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domingo, 23 de abril de 2017

Unir mis manos a las de Cristo

desde Dios
En el pequeño crucifijo que me acompaña siempre no se distinguen las manos de Jesús. Pero hoy me las imagino. Son las manos recias de un carpintero que tanto bien hicieron pero que llevan el signo de la crucifixión.

Quiero unir mis manos a las de Él. A esas manos que se posaron sobre las cabezas de tantos para sanar sus vidas y curar sus enfermedades, que tocaron los ojos de los ciegos para darles la vista, que tomaron las manos de los paralíticos para levantarlos, que apaciguaban a los que sufrían, que acariciaban a los niños que se encontraba por el camino, que secaban las lágrimas de aquellos que estaban desesperados, que cogían las manos de su Madre para pasear por Nazaret, que desenrollaban serenamente los rollos de aquellas escrituras que leía en las sinagogas de Galilea, que dejaban un sencillo trazo en la arena antes de invitar a tirar la primera piedra, que elevadas al cielo oraban ante el Padre. Pero, sobre todo, eran las manos que multiplicaron los panes y los peces y bendijeron el pan y el vino en la Santa Cena.
Las manos de Cristo transmitían amor, esperanza, ternura, generosidad, misericordia. Eran manos siempre dispuestas a la entrega y al servicio. Todo está resumido en la Cruz.
Cristo prefirió dejar en sus manos y en sus pies las cicatrices de la Pasión. Es la evidencia de que desde el cielo Dios se hace cargo de nuestro dolor y de nuestros sufrimientos, pero también como un signo de escucha de nuestras plegarias y nuestras aclamaciones.
Tomo el crucifijo y beso cuidadosamente esas dos manos y esos pies heridos por mi y perforados en la cruz. Me siento compungido por esas manos bañadas en sangre pero también alegre porque esas manos con la huella de la Cruz sirvieron para anunciar la victoria de Cristo sobre la muerte.
Son manos llagadas que sólo rebosan un amor inconmensurable. Así pueden ser también mis pequeñas manos, manos que rebosen esperanza, amor, misericordia, generosidad, servicio... manos que abiertas, como las de Jesús, acojan al prójimo, al necesitado, al sufriente. Manos que humildemente abiertas sean testimonio de oración, de acción de gracias, de alabanza y de súplica.
Hoy más que nunca deseo unir mis manos heridas a las manos llegadas de Cristo. Sólo él sabe de verdad cuánto duele el sufrimiento pero unidas mis manos a las de Él llegará la sanación que mi corazón tanto necesita.

¡Señor, quiero ser tus manos extendidas y abiertas para coger al prójimo! ¡Señor, quiero ser tus manos para abrazar con cariño aquel que se acerca a mi para buscar consuelo! ¡Señor, quiero ser tus manos para retirar la venda de aquellos que no sean capaces de ver tu misericordia, tu amor y tu perdón porque tienen los ojos cerrados a la fe! ¡Señor, quiero ser tus manos para llevar alegría a los que sufren, a los que están solos, a los enfermos y a los desesperados! ¡Señor, quiero ser tus manos que forjaron esperanza, manos de carpintero desgastadas por el uso, encallecidas, pero que labraron vida y dieron esperanza a tantos! ¡Señor, quiero ser como esas manos tuyas bañadas de sangre que muestran el signo de la Cruz pero que rebosan paz, amor, misericordia, perdón, amistad y salvación! ¡Que mis manos, Señor, sirvan sólo para bendecir y no para inmovilizar, agarrar y destruir! ¡Mi destino, mi futuro y mi vida está en sus manos, Señor, en ti confío! ¡Señor, un día tus manos marcadas por las cicatrices que duraran toda la eternidad se abrirán en las puertas del cielo para recibirnos a todos en la vida celestial; eso es lo que deseo Señor, que me acojas con tus manos santas, que me bendigas cada día a mí y a todas aquellas personas que caminan junto a mí por las sendas de la vida! ¡No permitas, Señor, que caiga en tentación; ya Satanás intentó destruir tus manos santas que llevan escritas en su palma todos los nombres de los hombres! ¡Eleva tus manos, Señor, para librarme de la tentación! ¡Pongo en tus manos mi vida y mis cosas para vivir acorde a tu voluntad! ¡Entrego mis manos abiertas a tus proyectos, Señor, y el servicio de la comunidad! ¡Me pongo a tus pies, Señor, y dispongo mi corazón para que tus manos me bendigan y me llenes de tu vida en este tiempo de conversión!
Abiertos los brazos es el título de la canción que presentamos hoy:

martes, 22 de noviembre de 2016

Alabar a Dios en medio de la prueba

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Hoy celebramos la festividad de santa Cecilia, universalmente reconocida como patrona de la música —se la representa tocando el órgano y cantando— y cuyo martirio, siendo una joven virginalmente consagrada a Cristo, alecciona nuestra vida de fe. La tradición cuenta que el día de su enlace se retiró del jolgorio de la fiesta para cantarle a Dios en su corazón y rogarle que la ayudara a ser fiel en el compromiso adquirido con Él. Logró convertir al cristianismo a su marido, un rico pagano, y a la familia de éste. Por ello fue sometida a duras torturas que soportaba cantando hasta el momento de su decapitación.
El signo distintivo de su martirio es su capacidad para alabar y cantar a Dios en medio de tanto tormento y sufrimiento testimoniando en medio de la prueba la alegría a la que Cristo nos invita en el mismo Evangelio: «cuando seáis insultados y perseguidos, y se os calumnie por mi causa alegraos y regocijaos porque tendréis una gran recompensa en el cielo».
Que aprendo hoy de esta santa a la que tanto admiro: convertir mi vida en un canto de amor a Dios desde el corazón, testimoniar mi amor ardiente por Él, hacer que todas mis obras cotidianas sean para cantar la gloria de Dios, pedir al Espíritu Santo que abra mis oídos y mis ojos para enaltecer la Belleza creada por Dios, convertir la partitura de mi vida en una alabanza sincera al Señor y anhelar unirme algún día al coro celestial donde la sublime armonía de Dios todo lo cubre.

¡Señor, en este día quiero cantar tus alabanzas para darte gracias por todas las cosas buenas que me regalas, por todas las gracias y dones que he recibido en tu nombre, quiero hacerlo colosal, las canciones, los himnos, compuestos para darte gloria y bendecirte! ¡Señor, quiero en este día agradecerte los múltiples dones musicales que nos ofrece la Iglesia para tu Gloria! ¡Señor, en este día quiero unirme a los coros celestiales para cantarte un cántico de alabanza y decirte que quiero amarte como te amó Santa Cecilia, seguir su ejemplo de conversión personal y de apostolado con sus más cercanos, de entrega generosa de todo cuanto tuvo, de cantarte incluso en los momentos de mayor tormento y sufrimiento porque confiaba en la mente en tu amor y en tu misericordia! ¡Espíritu Santo, ayúdame a tener la misma fortaleza de alma, valentía, alegría, carácter, generosidad para entregar mi vida por el Señor y por los demás y poner por delante mi fe y mis principios para vivir con valentía un cristianismo sin fisuras! ¡Señor, sabes que te necesito y por eso te abro la puerta de mi vida y y de mi corazón y te recibo como mi Señor y Salvador para que me conviertas en la clase de persona que quieres que sea!

En el día de la patrona de la música nos deleitamos con el hermosísimo Sanctus de laMisa Solemne de Santa Cecilia de scharles Gounod:

domingo, 6 de noviembre de 2016

Salve, Reina de la Misericordia

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En este mes que concluye el mes del Rosario pongo mis manos en María, Reina de la Misericordia. El mes de octubre ha volado y con él los días nos han dejado un encuentro con María a través de la contemplación de los misterios del Rosario. Coincide este mes con el fin del Año Santo de la Misericordia convocado por el Santo Padre y eso me invita a meditar sobre la gran misericordia que surge de la Virgen María.
Misericordia que se encuentra representada en sus manos siempre plegadas en oración, colocadas amorosamente en su pecho, como ocurría en los momentos de oración o cuando recibió aquella gran noticia de la Encarnación y su corazón dio el «Hágase» más generoso y hermoso de la Historia o cuando acoge con sus manos abiertas nuestras plegarias para elevarlas al Padre. Manos abiertas y un «Hágase» que nos enseñan que hay que cumplir siempre la voluntad de Dios y no la nuestra, repleta de mezquindad, egoísmo, «yoísmo» y falta de caridad.
Misericordia que se muestra también en ese ponerse en camino, cuando la Virgen se dirige hacia la pequeña aldea donde vivía su prima santa Isabel que nos demuestra que hay que servir siempre, para ir al encuentro del que lo necesita, para ser apóstoles de la caridad y la entrega. En esto consiste en gran parte el Año de la Misericordia, vivir la caridad desde el desprendimiento, desde el silencio del corazón, desde la entrega desinteresada, desde el compromiso cristiano, desde el servir a cambio de nada y no quedarse parado pensando en las propias cosas, en las propias necesidades, en el propio relativismo, en el egoísmo de pensar que lo de uno es lo único importante.
Misericordia de María que emerge de lo más íntimo del corazón, mostrando sensibilidad por los problemas ajenos, como ocurrió en aquellas bodas de Caná cuando de los labios de la Virgen surgió aquella frase tan directa: «Haced lo que Él os diga». Una frase que ayuda a comprender que nuestra fe tiene que ser una fe firme, sustentada en la confianza en Dios, que no se desmorone cuando nuestras peticiones no parecen ser escuchadas o cuando el Señor no nos concede aquello que voluntariosamente le pedimos.
Misericordia de María que tiene en la oración su máxima expresión para meditar desde lo más profundo de su corazón y de su alma todo aquello que venía de Dios. Éste es uno de los puntos clave de su misericordia porque ella conservaba todas las cosas en su corazón, para comprender los misterios de Dios en su vida, para dejarlo todo en sus manos y no en las suyas, para poner sus fuerzas en las manos de Dios y no en la voluntad propia, para fiarse de los designios del Padre y no en su propia inteligencia, para dejar que sea él quien lleve las riendas de nuestra vida y no nuestra propia voluntad. Oración para meditar, para profundizar, para comprender, para sentir, para disfrutar y para que el eco de la Palabra de Dios resuene fuerte y decidido como palabra y gesto de perdón, de soporte, de ayuda y se pueda repetir con confianza y sin descanso: «Acuérdate, Señor, de tu misericordia y de tu amor; que son eternos».

¡Dichosa eres, María, Reina de la misericordia, dichosa te llaman todas las generaciones! ¡Te damos gracias por tu infinita misericordia y por tantos signos de tu presencia en mi pequeña vida! ¡Tú eres, María, el signo vivo de la misericordia! ¡Quiero aprender de ti, María, a ser más cercano a los humildes y a los que necesitan de la misericordia, hacer contigo el camino para revestir mis actos de amor y generosidad, para asumir con alegría mi desempeño misionero en el entorno en el que me muevo y compartir con todos la alegría de Dios! ¡Quiero experimentar contigo la misericordia divina, tu que acogiste en tu seno la fuente misma de esta misericordia: Jesucristo; que viviste siempre íntimamente unida a Él y sabes mejor que nadie lo que Él quiere: que todos los hombres se salven, que a ninguna persona le falte nunca la ternura y el consuelo de Dios! ¡María, eres Madre del perdón en el amor, y del amor en el perdón, ayúdame a perdonar siempre como perdonaste a Pedro cuando negó a Jesús, o a Judas el traidor o a los que crucificaron a Cristo y acudiste al Padre para repetir con tu Hijo: “Padre, perdónalos…”! ¡María tu me ofreces la Misericordia de Tu Hijo y me diriges hacia Él por medio del rezo del Rosario, por la confesión y la Eucaristía! ¡María, Madre de misericordia, de dulzura y de ternura, gracias por tu compañía, ayuda, mirada y compasión!
Salve, María, Madre de Misericordia:

jueves, 22 de septiembre de 2016

Jesús es lo que es

 Cada día la televisión ocupa menos espacio en mi vida. Tan poco espacio que hay semanas que se convierte en un elemento decorativo más de mi salón. No soporto el culto al famoseo de vodevil, gentes sin hondura interior que se han convertido en los nuevos ídolos de la sociedad, dioses en miniatura, dioses falsos que manipulan nuestras conciencias y tratan de hacernos perder el sentido de lo religioso y de lo trascendente. Personajes famosos por sus amoríos, por sus escándalos, por su dinero, por sus infidelidades, por sus excesos… por su inconsistencia, sus miserias más o menos ocultas que el mundo admira porque quieren parecerse a ellos. Pero la verdad desnuda siempre al hombre, esos ídolos de barro caen y son sustituidos por otros igual de efímeros y insustanciales.
Me apena contemplar como Jesús no se convierte en un referente para la gente. Te fijas en Él y lo que te llama la atención de su persona no es la vacuidad de sus palabras, ni la magnificencia de sus gestos «artificialmente» programados, ni el «áurea» que le rodea, ni la elegancia en su vestir, ni el porte de gentleman elegante… Jesús llama la atención por sí mismo porque no necesita revestimientos para llegar al corazón del hombre. Porque es la transparencia de su mirada y la claridad de su corazón y la verdad de sus palabras lo que te seduce. Jesús no tiene que aparentar nada. Jesús es lo que es. Y en ese «es» radica su grandeza.
Me impresiona la frase de Cristo a Zaqueo: «Hoy la salvación ha entrado en tu casa». Es una llamada a la trasparencia del corazón, a abajarse del orgullo, de la prepotencia, del aparentar, del servir en lugar de ser servido. A reconocernos en muestra nada. En la sinceridad de nuestra vida sencilla. Es una llamada a aparcar en la vida lo superficial, lo baladí, los ídolos de barro que jalonan nuestra vida, lo vacuo de esta sociedad vacua que impide a Dios hospedarse en este mundo demasiado lanzado por el querer tener y carecer de felicidad auténtica. El fin es claro, pero ¡cuánto cuesta a veces aplicárselo!

¡Señor, eres grande y bueno! ¡Entra en mi cada para que, como Zaqueo, obtenga la salvación de mi alma! ¡Tú nos dices “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”! ¡Aquí estoy, Señor, para que serenes mi corazón y pueda descansar en ti, confiar en ti, esperar en ti! ¡Ayúdame, Señor, a no sostenerme en ídolos de barro sino en Ti que nunca me dejarás abandonado! ¡Te pido, Jesús, que me enseñes a descubrir la justa medida de las cosas, de los problemas, de las necesidades que paso, de la dificultades, de las infidelidades, de los sufrimientos...! ¡Quiero que te conviertas en mi referente! ¡Envíame tu Espíritu para que llene mi corazón con sus siete sagrados dones de sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios! ¡Con la ayuda y la fuerza de tu Espíritu, Señor, ayúdame a desprenderme del orgullo, de la soberbia, de la vanidad, del egoísmo, de la prepotencia, de lo superficial,?del aparentar, del servir en lugar de ser servido! ¡A reconocerme en mi nada! ¡Por eso, Señor, como Zaqueo quiero conocerte mejor aunque tantas cosas a mi alrededor que me lo impiden y me distraen! ¡Mírame Jesús, con el amor con que miraste a Zaqueo, y yo te prometo que no te abandonaré jamás! ¡Yo sé, Señor, que quien te deja entrar en su vida no pierde sino que su vida se transforma! ¡Ayúdame Jesús a tener la experiencia de Zaqueo y no tener miedo de abrirte de par en par las puertas de mi corazón!
Con la música de Taizé acompañamos hoy esta meditación:

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Para servir… servir

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El lema central de la vida cristiana se puede resumir en esta frase de un santo sacerdote: para servir, servir. Y desde el servicio, el llegar al amor de Dios. Porque, en primer lugar, para realizar las cosas, hay que saber terminarlas y tener como fin hacer el bien. No basta querer hacer el bien, sino que hay que saber hacerlo. Y, si realmente queremos, ese deseo se traducirá en el empeño por poner los medios adecuados para dejar las cosas acabadas, con humana perfección.
Se acerca la Navidad y la figura de San José, modelo de servicio, nos queda en ocasiones relegada al olvido. El trabajo de San José, callado y silencioso, debería ser el modelo fundamental en todo cristiano, de todo hombre: el espíritu de servicio, el deseo de trabajar para contribuir al bien de los demás hombres. El trabajo de José no fue una labor que mirase hacia la autoafirmación, aunque la dedicación a una vida operativa haya forjado en él una personalidad madura, bien dibujada. San José trabajaba con la conciencia de cumplir la voluntad de Dios, pensando en el bien de los suyos, Jesús y María, y teniendo presente el bien de todos los habitantes de la pequeña Nazaret.

¡Gracias, Señor, por los dones recibidos! ¡Gracias, Señor, porque me has permitido recibir la gracia de tu amor! ¡Gracias, Padre, por tu misericordia y bondad! ¡Gracias, Señor, porque sé que siempre estás a mi lado y puedo verte en todo! ¡Gracias, Señor, porque he podido comprobar que tu amor es incondicional! ¡Gracias, Señor, porque he podido ver en tu rostro inmaculado la alegría y la paz, el amor y el perdón, la reconciliación y la generosidad! ¡Y no permitas, Señor, que olvide jamás que el camino de Cruz lo tengo que hacer con alegría de corazón! ¡Y a ti Madre, lléname de bondad, de tu humildad y de tu amor porque sin Ti María en nada puedo avanzar en mi vida espiritual!
¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!
Y, hoy, no podemos más que alabar con este preciso canto de adoración:

lunes, 8 de agosto de 2016

A la vera del necesitado… ¡misericordia!

Contemplo una imagen que me conmueve. La canícula a las cuatro de la tarde es intensa en mi ciudad. Un mendigo medio desnudo de avanzada edad se encuentra tumbado en las escaleras que dan acceso a la puerta de una entidad bancaria. Parece que ha perdido la conciencia cuando una joven cruza la calle y se acerca a él. Intercambian unas palabras. Le ofrece una botella de agua que lleva en el bolso. Le da de beber y le refresca la cara. Me acerco para ofrecer mi colaboración. El anciano estaba como deshidratado, sin fuerzas. Rezuma un intenso hedor a alcohol, suciedad y soledad. Su estado le imposibilita levantarse. Este es el ejemplo vivo de la misericordia. Esta joven es una samaritana anónima que siendo o no cristiana ha sentido en su corazón la llamada a arropar, amar, servir y proveer al necesitado. Cuando acaricias, sostienes y abrazas dignificas. En silencio oro por ambos mientras contemplo la escena. Por el que ofrece amor y por el que recibe ese amor. Dios, en su escucha, obra su poder. Con la oración también se logra cubrir la desnudez del hombre.
Cuando alguien como esta joven extiende su mano para cubrir amorosamente la desnudez del desvalido se regala silenciosamente la presencia de Dios en el corazón del necesitado. Aunque no sea consciente de ello. Un gesto de amor, unas palabras de afecto, un testimonio de cariño es un guiño que Dios hace al que sufre.
En esta vida se trata de ser cobijo, paraguas, regazo, columna…
En esta vida se trata de acunar, abrazar, acariciar, sonreír…
Cada vez que alguien abandona su comodidad —aunque sea momentánea— para sentarse a la vera del necesitado logra que el perfume de Dios lo inunde todo. Vivimos en un jardín perfumado por el aroma de Dios. Es nuestro egoísmo el que impide disfrutar de Él.

¡Señor, tú sabes que tal vez no tengo muchas cosas materiales que ofrecer y compartir con los demás pero tengo mi corazón pequeño y mis ganas de servir! ¡Señor, sé que esto es lo que más aprecias! ¡Hacerlo sin recibir halagos o parabienes! ¡Espíritu Santo, enséñame a no ser egoísta y a pensar siempre primero en el prójimo y después en mi! ¡A compartir mi tiempo con la alegría del servicio! ¡Espíritu divino, enséñame a compartir lo poco que soy y lo poco que tengo! ¡Hazme una persona poco apegada a las cosas materiales y que sea capaz de ofrecerme siempre para que todos puedan compartir conmigo la alegría del amor! ¡Señor, pocas cosas materiales son las que tengo pero mucho quedar desde el corazón! ¡Haz que todo eso se pueda multiplicar compartiéndolo! ¡Hazme apóstol del desprendimiento! ¡Hazme discípulo de los pequeños gestos de amor hacia los demás! ¡Quiero fijarme en ti, Jesús de la misericordia, para que mi actitud de misericordia hacia los demás se extienda a todos los factores de la vida porque nada puede hacerme más imitador tuyo que preocupándome por los demás! ¡Señor, que tu vida sea el espejo en el que mirarme para descubrir cuánto debo cambiar y como debo salir al encuentro del necesitado y el excluido! ¡Señor, tu acogiste a los despreciados y marginados, tú atendiste las necesidades de la gente, les enseñaste a compartir y vivir unidos, tú entregaste la vida por amor, que sea yo capaz de seguir tu ejemplo siempre y hacerme cercano a todos los que me rodean para ser un servidor generoso, dispuesto, amable, alegre y fraternal!

