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miércoles, 18 de abril de 2018

Hoy no me apetece rezar.


 Desde Dios

«Hoy no me apetece rezar» o «Hoy no tengo ganas de hacer mi oración». Estas expresiones son más comunes de lo que parecen. En el momento de la oración emergen siempre las excusas. Confieso que no me libro de ellas. Hay días que al entrar en el templo o al empezar la oración en casa me encuentro inquieto, poco comprometido, con la cabeza pensando en otras cosas… comenzar la oración me cuesta.
Entré ayer en una iglesia sin demasiada ilusión; me había hecho el propósito de quedarme unos cinco minutos, un «cumplir» vaya. Cansado por la jornada, hastiado por las cargas del día, agotado por los compromisos me arrodillo ante el sagrario. «Señor, con toda la franqueza te digo que hoy no me apetece quedarme mucho tiempo; así que no esperes que me quede aquí acompañándote más de lo normal». Mas claridad y franqueza, imposible. Cuando me siento en el banco invoco al Espíritu: «Ablanda este corazón duro y egoísta». Le explico al Señor —aunque Él ya lo sabe— lo que ha sucedido hoy. Es el diálogo con el amigo. Distraído, miro el reloj continuamente a la espera que vuelen los cinco minutos. «Hoy no me quedaré más, en cinco minutos ya me marcho», me repito.
Pero entre alabanzas, acción de gracias, petición de intercesión por un amigo, volcar mis emociones y mis sentimientos, expulsar aquello que llevo dentro y necesita ser sanado, alegrías que pasan tantas veces desatendidas… ha transcurrido media hora larga. Son los cinco minutos más largos de la historia. Tengo que reconocerlo. Salgo del templo con una alegría desbordante, con un talante nuevo, con una serenidad inexplicable. He sido fiel al Amigo; el Amigo ha sido fiel conmigo.
En el silencio del sagrario, allí donde siempre me espera el Señor, Él comprende mis anhelos y mis angustias. Conoce a la perfección cuál es mi verdadero estado de ánimo. El tiene la llave de mi corazón, solo espera que le autorice para abrirlo.
La enseñanza es clara, directa. La desgana vence habitualmente al ánimo cuando uno tiene que enfrentase a la oración. Si esperas que te venga, por si sola no lo hará. En la oscuridad de la desgana se trata de buscar la luz, salir de la aridez del desierto, del secarral árido del corazón.
Suele ocurrir siempre igual. Al llegar a lo profundo la perspectiva cambia: todo es alegría, esperanza y luminosidad. Hay que dejarse amar por Jesús. Él te ofrece, misteriosamente, lo que necesitas para comunicarse contigo. Envía tu Espíritu para abrir el corazón. No importa el silencio; Jesús también habla en el silencio; a veces también parece guardar silencio a la espera que tu comiences a hablar.
Cuando dices «Hoy no me apetece rezar» o «Hoy no tengo ganas de hacer mi oración» es el momento clave para que Dios actúe, para se produzca ese encuentro fortuito y especial en el que el amor del Padre se desborda sobre ti. Porque Dios es tan sorprendente que le gusta hacerse el encontradizo con el hombre, al que conoce tan bien. Él ya sabe de la aridez del corazón, el estado de ánimo de su interlocutor. En ese «no me apetece o no tengo ganas» hay una respuesta interior del Espíritu que te anima a despreocuparse para que abras el corazón porque cuanto menores son las perspectivas mayores son las fuerzas que te ofrece Dios.
¡Espíritu Santo, tu me llamas a tener fe, confianza y esperanza! ¡Concédeme la gracia de abrir mi corazón al don de Dios, para que también sea corredentor, compañero y servidor, para ser don de Dios para los demás! ¡Espíritu Santo, dulce habitante de mi corazón, abrémelo porque habitualmente lo tengo cerrado y Jesús no puede entrar en él! ¡Abrémelo para que entrando Tú me hagas entender que Jesús es mi Señor con el que todo lo puedo, que me comprende y me acompaña! ¡Hazme, Espíritu Santo, atento a tus inspiraciones, para escuchar las cosas que susurras a mi corazón para que camine con firmeza en la vida cristiana y pueda dar testimonio de que soy seguidor de Jesús! ¡Hazme dócil a tus enseñanzas y a tus inspiraciones! ¡Señor, tu llamas a la puerta de mi corazón y quieres entrar, no permitas que te deje fuera porque te necesito y anhelo que transformes mi vida y la llenes de tu amor, de tu bondad y de tu misericordia! ¡Tú, Señor, prometes entrar en mi ser y sabes lo importante que es Tu presencia en mi vida, me llena de fortaleza y sabiduría para emprender cada una de mis jornadas con total entrega y confianza! ¡Toca, Señor, mi corazón y hazlo coherente entre lo que digo y hago! ¡Concédeme la fortaleza y la coherencia para vivir con intensidad tu Palabra y ponerla en armonía con mis acciones y obrar según tu voluntad! ¡Ayúdame a caminar por senderos de sinceridad, de humildad, de sencillez, de servicio, de generosidad, abriendo mi corazón al amor y a la verdad y convertirme en un auténtico testigo de tu bondad! ¡Ven a mi vida, Señor, y ayúdame a ser transparente en todos mis actos, con el corazón siempre abierto, para reflejar en mi mirada, mis gestos, mis palabras y mis acciones que eres Tú quien habita en mí! ¡Guíame y capacítame por medio de tu Santo Espíritu para enfrentar los retos de mi vida con la mejor actitud! ¡Gracias, Jesús, por confiar en mí a pesar de mis constantes abandonos! ¡Gracias por tu inmenso amor, Jesús, que no merezco por mi miseria y mi pequeñez!
Le pedimos al Espíritu que nos toque el corazón con esta canción:


lunes, 5 de marzo de 2018

Plantearse la propia vocaciónAparte de la introspección interior, la Cuaresma me invita a salir de mi tierra de confort e ir a la casa del Padre. Subir a la montaña del silencio para dedicar un tiempo a la oración y tener una mayor cercanía con Dios. La Cuaresma también es un momento adecuado para plantearse la propia vocación cristiana. La vocación es parte del plan que Dios tiene para cada uno. Si es el plan de Dios es también mi plan; la vocación reajusta mis intereses y mis voluntades, la pobreza de mis proyectos y mis grandes veleidades. La vocación es la aceptación de la voluntad divina en mi propia vida; es una llamada, que puedo aceptar libremente, y desde ese momento mi voluntad queda sometida a la voluntad del Padre. Como la vocación es un proyecto fundado en el amor divino ningún plan humano es mejor que el plan de Dios, aunque a los ojos de los hombres pueda parecer disparatado o sorprendente. Porque lo que Dios ofrece es siempre lo más conveniente para mi y aceptando su plan, aceptando mi vocación, acepto generosamente un encuentro de amor con Dios. Dándole mi sí, también le ofrezco lo mejor de mi propia existencia. Dándole sentido a mi vocación respondo con amor al amor infinito de Dios. Mi vocación personal, de esposo, de padre, de empresario, de buscar la santidad personal… forma parte de mi manera de entender y vivir la vida y, sobre todo, de ordenarla como parte de mi servicio para la mejora de la sociedad. Pero la llamada —origen de la vocación— no emana de la persona. Viene de Dios a través de Cristo, que es quien invita. Uno puede recibirla y es libre o no de aceptarla. Así, mi vocación, comporta una responsabilidad tanto en la sociedad como en la Iglesia, exige de mi una conducta intachable porque vivir la vocación, cualquier que sea, es la respuesta a una llamada divina en la plenitud del amor. Un don de Dios y como tal comprendes que tu vida es una misión en la que vas descubriendo que formas parte del plan divino para el que has sido creado. ¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! orar con el corazon abierto ¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! ¡Espíritu divino, he sido creado en Cristo y para Cristo, concédeme la gracia de responder a la llamada de Dios a la santidad! ¡Ayúdame a comprender que mi vocación forma parte del plan establecido por Dios para mi santidad personal, que forma parte del sentido profundo de mi existencia, la razón de mi ser cristiano! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a permanecer siempre en comunión con Dios! ¡Concédeme la sabiduría para saber elegir, libremente, mi vocación para aceptar la elección que Dios ha hecho para mi! ¡Hazme ver que mi vocación tiene una dimensión eterna! ¡Permíteme, Espíritu Santo, entender mi vocación como parte de la llamada amorosa de Dios, estar atento a la llamada de Jesús por medio de su Palabra, mediante terceras personas, por medio de los diferentes acontecimientos de mi vida! ¡Dame, Espíritu Santo, la capacidad de discernimiento para darle autenticidad a mi vocación cristiana! ¡Que sea capaz de leer, Espíritu de Amor, los signos que se me presentan para tener siempre la certeza moral de la llamada del Señor! ¡Hazme ser siempre obediente a la llamada y no permitas que mis obstinación y mi voluntad prevalezcan sobre los planes que Dios tiene pensados para mi! ¡Dame mucha fe, Espíritu consolador, para entregarme a Dios! ¡Concédeme la gracia del sacrificio y del amor para atender la llamada de Jesús y mucha vida interior para ser generoso a esta llamada! ¡Dale relieve y profundidad a mi vida! ¡Dame mucha luz para ver el camino de mi vocación; fortaleza para recorrerlo, gracia para vivirlo, libertad para aceptarlo, carisma para transmitirlo, sencillez y humildad para ejercerlo, certeza para experimentarlo, amor para vivenciarlo, perseverancia para seguirlo, generosidad para compartirlo y fidelidad y compromiso para llevarlo a cabo! ¡Indícame siempre, Espíritu de amor, cuál es la meta a la que me debo dirigir! ¡Ayúdame a ser testimonio de Cristo ante mi prójimo y dirigir todo lo que hago hacia Dios! Vocación al amor, cantamos hoy:


Desde Dios

Aparte de la introspección interior, la Cuaresma me invita a salir de mi tierra de confort e ir a la casa del Padre. Subir a la montaña del silencio para dedicar un tiempo a la oración y tener una mayor cercanía con Dios.
La Cuaresma también es un momento adecuado para plantearse la propia vocación cristiana. La vocación es parte del plan que Dios tiene para cada uno. Si es el plan de Dios es también mi plan; la vocación reajusta mis intereses y mis voluntades, la pobreza de mis proyectos y mis grandes veleidades.
La vocación es la aceptación de la voluntad divina en mi propia vida; es una llamada, que puedo aceptar libremente, y desde ese momento mi voluntad queda sometida a la voluntad del Padre.
Como la vocación es un proyecto fundado en el amor divino ningún plan humano es mejor que el plan de Dios, aunque a los ojos de los hombres pueda parecer disparatado o sorprendente. Porque lo que Dios ofrece es siempre lo más conveniente para mi y aceptando su plan, aceptando mi vocación, acepto generosamente un encuentro de amor con Dios. Dándole mi sí, también le ofrezco lo mejor de mi propia existencia. Dándole sentido a mi vocación respondo con amor al amor infinito de Dios.
Mi vocación personal, de esposo, de padre, de empresario, de buscar la santidad personal… forma parte de mi manera de entender y vivir la vida y, sobre todo, de ordenarla como parte de mi servicio para la mejora de la sociedad. Pero la llamada —origen de la vocación— no emana de la persona. Viene de Dios a través de Cristo, que es quien invita. Uno puede recibirla y es libre o no de aceptarla.
Así, mi vocación, comporta una responsabilidad tanto en la sociedad como en la Iglesia, exige de mi una conducta intachable porque vivir la vocación, cualquier que sea, es la respuesta a una llamada divina en la plenitud del amor. Un don de Dios y como tal comprendes que tu vida es una misión en la que vas descubriendo que formas parte del plan divino para el que has sido creado.
¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo!
¡Ven Espíritu Santo, dame la sabiduría para llevar a cabo mi vocación y las cualidades para llevarla a cabo! ¡Espíritu divino, he sido creado en Cristo y para Cristo, concédeme la gracia de responder a la llamada de Dios a la santidad! ¡Ayúdame a comprender que mi vocación forma parte del plan establecido por Dios para mi santidad personal, que forma parte del sentido profundo de mi existencia, la razón de mi ser cristiano! ¡Ayúdame, Espíritu divino, a permanecer siempre en comunión con Dios! ¡Concédeme la sabiduría para saber elegir, libremente, mi vocación para aceptar la elección que Dios ha hecho para mi! ¡Hazme ver que mi vocación tiene una dimensión eterna! ¡Permíteme, Espíritu Santo, entender mi vocación como parte de la llamada amorosa de Dios, estar atento a la llamada de Jesús por medio de su Palabra, mediante terceras personas, por medio de los diferentes acontecimientos de mi vida! ¡Dame, Espíritu Santo, la capacidad de discernimiento para darle autenticidad a mi vocación cristiana! ¡Que sea capaz de leer, Espíritu de Amor, los signos que se me presentan para tener siempre la certeza moral de la llamada del Señor! ¡Hazme ser siempre obediente a la llamada y no permitas que mis obstinación y mi voluntad prevalezcan sobre los planes que Dios tiene pensados para mi! ¡Dame mucha fe, Espíritu consolador, para entregarme a Dios! ¡Concédeme la gracia del sacrificio y del amor para atender la llamada de Jesús y mucha vida interior para ser generoso a esta llamada! ¡Dale relieve y profundidad a mi vida! ¡Dame mucha luz para ver el camino de mi vocación; fortaleza para recorrerlo, gracia para vivirlo, libertad para aceptarlo, carisma para transmitirlo, sencillez y humildad para ejercerlo, certeza para experimentarlo, amor para vivenciarlo, perseverancia para seguirlo, generosidad para compartirlo y fidelidad y compromiso para llevarlo a cabo! ¡Indícame siempre, Espíritu de amor, cuál es la meta a la que me debo dirigir! ¡Ayúdame a ser testimonio de Cristo ante mi prójimo y dirigir todo lo que hago hacia Dios!
Vocación al amor, cantamos hoy:



martes, 20 de febrero de 2018

Cuarenta días de desierto, ¿para qué?




Desde DiosComo a Jesús, también el Espíritu nos empuja a ir hacia el desierto durante cuarenta días. Lo hará después de treinta años de vida oculta para iniciar un camino de cruz y como preparación para el proyecto que Dios ha dispuesto para Él. Comienzan tres años de una vida marcada por las tensiones y las aclamaciones, los desprecios y los aplausos, las enseñanzas y los milagros cuyo fin es la muerte en Cruz. Tiempos de prueba que son una enseñanza para un corazón abierto a su verdad.
Y cuando contemplas como el Espíritu Santo lleva al desierto al Señor comprendes que tu propia vida tampoco resultará sencilla ni cómoda sino que estará repleta de pruebas, de tentaciones permanentes, de caídas y de incertidumbres. Buscar la verdad no es fácil, tratar de seguir el camino que lleva al reino de Dios sin desfallecer tiene sus riesgos. Lo es para uno como lo fue también para Jesús.
Sin embargo, en aquel lugar inhóspito encontró Jesús el acomodo para su purificación personal, se desprendió de todo lo innecesario para vivir con lo esencial, recurriendo a la verdad, apoyado tan solo por la fuerza interior que ofrece la oración y el aliento del Espíritu que facilita superar las pruebas y la tentación, ese elemento de hostilidad que el demonio coloca en nuestra vida para alejarnos del amor y la misericordia de Dios.
Pero Jesús no se dejará tentar por Satanás. Lo rechazará para no dejarse vencer por la soberbia y el orgullo, los principales elementos que nos apartan de Dios.
Estos cuarenta días de Cuaresma me enseñan que debo caminar con el corazón atento, mantenerme vigilante para vislumbrar el juego que el príncipe del mal quiere hacer para desviarme de mi camino de autenticidad. Vivir como Jesús alimentándose de la oración y de la vida sacramental.
Cuarenta días para llegar a la Pascua. Cuarenta días para estar atentos al susurro del Espíritu. Cuarenta días para poner la mirada fija en ese Jesús retirado en el desierto. Cuarenta días para crecer en humildad, servicio y amor. Cuarenta días, en definitiva, para ser más fiel y cercano a Jesús.
¡Señor, te doy gracias por la vida que me has dado, por todo los sufrimientos y las alegrías! ¡Todo viene dado por Ti! ¡Ayúdame a aceptar lo que Tú me envías! ¡Si debo entrar de nuevo en el desierto de la vida dame la fuerza y la confianza que viene de tu Espíritu para aceptarlo con entereza cristiana! ¡Que se conviertan en verdadero estímulos para tener la certeza de que es la manera que quieres para moldear mi carácter! ¡Ayúdame en esta Cuaresma a buscar más tiempos de silencio y soledad para recorrer junto a tu Hijo un camino interior de conversión, de cambio y de transformación! ¡Ayúdame a vivir el sentido de la vida desde la cercanía a Jesús! ¡Ayúdame a aprender a caminar a ciegas, siguiendo la guía del Espíritu! ¡Concédeme la gracia de ser muy austero en este tiempo y estar siempre abierto a la entrega al prójimo! ¡Concédeme la gracia de abrir mi corazón para que sea transformado por tu Santo Espíritu y ser un cristiano auténtico que entregue su vida por servir a los demás de corazón! ¡Señor, quiero adentrarme en el desierto de la Cuaresma para envolverme de tu misterio, para que nadie se interfiera entre nosotros, para sentir tu amor y tu misericordia! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para despojarme de mis yoes y en la aridez que me envuelva hacer que desaparezcan de mi alrededor todo aquello que es innecesario! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para hacerme más disponible a Ti y a los demás! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para, en mi desnudez interior, comprender todo desde lo íntimo, desde la intimidad contigo que da una perspectiva diferente a las cosas y a la vida! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para que desde la transparencia de mi oración poder ponerte mi realidad ante Ti, todos mis anhelos y mis fracasos, mis alegrías y mis desesperanzas! ¡Y a Ti María, Madre del Silencio, te pido tu compañía en este tiempo para seguir el ejemplo de tu vida oculta en Nazaret, en tus años de desierto en lo cotidiano de la vida, que te sirvieron para acoger con el corazón abierto el proyecto que Dios tenía pensado para Ti!
Nos has llamado al desierto, cantamos hoy acompañando la meditación:



viernes, 9 de febrero de 2018

La actitud del más, y más y más

Desde DiosCon relativa frecuencia uno piensa que su vida de creyente se reduce a un sucesión de buenas obras, gestos hermosos hacia los demás, actitudes de buen samaritano; uno siente que debe ser más caritativo, más entregado, más generoso, más cordial y amable, más atento con el prójimo. Es la actitud del más, y más y más. Y con esto te quedas henchido de satisfacción. Tu orgullo interior se infla… corriendo el riesgo de satisfacer el ego de la falsa autosatisfacción.
¡Qué hermoso entonces es recordar la parábola del viñador: «Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el viñador. Él corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que yo os anuncié. Permaneced en mí, como yo permanezco en vosotros. Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco vosotros, si no permanecen en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto, porque separados de mí, nada podéis hacer». La he releído hoy. Va bien recordarlo de vez en cuando para profundizarla en el corazón. Al compararse con un viñedo, Dios es como ese enólogo minucioso y sensible que cuida de sus viñedos y nosotros somos las ramas que tienen que ser cuidadas. Jesús nos ofrece otro punto de vista. No todo depende de mis esfuerzos: es el enólogo que poda y corta las ramas del sarmiento. De mi parte corresponde permanecer firmemente unido a la vid y permitir que la savia fluya en mi interior. El objetivo es "conectar" con el Dios de amor que Cristo anuncia, para abrir todos los poros de mi vida a su Espíritu, a su acción vivificadora que transforma desde lo más íntimo de mi propio ser.
Esto es lo que nos hace dar fruto: la oración, la meditación, la palabra que surge de este Evangelio que siempre nos lleva de nuevo a lo que es importante en la vida, de nuestra vida en la que el Evangelio te permite distinguir y restar lo que, en cada uno, está muerto, estéril o es superfluo. Así podado, devuelto a lo básico y esencial, uno puede crecer un poco más porque el deseo es verse liberado; sentir la sed de volverse profunda y humanamente vivificado, con la energía interior movilizada para buscar ardientemente la plenitud de la comunión con los demás y sentir en el corazón la intensidad del amor verdadera. Y, entonces sí, las buenas obras tienen un significado de autenticidad porque están impregnadas del amor de Dios, de la esencia de Cristo, de la fuerza del Espíritu. No son obras humanas, son obras bendecidas desde la plenitud del amor.
¡Padre, tu eres el viñador que cuida de mi sarmiento interior! ¡Tú eres el que se ocupa de cuidar de mí; por medio de tu Santo Espíritu ayúdame a comprender todo lo que tengo que ir podando interiormente para unirme espiritual y humanamente a la vid que tanto amas que es Cristo, tu Hijo! ¡Ayúdame a que la poda sea limpia y auténtica para poder vivir en gracia, en amor y en plenitud con Jesús y ser testigo suyo en el mundo, misionero de su Palabra y testimonio de su amor! ¡Señor, quiero dar fruto pero para ello debo ser un sarmiento sano que viva siempre en unión plena contigo! ¡Dame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu un corazón vivo, alegre, lleno de esperanza, proclive al amor y a la gratitud, un corazón lleno de fuerza y abierto al bien! ¡Que los frutos que sea capaz de dar, Señor, sean verdaderas obras cristianas! ¡Ayúdame, Señor, por medio de tu Santo Espíritu a dar frutos abundantes! ¡Ayúdame a permanecer siempre en Ti, ser fiel a la elección que hago por Ti! ¡Para ello necesito de la gracia de tu misericordia, de tu amor y de tu perdón! ¡Que cada paso de mi vida esté impregnado del amor, de un amor que no decaiga nunca, que sea capaz de resistir a las tentaciones del abandono y a las dificultades que se presentan en la vida, que se fortalezca con la unión contigo! ¡Señor quiero ser savia nueva aferrada a la vid que eres Tú, Señor, que siempre me acompañas por el camino de la vida!
El viñador, cantamos hoy para acompañar la meditación:


sábado, 13 de enero de 2018

No cambiamos, solo nos ponemos otros disfraces

Mascaras«On ne change pas, on met juste les costumes d'autres sur soi» («No cambiamos, solo nos ponemos otros disfraces»). Lo canta Céline Dion en su hermosa canción On ne change pas. La letra dice que, incluso cambiando la apariencia, sigues siendo el niño que eras. Puedes alcanzar el éxito social, personal, económico, empresarial, puedes convertirte en un respetable personaje en tu entorno social pero nunca puedes negar tus propios orígenes.
Nuestra infancia, nuestra familia, la relación con nuestros padres y el entorno social en el que hemos crecido nos marcan profundamente. Una vez alcanzada la edad adulta nos comportamos de una u otra forma según la educación y los valores que hemos recibido. Dependiendo de las posibilidades que nos ofrecen nuestros éxitos o nuestras faltas encajamos en uno u otro molde social.
En la escala humana uno nace, crece, envejece y muere. Ninguna jornada es similar a la anterior porque siempre hay algo que transforma nuestra vida. A pesar de nuestros esfuerzos somos incapaces de detener estos cambios. Algunos, son beneficiosos, alegres y dadores de vida. Otros son puro milagro. Y otros, sin embargo, están repletos de dolor, tristeza y sufrimiento.
Cuando observas las diferentes etapas de tu vida observas que han estado marcadas por cambios profundos, por pruebas constantes, por obstáculos que se han superado. Uno se da cuenta también que en la vida no lo controlamos todo. Las personas, las situaciones, las enfermedades vienen y van a pesar nuestro.
La clave es aferrarse a la vida, dejarlo todo en manos de Dios. Puedes quedarte solo en la primera etapa, la de luchar con denuedo pero sin la fuerza de Dios no hay fuerza humana que sea capaz de resistir. No hay sueño, expectativa, deseo, esperanza, esfuerzo… que no esté jalonado por la presencia visible o invisible de Dios.
Hace unos días me encontré con una persona a la que no veía desde hace, al menos, una década. Tenía el mismo discurso que antaño, endurecido para resistir las dificultades en lugar de aceptar los cambios.
Uno de los secretos de la vida es cuestionarte interiormente. Si no interiorizas y no te cuestiona la vida eres incapaz de cambiar. Si no das respuesta a las preguntas de tu existencia tienes grandes posibilidades de endurecer el corazón aunque hay veces que preferimos endurecernos en lugar de cambiar porque el miedo nos embarga. Cualquier cambio contiene un grado de incertidumbre y eso nos asusta. Hacemos valer aquello de más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Es quizás por esta razón que tantas veces rechazamos a Dios. Él nos promete una vida en abundancia, hecha de paz, libertad y amor. Pero para obtenerlo, se necesita cambiar. Dios dice que cambiará nuestros corazones de piedra en corazones de carne. ¡Este es el auténtico cambio! Somos esclavos de nuestros pecados y de nuestra miseria y Él quiere hacernos libres. Somos mortales y Él quiere darnos la vida eterna.
Cuando aprendes a confiar en Él, Dios te cambia la vida. Es el cambio que realmente merece la pena experimentar sin las máscaras ni disfraces a las que hace referencia Céline Dion en su canción.
¡Señor, Tú me invitas a conocer la verdad de mi vida! ¡Sin ser auténtico difícilmente podré responder a mi vocación y a la plenitud y alcanzar la felicidad! ¡Señor, no me dejes saciar por las apariencias sino que envía Tu Espíritu para que edifique mi vida sobre la solidez de la verdad! ¡Señor, no permitas que las máscara aparenten lo que no soy y oculten lo que pueda ser malo para mí porque no sería más que un reflejo de mi mediocridad! ¡Espíritu Santo, ayúdame en el camino de la autenticidad; dame el valor para ahondar en mi verdad y enfrentarme a lo que es de verdad! ¡Señor Jesús, Tu me dejas a la Virgen como testamento de autenticidad! ¡Ayúdame a alcanzar mi verdadera libertad en el cumplimiento del Plan de Dios, en la fidelidad a los designios de Dios y a caminar por la senda de la verdad! ¡Señor, me abandono en tus manos, Tú que eres el Dios que actúa en la historia del hombre y que muestras cada día los signos vivos de tu presencia en mi vida! ¡A Ti, Padre, te entrego mi vida y mi salvación y la de la humanidad entera que tanto amas porque ha sido creado por Ti! ¡Quiero seguirte, Señor, par anunciar Tu Palabra a la sociedad en la que me mueves, para hacer de mi existencia cotidiana un testimonio de tu amor! ¡Jesús, amigo, enviado de Dios, confío en Tu Palabra que es la del mismo Dios que se ha revelado por medio de Ti! ¡Quiero anunciarte al mundo que confío plenamente en Dios que eres el mismo Dios revelado y que garantizas que sus promesas se cumplen siempre! ¡Quiero hacerme uno contigo, ser comunión contigo! ¡Envía tu Espíritu sobre mí para que no me falte la fe, para no perder la comunicación con Dios, la confianza y la esperanza en Él, para aceptar siempre su plan en mi! ¡Me abandono en tus manos y creo firmemente en Ti, confieso todas y cada una de las verdades que la Iglesia propone porque han sido reveladas por Ti, que eres la Verdad y la Sabiduría y quiero vivir y morir en esta fe!
On ne change pas, de Céline Dios origen de esta meditación:




martes, 25 de abril de 2017

Así te Hablaría Dios

Haz suyas tus palabras para rezarle desde tu corazón

Si nadie te ama, mi alegría es amarte.
Si lloras, estoy deseando consolarte.
Si eres débil, te daré mi fuerza y mi alegría.
Si nadie te necesita, yo te busco.
Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti.
Si estás vacío, mi ternura te colmará.
Si tienes miedo, te llevo en mis brazos.
Si quieres caminar, iré contigo.
Si me llamas, vengo siempre.
Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte.
Si estás cansado, soy tu descanso.
Si pecas, soy tu perdón.
Si me hablas, trátame de tú.
Si me pides, soy don para ti.
Si me necesitas, te digo: estoy aquí dentro de ti.
Si te resistes, no quiero que hagas nada a la fuerza.
Si estás a oscuras, soy lámpara para tus pasos.
Si tienes hambre, soy pan de vida para ti.
Si eres infiel, yo soy fiel contigo.
Si quieres hablar, yo te escucho siempre.
Si me miras, verás la verdad en tu corazón.
Si estás en prisión , te voy a visitar y liberar.
Si te marchas, no quiero que guardes las apariencias.
Si piensas que soy tu rival, no quiero quedar por encima de ti
Si quieres ver mi rostro, mira una flor, una fuente, un niño.
Si estás excluido, yo soy afiliado.
Si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote.
Si no tienes a nadie, me tienes a mí.
Si eres silencio, mi palabra habitará en tu corazón.

domingo, 23 de abril de 2017

Unir mis manos a las de Cristo

desde Dios
En el pequeño crucifijo que me acompaña siempre no se distinguen las manos de Jesús. Pero hoy me las imagino. Son las manos recias de un carpintero que tanto bien hicieron pero que llevan el signo de la crucifixión.

Quiero unir mis manos a las de Él. A esas manos que se posaron sobre las cabezas de tantos para sanar sus vidas y curar sus enfermedades, que tocaron los ojos de los ciegos para darles la vista, que tomaron las manos de los paralíticos para levantarlos, que apaciguaban a los que sufrían, que acariciaban a los niños que se encontraba por el camino, que secaban las lágrimas de aquellos que estaban desesperados, que cogían las manos de su Madre para pasear por Nazaret, que desenrollaban serenamente los rollos de aquellas escrituras que leía en las sinagogas de Galilea, que dejaban un sencillo trazo en la arena antes de invitar a tirar la primera piedra, que elevadas al cielo oraban ante el Padre. Pero, sobre todo, eran las manos que multiplicaron los panes y los peces y bendijeron el pan y el vino en la Santa Cena.
Las manos de Cristo transmitían amor, esperanza, ternura, generosidad, misericordia. Eran manos siempre dispuestas a la entrega y al servicio. Todo está resumido en la Cruz.
Cristo prefirió dejar en sus manos y en sus pies las cicatrices de la Pasión. Es la evidencia de que desde el cielo Dios se hace cargo de nuestro dolor y de nuestros sufrimientos, pero también como un signo de escucha de nuestras plegarias y nuestras aclamaciones.
Tomo el crucifijo y beso cuidadosamente esas dos manos y esos pies heridos por mi y perforados en la cruz. Me siento compungido por esas manos bañadas en sangre pero también alegre porque esas manos con la huella de la Cruz sirvieron para anunciar la victoria de Cristo sobre la muerte.
Son manos llagadas que sólo rebosan un amor inconmensurable. Así pueden ser también mis pequeñas manos, manos que rebosen esperanza, amor, misericordia, generosidad, servicio... manos que abiertas, como las de Jesús, acojan al prójimo, al necesitado, al sufriente. Manos que humildemente abiertas sean testimonio de oración, de acción de gracias, de alabanza y de súplica.
Hoy más que nunca deseo unir mis manos heridas a las manos llegadas de Cristo. Sólo él sabe de verdad cuánto duele el sufrimiento pero unidas mis manos a las de Él llegará la sanación que mi corazón tanto necesita.

¡Señor, quiero ser tus manos extendidas y abiertas para coger al prójimo! ¡Señor, quiero ser tus manos para abrazar con cariño aquel que se acerca a mi para buscar consuelo! ¡Señor, quiero ser tus manos para retirar la venda de aquellos que no sean capaces de ver tu misericordia, tu amor y tu perdón porque tienen los ojos cerrados a la fe! ¡Señor, quiero ser tus manos para llevar alegría a los que sufren, a los que están solos, a los enfermos y a los desesperados! ¡Señor, quiero ser tus manos que forjaron esperanza, manos de carpintero desgastadas por el uso, encallecidas, pero que labraron vida y dieron esperanza a tantos! ¡Señor, quiero ser como esas manos tuyas bañadas de sangre que muestran el signo de la Cruz pero que rebosan paz, amor, misericordia, perdón, amistad y salvación! ¡Que mis manos, Señor, sirvan sólo para bendecir y no para inmovilizar, agarrar y destruir! ¡Mi destino, mi futuro y mi vida está en sus manos, Señor, en ti confío! ¡Señor, un día tus manos marcadas por las cicatrices que duraran toda la eternidad se abrirán en las puertas del cielo para recibirnos a todos en la vida celestial; eso es lo que deseo Señor, que me acojas con tus manos santas, que me bendigas cada día a mí y a todas aquellas personas que caminan junto a mí por las sendas de la vida! ¡No permitas, Señor, que caiga en tentación; ya Satanás intentó destruir tus manos santas que llevan escritas en su palma todos los nombres de los hombres! ¡Eleva tus manos, Señor, para librarme de la tentación! ¡Pongo en tus manos mi vida y mis cosas para vivir acorde a tu voluntad! ¡Entrego mis manos abiertas a tus proyectos, Señor, y el servicio de la comunidad! ¡Me pongo a tus pies, Señor, y dispongo mi corazón para que tus manos me bendigan y me llenes de tu vida en este tiempo de conversión!
Abiertos los brazos es el título de la canción que presentamos hoy:

martes, 18 de abril de 2017

¿Por qué lloras? ¿a quién buscas?

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Jesús le dice a María: «Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?». Y a continuación pronuncia su nombre. En ese «María» escucho también el mío. Quiero como ella ser testigo vivo de su Resurrección. No me es suficiente con ver con mis ojos ni con escuchar con mis oídos, necesito que resuene en mi corazón mi nombre pronunciado por el mismo Cristo. ¡Experimentar emocionado, como la Magdalena, la presencia viva de Cristo en mi vida!

Como María quiero experimentar a un Cristo vivo, no un Jesús olvidado, un ser sin vida, un Dios caduco, un Cristo olvidado porque para mí Cristo es la presencia viva en la Eucaristía, es el acompañante en el camino de mi cruz cotidiana, el testigo de mi encuentro amoroso con el prójimo. Quiero que la certeza de su presencia llene mi vida, aleje de mi los miedos, las fragilidades, las tribulaciones, las comodidades que me embargan, los pesares... No quiero reemplazar a Cristo por ídolos mundanos. No quiero convertirme en un cristiano de fe tibia que se dirige al sepulcro en busca de un cuerpo inerte, un Cristo yaciente envuelto en un sudario. Quiero encontrar a ese Dios eterno e inmortal, tres veces Santo.
Quiero sentir a Cristo a la luz de la fe, la luz que brilla porque ¡Jesucristo ha resucitado!
«Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?» Quiero responderle al Señor que no lloro, que le busco solo a Él. Que las lágrimas de mis tristezas, de mis heridas y mis desconsuelos se han secado en la certeza de su Resurrección. Que no tengo nada de lo que angustiarme, que mis problemas son livianos con Él a mi lado, que cada día puedo tener un encuentro a corazón abierto con Él en la Eucaristía, en la adoración al Santísimo y en la oración. Que soy consciente de que Cristo puede obrar en mi y en quienes me rodean grandes milagros para que transformen de nuevo mi vida. Que el Señor anhela darme su consuelo pero para eso debo renunciar a mis apegos mundanos, a mi autosuficiencia, a mi autocompasión, a mi orgullo y mi soberbia...
Anhelo entrar en la presencia de la persona de Jesús, el Señor de la vida. Como la Magdalena quiero tomar la determinación de confiar en Jesús Resucitado. Él me está esperando. Aguarda mi llegada para liberarme de mis apegos, mis miedos, mis desconfianzas. Me espera para abrazarme y conducirme al Reino del Padre. Y ante su presencia exclamo: «Señor, es a Ti a quien quiero amar con todo mi corazón, con toda mi alma y con toda mi fuerza y a tu lado convertirme en un discípulo fiel y misionero».
¡Concédeme la gracia, por la fuerza de tu Espíritu, de tener la valentía de la Magdalena! ¡La fe es un don tuyo, Señor, pero necesito el coraje que me otorga tu Espíritu para fortalecerla y ponerla en práctica! ¡Que viéndote a Ti resucitado, Señor, sea capaz también de ver al Padre! ¡Concédeme la gracia de ser un auténtico discípulo tuyo, que pueda anunciar a mi entorno que has resucitado, que estás vivo y presente en nuestro mundo! ¡Señor, tu me llamas por mi nombre y me animas a seguir el camino de la santidad y me das el valor para permanecer firme ante el mal y declarar al mundo que el Amor supera todo mal! ¡Ayúdame, Señor, a que mi amistad contigo sea tan auténtica, profunda, amorosa y firme como fue la de María Magdalena y sea capaz de reconocerte en todos los acontecimientos de mi vida! ¡Señor, a veces me cuesta darte tiempo para unirme a ti en la oración o en el servicio a los demás porque mis asuntos personales me llenan la jornada y tampoco se descubrirte en los demás, dame un corazón humilde para comprender que sin Tu compañía no soy nada! ¡Señor, Maestro, tu me llamas y me ofreces un proyecto maravilloso de vida; pones en mis manos el camino de la santidad, lejos de la mediocridad! ¡Me preguntas y me hablas a lo más profundo del corazón y me ofreces la noble causa de ser tu discípulo, tu amigo y tu compañero de camino! ¡Me brindas la ocasión de trabajar por tu Reino, de seguirte dándome sin medida! ¡Me preguntas por qué lloro pero sabes que me ofreces un camino que pasa por la dureza del mundo y a veces con la sequedad del corazón pero el tuyo es un proyecto que lleva consigo el amor, la alegría, la esperanza, la fe… la vida! ¡Tu me llamas, Señor, para que me entregue enteramente a Ti, viva tu vida y luego la lleve a los que me rodean para que gocen también de vida abundante! ¡Gracias, Señor, porque dejas en mi corazón una profunda huella: tomar parte en el camino de la cruz y en el destello fulgurante de tu Resurrección! ¡Jesús, Maestro, amigo, gracias, porque me enseñas a caminar a la luz de la fe!
Del compositor Antonio Lobo escuchamos hoy la hermosa Misa de María Magdalena:

viernes, 7 de abril de 2017

Tiempo para rezar

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«¡No tengo tiempo para rezar!». Lo escucho de otros y me lo oigo a mi mismo. Son vanas excusas para no ir a lo profundo de uno mismo.
Mi experiencia es que cuanto más rezo, interiorizo y medito más crezco pero, sobre todo, más me enseña el Señor. En estos momentos de oración y de interiorización se hace posible percibir la belleza de las enseñanzas de Jesús que acaban por convertirse en los principios sustanciales que marcan nuestro camino y rigen nuestras vidas.
El crecimiento espiritual es proporcional a la vida de oración de cada persona. Yo lo siento como una gran riqueza. Una gran riqueza que proviene de la fuerza del Espíritu Santo que actúa en lo más íntimo de nuestro ser.
Si como cristiano verdadero comprendo que la oración y la meditación es el camino más valioso y seguro para el crecimiento personal, y que la oración es comunicación directa, íntima y entrañable con el Señor, trataré de encontrar ese instante, aunque breve, para ponerme frente al Señor, para comunicarme con Él, para conocernos mutuamente, para pedir y para entregarme.
La oración no es más que ponerse en contacto directo con el Señor, y dejar que sea Él el que se ponga en contacto conmigo llamando a la puerta de mi corazón. Él espera que le abra, que le deje entrar, tal vez no lo haré nunca, porque me cuesta dejar entrar en mi corazón al que van a poner en tela de juicio mi vida. Pero en algún momento esa cerrazón por no dejarle entrar hará mi vida más difícil. La práctica de la presencia de Dios en la vida del hombre es necesaria. Es necesaria para que durante todo el día el Espíritu del Señor anide en mi corazón. Para que mi vida sea en todo momento una vida de plegaria. Es verdad que supone un esfuerzo inconmensurable, pero cada gesto sencillo, cada jaculatoria pronunciada, cada oración lanzada el vuelo, cada acto de compasión, cada gesto de amor, acabará convirtiéndose también en una oración y me permitirá hacer más cercana la presencia del Señor a mi lado durante todo el día.
Está al abasto de cada uno llevar una vida interior vivificante. Cuando mi vida interior está llena de Dios el trabajo me resulta más fácil, la realizaciones personales son más satisfactorias, los problemas son más relativos, la mirada a la gente es más amorosa... porque lo que surge del interior es la bondad de ese Dios que anida en mi corazón.

¡Quiero vivir, Señor, cerca de ti; quiero que te hagas presente en mi corazón; quiero sentirte siempre en la gente que me rodea; hacer de la verdad el camino de mi vida! ¡Quiero, Señor, que el amor puro y el servicio desinteresado sea la norma que conduce mi vida! ¡Quiero, Señor, que la reconciliación y el perdón sean caminos de paz en mi corazón! ¡Quiero, Señor, convertir la esperanza y la confianza en ti en los motores que me lleven hacia adelante! ¡Quiero, Señor, hacer de la oración un lugar de verdadero encuentro contigo! ¡Quiero, Señor, ser humilde y sencillo y que estas virtudes sean la base de mi ser cristiano! ¡Señor, estoy a tu disposición para hacer el bien y aceptar tus mandatos! ¡Señor, estoy a tu disposición para luchar contra el pecado y vivir el bien! ¡Señor, estoy a tu disposición con ganas e ilusión de ser auténtico! ¡Señor, que mi vida esté impregnada de oración! ¡Señor, ayúdame a ser perseverante en la oración y en mi vida cristiana! ¡Señor, que tu ejemplo sea el modelo a seguir!

 Hoy celebramos la fiesta de los tres arcángeles: san Miguel, san Gabriel y san Rafael. Los tres mencionados en la Sagrada Escritura y a los tres imploramos su protección. Que la celebración de la fiesta de estos tres santos arcángeles sea una ocasión para renovar nuestro propósito de contribuir a la extensión del Reino de Dios y batallar con firmeza contra las fuerzas del mal en nuestra sociedad.
Acompañamos esta meditación con una música instrumental que ayuda a ponerse en oración:

miércoles, 5 de abril de 2017

Unido a Cristo en la Eucaristía

orar-con-el-corazon-abierto
A pocos minutos de comenzar la  misa de hoy siento que no hay nada tan sublime, hermoso e iluminador como recibir a Cristo en la comunión diaria. Es como colocarse a los pies de Cristo en el monte Calvario contemplando la Cruz. Instantes hermosos que unen mi alma, insignificante y pecadora, a la suya, amorosa y misericordiosa.
No me puedo imaginar la alegría desbordante que se debe vivir en el cielo entre el ejército de ángeles y la comunidad de los santos en el momento en que el sacerdote eleva la Hostia y el cáliz mientras me encuentro apaciguado en oración y contemplación en el reclinatorio. En ese momento uno siente esa trascendental prueba de Amor al escuchar las palabras del Señor que te susurra: «Ven, sígueme, acompáñame en este sufrimiento tuyo; en esta desazón que te embarga; en este problema que te ahoga. Ven y entrégamelo. También es mío». En un instante como este no puedes más que emocionarte y desgarrarte por dentro. Así es la Misa. Así es la Comunión. La unidad con Cristo. Por eso sólo puedes exclamar, agradecido y emocionado: «Señor mío y Dios mío, aquí me tienes. Lo mío es tuyo. Tómalo».
Son instantes muy breves de intenso recogimiento, llenos de amor profundo. Instantes en que la cercanía con Cristo es lo mejor de la jornada. Momentos de emoción viva. Y te sientes como el paralítico de Cafarnaún o como el ciego de Jericó o como la mujer del pozo de Sicar. Cristo pasó al lado de todos ellos y cambió lo profundo de sus almas. No su vida… ¡sus almas!
Sin embargo, tristemente este sentimiento ardiente de Dios se desmorona pronto debido a la mundanidad que me embarga, mi egoísmo, mi soberbia, mis faltas de caridad y de amor. Por mi resistencia a entregarme de verdad a Dios. De humillarme de verdad a los pies de la Cruz donde la humillación es amor.
«Señor, no soy digno de que entres en mi casa» exclamamos antes de comulgar. ¡Quiero cambiar, Señor, quiero cambiar para estar más unido a Ti y a través tuyo en los demás!

¡Gracias, Señor, porque en la Eucaristía te nos haces presente cada día! ¡Gracias, Jesús, porque en cada trozo de pan y en cada gota de vino sacias nuestra hambre y nuestra sed y te haces presente en el corazón de persona! ¡Gracias, Señor, porque eres Tú mismo quien está en cada día en la Eucaristía entregándote a ti mismo de manera real y personal para enseñarnos que hemos de dar nuestra vida a los demás! ¡Gracias, Señor, porque en cada Eucaristía nos reunimos en torno al altar como hicieron tus apóstoles en la Santa Cena! ¡Gracias, Señor, porque es el mayor gesto de amor en el que nos enseñas a amar y a dar amor! ¡Gracias, Señor, porque cada vez que comulgamos nos unimos estrechamente a Ti! ¡Gracias, Señor, porque en cada Eucaristía podemos rememorar tu sacrificio en la Cruz! ¡Gracias, Señor, porque en cada Eucaristía está presente el Espíritu Santo! ¡Gracias por estos momentos de intimidad, por esta fiesta del amor, que nos anticipa la vida eterna cuando Tu, Señor, mi Dios, serás todo en todos! ¡Gracias, Señor, porque cada vez que me acerco a la Eucaristía siento que se alimenta mi alma! ¡Gracias, porque la Eucaristía me da fuerzas porque soy débil y con mis fuerzas no me basto! ¡Gracias, Señor, por la fe porque gracias a ella creo que realmente estás presente en la Eucaristía y como dice la oración te amo sobre todas las cosas y deseo ardientemente recibirte dentro de mi alma!
Un hermoso Pange Lingua para honrar a Cristo Eucaristía:

lunes, 3 de abril de 2017

Allí está Él, orando con uno

orar con el corazon abierto
Ayer domingo una persona que está en un proceso de caminar pausadamente hacia la fe me decía que no encontraba palabras para hablar con Dios. «¿Sabes rezar el Padrenuestro, el Avemaría, el Gloria? ¿Puedes coger la Biblia y recitar un salmo?»; «Sí», responde con una sonrisa. «Pídele que te enseñe a orar como hizo con los apóstoles e, incluso, puedes lanzar al vuelo una jaculatoria: «Te amo, Señor, con toda mi humildad y mi pequeñez porque no se rezar», cualquier frase que te salga del corazón sirve -le digo-, pero no lo hagas a toda prisa sino poniendo todo tu amor, tu entrega, tu pobreza, tu fragilidad, tu desnudez. Eso lo toma el Señor con la mayor de las alegrías porque esa es la más auténtica de las oraciones».
Se lo digo porque lo pienso. Se lo recomiendo porque lo siento. Una frase sencilla pronunciada desde el corazón abierto es un encuentro íntimo entre uno y el Señor. Y en ese santuario íntimo que es el corazón de cada persona cuando se profiere una jaculatoria dicha con amor Dios fija allí su morada. Allí está Él, orando con uno.
Cristo habita en lo más profundo de nuestro corazón. Solo por eso, nuestra vida debería ser en cada palabra, en cada gesto, en cada pensamiento, en cada sentimiento… una oración auténtica impregnada de amor.

 Y hoy, mi oración, son sucintas jaculatorias al Señor que impregnadas de amor y paz interior y dichas desde el corazón llegan al Corazón de Cristo:
¡Jesús manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en Ti confío! ¡Sagrado Corazón de Jesús, perdóname y se mi Rey! ¡Corazón de Jesús, que te ame y te haga amar! ¡Corazón divino de Jesús, hazme santo! Dulce corazón de Jesús, haz que te ame siempre más y más! ¡Sagrado Corazón de Jesús, protege mi familia! ¡Sea por siempre bendito y adorado Cristo, Nuestro Señor Sacramentado, Nuestro Rey por los siglos de los siglos! ¡Te alabo y te doy gracias en cada instante y momento, Buen Jesús! ¡Viva Jesús en mi corazón por siempre! ¡Viva Cristo Rey! ¡Te adoro ¡oh Cristo!, y te bendigo porque con tu Santa Cruz redimiste al mundo! ¡Buen Jesús, amigo de los niños, bendice a mis hijos y a los niños de todo el mundo! ¡Buen Jesús, me uno a ti de todo corazón! ¡Señor eres mi pastor, nada me puede faltar! ¡Jesús, manso y humilde de corazón, haz mi corazón semejante al tuyo! ¡Por ti, Jesús, vivo; por ti, Jesús, muero; tuyo soy, Jesús, en vida y en muerte! ¡Señor, auméntame la fe! ¡Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo! ¡Creo, Señor, pero ayuda mi incredulidad! ¡Jesús Dios mío, te amo sobre todas las cosas! ¡Jesús, ten misericordia de mi que soy un miserable pecador!

Seguimos caminando por la Cuaresma acompañados de música bellísima; hoy con el responsorio Ecce Quomodo Moritur Justus (He aquí como muere el Justo) de Jacob Handl (1550-1591) compuedto para el Sábado Santo:

viernes, 31 de marzo de 2017

QUINCE MINUTOS EN COMPAÑÍA DE JESÚS SACRAMENTADO

No es preciso, hijo mío, saber mucho para agradarme mucho; basta que me ames con fervor. Háblame, pues, aquí sencillamente, como hablarías a tu madre, a tu hermano. ¿Necesitas hacerme en favor de alguien una súplica cualquiera? Dime su nombre, bien sea el de tus padres, bien el de tus hermanos y amigos; dime en seguida qué quisieras que hiciese actualmente por ellos. Pide mucho, mucho, no vaciles en pedir; me gustan los corazones generosos que llegan a olvidarse en cierto modo de sí mismos, para atender a las necesidades ajenas. Háblame así, con sencillez, con llaneza, de los pobres a quienes quisieras consolar, de los enfermos a quienes ves padecer, de los extraviados que anhelas volver al buen camino, de los amigos ausentes que quisieras ver otra vez a tu lado.
Dime por todos una palabra de amigo, palabra entrañable y fervorosa. Recuérdame que he prometido escuchar toda súplica que salga del corazón ; y ¿no ha de salir del corazón el ruego que me dirijas por aquellos que tu corazón especialmente ama?
Y para ti, ¿no necesitas alguna gracia? Hazme, si quieres, una lista de tus necesidades, y ven, léela en mi presencia. Dime francamente que sientes -soberbia, amor a la sensualidad y al regalo; que eres tal vez egoísta, inconstante, negligente... ; y pídeme luego que venga en ayuda de los esfuerzos, pocos o muchos, que haces para quitar de ti tales miserias.
No te avergüences, ¡pobre alma! ¡Hay en el cielo tantos justos, tantos Santos de primer orden, que tuvieron esos mismos defectos! Pero rogaron con humildad... ; y poco a poco se vieron libres de ellos.
Ni menos vaciles en pedirme bienes espirituales y corporales: salud, memoria, éxito feliz en tus trabajos, negocios o estudios; todo eso puedo darte, y lo doy, y deseo que me lo pidas en cuanto no se oponga, antes favorezca y ayude a tu santificación. Hoy por hoy, ¿qué necesitas? ¿qué puedo hacer por tu bien? ¡Si supieras los deseos que tengo de favorecerte !
¿Traes ahora mismo entre manos algún Proyecto? Cuéntamelo todo minuciosamente. ¿Qué te preocupa? ¿qué piensas? ¿qué deseas? ¿qué quieres que haga por tu hermano, por tu amigo, por tu superior? ¿qué desearías hacer por ellos?
¿Y por Mí? ¿No sientes deseos de mi gloria? ¿No quisieras poder hacer algún bien a tus prójimos, a tus amigos, a quienes amas mucho, y que viven quizás olvidados de Mí?
Dime qué cosa llama hoy particularmente tu atención, qué anhelas más vivamente, y con qué medios cuentas para conseguirlo. Dime si te sale mal tu empresa, y yo te diré las causas del mal éxito. ¿No quisieras que me interesase algo en tu favor? Hijo mío, soy dueño de los corazones, y dulcemente los llevo, sin perjuicio de su libertad, adonde me place.
¿Sientes acaso tristeza o mal humor? Cuéntame, cuéntame, alma desconsolada, tus tristezas con todos sus pormenores. ¿Quién te hirió? ¿quién lastimó tu amor propio ? ¿quién te ha despreciado? Acércate a mi Corazón, que tiene bálsamo eficaz para curar todas esas heridas del tuyo. Dame cuenta de todo, y acabarás en breve por decirme que, a semejanza de Mí todo lo perdonas, todo lo olvidas, y en pago recibirás mi consoladora bendición.
¿Temes por ventura? ¿Sientes en tu alma aquellas vagas melancolías, que no por ser infundadas dejan de ser desgarradoras? Échate en brazos de mi providencia. Contigo estoy; aquí, a tu lado me tienes; todo lo veo, todo lo oigo, ni un momento te desamparo.
¿Sientes desvío de parte de personas que antes te quisieron bien, y ahora olvidadas se alejan de ti, sin que les hayas dado el menor motivo? Ruega por ellas, y yo las volveré a tu lado, si no han de ser obstáculo a tu santificación.
¿Y no tienes tal vez alegría alguna que comunicarme? ¿Por qué no me haces partícipe de ella a fuer de buen amigo ?
Cuéntame lo que desde ayer, desde la última visita que me hiciste, ha consolado y hecho como sonreír tu corazón. Quizá has tenido agradables sorpresas, quizá has visto disipados negros recelos, quizá has recibido faustas noticias, alguna carta o muestra de cariño; has vencido alguna dificultad, o salido de algún lance apurado. Obra mía es todo esto, y yo te lo he proporcionado: ¿por qué no has de manifestarme por ello tu gratitud, y decirme sencillamente, como un hijo a su padre: « ¡Gracias, Padre mío, gracias!»? El agradecimiento trae consigo nuevos beneficios, porque al bienhechor le gusta verse correspondido.
¿Tampoco tienes Promesa alguna para hacerme? Leo, ya lo sabes, en el fondo de tu corazón. A los hombres se les engaña fácilmente; a Dios, no. Háblame, pues, con toda sinceridad. ¿Tienes firme resolución de no exponerte ya más a aquella ocasión de pecado? ¿de privarte de aquel objeto que te dañó? ¿de no leer más aquel libro que exaltó tu imaginación? ¿de no tratar más aquella persona que turbó la paz de tu alma ?
¿Volverás a ser dulce, amable y condescendiente con aquella otra a quien, por haberte faltado, has mirado hasta hoy como enemiga?
Ahora bien, hijo mío; vuelve a tus ocupaciones habituales, al taller, a la familia, al estudio... ; pero no olvides los quince minutos de grata conversación que hemos tenido aquí los dos, en la soledad del santuario. Guarda, en cuanto puedas, silencio, modestia, recogimiento, resignación, caridad con el prójimo. Ama a mi Madre, que lo es también tuya, la Virgen Santísima, y vuelve otra vez mañana con el corazón más amoroso, más entregado a mi servicio. En mi Corazón encontrarás cada día nuevo amor, nuevos beneficios, nuevos consuelos.

miércoles, 22 de marzo de 2017

img_2893La Cuaresma nos ofrece la siempre turbadora imagen del desierto, parte del camino de la sabiduría cristiana en la búsqueda de Dios. Los conceptos de desierto y hombre espiritual han estado, desde los primeros tiempos, íntimamente unidos. Pero es en el desierto, ese espacio en apariencia hostil, donde Dios presenta sus mayores y más extraordinarias manifestaciones de su infinito amor y donde su misericordia brilla con mayor luminosidad. El desierto exige esfuerzo, lucha, supervivencia, superación pero también confianza y esperanza. Ayuda a agudizar los sentidos, a vencer las tentaciones y a interiorizar en el corazón la fe. Es el lugar adecuado para el encuentro personal con Dios.

Para escuchar nítidamente la voz de Dios hay que tratar de encontrar de vez en cuando el silencio y la soledad. Esta Cuaresma es un buen momento para buscar este camino de iluminación interior. Aceptar los diferentes desiertos que se me pueden presentar y tener la sabiduría de aprender a cruzarlo superando con entereza, animosidad y mucha fe para no caer en la tentación de desfallecer. Desiertos hay muchos. El desierto de las fatigas y los sufrimientos; el desieto de la cruces penosas por los problemas económicos o laborales; el desierto de la falta de amor; el desierto de la insatisfacción; el desierto de la oración; el desierto de la incomprensión; el desierto de la enfermedad; el desierto de una ruptura; el desierto de la caídas profundas que nos impiden levantar; el desierto de estar atrapado a determinado vicio; el desierto de la depresión o del desánimo; el desierto de la aridez espiritual; el desierto de rebelarme contra Dios por la situación personal, familiar, social, laboral o económica que estoy viviendo...
Todos tenemos un desierto que cruzar. La sabiduría está en cruzarlo sin perder el sentido de la verdad. Atravesarlo sin tentar a Dios porque muchas veces el plan de Dios es el desierto de la prueba no para que el hombre caiga sino para hacerle crecer, para fortalecerlo en sus propósitos y templarlo en su camino de peregrinación. ¡Pero qué difícil es aceptarlo!
He pasado muchos desiertos en mi vidas. Ahora me encuentro disfrutando de en un oasis temporal, pero esos desiertos me han capacitado, desde mi fragilidad, para aceptar la obra que Dios tiene pensada para mí. Sigo caminando dispuesto a permitir en mi vida cuantos desiertos Dios quiera que transite porque cada vez que me adentro en ellos va moldeando algunas áreas de mi vida que deben ser transformadas. Tiene mucho trabajo por delante pero en este tiempo cuaresmal le pido al Señor no dejar de buscarle, de alimentarme con su Palabra, de ser fiel a la obra que inició conmigo en el momento de mi gestación y, fundamentalmente, de servirle como Él quiere ser servido.

¡Señor, te doy gracias por la vida que me has dado, por todo los sufrimientos y las alegrías! ¡Todo viene dado por Ti! ¡Ayúdame a aceptar lo que Tú me envías! ¡Si debo entrar de nuevo en el desierto de la vida dame la fuerza y la confianza que viene de tu Espíritu para aceptarlo con entereza cristiana! ¡Que se conviertan en verdadero estímulos para tener la certeza de que es la manera que quieres para moldear mi carácter! ¡Ayúdame en esta Cuaresma a buscar más tiempos de silencio y soledad para recorrer junto a tu Hijo un camino interior de conversión, de cambio y de transformación! ¡Ayúdame a vivir el sentido de la vida desde la cercanía a Jesús! ¡Ayúdame a aprender a caminar a ciegas, siguiendo la guía del Espíritu! ¡Concédeme la gracia de ser muy austero en este tiempo y estar siempre abierto a la entrega al prójimo! ¡Concédeme la gracia de abrir mi corazón para que sea transformado por tu Santo Espíritu y ser un cristiano auténtico que entregue su vida por servir a los demás de corazón! ¡Señor, quiero adentrarme en el desierto de la Cuaresma para envolverme de tu misterio, para que nadie se interfiera entre nosotros, para sentir tu amor y tu misericordia! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para despojarme de mis yoes y en la aridez que me envuelva hacer que desaparezcan de mi alrededor todo aquello que es innecesario! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para hacerme más disponible a Ti y a los demás! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para, en mi desnudez interior, comprender todo desde lo íntimo, desde la intimidad contigo que da una perspectiva diferente a las cosas y a la vida! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para que desde la transparencia de mi oración poder ponerte mi realidad ante Ti, todos mis anhelos y mis fracasos, mis alegrías y mis desesperanzas! ¡Y a Tí María, Madre del Silencio, te pido tu compañía en este tiempo para seguir el ejemplo de tu vida oculta en Nazaret, en tus años de desierto en lo cotidiano de la vida, que te sirvieron para acoger con el corazón abierto el proyecto que Dios tenía pensado para Ti!
Del compositor Giovanni Gabrieli escuchamos su motete Timor et tremor a 6 voces de su colección Reliquiae Sacrorum Concentuum.

martes, 21 de marzo de 2017

Me tienta...

 Ayúdame a hacer silencio, Señor, quiero escuchar tu voz. Toma mi mano, guíame al desierto. Que nos encontremos a solas, Tú y yo.
 Necesito contemplar tu rostro, me hace falta el calor de tu voz, caminar juntos" callar, para que hables Tú.
 Quiero revisar mi vida, descubrir en qué tengo que cambiar, afianzar lo que anda bien, sorprenderme con lo nuevo que me pides.
 Me pongo en tus manos, ayúdame a dejar a un lado las prisas, las preocupaciones que llenan mi cabeza.
 Barre mis dudas e inseguridades, quiero compartir mi vida y revisarla a tu lado. Ver dónde aprieta el zapato para urgir el cambio.
 Me tienta el activismo. Me tienta la seguridad, hay que hacer, hacer y hacer. Y me olvido del silencio, dedico poco tiempo a la oración. ¿Leer tu Palabra en la Biblia?" para cuando haya tiempo.
 Me tienta la incoherencia. Hablar mucho y hacer poco. Mostrar apariencia de buen cristiano, pero dentro, donde sólo Tú y yo nos conocemos, tenemos mucho que cambiar.
 Me tienta ser el centro del mundo. Que los demás giren a mi alrededor. Que me sirvan en lugar de servir.
 Me tienta la idolatría. Fabricarme un ídolo con mis proyectos, mis convicciones, mis certezas y conveniencias, y ponerle tu nombre de Dios.
 Me tienta la falta de compromiso. Es más fácil pasar de largo que bajarse del caballo y actuar como el buen samaritano. ¡Hay tantos caídos a mi lado, Señor, y yo me hago el distraído!
 Me tienta la falta de sensibilidad, no tener compasión, acostumbrarme a que otros sufran y tener excusas, razones, explicaciones" que no tienen nada de Evangelio pero que me conforman" un rato, Señor, porque en el fondo no puedo engañarte.
 Me tienta separar la fe y la vida. Leer el diario, ver las noticias sin indignarme evangélicamente por la ausencia de justicia y la falta de solidaridad.
 Me tienta el mirar la realidad sin la mirada del Reino. Me tienta el alejarme de la política, la economía, la participación social" que se metan otros" yo, cristiano sólo el Domingo. Misa y gracias"
 Me tienta el tener tiempo para todo menos para lo importante. La familia, los hijos, la oración" al cuadragésimo lugar. Hay cosas más importantes. ¿Las hay?
 Me tienta, Señor, el desaliento, lo difícil que a veces se presentan las cosas. Me tienta la desesperanza, la falta de utopía.
 Me tienta el dejarlo para mañana, cuando hay que empezar a cambiar hoy.
 Me tienta creer que te escucho cuando escucho mi voz. ¡Enséñame a discernir! Dame luz para distinguir tu rostro.
 Llévame al desierto de la oración, Señor, despójame de lo que me ata, sacude mis certezas y pon a prueba mi amor. Para empezar de nuevo, humilde, sencillo, con fuerza y Espíritu para vivir fiel a Ti. 

miércoles, 7 de diciembre de 2016

Te estoy esperando

Una oración para rezar en Adviento

Señor, te estoy esperando…
Con una mezcla de esperanza,
impaciencia, inquietud e ilusión,
pero a la vez teñido de un cierto miedo,
a que todo siga igual,
a que nada cambie en mi vida.
Sigo necesitando encontrarte,
descubrir dónde vives,
en qué lugares te escondes, dónde buscarte
cuando creo perderte.
Pero a la vez sé que Tú me
buscas en todo momento,
que buscas las mil y un maneras
para salir a mi encuentro.
Dame tus ojos para poder verte,
dame oídos de discípulo
para poder escucharte y seguirte.
Dame corazón de niño para seguir
admirándome de tus caminos,
de tus maneras, de tus tiempos,
de tus revelaciones…
Dame un corazón sencillo
para poder albergarte…
Tú elegiste un lugar pobre, retirado,
humilde y oscuro para nacer.
Sé que en este tiempo quieres
nacer en mi corazón.
Yo quiero ser dócil para que vayas
formándome como quieras.

Sin nada que decirle a Jesús

orar-con-el-corazon-abierto
Hace unos días, durante unas charlas sobre liturgia tuve ocasión de hablar sobre como el Espíritu Santo actúa en nuestra vida. Al terminar una de las charlas, una persona se me acercó y me comentó que habitualmente no encuentra palabras para hablar con el Señor, que no sabe como dirigirse a Él, que se queda siempre en blanco sin nada que decir.

Le digo: lo tienes muy sencillo; abre una página del Evangelio y trata de dirigirte a Jesús como lo haría cualquiera de los personajes que hablaron con Él en los diferentes escenarios donde tuvo lugar su vida pública. Verás como te resulta fácil encontrar alguna palabra. Dile, como le dijo la Virgen al encontrar a Jesús tras tres días perdido en el templo: «¿por qué haces esto conmigo?» O dirígete al Señor como hizo Pedro, el pescador temeroso ante aquellas aguas embravecidas: «Señor, aléjate de mí que soy un miserable pecador». O como el ciego Bartimeo cuando le dijo a Cristo: «haz que vea». O como el centurión, el día que Jesús resucitó a su hija: «Señor, no soy digno que entres en mi casa pero una palabra tuya bastará para sanarme», frase icónica de fe que pronunciamos con fervor antes de la Comunión. Son simples ejemplos que ilustran cómo dirigirse humildemente al Señor para que a continuación, bajo el influjo del Espíritu Santo, las palabras vayan surgiendo de nuestro corazón contrito para confiarse al Amigo por excelencia.
Pero si aún así las palabras tampoco salen se puede imitar las actitudes de todos aquellos que se cruzaron con Él por los caminos de Palestina. Hacer como los pobres pastores que se quedaron embelesados contemplando el cuerpo del Niño Jesús en el portal de Belén. O cantarle una canción, como hizo el anciano Simeón cuando lo circuncidó en el templo. O permanecer en silencio, contemplando el Sagrario, a imitación de los doctores de la ley que le escuchaban maravillados. O ponerse de rodillas, turbado por la emoción, como hizo la Magdalena cuando se arrodilló a sus pies y sus lágrimas lo empaparon y el perfume inundó su cuerpo. O permitir que el Buen Pastor nos tome a hombros como ocurrió con la oveja perdida de la parábola. O mirarlo como aquellos niños que se sentaron en sus rodillas y sonrieron viéndole a Él sonreír. O tender la mano para ser curado como el ciego, el leproso, el paralítico, el enfermo... O recostar la cabeza en su pecho con mi hizo San Juan el día de la institución de la Eucaristía. O tomar la Cruz, sin quejarse, como el Cirineo...
¡Qué fácil puede ser dirigirse y hablar con el Señor y qué complicado lo hacemos siempre por esa cerrazón y esas cadenas que cierran nuestro corazón!

¡Señor, desde la fidelidad pero desde la más profunda sencillez y pobreza, con el corazón abierto a Ti, necesito hablar contigo! ¡Necesito, Señor, que me escuches porque son muchas las veces que tengo miedo y no sé cómo expresarlo! ¡Señor, Tú nos dices que no tengamos miedo, que no se turbe nuestro corazón porque Tú estarás con nosotros hasta el final! ¡Me lo creo, Señor, pero aún así a veces me surgen las dudas! ¡Recuérdamelo siempre, Señor, especialmente en aquellos momentos en que el sufrimiento y la dificultad se me hagan más presentes! ¡Señor, ayúdame con la fuerza de tu Espíritu a decir siempre que sí a todo lo que me envías para que la turbación y el desasosiego no hagan mella en mí! ¡Necesito hablar contigo, Señor! ¡Dame, Señor, la luz y la paz interior para balbucear desde la pobreza de mi ser todo lo que me ocurre! ¡Escúchame, Señor, Tú que nunca nos abandonas y nos consuelas! ¡Purifícame, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu y poda todo aquello que encuentres superfluo en mí para que mi diálogo contigo esté impregnado de sencillez y de verdad! ¡Señor, como los personajes del Evangelio ayúdame a aceptar las pruebas, a llevar la cruz, a ser consciente de mi fragilidad…y darte siempre gracias! ¡Señor, ven a mi corazón y desde dentro de él transfórmame para que me sienta más cerca de Ti y mi diálogo contigo sea fluido! ¡Señor, que nunca me falte tu amor! ¡Señor, ten paciencia conmigo y ten misericordia de mis debilidades y miserias! ¡Puríficame, Señor, con la fuerza de tu Santo Espíritu y sáname! ¡Aumenta mi fe, mi confianza y mi amor a Ti y, por favor, no me sueltes nunca de esa mano amorosa que  tanta seguridad y esperanza me transmite cada día!
Por tu gloria, cantamos hoy en estilo góspel al Señor: