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sábado, 27 de agosto de 2016

«Nos atrevemos a decir»

Pater_noster
En la Eucaristía de ayer, antes del Padre Nuestro, el sacerdote pronuncia estas palabras del ritual de la Misa: «nos atrevemos a decir». Siento que ese «nos atrevemos a decir» es una llamada a romper la rutina de la oración para evitar repetir las palabras de corrillo y profundizar en ellas. No es posible invocar al Padre (Abba) sin que en el interior del corazón se produzca un vuelco transformador.
No es posible exclamar que su Nombre sea santificado, que venga a nosotros su reino, que se haga su voluntad, que nos dé el pan nuestro de cada día… sin elevar con rectitud de intención nuestra mirada al cielo. No es posible exclamar que perdone nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, que no nos deje caer en la tentación y que nos libre de todo mal si no somos capaces de alzar nuestros ojos hacia la inmensidad celestial para unirnos a Él, que es creador de todo.
La fuerza del Padre Nuestro es que Jesús nos enseña por medio de esta oración que los hombres unimos el cielo y la tierra, que la esencia del Reino se condensa en esta plegaria que salió del mismo corazón de Cristo.
Ese «nos atrevemos a decir» nos abre las puertas para dirigirnos a Dios en el tono más amigable y respetuoso posible. De orar al Padre con esperanza para alcanzar ese Reino prometido rebosante de amor, justicia, paz y fraternidad.
Ese «nos atrevemos a decir» nos hace comprender que es necesario saber repartir el pan cada día pero no únicamente en la Eucaristía diaria o dominical sino también ese pan material del que tantos están necesitados —no sólo a nivel económico, sino de tiempo, de afecto, de entrega, de oración…—, pedir perdón de corazón, trabajar por dignificar la vida y crecer espiritualmente. Es entonces cuando el contenido de esta plegaria, las palabras que pronunciamos que nos sabemos de memoria y hemos repetido miles de veces adquieren su auténtico sentido.
Ese «nos atrevemos a decir» nos lleva a comprender al repetir pausadamente la oración que Dios es el Padre de todos, hombres y mujeres necesitados de su amor y de su misericordia. Que Él es el centro, lo importante, lo esencial.
Ese «nos atrevemos a decir» nos recuerda que esta oración nos lleva a un encuentro íntimo, personal y profundo con ese Dios al que puedes abandonarte con serena confianza.
Ese «nos atrevemos a decir», en definitiva, nos lleva a acudir a ese Padre Nuestro que está en el cielo al que le pides ayuda y al mismo tiempo te comprometes a vivir cristianamente orando con sencillez y humildad de corazón, reconociendo tu auténtica necesidad de Dios y admitiendo tus propias debilidades aceptando que es Él y sólo Él quien sabe que es lo mejor para cada uno.
Hoy «me atrevo a decir» con devoción: Padre Nuestro...

¡Padre Nuestro que estás en el cielo, que eres tres veces santo, te quiero dar gracias, alabarte y adorarte; quiero pedir tus bendiciones para que mi vida esté siempre muy cerca de ti! ¡Padre, me reconozco hijo tuyo, tú que estás en el cielo, y también en los corazones de los que confían y creen en tí! ¡Entra en mi corazón Padre de bondad! ¡Padre, santificado sea tu nombre, alabado sea tu nombre, estoy agradecido por este amor que me tienes y por eso quiero comprometerme a honrarte con todos mis actos, con mis palabras, con mis actitudes, con mis sentimientos...! ¡Padre, venga a nosotros tu reino, quiero hacerlo efectivo en cada uno de los momentos de mi vida, tenerte cerca, a mi lado para darte a los demás y así hacer crecer en este mundo el Reino que nos tienes prometido! ¡Padre, que se haga siempre tu voluntad en la tierra como en el cielo, para alcanzar esa salvación prometida, para algún día estar junto a ti y junto a tu Hijo en el cielo! ¡Quiero unir esta voluntad mía a la tuya para poniéndome en tus manos imitar siempre a tu Hijo y también a la Virgen María que hicieron siempre tu santísima voluntad! ¡Padre, dame hoy el pan de cada día, te lo pido con toda la confianza y con toda la humildad para satisfacer mis necesidades materiales pero también mis necesidades espirituales! ¡Padre, perdona también mis ofensas como yo también trato de perdonar a los que me ofenden! ¡Señor, tú sabes que soy un miserable pecador y que me alejo de ti constantemente, por eso quiero pedirte perdón cuando te ofendo! ¡Necesito recibir tu amor y por eso para tenerlo es imprescindible contar con un corazón puro y limpio, un corazón sensible, un corazón que sea capaz de abrirse siempre a los demás y sea capaz de perdonar de corazón! ¡Padre, no me dejes caer en tentación, no permitas que consienta nunca que el demonio venza en cada una de mis acciones, no permitas que tome el camino equivocado hacia el mal, envía tu Espíritu Santo para que sea capaz de vencer todas las tentaciones del maligno! ¡Y líbrame todo mal, para que el demonio no me venza con sus astucias y estar siempre en paz y en gracia contigo!
Cantamos y oramos con el Padre Nuestro:

viernes, 5 de agosto de 2016

El perdón es la forma más desprendida de ser misericordiosos. La pregunta «¿Cuántas veces debo perdonar?» que Pedro le formula a Jesús me ha removido el corazón ayer saliendo de Misa. Cuatro bancos por delante, asistiendo a la Eucaristía, se encuentra una persona que me ha provocado mucho daño. Hace meses que no la veía.
Durante el rezo del Padre Nuestro resuenan con fuerza estas palabras de la oración más hermosa jamás escrita: «perdónanos nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden», es decir a aquellos que nos han hecho daño, nos han ofendido y nos han desprestigiado. Ese «como» tiene una fuerza brutal. Tiene un claro sentido de igualdad. Pone el listón del por qué debo perdonar al prójimo que me ha dañado. Si Dios, en su infinita misericordia me perdona, ¿quién soy yo por mucho dolor que me embargue, para no perdonar y hacerlo «como» el mismo Dios lo haría? Cada gesto de perdón auténtico nos convierte en seres misericordiosos, tal «como» es el Padre.
Eso me lleva en los momentos de oración, concluida la Misa, a un sentimiento más profundo: la gracia del perdón recibida de Dios —acompañada de la misericordia— me une más a Él, el único que es realmente bondad infinita. Yo no soy bueno porque perdono, soy bueno porque Dios se hace uno en mí y me ayuda a perdonar.
Para darme a los demás y reconciliarme con alguien solo lo puedo lograr con mucha oración, con fuerte espíritu de contemplación y mucha gracia del Espíritu. Es a través de Él como Dios trasmite la sobreabundancia de sus dones, entre ellos la misericordia. Y para llegar a ella, primero siento la mirada indulgente del Padre y su misericordia, su amor y su perdón para luego más tarde recorrer el camino inverso: miro con amor y un sentimiento de acogimiento al que me dañado y con el perdón desde el corazón traslado la misericordia de Dios que todo lo perdona.
Cuando sale y me observa le extiendo la mano y él me la aprieta con fuerza. No decimos nada. La misericordia y el perdón no necesitan palabras. Él prosigue su camino, yo el mío. Pero Dios ha actuado a su manera, en su hogar y durante la Eucaristía, esencia de su amor generoso. Regreso a casa contento. No por mí ni por este hombre sino porque una vez más he comprobado la grandeza simple del Dios de la vida.

perdon

¡Señor de la misericordia y el amor, te doy gracias por tu bondad y tu paciencia! ¡Gracias por como manifiestas tu misericordia conmigo! ¡Te pido humildemente tu perdón cuando cometa actos contra ti, cuando te ofenda, cuando actúe contra los demás con mis palabras, con mis hechos e, incluso, con mis pensamientos! ¡Padre de bondad, envía tu Espíritu para que aprenda a perdonar a todas las personas que me han dañado u ofendido y dame la fuerza para vivir siempre rodeado del perdón y la misericordia para conmigo y para con los demás! ¡Te doy gracias, Señor, porque siento en mi corazón perdón y con ese perdón puedo perdonar también a los demás! ¡Señor, no soy perfecto y también yo hecho daño a los demás y he sido merecedor de tu perdón y tu misericordia! ¡Hazme abierto al amor! ¡Padre de bondad, gracias porque cada día siento tu presencia y porque me muestras el camino de la reconciliación, de la misericordia y el amor! ¡Te amo, Dios mío, porque eres un Padre que ama y perdona, que acoge y abraza! ¡Quiero ser como tú, Señor!

Hoy, perdóname la cantamos a Dios:

domingo, 19 de junio de 2016

Oración por los padres ausentes

Por los que no están y por los que nunca han estado


Te ruego Señor por todos los padres ausentes del mundo.
Por aquellos que ya no están y muy especialmente
por aquellos que nunca han estado en la vida de sus hijos e hijas.

Te pido que les concedas la gracia de reconocer sus errores, enmendar sus vidas de la mejor manera posible
y comprender que Tu Infinita Misericordia permanece con los brazos abiertos permanentemente.

Te ruego Señor, por las familias que extrañan a un padre bueno y ejemplar que ha partido ya de esta Tierra, para que tengan consuelo y la certeza de que eres un Dios justo y darás el lugar que merece junto a Ti en el Reino de los Cielos.

Ten piedad, Señor, por todos aquellos que no han podido reconocer el gran don de la vida de un hijo o hija, aquellos que han abandonado el hogar y no han reconocido a sus hijos.

Dales la sabiduría para que tomen conciencia de Ti y de sus responsabilidades.

Para que se arrepientan de todo corazón.

Para que respeten el dolor y el espacio de sus hijos y sus madres.

Para que no desesperen los que intentan recuperar la confianza de sus hijos justamente dolidos o tristemente llenos de rencor. Permite que tu Espíritu les ayude a sanar en profundidad.

Para que comprendan que el perdón no justifica sus acciones.

Para que entiendan que el amor aviva eternamente la esperanza en que todo puede cambiar para bien.

Ayúdalos y concédeles la capacidad de aceptar Tu Santa Voluntad.

jueves, 16 de junio de 2016

El Padrenuestro es la piedra angular de nuestra oración

Las oraciones no son palabras mágicas, recuerda en su homilía de este jueves


Rezando el Padrenuestro sentimos Su mirada sobre nosotros, afirmó el papa Francisco en la misa celebrada la mañana de este jueves en la Casa Santa Marta del Vaticano. El Papa destacó que, para un cristiano, las oraciones “no son palabras mágicas” y recordó que “Padre es la palabra que Jesús pronuncia siempre en los momentos más fuertes de su vida”.

No desperdiciéis las palabras como los paganos, no penséis que las oraciones “son palabras mágicas”… El papa Francisco comenzó por el Evangelio de hoy, en el que Jesús enseña la oración del Padrenuestro a sus discípulos para detenerse sobre lo importante que es rezar al Padre en la vida del cristiano.

Jesús, dijo, “indica la dimensión de la oración en una palabra: Padre”.

Jesús se dirige siempre al Padre en los momentos más fuertes de su vida, recordó Francisco, ese Padre, observó, “que sabe lo que necesitamos, antes de que se lo pidamos”, un Padre que “nos escucha en lo escondido, en lo secreto, como Él, Jesús nos aconseja rezar en lo secreto”.

Este Padre nos da la identidad de hijos, prosiguió. Y cuando yo digo “Padre” llego hasta las raíces de mi identidad: mi identidad cristiana es ser hijo y esta es una gracia del Espíritu. Nadie puede decir ‘Padre’ sin la gracia del Espíritu.

“Padre” es la palabra que Jesús usaba en los momentos más fuertes -continuó el Papa en su homilía-: cuando estaba lleno de alegría, de emoción: ‘Padre, te alabo, porque Tú revelas estas cosas a los niños’, o llorando, ante la tumba de Lázaro: ‘Padre, te doy gracias porque me has escuchado’. O después, al final, en los momentos finales de su vida”.

“En los momentos más fuertes” -destacó el Papa- Jesús dice: ‘Padre’, “es la palabra que más usa”. “Él habla con el Padre. Este es el camino de la oración, el espacio de la oración”. Sin sentir que somos hijos, sin sentirnos hijos, sin decir Padre -advirtió- nuestra oración es pagana, es una oración de palabras”.

Rezar al Padre es la piedra angular

Cierto, añadió el Papa, se puede rezar a la Virgen, a los ángeles y a lossSantos. “Pero, advirtió, la piedra angular es la oración al Padre”. Si no somos capaces de iniciar la oración desde esta palabra, advirtió “la oración no va bien”.

“Padre. Es sentir la mirada del Padre sobre mí, sentir que esa palabra ‘Padre’ no es un desperdicio como las palabras de los paganos: es una llamada a Aquel que me ha dado la identidad de hijo. Este es el espacio de la oración cristiana: ‘Padre’”, explicó.

“Después rezamos a los santos, a los ángeles, hacemos procesiones y peregrinaciones…. Muy bonito pero siempre comenzando por el Padre y con la conciencia de que somos hijos, que tenemos un Padre que nos ama y que conoce nuestras necesidades”, añadió.

Francisco dirigió su pensamiento a la parte del Padrenuestro en la que Jesús se refiere al perdón al prójimo como Dios nos perdona a nosotros. “Si el espacio de la oración es decir Padre, reveló, la atmósfera de la oración es decir ‘nuestro’: somos hermanos, somos familia”.

Y recordó lo que pasó cuando Caín odió al hijo del Padre, a su hermanos. El Padre nos da la identidad de familia. “Por esto -afirmó el Papa- es tan importante la capacidad de perdón, de olvidar las ofensas, esa sana costumbre de “dejémoslo estar…”.

“Que el Señor nos regale no tener rencor, resentimiento, el deseo de vengarnos”, pidió.

Nos hará bien un examen de conciencia sobre cómo rezamos al Padre

“Rezar al Padre perdonando a todos, olvidando las ofensas -destacó el Papa- es la mejor oración que puedes hacer”.

“Es bueno hacer un examen de conciencia sobre esto -sugirió-: ¿Dios es Padre para mí? Si no lo es, pidamos al Espíritu Santo que me enseñe a sentirlo así”.

“Y ¿soy capaz de olvidar las ofensas, de perdonar, de olvidar, de pedirle al Señor que nos ayude a perdonar? -planteó para finalizar Francisco-. Hagamos este examen de conciencia, nos vendrá bien. ‘Padre’ es ‘nuestro’: nos da la identidad de hijos y nos da una familia para ‘ir juntos en la vida’”.

sábado, 4 de junio de 2016

Análisis del Padre Nuestro


No digas Padre, si cada día no te portas como un hijo.

No digas nuestro, si vives aislado en tu egoísmo.

No digas que estás en el cielo, si sólo piensas en las cosas terrenas.

No digas santificado sea tu nombre, si no lo honras.

No digas venga a nosotros tu reino, si lo confundes con el éxito material.

No digas hágase tu voluntad, si no la aceptas cuando es dolorosa.

No digas danos hoy nuestro pan de cada día, si teniéndolo tú, no te preocupas por la gente sin vivienda, sin medios,....

No digas perdona nuestras ofensas, si guardas rencor a tu hermano.

No digas no nos dejes caer en la tentación, si tienes la intención de seguir pecando.

No digas líbranos del mal, si no tomas parte activa contra el mal.

No digas amén, si no has tomado en serio las palabras del Padre Nuestro.


¿Es el eco de mi voz o es Su voz?


Si me despierta y me saca de la mediocridad, si compromete y complica mi vida, pero la llena y da sentido..., es voz de Dios.

Si me hace salir de mi tierra, de mi pequeña isla o mar y me lanza al mundo entero..., es voz de Dios.

Si me invita a ser profundamente feliz y a hacer felices a los demás... si habla el lenguaje de la confianza, del Padrea su hijo..., es voz de Dios.

Si no me saca de este mundo, pero me hace estar en él como levadura, sal, luz..., es voz de Dios.

Si no tiene nada que ver con los anuncios de televisión, si no es para hacerme más famoso, ni me va a dar más dinero y poder, ni lo que me ofrece lo pueden robar los ladrones, ni carcomer la polilla, ni devaluar las caídas de la bolsa..., es voz de Dios.

Si es como un eco evangélico, si en la oración no puedo sacármelo del pensamiento..., es voz de Dios.

Si así también lo siente y lo ve mi comunidad y mi grupo; si cada vez soy más feliz siguiendo la llamada..., es voz de Dios.