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martes, 6 de febrero de 2018

Impregnar el tiempo de silencio

Desde DiosLas horas, los días, las semanas, los meses transcurren a una velocidad que sorprende. Con frecuencia te quedas sin tiempo para ti. Y para el Señor.
En los últimos tiempos por motivos profesionales me veo obligado a viajar con frecuencia a destinos muy alejados de mi residencia habitual. Horas interminables de avión en las que saboreo los tiempos silenciosos de Dios. Horas que te permiten, en la soledad del espacio, impregnarlo todo de silencio. Tiempos para sentir que Él viaja a mi lado, acompañándome en un encuentro de corazón a corazón. Tiempos largos de silencio para meditar un texto, impregnarlo y alimentarlo en el corazón. Grandes tiempos de gracia para un encuentro muy próximo con el Señor. Hay ocasiones que es una gran bendición ese encuentro en la alturas con el Amor.
Estos viajes de horas me han llevado a amar el silencio. En ese silencio que te lleva al encuentro con el Maestro. El silencio que te invita a mirar a Dios. El silencio que te enseña a acomodar los ojos de tu corazón al rostro misericordioso del Padre. Ese silencio que te permite valorar la grandeza de la creación pues en las alturas los reflejos de la belleza del Creador se hacen más claras. El silencio que te permite dar gracias por la grandeza de la vida. El que te permite discernir el valor las cosas obsequio del Creador, las huellas de su bondad infinita. El silencio que te ayuda a impregnarlo todo con la mirada del amor, origen y fin la historia personal de cada ser creado por Dios. El silencio que te ayuda a abrir el corazón para comprender los vacíos que hay en él, las puertas que se abren cuando todo parece no tener salida ni oportunidad. El silencio que te ayuda a vislumbrar en ti el verdadero rostro del Señor.
Él es quien te obsequia con la mirada interior de fe.
Llenarse del silencio me predispone a la oración, a reconocer la voz de Dios pues Él habla en el silencio y es necesario saberlo escuchar. Para mí los largos viajes en avión se convierten en un claustro simbólico, porque es ese espacio cerrado abierto hacia el cielo, en el que disfruto de horas de intimidad con Dios.
¡Gracias, Señor, por esos silencios que me regalas! ¡Tus silencios son, Señor, la respuesta a muchas de mis preguntas! ¡Son silencios de paz, Señor, y te los agradezco porque aminoran el ruido que me envuelve! ¡Señor, muchas veces comprendo mejor tus silencios que otras respuestas más sonoras que me ofreces! ¡Gracias, Señor, porque en tus respuestas silenciosas hay un amor muy grande! ¡Gracias, Señor, porque aunque no lo merezco y bien lo sabes me inundas de tu luz y de tus silencios! ¡Gracias por esa luz que se origina en tu presencia y gracias por esos silencios tan sublimes que se esconden en mi corazón miedoso! ¡Perdona, Señor, cuando tantas veces interpreto tus silencios como ausencias pero es por mi orgullo y mi soberbia que me ciegan el corazón y me cierran el alma a todo regalo de tu gracia! ¡Gracias, Señor, porque en tu silencio te haces presente en mi vida en cada instante! ¡Gracias, Señor, gracias por todos tus silencios llenos de amor y de misericordia!
El sonido del silencio, canción tan adecuada a la meditación de hoy:



martes, 21 de marzo de 2017

La mirada interior

mirada-interior
No hay que pensar que las personas de bien son las que subrayan forzosamente la injusticia, la sinrazón, la maldad, la falta de criterio o la deshonestidad que hay en los otros. Con frecuencia, los que poseen esos defectos son los que tienden a verlos por doquier en cualquier esquina; su actitud es la de la crítica permanente, sospechando y prejuzgando a los demás a través de su propia realidad. E, inversamente, los que atesoran grandes cualidades morales evitan resaltar los defectos ajenos porque son capaces de observar a los demás a través de sus propias cualidades.

Las personas sólo deberíamos mirar desde una óptica: la de nuestra mirada interior. Que nuestros ojos miren desde lo profundo; que sean el espejo de nuestros sentimientos, emociones y pensamientos. Si me encuentro en el grupo de los que al hablar sólo soy capaz de resaltar los defectos de los demás, estaré revelando lo que siente mi corazón. Si mi interior estuviera lleno de justicia, de bondad, de generosidad, de paciencia, de misericordia, de nobleza, de honestidad y, sobre todo, de amor, sería capaz de ver en los demás estas cualidades tan elevadas.
Ver la vida ajena con los ojos de Cristo es hacer de la propia vida un proyecto de Salvación. Es aprender de la mirada del Señor y de sus encuentros con tantos con los que se cruzó. Es orientar mis valores, mis sentimientos y mis pensamientos en la autenticidad para convertir mis relaciones con los demás en unas relaciones basadas en el respeto y en el amor.
Es lo que le pido hoy al Señor, que pueda experimentar la gracia de esta convicción, ensanchar mi corazón para que se abra por completo a su acción transformadora que tiene en el pecado su principal enemigo.
Y antes de terminar la oración miro el pequeño crucifijo que me acompaña en este tiempo de oración y me pregunto, ¿hasta qué punto me inquieta que Cristo muriera en la cruz para redimirme del pecado?

¡Padre, tu nos dices “volved a mí de todo corazón”! ¡Soy consciente, Padre de bondad, que no puedo regresar a Ti de verdad si no lo hago desde el corazón pero también tengo claro, Padre, que me es imposible vivir si no es desde el corazón! ¡Tú me llamas en el corazón pero bien sabes que muchas veces me olvido de Ti por el trasiego de la vida, por mis faltas y mis pecados, por lo mucho que me cuesta a veces llegar a la profundo del corazón donde Tú anidas y quieres que escuche tu voz! ¡Padre, sabes que mi corazón se distrae con lo mundano, que me cuesta regresar a lo esencial, que dudo muchas veces porque no sé ver tu mano providente en cada uno de los sucesos de mi vida! ¡Cuánto me cuesta, Padre, contemplar tu presencia que me llama para que yo regrese a lo esencial, a mi interior, para ser la persona auténtica que Tú quieres que sea! ¡Espíritu Santo, ayúdame a examinarme desde la autenticidad y la verdad, a medir mi vida, a pensar las cosas desde la dimensión interior! ¡Concédeme la gracia de descubrir lo importante de encontrarme a mi mismo para ser un cristiano auténtico sin dobleces que corrija sus constantes defectos desde la sencillez y con una gran capacidad de amar, de servir y de darse a los demás! ¡Ayúdame a no enmascarar mi vida con maquillajes inútiles para descubrir en mi corazón la mirada amorosa y misericordiosa de Dios! ¡Concédeme la gracia de engrandecer mi espíritu para que Tú puedas obrar en mi corazón, para que Dios pueda entrar en él con serenidad, para que se rompan todas aquellas barreras que me impiden tener con Cristo una relación de amistad! ¡Ayúdame a que mi vida de oración sea un momento en el que Dios llene de verdad mi alma con su presencia y con sus silencios! ¡Y a Tí, Jesús, no permitas que nunca puedas gritarme desde la Cruz el “¿Por qué me has abandonado?” pues esta frase me sitúa ante autentica medida del pecado y es la expresión de hasta que punto me amas, el ejemplo de que Tu amas hasta despojarse de todo por amor!
Me sanaste con tu bien, cantamos hoy dando gracias al Señor porque nos ha amado hasta morir por nosotros en la Cruz y porque su amor nos sanó:

viernes, 14 de octubre de 2016

Hacer bien las cosas

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Como tantos días, abro el libro sagrado para iniciar mi oración. Hoy escojo las páginas de San Pablo. Y surge, radiante, este texto de su Carta a los romanos: «Conforme a la gracia que Dios nos ha dado, todos tenemos aptitudes diferentes. El que tiene el don de la profecía, que lo ejerza según la medida de la fe. El que tiene el don del ministerio, que sirva. El que tiene el don de enseñar, que enseñe. El que tiene el don de exhortación, que exhorte. El que comparte sus bienes, que dé con sencillez. El que preside la comunidad, que lo haga con solicitud. El que practica misericordia, que lo haga con alegría». Y me digo: ¡lo importante de todo esto es hacerlo bien... y con amor!
Lo importante no es a lo que Dios te llama hacer las cosas con los dones que te entrega para llevarlas a cabo, si tratar siempre de hacerlo bien poniendo todo mi empeño y mi amor. En la medida que cada día me perfecciono, mayores serán los resultados que obtenga. A mayor empeño, con la garantía de calidad del amor, de la generosidad, de la sencillez, todo lo que haga lo haré con excelencia. Pero para que se abran los grandes ventanales y las grandes puertas primero de todo lo fundamental es darse. Porque cada uno de mis dones —obsequio generoso de Dios— se convierten en regalos para la sociedad y para el prójimo y compartirlos es como entregar obsequios que engrandecen mi camino.
Ser útil al prójimo es una de las claves para abrir mayores oportunidades en la vida, para convertirse en testimonio. En el trabajo, en la vida familiar, en la vida de parroquia, en la comunidad, entre los amigos, hemos de dar lo mejor y no compararnos con lo que hacen los demás porque cumpliendo mi misión es lo que me reportará bendiciones diarias. Se trata de dar lo mejor de cada uno cada día, enfocando lo que mejor pueda entregar de mí a los demás. Si todo esto lo hago acompañado del Señor, que es el mejor aliado que tengo en la vida, los frutos pueden ser muy abundantes.
El reino de Dios lo construiré cuando lo haga todo para Dios. El reino no sólo se construye al practicar la mansedumbre, la generosidad, el servicio, la paciencia y el amor, sino haciéndolo con espíritu de servicio hacia Dios, que se transforma en testimonio para los demás.
Dios sabe lo que anida en mi corazón y en mi mente, no importa lo insignificante que pueda parecer mi tarea; si verdaderamente lo hago todo para la gloria de Dios, lo transformaré con significado de eternidad.
Así que sea trabajar en la oficina, en el hospital, en el taller, en la tienda, lavar los platos, dirigir una reunión, cantar una canción, conducir, hacer la cama, sacar la basura, mirar una película, leer un libro, rezar, comer y beber... hacerlo siempre todo para la gloria de Dios.

¡Señor, pongo mis quehaceres cotidianos en tus manos! ¡Quiero dar lo mejor de mi para alcanzar todo lo que has pensado para mi bien! ¡Señor, úngeme para que cualquier cosa que haga, sea luz y bendición para los que me rodean! ¡Señor, aquí tienes mis manos para que mi trabajo sea productivo; para que lo que haga sea siempre para darte gloria! ¡Señor, te entrego mi ser para que crezcas en mí, para que seas tú, Cristo, quien viva, trabaje y ore en mí! ¡Gracias te doy por la oportunidad de ser tu luz! ¡Espíritu Santo, muéstrame el camino, lo que debo hacer, de modo que pueda ser tus manos en esta tierra, ser tu instrumento en este mundo, y llegar a dar cosechas abundantes!
Dame Señor tu mirada, le cantamos hoy al Señor para que desde sus ojos seamos capaces de hacer las cosas amables a los demás: