Contemplo una imagen que me conmueve. La canícula a las cuatro de la tarde es intensa en mi ciudad. Un mendigo medio desnudo de avanzada edad se encuentra tumbado en las escaleras que dan acceso a la puerta de una entidad bancaria. Parece que ha perdido la conciencia cuando una joven cruza la calle y se acerca a él. Intercambian unas palabras. Le ofrece una botella de agua que lleva en el bolso. Le da de beber y le refresca la cara. Me acerco para ofrecer mi colaboración. El anciano estaba como deshidratado, sin fuerzas. Rezuma un intenso hedor a alcohol, suciedad y soledad. Su estado le imposibilita levantarse. Este es el ejemplo vivo de la misericordia. Esta joven es una samaritana anónima que siendo o no cristiana ha sentido en su corazón la llamada a arropar, amar, servir y proveer al necesitado. Cuando acaricias, sostienes y abrazas dignificas. En silencio oro por ambos mientras contemplo la escena. Por el que ofrece amor y por el que recibe ese amor. Dios, en su escucha, obra su poder. Con la oración también se logra cubrir la desnudez del hombre.
Cuando alguien como esta joven extiende su mano para cubrir amorosamente la desnudez del desvalido se regala silenciosamente la presencia de Dios en el corazón del necesitado. Aunque no sea consciente de ello. Un gesto de amor, unas palabras de afecto, un testimonio de cariño es un guiño que Dios hace al que sufre.
En esta vida se trata de ser cobijo, paraguas, regazo, columna…
En esta vida se trata de acunar, abrazar, acariciar, sonreír…
Cada vez que alguien abandona su comodidad —aunque sea momentánea— para sentarse a la vera del necesitado logra que el perfume de Dios lo inunde todo. Vivimos en un jardín perfumado por el aroma de Dios. Es nuestro egoísmo el que impide disfrutar de Él.
¡Señor, tú sabes que tal vez no tengo muchas cosas materiales que ofrecer y compartir con los demás pero tengo mi corazón pequeño y mis ganas de servir! ¡Señor, sé que esto es lo que más aprecias! ¡Hacerlo sin recibir halagos o parabienes! ¡Espíritu Santo, enséñame a no ser egoísta y a pensar siempre primero en el prójimo y después en mi! ¡A compartir mi tiempo con la alegría del servicio! ¡Espíritu divino, enséñame a compartir lo poco que soy y lo poco que tengo! ¡Hazme una persona poco apegada a las cosas materiales y que sea capaz de ofrecerme siempre para que todos puedan compartir conmigo la alegría del amor! ¡Señor, pocas cosas materiales son las que tengo pero mucho quedar desde el corazón! ¡Haz que todo eso se pueda multiplicar compartiéndolo! ¡Hazme apóstol del desprendimiento! ¡Hazme discípulo de los pequeños gestos de amor hacia los demás! ¡Quiero fijarme en ti, Jesús de la misericordia, para que mi actitud de misericordia hacia los demás se extienda a todos los factores de la vida porque nada puede hacerme más imitador tuyo que preocupándome por los demás! ¡Señor, que tu vida sea el espejo en el que mirarme para descubrir cuánto debo cambiar y como debo salir al encuentro del necesitado y el excluido! ¡Señor, tu acogiste a los despreciados y marginados, tú atendiste las necesidades de la gente, les enseñaste a compartir y vivir unidos, tú entregaste la vida por amor, que sea yo capaz de seguir tu ejemplo siempre y hacerme cercano a todos los que me rodean para ser un servidor generoso, dispuesto, amable, alegre y fraternal!
Un cuarteto del compositor Arriaga para profundizar en el texto de la meditación de hoy:
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