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sábado, 13 de enero de 2018

No cambiamos, solo nos ponemos otros disfraces

Mascaras«On ne change pas, on met juste les costumes d'autres sur soi» («No cambiamos, solo nos ponemos otros disfraces»). Lo canta Céline Dion en su hermosa canción On ne change pas. La letra dice que, incluso cambiando la apariencia, sigues siendo el niño que eras. Puedes alcanzar el éxito social, personal, económico, empresarial, puedes convertirte en un respetable personaje en tu entorno social pero nunca puedes negar tus propios orígenes.
Nuestra infancia, nuestra familia, la relación con nuestros padres y el entorno social en el que hemos crecido nos marcan profundamente. Una vez alcanzada la edad adulta nos comportamos de una u otra forma según la educación y los valores que hemos recibido. Dependiendo de las posibilidades que nos ofrecen nuestros éxitos o nuestras faltas encajamos en uno u otro molde social.
En la escala humana uno nace, crece, envejece y muere. Ninguna jornada es similar a la anterior porque siempre hay algo que transforma nuestra vida. A pesar de nuestros esfuerzos somos incapaces de detener estos cambios. Algunos, son beneficiosos, alegres y dadores de vida. Otros son puro milagro. Y otros, sin embargo, están repletos de dolor, tristeza y sufrimiento.
Cuando observas las diferentes etapas de tu vida observas que han estado marcadas por cambios profundos, por pruebas constantes, por obstáculos que se han superado. Uno se da cuenta también que en la vida no lo controlamos todo. Las personas, las situaciones, las enfermedades vienen y van a pesar nuestro.
La clave es aferrarse a la vida, dejarlo todo en manos de Dios. Puedes quedarte solo en la primera etapa, la de luchar con denuedo pero sin la fuerza de Dios no hay fuerza humana que sea capaz de resistir. No hay sueño, expectativa, deseo, esperanza, esfuerzo… que no esté jalonado por la presencia visible o invisible de Dios.
Hace unos días me encontré con una persona a la que no veía desde hace, al menos, una década. Tenía el mismo discurso que antaño, endurecido para resistir las dificultades en lugar de aceptar los cambios.
Uno de los secretos de la vida es cuestionarte interiormente. Si no interiorizas y no te cuestiona la vida eres incapaz de cambiar. Si no das respuesta a las preguntas de tu existencia tienes grandes posibilidades de endurecer el corazón aunque hay veces que preferimos endurecernos en lugar de cambiar porque el miedo nos embarga. Cualquier cambio contiene un grado de incertidumbre y eso nos asusta. Hacemos valer aquello de más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer. Es quizás por esta razón que tantas veces rechazamos a Dios. Él nos promete una vida en abundancia, hecha de paz, libertad y amor. Pero para obtenerlo, se necesita cambiar. Dios dice que cambiará nuestros corazones de piedra en corazones de carne. ¡Este es el auténtico cambio! Somos esclavos de nuestros pecados y de nuestra miseria y Él quiere hacernos libres. Somos mortales y Él quiere darnos la vida eterna.
Cuando aprendes a confiar en Él, Dios te cambia la vida. Es el cambio que realmente merece la pena experimentar sin las máscaras ni disfraces a las que hace referencia Céline Dion en su canción.
¡Señor, Tú me invitas a conocer la verdad de mi vida! ¡Sin ser auténtico difícilmente podré responder a mi vocación y a la plenitud y alcanzar la felicidad! ¡Señor, no me dejes saciar por las apariencias sino que envía Tu Espíritu para que edifique mi vida sobre la solidez de la verdad! ¡Señor, no permitas que las máscara aparenten lo que no soy y oculten lo que pueda ser malo para mí porque no sería más que un reflejo de mi mediocridad! ¡Espíritu Santo, ayúdame en el camino de la autenticidad; dame el valor para ahondar en mi verdad y enfrentarme a lo que es de verdad! ¡Señor Jesús, Tu me dejas a la Virgen como testamento de autenticidad! ¡Ayúdame a alcanzar mi verdadera libertad en el cumplimiento del Plan de Dios, en la fidelidad a los designios de Dios y a caminar por la senda de la verdad! ¡Señor, me abandono en tus manos, Tú que eres el Dios que actúa en la historia del hombre y que muestras cada día los signos vivos de tu presencia en mi vida! ¡A Ti, Padre, te entrego mi vida y mi salvación y la de la humanidad entera que tanto amas porque ha sido creado por Ti! ¡Quiero seguirte, Señor, par anunciar Tu Palabra a la sociedad en la que me mueves, para hacer de mi existencia cotidiana un testimonio de tu amor! ¡Jesús, amigo, enviado de Dios, confío en Tu Palabra que es la del mismo Dios que se ha revelado por medio de Ti! ¡Quiero anunciarte al mundo que confío plenamente en Dios que eres el mismo Dios revelado y que garantizas que sus promesas se cumplen siempre! ¡Quiero hacerme uno contigo, ser comunión contigo! ¡Envía tu Espíritu sobre mí para que no me falte la fe, para no perder la comunicación con Dios, la confianza y la esperanza en Él, para aceptar siempre su plan en mi! ¡Me abandono en tus manos y creo firmemente en Ti, confieso todas y cada una de las verdades que la Iglesia propone porque han sido reveladas por Ti, que eres la Verdad y la Sabiduría y quiero vivir y morir en esta fe!
On ne change pas, de Céline Dios origen de esta meditación:




sábado, 8 de julio de 2017

Descargar las cargas a los pies de la Cruz

desde Dios
Hay días, como ayer, que al terminar la jornada —agotadora— se busca especialmente el refugio del hogar para encontrar la paz y la tranquilidad. Paso antes por un templo para poner ante el rostro sufriente de Cristo en la Cruz mis agobios, cansancio, preocupaciones y penalidades de la jornada. Los descargo a los pies del Sagrario. Allí coloco el peso de mi cruz, una carga pesada y dolorosa. Así, puedo entrar en casa con la descarga de la pena.¡Qué fortuna la de los creyentes que tenemos al Señor que se ofrece a aliviar nuestros agobios y cansancios! ¡Qué consuelo saber que es posible cargar el yugo de quien es manso y humilde de corazón para encontrar el descanso para nuestras almas!

Te das cuenta de que la jornada, el día a día, avanza inexorablemente. Que las ocupaciones cotidianas te van ahogando, quitándote el tiempo, a veces incluso la ilusión. Hay días, incluso, que has hecho mucho, tu jornada ha estado repleta de reuniones, de ir de aquí para allá, de llamadas telefónicas, de resolver problemas, «de apagar fuegos»... pero en realidad están vacías; lo están porque Cristo no está en el centro.
No caemos en la cuenta de que muchos de los abatimientos que nos pesan, de los cansancios que nos ahogan, de los agobios que martillean nuestra vida... tienen mucho que ver con esa incapacidad para vislumbrar la acción que el Señor ejerce en cada uno de los acontecimientos de nuestra vida.
Ante la Cruz, ante el rostro sufriente del Cristo crucificado, donde puedes depositar tus cansancios y tus agobios, uno recibe grandes dosis de paz interior, de serenidad, de esperanza, de reposo.
Pero esto, que real, se convierte muchas veces en una teoría: ¡cuánto cuesta ponerlo en práctica y echarse de verdad en las manos misericordiosas y amorosas del Señor, que acoge las preocupaciones para aliviarlas y las fatigas para darles descanso!

¡Señor, deposito mis cargas pesadas a los pies de la Cruz! ¡Te doy gracias, Señor, por tu presencia en mi vida, porque tu carga es liviana y tu te ofreces para que descargue en ti mis agobios y preocupaciones! ¡Gracias, Señor, por la paz y la serenidad que ofreces A quien se acerca a ti, por eso quiero confiar siempre en tu providencia! ¡Te ruego que calmes mis tempestades interiores y exteriores y ante las pruebas que me toca vivir, a veces difíciles, que seas tú la fuerza que me permita seguir adelante! ¡Envía tu Espíritu, Señor, para que vení salgan siempre pensamientos positivos y aleja de mí aquella negatividad que tanto daño hace a mi corazón y tanto me aleja de ti! ¡Señor, te entrego por completo mis cargas, mis tristezas, mis miedos, mis pensamientos, mis debilidades, mis tentaciones, mis dudas, mis luchas, mis amarguras, mis miedos, mis caídas, mis angustias, mis soledades, mis temores, a mis pecados, mis errores, mis preocupaciones, mi alma, mis tentaciones, mi fragilidad, mis debilidades, mis deseos, mis ansiedades, mi pasado, presente y futuro y, sobre todo mi espíritu; hazme fuerte para salir con firme y comprometido de mis batallas y que tu fuerza y tu poder me acompañenen cada momento de mi vida! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!
Del compositor austriaco Johann Joseph Fux ofrezco hoy este bella pieza de su catálogo: Victimae paschali laudes K. 276
 

lunes, 26 de junio de 2017

¿Qué sucede cuándo transcurre el tiempo y los cambios que uno anhela no llegan?

orar con el corazon abierto
¿Qué sucede cuándo van sucediéndose los días, las semanas, los meses, los años y los cambios que uno anhela no llegan? ¿Cuándo ese milagro que uno está esperando no se produce?

En la mayoría de las ocasiones ocurre que la paciencia se va perdiendo, dominada por la impaciencia; que sus pilares que parecían tan firmes en la fe se van desquebrando poco a poco; y que esas cuestiones que nunca te habías planteado empiezan a remover tus pensamientos y a llevarte de cabeza. Sí, crees en Dios, pero las dudas te embargan, la incertidumbre te supera y el dolor te adormece. Y en estas circunstancias uno está determinado a tomar decisiones poco sensatas, carentes de sentido son muy propensas a lo irracional.
Y si en estos casos cuando más se demuestra la confianza en el Padre. Buscar en el interior y hacer caso omiso de esas voces estruendosas que vienen del exterior. Estar atento al susurro del Espíritu, que trasmite siempre en lo más profundo del corazón la voluntad del Padre. Claro que esto no es sencillo porque siempre uno camina sobre la línea del precipicio y, sin esa luz que ilumina para dar pasos certeros. Esa luz que es Cristo es la que permite al que confía mantenerse atento, paciente, dispuesto y expectante. Es el que te permite, a la luz de la oración, vislumbrar la voluntad de Dios y alejar de los pensamientos aquello que no es conveniente.
¿Qué sucede cuándo van sucediéndose los días, las semanas, los meses, los años y los cambios que uno anhela no llegan? ¿Cuándo ese milagro que uno está esperando no se produce? A la luz de la razón, llega la congoja y la angustia. Cuando no hay respuesta, cuando no se vislumbra un futuro, llega la desesperación del alma. De la mano de Dios, sin embargo, la paz y la serenidad interior se convierten en compañeras del alma.Y así el corazón descansa.
Las experiencias vitales te enseñan a ponerlo todo en las manos misericordiosas del Padre. Esas manos toman tus preocupaciones y tus angustias y las acaricia y, suavemente, van calmando la angustia interior. La vida te enseña que no puedes caminar con orgullo sino que el Señor te acompaña firme cuando te sientes frágil y pequeño, cuando contemplas la Cruz y aceptas por amor el sacrificio porque uno es un pobre Cirineo que se dirige con Cristo al Calvario, que es decir la eternidad. Miras al Señor y comprendes que todo tiene un propósito. Y ese propósito tiene un fin. ¡Bendito fin!

¡Padre de Bondad, Dios Todopoderoso, Tú me has creado con un propósito y yo quiero cumplirlo haciendo Tu voluntad! ¡Ayúdame a crecer en santidad para llevarlo a término! ¡Padre, Tú tienes un plan para mí mucho antes de mi nacimiento: ayúdame con la fuerza del Espíritu Santo a cumplirlo! ¡Concédeme la gracia, Padre de Amor y Misericordia, a vivir acorde a tus mandamientos y a vivir acorde a lo que tienes pensado para mí! ¡No permitas, Padre, que nada me detenga, que nada me desanime y nada me frene! ¡Capacítame, Padre, con los dones de tu Santo Espíritu! ¡Señor, recuérdame con frecuencia que a Ti no de detienen ni te desconciertan los problemas! ¡Mantente, Padre, cerca siempre de mis familiares y amigos, de aquellos que sufren persecución, enfermedad, soledad, dolor, carencias económicas y laborales! ¡No nos abandones nunca, Padre!¡Enséñame a aceptar todo lo que me das y, aunque no entienda los motivos y las circunstancias, haz que se convierta siempre en una bendición y me haga una persona agradecida! ¡Gracias, Padre, porque me puedo acercar a Ti y presentarte en cualquier momentos mis plegarias, por darme la paz que tanto anhelo y el descanso en tiempos de turbulencia! ¡Gracias, Dios mío, por tu bondad, tu amor y tu misericordia!
¿Por qué tengo miedo?, buena pregunta que se responde en esta canción:

domingo, 23 de abril de 2017

Unir mis manos a las de Cristo

desde Dios
En el pequeño crucifijo que me acompaña siempre no se distinguen las manos de Jesús. Pero hoy me las imagino. Son las manos recias de un carpintero que tanto bien hicieron pero que llevan el signo de la crucifixión.

Quiero unir mis manos a las de Él. A esas manos que se posaron sobre las cabezas de tantos para sanar sus vidas y curar sus enfermedades, que tocaron los ojos de los ciegos para darles la vista, que tomaron las manos de los paralíticos para levantarlos, que apaciguaban a los que sufrían, que acariciaban a los niños que se encontraba por el camino, que secaban las lágrimas de aquellos que estaban desesperados, que cogían las manos de su Madre para pasear por Nazaret, que desenrollaban serenamente los rollos de aquellas escrituras que leía en las sinagogas de Galilea, que dejaban un sencillo trazo en la arena antes de invitar a tirar la primera piedra, que elevadas al cielo oraban ante el Padre. Pero, sobre todo, eran las manos que multiplicaron los panes y los peces y bendijeron el pan y el vino en la Santa Cena.
Las manos de Cristo transmitían amor, esperanza, ternura, generosidad, misericordia. Eran manos siempre dispuestas a la entrega y al servicio. Todo está resumido en la Cruz.
Cristo prefirió dejar en sus manos y en sus pies las cicatrices de la Pasión. Es la evidencia de que desde el cielo Dios se hace cargo de nuestro dolor y de nuestros sufrimientos, pero también como un signo de escucha de nuestras plegarias y nuestras aclamaciones.
Tomo el crucifijo y beso cuidadosamente esas dos manos y esos pies heridos por mi y perforados en la cruz. Me siento compungido por esas manos bañadas en sangre pero también alegre porque esas manos con la huella de la Cruz sirvieron para anunciar la victoria de Cristo sobre la muerte.
Son manos llagadas que sólo rebosan un amor inconmensurable. Así pueden ser también mis pequeñas manos, manos que rebosen esperanza, amor, misericordia, generosidad, servicio... manos que abiertas, como las de Jesús, acojan al prójimo, al necesitado, al sufriente. Manos que humildemente abiertas sean testimonio de oración, de acción de gracias, de alabanza y de súplica.
Hoy más que nunca deseo unir mis manos heridas a las manos llegadas de Cristo. Sólo él sabe de verdad cuánto duele el sufrimiento pero unidas mis manos a las de Él llegará la sanación que mi corazón tanto necesita.

¡Señor, quiero ser tus manos extendidas y abiertas para coger al prójimo! ¡Señor, quiero ser tus manos para abrazar con cariño aquel que se acerca a mi para buscar consuelo! ¡Señor, quiero ser tus manos para retirar la venda de aquellos que no sean capaces de ver tu misericordia, tu amor y tu perdón porque tienen los ojos cerrados a la fe! ¡Señor, quiero ser tus manos para llevar alegría a los que sufren, a los que están solos, a los enfermos y a los desesperados! ¡Señor, quiero ser tus manos que forjaron esperanza, manos de carpintero desgastadas por el uso, encallecidas, pero que labraron vida y dieron esperanza a tantos! ¡Señor, quiero ser como esas manos tuyas bañadas de sangre que muestran el signo de la Cruz pero que rebosan paz, amor, misericordia, perdón, amistad y salvación! ¡Que mis manos, Señor, sirvan sólo para bendecir y no para inmovilizar, agarrar y destruir! ¡Mi destino, mi futuro y mi vida está en sus manos, Señor, en ti confío! ¡Señor, un día tus manos marcadas por las cicatrices que duraran toda la eternidad se abrirán en las puertas del cielo para recibirnos a todos en la vida celestial; eso es lo que deseo Señor, que me acojas con tus manos santas, que me bendigas cada día a mí y a todas aquellas personas que caminan junto a mí por las sendas de la vida! ¡No permitas, Señor, que caiga en tentación; ya Satanás intentó destruir tus manos santas que llevan escritas en su palma todos los nombres de los hombres! ¡Eleva tus manos, Señor, para librarme de la tentación! ¡Pongo en tus manos mi vida y mis cosas para vivir acorde a tu voluntad! ¡Entrego mis manos abiertas a tus proyectos, Señor, y el servicio de la comunidad! ¡Me pongo a tus pies, Señor, y dispongo mi corazón para que tus manos me bendigan y me llenes de tu vida en este tiempo de conversión!
Abiertos los brazos es el título de la canción que presentamos hoy: