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viernes, 9 de febrero de 2018

Paz perfecta

Desde Dios
Había una vez un rey que ofreció un gran premio a aquel artista que pudiera captar en una pintura la paz perfecta. Muchos artistas lo intentaron.
 El rey observó y admiró todas las pinturas, pero solamente hubo dos que a él realmente le gustaron y tuvo que escoger entre ellas.
La primera era un lago muy tranquilo. Este lago era un espejo perfecto donde se reflejaban unas plácidas montañas que lo rodeaban. Sobre éstas se encontraba un cielo muy azul con tenues nubes blancas. Todos quienes miraron esta pintura pensaron que ésta reflejaba la paz perfecta.

La segunda pintura también tenía montañas. Pero estas eran escabrosas y descubiertas. Sobre ellas había un cielo furioso del cual caía un impetuoso aguacero con rayos y truenos. Montaña abajo parecía retumbar un espumoso torrente de agua. Todo esto no se revelaba para nada pacífico. 

Pero cuando el Rey observó cuidadosamente, él miró tras la cascada un delicado arbusto creciendo en una grieta de la roca. En este arbusto se encontraba un nido. Allí, en medio del rugir de la violenta caída de agua, estaba sentado plácidamente un pajarito en su nido...

¿Paz perfecta... ? ¿Cuál crees que fue la pintura ganadora?

El Rey escogió la segunda.  ¿Sabes por qué?

El rey explicaba que "Paz no significa estar en un lugar sin ruidos, sin problemas, sin trabajo duro o sin dolor. Paz significa que a pesar de estar en medio de todas estas cosas permanezcamos calmados dentro de nuestro corazón. Este es el verdadero significado de la paz."

¿Y tú... ?.... ¿sabes dónde o con quién está la verdadera paz de tu corazón?...

miércoles, 7 de febrero de 2018

¡Misericordia quiero y no sacrificio!

Desde Dios«Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los que no tienen culpa». Me impresionan estas palabras de Cristo. Hoy llegan a lo más profundo de mi corazón porque he abierto la Biblia en busca de una palabra y he comprendido la gran actualidad que tienen estas palabras del Señor. Pronunciadas hace más de dos mil años son de una rabiosa actualidad.
¡Misericordia quiero y no sacrificio! ¡Qué sencillo es condenar a alguien y que complicado es comprender su realidad! ¡Que difícil es ser misericordioso y cuánto cuesta perdonar! ¡Cuánta carencia de misericordia en el corazón que nos lleva a juzgar, condenar, criticar y minusvalorar al prójimo! ¡Nuestra falta de misericordia nos convierte en abogados de la «verdad», jueces estrictos de la ley, faltos de amor ante cualquier circunstancia o situación! ¡Cuánto vacío en el corazón que nos impide comprender a los demás y qué ceguera para mirar en nuestro propio interior! ¡Nos convertimos en «los intocables» de la verdad porque hablamos en nombre de la justicia pero en nuestras miradas falta el amor, en los sentimientos la comprensión, en las manos el acogimiento y en el corazón la misericordia!
Miramos al que ha errado, al que se ha equivocado o al que ha pecado con desprecio o indiferencia como si el pecador no pudiera cambiar nunca su comportamiento y tener que cargar de por vida con la culpa encima. Convertimos a muchos en leprosos sociales pero olvidamos que Jesús impuso sus manos sobre tantos enfermos de cuerpo y de alma, que hizo bajar a Zaqueo del árbol para entrar en su casa, que a la mujer adúltera le recondujo hacia el bien y tantos ejemplos que podríamos recordar. En todos los casos Jesús se acerca a ellos, personas vulnerables y estigmatizadas, para dignificarles gracias a su fe.
¡Misericordia quiero y no sacrificio! Hoy quiero llenar mi vida de la bondad de Jesús. Poner el amor en el centro de todo, que sea el corazón el que haga latir mi vida cristiana. Que la misericordia sea hija de mi amor por los demás. Hacer que mi corazón se llene de bondad, que mis actitudes y sentimientos, que mi forma de actuar y de sentir me convierta en alguien más compasivo y misericordioso. Entender que por encima de las normas está el bien del ser humano. Eso me impide crucificar al prójimo relegándolo en nombre de Dios porque por encima de la condena está el consolar, el atender, el aliviar y el perdonar.


¡Señor, me dices misericordia quiero y no sacrificio! ¡Haz, Señor, que el error del prójimo lo mire con misericordia para demostrar que Tu te haces presente en mi corazón! ¡Quiero dar las gracias que recibo de Ti a los demás! ¡Yo te amo, Señor, y este amor que tu sientes por nosotros, tu misericordia y tu compasión quiero hacerla mía para darla los demás! ¡No permitas, Señor, que la rutina de mi vida y las normas abonen mi orgullo para ver solo lo negativo de los demás y que eso me impida responder a la vida llena de amor que nos envías por medio de tu Santo Espíritu! ¡Hazme comprender, Señor, que el fluir de la vida divina tiene su máxima expresión en el amor y la Misericordia que siento por los demás! ¡Ayúdame, por medio de tu Santo Espíritu, a expresar el amor hacia los demás de acuerdo con tu plan divino porque tu nos recuerdas que estamos hechos para las obras buenas! ¡Ayúdame a amar como amas Tu; haz que el Espíritu Santo llene mi vida y me otorgue entrañas de amor y misericordia! ¡Haz, Señor, que el Espíritu Santo me transforme para que mis ojos sean misericordioso, mis oídos sean misericordiosos, mi lengua sea misericordiosa, mis manos sean misericordiosas, mi corazón sea misericordioso y todo mi ser se transforme en Tu misericordia para convertirme en un vivo reflejo tuyo! ¡Que Tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí!

Del compositor escocés James MacMillan escuchamos su motete Sedebit Dominus Rex:



sábado, 8 de julio de 2017

Descargar las cargas a los pies de la Cruz

desde Dios
Hay días, como ayer, que al terminar la jornada —agotadora— se busca especialmente el refugio del hogar para encontrar la paz y la tranquilidad. Paso antes por un templo para poner ante el rostro sufriente de Cristo en la Cruz mis agobios, cansancio, preocupaciones y penalidades de la jornada. Los descargo a los pies del Sagrario. Allí coloco el peso de mi cruz, una carga pesada y dolorosa. Así, puedo entrar en casa con la descarga de la pena.¡Qué fortuna la de los creyentes que tenemos al Señor que se ofrece a aliviar nuestros agobios y cansancios! ¡Qué consuelo saber que es posible cargar el yugo de quien es manso y humilde de corazón para encontrar el descanso para nuestras almas!

Te das cuenta de que la jornada, el día a día, avanza inexorablemente. Que las ocupaciones cotidianas te van ahogando, quitándote el tiempo, a veces incluso la ilusión. Hay días, incluso, que has hecho mucho, tu jornada ha estado repleta de reuniones, de ir de aquí para allá, de llamadas telefónicas, de resolver problemas, «de apagar fuegos»... pero en realidad están vacías; lo están porque Cristo no está en el centro.
No caemos en la cuenta de que muchos de los abatimientos que nos pesan, de los cansancios que nos ahogan, de los agobios que martillean nuestra vida... tienen mucho que ver con esa incapacidad para vislumbrar la acción que el Señor ejerce en cada uno de los acontecimientos de nuestra vida.
Ante la Cruz, ante el rostro sufriente del Cristo crucificado, donde puedes depositar tus cansancios y tus agobios, uno recibe grandes dosis de paz interior, de serenidad, de esperanza, de reposo.
Pero esto, que real, se convierte muchas veces en una teoría: ¡cuánto cuesta ponerlo en práctica y echarse de verdad en las manos misericordiosas y amorosas del Señor, que acoge las preocupaciones para aliviarlas y las fatigas para darles descanso!

¡Señor, deposito mis cargas pesadas a los pies de la Cruz! ¡Te doy gracias, Señor, por tu presencia en mi vida, porque tu carga es liviana y tu te ofreces para que descargue en ti mis agobios y preocupaciones! ¡Gracias, Señor, por la paz y la serenidad que ofreces A quien se acerca a ti, por eso quiero confiar siempre en tu providencia! ¡Te ruego que calmes mis tempestades interiores y exteriores y ante las pruebas que me toca vivir, a veces difíciles, que seas tú la fuerza que me permita seguir adelante! ¡Envía tu Espíritu, Señor, para que vení salgan siempre pensamientos positivos y aleja de mí aquella negatividad que tanto daño hace a mi corazón y tanto me aleja de ti! ¡Señor, te entrego por completo mis cargas, mis tristezas, mis miedos, mis pensamientos, mis debilidades, mis tentaciones, mis dudas, mis luchas, mis amarguras, mis miedos, mis caídas, mis angustias, mis soledades, mis temores, a mis pecados, mis errores, mis preocupaciones, mi alma, mis tentaciones, mi fragilidad, mis debilidades, mis deseos, mis ansiedades, mi pasado, presente y futuro y, sobre todo mi espíritu; hazme fuerte para salir con firme y comprometido de mis batallas y que tu fuerza y tu poder me acompañenen cada momento de mi vida! ¡Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío!
Del compositor austriaco Johann Joseph Fux ofrezco hoy este bella pieza de su catálogo: Victimae paschali laudes K. 276
 

jueves, 13 de abril de 2017

Lavarme las manos ante Jesús

orar con el corazon abierto
Hoy la imagen se dirige hacia el pretorio. Allí Pilatos ordena que le traigan una jofaina llena de agua y se lava las manos. Ante el tumulto ensordecedor y el gentío que exige la muerte de Jesús, al que contempla sereno y con mucha paz interior, levanta su mano para que cese el ruido y exclama timorato: «Soy inocente de la sangre de este hombre». Y pienso: ¡Ay, Señor, cuántas veces me he lavado las manos y no he dado testimonio de la verdad!

Todo porque ante su insistencia Jesús no le niega su condición de Rey. ¡Es que es el Rey del Universo pero, sobre todo, es el rey de nuestro corazón, de ese corazón que tantas veces exclama: «¡crucifícale, crucifícale!»!
Y es que Cristo anhela ser el Rey de nuestros corazones. Acepta por amor —un amor tal vez incomprensible a los ojos humanos— a pasar por el suplicio de la Pasión, a entregarse sin queja alguna a sufrir el oprobio de sus verdugos. Prisionero, escupido, humillado, vejado, flagelado, coronado de espinas, insultado, arrastrado... ¡Señor mío, te ofrezco mi corazón consciente de lo que padeciste por mí!
Pronunciar esta frase tiene muchas implicaciones para mí. Y las tiene porque de verdad creo, siento y deseo que Jesús, el Rey de Reyes, sea Rey de mi corazón; a Él le debo y le someto mi vida, mis anhelos, mi voluntad, mi querer.
No deseo ser ambiguo como Pilatos. Quiero complacer a Jesús. Lavarme las manos ante Jesús, mi Rey y mi Salvador, es un acto de cobardía, de ambigüedad, de falta de compromiso con él. No quiero cometer la misma falta que tuvo Pilatos, no deseo mantenerme neutral ante la verdad de las cosas por eso deseo ardientemente entregarle mi corazón, mi vida y mi alma a Cristo. Sobre todo, porque Cristo desea mi santidad y esta se alcanza con el compromiso veraz. No lavándose las manos en la jofaina de la ambigüedad.

¡Señor, tu imagen preso en las manos de Pilatos me conmueve y me sobresalta! ¡Observo mientras Pilatos se lava las manos para ofrecerte como mercancía que mis pecados se hacen presente en el odio cerril de aquellos que exigen tu crucifixión! ¡Pero yo, Señor, quiero que reines en mi corazón, no quiero ofenderte ni condenarte! ¡Quiero, Señor, que seas mi Rey y mi Soberano! ¡Señor, tu sabes lo que anida en lo más íntimo de corazón, me das la libertad para actuar; no permitas que me lave las manos mostrándote indiferencia y cobardía! ¡Señor, tu eres mi Dios y no tengo más rey que tu! ¡No permitas que te juzgue pecando contra ti y contra los demás! ¡No permitas, Señor, que te abandone nunca pues deseo acompañarte en el dolor y la contrariedad y aprender de Ti a tener siempre mucha paciencia para afrontar los vaivenes cotidianos y ofrecerlos por amor a Ti y a los demás! ¡Ayúdame a no eludir mis responsabilidades ni la verdad, a tener siempre el coraje de estar junto a lo que es cierto, a no buscar argumentos para quedar bien! ¡Ayúdame a que mis intenciones sean siempre bendecidas por Ti, a no justificar mis conductas y que mis hechos vayan acorde con mi buena voluntad! ¡Señor, envía tu Espíritu sobre mi, para que mi corazón sea dócil a la voz de la conciencia que anuncia siempre la verdad y haz que tu Santo Espíritu me indique siempre el camino a seguir!
Un bellísimo Ecce Homo («He aquí al hombre»), palabras de Pilatis antes de lavarse las manos y la conciencia ante el Señor: