la Virgen, ella también caminó por la senda de la fe. María no lo comprendió todo desde el primer instante, tuvo que ir desde el día de la Encarnación paso a paso, despacio, asimilando todo lo que había vivido desde aquel día en que el Ángel se le apareció en su aldea de Nazaret. Con los años, en la quietud de su vida, guardó todas las cosas conservándolas en su corazón y meditándolas a la luz del Espíritu Santo.
Ella vio crecer a Jesús, vislumbró en Él su sabiduría, iluminó su fe a la luz de aquel Niño al que había engendrado. Creció en el amor, en ese amor que se sustenta en la fe. Por eso el camino de la Virgen es el camino en la fe. Es el camino de la entrega perfecta, de la entrega interior, de la entrega absoluta. Para la persona que ama no es imprescindible el saber, y el comprender, ni el ver. A la persona que ama le es suficiente el sentir y aceptar lo que el otro siente porque es entonces cuando su amor se afirma sobre sus sentimientos y sus necesidades.
María caminó en la fe porque evidenció desde muy joven la prueba de la fe. Con los años, con la madurez interior que ofrece la experiencia, escudriñando todo aquello que conservaba en el corazón, María pudo permanecer en silencio y en oración a los pies de la Cruz e, incluso, mantenerse en silencio y en aquella pequeña casa de Jerusalén mientras las otras mujeres corrían alegres a encontrarse con Jesús en el sepulcro porque su fe estaba arraigada en su corazón y era mucho más fuerte que los impulsos de los sentimientos.
María comprendió y asimiló que todo es exigencia del amor. ¡Qué pedagogía la escuela de María para un corazón duro como puede ser el mío!
¡María, Madre, maestra y modelo, Señora del «sí», Tú viviste con sencillez la fe en tu entrega cotidiana, en tu singular e íntimo diálogo con Jesús, en tu vida callada de oración! ¡Tu fe te permitió comprender y poner en práctica toda la voluntad de Dios! ¡María, Tú me enseñas que en la sencillez de lo cotidiano, en las preocupaciones del día día, en los trabajos sencillos de mí quehacer diario, en las atenciones a los demás, en los gestos pequeños y desinteresados que suponen una entrega a los que me rodean es donde desarrollaste una relación íntima, singular, humilde y de profundo diálogo con Dios y con tu Hijo! ¡Es en el abrazo cotidiano de la fe, en el «sí» sin condiciones, en la meditación de cada acontecimiento en el corazón a la luz del Espíritu Santo, para comprender y poner en práctica la voluntad de Dios, donde está mi crecimiento como cristiano! ¡Dame un poco de esta fe y de este amor para darle un «sí» sin condiciones al Señor!¡Dame un poco de esta fe y de amor para renunciar a mi yo, a mis egoísmos, y entregar siempre mi vida a Dios y a los demás!
Quiero decir que sí como Tú María: