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miércoles, 10 de agosto de 2016

La fuerza de la señal de la cruz


Hay ocasiones que, distraído, hago la señal de la Cruz de manera mecánica sin apreciar la fuerza que tiene este gesto que tantas personas en el mundo hacemos cada día. He observado en estos días, durante los Juegos Olímpicos, como varios atletas consagrados realizaban este gesto con su mirada hacia el cielo. ¿Somos realmente conscientes de la fuerza que tiene este gesto?
La señal de la Cruz es la señal inequívoca de mi fe. Es mi presentación sin máscaras de lo que soy y, sobre todo, de lo que creo. Es el resumen abreviado de la profesión de fe. La síntesis más precisa del Credo. Es el gesto más hermoso de agradecimiento a Dios. Si es así, cada vez que me persigno debería hacerlo sin prisas, interiorizándolo, como un acto de amor, embargado por la emoción. Esta bendición mediante el trazado de una cruz vertical es el recuerdo permanente del mayor gesto de amor en la historia de la humanidad: la muerte de Cristo en la Cruz.
La señal de la cruz autentifica mi compromiso cristiano. Presenta mi voluntad de obrar siempre bien, no por cuestiones terrenales sino porque mi destino es el cielo.
Cada vez que hago la señal de la Cruz y recito brevemente la breve frase «En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» surgen de mis labios unas palabras que me comprometen a actuar en consecuencia como hijo del Dios Creador, en el nombre de Cristo redentor y con la gracia del Espíritu santificador.
Tiene este gesto de hacer la señal de la Cruz y estas palabras de consagración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo tal profundidad que todo mi ser, todos mis actos, todos mis pensamientos, todas mis alegrías, todos mis sentimientos, todas mis tristezas, todos mis agobios, todas mis preocupaciones —toda mi vida en definitiva—, acaba convirtiéndose en una fuente de gracia.
¡Cómo nos gustaría que el Santo Padre nos diera su bendición, o que el obispo de nuestra diócesis impusiera sus manos sobre nosotros, o que un sacerdote nos bendiga en un momento determinado! Es un gesto hermoso que nos gusta recibir. Sin embargo, con la señal de la Cruz Dios me bendice cada día. Cada me vez que me persigno es el mismo Dios quien lo está haciendo. Solo de pensarlo, me lleno de emoción.

¡Señor, gracias por tu bendición! ¡Gracias, Señor, porque en este simple y humilde gesto lleno de grandeza me bendices cada día, me llenas de tu gracia, de tu amor y de tu misericordia! ¡Gracias, Señor, porque me bendices triplemente y todas las bendiciones celestiales se derraman sobre este pequeño y humilde hijo tuyo! ¡Gracias, Señor, porque me permites comprender la fuerza de este gesto que me identifica como hijo tuyo, como discípulo tuyo, como seguidor tuyo! ¡Gracias, Señor, por las bendiciones de cada día, por la vida, por las alegrías y las tristezas, por las pruebas recibidas, por las penas superadas, por los cansancios cotidianos, por las derrotas y los fracasos, por las victorias y los éxitos, todo ello me acerca cada día más a ti! ¡Señor, en tus manos encomiendo mi vida y la de mi familia, la de mis amigos y la de mis compañeros de trabajo y comunidad! ¡Bendícelos a todos con tus santas manos! ¡Señor, que el gesto de hacer la señal de la cruz me haga más fuerte, más fiel a ti, más confiado, más consciente del poder de tu gracia, sabedor que estoy protegido y bendecido por las mejores manos! ¡En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo! ¡Amén! ¡En vuestras manos encomiendo mi vida!

Cantamos hoy La fuerza de la Cruz:

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