Ayer celebramos el Dulce nombre de María. Dulce. Así es la Virgen. Dulce en su porte, sus gestos, sus palabras, su mirada, sus sonrisas, sus virtudes, sus formas, sus sentimientos. Dulces y suaves, tiernos y encantadores. La dulzura se fundamenta en la bondad del corazón que derrama sobre nuestras acciones una hermosura delicada.
¡Si así es premeditadamente en nosotros cómo no será en María!
¡Si así es premeditadamente en nosotros cómo no será en María!
Existen en el mundo dulzuras recubiertas de falsedad: la hipocresía, la naturalidad fingida, la amabilidad interesada, el elogio recubierto de envidia, el interés ocasional por momentos que nos motivan o con ciertas personas... ¿Los reconozco?
No era así María. Cuando uno quiere imaginarse la dulzura en toda su perfección tiene a la Virgen como ejemplo. Toda su vida transpira dulzura. Meditando las escenas de su vida comprendes que es modelo de humilde dulzura: la Anunciación, la visitación, el viaje a Belén, el nacimiento del niño Dios, las bodas de Caná, la Pasión, los momentos al pie de la Cruz, la sepultura, la Resurrección... Momentos impregnados de dulzura divina en su corazón.
Dulce es el nombre de María porque dulce es su vida. Dulce porque toda su dulzura se imprime en nuestra vida.
Le digo hoy a María que es para mi «vida, dulzura y esperanza» lo que me invita a tratar de vivir con sencillez y humildad la virtud de la dulzura —impregnada de una caridad auténtica— en cada uno de los gestos y palabras de mi vida por amor a Dios y a los demás a imitación de María.
Y cuando por las circunstancias de la vida mis actitudes, mi carácter, mis palabras, se conviertan en algo agrio, duro, despreciativo, desagradable, falto de calidad... que me acuerde siempre de mirar la experiencia de María porque es en Ella donde está la verdadera dulzura, la santidad auténtica, la bondad más pura.
Es con la dulzura como el hombre puede transformar el corazón de otro hombre. ¿Me aplico?
¡Qué bello y dulce es tu nombre, María! ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María! ¡Pronuncio tu dulce nombre, Señora, y mi corazón se llena de gozo y de confianza y experimento una gran dulzura al pronunciarlo y resuena como algo nuevo lleno de amor, esperanza y misericordia! ¡Me dirijo a Ti y solo con pronunciar tu nombre siento tu amabilidad, tu amor de Madre, tu generosidad y tu dulzura! ¡Tu nombre es el reflejo de tu dulzura! ¡Te pido Madre que me llenes de la santa dulzura para que mi vida se envuelva con la virtud de la humildad, la que más te caracterizó a Ti a Jesús! ¡María, Madre, tu conoces todas mis debilidades... sin tu ayuda me será difícil revestir mi alma de las virtudes que a Ti te caracterizaron! ¡Que con sólo pronunciar tu nombre, María, tu amor me recuerde que debo dirigirme a Ti a cada instante de mi vida! ¡Dame María la sencillez de trato, a amabilidad entregada, el sentir dulce, el hablar humilde, la bondad de corazón, la entrega generosa...! ¡En este día que invoco tu dulce nombre te encomiendo a Dios, a través de tu intercesión, las necesidades de la iglesia! ¡Bajo tu amparo me acojo, Santa Madre de Dios; no deseches las oraciones que te dirijo en mis necesidades, antes bien líbrame de todo peligro, oh Virgen dulce, gloriosa y bendita!
La fe de la María, cantamos hoy en honor de la Virgen con esta bella canción:
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