Buscar con ahínco el reconocimiento ajeno o que los demás nos valoren es algo intrínseco al ser humano. Nos ofrece seguridad. Y, con relativa frecuencia, consideramos que es un derecho que nos asiste. Nos molesta que nos pidan favores y no sacar provecho de ellos. Nos incomoda hacer trabajos para los demás y que no nos los reconozcan y aplaudan. Nos disgusta realizar encargos para terceros para que luego se olviden de nosotros. Son situaciones habituales en el día a día de una persona que llenan nuestro corazón de amargura, resentimiento y animosidad. Es el fenómenoKleenex; usar y tirar.
Sin embargo, se obtiene más libertad interior, más seguridad en uno mismo, más felicidad, más paz en el corazón si en lugar de buscar en lo efímero del aplauso y de lo compensatorio lo ponemos todo en manos de la Providencia sin someterse a la dictadura de la opinión y los juicios ajenos.
Cristo no vivía pendiente de la opinión ajena ni de los juicios de los demás. Y esta debe ser mi escuela de aprendizaje. Lo importante es actuar guiados por el servicio, por el amor, por la rectitud de intención… Con ello me acerco más al Señor y, a través de Él, a todos los que me rodean.
Pero contemplas en silencio a Jesús. Miras su figura pendida de un madero sencillo, entregado a la voluntad del Padre, ajeno a los ojos del mundo, y comprendes enseguida cual es el camino a seguir. Es a ese peldaño de autenticidad es al que me gustaría llegar pero antes me tengo que desprender de mis muchas capas de orgullo, soberbia, resentimiento e inseguridad porque en la Cruz solo había pureza, desprendimiento del yo y mucho amor.
¡Señor, deseo ser feliz, pero deseo ser feliz a tu lado, conforme a tus pensamientos, tu vida, tus enseñanzas, tu palabra! ¡Sueño con la felicidad de día y de noche, a todas horas la busco pero quiero ponerla en Ti y no en los placeres de la vida! ¡Señor, tú me dices que me guarde de toda avaricia porque aunque tenga mucho la felicidad no está en esta vida si no la vida eterna! ¡Señor tú sabes que mi corazón siente ansias de felicidad infinita pero que a veces no se sacia con las cosas de este mundo por eso le pido al Espíritu que no arraigue en mi corazón el «más, más y más» —más dinero, más conocimiento, más comer, más tener, el más perfeccionar, más dignidades, más de conocimiento, más aplausos, más pasiones, más sabiduría...— sino solamente más de ti que eres la felicidad absoluta! ¡Ayúdame Espíritu Santo a no vivir engañado, a no poner mi dicha en las cosas de este mundo, sino gozar con la felicidad del Espíritu para que todo sea más amar a Dios y servirle siempre! ¡Que el centro de mi felicidad no recaiga en las riquezas, los honores y los placeres de esta vida si no en Dios porque es en Él donde está la verdad que busca mi corazón!
Contemplar el misterio de Jesús en silencio. Frente a ese Jesús meditamos también con esta música:
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