El clásico de Bob Dylan a tres voces podría haber llegado en el momento justo
Una confesión: Blowin’ in the Wind, de Bob Dylan, y yo, tuvimos una historia, pero no una historia agradable, porque la canción quedará por siempre unida a mi sentimiento de despojo tras haber salido de mi mayor experiencia espiritual y litúrgica como niña, inmediatamente después de mi Primera Comunión:
“Hermana, ¡tiene que hacerme repetir el segundo curso!”, le dije imperioso.
“Pero ¿por qué, cariño?”, se extrañó.
“¡Porque quiero hacer la comunión otra vez!”, gemí. “¡Y sólo la puedo hacer en el segundo curso!”.
La Hermana me aseguró que sólo podía hacer la Primera Comunión una vez, pero que ahora podría recibir a Jesús en la Eucaristía “todos los domingos, ¡incluso todos los días si quieres!; siempre estará a tu alcance: la Misa y la Sagrada Comunión.
Aquel resplandeciente día, ese “siempre estará a tu alcance” me sonó como una promesa digna de la mayor de las confianzas. Después de todo, lo que me prometía llevaba funcionando inmutable en este mundo unos 2000 años. Tras considerar esto, logré apaciguar mis nervios.
Pero poco tiempo después llegó otro disgusto, porque mi himno favorito de la infancia (Praise to the Lord, the Almighty) había sido reemplazado por una versión congregacional de Blowin’ in the Wind de Bob Dylan. ¿Cómo iba a animar nuestras voces un señor en vaqueros balanceándose al son de los rasgueos de su guitarra? ¿Por qué nuestro sacerdote predicaba no sobre los sacramentos, el pecado o la salvación, sino sobre la sabiduría de Mrs. Robinson de Simon & Garfunkel, que nos decía que —cú-cú-cachú— no sabíamos cuánto nos amaba Jesús en realidad?
Así que cuando abrí mi correo electrónico y me encontré este vídeo con algunos comentarios de Facebook adjuntos, puse los ojos en blanco. Aun así, pinché en la canción para escucharla, y tengo que admitir que esta representación de las voces de Julia Harriman, Scott Hoying y Mario José es impresionante. Sublime.
“Con todo lo que está pasando por todo el mundo, mis amigos y yo queríamos compartir algo de amor, ¡de la mejor forma que sabemos! Y qué mejor manera que cantando una de nuestras canciones favoritas, Blowin’ in the Wind de Bob Dylan”, explicaba Harriman en Facebook. Hoying añadía que la canción iba “dedicada al amor”.
Bueno, vale. Es una interpretación brillante, pero seguramente algunos aún se preguntarán qué solución podría aportar ese “soplo en el viento” contra los males de nuestros días.
Las escrituras nos repiten una y otra vez que el Espíritu Santo se mueve con el viento, ya sea en un gran fragor cacofónico como en Pentecostés, o en un suspiro, como con Elías. Esta conexión ya la hizo también el papa Juan Pablo II cuando, el 27 de septiembre de 1997, Bob Dylan cantó la canción para él en Bolonia, Italia. Juan Pablo dijo: “La respuesta a las preguntas de la vida está ‘soplando en el viento’. ¡Es verdad! Pero no en el viento que sopla y se lleva todo en remolinos vacíos, sino en el viento que es el aliento y la voz del espíritu, una voz que llama y dice ‘¡ven!’”.
Hoy en día hay un viento maligno recorriendo el mundo, deslizándose entre las grietas de nuestros corazones, azotando los rincones de nuestras mentes, transitando los más oscuros callejones de nuestras almas.
Tal vez precisamente ahora necesitemos una canción excepcional que nos recuerde que el Espíritu Santo se mueve en el viento y que es una fuerza más poderosa que cualquier otra. Tal vez deberíamos seguir el ejemplo del papa San Juan Pablo y suplicar porque el Espíritu Santo dirija ese remolino alentador hacia las grietas de nuestras debilidades, para que suavice nuestras abruptas aristas y arroje luz sobre nuestras sombras espirituales.
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