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miércoles, 7 de febrero de 2018

¡Misericordia quiero y no sacrificio!

Desde Dios«Si comprendierais lo que significa «quiero misericordia y no sacrificio», no condenaríais a los que no tienen culpa». Me impresionan estas palabras de Cristo. Hoy llegan a lo más profundo de mi corazón porque he abierto la Biblia en busca de una palabra y he comprendido la gran actualidad que tienen estas palabras del Señor. Pronunciadas hace más de dos mil años son de una rabiosa actualidad.
¡Misericordia quiero y no sacrificio! ¡Qué sencillo es condenar a alguien y que complicado es comprender su realidad! ¡Que difícil es ser misericordioso y cuánto cuesta perdonar! ¡Cuánta carencia de misericordia en el corazón que nos lleva a juzgar, condenar, criticar y minusvalorar al prójimo! ¡Nuestra falta de misericordia nos convierte en abogados de la «verdad», jueces estrictos de la ley, faltos de amor ante cualquier circunstancia o situación! ¡Cuánto vacío en el corazón que nos impide comprender a los demás y qué ceguera para mirar en nuestro propio interior! ¡Nos convertimos en «los intocables» de la verdad porque hablamos en nombre de la justicia pero en nuestras miradas falta el amor, en los sentimientos la comprensión, en las manos el acogimiento y en el corazón la misericordia!
Miramos al que ha errado, al que se ha equivocado o al que ha pecado con desprecio o indiferencia como si el pecador no pudiera cambiar nunca su comportamiento y tener que cargar de por vida con la culpa encima. Convertimos a muchos en leprosos sociales pero olvidamos que Jesús impuso sus manos sobre tantos enfermos de cuerpo y de alma, que hizo bajar a Zaqueo del árbol para entrar en su casa, que a la mujer adúltera le recondujo hacia el bien y tantos ejemplos que podríamos recordar. En todos los casos Jesús se acerca a ellos, personas vulnerables y estigmatizadas, para dignificarles gracias a su fe.
¡Misericordia quiero y no sacrificio! Hoy quiero llenar mi vida de la bondad de Jesús. Poner el amor en el centro de todo, que sea el corazón el que haga latir mi vida cristiana. Que la misericordia sea hija de mi amor por los demás. Hacer que mi corazón se llene de bondad, que mis actitudes y sentimientos, que mi forma de actuar y de sentir me convierta en alguien más compasivo y misericordioso. Entender que por encima de las normas está el bien del ser humano. Eso me impide crucificar al prójimo relegándolo en nombre de Dios porque por encima de la condena está el consolar, el atender, el aliviar y el perdonar.


¡Señor, me dices misericordia quiero y no sacrificio! ¡Haz, Señor, que el error del prójimo lo mire con misericordia para demostrar que Tu te haces presente en mi corazón! ¡Quiero dar las gracias que recibo de Ti a los demás! ¡Yo te amo, Señor, y este amor que tu sientes por nosotros, tu misericordia y tu compasión quiero hacerla mía para darla los demás! ¡No permitas, Señor, que la rutina de mi vida y las normas abonen mi orgullo para ver solo lo negativo de los demás y que eso me impida responder a la vida llena de amor que nos envías por medio de tu Santo Espíritu! ¡Hazme comprender, Señor, que el fluir de la vida divina tiene su máxima expresión en el amor y la Misericordia que siento por los demás! ¡Ayúdame, por medio de tu Santo Espíritu, a expresar el amor hacia los demás de acuerdo con tu plan divino porque tu nos recuerdas que estamos hechos para las obras buenas! ¡Ayúdame a amar como amas Tu; haz que el Espíritu Santo llene mi vida y me otorgue entrañas de amor y misericordia! ¡Haz, Señor, que el Espíritu Santo me transforme para que mis ojos sean misericordioso, mis oídos sean misericordiosos, mi lengua sea misericordiosa, mis manos sean misericordiosas, mi corazón sea misericordioso y todo mi ser se transforme en Tu misericordia para convertirme en un vivo reflejo tuyo! ¡Que Tu misericordia, oh Señor, repose dentro de mí!

Del compositor escocés James MacMillan escuchamos su motete Sedebit Dominus Rex:



martes, 5 de septiembre de 2017


Puvis de Chavannes, Pierre, 1824-1898; The Beheading of Saint John the Baptist
Hace unos días los cristianos rememoramos el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. La figura de este santo, ejemplo de entereza y valentía en su defensa de la verdad y de la denuncia de la ignominia y el mal, al que el mismo Jesús elogió por su honradez y santidad como el mayor de los nacidos de mujer, lejos de ser un día triste es un ejemplo de testimonio de vida. San Juan no predicó solo la conversión y la penitencia, en un momento de gran aceptación reconoció a Jesús como el Enviado de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y él se aparta para que el mensaje de Cristo sea escuchado en toda rincón.

San Juan ofreció su propia sangre en nombre de la verdad que es Cristo. Martirizado como signo de santidad, pudo afrontar su muerte con confianza porque estrecha era su relación con Dios fruto de la oración, que es el hilo que guía la existencia del hombre.
El Bautista me enseña hoy a ser testimonio de coherencia en el mundo. Coherencia en lo moral, en lo espiritual y en lo humano. Coherencia en cada minuto de mi existencia por muchos sufrimientos y sacrificios que deba sufrir y soportar. No es una cuestión de heroicidad. Es una cuestión de que el amor a Jesús, a su mensaje, a su Palabra, a su Verdad no permite doble juego. Si quiero ser un cristiano auténtico debo ser verdaderamente fiel al Evangelio en cada momento de mi vida para permitir que Cristo viva en mi y yo en Él.
Hoy tengo también muy presente en mi oración a los mártires cristianos que, como san Juan Bautista, han sido fieles a la Verdad que es Cristo. La persecución no es cosa del pasado, es una viva realidad que muchos deben afrontar por su adhesión a Jesús y su pertenencia a la Iglesia. Todos ellos son mártires de la fe y a todos los llevo hoy en mi corazón y en mi oración.

¡San Juan Bautista, ejemplo de valentía, mártir de la fe y de la defensa de la Verdad, precursor del Salvador, enséñame a seguir tus caminos, dame un poco de tu virtud y dame siempre fuerza y valor para defender la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame, San Juan, a vivir con humildad mi vida y con fidelidad a Jesucristo mi camino como cristiano; ayúdame a ser siempre fiel a la voluntad de Dios! ¡Cuando los problemas me acucien y las situaciones difíciles se me presenten, ábreme a la esperanza! ¡A Ti, Padre, que unes los dolores de Jesús con los de tu Iglesia, concede a todos los que sufren a causa de la fe la fortaleza para superar la situación y que sean siempre auténticos testigos de la Verdad! ¡Abrevia, Padre, el sufrimiento de los que padecen persecución, no permitas que renuncien a la verdad! ¡Perdona, Padre, a los que te persiguen y protege siempre a los justos! ¡Ayúdales a ser libres en la persecución, responsables en la dificultad y amorosos en el dolor y que puedan cumplir tu Voluntad con coraje y mucha fe!
En honor de san Juan Bautista escuchamos hoy la cantata de J. S. Bach Christ unser Herr zum Jordan kam, BWV 7 (Cristo, nuestro Señor, vino al Jordán):

lunes, 7 de agosto de 2017

La lucha entre el bien y el mal


orar con el corazón abierto

Son muchas las personas que no tienen verdadera conciencia de que la lucha entre el bien y el mal es permanente. Tiene lugar en diferentes ámbitos de nuestra vida: en la familia —objetivo primordial del demonio—, en el trabajo, en la Administración, en el seno de la Iglesia, entre amigos o compañeros… Basta con leer la prensa o ver los noticiarios para observar como se trata de desmoronar los valores cristianos de la sociedad y del mundo.

Tratar de explicar el mal en nuestro mundo se está convirtiendo en una tarea cada vez más ardua pues cada vez hay menos conciencia de lo que es el pecado y cuáles son sus consecuencias. No somos conscientes de que el motivo que originó el pecado de nuestros primeros padres se produce diariamente en cada uno de los hijos de Dios. Desde la muerte de Cristo en la Cruz, el cristiano tiene que ser consciente que libra una batalla que no puede perder. En el Gólgota el Bien derrotó al mal. El demonio fue derrotado —es consciente de que todo lo tiene perdido— pero siempre intentará que en la vida de cada hombre no sea efectivo el triunfo de la Cruz. Y lo intentará hasta el final de los tiempos tratando de derrotar y vencer al hombre por su soberbia, su orgullo o su autosuficiencia.
Aún en la derrota, el príncipe del mal se hace fuerte en nuestro mundo porque el ser humano está aparcando a Dios de su lado y abandonando la fe, pilar fundamental de la vida. Busca respuestas pero las trata de encontrar en lugares equivocados.
La lucha entre el bien y el mal es algo personal. Se libra en el interior de cada uno. Lo dice bien claro el apóstol San Pablo: «la lucha es contra principados, potestades y contra los gobernadores de las tinieblas y las huestes espirituales de maldad».
Algo tengo claro como cristiano. Personalmente ganaré la batalla si no decrece mi confianza en el Señor y pongo mi seguridad en los méritos de Jesús. Aquí es donde radica la victoria sobre el mal, recibiéndolo diariamente, siguiendo sus enseñanzas, aceptando su voluntad y sosteniéndome en la oración que pone en comunión con Dios, la confesión que nos redime del pecado y la comunión que nos hace uno con Cristo y el rezo del Santo Rosario, escudo que la Virgen pone en esta batalla. Son elementos básicos para protegerse de los ataques diarios del príncipe del mal y para vencer en ese conflicto permanente entre el bien y el mal. El cristiano cuenta, además, con un aliado esencial: el Espíritu Santo, que nos otorga la fortaleza para luchar y nos entrega las herramientas para vencer.

¡Señor, te pido humildad y mucha fe para luchar contra los ataques del demonio, líbrame de todo mal y ayúdame a ser libre, a guardar siempre el amor y el bien en mi corazón, desear siempre el bien, respetar siempre la verdad! ¡Bendice, Señor, a todo aquel que desee el mal y encamínalo por el camino de la fe en ti! ¡Líbrame, Señor, de cualquier cosa que pueda perturbar mi camino, mi mente, mi espíritu, mi fe, mi estabilidad, mi amor, mi esperanza! ¡Concédeme la gracia para distinguir siempre el bien del mal y la gracia para salir siempre victorioso en el enfrentamiento con el poder de las insidias del demonio! ¡Haz que mi compromiso cristiano sea contra el mal y me vuelva cada día más lleno de Dios! ¡Espíritu Santo, Espíritu de Dios, desciende sobre mi, moldéame, lléname de Ti, utilízame, expulsa de mi corazón todo aquello que me aleje de Dios, expulsa de los corazones de los hombres todo lo que les aleja de la verdad, destruye del mundo todas las fuerzas del mal! ¡Espíritu Santo mantenme siempre firme en la fe, revestido de la verdad y protegido por la rectitud en el actuar! ¡Hazme, Espíritu de Dios, una persona preparada para salir a anunciar el mensaje de paz, amor y verdad! ¡Concédeme la gracia, Espíritu divino, para que mi fe sea un escudo que me libre de las insidias del demonio! ¡Que la espada de la oración, de la palabra, de la Eucaristía, del amor, de la entrega y del servicio sea la que luche contra el mal! ¡Recibe ¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que te hago en este día para que te dignes a ser en adelante, en cada uno de los instantes de mi vida, en cada una de mis acciones, mi director, mi luz, mi guía, mi fuerza, y todo el amor de mi corazón!
Quiero cantar una linda canción: es mi amigo Jesús:

miércoles, 2 de agosto de 2017

Coherencia


desdedios
La coherencia es esa capacidad de convertir mis acciones y mis pensamientos en un «uno» que no se contradiga entre sí. La coherencia es una conquista cotidiana —la vida interior consiste en esto, en recomenzar cada día—; alcanzar este equilibrio exige esfuerzo de la voluntad. Es necesario trabajar decididamente para que las conductas cotidianas estén bien coordinadas. Se trata de que exista una coincidencia auténtica entre el ser y el hacer para que esta armonía interior no se rompa ante cualquiera de los obstáculos que se presentan. 


Las apetencias nos vencen; el corazón se divide entre lo que nos apetece y lo que corresponde. Cuando la voluntad no es firme entonces no importa romper la coherencia. Pero uno es coherente cuando la voluntad está de acuerdo con el entendimiento; cuando los actos coinciden con los principios; cuando las palabras van unidas a la verdad. Si uno atiende solo a lo que conviene manifiesta una fe fragmentada, muy a la medida del hombre y muy alejada de Dios.
El hombre tiene en Cristo está el mayor testimonio de coherencia. En Él queda la impronta de vivir acorde con un modo de sentir, de pensar y de actuar. Y siempre en una perfecta armonía con la voluntad del Padre. Jesús muere en la Cruz por pura coherencia.
Nadie que se diga seguidor de Cristo puede llevar su vida por los derroteros de la incoherencia. Los principios son innegociables. Solo es posible vivir según los caminos del Evangelio; lo que es incompatible con la verdad que esconde la Palabra no puede ser sacrificado. Ser cristiano coherente implica un gran desafío; un desafío que se debe asumir con valentía. Un desafío que implica seguir una doctrina y una moral reveladas, a la luz de la razón y de la autoridad divina que no puede contravenirse. ¡Que limitado sería Dios si después de haberse hecho hombre y habernos redimido del pecado, permitiese que el hombre viviera con lo subjetivo de los acontecimientos!
La pregunta es directa: Si el don de la integridad cristiana es ser coherentes ¿Soy de verdad coherente o he aprendido a vivir con mis contradicciones porque soy como soy y nada ni nadie puede cambiarme?

¡Señor, ayúdame con la fuerza deTu Espíritu a conocerme mejor, a identificar los rasgos de mi manera de ser y de comportarme, de aprender de mis fortalezas y debilidades, de sacar partido de mis posibilidades y límites, de mejorar mis virtudes y limar mis defectos, de no complacerme en mis aciertos y aprender de mis errores! ¡Señor, con la fuerza de tu Espíritu ayúdame a distinguir entre los sufrimientos padecidos, los buscados, los deseados y los no comprendidos; a saber distinguir las alegrías positivas de las merecidas!¡Señor, tú me conoces perfectamente, tú sabes todo lo que hago y lo que anida en mi corazón, tú penetras desde lejos mis ideas; tú me ves, mientras camino o mientras descanso; tú sabes cada cosa que emprendo o abandono; tú sabes cuáles serán mis palabras antes de pronunciarlas; lees mis labios! ¡Señor, tu mano siempre me rodea, no me dejes caer! ¡Oh Dios, ponme a prueba y mira si mis pasos van hacia la perdición y guíame por el camino eterno! ¡Ayúdame a conocerme mejor a mi mismo para conocerte mejor a Ti!
En este primer día de agosto nos unimos a las intenciones del Santo Padre que pide que en este mes recemos por los artistas de nuestro tiempo, para que, a través de las obras de su creatividad, nos ayuden a todos a descubrir la belleza de la creación.
Dios te hizo tan bien, cantamos hoy:

miércoles, 26 de abril de 2017

El gusto espiritual





orar con el corazon abierto
Las personas estamos sometidas a un permanente combate espiritual. Cada uno conocemos nuestras flaquezas y debilidades. Yo me sorprendo muchas veces de la mías. La mejor forma de caminar hacia Dios es tener las armas para discernir el bien del mal. Es necesario, en el fragor de nuestras luchas cotidianas, que nuestro espíritu conserve la paz y la serenidad con el fin de que la mente sea capaz de asumir con claridad los pensamientos que proceden de Dios y arrojar al vertedero del mundo aquellos pensamientos negativos que envía el demonio para minar nuestro crecer como cristianos.
Tener la llama del Espíritu permanentemente encendida facilita al hombre caminar a la luz del conocimiento y la verdad. Sin embargo, para conocer la verdad y vivirla plenamente es necesario aprender a discernir, hacerle un hueco al Santo Espíritu. Un interior iluminado por Él ayuda a crecer en santidad y aparta con arrojo cualquier influencia negativa del príncipe del mal. Hay momentos que siento gran consternación interior, cuando consciente de mis faltas y mi pecado, un sentimiento de tristeza me abate por la pérdida de la gracia. En estos momentos le pido al Espíritu iluminación interior, gusto espiritual, sensibilidad para ser receptivo a los dones de su gracia. Que mi amor crezca y mi gusto espiritual se acreciente para que sea la bondad la que lo impregne y no la realidad de mi pecado la que se asiente.
Por eso es tan importante hacer uso del sacramento de la Penitencia, para congraciarme con Dios y para purificar mi alma tan entregada a satisfacer lo mundano y apegada a las falsas alegrías de este mundo.
Pero donde se adquiere el gusto interior es, sobre todo, en la oración frecuente ese diálogo a corazón abierto con Dios en el que participa por entero el alma, la voluntad y la imaginación para dar valor sobrenatural a la fragilidad de nuestra vida cotidiana. Y en la comunión diaria, la unión íntima con el Señor que se hace uno con nosotros.
Esto es lo que le pido hoy al Señor, que a través del Espíritu, me otorgue mayor sensibilidad por el gusto espiritual para, desde la sensibilidad interior, luchar con humildad, confianza y perseverancia para vencer los obstáculos que me alejan de Dios.

¡Señor, tú sabes que hay momentos en que parece que mi espíritu y mi corazón se endurecen! ¡Reclamo la presencia de tu Santo Espíritu para deleitarme con tu presencia y sentirla vivificante en mi corazón! ¡Te pido, Señor, que me hagas muy humilde porque cuanto más lo sea más fácilmente podré ser sensible a las cosas de Dios! ¡Ayúdame a ser perseverante en la oración y encontrarte cada día en la comunión diaria para no perder el gusto por lo espiritual! ¡Ayúdame Espíritu Santo a no perder el gusto por lo espiritual porque es la forma de que mi espíritu se comunique con Dios y crezca mi fe! ¡Espíritu Santo, cuando al no rezar no sienta el deseo de entregarme a Dios, sea incapaz de abrir mi corazón o me despiste, cuando no pronuncie palabras a conciencia sino meras repeticiones, cuando al adorar a Dios mi corazón no se quebrante, cuando al servir a los demás mi espíritu no se inquiete, cuando el pecado no me genere sensación de culpa, cuando no sienta necesidad de entregarme a los necesitados de la sociedad, cuando mi corazón solo vea los errores y las faltas ajenos y no la gracia y la misericordia de Dios, cuando esté siempre a la defensiva, cuando, cuando, cuando... hazte presente en mi alma para coger gusto por lo espiritual! ¡No permitas que me convierta en alguien insensible a todo lo que tiene que ver con lo espiritual! ¡No permitas que lo mundano prevalezca en mi vida! ¡Concédeme mucha sensibilidad espiritual para gozar de una vida cristiana plena!
El Salmo 1 nos sirve hoy para meditar cantando:

martes, 18 de abril de 2017

Simbología de la cruz

camino del cielo
De tantas veces que hacemos a lo largo del día la señal de la cruz podemos acabar convirtiéndola en un gesto mecánico, en un ritual rutinario, en algo meramente simbólico. Además, la cruz puede perder toda su esencia cuando la convertimos en un mero objeto de adorno, como complemento de nuestro vestir en forma de pendiente, anillo o collarín, una forma estética más de estar a la moda pero que no indica, en realidad, la fe auténtica que profesamos. Muchos que la llevan encima, además, no pueden explicar lo que implica para ellos esa cruz signo de perdón y redención y desconocen que es el objeto más preciado de amor, entrega, generosidad y fidelidad.

Cuando mis ojos se fijan en una cruz que tengo en casa me invita a pronunciar esta jaculatoria: "Señor, que no me acostumbre a verte crucificado"; la repito también cuando paso frente a una iglesia, la veo en alguna estancia de un hospital, en la encrucijada de un camino rural, en algún dormitorio... Lamentablemente, hay una desaparición progresiva de la cruz en nuestros entornos. Desaparece de la sociedad pero también del corazón del ser humano que menosprecia a un hombre clavado de un madero.
Hago la señal de la cruz varias veces al día. Me reconforta. Al levantarme. Al salir de casa. Al comenzar y finalizar la Eucaristía. Al bendecir la mesa. Al acostarme. Es un gesto que me da paz, consuelo y alegría. Me hace sentirme unido a Cristo, me hace gloriarme en el Señor, que me salva por su muerte en la Cruz. Con este gesto me consagro a Él y el me bendice con su amor y su misericordia.
Pero esta Cruz es algo más profundo. Más personal. Más íntimo. Indica una forma de vida. Un estilo de vida. Una manera de entender la vida. Esta señal de la Cruz repetida quiere ser un compromiso: me muestra quien soy y cuál es mi dignidad. Me guía el camino. Me hace hermano de Cristo. Me hace discípulo suyo. Me muestra la senda del amor. Me predispone a mi destino eterno. Me marca con el sello de la humildad porque no hay frase más categórica para aparcar el orgullo que esa que exclama: "si alguien quiere venir en pos de mi, niéguese a sí mismo, cargue con su cruz y sígame".
Cada miércoles en la Adoración al Santísimo y cada viernes en el Via Crucis en algún momento entono aquello tan alegre de "victoria, tú reinarás, oh Cruz, tú nos salvarás". ¡Que sencillo es cantarlo y qué difícil es aceptarlo y ponerlo en práctica!
Sí, en estos días de camino hacia la Pascua quiero sentirme más unido a la Cruz de Cristo. Reconocer su esencia, comprender su verdad. No quiero que se convierta para mí en un símbolo sin contenido. Quiero que sea verdaderamente el signo distintivo de mi fe, de mi reconciliación con Dios, el instrumento que me sostiene, la guía que me dirige, el símbolo que me identifica con el que sufre... Quiero ver en la cruz el trono victorioso donde se sienta Cristo sufriendo por mi y por la humanidad entera. Quiero ver en la cruz la garantía de la victoria sobre el pecado. Quiero reconocer toda su verdad.
Beso la cruz y hago la señal de la Cruz. Con estos dos gestos me resulta más sencillo ofrecer mi vida entera no sólo aquello que me provoca sufrimiento, incertidumbre o dolor y verla como un lugar de purificación, exaltación y glorificación. La Cruz me dignifica. Por eso amo la Cruz.

¡Señor, soy consciente de que en mi vida hay y surgirán numerosas cruces y te pido que me ayudes asumirlas con alegría! ¡Señor, sin muchas las veces que las cruces son sobrevenidas por las envidias, las calumnias, las soledades no buscadas, los fracasos… pero no pretendo evitarlas sino que quiero que tú me ayudes a ir asumiéndolas cada día! ¡Señor, en mi vida también se presentan muchas cruces que me tienen atrapado en el qué dirán, en la búsqueda por el reconocimiento de los demás, la comodidad, la seguridad económica... ayúdame ano escapar de estas cruces porque me alejan de ti! ¡Señor, me cuesta también llevar las cruces de la enfermedad, de la toma decisiones difíciles, de los pasos que llegado de manera equivocada, de los fracasos que cuestan asumir, de las cinco fijadas a la que tienes que enfrentarte, y los compromisos, de los golpes que no esperas... haz señor que sea capaz de contemplar estas cruces con una mirada de amor y que sepan llevarlas junto a ti! ¡señor, que las cruces por los esfuerzos que no dan resultado, de la sequedad en la oración, en los vacíos de la vida, en el tener que aguantar cosas que no te gustan de unos y de otros y que te duele, de los sufrimientos por las cosas que te disgustan y que ves a tu alrededor… Hazme ver estas cruces como algo que me ayuda a crecer y a bajar mi yo! ¡Señor, que la sencilla cruz de madera que llevo en el pecho. No sea un mero adorno en mi vida, sino que tenga un significado de compromiso y que cuando vea tantas cruces en otros muchas veces mira mente por adorno ayúdame a pedir por su conversión! ¡Y dame a mi también una fe firme que no se desvanezca nunca!
O Crux ave spes unica, un profundo himno de vigilia:

sábado, 1 de abril de 2017

El gran tesoro de mi corazón

Tengo auténtica sed de amor, necesidad de entregarme, de darlo todo por Cristo. Si es así, ¿cual debe ser entonces mi deseo en la vida? Tratar de agradar en la medida de mis posibilidades a Jesús, y unido espiritual y humanamente a Él, a Dios. En este sentido, ahora que camino hacia la Pascua, siento algo que me llena de consuelo. En esta unión con el Señor, Jesús nunca me pedirá que le sacrifique. Me podrá pedir cualquier otra cosa. Me podrá exigir que acepte el sufrimiento, que renuncie a cosas que son importantes para mi, que me haga pequeño en los éxitos y sumiso en los fracasos, que no abandone en la tribulación, que sirva a los demás, que haga más apostolado... pero nunca que le sacrifique. Jesús espera de mi todo y desea ardientemente concedérmelo.

Por eso comprendo que debo vivir siempre con el propósito de agradar a Jesús, el gran tesoro de mi corazón. Con independencia del plan que Dios tenga pensado para mi, del camino que deba seguir según su voluntad, tanto en los momentos de consolación como de sufrimiento, debo siempre agradar a Jesús. Y hacerlo porque Él es la razón que vivifica mi alma. Jesús es la razón de todo, sin Él nada es posible. Él mismo es consciente. Y espera. Espera con paciencia infinita. Y para agradar a Jesús solo he de poner mis pocos medios, ofrecerle mi buena voluntad y dar lo mejor de mi. El resto llegará por añadidura. Y esto lo puedo hacer siempre, incluso en los momentos de mayor desolación personal o espiritual. Jesús es tan bueno y misericordioso que no pide nada más porque Cristo nunca pide imposibles. Cristo pide que haga lo posible por seguirle, que de el todo por hacer el bien, que viva en la verdad y en integridad las virtudes cristianas incluso en entornos de indiferencia u hostilidad. Tan simple y complicado lo hago siempre.

¡Señor, seguir tu camino puede parecer difícil, pero es más sencillo de lo que parece porque solo hay que hacer tu justicia y vivir con coherencia cristiana! ¡Ayúdame entonces a ser consecuente, Señor! ¡Señor, tu no me pides imposibles sino que haga lo imposible por dar el todo por todo por hacer el bien, por vivir en la verdad, por vivir las virtudes cristianas y ser luz! ¡Ayúdame, Señor, a ser consecuente con esto! ¡Tu me pides, Señor, que sea transparente, que mis palabras estén acordes con mis hechos, que mis pensamientos estén acordes con mi corazón, que no utilice dobles discursos según el ambiente en que me encuentre, caminar con la verdad aunque implique sufrimientos y duela denunciando el mal y proveyendo de amor! ¡Señor, sé que soy un pecador y que necesito tu perdón sanador! ¡Creo, Señor, que moriste por mis pecados en la Cruz y resucitaste al tercer día para darme vida nueva! ¡Sé, Señor, que tu eres el único camino que me lleva hacia Dios! ¡Cambia, Señor, mi vida con la fuerza de tu Espíritu y enséñame a conocerte mejor para irradiarte a los demás!
Spem in Alium de Thomas Tallis, muy adecuada a la meditación de hoy:

jueves, 23 de marzo de 2017

Mi particular camino hacia Damasco

orar-con-el-corazon-abierto
Uno se enorgullece mucho de tener en su Iglesia a un santo como San Pablo ejemplo de conversión de calado, de furibundo perseguidor del cristianismo a adalid del Evangelio en nombre de Cristo. San Pablo es una columna viva para la fe de todo cristiano. Este ardiente apóstol del cristianismo que tanto ayudó a establecer los fundamentos doctrinales de la fe cristiana no tuvo una conversión inmediata cuando cayó del caballo que le conducía a Damasco. Perdida la visión, en el tiempo de reposo, comenzó su paulatino proceso de encuentro con el Dios de misericordia. Hoy, en el día de su conversión, San Pablo me enseña varias cosas.

Me enseña que Dios se hará un hueco en mi vida de la forma más insospechada porque los tiempos de Dios son inescrutables. Como con Saulo de Tarso escogerá al menos esperado para llevar a cabo su obra. No puedo por eso menospreciar a nadie, por muy pecador que sea. Dios puede hacer renacer en el corazón del hombre la bondad de la fe y de la esperanza. Transformar la vida para nacer de nuevo. No depende de uno sino del precioso momento que Dios decida.
Me enseña que, en su infinita misericordia, Dios no abandona nunca. Saulo, azote de los cristianos, no tenía condescendencia con los seguidores de Cristo. El dolor y la persecución herían las esperanzas de los cristianos. Pero de manera prodigiosa, el poder divino de Dios le hizo caer del caballo. Dios interviene siempre para sanar las heridas del alma incluso cuando, en nuestro pecado, parezca que no seamos merecedores de ella.
Me enseña también que Dios derriba siempre a los hombres de los caballos de la soberbia, del orgullo, de la falta de caridad, del amor propio, de la intolerancia, de la falta de generosidad, de la arrogancia, de la avidez por el poder o los bienes materiales para hacernos dóciles a Él y convertirnos en misioneros de su Palabra.
Pero, sobre todo me enseña, que debo ser humilde a la llamada del Señor. Que Cristo quiere llegar a mi pobre corazón y entrar en Él. Quiere que le acepte. Quiere que me llene de su amor y de su misericordia. Quiere que despierte de mi ceguera y me ponga en camino. Quiere que nazca de nuevo. Quiere que le acepte y que deje de ser lo que soy para ser una persona nueva. Quiere que cambie mi manera de pensar, mi forma de actuar y de comportarme, de pensar y de sentir, que modifique mis actitudes con los demás, mi íntima relación con Dios, los deseos profundos de mi corazón. Quiere que en mi corazón se arraigue el Amor. Y, esencialmente, quiere que le experimente de verdad. Quiere que me sienta protagonista de mi propio camino hacia Damasco para darme cuenta que ni soy tan bueno, ni tan piadoso, ni tan servicial, ni tan talentoso ni tan generoso como mi razón pretende hacerme creer. Soy un ser humano al que Dios ama profundamente pero que tiene todavía que comprender el verdadero sentido del Amor. Y, fundamentalmente, hacerlo suyo en lo más profundo de su alma.

¡Señor, de algún modo por mi ceguera yo también te persigo cuando no amo a mi prójimo y te soy infiel con mis comportamientos pecaminosos! ¡Señor, postrado de rodillas, descabalgado de mi caballo, camino hacia mi Damasco particular a la espera que hagas el milagro de transformar mi corazón para hacerlo más sensible a tu llamada! ¡Derríbame, Señor, del caballo de mi orgullo, de mis ansias de ser reconocido, de mis seguridades mundanas, de mis autosuficiencias de barro, de mi soberbia... para que caído en el suelo y puesto de rodillas pueda preguntarte ¿quién eres?! ¡Envía Tu Espíritu, Señor, para que no me conforme con lo que soy y lo que tengo sino que aspire a la grandeza y a la santidad! ¡Envíame, Señor, Tu Santo Espíritu para que me ayude a mirar hacia mi interior y darme cuenta de mi pequeñez y mi fragilidad y no me crea un hombre bueno y piadoso! ¡Envíame Tu Espíritu, Señor, para que sea dócil a tu llamada y a un encuentro personal contigo! ¡Quiero experimentar de verdad tu amor, Señor, ese amor tan amoroso, desinteresado y misericordioso! ¡Sáname, Señor, de mi ceguera para que desde la humildad del corazón y la sencillez del alma sea capaz de seguirte siempre! ¡Hoy, como san Pablo, Señor, te entrego mi vida, mi voluntad, mi ser, mi corazón; me entrego enteramente a Ti para que desde mi pequeñez, mi ineptitud,  mi incapacidad y mi insignificancia pueda convertirme en un auténtico apóstol del Evangelio! ¡Ayúdame a ser, Señor, un pequeño instrumento tuyo en este mundo! ¡Y a ti, san Pablo, te pido que te vea como modelo para ver lo que Dios puede hacer con cada uno de nosotros, para como tú dejarme tocar por su gracia y seguir tu ejemplo cuando uno se entrega de verdad a Cristo!
Himno al amor, con las palabras de San Pablo para este día tan hermoso para los cristianos:

martes, 21 de marzo de 2017

Vértigo en aceptar la voluntad de Dios

orar-con-el-corazon-abierto
A pesar del vértigo que, en ocasiones, me produce aceptar la voluntad de Dios cuento con la fuerza del Espíritu. El Espíritu Santo ofrece al hombre el don del discernimiento cuyos apellidos pueden ser perfectamente sabiduría y prudencia. Pero cuando este miedo me invade puedo enfrentarme a la tentación de abandonar y recular lo andado. Este miedo es, por otro lado, normal. Es el miedo a la acción del Espíritu. Sin embargo, la seguridad auténtica se encuentra en el Espíritu Santo que es el que guía siempre, dirige –si se lo permito– mi vida, el que me otorga la confianza para avanzar y me marca el camino de mi exigencia en lo cotidiano de la vida.
Existe otra tentación también muy peligrosa, la del ir por libre. Seguir mi propio instinto, agarrarme a las propias seguridades y seguir aquellos valores, ideas, principios y reglas que más me convienen. El riesgo es enorme porque no distingo entre el bien y el mal.
El camino real –el de la libertad plena– lo otorga la guía del Espíritu Santo. Sólo Él da la sabiduría para alcanzar la auténtica libertad y me permite discernir con claridad cuál es la voluntad del Padre en mi vida. Por eso para que sea auténtico, real, veraz, el discernimiento debe venir de lo más profundo del alma. Es un sentimiento que anida en lo íntimo, en el interior de cada uno, porque es Dios quien lo deposita en el corazón. Es lo que le pido hoy al Espíritu Santo, la gracia de discernir siempre lo que es mejor para mí y, según mi comportamiento, para con Dios y con los demás. Consagrar mi vida a la verdad, a la autenticidad y a la recta razón para discenir espiritualmente las cosas que vienen de Dios.

¡Espíritu Santo, te pido me otorgues el don de discernir siempre cuál es el camino que me conduce hacia Cristo para convertirme en un seguidor fiel de su Palabra y para ser capaz de difundir su Buena Nueva y convertirme en un auténtico instrumento en sus manos! ¡Tú, Espíritu Santo, que eres el alma de mi alma, guíame e ilumíname siempre! ¡Revélame, Espíritu divino, cuáles son los designios de Dios; hazme saber siempre lo que el Padre desea de mí; lo que debo realizar; lo que debo sufrir, lo que debo experimentar, los que debo aceptar, lo que debe cargar, lo que debo soportar! ¡Ayúdame, Espíritu Santo, a convertirme en un auténtico «Sí» a la voluntad, los deseos y el querer de Dios! ¡Invoco tu santa presencia, Espíritu de Dios, para que todos mis actos estén iluminados por la voluntad de Dios con el único fin de cumplir la misión que Dios me ha encomendado obsequiándome con la vida! ¡Te consagro, Espíritu divino, mis pensamientos, mis palabras, mi intelecto, mis sentimientos, mí espíritu, mi alma, mi cuerpo y todo mi ser, para actuar siempre iluminado por la gracia de tu dadivosa gracia! ¡Concédeme, Espíritu de Dios, la gracia de recuperar el tiempo perdido en todos aquello sin importancia o que no tenía sentido alguno y me capacites para comprender que en la vida hay que caminar hacia la santidad, con rectitud de intención y perfección! ¡Concédeme, Espíritu divino, una total perseverancia para seguir la voluntad de Dios!
Cantamos al Espíritu Santo para que nos ilumine cada día:

lunes, 20 de marzo de 2017

La fe que sostiene

orar con el corazon abierto¡Como me ha sostenido la fe tantas veces a lo largo de mi vida! ¡Como me ayudado la fe a llevar también la razón! ¡Por eso le pido a Dios cada día el don de la fe iluminada por el Espíritu Santo!

La fe es ese don que Dios otorga para que la razón no se vea oscurecida por esos obstáculos humanos —morales, culturales, ambientales, personales...— que imposibilitan su desarrollo. La fe es el perfecto complemento de la razón.
Mi fe me permite ver que Dios está detrás de todo cuanto acontece. Es como saber que el sol se encuentra detrás de las espesas nubes oscuras de una tormenta.
Creer es un acto auténticamente humano, es lo más fundamental de la vida, porque es lo único que da respuesta a las verdades que se nos plantean. Un agnóstico me decía hace unos días qué sería de él después de la muerte. Entre las dudas de su vida en cierta manera ya había una incertidumbre porque el alma humana, de manera inconsciente, plantea cuestiones de fe y esas ascienden de forma natural hacia Dios porque contra la naturaleza es imposible actuar.
Yo le pido de manera incansable a Dios la gracia de la fe, lo hago sin descanso porque sé que Dios sale al encuentro de aquel que busca denodadamente, con sinceridad y humildad. Dios es tan bueno, generoso y misericordioso que no rechaza nunca nadie, especialmente aquel que le busca para acercarse a su amor.
Los cristianos tenemos una muleta sensacional. Es el Espíritu Santo. Y para creer podemos recurrir siempre a Él que es el auxilio ante la necesidad y en el periodo de búsqueda para alcanzar ese don sobrenatural de Dios que es la fe. Y aunque la fe ilumina siempre la oscuridad y las tinieblas no hace desaparecer la noche oscura del espíritu. Pero sí que ilumina de manera constante la Verdad. Y es, a través de esa verdad, como conocemos mejor nuestra realidad, la verdad revelada, la adhesión al Padre, la opción por nuestras creencias, y nos permite elegir libremente donde queremos ir.
Y en esa libertad nos permite entregarnos enteramente a Dios, ofrecerle con las manos y el corazón abierto todo nuestro entendimiento y nuestra voluntad.
La fe aviva nuestra esperanza, nuestra confianza, nuestros obrares rectos, vivifica nuestro ser, hace que brote en el corazón la alegría, la esperanza, el optimismo, la verdad, las buenas obras...
Y ahora que se acerca el tiempo de la Pascua con más firmeza creo porque veo lo que Dios ha hecho en mí a través de su Hijo. Creo porque la fe es ese gran regalo que Dios me ha dado y quiero custodiarla cada día como el mejor tesoro que hay en mi corazón.

Hoy la oración que habitualmente acompaña la meditación no es mía. Es una oración pronunciada por el Papa Pablo VI en el año 1968 Durante una audiencia general; es una oración tan hermosa para pedir la fe que quiero compartirla con todos los lectores de esta página:
Señor, yo creo, yo quiero creer en Ti.

Señor, haz que mi fe sea pura, sin reservas, y que penetre en mi pensamiento, en mi modo de juzgar las cosas divinas y las cosas humanas.
Señor, haz que mi fe sea libre, es decir, que cuente con la aportación personal de mi opción, que acepte las renuncias y los riesgos que comporta y que exprese el culmen decisivo de mi personalidad: creo en Ti, Señor.
Señor, haz que mi fe sea cierta: cierta por una congruencia exterior de pruebas y por un testimonio interior del Espíritu Santo, cierta por su luz confortadora, por su conclusión pacificadora, por su con naturalidad sosegante.
Señor, haz que mi fe sea fuerte, que no tema las contrariedades de los múltiples problemas que llena nuestra vida crepuscular, que no tema las adversidades de quien la discute, la impugna, la rechaza, la niega, sino que se robustezca en la prueba íntima de tu Verdad, se entrene en el roce de la crítica, se corrobore en la afirmación continua superando las dificultades dialécticas y espirituales entre las cuales se desenvuelve nuestra existencia temporal.
Señor, haz que mi fe sea gozosa y dé paz y alegría a mi espíritu, y lo capacite para la oración con Dios y para la conversación con los hombres, de manera que irradie en el coloquio sagrado y profano la bienaventuranza original de su afortunada posesión.
Señor, haz que mi fe sea activa y dé a la caridad las razones de su expansión moral de modo que sea verdadera amistad contigo y sea tuya en las obras, en los sufrimientos, en la espera de la revelación final, que sea una continua búsqueda, un testimonio continuo, una continua esperanza.
Señor, haz que mi fe sea humilde y no presuma de fundarse sobre la experiencia de mi pensamiento y de mi sentimiento, sino que se rinda al testimonio del Espíritu Santo, y no tenga otra garantía mejor que la docilidad a la autoridad del Magisterio de la Santa Iglesia. Amén.

Del gran maestro británico de música coral William Mathias escuchamos su obra cuaresmal Lift up your heads, o ye gates, op 42 n.º 2, basado en las palabras del Salmo 24:


jueves, 28 de julio de 2016

La voluntad de Dios en mi vida

Cada día rezo el Credo al comenzar la Coronilla de la Divina Misericordia: «Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra». Pensaba ayer en la dolorosa escena final de Cristo en la Cruz cuando exclama: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!». Esta enorme frase es, sin embargo, la enseñanza que Cristo me traslada para encomendarme al cuidado amoroso del Padre y creer realmente en su acción sobre mi vida dejando que sea el mismo Dios el que la modele.
«Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra». Esta primera frase del Credo es todo un desafío para el ser humano. ¿Lo creo de verdad? ¿Creo realmente que Dios es tan poderoso que controla todas las cosas visibles e invisibles, que controla incluso cada milésima de segundo de mi propia vida? ¿Y si lo creo, por qué tantas veces dudo, me desespero, me intranquilizo por mi situación, me aferro a mi voluntariedad, a mis cosas…? ¿Creo realmente que Dios es mi Padre y que nunca me abandona?
Es Dios, Padre Todopoderoso, Creador, el que revela mi vida, mi identidad, mi dignidad, mi esperanza. ¿Por qué temer entonces? Con el amor del Padre, ¿por qué tantas inseguridades, tantos miedos, tanta desesperanza?
Ese «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» está muy unido al Credo porque esta frase de Jesús me muestra la estrecha y profunda relación con Dios. Me enseña que en Dios Padre se asienta el amor más perfecto; el amor del Padre que crea, que sana, que purifica, que dignifica, que levanta, que da esperanza.
Es verdad que la voluntad de Dios es un auténtico misterio. Que muchas veces no comprendes por qué permite ciertas cosas en tu vida. Pero Dios quiere que sea capaz de descubrir cuál es en mi vida Su voluntad que me revela a través de la gracia. Y espera que crea en Él, en ese plan único pensado para mí aunque tenga que hacer frente a la multitud de obstáculos e interferencias que yo le pongo: mis tentaciones, mis faltas frecuentes, la mundanidad de mi pensamiento, mi voluntad intransigente y pertinaz, la terquedad de mi tibieza, la hinchazón de mi orgullo y mi soberbia, las dudas cuando no se cumple lo que espero, mi predisposición a seguir mi camino aunque no sea el que Él ha trazado para mí…
Pero cuando contemplas el gran amor de Dios hacia Jesús, que permite incluso el sacrificio de la cruz, no puedo poner a prueba el amor que Dios siente por mí. Hacerlo es no creer en él, no amarle de verdad porque no hay nada que Dios no controle. Todo, incluso lo aparentemente más absurdo de mi vida, está en el plan de Dios y tiene un significado.
«Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra». Si lo creo de verdad, no puedo más que ponerme en sus manos, confiar en que estoy grabado en su corazón y eternamente vivo en su santa voluntad. ¡Creo en Ti, Señor, que nada ni nada me separe de tu amor!


¡Padre de Bondad y de Misericordia, pongo en tus manos mi vida para que hagas de ella lo que mejor sea para mí! ¡Lo que me toque vivir, Señor, lo acepto con amor para que tu voluntad se cumpla en mi vida! ¡Me pongo tus manos, Padre, que me has creado por amor y lo hago con toda mi confianza! ¡Padre creo en Ti y en tus manos encomiendo mi vida, mi corazón, mi espíritu y mi alma, la vida de mi familia y de mis hijos, de mis amigos y la de mis compañeros de trabajo! ¡Dame, Jesús, la gracia de seguirte siempre con disponibilidad a donde quieras llevarme, incluso si el camino es el de la Cruz y al total desprendimiento de mi mismo! ¡Espíritu Santo, ayúdame a que mi vida sea como la de Jesús, coherente con el cumplimiento de la voluntad de Dios! ¡Que mi búsqueda de esa voluntad sea mi principal ocupación! ¡Y creo en Ti, Padre, porque no hay más que un solo Dios! ¡Y te amo con todo mi corazón, con toda mi alma, con todo mi espíritu y con toda mi fuerza porque siempre estás a mi lado para salvarme, para amarme! ¡Porque me haces sentir mi pequeñez y tu grandeza! ¡Porque eres rico en misericordia y clemencia, porque escuchas mis plegarias, por perdonas mis infidelidades, porque manifiestas siempre fidelidad a pesar de mis pecados! ¡Porque tu palabra es Verdad, porque tus promesas se cumplen siempre, porque tus palabras no engañan, porque me puedo confiar con toda confianza a Ti y a la fidelidad de tu palabra! ¡Porque tu sabiduría rige el orden de la creación ya que eres el Creador del cielo y la tierra! ¡Porque eres el Amor eterno y tu amor es tan grande que nos has dado a Jesús, tu Hijo! ¡Quiero reconocer tu grandeza y tu majestad! ¡Señor mío y Dios mío, quítame todo lo que me aleja de ti! ¡Señor mío y Dios mío, dame todo lo que me acerca a ti! ¡Señor mío y Dios mío, despójame de mí mismo para darme todo a ti!

Alabamos a Dios con esta la cantata BWV 16 de Juan Sebastian Bach, Herr Gott, dich loben wir (Señor Dios, te alabamos):