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lunes, 26 de junio de 2017

¿Qué sucede cuándo transcurre el tiempo y los cambios que uno anhela no llegan?

orar con el corazon abierto
¿Qué sucede cuándo van sucediéndose los días, las semanas, los meses, los años y los cambios que uno anhela no llegan? ¿Cuándo ese milagro que uno está esperando no se produce?

En la mayoría de las ocasiones ocurre que la paciencia se va perdiendo, dominada por la impaciencia; que sus pilares que parecían tan firmes en la fe se van desquebrando poco a poco; y que esas cuestiones que nunca te habías planteado empiezan a remover tus pensamientos y a llevarte de cabeza. Sí, crees en Dios, pero las dudas te embargan, la incertidumbre te supera y el dolor te adormece. Y en estas circunstancias uno está determinado a tomar decisiones poco sensatas, carentes de sentido son muy propensas a lo irracional.
Y si en estos casos cuando más se demuestra la confianza en el Padre. Buscar en el interior y hacer caso omiso de esas voces estruendosas que vienen del exterior. Estar atento al susurro del Espíritu, que trasmite siempre en lo más profundo del corazón la voluntad del Padre. Claro que esto no es sencillo porque siempre uno camina sobre la línea del precipicio y, sin esa luz que ilumina para dar pasos certeros. Esa luz que es Cristo es la que permite al que confía mantenerse atento, paciente, dispuesto y expectante. Es el que te permite, a la luz de la oración, vislumbrar la voluntad de Dios y alejar de los pensamientos aquello que no es conveniente.
¿Qué sucede cuándo van sucediéndose los días, las semanas, los meses, los años y los cambios que uno anhela no llegan? ¿Cuándo ese milagro que uno está esperando no se produce? A la luz de la razón, llega la congoja y la angustia. Cuando no hay respuesta, cuando no se vislumbra un futuro, llega la desesperación del alma. De la mano de Dios, sin embargo, la paz y la serenidad interior se convierten en compañeras del alma.Y así el corazón descansa.
Las experiencias vitales te enseñan a ponerlo todo en las manos misericordiosas del Padre. Esas manos toman tus preocupaciones y tus angustias y las acaricia y, suavemente, van calmando la angustia interior. La vida te enseña que no puedes caminar con orgullo sino que el Señor te acompaña firme cuando te sientes frágil y pequeño, cuando contemplas la Cruz y aceptas por amor el sacrificio porque uno es un pobre Cirineo que se dirige con Cristo al Calvario, que es decir la eternidad. Miras al Señor y comprendes que todo tiene un propósito. Y ese propósito tiene un fin. ¡Bendito fin!

¡Padre de Bondad, Dios Todopoderoso, Tú me has creado con un propósito y yo quiero cumplirlo haciendo Tu voluntad! ¡Ayúdame a crecer en santidad para llevarlo a término! ¡Padre, Tú tienes un plan para mí mucho antes de mi nacimiento: ayúdame con la fuerza del Espíritu Santo a cumplirlo! ¡Concédeme la gracia, Padre de Amor y Misericordia, a vivir acorde a tus mandamientos y a vivir acorde a lo que tienes pensado para mí! ¡No permitas, Padre, que nada me detenga, que nada me desanime y nada me frene! ¡Capacítame, Padre, con los dones de tu Santo Espíritu! ¡Señor, recuérdame con frecuencia que a Ti no de detienen ni te desconciertan los problemas! ¡Mantente, Padre, cerca siempre de mis familiares y amigos, de aquellos que sufren persecución, enfermedad, soledad, dolor, carencias económicas y laborales! ¡No nos abandones nunca, Padre!¡Enséñame a aceptar todo lo que me das y, aunque no entienda los motivos y las circunstancias, haz que se convierta siempre en una bendición y me haga una persona agradecida! ¡Gracias, Padre, porque me puedo acercar a Ti y presentarte en cualquier momentos mis plegarias, por darme la paz que tanto anhelo y el descanso en tiempos de turbulencia! ¡Gracias, Dios mío, por tu bondad, tu amor y tu misericordia!
¿Por qué tengo miedo?, buena pregunta que se responde en esta canción:

viernes, 9 de septiembre de 2016

¡Que gran regalo el tuyo, Señor!

confesión
Acudo a la confesión como tantas otras veces en mi vida. Pero ayer, de manera especial, veo este sacramento de la reconciliación como un gran regalo porque cuando rezo de rodillas la penitencia que me impone el sacerdote me reencuentro con Ese que me ama con un Amor infinito y al que me duele profundamente haber tratado de manera tan injusta, a quien me duele haber hecho daño con mis faltas y mis pecados. Siento en mi vida, arrodillado ante el Sagrario, el don de la misericordia de Dios que entregó a su Hijo para reconciliarme con su amor y sus proyectos.
Lo más impresionante es que es el Señor es el que toma la iniciativa del perdón para que yo también aprenda a perdonar. Eso me lleva a reflexionar también que si para mí la confesión es algo costoso como no será también para Dios que hizo que su Hijo sudara sangre de dolor y de angustia. Pero Dios carece de memoria del pecado de la persona que se acerca a un confesionario y se arrepiente profundamente y suplica su perdón porque no hay alma más pura que aquella que vive en el perdón porque en el perdón está reflejada la mirada de Dios. Ayer precisamente sentí esa hermosura del amor divino que te perdona y que hace caer todos los prejuicios de tu vida y que sella en tu corazón una impronta de paz.
Sentí como Jesús me daba de nuevo otra oportunidad. Sentí que verdaderamente el cristianismo está basado en el amor. Y muchas veces estructuramos nuestra vida intentando no pecar, pero el cristianismo no es intentar no morir sino que es vivir, crecer, amar. Y arrodillado, pidiendo perdón, le digo al Señor que en cada una de mis faltas es Él el que me dice que no le di de comer, que no le di de beber, que estuvo enfermo y no le visité, que necesitaba el perdón y no lo vi, que le critiqué, le calumnié, le insulté, no fui caritativo con Él, no tuve paciencia, provoqué divisiones en la familia, entre los amigos, le humillé, le desprecie, le juzgué con dureza, preferí tener una vida cómoda antes de entregarme a los demás. En definitiva, que cometí la insensatez de buscar la felicidad por mí mismo, queriendo ser un pequeño dios, y eso me impidió hacer feliz a los demás por qué no he amado como ama Jesús.
La confesión de ayer me animó a seguir adelante, consciente de que volveré a pecar y a sentirme vacío, sucio e impresentable interiormente, pero que puedo volver a levantarme y mirar con mirada limpia a ese Dios que me ha creado, que me ama, con un sentimiento nuevo de amor y que al volver a confesarme sentiré como es el mismo Cristo, mi amigo fiel, el que impondrá sus manos sobre mi frente y exclamará: «Levántate y anda y no peques más».

¡Hoy exclamo como el salmo: «Misericordia, Dios mío, por tu bondad, por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava todo mi delito, limpia mi pecado pues yo reconozco mi culpa y tengo siempre mis faltas presentes; contra ti, contra ti sólo peque, cometí la maldad que aborreces»! ¡Abre siempre mis ojos, para que sea capaz de ver los daños y el mal que cometido y el bien que dejado de hacer, y toca suavemente mi corazón para que sea capaz de convertirme de una manera sincera a ti! ¡Envía tu Espíritu Señor para que fortalezca mi debilidad, y renueve cada día el profundo amor que siento por ti y para que todas mis obras estén impregnadas por tu gracia y yo pueda convertirme en un auténtico testigo tuyo! ¡Gracias por haber instituido el sacramento de la reconciliación porque me hace más humilde para reconocer mis pecados y necesitado de tu gracia, Señor¡ ¡Gracias también porque me hace consciente de mi miserable naturaleza y me ayuda a crecer humana y espiritualmente! ¡Te te pido vivir siempre el sacramento de la confesión para recuperar en mi vida el sentido de estar cerca de ti, Dios mío, para llenar mi vida con esa experiencia maravillosa que es encontrarme contigo y descubrir el verdadero significado del perdón y de la misericordia! ¡Señor, no permitas que te rechace nunca, ni que construya mi felicidad en función de mi voluntad apartándote de mi vida! ¡Gracias por las gracias que recibí ayer que me he levantado, me fortalece, me animan, me restaurar, me salvan, y Y transforman por completo mi vida!
Renuévame, Señor Jesús: