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viernes, 5 de agosto de 2016

El perdón es la forma más desprendida de ser misericordiosos. La pregunta «¿Cuántas veces debo perdonar?» que Pedro le formula a Jesús me ha removido el corazón ayer saliendo de Misa. Cuatro bancos por delante, asistiendo a la Eucaristía, se encuentra una persona que me ha provocado mucho daño. Hace meses que no la veía.
Durante el rezo del Padre Nuestro resuenan con fuerza estas palabras de la oración más hermosa jamás escrita: «perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», es decir a aquellos que nos han hecho daño, nos han ofendido y nos han desprestigiado. Ese «como» tiene una fuerza brutal. Tiene un claro sentido de igualdad. Pone el listón del por qué debo perdonar al prójimo que me ha dañado. Si Dios, en su infinita misericordia me perdona, ¿quién soy yo por mucho dolor que me embargue, para no perdonar y hacerlo «como» el mismo Dios lo haría? Cada gesto de perdón auténtico nos convierte en seres misericordiosos, tal «como» es el Padre.
Eso me lleva en los momentos de oración, concluida la Misa, a un sentimiento más profundo: la gracia del perdón recibida de Dios —acompañada de la misericordia— me une más a Él, el único que es realmente bondad infinita. Yo no soy bueno porque perdono, soy bueno porque Dios se hace uno en mí y me ayuda a perdonar.
Para darme a los demás y reconciliarme con alguien solo lo puedo lograr con mucha oración, con fuerte espíritu de contemplación y mucha gracia del Espíritu. Es a través de Él como Dios trasmite la sobreabundancia de sus dones, entre ellos la misericordia. Y para llegar a ella, primero siento la mirada indulgente del Padre y su misericordia, su amor y su perdón para luego más tarde recorrer el camino inverso: miro con amor y un sentimiento de acogimiento al que me dañado y con el perdón desde el corazón traslado la misericordia de Dios que todo lo perdona.
Cuando sale y me observa le extiendo la mano y él me la aprieta con fuerza. No decimos nada. La misericordia y el perdón no necesitan palabras. Él prosigue su camino, yo el mío. Pero Dios ha actuado a su manera, en su hogar y durante la Eucaristía, esencia de su amor generoso. Regreso a casa contento. No por mí ni por este hombre sino porque una vez más he comprobado la grandeza simple del Dios de la vida.

perdon

¡Señor de la misericordia y el amor, te doy gracias por tu bondad y tu paciencia! ¡Gracias por como manifiestas tu misericordia conmigo! ¡Te pido humildemente tu perdón cuando cometa actos contra ti, cuando te ofenda, cuando actúe contra los demás con mis palabras, con mis hechos e, incluso, con mis pensamientos! ¡Padre de bondad, envía tu Espíritu para que aprenda a perdonar a todas las personas que me han dañado u ofendido y dame la fuerza para vivir siempre rodeado del perdón y la misericordia para conmigo y para con los demás! ¡Te doy gracias, Señor, porque siento en mi corazón perdón y con ese perdón puedo perdonar también a los demás! ¡Señor, no soy perfecto y también yo hecho daño a los demás y he sido merecedor de tu perdón y tu misericordia! ¡Hazme abierto al amor! ¡Padre de bondad, gracias porque cada día siento tu presencia y porque me muestras el camino de la reconciliación, de la misericordia y el amor! ¡Te amo, Dios mío, porque eres un Padre que ama y perdona, que acoge y abraza! ¡Quiero ser como tú, Señor!

Hoy, perdóname la cantamos a Dios:

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