Un cuarteto del compositor Arriaga para profundizar en el texto de la meditación de hoy:

viernes, 29 de julio de 2016

Una sola cosa es necesaria

Ayer, durante un viaje, fui hospitalitariamente acogido en la casa de unos socios comerciales en un país de Asia Central. Todo fueron agasajos, incluso me ofrecieron un perfume para lavarme las manos. Me recordó el pasaje del Evangelio. El trato gentil y amable al invitado que llega, al peregrino que se acerca buscando cobijo. Antes de la comida los anfitriones, musulmanes, rezan una oración. Yo también abro las manos y ofrezco mi plegaria para que Dios les bendiga a ellos y los alimentos que vamos a recibir. Una de las hijas del matrimonio se queja al padre de que la otra no atiende sus obligaciones.
A Jesús le gustaba hospedarse en casa de sus amigos de Betania, Lázaro, María y Marta. Esta se esmeraba en atenderle con servicial afecto y cariño. Siempre atenta y acogedora. En el momento decisivo, su oración desde el corazón ablandó el corazón de Cristo para moverle a la resurrección de su hermano Lázaro. La oración desde la confianza todo lo puede.
Pero Jesús, siendo su amiga, también la reprende. Sabe que es una mujer servicial pero a veces su trabajo no es perfecto. ¡Cómo me siento identificado con ella! ¡Tantas veces mi servicio es imperfecto, mediocre, hecho de manera rápida, incluso con buena intención pero necesitado de ser reconocido! ¡Cuántas veces necesito que sentir que lo he hecho bien! ¡Cuántas veces ese afán por el aplauso aplaca mi voluntad de ser humilde y sencillo! ¡Cuántas veces pensando que yo lo hago todo y el otro no pega ni golpe! Soy como Marta, amada por el Señor, pero corregido como ella.
Hoy la palabras de Jesús a Marta son un estímulo para mí: «Marta, Marta, te inquietas y te agitas por muchas cosas. Sin embargo, una sola es necesaria. María eligió la mejor parte, que no le será quitada». Y esa única cosa es sencilla: poner en todo mi corazón en amar a Dios, en servir a Cristo, en entregarme con todo para darme de verdad. Levantarme de mi miseria para hacerme grande en lo pequeño que a la vez es lo más grande: amar.
Y una enseñanza más: mi vida activa no puede tener sentido si no va acompañada de una vida contemplativa para evitar distracciones, que mi corazón y mi mente se dispersen, para perder el sentido de todo, para concentrarme sólo en Dios y con Él y en Él llegar a los demás, servirles de corazón. Una sola cosa es necesaria. ¡Lo tengo claro, Señor: es mi salvación la que debo trabajar!

¡Señor, Tú sabes que me inquieto y me agito por muchas cosas que son intrascendentes pero que ocupan mi corazón! ¡Ayúdame a ponerlas todas en oración y entregártelas cada día para que se haga siempre tu voluntad! ¡Ayúdame a ser un cristiano coherente, ponértelo todo en oración para que seas Tú quien lo lleve todo, lo consigas todo, lo logres todo! ¡En el silencio de tu Presencia, Señor, quiero entregarme por entero a ti! ¡Que mis afanes cotidianos, Señor, no me alejen de lo importante! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que escuche siempre tus susurros, para hacerme dócil a tu Palabra, para que me ayude a tener siempre una actitud contemplativa, para que mi alma esté siempre atenta a los designios de Dios! ¡Ayúdame, Señor, a orar antes de trabajar, a poner todo mi trabajo en tu presencia para que sea siempre honrado, justo, bien hecho, servicial! ¡Ayúdame a marcar prioridades, a saber dejar lo intrascendente, a no buscar excusas para anteponer mis quehaceres a la oración! ¡Señor, sin Ti nada bien puedo hacer! ¡Y a ti, Santa Marta, te pido por tantos Lázaros que hay en nuestras familias y en nuestro entorno social y laboral, para que intercedas ante el Señor y los resucite del pecado y los libre de la muerte eterna con un conversión sincera y vean algún día en su vida al Cristo resucitado!

Lo que agrada Dios: