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domingo, 23 de abril de 2017

Unir mis manos a las de Cristo

desde Dios
En el pequeño crucifijo que me acompaña siempre no se distinguen las manos de Jesús. Pero hoy me las imagino. Son las manos recias de un carpintero que tanto bien hicieron pero que llevan el signo de la crucifixión.

Quiero unir mis manos a las de Él. A esas manos que se posaron sobre las cabezas de tantos para sanar sus vidas y curar sus enfermedades, que tocaron los ojos de los ciegos para darles la vista, que tomaron las manos de los paralíticos para levantarlos, que apaciguaban a los que sufrían, que acariciaban a los niños que se encontraba por el camino, que secaban las lágrimas de aquellos que estaban desesperados, que cogían las manos de su Madre para pasear por Nazaret, que desenrollaban serenamente los rollos de aquellas escrituras que leía en las sinagogas de Galilea, que dejaban un sencillo trazo en la arena antes de invitar a tirar la primera piedra, que elevadas al cielo oraban ante el Padre. Pero, sobre todo, eran las manos que multiplicaron los panes y los peces y bendijeron el pan y el vino en la Santa Cena.
Las manos de Cristo transmitían amor, esperanza, ternura, generosidad, misericordia. Eran manos siempre dispuestas a la entrega y al servicio. Todo está resumido en la Cruz.
Cristo prefirió dejar en sus manos y en sus pies las cicatrices de la Pasión. Es la evidencia de que desde el cielo Dios se hace cargo de nuestro dolor y de nuestros sufrimientos, pero también como un signo de escucha de nuestras plegarias y nuestras aclamaciones.
Tomo el crucifijo y beso cuidadosamente esas dos manos y esos pies heridos por mi y perforados en la cruz. Me siento compungido por esas manos bañadas en sangre pero también alegre porque esas manos con la huella de la Cruz sirvieron para anunciar la victoria de Cristo sobre la muerte.
Son manos llagadas que sólo rebosan un amor inconmensurable. Así pueden ser también mis pequeñas manos, manos que rebosen esperanza, amor, misericordia, generosidad, servicio... manos que abiertas, como las de Jesús, acojan al prójimo, al necesitado, al sufriente. Manos que humildemente abiertas sean testimonio de oración, de acción de gracias, de alabanza y de súplica.
Hoy más que nunca deseo unir mis manos heridas a las manos llegadas de Cristo. Sólo él sabe de verdad cuánto duele el sufrimiento pero unidas mis manos a las de Él llegará la sanación que mi corazón tanto necesita.

¡Señor, quiero ser tus manos extendidas y abiertas para coger al prójimo! ¡Señor, quiero ser tus manos para abrazar con cariño aquel que se acerca a mi para buscar consuelo! ¡Señor, quiero ser tus manos para retirar la venda de aquellos que no sean capaces de ver tu misericordia, tu amor y tu perdón porque tienen los ojos cerrados a la fe! ¡Señor, quiero ser tus manos para llevar alegría a los que sufren, a los que están solos, a los enfermos y a los desesperados! ¡Señor, quiero ser tus manos que forjaron esperanza, manos de carpintero desgastadas por el uso, encallecidas, pero que labraron vida y dieron esperanza a tantos! ¡Señor, quiero ser como esas manos tuyas bañadas de sangre que muestran el signo de la Cruz pero que rebosan paz, amor, misericordia, perdón, amistad y salvación! ¡Que mis manos, Señor, sirvan sólo para bendecir y no para inmovilizar, agarrar y destruir! ¡Mi destino, mi futuro y mi vida está en sus manos, Señor, en ti confío! ¡Señor, un día tus manos marcadas por las cicatrices que duraran toda la eternidad se abrirán en las puertas del cielo para recibirnos a todos en la vida celestial; eso es lo que deseo Señor, que me acojas con tus manos santas, que me bendigas cada día a mí y a todas aquellas personas que caminan junto a mí por las sendas de la vida! ¡No permitas, Señor, que caiga en tentación; ya Satanás intentó destruir tus manos santas que llevan escritas en su palma todos los nombres de los hombres! ¡Eleva tus manos, Señor, para librarme de la tentación! ¡Pongo en tus manos mi vida y mis cosas para vivir acorde a tu voluntad! ¡Entrego mis manos abiertas a tus proyectos, Señor, y el servicio de la comunidad! ¡Me pongo a tus pies, Señor, y dispongo mi corazón para que tus manos me bendigan y me llenes de tu vida en este tiempo de conversión!
Abiertos los brazos es el título de la canción que presentamos hoy: