Mi vecino del primero es un hombre mayor, de avanzada edad. Me la encuentro con frecuencia en la parroquia y coincidimos innumerables veces en el ascensor o en el rellano. Es un hombre entrañable, sencillo y piadoso. Su terraza está llena de flores que cuida con mimo cada día. Riega las plantas, retira las hojas estropeadas, cambia de vez en cuando la tierra y se preocupa que su balcón luzca bello con la variedad de colores de sus flores.
«¡Qué bonitos los geranios!», le digo. «Es una cuestión de paciencia, de esperar, de cuidarlas cada día pero cada una de estas plantas tiene su tiempo bajo el sol y una vez lucen tan bellas me ocupo de que no les falte de nada». Las plantas también nos permiten comprender un poco como somos los seres humanos. Para lucir hermosos es necesario tener paciencia y saber esperar. En la vida cada cosa tiene su tiempo. Y como las plantas, el corazón del hombre tiene que estar cuidado, protegido, resguardado de aquello que puede causarle mal y darle el alimento necesario para que crezca debidamente.
Justo delante de esta terraza están levantando un edificio nuevo. Observas la obra y vas siendo como cada día los pisos van terminándose. Contemplar un edificio también es un buen ejercicio para descubrir algo de nuestro propio yo. Sin cimientos sólidos, sin una estructura fuerte, por mucho que le pongas elementos decorativos cualquier imprevisto puede hacer que el edificio se derrumbe. Sin embargo, cuando los fundamentos son sólidos nada puede destruirlo.
Unas plantas hermosas y un edificio moderno casi terminado pero bien cimentado. Son dos imágenes que me permiten acercarme a la oración para agradecerle a Dios que me haya dado la vida pero al mismo tiempo para cuestionarme que estoy haciendo para dar buenos frutos y lucir hermoso para atraer la atención de aquel que está alejado de Dios o del que tengo más próximo. Y algo más, si tengo esa paciencia delicada y fina para permitir a Dios que vaya manejando los hilos de mi vida. La regadera de Dios es la oración, la vida de sacramentos —especialmente la Eucaristía—, el encuentro con el necesitado, la entrega generosa, la contemplación de la vida, el hacer las cosas con amor...
Miro también el edificio, que pronto se convertirá en un hotel en el que entrarán y saldrán multitud de personas, y le pido a Dios que me ayude a sostenerme en sus cimientos, que sea Él la viga maestra que sostenga mi vida para a continuación ser un enviado que llegue al corazón de los que me rodean con mis gestos, con mi palabra y con mi servicio.
¡Señor, te doy las gracias porque eres la fuente de mi existencia! ¡Envía tu Espíritu para que me ayude a tener mis raíces sanas y bien cimentadas en tí para que el fruto de mi vida no sólo sea bueno sino abundante! ¡Señor, ayúdame a examinar mis raíces y asegurarme que están plantadas en tu palabra y alimentadas por el fuego de tu amor que lo acojo diariamente en el corazón en la comunión diaria y en la oración! ¡Gracias, Señor, porque el fruto de mi vida es algo que viene de Ti y que nace de la relación real contigo! ¡Dios mío, ayúdame a perfeccionar mi fe y edificar mi espíritu! ¡Espíritu Santo, guíame para acoger en mi corazón aquellos mensajes específicos que cambiarán mi vida!
Temprano yo te buscaré, cantamos hoy con Marcos Witt: