Todos sabemos que la libertad es la libre disposición de uno mismo. Te fijas en la figura de María y comprendes que era la mujer libre por excelencia. Su gran libertad consistió en decidir su maternidad en el momento de la Anunciación. El suyo es un «Sí» absoluto a Dios, sin consejos de sus padres o parientes y sin consultar a José, con quien se había desposado. María recibe el ofrecimiento de Dios y, libremente, decide colaborar voluntariamente en ese plan divino entregando su persona, su maternidad y todo su ser para convertirse en corredentora de la salvación del hombre.
Toma la libertad de viajar a las montañas de Judea para visitar a Isabel. Decide libremente quedarse allí, aún estando preñada, para servir a su prima. En aquel lugar, que debió estar envuelto de una gracia incontestable del Espíritu Santo, proclama libremente el Magnificat, anunciando de una manera preciosa la nueva humanidad.
Libremente también asume con respeto todas las decisiones de San José: el viaje a Belén embarazada como estaba de Jesús, el viaje a Egipto, la vida en Nazaret... La Virgen vivió junto a San José una vida esponsal santa donde la libertad iba al unísono con su esposo, apoyándose humana y materialmente, espiritual y santamente, para que Jesús no apareciera ante los ojos de la sociedad de aquella época como hijo de una mujer sin marido. Esto, de por sí, muestra como María era una mujer libre.
Contemplas la libertad de María y te planteas si eres realmente una persona libre, libre desde el punto de vista humano y social, si la maraña de tus relaciones humanas, familiares, de amistad, profesionales te conceden esa libertad... Si eres capaz de vivir de manera plena el amor, la generosidad, la caridad, la obediencia, una vida cristiana en santa libertad como fue la vida de María predispuesta siempre a hacer y aceptar la voluntad de «Dios» y si eres capaz de entender la libertad desde Cristo, en Cristo y por Cristo a imitación de María, la Virgen.
¡Señor, que a imitación de tu Madre sepa utilizar la libertad para mi bien! ¡Señor, te pido un corazón libre para evitar esas ataduras que me unen al mundo y no a ti! ¡Dame, Señor, un corazón libre que no se vea sometido a las esclavitudes de este mundo, a las comodidades, a los vicios, a la buena vida, a la mundanidad, a las falsas libertades, al «yoismo»! ¡Dame Espíritu Santo la libertad de amar, de creer, de esperar, de servir en caridad, de cuidar a los que sufren y lo pasan mal, de confortar a los enfermos, de alimentar a los hambrientos, de refugiar a los desamparados, de proclamar el Evangelio, de caminar con autenticidad, de rechazar el pecado, la falsedad, las tentaciones del mal y la injusticia¡ ¡Ayúdame, María, a ser auténticamente libre, a seguir tu ejemplo, a dar siempre mi sí! ¡Gracias, Madre, porque tú me enseñas que el obrar de Dios en el mundo va íntimamente unido a mi libertad porque es en la fe, en la palabra divina, donde hay una auténtica transformación y mi vida apostólica y cristiana será eficaz en la medida que aprenda de Ti a dejarme plasmar por la obra de Dios en mi corazón!
Te saludo, María, cantamos hoy a la Virgen:
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