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miércoles, 5 de julio de 2017

La virtud de la delicadeza

desde dios
Una de las características que más me impresionan de la humanidad de Cristo es su delicadeza. Alrededor de Jesús todo rezuma delicadeza que entronca con otras de sus cualidades innatas como son la paciencia, el cariño, la alegría, la ternura, la finura, la humildad, la magnanimidad, la cortesía… Nada en Jesús es vulgar, ni grosero, ni prepotente, ni egoísta. Su trato con la gente es delicado porque la delicadeza y la mansedumbre —una de las características del alma de Jesús es que es “manso y humilde de corazón”— son dos virtudes que caminan juntas. Quien cultiva la mansedumbre hacia los demás se convierte en un ser delicado, incluso con aquellos con los que cuesta empatizar.

La delicadeza es una virtud que, en cierta manera, brota de una fe firme, que se traduce en actitudes bienintencionadas, en gestos que imitan la acción del Señor que es la santidad visible para el corazón del hombre como recuerda san Mateo en uno de sus pasajes: “En verdad os digo, que cuanto hicisteis a uno de mis hermanos, a Mí me lo hicisteis”.
La delicadeza cristiana nunca se asienta sobre una serie de principios y derechos innegociables, no se sustenta sobre privilegios adquiridos, no trata de defender los intereses particulares, no reivindica nunca el yo. La delicadeza, que lleva implícita la virtud de la humildad, es la contraposición al egoísmo y la soberbia, a la necesidad de aparentar, al hacer las cosas para ser aplaudido, a dejar entrever las intenciones para que nadie olvide que es cosa nuestra, impide al prójimo quedarse con la sensación de que te debe algo, ni deja la impresión de que estás con alguien por interés o por pena.
La delicadeza cristiana exige condescendencia con el prójimo —con el más cercano—, evita la discusión permanente, el herir con palabras y con gestos, el mal humor constante, el recriminar con acritud las cosas mal hechas, vincula la verdad a la caridad, valora a los que le rodean y respeta su dignidad, sus ideas, su opinión y sus carencias. La delicadeza cuida los pequeños detalles.
La delicadeza es un don del amor de Dios y, por tanto, hay que pedirle al Espíritu Santo que nos la envíe para tratar mejor a los más cercanos. En nuestra alma tiene que reinar la delicadeza porque un corazón delicado es un corazón que arde por cada persona que se le acerca. Delicadeza en nuestros actos y nuestras acciones, llenarlas todas ellas de contenido sobrenatural, como exigencia de nuestro amor. Así se comportó el Señor, y en eso hemos de imitarle cada día. Poniendo la delicadeza como criterio de conducta, seguro que las demás virtudes crecerán a nuestro alrededor.

¡Señor, envíame tu Espíritu, para seguir tu ejemplo, para imitarte en tu entrega a los demás, para hacer el bien a los que me rodean, para vivir en la humildad, la bondad y la generosidad, para caminar hacia el Reino al que Tú siempre me invitas! ¡Señor, quiero aprender de Ti, maestro bueno, ayúdame a descubrir la gratuidad de tu amor! ¡Conviérteme en un delicado instrumento de tu amor hacia los demás! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para reconocer tu presencia y agradecer tu compañía! ¡Señor, escucha mis plegarias que surge de un corazón sencillo, prepárame para seguir tu camino, ilumina mi sonrisa para convertirme en alguien delicado para los demás! ¡Todo lo espero de ti, Señor, confío plena y exclusivamente en ti, confío en la inmensidad de tu bondad, de tu poder y tu sabiduría! ¡Gracias, Señor, por tu delicadeza conmigo!
Al que está sentado en el trono es el título de la canción de hoy:

lunes, 26 de junio de 2017

¿Qué sucede cuándo transcurre el tiempo y los cambios que uno anhela no llegan?

orar con el corazon abierto
¿Qué sucede cuándo van sucediéndose los días, las semanas, los meses, los años y los cambios que uno anhela no llegan? ¿Cuándo ese milagro que uno está esperando no se produce?

En la mayoría de las ocasiones ocurre que la paciencia se va perdiendo, dominada por la impaciencia; que sus pilares que parecían tan firmes en la fe se van desquebrando poco a poco; y que esas cuestiones que nunca te habías planteado empiezan a remover tus pensamientos y a llevarte de cabeza. Sí, crees en Dios, pero las dudas te embargan, la incertidumbre te supera y el dolor te adormece. Y en estas circunstancias uno está determinado a tomar decisiones poco sensatas, carentes de sentido son muy propensas a lo irracional.
Y si en estos casos cuando más se demuestra la confianza en el Padre. Buscar en el interior y hacer caso omiso de esas voces estruendosas que vienen del exterior. Estar atento al susurro del Espíritu, que trasmite siempre en lo más profundo del corazón la voluntad del Padre. Claro que esto no es sencillo porque siempre uno camina sobre la línea del precipicio y, sin esa luz que ilumina para dar pasos certeros. Esa luz que es Cristo es la que permite al que confía mantenerse atento, paciente, dispuesto y expectante. Es el que te permite, a la luz de la oración, vislumbrar la voluntad de Dios y alejar de los pensamientos aquello que no es conveniente.
¿Qué sucede cuándo van sucediéndose los días, las semanas, los meses, los años y los cambios que uno anhela no llegan? ¿Cuándo ese milagro que uno está esperando no se produce? A la luz de la razón, llega la congoja y la angustia. Cuando no hay respuesta, cuando no se vislumbra un futuro, llega la desesperación del alma. De la mano de Dios, sin embargo, la paz y la serenidad interior se convierten en compañeras del alma.Y así el corazón descansa.
Las experiencias vitales te enseñan a ponerlo todo en las manos misericordiosas del Padre. Esas manos toman tus preocupaciones y tus angustias y las acaricia y, suavemente, van calmando la angustia interior. La vida te enseña que no puedes caminar con orgullo sino que el Señor te acompaña firme cuando te sientes frágil y pequeño, cuando contemplas la Cruz y aceptas por amor el sacrificio porque uno es un pobre Cirineo que se dirige con Cristo al Calvario, que es decir la eternidad. Miras al Señor y comprendes que todo tiene un propósito. Y ese propósito tiene un fin. ¡Bendito fin!

¡Padre de Bondad, Dios Todopoderoso, Tú me has creado con un propósito y yo quiero cumplirlo haciendo Tu voluntad! ¡Ayúdame a crecer en santidad para llevarlo a término! ¡Padre, Tú tienes un plan para mí mucho antes de mi nacimiento: ayúdame con la fuerza del Espíritu Santo a cumplirlo! ¡Concédeme la gracia, Padre de Amor y Misericordia, a vivir acorde a tus mandamientos y a vivir acorde a lo que tienes pensado para mí! ¡No permitas, Padre, que nada me detenga, que nada me desanime y nada me frene! ¡Capacítame, Padre, con los dones de tu Santo Espíritu! ¡Señor, recuérdame con frecuencia que a Ti no de detienen ni te desconciertan los problemas! ¡Mantente, Padre, cerca siempre de mis familiares y amigos, de aquellos que sufren persecución, enfermedad, soledad, dolor, carencias económicas y laborales! ¡No nos abandones nunca, Padre!¡Enséñame a aceptar todo lo que me das y, aunque no entienda los motivos y las circunstancias, haz que se convierta siempre en una bendición y me haga una persona agradecida! ¡Gracias, Padre, porque me puedo acercar a Ti y presentarte en cualquier momentos mis plegarias, por darme la paz que tanto anhelo y el descanso en tiempos de turbulencia! ¡Gracias, Dios mío, por tu bondad, tu amor y tu misericordia!
¿Por qué tengo miedo?, buena pregunta que se responde en esta canción:

martes, 21 de marzo de 2017

La mirada interior

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No hay que pensar que las personas de bien son las que subrayan forzosamente la injusticia, la sinrazón, la maldad, la falta de criterio o la deshonestidad que hay en los otros. Con frecuencia, los que poseen esos defectos son los que tienden a verlos por doquier en cualquier esquina; su actitud es la de la crítica permanente, sospechando y prejuzgando a los demás a través de su propia realidad. E, inversamente, los que atesoran grandes cualidades morales evitan resaltar los defectos ajenos porque son capaces de observar a los demás a través de sus propias cualidades.

Las personas sólo deberíamos mirar desde una óptica: la de nuestra mirada interior. Que nuestros ojos miren desde lo profundo; que sean el espejo de nuestros sentimientos, emociones y pensamientos. Si me encuentro en el grupo de los que al hablar sólo soy capaz de resaltar los defectos de los demás, estaré revelando lo que siente mi corazón. Si mi interior estuviera lleno de justicia, de bondad, de generosidad, de paciencia, de misericordia, de nobleza, de honestidad y, sobre todo, de amor, sería capaz de ver en los demás estas cualidades tan elevadas.
Ver la vida ajena con los ojos de Cristo es hacer de la propia vida un proyecto de Salvación. Es aprender de la mirada del Señor y de sus encuentros con tantos con los que se cruzó. Es orientar mis valores, mis sentimientos y mis pensamientos en la autenticidad para convertir mis relaciones con los demás en unas relaciones basadas en el respeto y en el amor.
Es lo que le pido hoy al Señor, que pueda experimentar la gracia de esta convicción, ensanchar mi corazón para que se abra por completo a su acción transformadora que tiene en el pecado su principal enemigo.
Y antes de terminar la oración miro el pequeño crucifijo que me acompaña en este tiempo de oración y me pregunto, ¿hasta qué punto me inquieta que Cristo muriera en la cruz para redimirme del pecado?

¡Padre, tu nos dices “volved a mí de todo corazón”! ¡Soy consciente, Padre de bondad, que no puedo regresar a Ti de verdad si no lo hago desde el corazón pero también tengo claro, Padre, que me es imposible vivir si no es desde el corazón! ¡Tú me llamas en el corazón pero bien sabes que muchas veces me olvido de Ti por el trasiego de la vida, por mis faltas y mis pecados, por lo mucho que me cuesta a veces llegar a la profundo del corazón donde Tú anidas y quieres que escuche tu voz! ¡Padre, sabes que mi corazón se distrae con lo mundano, que me cuesta regresar a lo esencial, que dudo muchas veces porque no sé ver tu mano providente en cada uno de los sucesos de mi vida! ¡Cuánto me cuesta, Padre, contemplar tu presencia que me llama para que yo regrese a lo esencial, a mi interior, para ser la persona auténtica que Tú quieres que sea! ¡Espíritu Santo, ayúdame a examinarme desde la autenticidad y la verdad, a medir mi vida, a pensar las cosas desde la dimensión interior! ¡Concédeme la gracia de descubrir lo importante de encontrarme a mi mismo para ser un cristiano auténtico sin dobleces que corrija sus constantes defectos desde la sencillez y con una gran capacidad de amar, de servir y de darse a los demás! ¡Ayúdame a no enmascarar mi vida con maquillajes inútiles para descubrir en mi corazón la mirada amorosa y misericordiosa de Dios! ¡Concédeme la gracia de engrandecer mi espíritu para que Tú puedas obrar en mi corazón, para que Dios pueda entrar en él con serenidad, para que se rompan todas aquellas barreras que me impiden tener con Cristo una relación de amistad! ¡Ayúdame a que mi vida de oración sea un momento en el que Dios llene de verdad mi alma con su presencia y con sus silencios! ¡Y a Tí, Jesús, no permitas que nunca puedas gritarme desde la Cruz el “¿Por qué me has abandonado?” pues esta frase me sitúa ante autentica medida del pecado y es la expresión de hasta que punto me amas, el ejemplo de que Tu amas hasta despojarse de todo por amor!
Me sanaste con tu bien, cantamos hoy dando gracias al Señor porque nos ha amado hasta morir por nosotros en la Cruz y porque su amor nos sanó:

jueves, 24 de noviembre de 2016

La paciencia

La paciencia es la virtud por la cual se sabe sufrir y tolerar los infortunios y adversidades con fortaleza, sin lamentarse. También significa ser capaz de esperar con serenidad lo que tarda en llegar. Sobre este tema trata la reflexión que os propongo leer:

La paciencia es la virtud por la cual se sabe sufrir y tolerar los infortunios y adversidades con fortaleza, sin lamentarse. También significa ser capaz de esperar con serenidad lo que tarda en llegar.
Vivimos en un mundo frenético. La marabunta de la tecnología y el progreso de las comunicaciones nos han traído enormes beneficios y comodidades. Sin embargo, nos han hecho olvidar la paciencia y la serenidad. Hoy todo es urgente. Te mandé un e-mail y no lo viste. Te llamé tres veces y no me contestaste. Te envié un whatsapp y no me respondiste. Te estuve esperando quince minutos y no llegaste. ¿Dónde te has metido? ¿Por qué no me avisaste inmediatamente? ¡Date prisa! ¡Al grano! ¿Qué estás esperando?
Por estas circunstancias, es importante que se aprenda a formar la virtud de la paciencia desde el seno familiar. Las dificultades cotidianas vividas con amor y paciencia nos ayudan a prepararnos para la venida del Reino de Dios. Cuando el niño pequeño llora, cuando el adolescente es rebelde, cuando la hija es respondona, cuando la esposa grita, cuando el marido se enoja, cuando el abuelo chochea, cuando otra vez han dejado entrar al perro en la casa y ha llenado todo de pelos nos llevamos las manos a la cara y exclamamos: ¡Señor, dame paciencia" pero ahora!
Es cierto, la paciencia es un fruto del Espíritu Santo y debemos pedirlo constantemente. Esta virtud es la primera perfección de la caridad, como dice san Pablo: "La caridad es paciente, es servicial; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa, no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra en la injusticia; se alegra en la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta" (1 Co 13,4-7)
La vida familiar aquí en la Tierra es un gimnasio para entrenarnos en esta virtud. Las adversidades diarias nos invitan a sufrir con paciencia la ignorancia, el error, los defectos e imperfecciones de los miembros de la familia. Sufrir con paciencia, se convierte en una hermosa obra de misericordia espiritual. ¡Cuánto más paciente ha sido Cristo con nosotros!
Paciencia es espera y sosiego en las cosas que se desean.
Paciencia es aprender a esperar cuando realmente no quieres. 
Es descubrir algo que te gusta hacer mientras estás esperando, y disfrutar tanto de lo que estás haciendo que te olvidas que estás haciendo tiempo.
Paciencia es dedicar tiempo a diario a soñar tus propios sueños y desarrollar la confianza en ti mismo para convertir tus deseos en realidad.
Paciencia es ser complaciente contigo mismo y tener la fe necesaria para aferrarte a tus anhelos, aún cuando pasan los días sin poder ver de qué manera se harán realidad.
Paciencia es amar a los demás aún cuando te decepcionen y no los comprendas.
Es renunciar y aceptarlos tal y como son y perdonarlos por lo que hayan hecho.
Paciencia es amarte a ti mismo y darte tiempo para crecer; es hacer cosas que te mantengan sano y feliz y es saber que mereces lo mejor de la vida y que estás dispuesto a conseguirlo, sin importar cuánto tiempo sea necesario.
Paciencia es estar dispuesto a enfrentarte a los desafíos que te ofrezca la vida, sabiendo que la vida también te ha dado la fuerza y el valor para resistir y encarar cada reto.
Paciencia es la capacidad de continuar amando y riendo sin importar las circunstancias, porque reconoces que, con el tiempo, esas situaciones cambiarán y que el amor y la risa dan un profundo significado a la vida y te brindan la determinación de continuar teniendo paciencia.
Paciencia, tú la tienes, úsala.

Señor, enséñanos a orar en familia como Santa Teresa de Jesús para tener paciencia: "Nada te turbe. Nada te espante. Todo se pasa. Dios no se muda. La paciencia, todo lo alcanza. Quien a Dios tiene, nada le falta: solo Dios basta".

sábado, 12 de noviembre de 2016

Si Dios es feliz… yo también

 Si Dios es feliz, yo también
La felicidad es una gracia inmensa. Para ser feliz son imprescindibles dos principios: saber qué es la felicidad y saber alcanzarla. Todos queremos ser felices. Todos necesitamos que nuestro corazón exulte de alegría. Un corazón alegre tiene paz, serenidad interior, esperanza... pero, en muchas ocasiones, la medimos mal porque no la alcanzamos por no saber qué es lo que más nos conviene. ¡Hay mundanidad que me aleja de la alegría!
Pienso en Dios. Lo inmensamente feliz que es. ¿Es feliz porque es el Rey del Universo? ¿por que conoce todo lo bueno? ¿por que tiene en sus manos la capacidad de lograrlo todo? Por todo esto y por algo más: porque Él es el Amor y todo lo ha creado por amor. Y nos ha dado a su Hijo por amor, el desprendimiento más grande en la historia de la humanidad.
Antes de crearlo todo, Dios ya era feliz. No creó la naturaleza, ni a los animales ni a los hombres para que le hiciésemos feliz si no para que pudiéramos ser partícipes de su felicidad.
Por eso la felicidad sólo la puedo encontrar en Dios. Y en Jesús. Dios me ha creado a su imagen y semejanza. Me ha creado para ser feliz. Me ha creado para compartir su alegría, su sabiduría y su felicidad. Si sólo Jesús me ofrece la felicidad, ¿para qué pierdo el tiempo buscándola fuera de Él!

¡Quiero ser feliz, Señor! ¡Pero quiero ser feliz a tu manera pero no como entendemos los hombres la felicidad! ¡Quiero ser feliz basándome en el amor, en el amor sin límites, en la entrega, en el desprendimiento de mi yo, en el servicio generoso, en la caridad bien entendida, en la paciencia de dadivosa! ¡Señor, quiero participar de tu felicidad encontrándome cada día contigo y desde ti con los demás! ¡Señor, me has creado para compartir tu alegría! ¡Envía tu Espíritu para que me haga llegar el don de la alegría y transmitirla al mundo! ¡No permitas, Espíritu Santo, distracciones innecesarias en mi vida que me alejan de la libertad y la felicidad de auténticas! ¡Señor, ayúdame a que encuentre felicidad en dar felicidad a los que me rodean, que abra mis manos para dar siempre, que abra mis labios para compartir tu verdad, y que abra mi corazón para amar profundamente! ¡Señor, sé que me amas y que deseas que yo sea feliz; acompáñame Señor siempre porque eres el autor de mi felicidad y la razón de mi existir!
Descansar en ti, cantamos hoy al Señor:

jueves, 6 de octubre de 2016

Planta y cimiento

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Mi vecino del primero es un hombre mayor, de avanzada edad. Me la encuentro con frecuencia en la parroquia y coincidimos innumerables veces en el ascensor o en el rellano. Es un hombre entrañable, sencillo y piadoso. Su terraza está llena de flores que cuida con mimo cada día. Riega las plantas, retira las hojas estropeadas, cambia de vez en cuando la tierra y se preocupa que su balcón luzca bello con la variedad de colores de sus flores.
«¡Qué bonitos los geranios!», le digo. «Es una cuestión de paciencia, de esperar, de cuidarlas cada día pero cada una de estas plantas tiene su tiempo bajo el sol y una vez lucen tan bellas me ocupo de que no les falte de nada». Las plantas también nos permiten comprender un poco como somos los seres humanos. Para lucir hermosos es necesario tener paciencia y saber esperar. En la vida cada cosa tiene su tiempo. Y como las plantas, el corazón del hombre tiene que estar cuidado, protegido, resguardado de aquello que puede causarle mal y darle el alimento necesario para que crezca debidamente.
Justo delante de esta terraza están levantando un edificio nuevo. Observas la obra y vas siendo como cada día los pisos van terminándose. Contemplar un edificio también es un buen ejercicio para descubrir algo de nuestro propio yo. Sin cimientos sólidos, sin una estructura fuerte, por mucho que le pongas elementos decorativos cualquier imprevisto puede hacer que el edificio se derrumbe. Sin embargo, cuando los fundamentos son sólidos nada puede destruirlo.
Unas plantas hermosas y un edificio moderno casi terminado pero bien cimentado. Son dos imágenes que me permiten acercarme a la oración para agradecerle a Dios que me haya dado la vida pero al mismo tiempo para cuestionarme que estoy haciendo para dar buenos frutos y lucir hermoso para atraer la atención de aquel que está alejado de Dios o del que tengo más próximo. Y algo más, si tengo esa paciencia delicada y fina para permitir a Dios que vaya manejando los hilos de mi vida. La regadera de Dios es la oración, la vida de sacramentos —especialmente la Eucaristía—, el encuentro con el necesitado, la entrega generosa, la contemplación de la vida, el hacer las cosas con amor...
Miro también el edificio, que pronto se convertirá en un hotel en el que entrarán y saldrán multitud de personas, y le pido a Dios que me ayude a sostenerme en sus cimientos, que sea Él la viga maestra que sostenga mi vida para a continuación ser un enviado que llegue al corazón de los que me rodean con mis gestos, con mi palabra y con mi servicio.

¡Señor, te doy las gracias porque eres la fuente de mi existencia! ¡Envía tu Espíritu para que me ayude a tener mis raíces sanas y bien cimentadas en tí para que el fruto de mi vida no sólo sea bueno sino abundante! ¡Señor, ayúdame a examinar mis raíces y asegurarme que están plantadas en tu palabra y alimentadas por el fuego de tu amor que lo acojo diariamente en el corazón en la comunión diaria y en la oración! ¡Gracias, Señor, porque el fruto de mi vida es algo que viene de Ti y que nace de la relación real contigo! ¡Dios mío, ayúdame a perfeccionar mi fe y edificar mi espíritu! ¡Espíritu Santo, guíame para acoger en mi corazón aquellos mensajes específicos que cambiarán mi vida!
Temprano yo te buscaré, cantamos hoy con Marcos Witt:

miércoles, 3 de agosto de 2016

Si, Dios dirige mi vida


Sentado ante el sagrario, en el silencio de una capilla, con el corazón y la esperanza abiertas, comprendes como Dios dirige mi vida y la hace de una manera sencilla, natural, imperceptible y se podría decir, incluso, que misteriosa. Es la fuerza de la gracia que me acompaña desde el día mismo de mi bautismo. Pero lo hace también con la fuerza purificadora de su Palabra, que puedo acoger en mi corazón en la lectura de la Biblia, en la escucha durante la Eucaristía… Y, también, lógicamente con las múltiples inspiraciones que el Espíritu Santo me envía para acogerlas en mi interior.
Esa manera de dirigir mi vida es imperceptible pero transita en mi a través de mi propia historia personal porque ningún acontecimiento, por pequeño sea, escapa a su Providencia divina. Todo lo que me sucede, incluso aquellas cosas negativas y el propio pecado —«¡Señor, ten piedad de mí que soy un pecador»— ha estado, está y estará previsto por Él. Dios no desea el mal para mí —aunque a veces sea difícil comprender las cosas duras que me suceden— pero Él no puede impedir que me equivoque, que tome caminos erróneos, que actúe de manera equívoca como tampoco impidió jamás a lo largo de la historia que nadie abusara de su libertad, el don más preciado que tiene el ser humano junto a la dignidad.
Sin embargo hoy, en el silencio de la oración, le puedo dar gracias porque es a través de su gracia como Él me ayuda, inspirado por el Espíritu Santo, a vencer el pecado. Miras tus propios actos y observas como tantas veces ha sido la fuerza del paráclito el que te ha iluminado de manera clarividente para comprender lo que has de cambiar después de esa caída; como te ha levantado de la fosa con una infinita misericordia cuando has caído en la inmundicia del pecado; como te ha puesto las mejores galas cuando, arrepentido de las faltas cometidas, te has convertido en el sacramento de la Reconciliación en el invitado principal de la fiesta donde Él te ha recibido con las manos abiertas.
Hoy, como tantos días, es hermoso darle gracias al Señor porque tiene la paciencia de esperarme con los brazos abiertos y el corazón lleno de gozo cuando mi soberbia o mi egoísmo le ha dado un portazo en las narices, cuando mi trato a los demás deja que desear, cuando me he llevado la herencia y la he malgastado en cosas inútiles, cuando mis acciones están faltas de caridad y de amor, cuando mi trabajo no está santificado… Tantas cosas alejadas de Él y que me impiden recordar que Cristo murió de manera ignominiosa por mí en una cruz para redimirme del pecado.
Dios por mí no puede hacer nada más. Él me pone los medios porque en el Calvario lo dejó todo ofrecido. Absolutamente todo. Desde el momento de la muerte de Jesús el cielo quedó abierto para todos. Y la fuerza del Espíritu se derramó para la santificación y actua de manera intensa con su gracia en mi corazón y en el corazón de todos los hombres. Es un honor inmenso, fruto de su amor.
Hoy, en esta oración silenciosa, ante su presencia, no puedo más que dar gracias y alabar al Señor de la vida y repetir la invitación que Cristo hizo a sus discípulos:: «convertíos y creed». Sí, Señor, con la ayuda del Espíritu Santo no puedo más que intentar mi conversión cotidiana y creer con firmeza con todo mi corazón y con toda mi alma.

¡Señor, quiero alabarte hoy y darte gracias! ¡Quiero celebrar tu gloria con gran alegría! ¡Quiero, Señor, alabar tu grandeza porque tu eres mi Dios, mi Señor, mi escudo y fortaleza! ¡Quiero celebrar que Tu reinas en mi corazón y eres mi soberano, que por tu gracia, que viene del Espíritu Santo, me guía cada uno de los días de mi vida! ¡Tres veces santo eres Tú, Señor! ¡Dios de las batallas de la vida! ¡Te alabo, Señor, mi corazón y mis labios te adoran con fervor y tan gracias por tantos dones recibidos! ¡Tu mano paternal, Señor, me guía! ¡Cada uno de mis pasos, Señor, son velados por Ti! ¡Son innumerables, Señor, los bienes que por Tú compasión recibo sin cesar cada día! ¡Inefable, Señor, es tu gracia divina es la que está siempre predispuesta a rescatar a los pecadores como yo! ¡Gracias, porque perdonando todos mis pecados Cristo me limpió en la cruz de mi maldad! ¡Gracias porque con su sangre me ha limpiado, su poder me ha salvado! ¡Y a ti, Espíritu Santo, te pido la inspiración para pensar siempre santamente, obrar santamente, amar santamente, actuar santamente, ayudar santamente, perdonar santamente, defender la verdad santamente! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a no perder el camino de santidad que es el que me lleva cada día más cerca de Dios!

Espíritu de Dios, llena mi vida le cantamos hoy al Señor: