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lunes, 26 de febrero de 2018

Creo en Dios Padre Todopoderoso: ¿Todopoderoso?


Desde Dios
Creo en Dios Padre Todopoderoso. ¿Todopoderoso? Lo recitamos en el Credo pero, ¿se puede afirmar la omnipotencia divina cuando en nuestro mundo hemos de enfrentamos al sufrimiento, a la tribulación o al mal que Él, Creador de todo, permite? ¿Es lógico que ante tanto sufrimiento y tanto dolor para muchos sea problemático creer en Dios, al que los católicos definimos como Padre Todopoderoso? Dios es Dios. 
Esta realidad tan obvia se cita en el Catecismo. Uno debe salir de sus estereotipos y de sus patrones de pensamiento tan radicalmente humanos y recordar que nuestros pensamientos no son los de Dios y nuestros caminos no son los suyos.
La omnipotencia de Dios no es, en ningún caso, una fuerza arbitraria. La omnipotencia de Dios se ilumina por una luz deslumbrante, la luz de su paternidad. Y esta omnipotencia se presenta ocupándose de nuestras necesidades y con el gran regalo de nuestra adopción filial y, sobre todo, tiene su máxima expresión en la dulzura del gran amor que siente por cada uno de nosotros, por su infinita y paciente misericordia, por el poder que demuestra con el perdón gratuito de nuestros pecados en la confesión, en la libertad que otorga a nuestra vida y con la invitación permanente a que convirtamos nuestro corazón. ¡Qué manera tan hermosa y humilde de expresar su poder!
Pero hay un poder más profundo todavía. Es el de su entrega total por medio de Cristo, su Hijo, cuya presencia para la salvación del mundo revela su omnipotencia de Padre. Dar la vida por el otro, para la redención de los pecados, venciendo al mal con el bien.
¿Se puede afirmar, entonces, la omnipotencia divina cuando en nuestro mundo hemos de enfrentamos al sufrimiento, a la tribulación o al mal que Él permite? Pues cada vez que en el Credo recito la frase «Creo en Dios Padre Todopoderoso» no hago más que expresar mi fe en el poder de inconmensurable del amor de Dios que por medio de Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, fue crucificado, muerto y sepultado y resucitó al tercer día para vencer el odio, el dolor, el sufrimiento, el mal y el pecado; y afirmo también que gracias a esta muerte en Cruz nos ha abierto las puertas de par en par a la vida eterna para, según nuestra libertad, entrar algún día en la Casa del Padre.
¡Yo creo en Dios y, sobre todo, creo en su omnipotencia!
¡Padre bueno, creo en Ti, creo que eres Padre Todopoderoso; creo que has creado el cielo y la tierra y a los hombres por puro amor; creo en Tu Hijo, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, y que padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado y resucitó para salvarnos del pecado y abrirnos las puertas del cielo! ¡Yo te glorifico, Dios mío, y te adoro porque eres un Padre amoroso, rico en gracia, magnífico en tu misericordia, generoso en el perdón y paciente con nuestras faltas! ¡Te glorifico, Padre, y te doy gracias por el regalo de Jesucristo, Tu hijo, Salvador de la humanidad, ejemplo a seguir como modelo de vida! ¡Concédeme la gracia, Padre, de fijar mi mirada siempre en Él y contemplarle con humildad y sencillez para a través suyo comprenderte y entenderte a Ti que eres la grandeza suma! ¡Te doy gracias, Padre, porque en tu omnipotencia nos amas con un amor desbordante, nos amas desde el momento mismo en que pensaste en nosotros, tu que eres justo y generoso! ¡Te doy gracias, Padre, porque eres el Dios Todopoderoso que rechaza el mal, el uso de la fuerza, la imposición y ejerces tu poder desde el amor!
Hoy, la Cantata 171 de Bach con el sugerente título de Dios, tu gloria es como tu nombre:



lunes, 15 de enero de 2018

Escucha el silencio, tiene mucho que decir.

SoledadDesde el domingo pasado me encuentro por motivos profesionales en Irán. El guía que me traduce en centros oficiales del farsi al inglés es un hombre de interesante conversación, culto y leído que, en nuestras conversaciones privadas, permíteme entremezcla muchas expresiones de Rumi, el poeta místico persa por excelencia. Ayer, al despedirse de mi, su última frase fue: «No olvides escuchar en el silencio, tiene mucho que decirte».
En la soledad del avión recordé estas palabras que aparecen en san Mateo y que tienen una gran profundidad: «¡El que tenga oídos, que oiga!». ¿Cuantas veces me encuentro entre los que afirman que si pero no comprendo nada pues no soy capaz de escuchar en el silencio que proviene de Dios? ¿Que leo, analizo, profundizo… y nada cambia en mi interior? ¡Cuantas veces permanezco apegado a lo mío, protegido por mi viejo caparazón, en mi coraza de hierro, buscando la ocasión para tratar de influir en la voluntad de Dios para que cambie aquello que me hace sufrir pero no escucho en el silencio que viene de Él!
Entonces, comprendes que estás lejos del Amor de Dios. Comprendes que vives una religión a la que llamas cristiana pero es que como una especie de religión a medida, con tus propias reglas. «¡El que tenga oídos, que oiga!». Oyes, pero en realidad no escuchas. Ves, pero en realidad estás completamente ciego.
El cristianismo es una religión única, sorprendente, profundamente sublime. Es la única religión que presenta a Dios desde la vertiente del amor pero también del sufrimiento. Y es la única porque el resto de las religiones ofrecen una perspectiva amable de Dios, un Dios saludable que posee gran poder y que es perfecto en todas sus dimensiones. El nuestro también lo es pero nuestro Dios se hace presente en el mundo por medio de Jesucristo, su Hijo amado. Un Dios que sufre en silencio con el hombre, con el enfermo, con el desvalido, con el desarraigado, con el perseguido; un Dios que acompaña en silencio al ser humano en el sufrimiento porque Él mismo sufre el sufrimiento. Esta es la máxima expresión del amor de Dios. Dios vive en silencio activo lo que uno personalmente vive. Por eso es el Dios Amor, el Dios de la disponibilidad y la entrega.
Por medio de Cristo, con sus palabras, con sus hechos y con sus gestos, Dios se acerca en silencio activo a los débiles, a los pequeños, a los pobres y a los perdidos y los rescata. Jesús los enaltece. Y su amor es gratuito. Él hace que nuestro amor y compasión por ellos sea el sello impreso en nuestro corazón para alcanzar el reino de los Cielos. «¡El que tenga oídos, que oiga!».
Comprendes así que tu deber es vivir conscientemente, poniendo tu mano sobre tu corazón, con toda la intensidad espiritual de la cual eres capaz. Tu pobreza, tu debilidad, tu sufrimiento, tu enfermedad, tus problemas, los tuyos y los de tu familia, lo que te afectan y los de tus amigos, deben estar presentes durante estos momentos en comunión con Dios. De esta manera, tu alma enferma y tu corazón roto se abre de par en par al Amor de Dios con todas esas realidades que te hacen sufrir. Nuestro Dios, que es la la ternura infinita, que sufre en tu sufrimiento, lo acoge todo con amor.
Mi corazón sufriente es ese espacio vital que se convierte en el lugar favorito de Dios, ese espacio donde Dios puede realizar el gran milagro de impregnarlo todo desde el silencio de ternura y de amor. «¡Escucha en el silencio, tiene que mucho que decir». ¡Por qué entonces empeñarse en hacer oídos sordos a todo lo que viene de Dios!
¡Señor, quiero en el silencio de la vida escucharte, encontrarte, hablarte para callar, dialogar contigo, convertir mi vida espiritual en un encuentro permanente contigo! ¡Quiero, Señor, comprender que tu eres el protagonista, que en el encuentro contigo lo importante es lo que tu me quieres decir, el haced lo que Él os diga de María, porque tú realmente sabes lo que necesito, lo que anhelo! ¡Espíritu Santo, llena mi corazón para dejarme sorprender por el silencio de Dios! ¡Señor, ayudarme a aceptar tu voluntad permitiéndote que entres en mi corazón para confiando, escuchando y caminando a tu lado sea capaz de descubrir hacia donde me quieres llevar! ¡Espíritu Santo que mis quejas se aplaquen para siempre en el silencio acepte la voluntad de Dios! ¡Señor, cuando las dudas me embarguen que mi razón esté siempre iluminada por la fe dejándome abrazar por tu misericordia, por tu amor y tu plenitud! ¡Espíritu Santo inúndame de la pedagogía silenciosa que proviene de Dios y dame mucha fe! ¡Señor, cuando la inseguridad me embargue ayudarme a abrirme a tu amistad sincera centrándome sólo en Ti con el corazón abierto! ¡Espíritu Santo que esta sea mi actitud en la oración, concédeme la gracia de escuchar en el silencio de la oración al que me da siempre seguridad, cercanía, amor y misericordia! ¡Cuando las cruces, Señor, me embarguen, que no deje de mirar en silencio tu cruz redentora! ¡Espíritu Santo, ayúdame a ser capaz de vivir en unión con Jesús que supo vivir el dolor en el silencio y en permanente ofrecimiento al Padre! ¡Señor, tu sabes que soy poca cosas y que todo lo que soy es gracia a ti, permíteme vivir siempre en la verdad caminando a tu lado! ¡Espíritu Santo, concédeme siempre el don de vivir en el silencio de la humildad para caminar al lado de Jesús! ¡Señor, como tu quiero vivir abandonado al Padre, que en el silencio de la vida y de la oración se hace presente para acogerme, protegerme y cuidarme! ¡Espíritu Santo, que en el silencio del abandono sea capaz de descubrir la ternura que Dios siente por mí!
El sonido del silencio, cantamos con Alex Campos:


martes, 5 de septiembre de 2017


Puvis de Chavannes, Pierre, 1824-1898; The Beheading of Saint John the Baptist
Hace unos días los cristianos rememoramos el martirio de San Juan Bautista, el precursor de Jesús. La figura de este santo, ejemplo de entereza y valentía en su defensa de la verdad y de la denuncia de la ignominia y el mal, al que el mismo Jesús elogió por su honradez y santidad como el mayor de los nacidos de mujer, lejos de ser un día triste es un ejemplo de testimonio de vida. San Juan no predicó solo la conversión y la penitencia, en un momento de gran aceptación reconoció a Jesús como el Enviado de Dios, el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Y él se aparta para que el mensaje de Cristo sea escuchado en toda rincón.

