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miércoles, 22 de marzo de 2017

img_2893La Cuaresma nos ofrece la siempre turbadora imagen del desierto, parte del camino de la sabiduría cristiana en la búsqueda de Dios. Los conceptos de desierto y hombre espiritual han estado, desde los primeros tiempos, íntimamente unidos. Pero es en el desierto, ese espacio en apariencia hostil, donde Dios presenta sus mayores y más extraordinarias manifestaciones de su infinito amor y donde su misericordia brilla con mayor luminosidad. El desierto exige esfuerzo, lucha, supervivencia, superación pero también confianza y esperanza. Ayuda a agudizar los sentidos, a vencer las tentaciones y a interiorizar en el corazón la fe. Es el lugar adecuado para el encuentro personal con Dios.

Para escuchar nítidamente la voz de Dios hay que tratar de encontrar de vez en cuando el silencio y la soledad. Esta Cuaresma es un buen momento para buscar este camino de iluminación interior. Aceptar los diferentes desiertos que se me pueden presentar y tener la sabiduría de aprender a cruzarlo superando con entereza, animosidad y mucha fe para no caer en la tentación de desfallecer. Desiertos hay muchos. El desierto de las fatigas y los sufrimientos; el desieto de la cruces penosas por los problemas económicos o laborales; el desierto de la falta de amor; el desierto de la insatisfacción; el desierto de la oración; el desierto de la incomprensión; el desierto de la enfermedad; el desierto de una ruptura; el desierto de la caídas profundas que nos impiden levantar; el desierto de estar atrapado a determinado vicio; el desierto de la depresión o del desánimo; el desierto de la aridez espiritual; el desierto de rebelarme contra Dios por la situación personal, familiar, social, laboral o económica que estoy viviendo...
Todos tenemos un desierto que cruzar. La sabiduría está en cruzarlo sin perder el sentido de la verdad. Atravesarlo sin tentar a Dios porque muchas veces el plan de Dios es el desierto de la prueba no para que el hombre caiga sino para hacerle crecer, para fortalecerlo en sus propósitos y templarlo en su camino de peregrinación. ¡Pero qué difícil es aceptarlo!
He pasado muchos desiertos en mi vidas. Ahora me encuentro disfrutando de en un oasis temporal, pero esos desiertos me han capacitado, desde mi fragilidad, para aceptar la obra que Dios tiene pensada para mí. Sigo caminando dispuesto a permitir en mi vida cuantos desiertos Dios quiera que transite porque cada vez que me adentro en ellos va moldeando algunas áreas de mi vida que deben ser transformadas. Tiene mucho trabajo por delante pero en este tiempo cuaresmal le pido al Señor no dejar de buscarle, de alimentarme con su Palabra, de ser fiel a la obra que inició conmigo en el momento de mi gestación y, fundamentalmente, de servirle como Él quiere ser servido.

¡Señor, te doy gracias por la vida que me has dado, por todo los sufrimientos y las alegrías! ¡Todo viene dado por Ti! ¡Ayúdame a aceptar lo que Tú me envías! ¡Si debo entrar de nuevo en el desierto de la vida dame la fuerza y la confianza que viene de tu Espíritu para aceptarlo con entereza cristiana! ¡Que se conviertan en verdadero estímulos para tener la certeza de que es la manera que quieres para moldear mi carácter! ¡Ayúdame en esta Cuaresma a buscar más tiempos de silencio y soledad para recorrer junto a tu Hijo un camino interior de conversión, de cambio y de transformación! ¡Ayúdame a vivir el sentido de la vida desde la cercanía a Jesús! ¡Ayúdame a aprender a caminar a ciegas, siguiendo la guía del Espíritu! ¡Concédeme la gracia de ser muy austero en este tiempo y estar siempre abierto a la entrega al prójimo! ¡Concédeme la gracia de abrir mi corazón para que sea transformado por tu Santo Espíritu y ser un cristiano auténtico que entregue su vida por servir a los demás de corazón! ¡Señor, quiero adentrarme en el desierto de la Cuaresma para envolverme de tu misterio, para que nadie se interfiera entre nosotros, para sentir tu amor y tu misericordia! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para despojarme de mis yoes y en la aridez que me envuelva hacer que desaparezcan de mi alrededor todo aquello que es innecesario! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para hacerme más disponible a Ti y a los demás! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para, en mi desnudez interior, comprender todo desde lo íntimo, desde la intimidad contigo que da una perspectiva diferente a las cosas y a la vida! ¡Deseo entrar en el desierto de la Cuaresma para que desde la transparencia de mi oración poder ponerte mi realidad ante Ti, todos mis anhelos y mis fracasos, mis alegrías y mis desesperanzas! ¡Y a Tí María, Madre del Silencio, te pido tu compañía en este tiempo para seguir el ejemplo de tu vida oculta en Nazaret, en tus años de desierto en lo cotidiano de la vida, que te sirvieron para acoger con el corazón abierto el proyecto que Dios tenía pensado para Ti!
Del compositor Giovanni Gabrieli escuchamos su motete Timor et tremor a 6 voces de su colección Reliquiae Sacrorum Concentuum.

martes, 9 de agosto de 2016

Jesús profetizó muchas cosas… ¡y se cumplieron!

Recorre las profecías más famosas de Jesús. Algunas se realizaron, otras siguen pendientes


La misión primera de los profetas en la Biblia es de “mensajeros de Dios”, transmisores de su palabra dirigida a su pueblo de Israel. También tienen la función de anunciar, predecir, hechos futuros.

En ese sentido, Jesucristo no fue un profeta más, sino “el profeta”, en el que se cumplen todas las profecías y habla “con autoridad” por ser el Mesías esperado e “hijo del Altísimo”. Cristo fue ungido en su triple misión de sacerdote, profeta y rey.

Por eso, Jesús no solamente fue objeto de profecías, sino que también profetizó. Aquí tenemos una breve exposición de las profecías que hizo Jesucristo; la gran mayoría se cumplieron en su vida, algunas se han ido cumpliendo a lo largo del tiempo y otras están pendientes, como las relativas al “fin de los tiempos” y el “juicio final”.

Predijo su propia pasión y muerte

Mt.16, 21-23: Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.

Que sería entregado a los jefes de los sacerdotes y a los maestros de la Ley.

Mt. 20, 18:”Ahora subimos a Jerusalén, donde el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Ellos lo condenarán a muerte”

Mc. 10, 33: “Ahora subimos a Jerusalén; allí el Hijo del hombre será entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas. Lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos”

Mt. 26, 57; Los que habían arrestado a Jesús lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote Caifás, donde se habían reunido los escribas y los ancianos

Que entregarían a los gentiles, que se burlarían de Él, lo azotarían y lo crucificarían.

Mt. 20, 19: Jesús les dijo: ” y lo entregarán a los paganos para que sea maltratado, azotado y crucificado, pero al tercer día resucitará”

Mt. 27, 26: Entonces, Pilato puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado

Lc. 23, 33: Cuando llegaron al lugar llamado «de la calavera», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

La traición de Judas

Mt. 26, 21-25: 21. Y mientras comían, Jesús les dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me entregará».22. Profundamente apenados, ellos empezaron a preguntarle uno por uno: « ¿Seré yo, Señor?».23. El respondió: «El que acaba de servirse de la misma fuente que yo, ese me va a entregar…25. Judas, el que lo iba a entregar, le preguntó: « ¿Seré yo, Maestro?». «Tú lo has dicho», le respondió Jesús

Jn. 13, 21-26; 21 Después de decir esto, Jesús se estremeció y manifestó claramente: “Os aseguro que uno de ustedes me entregará:…26. Jesús le respondió: “Es aquel al que daré el bocado que voy a mojar en el plato”. Y mojando un bocado, se lo dio a Judas, hijo de Simón Iscariote.

Lc. 22, 3-4: Entonces Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era uno de los Doce.4. Este fue a tratar con los sumos sacerdotes y los jefes de la guardia sobre el modo de entregárselo.
Triple negación de Pedro. Mt. 26, 34: Jesús le respondió: «Te aseguro que esta misma noche, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces»

Mt. 26, 69-75: 69. Mientras tanto, Pedro estaba sentado afuera, en el patio. Una sirvienta se acercó y le dijo: “Tú también estabas con Jesús, el Galileo” 70. Pero él lo negó delante de todos, diciendo: “No sé lo que quieres decir”….75. y Pedro recordó las palabras que Jesús había dicho: «Antes que cante el gallo, me negarás tres veces». Y saliendo, lloró amargamente.

El martirio de Pedro. Jn. 21, 18-19: “Te aseguro que cuando eras joven tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras”. 19. De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios.

Huida de los discípulos durante la Pasión. Mt. 26, 31: Entonces Jesús les dijo: “Esta misma noche, os escandalizaréis a causa de mí. Porque dice la Escritura: Heriré al pastor, y se dispersarán las ovejas del rebaño”.
Honra futura a Magdalena. Mt. 26, 13: “Os aseguro que allí donde se proclame esta Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo».

Persecuciones que padecerían los cristianos

Mt 10, 17-23: “Cuidaos de los hombres, porque os entregarán a los tribunales y los azotarán en las sinagogas.18. A causa de mí, seréis llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos y de los paganos… Os aseguro que no acabarán de recorrer las ciudades de Israel, antes que llegue el Hijo del hombre”.

Mc. 13, 9-13: “Estad atentos: os entregarán a los tribunales y os azotarán en las sinagogas, y por mi causa seréis llevados ante gobernadores y reyes, para dar testimonio delante de ellos…13 Seréis odiados por todos a causa de mi Nombre, pero el que persevere hasta el fin, se salvará”.

Predijo además la conversión de los paganos. Mt.8, 11: Por eso os digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos

La predicación del evangelio en todo el mundo (Mt 24, 14), Esta Buena Noticia del Reino será proclamada en el mundo entero como testimonio delante de todos los pueblos, y entonces llegará el fin.

La permanencia de la Iglesia hasta el fin de los siglos (Mt 28, 20), y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo».

La aparición en su seno de herejías y separaciones (Mt 7, 15), Tened cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces.

La destrucción de Jerusalén

Mt 24, 1-2: Jesús salió del Templo y, mientras iba caminando, sus discípulos se acercaron a él para hacerle notar las construcciones del mismo.2 Pero él les dijo: « ¿Veis todo esto? Os aseguro que no quedará aquí piedra sobre piedra: todo será destruido».

Mc. 13, 2: Jesús le respondió: « ¿Ves esa gran construcción? De todo esto no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido».

También, Jesús conoce lo que está en la mente y en el corazón de los que le rodean.

Conoce la vida de la samaritana en los detalles más íntimos (Jn. 4, 18 ss.);

Sabe que Natanael es un israelita sincero (Jn. 1,47-51);

Penetra el pensamiento de escribas y fariseos (Mt. 9, 4-7; Mt. 12, 25-27; Lc. 6, 7-8);

Intuye los pensamientos de Simón el fariseo que murmura en su corazón contra la pecadora (Lc. 7, 39 ss.).

lunes, 25 de julio de 2016

Jesús, el gran ejemplo de liderazgo

Cómo se transmite el cristianismo


El tema del liderazgo ha recibido una gran atención en los últimos años. La Iglesia del Señor Jesús necesita urgentemente líderes irreprensibles con el corazón según el corazón del mismo Dios.

El liderazgo marca la diferencia, una grande, porque ofrece dirección, modela el carácter y crea oportunidades.

Los efectos del liderazgo comienzan en el nacimiento, pero no dejan de existir con la muerte.

Aquellos a los que Dios elige para guiar tienen privilegios y responsabilidades. Su influencia sobre otras personas les distingue de los seguidores.

El liderazgo de alta calidad está entre los tesoros más preciosos de cualquier comunidad y organización. El liderazgo de baja calidad, al contrario, produce unas carencias trágicas y una frustración caótica.

Los líderes de Dios (y para Dios) son siempre pocos.

Nuestro mundo busca líderes. Está buscando alguno que tenga una visión y pueda ejercer firmemente una influencia especial para llevar a la Iglesia, o a un país entero al conocimiento de la salvación.

Comenzar con pocos

Todo tiene un comienzo, y en este caso se verificó cuando Jesús llamó a algunos hombres y les invitó a seguirle. No mostró preocupación por proyectos especiales para alcanzar grandes metas, sino que se concentraba en las personas.

Antes de ser famoso para el gran público, Jesús reunió a un grupo selecto de hombres. Personas que fuesen capaces de seguir con su obra después de su retorno al Padre.

Juan y Andrés fueron los primeros convocados. Andrés llevó después a su hermano Pedro (Jn 1, 41-42). El día después, Jesús se encontró con Felipe en el camino a Galilea, y este, a su vez, a Natanael (Jn, 1, 43-51).

Santiago, hermano de Juan, no es mencionado como miembro del grupo hasta que los cuatro pescadores son convocados de nuevo, muchos meses, después en el mar de Galilea (Mc 1,19; Mt 4,21).

Justo después, pasando por la ciudad de Cafarnaúm, el Maestro propone a Mateo que lo siga (Mc 2, 13-14; Mt 9,9; Lc 5, 27-28).

La llamada de los demás apóstoles no está registrada en los Evangelios, pero se cree que sucedió en el primer año del ministerio de nuestro Señor.

Esos pocos pioneros convertidos estaban destinados a convertirse en los líderes de la Iglesia del Señor. Fueron ellos los que llevaron el Evangelio a todo el mundo. Sus vidas tienen un significado que durará por toda la eternidad.

El aspecto más interesante sobre este grupo de hombres es que al inicio de todo ninguno de ellos era importante. Nadie ocupaba un lugar destacado en la sinagoga, ninguno pertenecía al cuerpo sacerdotal levita.

La mayoría de ellos eran trabajadores comunes, y probablemente ninguno de ellos tenía los conocimientos necesarios para hacer algo que no fuera de su profesión.

Quizás algunos pertenecían a familias bien colocadas, como los hijos de Zebedeo, pero ninguno de ellos era rico. No tenían formación académica en las artes y la filosofía de la época.

Como el Maestro, la educación formal que habían recibido consistía en lo poco que se aprendía en las escuelas de las sinagogas.

Muchos habían crecido en la zona más pobre de Galilea. Aparentemente, el único de los doce que creció en una zona más rica fue Judas Iscariote.

Es difícil comprender que Jesús eligiese a personas de ese tipo. Eran hombres impulsivos, temperamentales, que se enfadaban fácilmente y eran víctimas de los prejuicios del contexto en el que vivían.

En resumen, los hombres elegidos por el Señor para ser sus “asistentes” representaban el perfil medio de la sociedad de la época. No eran personas de las que se pudiese esperar que ganarían el mundo para Cristo.

No obstante, Jesús vio en esos hombres sencillos el potencial de líderes para el Reino. No tenían “instrucción ninguna” según los estándares del mundo (Hch 4,13), pero tenían la capacidad de aprender.

También se equivocaban en sus propios juicios y eran lentos en la comprensión de las cuestiones espirituales, eran honestos, admitían con presteza sus limitaciones.

Su comportamiento podría ser poco educado y sus capacidades pocas, pero excepto el traidor, todos tenían un gran corazón.

Quizás el hecho más significativo era la gran ansia de Dios y de las cosas divinas que sentían.

La superficialidad de la vida religiosa del contexto en el que vivían no eliminó la esperanza que tenían en la Venida del Mesías (Jn 1, 41, 45,49; 6,69). Estaban cansados de la hipocresía de los aristócratas legalistas.

Algunos se habían unido al movimiento de “revitalización” de Juan el Bautista (Jn 1,35). Estos hombres buscaban alguien que les guiase en el camino de salvación.

Gente de ese tipo, dispuesta a dejarse modelar por las manos del Maestro, habría podido ganarse una nueva imagen. Jesús puede elegir al que lo desee.

Una de las lecciones que Jesús deja es que no debemos iniciar con un gran número, ni siquiera esperarlo. El mejor trabajo de formación será siempre desarrollado solo con pocos.

No importa cuán pequeño o tímido pueda parecer el comienzo. Lo que importa es que aquellos a los que demos prioridad aprendan a transmitirla a otros.

Nadie debe considerarse infravalorado, porque cada uno tiene un potencial importante para Dios.

Permaneciendo unidos

El único modo realista de obtener éxito en un proyecto es hacer que los líderes y los miembros estén unidos, es decir un trabajo de unidad de la Iglesia, todos con el mismo propósito.

Y así la evangelización será considerada como un estilo de vida y no como una norma religiosa.

Podemos inspirarnos en el caso de los primeros discípulos de la era cristiana. Entregaron el Evangelio a las multitudes, pero por todo el tiempo se afanaron en la construcción de la comunión de los creyentes.

Los Apóstoles, siguiendo el ejemplo del Maestro, formaban a hombres que reproducían su ministerio hasta los confines de la Tierra.

El Libros de los Hechos de los Apóstoles, en realidad, es solo una descripción de la vida de la Iglesia en crecimiento, de los principios de la evangelización que nos han recogido siglos después y que continuarán hasta la venida del Señor.

La evangelización no es un hecho que va a través de las cosas, sino a través de personas. Se trata de una expresión del amor de Dios, y Dios es una persona.

Ya que la naturaleza de Dios es personal, puede expresarse solo a través de una personalidad, que al principio se reveló en la persona de Cristo y que ahora se expresa a través del Espíritu Santo, en la vida de los que se someten voluntariamente a Él.

Las comisiones pueden ayudar a organizar y a dirigir los esfuerzos evangelizadores y con esta finalidad son absolutamente necesarias pero el trabajo solo puede ser desarrollado por hombres que ganan a otros para Cristo.

Debemos poner especial atención a no “vender” un producto. Lo que ofrecemos no es algo comercial, sino la vida eterna. Hay un peligro muy alto y grave en las ofertas que hacemos en nombre de la evangelización: no estamos aquí para prometer, sino para mantener las promesas.

Debemos ser obedientes a la voz de Dios y guiarnos por el Espíritu Santo. Somos embajadores del Reino de Dios, debemos presentarlo, y a quien acepta formar parte todas estas cosas “se les darán por añadidura”.

sábado, 23 de julio de 2016

Cada vida vale mucho, ¿sabes por qué?

Mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque Dios es el compositor.

Dijo Dios, agase la luz y la luz fue hecha

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.

Mi vida es pequeña a los ojos de Dios. La vida pequeña es la más valiosa. Vale oro. Lo sé. Sólo vivo una vez y para siempre. Por lo tanto no es pequeño nada de lo que hago. Aunque haya personas a las que la vida de los otros les parezca insignificante.

Tantas muertes injustas, tanto dolor. Tanta violencia en los ataques terroristas, tanto odio. Como si la vida no valiera nada. Pero la vida vale mucho. Mi vida, que es pequeña, vale mucho para Dios.

Lo que yo hago, cuando lo hago en Él, tiene otra resonancia. Se escucha más fuerte. Se ve desde lo lejos. A Dios le importa mi vida pequeña y se acerca a mí, camina conmigo. Le importan todas las vidas.

El otro día leí una historia. Una madre llevó a su hijo de siete años a un concierto de un pianista famoso. El ambiente no era tan adecuado para un niño tan pequeño. Pero la madre deseaba que por lo menos absorbiera un poco de inspiración del pianista. Faltaba poco para que todo comenzara.

El niño estaba inquieto. Se levantó cuando su madre miró hacia otro lado. El niño no sabía bien a dónde ir. Vio el piano en el escenario y sin pensarlo se dirigió hacia él. Buscó las teclas y comenzó a tocar una sencilla melodía.

El público se indignó al ver al niño. ¿Quién dejó que subiera solo al escenario? El pianista vio lo que estaba sucediendo. Se apresuró, salió y se sentó al lado del niño. Y le susurró al oído: “No pares, sigue tocando”. Él buscó las teclas correctas y acompañó con un bonito arreglo la melodía sencilla del niño.

Fue una composición maravillosa. Creo que muchas veces sucede así en mi vida. Con mis limitaciones canto una torpe melodía para Dios. Siento que no va a llegar a nadie. Que no va a ser una gran melodía.

Así compongo mis días, mis horas, mi vida. Con mucho esfuerzo. Con mis dedos torpes y pequeños. Sin saber bien cómo hacerlo para que todo salga bien. Y en mi interior escucho una voz que me susurra: “No pares, sigue tocando”. Y yo sigo y no paro. Y no me quedo quieto esperando a que pase la vida.

Quiero llegar lejos, pero quiero llegar donde Dios me pide que vaya. Quiero hacer su voluntad. No la voluntad que otros piensan que es la de Dios para mi vida. Para eso necesito estar muy cerca de Dios, para poder reconocer bien sus huellas.

Necesito reconocer su voz, para no perderme con tantas voces. Descifrar sus signos, sus acordes, sus manos. Tal vez ya no me es tan fácil buscar a Dios en mi vida real. Buscarlo vivo en mi alma. Buscarle en todo lo que me pasa. Y descubrir que está en mí.

Y mi melodía, que parece tan insulsa, resulta que es una verdadera obra maestra, porque es Él el compositor. El que pone la música y hace los arreglos perfectos. Y yo me dejo hacer por Él. Y me pongo en marcha.

No quiero dejar pasar de largo sus huellas, sus señales. Dios me habla en todo. Me habla a través de todos. Quiero seguir tocando mi melodía, aunque sienta que no acierto con las notas o que otros a mi lado critican lo que hago.

Quiero seguir tocando para que se escuche otra melodía en medio de tantos ruidos, injusticias, atrocidades. Quiero que mi melodía, transformada por la música de Dios, cambie este mundo en el que vivo.

viernes, 22 de julio de 2016

Jesús, arrasa mi corazón

Mi felicidad no está en ningún lugar, ni en ninguna persona, mi felicidad está en ti


No sé muy bien cuántos días tengo por delante. Gracias a Dios no lo llevo escrito en mi ADN. No sé si llegaré a viejo o moriré antes. Si lo haré súbitamente o después de una enfermedad. No lo sé.

Tampoco me quita el sueño. No me angustia no saberlo y vivir en una ignorancia inocente. Al contrario. Me mantiene en esa tensión del que sueña y ama, del que hace y guarda. Del que se entrega y espera. Cada día un paso. Sin pensar tanto en lo que me aguarda o en lo que me queda por hacer.

Siempre de nuevo me conmueve la muerte de alguien joven. Es como si Dios se llevara antes de tiempo a aquel a quien amamos. O tal vez para Dios estaba ya listo y no fue antes de tiempo. Como en ese jardín que Él cuida en el que los distintos frutos maduran a distintos tiempos. O tal vez hay misiones más largas y otras que continúan en el cielo nada más haber comenzado en la tierra.

No lo sé. Me cuesta imaginarme el cielo. Pero creo tanto en la misericordia de Dios que me alegra pensar en una eternidad de su mano. Pese a todo me cuesta ese “de repente” que tiene la muerte a veces. Me arrebata la vida de la persona amada casi sin darme tiempo a pensar, ni siquiera a decir adiós.

Y cuesta de nuevo seguir el camino. Una persona escribía sobre la muerte de su padre: “No se vive un duelo cuando muere tu padre, lo que se hace es tenerlo muy vivo y guardarlo muy dentro en el corazón. Hacerle un hueco grande. No dejar que ninguno de los recuerdos se borre nunca. No hay un duelo desde ese día sino un hacerse un sitio tranquilo dentro de ti del que no se irá nunca. Algo hermoso, no doloroso”.

Me conmovieron esas palabras. Calaron hondo. Es dura la muerte de alguien a quien queremos. A veces demasiado dura. Y no sé el momento en que llegará a mi puerta. Tal vez por eso quiero vivir intensamente cada día. Dejando que Dios me utilice y cambie mi corazón.

Un joven llamado Santiago falleció hace pocos días. Supe que le dijo a Dios en una ocasión: “Veo cómo tu amor ha arrasado una y otra vez mi corazón a lo largo de mi vida. Mi felicidad no está en ningún lugar, ni en ninguna persona, mi felicidad está en ti”.

Me emocionaron esas palabras de vida en medio del dolor. Jesús arrasó su corazón y cambió su vida para siempre. Empezó a mirarlo todo desde Dios. Quiero pedirle a Jesús que arrase también mi corazón. Esa imagen me gusta.

Aunque el verbo arrasar se suele utilizar para hablar de algo negativo. Una lluvia torrencial puede arrasarlo todo, un ciclón, un ejército. Es una acción violenta. Acaba con la vida, con todo lo que había antes en pie. Y después de haber arrasado todo, ya no queda nada como antes.

Pienso en Jesús que arrasa mi vida. Tiene tanta fuerza su amor que me arrasa. Quiero que lo haga con fuerza, con su fuego, con su misericordia. Es un amor hondo. Un amor que no deja nada igual en mi vida.

No quiero que sea sólo una expresión, una forma de hablar al rezar en alto. Quiero que sea verdad. Que arrase mi corazón y cambie mi alma para siempre. Quiero que su amor me apasione. Y su presencia calme mis ansias.

Quiero que me toque en lo más íntimo de mi ser. Y que sea Él quien gobierne mi vida, dirija mis manos, mire con mis ojos, ame con mis gestos, hable con mi voz. Quiero que sea mi hogar verdadero. Quiero que construya sobre mi tierra asolada por su amor.

Muchas veces hago a Dios declaraciones de amor. Le digo que le quiero con toda el alma. Incluso le entrego todo. Pero luego, cuando cambia mis planes, cuando no me da lo que le pido, me rebelo. No quiero perder lo que tengo, no quiero que me quite nada de lo que amo.

Su amor es inmenso. Pero me duele el alma pensar en las pérdidas. Y le pido milagros. Y le pido que no ocurra lo que temo. Y quiero que las cosas no sean malas en mi vida. Le vuelvo a decir que arrase mi corazón. Con voz baja, un leve susurro.

Me asusta que se tome en serio mi entrega. Y lo tome todo de golpe. Me tome por entero. Pero sé que es la única forma de vivir de verdad. Siendo vivido por Él, por su amor. Dejándole mis miedos en su pecho herido. Abriendo las manos sin querer retenerlo todo. Dándole las gracias cada mañana. Sin pedir tanto. Alabando.

martes, 19 de julio de 2016

Asombroso: Profecías del Antiguo Testamento cumplidas en Jesús

Una impactante comparación de textos bíblicos de antes de nacer Cristo y de después


Sabemos que en Jesucristo se cumplen todas las profecías que hablan de Él en el Antiguo Testamento; y sabemos que son muchas profecías, algunos cuentan más de 300.

Esas profecías anuncian sobre su persona, sus acciones, su doctrina, de forma más o menos directa, más o menos velada. El cumplimiento de todas esas profecías es uno de los motivos que nos llevan a saber que la Biblia está inspirada por el Espíritu Santo.

Jesús sabe que las profecías mesiánicas se refieren a Él. 

Al leer Isaías en la sinagoga de Nazaret, afirma: “Hoy se está cumpliendo ante vosotros esta escritura” (Lc. 4, 21). A los fariseos que rehúsan creer en El, les dice: “Escudriñad las Escrituras ya que en ellas esperáis tener la vida eterna; ellas testifican de mí” (Jn. 5, 39).

El evangelista Mateo se propone en su evangelio demostrar que Jesús es el Mesías, basándose en las profecías del Antiguo Testamento.

Profecías que anuncian a Jesucristo, cientos y miles de años antes, incluso desde el punto de vista estadístico, de probabilidades de cumplimiento, exigen realmente una clara intervención divina.

Vamos a tomar una pequeña muestra de esas profecías en aspectos que nos resultan más familiares, en los que se refieren a los grandes momentos de su vida.

Descendiente de la tribu de Judá

Génesis 49:10 “El cetro no se apartará de Judá ni el bastón de mando de entre sus piernas, hasta que llegue aquel a quien le pertenece y a quien los pueblos deben obediencia”.

Lucas 3:33 “Naasón, hijo de Aminadab; Aminadab, hijo de Admín; Admín, hijo de Arní; Arní, hijo de Esrom; Esrom, hijo de Fares; Fares, hijo de Judá”.



Nacimiento en Belén

Miqueas 5:1 “Y tú, Belén Efratá, tan pequeña entre los clanes de Judá, de ti me nacerá el que debe gobernar a Israel: sus orígenes se remontan al pasado, a un tiempo inmemorial”.

Mateo 2:1 “Cuando nació Jesús, en Belén de Judea, bajo el reinado de Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén”.



Nacimiento de una virgen

Isaías 7:14 “Por tanto, el Señor mismo os dará señal: He aquí que la virgen concebirá, y dará a luz un hijo, y llevará por nombre Emanuel.”

Mateo 1:18 “El nacimiento de Jesucristo fue así: Estando desposada María su madre con José, antes que se juntasen, se halló que había concebido del Espíritu Santo.”



Matanza de los niños de Belén

Jeremías 31:15 “Así habla el Señor: ¡Escuchen! En Ramá se oyen lamentos, llantos de amargura: es Raquel que llora a sus hijos; ella no quiere ser consolada, porque ya no existen..”

Mateo 2:16 “Herodes entonces, cuando se vio burlado por los magos, se enojó mucho, y mandó matar a todos los niños menores de dos años que había en Belén y en todos sus alrededores, conforme al tiempo que había inquirido de los magos”.



Huida a Egipto

Oseas 11:1 “Cuando Israel era muchacho, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo.”

Mateo 2:14 “José se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se fue a Egipto.”



Predicación en Galilea y en las cercanías del río Jordán

Isaías 8:23 “En un primer tiempo, el Señor humilló al país de Zabulón y al país de Neftalí, pero en el futuro llenará de gloria la ruta del mar, el otro lado del Jordán, el distrito de los paganos

Isaías 9:1 “El pueblo que caminaba en las tinieblas ha visto una gran luz: sobre los que habitaban en el país de la oscuridad ha brillado una luz.”

Mateo 4:12-16 “12. Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea. 13. Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, 14. para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: 15. “¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones! 16. El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz”.


Desprecio del pueblo judío

Isaías 53:3 “Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada”.

Juan 1:11 “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron”.



Entrada triunfal en Jerusalén sobre un pollino

Zacarías 9:9 “¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de júbilo, hija de Jerusalén! Mira que tu Rey viene hacia ti; él es justo y victorioso, es humilde y está montado sobre un asno, sobre la cría de un asna”.

Juan 12:13-14 “Tomaron ramas de palmera y salieron a recibirle, y clamaban: ¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el Rey de Israel! Y halló Jesús un asnillo, y montó sobre él, como está escrito”.



Traicionado por uno de los suyos

Salmo 41:10“Hasta mi amigo más íntimo, en quien yo confiaba, el que comió mi pan, se puso contra mí”.

Marcos 14:10 “Entonces Judas Iscariote, uno de los doce, fue a los principales sacerdotes para entregárselo.”



Sería vendido por 30 piezas de plata

Zacarías 11:12 “Yo les dije: «Si les parece bien, páguenme mi salario; y si no, déjenlo». Ellos pesaron mi salario: treinta siclos de plata.”

Mateo 26:15 “Y les dijo: ¿Qué me queréis dar, y yo os lo entregaré? Y ellos le asignaron treinta piezas de plata.”



El precio sería devuelto

Zacarías 11:13 “Pero el Señor me dijo: « ¡Echa al Tesoro ese lindo precio en que he sido valuado por ellos!». Yo tomé los treinta siclos de plata y los eché en el Tesoro de la Casa del Señor.”

Mateo 27:6-7 “Los principales sacerdotes, tomando las piezas de plata, dijeron: No es lícito echarlas en el tesoro de las ofrendas, porque es precio de sangre. Y después de consultar, compraron con ellas el campo del alfarero, para sepultura de los extranjeros”.



Durante su juicio se mantendría en silencio

Isaías 53:7 “Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, él no abría su boca”.

Mateo 26:62-63 “Y levantándose el sumo sacerdote, le dijo: ¿No respondes nada? ¿Qué testifican éstos contra ti? Más Jesús callaba. Entonces el sumo sacerdote le dijo: Te conjuro por el Dios viviente, que nos digas si eres tú el Cristo, el Hijo de Dios”.



Sufriría por los demás

Isaías 53:4-5 “Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados”.

Mateo 8:16-17 “Y como fue ya tarde, trajeron a él muchos endemoniados: y echó los demonios con la palabra, y sanó a todos los enfermos; Para que se cumpliese lo que fue dicho por el profeta Isaías, que dijo: El mismo tomó nuestras enfermedades, y llevó nuestras dolencias”.



Crucificado con malhechores

Isaías 53:12 “Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores”.

Mateo 27:38 “Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda.”



Sus manos y pies serían perforados

Salmo 22:16 “Porque perros me han rodeado; Me ha cercado cuadrilla de malignos; Horadaron mis manos y mis pies”.

Juan 20:27 “Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.”



Sería escarnecido y despreciado

Salmo 22:6-8 “Mas yo soy gusano, y no hombre; Oprobio de los hombres, y despreciado del pueblo. 7. Todos los que me ven me escarnecen; Estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: 8. Se encomendó al Señor; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía.”

Mateo 27:39-40 “Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, 40. y diciendo: Tú que derribas el templo, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo; si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz.”



Le darían a beber vinagre

Salmo 69:21 “Me pusieron además hiel por comida, Y en mi sed me dieron a beber vinagre”.

Juan 19:29 “Y estaba allí una vasija llena de vinagre; entonces ellos empaparon en vinagre una esponja, y poniéndola en un hisopo, se la acercaron a la boca”.



Su costado sería traspasado

Zacarías 12:10 “Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito.”

Juan 19:34 “Pero uno de los soldados le abrió el costado con una lanza, y al instante salió sangre y agua”.



Sobre sus ropas echarían suertes

Salmo 22:18 “Repartieron entre sí mis vestidos, Y sobre mi ropa echaron suertes”.

Marcos 15:24 “Cuando le hubieron crucificado, repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes sobre ellos para ver qué se llevaría cada uno”.



Ninguno de sus huesos serían quebrados

Salmo 34:20 “El guarda todos sus huesos; Ni uno de ellos será quebrantado”.

Juan 19:33 “Mas cuando llegaron a Jesús, como le vieron ya muerto, no le quebraron las piernas”.



Sepultado en una tumba de ricos

Isaías 53:9 “Y se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte; aunque nunca hizo maldad, ni hubo engaño en su boca.”

Mateo 27:57-60 “Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, 60. y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue”.


Resucitaría después de su muerte

Salmo 16:10 “Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción”.

Mateo 28:9 “He aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: ¡Salve! Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron”.


Ascendería al cielo

Salmo 68:18 “Subiste a lo alto, cautivaste la cautividad, Tomaste dones para los hombres, Y también para los rebeldes, para que habite entre ellos Dios”.

Lucas 24:50-51 “Y los sacó fuera hasta Betania, y alzando sus manos, los bendijo. Y aconteció que bendiciéndolos, se separó de ellos, y fue llevado arriba al cielo”.

lunes, 11 de julio de 2016

Cómo ser feliz

Tan sencillo como eso, tan difícil como eso


Le preguntaban a Jesús este domingo en el Evangelio cuál es el camino correcto para llegar al cielo: “¿Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?”.

Es la misma pregunta que, con pureza de intención, le hizo también el joven rico. ¿Qué tengo que hacer? ¿Qué tengo que cambiar para ser feliz siempre?

Escuchamos una respuesta a la pregunta acerca de la vida eterna: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas y con todo tu ser. Y al prójimo como a ti mismo”.

Todo se decide en el amor. El amor a Dios. El amor al prójimo. Estamos hechos para el amor. Y lo tengo claro, para ser felices en la tierra y luego en el cielo, sólo hay un camino, aprender a amar. Tan sencillo como eso. Tan difícil como eso.

¡Cuánto cuesta amar bien, amar de forma madura! Decía el papa Francisco en la exhortación apostólica Amoris Laetitia: “Hay personas que se sienten capaces de un gran amor sólo porque tienen una gran necesidad de afecto, pero no saben luchar por la felicidad de los demás y viven encerrados en sus propios deseos”. Y ya nos lo decía Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir” (Hch 20,35).

El amor es la clave. Mi capacidad para amar a Dios y tocar su amor. Mi camino de felicidad comienza en mi corazón: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca”. Ahí se juega mi felicidad. Amar con todo el corazón. Amar con toda el alma. Amar siempre. A Dios, al prójimo.

Jesús lo dice hoy bien claro: “Bien dicho. Haz esto y tendrás la vida”. Pero, “¿Y quién es mi prójimo?”. En la búsqueda obsesiva de recetas queremos tener claro cómo actuar. ¿Hasta dónde tengo que amar? Amar al prójimo. ¿Quién es mi prójimo? Uno quiere delimitar bien hasta dónde amar.

¿Cuál es la medida de mi amor, el límite? No quiero amar de forma excesiva. No estoy dispuesto a amar sin medida. Un amor localizado, determinado, sin extremos, es más llevadero. Un amor concreto que no me saque de mi comodidad.

La parábola del buen samaritano me descoloca siempre en mi medida. Me habla de un prójimo al que no conozco, al que no quiero por ser extranjero, al que no deseo porque está necesitado y me puede quitar mi tiempo, mi dinero, mi libertad, mi paz.

“Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino y, al verlo, dio un rodeo y pasó de largo. Y lo mismo hizo un levita que llegó a aquel sitio: al verlo dio un rodeo y pasó de largo”.

Esa parábola siempre me incomoda. Los tres vieron al hombre que estaba tirado al borde del camino. Yo mismo soy el sacerdote, el levita, el samaritano. Los tres vieron al hombre herido. Yo también lo veo. Pero en el sacerdote y el levita el corazón permaneció insensible.

Se alejaron porque sólo vieron con los ojos, no con el corazón. No estaban dispuestos a un amor sin medida. Ese hombre no era su prójimo. Estaba fuera de los límites. Miraron sólo con el juicio y su soberbia, no con la sencillez de un hombre que mira a otro hombre que necesita ayuda. Sin cargos.

Seguramente los dos tenían que hacer cosas importantes, tenían altos cargos. Iban a realizar misiones buenas y sagradas. Su presencia era necesaria. Lucas no dice si sintieron algo al mirar al herido. Tan solo aclara que dieron un rodeo.

Para poder pasar de largo y llegar a mi destino, a veces tengo que dar un rodeo. Así no me afecta lo que ocurre cerca de mí, así no me siento culpable. Si me alejo no miro esos ojos que me suplican y no dejo que la compasión me cambie los planes. ¡Me parezco tanto al levita y al sacerdote!

Siento que muchas veces lo mejor es amurallarme, alejarme. Porque si no lo hago me complico la vida. Ellos siguieron su camino importante y lleno de responsabilidades. No podían detenerse, perder su tiempo, dejar de hacer lo que les correspondía.

Si no hubieran tenido nada que hacer, quizás se hubieran detenido a ayudar. Pero no era posible, los esperaban, eran necesarios.

¡Qué difícil es cambiar el plan cuando nos creemos importantes! ¡Cuánto me cuesta detenerme ante un imprevisto! ¡Cuántas veces Dios está escondido en el imprevisto y yo no lo encuentro, no me detengo, paso de largo y no veo su huella!

El levita y el sacerdote no vieron a Dios ese día en un hombre herido. Hablaban de Dios, pero no entregaron el amor de Dios. ¡Cuántas veces yo hablo de Jesús pero luego no soy Jesús en mi amor, en mi entrega!

La vida del sacerdote y del levita no cambió con el encuentro con ese hombre herido. No hubo encuentro y el corazón permaneció igual. Ni siquiera lo recordarían. No les rompió esquemas ni les hizo plantearse nada nuevo. No renunciaron a nada, no cedieron, no se abrieron a la sorpresa.

A veces yo soy así y voy así por mi camino. Veo necesidades, pero doy un rodeo. Prefiero que las necesidades de los otros no interfieran en mi vida. Y todo lo justifico desde mí. Pienso que no puedo, que si pudiera lo haría, pero es que me esperan. Busco excusas.

Y en el fondo, estoy diciendo que yo soy más importante que este hombre. Me creo que los que me esperan son más importantes y se van a sentir quizás defraudados. No voy a cumplir las expectativas. No se conmueve mi corazón al ver al que me necesita.

¿Qué hubiera pasado si el sacerdote hubiera visto a otro sacerdote herido? ¿O el levita a otro levita? No lo sé. Tal vez sí hubiera sido su prójimo.

Recuerdo una vez en el camino de Santiago. No nos querían dar alojamiento en una parroquia. Hasta que el párroco supo que éramos sacerdotes. Al ver que éramos colegas, así fue como nos llamó, nos dejó entrar. Al ser sacerdotes como él nos convertimos en prójimos. Antes no.

Tal vez en la parábola se hubieran acercado si lo hubieran reconocido. No lo sé. A veces el poder, el cargo que detentamos, el dinero que ganamos, endurecen el corazón. Nos hacen lejanos del que sufre. Ya no somos próximos. Ya no hay prójimos cerca.

Tal vez el samaritano había sentido en su vida el desprecio y la marginación. Y esa experiencia le hizo especialmente sensible a cualquier herido, a cualquier persona vulnerable. Él se sabía también herido, y su corazón estaba más abierto.

Le pido a Dios que nunca me crea importante, que nunca me aleje de mi prójimo, sea quien sea. Que nunca deje de sentirme sencillamente, hombre, peregrino, como todos. Y que mis heridas me hagan más humano, más comprensivo, más cercano.

Yo quisiera hacer lo mismo que hace el samaritano. Quiero aprender a amar a Jesús, vivir con Él, ser como Él. Aunque deje mi alma en los caminos y me tropiece mil veces porque no doy rodeos:

“Pero un samaritano que iba de viaje, llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó. Al día siguiente, sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: – Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”.

Quiero detenerme como me dice hoy Jesús: “Anda, haz tú lo mismo”. Al verlo, tuvo compasión, y se acercó. Creo que esa es la clave. Y es lo que yo imploro siempre. Tener un corazón de carne que me haga conmoverme. Pero muchas veces no sé hacerlo.

Este hombre se acercó porque sintió lástima. No podía seguir de largo. Seguramente el encuentro con este herido fue un cambio en su vida. Amar lo cambia todo. Y recordaría siempre a este herido que le tocó el corazón por estar desvalido.

Se acercó, e hizo más que lo mínimo. Eso me conmueve. No era necesario hacer tanto. Comparado con los otros que siguieron de largo, ya era mucho llevarlo a una posada y dejarlo a salvo. Pero él amó más del mínimo, de lo necesario, de lo exigible.

No pidió ayuda, lo hizo él personalmente. Se implicó. No se desentendió. Se manchó con la sangre del herido. Se expuso. Perdió su tiempo por amor. Amó con ternura. Vendó sus heridas. Las calmó con aceite. Le sanó por dentro y por fuera. Calmó su pena y su dolor. Su rabia y su herida.

Es lo mismo que hizo Jesús por los caminos, cuando sanaba el cuerpo y el alma. Curaba y perdonaba.

No sabemos quién era este samaritano. No importa su cargo, su misión. Solo hay un hombre herido y un hombre misericordioso. Dos hombres que se encuentran. Uno que sufre y otro que se conmueve.

Subió al herido a su caballo. Es lo mismo que hace Jesús conmigo. Me sube a sus hombros cuando necesito ayuda. Él es así. A veces yo no pido eso. Sólo pido que desde lejos haga el milagro.

Pero Dios se conmueve ante mi dolor. Mi tristeza, mi soledad, mi miedo, mi enfermedad, mi vacío, mi desilusión, mi pérdida, tocan su corazón. Mi vida toca su corazón. Se conmueve ante mí y se acerca. Se abaja, se despoja para llegar a mí.

No espera en su trono a que yo vaya. Él llega y venda mis heridas. Las que me han hecho otros, o yo mismo, o la vida. Las venda, diciéndome al oído que me quiere, que no tema, que no me va a dejar solo, que me perdona, que confía en mí.

¿Cuándo he sentido esa cercanía de Dios? Me lleva sobre sus hombros. En su cabalgadura. Lo hace sin pedirme nada. Lo hace gratis. En la parábola sólo hay gratuidad. Un amor desbordante más allá de lo mínimo y lo esperable.

Hoy hay tantas heridas de abandono, de soledad. “¿Cuál de estos tres te parece que se portó como prójimo del que cayó en manos de los bandidos?”. Hay tantos prójimos al borde del camino que necesitan mi vida, mi tiempo, mi ternura, mi amor…

Pero yo miro la actitud del samaritano y me parece excesivo. El samaritano practicó la misericordia. Dejó de pensar en sus planes, en su camino. Yo también quiero practicar la misericordia. Jesús me enseña a mirar así. Él va de camino y se para ante cualquiera.

Quiero que esa sea la norma de mi vida. “Anda y haz tú lo mismo”. Quiero que mi vida sea eso, hacer lo mismo. Pero no sé hacerlo. ¿Cómo lo hago? ¿Dónde puedo hacerlo? A veces no lo sé. Ni siquiera veo dónde soy necesario.

Tal vez estoy demasiado centrado en lo que yo necesito, en mi camino de felicidad. Y me olvido de lo importante. Mi prójimo es cualquiera que necesita misericordia. Pienso en Jesús. Me gusta ese samaritano que entrega al hombre herido al posadero y le dice: “Cuando vuelva”. No se desentiende de él. Volverá.

Dios siempre vuelve a buscarme y mientras, me deja al cuidado de otros que me aman. Mis padres, mi cónyuge, mis hijos, mis amigos, mis hermanos. Me deja para que me cuiden. Y Él vuelve siempre de nuevo.

¿A quién me ha entregado Dios para que me cuide?

Al mismo tiempo yo soy el posadero. Me pide que cuide a tantos heridos. ¿A quién me ha entregado para que yo lo cuide?

Pienso que la única forma de vivir de verdad es estando cerca de los otros, siendo prójimo. Así nos pensó Dios, cercanos, ayudándonos, llevándonos unos a otros sobre la cabalgadura, para llegar a Él.

Pero a veces vivo alejado, encerrado en mi grupo de iguales. Y hablo de Dios, pero su ley no está más que en la mente, no en el corazón, ni en mi vida. El camino es estar cerca. Sobrellevar al que sufre. Apoyar al que me necesita. Y dejar de construir muros defensivos en el alma.

No quiero dar más rodeos. Quiero salir de mi ruta y de mí mismo. Así es como quiero vivir.

Quizás al final del día, al atardecer, el sacerdote y el levita no recordaron haber hecho nada mal. Llegaron a cumplir sus tareas. No defraudaron a nadie. No fallaron en nada. No dejaron de hacer lo que habían prometido hacer. Sus responsabilidades listas. Cumplieron su misión.

A lo mejor tuvieron éxito. Tal vez no pecaron mucho. Pero, ¿y la gratuidad? No hubo nada extraordinario, nada fuera de lo normal, no se rompió su agenda, no fallaron sus planes. Pero tal vez les faltó amor. Un amor sin medida, desbordado. No hicieron nada loco por amor.

Por su parte, tal vez, el samaritano, de rodillas ante Dios, reconozca que sintió rabia por lo que hicieron esos hombres que apalearon al herido. Quizás en su corazón criticó y tuvo la tentación de no implicarse tanto.

No sé, quizás no era tan inmaculado su día como el de los otros dos, no era tan perfecto. Puede que llegara tarde a su trabajo, manchado de sangre. Puede que el dinero que invirtió en un desconocido tuviera otro destino previsto. No lo sé. Quizás se perdió algo.

Y tal vez algunos lo criticaron por haber sido tan poco responsable y haber perdido su tiempo en el camino por un desconocido. Puede ser. Pero lo que es verdad es que su corazón se hizo más grande ese día. Era un hombre bueno. Tal vez le hizo bien conocer al herido y experimentar la gratuidad.

Hay más alegría en dar que en recibir. Se vació y experimentó esa alegría honda de dar más allá de la medida justa.