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domingo, 14 de agosto de 2016

Cuando el Señor te mira con amor eterno…

Sentado ante el Santísimo siento en mi corazón reconfortado, lleno de paz y de amor. A ese Cristo presente en el Santísimo no le puedes ocultar lo que tu corazón siente. Puedes permanecer en silencio, con la mente perdida, con el corazón silente, con el alma rota… No importa. El conoce mis agobios, mis alegrías, mis penas, mis caídas, mis torpezas… Todo. Yo puedo tener una gran habilidad para evitar mostrar mis sentimientos a los demás pero con Él todo es diferente. ¿Cuántas veces te postras delante del Señor y le dices con el corazón abierto «Señor, ¿que te puedo decir que no conozcas?». Me gusta mirar fijamente a los ojos de la gente. En la mirada del hombre está el reflejo de su alma y muchas veces me cuestiono que ocultará esa mirada. En la oración es el Señor quien me mira, el que logra traspasar el iris de mis ojos para auscultar lo que siente mi corazón. A él no puedo engañarle.
Es en estos momentos cuando puedes exclamar: «¡Señor, ven y mírame! ¡ven y mírame, Señor, para que no me desvíes del camino, para que no me aleje de ti, para que sienta el poder de tu gracia, para ser consciente de cuales son mis pecados!».
Hay algo muy hermoso en la oración ante el Santísimo: el Señor te mira con amor eterno y por su gran misericordia te perdona sin necesidad de descubrir a nadie le inmundicia de tu pecado. Es en la confesión, ante el Santísimo y en la Eucaristía donde el Señor sana muchos corazones.

¡Señor, me produce una enorme emoción postrarme ante ti en el Santísimo Sacramento, donde hay tanto amor esperando, tanta entrega generosa, tanta necesidad de acogimiento! ¡Señor, yo creo que estás aquí, que me ves, que me oyes y te adoro profundamente desde la pequeñez de mi vida! ¡Y te doy gracias por todo lo que me regalas! ¡Y sobre todo, Señor, me siento amado! ¡Quiero en este momento darte gracias por tan precioso regalo, por poder compartir contigo un tiempo de mi vida con mis alegrías y mis penas! ¡También para descargarte de tantas ofensas que recibes porque yo también te he ofendido muchas veces! ¡Tu gracia me llena de paz y me invita a creer en ti y mejorar como persona! ¡Me consagro a ti y a tu Santísima Madre porque con vuestras manos santísimas mis deseos, mis afectos, mis ocupaciones, todo lo que tengo están a buen recaudo! ¡Eres mi Dios, Señor, y por eso te pido que no ceje de amarte y de quererte!

Pange Lingua, cantamos hoy al Señor en esta bella versión:

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