San Juan ofreció su propia sangre en nombre de la verdad que es Cristo. Martirizado como signo de santidad, pudo afrontar su muerte con confianza porque estrecha era su relación con Dios fruto de la oración, que es el hilo que guía la existencia del hombre.
El Bautista me enseña hoy a ser testimonio de coherencia en el mundo. Coherencia en lo moral, en lo espiritual y en lo humano. Coherencia en cada minuto de mi existencia por muchos sufrimientos y sacrificios que deba sufrir y soportar. No es una cuestión de heroicidad. Es una cuestión de que el amor a Jesús, a su mensaje, a su Palabra, a su Verdad no permite doble juego. Si quiero ser un cristiano auténtico debo ser verdaderamente fiel al Evangelio en cada momento de mi vida para permitir que Cristo viva en mi y yo en Él.
Hoy tengo también muy presente en mi oración a los mártires cristianos que, como san Juan Bautista, han sido fieles a la Verdad que es Cristo. La persecución no es cosa del pasado, es una viva realidad que muchos deben afrontar por su adhesión a Jesús y su pertenencia a la Iglesia. Todos ellos son mártires de la fe y a todos los llevo hoy en mi corazón y en mi oración.

¡San Juan Bautista, ejemplo de valentía, mártir de la fe y de la defensa de la Verdad, precursor del Salvador, enséñame a seguir tus caminos, dame un poco de tu virtud y dame siempre fuerza y valor para defender la verdad del Evangelio! ¡Ayúdame, San Juan, a vivir con humildad mi vida y con fidelidad a Jesucristo mi camino como cristiano; ayúdame a ser siempre fiel a la voluntad de Dios! ¡Cuando los problemas me acucien y las situaciones difíciles se me presenten, ábreme a la esperanza! ¡A Ti, Padre, que unes los dolores de Jesús con los de tu Iglesia, concede a todos los que sufren a causa de la fe la fortaleza para superar la situación y que sean siempre auténticos testigos de la Verdad! ¡Abrevia, Padre, el sufrimiento de los que padecen persecución, no permitas que renuncien a la verdad! ¡Perdona, Padre, a los que te persiguen y protege siempre a los justos! ¡Ayúdales a ser libres en la persecución, responsables en la dificultad y amorosos en el dolor y que puedan cumplir tu Voluntad con coraje y mucha fe!
En honor de san Juan Bautista escuchamos hoy la cantata de J. S. Bach Christ unser Herr zum Jordan kam, BWV 7 (Cristo, nuestro Señor, vino al Jordán):

miércoles, 10 de mayo de 2017

Una súplica a la voluntad de Dios

De camino la cocina, entré ayer en la capilla para hacer una breve visita al Señor. La capilla donde se encuentra el Sagrario está presidida por una imagen de Jesucristo con sus manos abiertas acogiendo amorosamente las peticiones de Los que allí se acercan. Una mujer con los brazos abiertos ora en voz alta, con la voz entrecortada, gimiendo, exclamando una y otra vez al Señor que atienda cada una de sus súplicas: «¡Que se haga tu voluntad, Jesús, y no la mía!». Esta petición, en el silencio del templo, resuena con una fuerza impresionante. La mujer no sabe que nadie más está en la iglesia, me siento en el último banco (momento de que recoge la fotografía) y me uno a su oración. «¡Que se haga tu voluntad, Jesús, y no la mía!». Siento también el dolor de esta mujer porque yo estoy rodeado de problemas. Pero este clamor me hace entender que debo doblegarme al padre y entregarle mis miedos, mis inquietudes, mis temores, mis fragilidades, mis inquietudes, mis deseos… Jesús los toma con sus manos amorosas.

Escuchando la súplica de esta mujer sencilla comprendo que son muchas las ocasiones en las que me dirijo al Padre dándole recomendaciones concretas de cómo tiene que solucionar mi problema, de cómo proceder ante esta situación que me agobia, de cómo puedo solucionar y salir airoso de la situación en la que me encuentro dándole precisas instrucciones de cómo debe proceder en mi vida. A veces de manera consciente y otras no tanto le digo a Dios como mover ficha. Pero no es así como Dios actúa. A Él no le complace la oración ritual, desapegada de amor, de confianza, del que no abre el corazón, que no se desprende de lo mundano. Él quiere que uno se doblegue a su voluntad, a sus designios. Al «¡Que se haga tu voluntad y no la mía!».
Mi deseo ferviente es «¡Que se haga tu voluntad y no la mía!». Mi anhelo es «¡Que se haga tu voluntad y no la mía!». Sí, quiero que pasen esos nubarrones oscuros que traen tormentas y huracanes en mi vida pero ante todo quiero «¡Que se haga tu voluntad y no la mía!». Que por muchas lágrimas que derrame en mis ojos producto del sufrimiento «¡Que se haga tu voluntad y no la mía!». Saber descansar en el Padre amoroso que todo lo puede para repetir confiadamente «¡Que se haga tu voluntad y no la mía!». Tratar de no imponer mi voluntad sino la del Padre para hacer las cosas a su manera y no como las tengo yo previstas, de forma «¡Que se haga tu voluntad y no la mía!». Que sea Él el que tome mi mano y escriba en el libro de mi vida el capítulo y el guión que mejor corresponda, dado con amor, para poder exclamar certeramente «¡Que se haga tu voluntad y no la mía!».

¡Hágase tu voluntad, Señor, y no la mía! ¡Señor, tu me has creado y me has dado la vida, tu me impones un destino y me das la libertad de seguirlo aunque muchas veces me equivoque! ¡Tú, Señor, conoces lo que anida en mi corazón, mis debilidades y mis miedos! ¡Tu, Señor, deseas lo mejor para mí por eso te pido que se haga tu voluntad y no la mía! ¡Tu, Señor, buscas mi bien! ¡Hazme saber, Padre de bondad, qué es lo que deseas para mí, que es lo que más me conviene en cada ocasión!¡Señor, que se haga siempre tu voluntad porque siguiéndola siempre todo me irá bien! ¡Y cuando no sepa cuál es tu voluntad, Señor, envíame a tu Espíritu para que me ayude a discernir! ¡Que se haga, Señor, tu voluntad y no la mía! ¡Qué cada instante, Señor, se haga en mi tu santa voluntad! ¡Hágase tu voluntad para perder el miedo a mis seguridades mundanas, a las incertidumbres de la vida, a dónde me llevará tu voluntad! ¡Señor, en tus manos pongo mi libertad, mi camino, mi vida! ¡Hágase tu voluntad y no la mía!
Jaculatoria a la Virgen: Oh dulce Corazón de María, sed la salvación mia.
Una entre todas, cantamos hoy:

miércoles, 30 de noviembre de 2016

¡No soy digno!

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Me explicaba un indio que reside en Benarés, situada a orillas del río Ganges, una de las siete ciudades sagradas del hinduismo, cómo es la vida en su país. Me habla de las castas, de la enorme desigualdad que existe entre sus ciudadanos, de la pobreza endémica de millones de compatriotas y de la cantidad de leprosos que todavía pululan por este inmenso país. ¡Leprosos en el siglo XXI!
En realidad, leprosos somos todos que, aunque no tenemos lepra corporal, si la tenemos espiritual. Es la lepra del alma. La lepra del alma herida. La lepra del alma egoísta e intransigente. El alma dormida dispuesta a no seguir la voluntad de Dios. La lepra es el cáncer del espíritu del hombre. El cáncer mina la bondad del alma. Me cuenta el sufrimiento doloroso e infernal del que padece lepra; como sus llagas despedazan a jirones la piel desfigurando rostros y miembros. Así es también el cáncer del alma. Por eso no puedo más que pensar en tener un alma noble y no con lepra. ¡Noble para hacer el bien e interpretar concienzudamente las consecuencias del mal! ¡Noble para no dejarse dominar por la tentación! ¡Noble para no desfallecer ante las pruebas! ¡Noble para aspirar a la comunión espiritual! ¡Noble para que Cristo pueda reinar en mi interior! ¡Noble para, poniéndome humildemente en oración, presentarle al Dios del Amor las debilidades de mi corazón y confesarlas en el sacramento de la penitencia y en la dirección espiritual! ¡Noble para no aparentar virtud! ¡Noble para acoger a Dios con pureza de alma! ¡Noble para exclamar, como aquel pobre, pero rico en gracia, leproso del Evangelio: «Señor no soy digno, pero si tú quieres puede sanarme»!

¡Padre, me acerco a ti consciente de mi miseria y mi pequeñez, de mi indignidad y mi pecado y de la lepra que levanta a jirones mi corazón! ¡Me acerco a ti, Padre, porque no soy digno y anhelo tu perdón y tu sanación interior! ¡No soy digno, Señor, pero te amo y quiero tener contigo encuentros de intimidad! ¡Señor, soy como un leproso de alma y sólo tú puedes curarme! ¡Señor, te contemplo y comprendo que es tu misericordia y tu amor el que me salvan! ¡Señor, si quieres puedes sanarme! ¡Dame tus ojos, tu corazón, tu empatía, tus entrañas, tu compasión y líbrame del mal! ¡Espíritu de Dios, ayúdame a ser cada día mejor para que Cristo pueda reinar cada día en mi corazón! ¡Purifícame, Espíritu Santo, renuévame, límpiame, transfórmame! ¡Y a ti, María, Señora del corazón puro inmaculado, que pueda imitarte siempre en tu pureza de acción y de intención!
Del maestro cordobés Fernando de las Infantas escuchamos hoy su Credo in Deum, a 5 voces de su colección Sacrarum cantionum:

martes, 8 de noviembre de 2016

Una Madre que ama

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Una de las cosas hermosas de la vida es sentir que la Virgen es nuestra Madre. Mi Madre. Y como Madre me ama. Y así lo siento yo, hijo díscolo en tantas cosas. María siente por mí por cada uno de nosotros un amor maternal y lleno de misericordia. Pero María no me nos ama por nuestra bondad, ni por nuestros gestos, ni por nuestra vida de oración, por nuestro servicio, porque seamos más o menos simpáticos… nos ama simplemente porque somos sus hijos. Porque Ella, llena de la fuerza del Espíritu Santo, tiene un corazón inmenso que es la manifestación misma del corazón de Dios en clave femenina.
Hoy me pongo en presencia de María y siento su amor maternal. Siento como se entrega por mí por todo el género humano para transmitirnos la plenitud de Dios que Ella misma recibió de Cristo porque por mi nuestra condición de pecadores carecemos de ella. El fin de María es impregnar en nuestro corazón la imagen de su Hijo amado. ¡Qué bello es sentir esto!
Lo impresionante de la Virgen es que su amor es un bálsamo de gracia. Es un amor que acoge, que redime, que sostiene, que embarga, que alienta, que comprende, que diviniza, que consuela, que llena los vacíos del corazón, que ilumina en la oscuridad, que eleva el ánimo, que te conduce siempre hacia lo más alto, que ensalza la humildad…
Es un amor el de María que me impide tener miedo de la vida, de las circunstancias negativas que se presentan de vez en cuando por el camino, de los problemas que atenazan nuestra vida. Es un amor que nos permite sentirnos acogidos y protegidos… ¡Cómo no voy a sentirme huérfano de esperanza si tengo a María como Madre!
¡Santa María, Señora del Santo Rosario, ruega por mi y por el mundo entero!

¡María, Reina del cielo y de la tierra, la más hermosa de las criaturas, Madre ejemplar y bondadosa, me confío a ti! ¡Te quiero, María, y ruego hoy por todas aquellas personas que no te conocen o no te aman, míralas a todas con la bondad de tu mirada y tu amor siempre maternal! ¡Quiero, María, honrarte, servirte y alabarte y trabajar para que todos en este mundo te honren, te sirvan y te alaben! ¡María, tu fuiste la elegida por Dios para dar luz a Cristo que es nuestra luz que ilumina el camino, tu eres la belleza exquisita y el amor puro, te doy gracias por todo lo que representas en mi vida! ¡Te quiero amar siempre, María, pero quiero hacerlo de verdad! ¡Ayúdame a seguir tu ejemplo de humildad, generosidad, entrega, servicio, amor, misericordia, perseverancia…! ¡Tú, Señora, que eres la fuente del amor eterno y supiste entregarte siempre por amor a Dios y a los demás, bendice a mi familia, mi hogar, a mis amigos y la gente que me rodea con la fuerza de tu amor! ¡Que a través tuyo pueda ser un canal de amor para convertir la sociedad en un lugar impregnado de amor! ¡Corazón de María, que eres la perfecta imagen del Corazón de Cristo, haz que mi corazón sea semejante al tuyo y al de tu Hijo!
Del compositor ingles John Cornysh disfrutamos de su breve pero emotivo motete «Ave Maria, mater Dei», a cuatro voces:

domingo, 25 de septiembre de 2016

La caridad de la comprensión

La caridad de la comprensión
El amor es la raíz fundamental y más profunda de la amabilidad. En definitiva, es lo que nos enseñó Cristo y lo que nos han enseñado los santos a lo largo de la historia. Por eso, como cristiano tengo que ser siempre comprensivo con mi prójimo.
Comprensión es juzgar a mi semejante colocándome en su lugar, en sus circunstancias, en su ambiente, con su mentalidad... Preguntarse qué haría yo en su lugar. Probablemente con su entendimiento sencillo, con su formación escasa, con sus pasiones desordenadas, con sus sufrimientos, con sus necesidades humanas, con su falta de experiencia... yo sería mucho peor, incluso, hubiera actuado mucho peor que él.
Como cristiano debo transigir siempre, disculpar siempre, ser indulgente siempre, caritativo siempre, considerado siempre, generoso siempre, amable siempre...
El ser humano no está creado en serie, cada uno tiene un molde que lo identifica como algo único y cada uno piensa en función de sus necesidades y como hijo de un mismo Padre no puedo juzgarlo para no ser yo juzgado... porque fácilmente me equivocaré.
La raíz sobre la que sustenta la caridad es la comprensión y ésta, al igual que hizo Jesucristo, pasa por ir por el mundo sembrando el bien, perdonando con amor, eliminando los rencores que anidan en el corazón y anhelando siempre beneficiar a las personas que me rodean. Es una manera de poner en práctica ese mandamiento del Señor: «amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente y amarás al prójimo como a ti mismo».
¡Un ideal perfecto que deseo poner en práctica!

¡Señor Jesús, por la virtud de la humildad y del Amor Santo, ayúdame a no juzgar a los que me rodean! ¡Recuérdame siempre, Señor, que no debo presuponer los motivos de las acciones de los demás! ¡Elimina de mi corazón cualquier tipo de juicio y crítica y, a través del Amor Santo, lléname de una actitud amorosa e indulgente, compasiva y amable! ¡No permitas que sea el complacido, sino que sea yo el siervo de todos, el que busque complacer al prójimo! ¡Ayúdame a ser comprensivo con las necesidades de los demás, asumir su propio dolor, su sufrimiento, sus necesidades, y entregarme siempre con amor y generosidad! ¡Ayúdame a ser un auténtico samaritano! ¡Espíritu Santo, dame el don de ser virtuoso, generoso, sencillo, indulgente, entregado, misericordioso, magnánimo, servicial, amable, caritativo, considerado…ser en definitiva como era Jesús!
De Benjamin Britten escucharmos su cantata Ad majorem Dei Gloriam:

domingo, 14 de agosto de 2016

Ahogado en el océano de lo inmediato


Segundo fin de semana de agosto, con María, Señora de la fe firme, en nuestro corazón. A ejemplo de la Virgen la fe me permite comprender que el sentido de la vida no aparece encerrada en los muros de la historia; va más allá. Proviene de Dios. Es un don del Espíritu Santo. La experiencia de la vida —con todas sus alegrías y sufrimientos— me permite comprender que he sido creado por amor. Y que Dios, por ese amor, desea lo mejor para mí. Por eso cada una de mis experiencias cotidianas debo vivirlas y edificarlas desde una relación íntima, personal y amorosa con Dios. Como hizo la Virgen. La fe me permite comprender también que no camino solo y que Dios —que jamás me suplantará en las cargas cotidianas— tiene la divina predisposición de ayudarme a alcanzar mis fines y objetivos.
Esta fe, sin embargo, la tengo que traducir en actitudes concretas que vayan más allá de lo material, del utilitarismo y de la inmediatez de la vida. Es ir más allá de lo que siento y experimento. Es ser consciente de lo trascendente para comprender las razones de cada experiencia vital y alcanzar así paz interior y esperanza en el corazón. Sin capacidad de trascendencia me hundo siempre en el cenegal de la tristeza y la desesperación, del miedo y de la preocupación, aguantando mis problemas cotidianos de una manera frágil. La trascendencia me permite sentir la fuerza de Dios en mi vida.
¿Cuántas veces me ahogo en las aguas movedizas de lo inmediato? ¿Cuántas veces me he apartado del camino de la fe? ¿Cuántas veces he dejado de cobijarme de la tormenta en un lugar seguro? ¡Tantas, Señor, que hasta me da vergüenza reconocerlo! Y ha sido así porque me he asido con ahínco a mis propias fuerzas, a la seguridad efímera de lo material, a lo que veía más valioso y útil para mí en cada momento. Pero miro la pirámide de los valores de mi vida y observando desde la base hasta lo alto comprendo lo que tiene verdadero valor. Y ese debe ser el eje sobre el que basculen los esfuerzos de mi vida. Si en la cúspide está Dios, nada tendré que temer. Pero si reposan el ansia de figurar, el poder, la ambición, lo material, el reconocimiento social… nunca llegaré a ser feliz.
Quiero aprender a vivir mi fe en el instante mismo que estoy viviendo, con independencia de mis alegrías y mis tristezas, porque en ambas situaciones debo dejar constancia de mi verdadera fe. Reconocer el poder de Dios en mi vida. Reconocer que Él es la luz que todo lo ilumina. Y que es el Espíritu Santo el que guía mis pasos. Y que solo en las manos providentes de Dios mi vida tiene sentido.

¡Señor, no quiero ahogarme en el océano de lo inmediato! ¡Quiero sentir en mi corazón paz y serenidad, necesito sentir en lo más profundo de mi ser lo que Jesús me dice: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré” para descubrir que a su lado todo es posible! ¡Señor, quiero descansar en ti, poner toda mi confianza en ti, esperar siempre en ti! ¡Necesito, Señor, que me envíes tu Espíritu para que con Él sea capaz de comprender que tu fidelidad dura por siempre, que mi seguridad mundana no ayuda a avanzar, que sólo en Dios es posible todo, que tú estás para apoyarme y darme fortaleza! ¡Te pido, Señor, que me hagas descubrir la justa medida de las cosas, poner en su justa medida todos los problemas y todo lo que me preocupa y a no estar siempre lamentándome por mis muchas dificultades sino que a tu lado todo es relativo! ¡Dame, Señor, la serenidad y la sabiduría para resolver los problemas! ¡Dame la fe para tener confianza y esperanza y envía Tu Santo Espíritu para que me dé sus sietes dones! ¡Envía tu Espíritu Santo sobre mí y sobre todas las personas que quiero y me rodean para que seamos capaces de entender con el corazón abierto que sólo tú eres quien nos ofrece la serenidad que tanto anhelamos y no alcanzamos por nuestros propios méritos! ¡Virgen María, me pongo a tu regazo para tener tu serenidad y saber disfrutar de los momentos hermosos que se me presentan en la vida! ¡Santa María, dame tu amparo en todas las situaciones de la vida!

Fuego de Dios, cantamos hoy con Hillsong: 

sábado, 18 de junio de 2016

¿Por qué buscas aislarte?

Frente a ese deseo de estar siempre conectado, el deseo de estar totalmente desconectado


Hay una tendencia que me lleva a alejarme de Dios y de los hombres. Es la tendencia de querer estar solo. No quiero que me molesten, que me cambien los planes. Quiero vivir en paz sin que nadie se meta en mi vida, en mi mundo, en mi comodidad.

Es el pecado del egoísmo que me lleva a aislarme de los hombres y a alejarme de Dios. Yo y mi comodidad. Yo y mis aficiones. Deja de conmoverme el sufrimiento de los hombres. Tanto sufrimiento ha acabado por hacerme indiferente ante el dolor.

En la exhortación apostólica Amoris Laetitia comenta el papa Francisco: “Una de las mayores pobrezas de la cultura actual es la soledad, fruto de la ausencia de Dios en la vida de las personas y de la fragilidad de las relaciones. La libertad para elegir permite proyectar la propia vida y cultivar lo mejor de uno mismo, pero si no tiene objetivos nobles y disciplina personal, degenera en una incapacidad de donarse generosamente. Se teme la soledad, se desea un espacio de protección y de fidelidad, pero al mismo tiempo crece el temor a ser atrapado por una relación que pueda postergar el logro de las aspiraciones personales”.
Puedo elegir con quién caminar en la vida. Puedo decidir lo que hago con mi tiempo. Puedo optar libremente. O me comprometo o no me comprometo. Sigo a alguien o no sigo a nadie. Entrego mi vida o me la guardo para no perderla.

Tiene algo de atractiva una vida cuidada y protegida. Un jardín en el que nadie me perturba. Una casa solitaria en lo alto de un monte donde nadie puede acceder. Yo y mi mundo interior. Yo y mi soledad. Yo y mi libertad.

El papa Francisco comenta el peligro de esa soledad: “Si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta y el agua estancada es la primera que se corrompe”. Es el peligro de buscar mi comodidad y estancarme. De querer estar solo y perderme. De aislarme de esta vida tan conectada y quedar fuera de todo.
Frente a ese deseo de estar siempre conectado, el deseo de estar totalmente desconectado. Fuera de las redes sociales. Fuera del teléfono. Fuera del mundo. Aislado, solo, sin nadie que me perturbe.
Frente al miedo que nos da la soledad, el deseo de decidir yo cuándo y quiénes pueden perturbar mi paraíso en la tierra. Puedo cuidar tanto mi tiempo que no se lo entrego a nadie. Cuido mis vínculos para que no haya demasiada intimidad.

Y cuando me exigen más de lo que quiero dar, me alejo. Cada uno sigue su vida. No hay compromiso por nadie. Ahora estamos bien juntos. Más tarde puede que no funcione. No me quiero comprometer a nada para siempre. ¿Y si luego no soy fiel? ¿Y si el amor desaparece? Es mejor vivir un presente eterno sin demasiados compromisos.No sé si ahora vale más o menos la palabra que antes. No lo sé. Lo que sí sé es que hay personas de palabra. Y otras cuya palabra vale muy poco. Personas que cuando te prometen algo sabes que lo van a hacer, sabes que van a estar ahí y no van a claudicar. Y otras que, aunque te lo aseguren, dudas porque mañana habrán cambiado de opinión, pensarán otra cosa, seguirán otro camino.

Personas de una sola palabra hay pocas. Y personas con muchas palabras hay más. El pecado del egoísmo es muy grande. Hoy pienso de una forma, porque me conviene. Mañana, si no me conviene, pienso lo contrario.
La comodidad, el deseo de estar yo bien, asentado, guardado, protegido. Con mis horarios cómodos. Con mi sueño y mi descanso protegido. Que no me perturben en mis planes propios. Hacer mi vida. Guardarla para no perderla.
En lugar de crear hogares donde otros puedan descansar, aislarme en mi hogar donde nadie entra. Uno habla de solidaridad y luego vive su vida. Da miedo un excesivo compromiso.

Decía Jean Vanier: “Yo diría que la necesidad más fundamental de nuestra sociedad no consiste en tener cada vez más profesores en las universidades, sino en tener hombres y mujeres que creen juntos comunidades de acogida para las personas desorientadas, solas y perdidas”.

Acoger al que está solo. Comprender al que nadie comprende. Escuchar a aquel al que nadie sigue. Abrirme para aceptar al que es distinto, al que no crea tendencias, al que está solo.

Toma su mano



I Reyes 17, 17-24: “Tu hijo está vivo”
Salmo 29: “Te alabaré, Señor, eternamente”
Gálatas 1, 11-19: “Dios quiso revelarme a su Hijo, para que yo lo anunciara a los paganos”
San Lucas 7, 11-17: “Joven, Yo te lo mando: Levántate”

¿Dónde está nuestra juventud? ¿A dónde va? Se encuentra en graves dificultades y por caminos oscuros. Ellos mismos en diferentes oportunidades se lo expresaban al Papa: “Santo Padre, me duele compartir con Usted que en diferentes puntos del país faltan oportunidades de trabajo y de estudio. Algunos jóvenes estamos atrapados por la desesperación y nos dejamos llevar por la codicia, la corrupción y las promesas de una vida intensa y fácil, pero al margen de la legalidad. Aumentan entre nosotros las víctimas del narcotráfico, la violencia, las adicciones y la explotación de personas. Muchas familias sólo han podido llorar la pérdida de sus hijos, porque la impunidad ha dado alas a quienes estafan, secuestran y matan. En medio de todo esto la paz es un don que seguimos anhelando. Santo Padre, queremos ser constructores de la paz, ¿cómo lograrlo?… En nuestro corazón constantemente surgen unas preguntas, ¿Y quién nos da esperanza a nosotros? ¿De dónde agarrarnos para tener esperanza?”

A pesar de que escuchamos que los jóvenes son la esperanza del país y el futuro de la humanidad, se percibe un ambiente de desencanto y desconfianza hacia la juventud actual. Tienen los jóvenes, que enfrentar un mundo difícil, hostil y con pocas armas para vencerlo. De las comunidades más remotas, salen grandes grupos que emigran a las ciudades o a otros paises, solamente protegidos por sus sueños, su inocencia y su deseo de aventura. Quedarse en los pequeños pueblos parece resignarse a una vida sin futuro, de acuerdo a los valores que van recibiendo. Las opciones de trabajo son escasas o nulas. Los porcentajes de quienes estudian son bajísimos y quienes logran trabajar una vez terminados sus estudios, son menos aún. Entonces para qué estudiar si no sirven los títulos, para qué prepararse si no se puede ejercer lo que se ha aprendido.

Por otra parte, están espoleados por un mundo fácil, de artificio, de ruido y de placer. Los modelos a seguir son de oropel: un día suben a la cima y al día siguiente caen desmoronados, y surgen –o hacen surgir– nuevos ídolos que caerán mañana. ¿De dónde asirse quienes comienzan la vida? ¿Qué seguridades pueden tener? Da la impresión de que participamos en el cortejo fúnebre que nos presenta el Evangelio. Hoy también muchas madres y pueblos pobres acompañan la muerte, física o moral, de sus hijos jóvenes maltratados por el hambre, por la falta de trabajo y oportunidades, o porque sucumbieron desesperados ante la droga y los caminos violentos, se dejaron llevar por el placer y despertaron hastiados y vacíos. Hay jóvenes que se encuentran paralizados, como muertos, ante la inseguridad de su futuro y la falta de lugar para ellos en la sociedad, sin que tengan oportunidad de hablar y ni ser escuchados. Por desgracia, lo mismo nos acontece frecuentemente en nuestras iglesias.


Contemplemos la escena del Evangelio: un cortejo lleno de muerte, saliendo de la ciudad y otro cortejo lleno de vida encaminándose a la ciudad. Jesús, sin que nadie se lo pida, se acerca al joven muerto y lo toca. Al oír las palabras fuertes y con autoridad de Jesús que exclama: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, aquel joven, antes cadáver, se levanta y comienza a hablar. Es el camino para acercarse al joven y es el camino del joven para levantarse de su oscuridad. Es la misma respuesta del Papa a los jóvenes: “La base de todo se llama Jesucristo… Solamente déjate agarrar la mano y agárrate a esa mano y la riqueza que tienes adentro sucia, embarrada, dada por perdida va a empezar a través de la esperanza a dar su fruto pero siempre de la mano de Jesucristo, ese es el camino… No se permitan permanecer caídos, nunca. Nunca se suelten de la mano de Jesucristo, por favor, nunca se aparten de Él y si se apartan se levantan y siguen adelante. Él comprende lo que son estas cosas… Porque de la mano de Jesucristo es posible vivir a fondo, de su mano es posible creer que en la vida vale la pena dar lo mejor de sí, ser fermento, ser sal, ser luz en medio de sus amigos, de sus barrios, de su comunidad, en medio de la familia”.

La escena nos presenta dos cortejos que reflejan la situación actual de la juventud y que nos obligan a hacer comparación de jóvenes, hombres y mujeres, unos que se encaminan y luchan por la vida; y otros, vencidos antes de tiempo, cadáveres vivientes. A todos se acerca Cristo y ofrece la vida. El mensaje más esperanzador de la fe cristiana es que Nuestro Dios es el Dios de la vida y no de la muerte. Jesús no se reserva su vida para Sí solo, sino que la comparte generosamente con los hombres, y quiere contagiar de su vida, de su amor, a todos, pero en especial a los jóvenes.

Hoy Jesús, igual que ayer, está diciendo a cada uno de los jóvenes: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, pero hoy lo quiere decir a través de nosotros. Tomemos la iniciativa como cristianos, sin esperar la petición de quien está necesitado. Cada uno de nosotros debe “acercarse” a las situaciones difíciles de muerte y de olvido que enfrentan los jóvenes.

Hoy también a cada una de las familias llega la palabra consoladora de Jesús: “No llores”, pero también a cada una de las familias llega la pregunta cuestionadora sobre lo que estamos haciendo por los jóvenes y cómo los estamos educando para la vida. Los jóvenes no son el futuro de la sociedad o de la Iglesia. Son el presente, y si están muertos, olvidados o callados, se convierten en lastre cuando deben ser la energía, la alegría y la fortaleza que impulse a la creación de una nueva sociedad.

Hoy también a cada uno de los jóvenes, por más desalentados que estén, por más adormilados que parezcan, por más olvidados que se encuentren, les habla Jesús. Pido al Señor que muchos jóvenes escuchen con fuerza en su corazón: “Joven, Yo te lo mando: levántate”, se agarren fuertemente de su mano y se levanten.

Señor Jesús, que ante la muerte das vida y resurrección, acompáñanos en la búsqueda de caminos de esperanza, libertad y alegría para nuestra juventud. Amén.

miércoles, 1 de junio de 2016

Sufrir y seguir sonriendo y creyendo, ¿cómo se hace?

Dios puede hacer milagros con mi pan si yo no lo guardo egoístamente


¡Es tan fácil ser egoísta con la propia vida! El corazón busca el descanso, busca protegerse en medio del cansancio. Busca el reposo en medio de la tormenta. Busca el silencio después de muchas palabras.

Jesús se conmueve al ver el hambre que tengo. Conoce mi sed y mi cansancio. Sabe lo que tengo y lo que me falta. Le conmueven mi soledad y mi cansancio. Le conmueve ver tanto dolor, tanta pena en el mundo que ha creado con tanto amor. Ha visto el sufrimiento del hombre y sufre por él. Sabe cuánto sufrimiento hay en el alma. Sufre conmigo.

Decía Tim Guenard: “Si compartes tus penas con Jesús, ya no te pertenecen más. Hay gente que acude al sacramento del perdón, pero sigue hablando de sus sufrimientos. Es porque no se los han entregado a Dios. Pero si se los das, Él los acepta y te cura”.
Me gusta pensar que le puedo entregar mi dolor a Jesús. A Él le importa todo lo mío. Le importan mis alegrías y mis penas. Por eso le puedo entregar el dolor de los que sufren. Mi propio dolor y el de muchos.
Tantas veces me toca ofrecerlo en la eucaristía. Dejo allí, sobre el altar, esos dolores que yo no puedo cargar solo. Esos dolores que pesan más que mi alma. Esos dolores que me hacen llorar en lo más hondo del corazón.

A veces pienso al ver a otros: ¿Cómo se puede sufrir tanto y seguir sonriendo y creyendo? Es posible, porque yo lo veo. Es posible hacerlo con una fe inmensa. Necesito entregárselos a Dios. Necesito soltarlos para que Jesús los transforme.
En los muros del Santuario, decía el Padre José Kentenich, se rompen nuestros dolores. Allí, en esas paredes que lo escuchan todo, lo guardan todo.

María, a quien una espada atravesó el corazón, aguarda mi llegada. María, que abrazó entre lágrimas el cuerpo muerto de su hijo, me espera con las manos vacías dispuestas a recoger mis dolores, mi vida cansada.

Es verdad que el dolor permanece después de haberlo entregado todo: “Comprendí que la oración no elimina el dolor físico ni la angustia psíquica. Pero sí proporciona cierta fortaleza moral para sobrellevarlos con paciencia. Sin duda, fue la oración la que me ayudó en cualquier momento de dificultad”[1].

[1] Walter Ciszek, Caminando por valles oscuros