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domingo, 4 de septiembre de 2016

Enderezad el camino, allanad las sendas

De nuevo pido una palabra para iniciar mi oración. Abro la Biblia y surgen estas palabras de Isaías: “Enderezad el camino, allanad las sendas”. Una forma hermosa de recordarme que mi conversión tiene que ser diaria, que tengo que enderezar las sendas de mi vida; que en mi corazón hay demasiados recovecos, demasiadas cosas que no son lo suficientemente rectas sino que están llenas de curvas sinuosas. Que es imprescindible cambiar todo aquello que debe ser rectificado, convertir lo torcido en algo recto.
Pero este “Enderezad el camino, allanad las sendas” tiene mucho que ver también con esas acciones que, en principio, pueden parecer desinteresadas pero que mi corazón sabe que tiene mucho de egoísmo e interés. Son las dobles intenciones tantas veces torticeras que acompañan las acciones del hombre. En la oración misma, por ejemplo, mercadeando con el Señor pero hay muchas actitudes en la vida que podríamos cambiar: cuando haces mal uso del tiempo, o lo pierdes en cosas absolutamente innecesarias, en asuntos que no merecen la pena; cuando buscas tus propios intereses dando preponderancia más al egoísmo que a la entrega personal; cuando te muestras amable o afectuoso con alguien pero en realidad lo que pretendes es obtener algo de él; cuando la amistad se convierte en una maraña de intereses donde no hay amor ni generosidad sino intentar sacar partido de ella; cuando las metas de la persona no están presididas por la voluntad de Dios sino por lo mundano de este mundo; cuando uno se encierra en la autocomplacencia centrándose en su yo y en su propio mundo; cuando el servicio a los demás, la entrega, la caridad no tienen como fundamento el amor si no solamente el reconocimiento y el aplauso; cuando la propia vida no es más que un narcisismo puro, un «yoísmo» elevado al cuadrado... son ejemplos que demuestran que es necesario enderezar en nuestra vida todo aquello que está torcido.
Si el camino de mi vida es muy sinuoso, y no soy capaz de ponerlo recto, es difícil que el Señor llegue a mi corazón porque no transito por la ruta adecuada. Pero a la vez debo tratar de cubrir los socavones del camino para que éste se convierta en una senda llana. Esos socavones son el fracaso, el sufrimiento, las caídas, la tristeza, el decaimiento, la falta de confianza, la desesperanza… Y, al mismo tiempo, reducir aquellas cosas demasiado elevadas que impiden que el camino transcurra según los designios de Dios: el orgullo que nos eleva a la cima de nuestro yo; la vanidad que se infla cada vez que nos sentimos los mejores del universo; la soberbia que nos convierte en dioses en minúsculas, en realidad en dioses de barro. Son barreras que nuestro corazón pone al Señor para que penetre en nuestro interior.
El “enderezad el camino, allanad las sendas” tiene una gran profundidad porque hace también referencia a cómo es mi relación con Dios y a la honestidad conmigo mismo. Me hace ver que no debo poner obstáculos a la acción liberadora de ese Dios que me ama; es el reconocimiento que Dios debe entrar en mi corazón y allí, en su interior, debe sentirse a gusto. Es contemplar mi propio interior y reconocer que debo cambiar, que es imprescindible ser más humilde, más sencillo, más maduro espiritualmente y llevar siempre la iniciativa en mi predisposición al cambio para no dejarse vencer por la tentación que lo único que logra es alejarme de Dios.
¡Señor mío y Dios mío, te pido en el día de hoy que me des una fe firme para avanzar y seguir adelante! ¡Te pido de todo corazón que me des grandeza de espíritu para acercarme a la gente y saber perdonarles! ¡Señor, también te pido que me envíes tu Espíritu para recibir el don de la paciencia para comprender y aprender a esperar! ¡Y cuando caiga por el desánimo, por la tentación, por el sufrimiento… dame la fuerza para levantarme y caminar a tu lado sabiendo llevar la cruz de cada día! ¡Padre, tú eres amor, te doy gracias por el amor que me tienes, dame un poco de ese amor para que sea capaz de darlo yo también a los demás y pueda demostrar verdaderamente que soy un hijo tuyo! ¡Padre, que tu espíritu penetre en mi corazón para que tenga una voluntad fuerte para no caer nunca en tentación! ¡Ayúdame a aceptar todo lo que me envías, y dame sólo aquello que necesito y no lo que mi corazón anhela y quiere! ¡Te pido que me ayudes a ser una buena persona, un buen cristiano, un buen ejemplo para las personas que me rodean, especialmente mi familia, mis amigos, mis compañeros de trabajo y las personas de mi círculo parroquial! ¡Dios de bondad y de misericordia, hazme un instrumento útil de tu voluntad! ¡Que sepa seguirla siempre sin quejas y con alegría! ¡Te pido la fortaleza para sobrellevar las dificultades y los golpes que la vida me va dando, y te pido también que mi corazón sea receptivo siempre a lo que tú deseas para mi! ¡Hazme un instrumento de tu paz para que yo sea capaz de compartirla con aquellos que no la tienen en su corazón!
Le pedimos cantando a Dios que extienda su mano para que nos ayude a enderezar el camino:

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