Ayer me planteaba que día recibí el bautismo. Tuve que recurrir a mi madre. La mayoría de las personas no recordamos esta fecha en la que nos unimos a Cristo y nos convertimos en hijos adoptivos de Dios. Debería ser una fiesta grande, solemne, de nuestra vida. Un día para conmemorar. La adopción por Dios nada tiene que ver con la adopción humana. A diferencia de una persona que es adoptada por una familia que sólo cambia su estatus legal pero no varía la profundidad de su ser, el ser adoptado por Dios permite una transformación profunda, íntima y personal de la propia vida. Dios me otorga su propia vida divina. Me coloca el día del bautismo en mi interior el germen de la vida eterna que se vivirá en plenitud en el cielo.
El amor y la vida del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son los dones gratuitos que nos ofrece Dios a los nacidos del agua y del Espíritu. Como bautizado puedo escuchar esa voz que un día clamó en las orillas del río Jordán: «Tú eres mi hijo amado, en ti tengo toda mi complacencia». Siendo así ¿como vivo como bautizado mi unión con Dios, mi Padre, en la oración y en la vida cotidiana? ¿Fortalezco y hago fructificar a lo largo de mi vida la semilla de la fe que he recibido en el bautismo? ¿Soy consciente de que ya no me pertenezco a mí mismo sino a Cristo que murió y resucitó por mi? ¿Interiorizo que debo servir más y mejor a los demás para vivir la auténtica comunión eclesial y cumplir con obediencia y amor las enseñanzas de la Iglesia y defender la fe? ¿Soy consciente de que una vez incorporado en el «Cuerpo de Cristo», tengo la misión de «confesar a Cristo» y mostrar con mi vida, mis gestos y mis palabras que «Cristo ha muerto y resucitado» por el hombre?
El bautismo me imprime un sello espiritual, un carácter que me asemeja a Cristo y me hace perteneciente a Dios. Ahora que conozco el día de mi bautismo no solo rezaré ese día dando gracias a Dios sino que cada día me comprometeré a responder a esas preguntas poniéndolas en práctica como testimonio de mi fe.
¡Gracias, Señor, por el sacramento del bautismo que me convierte en hijo tuyo por medio del agua que riega y fecunda con tu gracia y por el Espíritu que enriquece con tu vida hasta hacer que seas tú quien vive en mí y que tu amor me posea para siempre! ¡Gracias Jesús por la fe que me han transmitido mis padres y mis abuelos! ¡Enséñame a conservar sin mancha tu misma vida hasta la vida eterna! ¡Señor, deseo llevar con dignidad la ficha de ser hijo tuyo, hijo amado! ¡Quiero sentirme miembros activo y corresponsable de tu Iglesia! ¡Ayúdame a activar mi bautismo, a tomarlo en serio, a realizar la misión que me has encomendado de servir, de amar, de anunciar y construir el Reino! ¡Quiero ser tu discípulo y compañero de viaje, pues ya lo soy desde el día de mi bautismo, renovado y sellado por la gracia del Espíritu Santo! ¡Desde el día de mi bautismo, al igual que tu, estoy lleno del Espíritu Santo, llamado a servir a Dios y a mis hermanos y recibir el poder de vivir como hijo tuyo, como hijo del único Padre! ¡Te quiero, Padre, quiero corresponder a tu amor y misericordia!
Cantata BWV 30 para el nacimiento de Juan el Bautista de J. S. Bach:
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