Entrada destacada

ADORACIÓN EUCARÍSTICA ONLINE 24 HORAS

Aquí tienes al Señor expuesto las 24 horas del día en vivo. Si estás enfermo y no puedes desplazarte a una parroquia en la que se exponga el...

Mostrando entradas con la etiqueta bendición. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta bendición. Mostrar todas las entradas

viernes, 16 de junio de 2017

Emoción eucarística

La Misa de ayer fue hermosa. Muy hermosa. Todas las Eucaristías lo son por el misterio que encierran. La de ayer, sencilla, fue como estar en el cielo. Cuando el sacerdote, al concluir la ceremonia, exclamó «la Misa ha terminado, podemos ir en paz, demos gracias a Dios. Que tengáis un feliz día bendecido por la gracia del Señor» me senté parsimoniosamente en el banco, incliné mi cuerpo hacia delante, cubrí el rostro con mis manos y me eché a llorar. De emoción, de gozo, de alegría, de esperanza, de fe, de agradecimiento.El sacerdote —el mismo Cristo— contribuyó a esta emoción. Sensible en las formas, amoroso en la palabra y delicado y emocionado durante la consagración contribuyó a abrir mi corazón. Tuve el sentimiento de que la Santa Misa se quedaba corta, que necesitaba más, pero la bendición dejaba constancia del final.
El «podéis ir en paz» es una llamada. Son las palabras del envío a una misión ardua y tenaz de anunciar la Buena Nueva de Jesús.
Salí del templo profundamente convencido de que lo hacía unido al sacrificio de Cristo. Que ese Cristo alimenta mi interior, está en mi y yo en Él. Sentirse como en el cielo con Cristo en mi interior. Sentir el compromiso de vivir el misterio de la Eucaristía en medio de mi vida ordinaria, para llevar al prójimo a Cristo con mis actos, mis gestos y mis palabras.
Una Santa Misa oficiada con amor y vivida con amor es como sentirse en el cielo. Momentos de oración intensa, alabanza, acción de gracias... tiempo de escucha, petición, conversación... tiempo para entregar tu vida, tus necesidades y tus anhelos, para encomendar a las personas que amas, para descargar tus preocupaciones, para pedir paz y serenidad interior, para buscar intimidad con el Amado...
«La Misa ha terminado, podéis ir en paz, demos gracias a Dios». Y hacerlo feliz, dando gracias al Señor por el envío, por la misión, por haberme encomendado una tarea que no puede quedarse en meras palabras sino en hechos concretos porque así es el misterio del amor de Dios.

¡Jesús, gracias por la Eucaristía; eres el Hijo de Dios hecho Hombre y me siento muy unido a ti después de comulgar y quiero hacer de mis actos una unión con la Santísima Trinidad! ¡Gracias, Jesús, porque te conviertes en mi acción de gracias, en mi Eucaristía, supliendo todas mis deficiencias, mis enfermedades, mis fragilidades y mis flaquezas! ¡Quiero darte gracias, Jesús, que estás presente en mi corazón para adorarte en el Padre, en unión contigo, y con el Espíritu Santo! ¡Te doy gracias, Señor, porque iluminas mi entendimiento y escucho tu palabra para saber lo que deseas de mí y avivas mi voluntad para que pueda hacer lo que tú esperas que yo haga! ¡Padre, quiero escucharte también a ti y dejar que moldes mi alma de acuerdo a tu Voluntad! ¡Señor eres mi Pastor, nada me falta, en verdes praderas me haces reposar, me conduces hasta fuentes tranquilas y reparas mis fuerzas! ¡Gracias, Jesús, por la Eucaristía que tanta seguridad y confianza me da en Ti! ¡Gracias, Jesús, porque no soy yo el que te elijo a ti si no que eres tú quien me eliges, y no me llamas siervo si no amigo y permaneces junto a mí para siempre y lo atestiguas en la Eucaristía! ¡Señor, quiero que mi oración sea de adoración, de abandono, de confianza, de alabanza, de acción de gracias, de entrega porque Tú, que eres el Señor y el Dueño del mundo, habitas con gran humildad en la especie del pan en mi corazón después de la comunión! ¡Dame, Jesús, cosas buenas como mucha fe, auméntamela; más humildad, auméntamela; más docilidad para hacer tu voluntad; ser más pobre en el espíritu porque tú sabes que mucho tengo que cambiar; más pequeñez porque tú sabes Señor que sin ti nada soy y nada puedo; dame capacidad para aceptar los sufrimientos y los problemas; ayúdame a crecer en generosidad y en magnanimidad con el prójimo y con los que me rodean; dame gran capacidad para perdonar y olvidar las ofensas ajenas; y, sobre todo, Señor, dame mucha templanza y mucho control sobre mi mismo para poder ser dócil a tu llamada! ¡Gracias, Señor, por la Eucaristía que instituiste en la Última Cena y que es el Sacramento de la unión con Dios; ayúdame a permanecer en ti para que Tú, Jesús, puedas permanecer en mi! ¡Espíritu Santo, ayúdame a acrecentar la vida de Dios en mí y aumentar la comunión e identificación con Jesús por medio de la oración, de mi entrega a los demás, de mis buenas obras, de la aceptación de la voluntad divina en mí, en la vida de penitencia, en el ejercicio de mis virtudes, en el abandono del pecado, en la colaboración activa con los designios que tienes pensados para mi...! ¡Gracias, Jesús, por el sacrificio de la Eucaristía, por esta entrega amorosa por todos nosotros, alimento para nuestro viaje a la eternidad! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!
Milagro de amor, hermosa canción que pone de relevancia el valor de la Eucaristía como un acto de amor del Señor:

miércoles, 10 de agosto de 2016

La fuerza de la señal de la cruz


Hay ocasiones que, distraído, hago la señal de la Cruz de manera mecánica sin apreciar la fuerza que tiene este gesto que tantas personas en el mundo hacemos cada día. He observado en estos días, durante los Juegos Olímpicos, como varios atletas consagrados realizaban este gesto con su mirada hacia el cielo. ¿Somos realmente conscientes de la fuerza que tiene este gesto?
La señal de la Cruz es la señal inequívoca de mi fe. Es mi presentación sin máscaras de lo que soy y, sobre todo, de lo que creo. Es el resumen abreviado de la profesión de fe. La síntesis más precisa del Credo. Es el gesto más hermoso de agradecimiento a Dios. Si es así, cada vez que me persigno debería hacerlo sin prisas, interiorizándolo, como un acto de amor, embargado por la emoción. Esta bendición mediante el trazado de una cruz vertical es el recuerdo permanente del mayor gesto de amor en la historia de la humanidad: la muerte de Cristo en la Cruz.
La señal de la cruz autentifica mi compromiso cristiano. Presenta mi voluntad de obrar siempre bien, no por cuestiones terrenales sino porque mi destino es el cielo.
Cada vez que hago la señal de la Cruz y recito brevemente la breve frase «En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo» surgen de mis labios unas palabras que me comprometen a actuar en consecuencia como hijo del Dios Creador, en el nombre de Cristo redentor y con la gracia del Espíritu santificador.
Tiene este gesto de hacer la señal de la Cruz y estas palabras de consagración al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo tal profundidad que todo mi ser, todos mis actos, todos mis pensamientos, todas mis alegrías, todos mis sentimientos, todas mis tristezas, todos mis agobios, todas mis preocupaciones —toda mi vida en definitiva—, acaba convirtiéndose en una fuente de gracia.
¡Cómo nos gustaría que el Santo Padre nos diera su bendición, o que el obispo de nuestra diócesis impusiera sus manos sobre nosotros, o que un sacerdote nos bendiga en un momento determinado! Es un gesto hermoso que nos gusta recibir. Sin embargo, con la señal de la Cruz Dios me bendice cada día. Cada me vez que me persigno es el mismo Dios quien lo está haciendo. Solo de pensarlo, me lleno de emoción.

¡Señor, gracias por tu bendición! ¡Gracias, Señor, porque en este simple y humilde gesto lleno de grandeza me bendices cada día, me llenas de tu gracia, de tu amor y de tu misericordia! ¡Gracias, Señor, porque me bendices triplemente y todas las bendiciones celestiales se derraman sobre este pequeño y humilde hijo tuyo! ¡Gracias, Señor, porque me permites comprender la fuerza de este gesto que me identifica como hijo tuyo, como discípulo tuyo, como seguidor tuyo! ¡Gracias, Señor, por las bendiciones de cada día, por la vida, por las alegrías y las tristezas, por las pruebas recibidas, por las penas superadas, por los cansancios cotidianos, por las derrotas y los fracasos, por las victorias y los éxitos, todo ello me acerca cada día más a ti! ¡Señor, en tus manos encomiendo mi vida y la de mi familia, la de mis amigos y la de mis compañeros de trabajo y comunidad! ¡Bendícelos a todos con tus santas manos! ¡Señor, que el gesto de hacer la señal de la cruz me haga más fuerte, más fiel a ti, más confiado, más consciente del poder de tu gracia, sabedor que estoy protegido y bendecido por las mejores manos! ¡En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo! ¡Amén! ¡En vuestras manos encomiendo mi vida!

Cantamos hoy La fuerza de la Cruz: