El lema central de la vida cristiana se puede resumir en esta frase de un santo sacerdote: para servir, servir. Y desde el servicio, el llegar al amor de Dios. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas y tener como fin hacer el bien. No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño por poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección.
Se acerca la Navidad y la figura de San José, modelo de servicio, nos queda en ocasiones relegada al olvido. El trabajo de San José, callado y silencioso, debería ser el modelo fundamental en todo cristiano, de todo hombre: el espíritu de servicio, el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres. El trabajo de José no fue una labor que mirase hacia la autoafirmación, aunque la dedicación a una vida operativa haya forjado en él una personalidad madura, bien dibujada. San José trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret.
¡Gracias, Señor, por los dones recibidos! ¡Gracias, Señor, porque me has permitido recibir la gracia de tu amor! ¡Gracias, Padre, por tu misericordia y bondad! ¡Gracias, Señor, porque sé que siempre estás a mi lado y puedo verte en todo! ¡Gracias, Señor, porque he podido comprobar que tu amor es incondicional! ¡Gracias, Señor, porque he podido ver en tu rostro inmaculado la alegría y la paz, el amor y el perdón, la reconciliación y la generosidad! ¡Y no permitas, Señor, que olvide jamás que el camino de Cruz lo tengo que hacer con alegría de corazón! ¡Y a ti Madre, lléname de bondad, de tu humildad y de tu amor porque sin Ti María en nada puedo avanzar en mi vida espiritual!
¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!
Y, hoy, no podemos más que alabar con este preciso canto de adoración:
No hay comentarios:
Publicar un comentario